21/2/22

La continuación antuerpiense del Lazarillo: ¿una novela picaresca?

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura Narrativa española del Siglo de Oro, impartida por don Jaime José Martínez Martín en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


INTRODUCCIÓN

En 1555 se publicó en Amberes, en la imprenta de Martín Nucio, La Segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, en una edición conjunta con el Lazarillo original. Desde entonces, esta continuación antuerpiense no volvió a imprimirse en territorio español hasta mediados del siglo XIX, siendo incluso despreciada y suprimida por el censor Juan López de Velasco, quien la tachó de «impertinente» mientras expurgaba las aventuras de Lázaro para preparar la edición del Lazarillo castigado de 1573. 

Este desinterés vino acompañado de la crítica virulenta de Juan de Luna, quien en el prólogo a los lectores de su propia continuación de 1610, la tildó de «necedad soñada». Su regreso a la imprenta en ediciones descuidadas de mediados del XIX no mejoraron la suerte de la obra, que recibió el desprecio de Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, por «necia e impertinente». 

La autoridad de don Marcelino y los numerosos errores filológicos en el tratamiento del texto  dieron lugar a que en el siglo XX tampoco se apreciase demasiado el posible valor literario de la novela. Así, Alonso Zamora Vicente comentó que «la baja calidad artística del libro nos exime de la búsqueda concienzuda de datos o noticias». Por su parte, Pedraza y Rodríguez sentenciaron en su Manual de literatura española que la novela es «lamentable», que carece de interés y que el autor estaba desprovisto de ingenio. 

Estos son solo algunos casos que ilustran la tónica general, aunque hubo excepciones. Por ejemplo, Enrique Macaya, en 1935, había considerado un acierto el primer capítulo, aunque el resto de la novela le pareció llena de aventuras ridículas. En una línea similar, José María de Cossío elogió en un artículo de 1941 el debate de Lázaro con el rector de la Universidad de Salamanca pero igualmente condenó toda la aventura de los atunes por carente de gracia y picardía.

Sin embargo, parece que la valoración y el interés de la crítica contemporánea hacia la Segunda parte ha evolucionado positivamente en las últimas décadas. Prueba de ello serían las dos ediciones publicadas por Cátedra: la primera, a cargo de Pedro Piñero, vio la luz en 1999; la segunda, de Alfredo Rodríguez, salió de imprenta en 2014. Además, el portal Dialnet muestra que a la obra se le han dedicado, total o parcialmente, dos capítulos de libros y doce artículos de revistas. Respecto a la valoraciones críticas, podemos encontrarlas desde moderadamente elogiosas, como la de Piñero, quien le atribuye sus méritos y aciertos aunque no resista comparación con el primer Lazarillo, hasta las altamente laudatorias, como la de Alfredo Rodríguez, quien afirma que en «complejidad de construcción narrativa, calidad de creación lingüística y altura estética está al mismo nivel que la primera parte».

Uno de los primeros estudios extensos dedicados a la Segunda Parte fue la tesis doctoral de Máximo Saludo, defendida en 1956 , en la que apostó por la autoría de Pedro de Medina, interpretando la novela como una alegoría de la rendición de Trípoli de 1551. Marcel Bataillon, en la introducción a una edición francesa del Lazarillo de 1958, dedica un capítulo a las continuaciones de la historia del famoso pregonero. El hispanista francés analiza la ascendencia folclórica basada en el vino de la Segunda Parte de Amberes y entiende la obra en clave enigmática, pudiendo hacer referencia a los conversos judaizantes que huyeron al Imperio otomano o a las empresas ultramarinas españolas movidas por la codicia. Antonio Vives Coll, en su libro Luciano de Samosata en España (1959) señaló las deudas de la Segunda Parte con los diálogos lucianescos. Gonzalo Sobejano atisbó en las reflexiones críticas del segundo Lázaro las posteriores digresiones del Guzmán de Alfarache. Rumeau se encargó de cuestiones ecdóticas, concluyendo que los impresores Nucio y Simón utilizaron originales diferentes para editar la Segunda Parte, aunque emplearon un mismo original para editar la primera. Richard E. Zwez, en su libro de 1970 Hacia la revalorización de la Segunda Parte del Lazarillo, analizó la relación entre el Lazarillo y su primera continuación y justificó el cambio de rumbo de esta. Para el estudioso, la Segunda Parte es producto de su época por sus alusiones a la Antigüedad clásica, su erudición o por el interés que muestra respecto a asuntos nacionales o religiosos. El anónimo autor estaría plasmando en su novela una crítica contra la política del emperador Carlos V. Kenneth R. Scholberg estudió los elementos satíricos de la obra en su libro de 1979, Aspectos generales de la sátira en el siglo XVI.

Respecto a tratamientos críticos más recientes, conviene destacar las mencionadas ediciones de Cátedra. En la de 1999, Pedro Piñero destaca la sensación de «verdadera continuación» que transmite la lectura de la Segunda Parte, especialmente el primer capítulo, el cual de hecho fue impreso en ocasiones como tratado octavo del Lazarillo original. Asimismo, considera que el anónimo autor debió ser un español exiliado en Flandes por cuestiones políticas o religiosas y que la obra, de ejecución apresurada, responde a un impulso comercial: servir de complemento al primer Lazarillo, cuyo volumen no resultaba óptimo para el mercado. Piñero ofrece además un ilustrativo y minucioso seguimiento de los estudios en torno a la novela antuerpiense, cuyo resumen ha quedado plasmado en el párrafo precedente. Por otro lado, el crítico señala la influencia de Luciano y Apuleyo y de motivos folclóricos como el Pece Nicolao  y considera que el núcleo central, la aventura submarina de Lázaro-atún es «una novelita de caballerías con indiscutibles pisos paródicos».

Por su parte, Alfredo Rodríguez, en su edición de 2014 se centra, por un lado, y como ya se ha dicho, en reivindicar el valor literario de la Segunda Parte y, por otro, en ofrecer una serie de análisis léxicos de fragmentos del Lazarillo original, de las interpolaciones alcalaínas y de la continuación antuerpiense, cotejándolos con las obras de algunos de los principales candidatos a la autoría de los textos mencionados. Rodríguez concluye que ambos Lazarillos, incluidas las interpolaciones, son obra de un mismo autor y que este puede ser Juan Arce de Otálora o Fray Juan de Pineda. Curiosamente, en un trabajo posterior, el crítico apunta a que la hipótesis más probable reside en que el autor de ambas partes sea Francisco de Enzinas. 

Aunque se podrían referir más trabajos, por no prolongar demasiado esta introducción hablaré por último de un ensayo de 2011 firmado por Purificación Mascarell. En sus páginas, la autora examina las similitudes entre El asno de oro, el Lazarillo y la Segunda parte de los atunes. Esta quedaría vinculada a una tradición literaria iniciada por Apuleyo y recogida en el Renacimiento mediante el género del diálogo de transformaciones, el cual tendría su máximo exponente en El Crotalón. Tanto en El Asno de oro como en la Segunda parte del Lazarillo, la metamorfosis del protagonista constituiría la herramienta básica para lanzar una acerada crítica social. En el caso del asno, la clave reside en que el animal no forma parte de la sociedad, por lo que, al no tener responsabilidad en los problemas, su crítica resulta legítima. Respecto a la Segunda Parte, aunque es un atún quien amonesta a la sociedad de los atunes, en realidad esta es un reflejo de la de los humanos, procedimiento que favorecería la seguridad del autor. 

El objetivo del presente trabajo consiste en valorar la conveniencia de adscribir la Segunda parte del Lazarillo de Tormes al género picaresco. Mi hipótesis de partida es que las características de la obra difícilmente permiten incluirla dentro del corpus de la novela picaresca. Para poner a prueba dicha hipótesis me dispongo a examinar lo que los especialistas han manifestado respecto a los rasgos fundamentales de las novelas que tradicionalmente han llevado el marbete de «picarescas», así como lo que se ha comentado sobre la obra en cuestión, tratando de analizar de forma crítica el peso de los argumentos que pudieran esgrimirse en uno u otro sentido. 

Considero que la pertinencia del tema que me propongo tratar se sustenta en los siguientes puntos:

1. El mencionado interés que la obra ha despertado entre la crítica en los últimos años y que se manifiesta en una considerable cantidad de trabajos en torno a diferentes aspectos de la novela, así como en la polémica sobre la autoría. En este sentido, destaca Rosa Navarro, quien asegura que el autor fue Diego Hurtado de Mendoza. Por su parte, Alfredo Rodríguez, cuyos candidatos ya se mencionaron, dedicó un trabajo a refutar la propuesta de Rosa Navarro, no solo en lo referente a la Segunda Parte, sino también a la primera, cuya autoría atribuye la estudiosa a Alfonso de Valdés . Por último, por citar uno de los ensayos más recientes, tenemos la hipótesis de Jesús Fernando Cáseda Teresa, quien defiende la autoría de Fernando Álvarez Ponce de León, tío de Juan de Luna, el autor de la Segunda parte de 1610 . 

2. Las discrepancias académicas en torno a la adscripción genérica de la novela, lo cual evidencia que no es una cuestión zanjada. Así, Rosa Navarro incluyó la Segunda Parte de 1555 (bajo autoría de Diego Hurtado de Mendoza) en el tomo V de su colección Novela Picaresca, publicada por la Fundación José Antonio de Castro. Alfredo Rodríguez menciona que una de las causas de que la Segunda Parte no haya recibido la misma atención que la primera es la «supuesta diferencia de género (picaresca/ novela de transformaciones)» con lo que nos informa de que la opinión mayoritaria adscribe la obra al género de transformaciones y, al mismo tiempo, que él pone en duda dicha afirmación, dando a entender que pertenecen al mismo género mediante la inclusión del adjetivo «supuesta». Pedraza y Rodríguez se muestran tajantes en la opinión contraria, afirmando que la obra «no tiene ninguna relación con el Lazarillo ni con lo que luego será la novela picaresca».

3. La composición de la novela en un tiempo de fuerte hibridismo literario y de configuración de géneros narrativos favoreció que se viese imbuida del espíritu artístico de su época, lo que dificulta la tarea de categorizarla en dos sentidos: por sus propias características formales y temáticas, constituidas a través de numerosas influencias; por el caótico contexto genérico en que vio la luz. 

Con respecto a la originalidad de mi trabajo, quisiera decir que, aunque diversos expertos se han posicionado sobre la adscripción genérica de la Segunda Parte antuerpiense de las aventuras de Lázaro de Tormes, no parece que ninguno haya llegado a publicar un estudio en los términos planteados en estas páginas. Teniendo en cuenta que, a pesar de todo, la novela ha recibido una considerable atención crítica, especialmente en las últimas décadas, resulta casi imposible concebir la idea de que, desde mi situación de estudiante, con las limitaciones que ello conlleva, pudiera en estos momentos llevar a cabo un análisis que pudiese aportar unas conclusiones radicalmente novedosas. 

Tras esta introducción, mostraré un marco teórico sobre el que trabajar para, a continuación, poner a prueba mi hipótesis de partida, mencionada anteriormente. Por último, dedicaré un apartado a recapitular las ideas principales y sacar conclusiones. 

TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA PICARESCA

Es habitual y tal vez inevitable que las definiciones de picaresca recurran a las obras cumbre del género. Así, Estébanez Calderón explica que la picaresca es un tipo de novela que nace con el Lazarillo, que se constituye en género literario con el Guzmán y que se consolida con el Buscón y La pícara Justina . Igualmente frecuente es que en estas explicaciones sea excluida la Segunda Parte del Lazarillo de 1555. 

Lógicamente, si estas obras son las que constituyen el género, habrán de ser sus características las que lo definan. Así, sabemos que una novela picaresca arquetípica debería estar narrada en primera persona por su protagonista, un individuo proveniente de los bajos fondos y con genealogía deshonrosa que expone su autobiografía a través de episodios encadenados que relatan sus aventuras y desventuras en la lucha por la supervivencia. Estos y algunos rasgos más, como la sátira y el afán moralizante, son habituales en las novelas picarescas pero, como es lógico, dentro de un corpus de unas dos docenas de obras, tiene que haber algunas que carezcan de uno o varios elementos importantes, del mismo modo que ha de haber otras que posean elementos que no se encuentren en las demás. De este modo, se plantea la dificultad de qué hacer ante una obra que posea casi todos los rasgos esenciales pero carezca de uno de ellos. ¿Estaríamos, en tal caso, ante una novela picaresca? 

Por poner un ejemplo, podemos pensar en La hija de Celestina, de Jerónimo de Salas Barbadillo, publicada en 1612 y ampliada en 1614 bajo el título La ingeniosa Elena. Tal y como explican Pedraza y Rodríguez, esta novela suele incluirse en el género picaresco. Sin embargo, en ella el sexo adquiere una enorme relevancia cuando por lo general no tiene casi ninguna en el resto de las obras picarescas y, lo que a mi juicio resulta mucho más trascendente, la obra cuenta con un narrador heterodiegético, por lo que prescinde del recurso de la autobiografía. 

Algunos críticos han optado por una concepción muy estricta del género, como Jenaro Talens, quien afirmó que solo existen tres novelas picarescas: Lazarillo, Guzmán y Buscón. Tierno Galván admitió una más en tan exigua nómina: La pícara Justina. Otros, muy al contrario, establecieron criterios tan laxos que dieron cabida a obras como El diablo cojuelo o varias Novelas ejemplares de Cervantes. 

Fernando Lázaro Carreter ofreció una inteligente solución intermedia en su trabajo de 1970 «Para una revisión del concepto “novela picaresca”». El filólogo explicó que las dificultades en torno a la definición del género llegaban al punto de la ausencia de consenso en cuanto a su origen, situándolo algunos en el Lazarillo y otros en el Guzmán. Sin embargo, defendió que la novela picaresca es una realidad que debemos esforzarnos en describir racionalmente, pues aquellas obras

antes de ser un objeto críticamente formalizable, constituyeron una entidad artística con rasgos distintivos y límites, en la mente de muchos escritores y del público lector; y que fue también una realidad con que operó el comercio editorial. 

La propuesta de Lázaro Carreter consiste en dejar de entender el género picaresco como un todo estático y empezar a verlo como un organismo que se fue formando, como un proceso resultante de tensiones internas e influencias externas. En dicho proceso resultaría fundamental la distinción entre maestros (el autor del Lazarillo, Mateo Alemán y Quevedo) y epígonos. Los primeros aportarían los rasgos fundamentales del género y los segundos utilizarían dichos rasgos de forma conservadora o de forma innovadora. El papel de los epígonos en la configuración del género adquiriría una gran relevancia gracias a su deseo de diferenciarse, de mostrar originalidad, permitiendo que se incorporen nuevos elementos, como el sexo en La hija de Celestina, o variantes de los ya existentes, como la personalidad bobalicona  del protagonista de El donado hablador, de Jerónimo de Alcalá Yáñez, como alternativa a la personalidad canónica del pícaro astuto y espabilado. En definitiva, una obra quedaría dentro del género si su autor ha decidido aprovechar los elementos formales o temáticos de la poética picaresca. De este modo se perfilaría un corpus más amplio y de límites menos desdibujados sin que tampoco llegase a entrar en él casi cualquier obra. 

Naturalmente no todos los especialistas tienen por qué abrazar este enfoque. Pedraza y Rodríguez explican que las profundas diferencias entre el Lazarillo y el Guzmán, resultado de que entre la publicación de uno y otro transcurriese medio siglo, han llevado a algunos críticos a poner en cuestión la misma existencia del género picaresco. Sin embargo, a pesar de las particularidades de cada autor y de cada obra, «existen una serie de rasgos comunes que nos permiten hablar de novela picaresca como algo genuinamente español». 

Algunos de esos rasgos se encuentran íntimamente relacionados entre sí y no todos son exclusivos de la novela picaresca. Así, el relato autobiográfico da lugar a que se nos presente, como es lógico, la visión subjetiva del protagonista, de forma que la narración tiende al maniqueísmo, perfilando como buenos aquellos personajes que favorecen al pícaro y como malos aquellos que lo perjudican, sin que podamos conocer las motivaciones de estos últimos. Del rasgo de la autobiografía se deriva también la condición de antihéroe del protagonista quien, al contrario de los héroes de la novela de caballerías, no tiene a nadie que se interese en su vida tanto como para contársela a otros. Asimismo, esta narración autodiegética permite exponer la genealogía oscura del pícaro que, en parte, sirve para disculpar su conducta apelando veladamente al determinismo genético y ambiental. 

Pero por encima de todo ello, la autobiografía posee el papel de justificar la existencia de la misma obra (al tiempo que la obra justifica el uso de la autobiografía) y se encuentra muy relacionada con otra de las marcas características de la picaresca: el realismo. Tal como explica Francisco Rico, a mediados del XVI se estilaba aplicar un barniz de historicidad a las obras literarias, de tal modo que hasta las fantásticas novelas de caballerías trababan de pasar por «verídicas». Sin embargo, no resultaba verosímil que un donnadie diese cuenta de sus fortunas y adversidades, por lo que se hizo necesario encontrar un pretexto. El autor del Lazarillo halló la solución en la modalidad epistolar. Lázaro estaría respondiendo a una primera carta remitida por el narratario «vuestra merced» en la que se le requerían explicaciones sobre el «caso», la situación de amancebamiento de su mujer con el arcipreste. Entonces, el caso y el molde epistolar favorecieron la narración autobiográfica, pues el Lázaro adulto decide comenzar a dar explicaciones que se remontan a su infancia. Por otro lado, en el Guzmán, la autobiografía sirve al pecador arrepentido que mira hacia el pasado, para fundir fábula y sermón, haciendo que ambos se explicasen mutuamente. En definitiva, en «ambas obras, la autobiografía presentaba toda la realidad en función de un punto de vista». Sin embargo, esta cuidadosa elaboración pierde su sentido en obras posteriores y la autobiografía termina por convertirse en poco más que una convención desprovista de significado. 

Otros rasgos íntimamente relacionados y habituales de la picaresca, aunque no exclusivos de ella, son el retrato satírico de tipos y vicios, la intención moralizante, la estructura episódica y el vagabundaje del protagonista por diferentes entornos geográficos. Así, la sátira social resulta más amplia y minuciosa cuantos más tipos de personas, estamentos y oficios puedan ser estudiados, algo que resulta favorecido tanto por la movilidad geográfica como por la yuxtaposición de episodios independientes basados, no siempre, pero sí de forma habitual, en el servicio a distintos amos. De este modo, el pícaro, desde su presente, nos va narrando sus vivencias, las cuales servirán para satisfacer la intención moralizante. Esta cuestión es tan fundamental que se ha llegado a proponer una clasificación con base en ella. Así, habría novelas como el Lazarillo o el Buscón que pueden contener enseñanzas pero que evitan el sermón moralizante; en segundo lugar, estaría el Guzmán, como único caso que logra integrar con naturalidad los sermones en la narración; por último, tendríamos otras obras que no logran integrar adecuadamente los sermones morales en la narración, presentando resultados forzados, como ocurre en La pícara Justina

LA SEGUNDA PARTE DEL LAZARILLO COMO NOVELA PICARESCA

El primer y más intuitivo argumento que podría esgrimirse para incluir al Lazarillo de los atunes en el corpus de la novela picaresca no tendría que ver, como tal vez podría esperarse, con los rasgos esenciales del género, sino más bien con su estrecha relación con la obra fundacional, el Lazarillo de 1554. Dejando de lado las obviedades, como que ambas obras comparten protagonista, los lazos que las unen empiezan a manifestarse desde las quince primeras palabras de la Segunda Parte, las cuales coinciden con las quince últimas de la primera (sin tener en cuenta la interpolación alcalaína que, precisamente, favorecería la continuación): «En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna». Alfonso Rey defiende que la novela es «una verdadera continuación»  especialmente gracias a las numerosas alusiones que el autor del Lazarillo antuerpiense hace a la primera parte. Así, cuando Lázaro, tras el naufragio, se encuentra asediado por los atunes en el fondo de las aguas, cae en la cuenta de que, si ha sobrevivido, ha sido gracias a las grandes cantidades de vino que ingirió en el barco, vino que impide que entre el agua salada en su cuerpo provocándole la muerte. Entonces, el protagonista reflexiona recordando a su primer amo en estos términos: «vi verdaderamente la filosofía que cerca de esto había profetizado mi ciego cuando en Escalona me dijo que si a hombre el vino había de dar vida, había de ser a mí». Además de este tipo de alusiones y recuerdos, Rey destaca el desarrollo de acontecimientos iniciados en la primera parte, como el nacimiento de una hija de Lázaro resultado de su matrimonio; el aporte de nuevos datos, como el nombre de su esposa, Elvira; o la mejora del perfil de algunos personajes solo esbozados en la primera parte, como el del Arcipreste. Por su parte, Philippe Rabaté considera que el primer capítulo de la Segunda parte, el cual, como ya se dijo, en ocasiones fue impreso como último de la primera, posee la doble función de servir de bisagra entre ambas obras y de «legitimación del proseguir de las aventuras de Lázaro». 

Sobre esto, querría decir que entiendo que el primer capítulo sirva de enlace entre ambas obras pero no tengo tan claro que legitime proseguir las aventuras de Lázaro. Como ya se dijo, la legitimación para que alguien como Lázaro contase su vida se logró mediante la explicación en molde epistolar a «vuestra merced» del caso de amancebamiento. Considero que en la Segunda Parte la situación cambia, ya que Lázaro se dispone a narrar aventuras fantásticas y extraordinarias, por lo que no sería necesario un pretexto para contarlas, aunque tal vez sí para contárselas específicamente a «vuestra merced», aunque tan solo fuese que este había preguntado, igual que en el Lazarillo original. Además, no encuentro en el primer capítulo ningún mecanismo de legitimación similar al que ofrece la primera parte. Es cierto que justo al final parece haber un cierto amago en esa línea cuando Lázaro explica que la fortuna decidió aguarle «estos pocos años de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte»  pero en vez de añadir alguna explicación para el narratario, del estilo de que vivió tan extrañas aventuras que ha considerado que a «vuestra merced» le gustaría conocerlas, se limita a dirigirse a Dios y explicar que nadie podría escribir sobre aquellos infortunios sin que se le llenasen los ojos de lágrimas. 

Resulta llamativo y elogiable el modo en que el autor de la Segunda Parte utiliza procedimientos que sirven para enlazar con la primera al tiempo que los adapta a sus propios fines. Así, por ejemplo, el primer Lázaro explica que, aunque podría explayarse contando sucesos que vivió con el ciego, se calla muchos «por no ser prolijo». Del mismo modo, el segundo Lázaro, ya en el capítulo II, asegura que «por evitar prolixidad» no da relación de lo acaecido en su camino hacia Cartagena, donde embarcará para Argel. Respecto al primer Lázaro, Francisco Rico comenta que, para sus propósitos, para explicar el caso, a Lázaro le basta con relatar solo algunos episodios vividos con el ciego. Sobre lo que dice el segundo Lázaro, Piñero apunta que, además de tratarse de una expresión empleada en la primera parte, también responde a la voluntad de estilo del autor, «el ideal retórico de la economía estilística». Sin embargo, podría parecer que esta cuestión, el evitar la prolijidad, fuese secundaria, pues justo después Lázaro añade «por no hacer nada a mi propósito», es decir, podemos entender que Lázaro sí está dispuesto a ser prolijo si ello sirve a su propósito. Esto indica que, efectivamente, el propósito del protagonista de la Segunda Parte consiste en dar noticia a «vuestra merced» de sucesos extraordinarios, lo cual se confirma poco después cuando explica que no ofrece más detalles del naufragio porque lo que quiere es «dar cuenta de lo que nadie sino yo puede dar». Por eso no gasta tinta en hablar de los pormenores de un prosaico viaje hasta Cartagena ni de las particularidades de un naufragio del que, por otra parte, ya habían hablado otros supervivientes. Cabría entonces preguntarse por qué sí que dedica varias páginas a hablar en el capítulo I de sus juergas con los tudescos, no habiendo en esto ningún elemento de corte sobrenatural, y la respuesta es que, como ya se dijo, la función de ese primer capítulo se basa en enlazar ambas novelas. 

En definitiva, resulta más que evidente el afán del autor de la Segunda Parte por dejar claro que su obra es una continuación del primer Lazarillo. Ahora bien, en mi opinión, el que una obra sea continuación de otra no es condición necesaria ni suficiente para que la segunda pertenezca al mismo género que la primera, aunque esto sea lo más habitual. Por ejemplo, parece evidente que las continuaciones canónicas del Guzmán o del Quijote pertenecen al mismo género que sus respectivas primeras partes, pero difícilmente podría asegurarse que en ello tiene algo que ver el hecho mismo de ser continuaciones. Si en una segunda parte asistimos a una evolución temática y formal tan extrema que la obra termine por carecer de los rasgos genéricos principales de su predecesora, no tendría sentido pretender que forman parte del mismo género. Esto no implica que la Segunda Parte del Lazarillo no sea una novela picaresca, sino que, si lo es, se deberá a otras causas.

Otro motivo que podría darse para colocar a nuestra obra el marbete «picaresca» sería su posible papel en la formación del género. Alfonso Rey no duda en establecer precisamente en el Lazarillo de los atunes el nacimiento de la picaresca ya que esta «primera imitación, hizo ver la posibilidad de otras», motivando además la réplica de Juan de Luna. Y no solo eso sino que la impresión conjunta de los dos Lazarillos anónimos pudo llevar a que la perspectiva del segundo influyese en el modo de entender el primero y que este hecho tuviese consecuencias en el modo de desarrollarse la picaresca posterior. Otros estudiosos no tienen en cuenta la Segunda Parte antuerpiense y apuntan a que el género realmente nace con el Guzmán en la medida en que Mateo Alemán construye una especie de versión barroca del primer Lazarillo al añadirle grandes dosis de desengaño, pesimismo, doctrina cristiana y elaboración estilística. Pero, ¿es posible que la Segunda Parte haya jugado algún papel en la configuración del Guzmán y, por ende, en la del género picaresco? El propio Rey señala que «la continuación de 1555 presenta rasgos técnicos y estructurales que, bien por influjo, bien por coincidencia fortuita, reaparecen en varios relatos posteriores, incluido Guzmán de Alfarache». Pedro Piñero, al resaltar la diferencia entre la crítica social implícita del primer Lazarillo y la explícita del segundo, llevada a cabo mediante «digresiones reflexivas y denunciadoras», señaló que el anónimo autor de Amberes estaría «indicando el camino a Mateo Alemán». Un ejemplo de este tipo de digresiones extensas ausentes en la primera parte sería la que tiene lugar cuando el general Páver acepta que Lázaro ejecute a unos cuantos atunes para poder salir de la cueva donde habían quedado atrapados a causa de la avalancha de soldados acuáticos que trataban de hacerse con una parte del botín de guerra. Entonces Lázaro reflexiona a lo largo de unas doce líneas en estos términos: «¡Oh, capitanes, dije yo entre mí, qué poco caso hacen de las vidas ajenas por salvar las suyas, cuántos deben de hacer lo que este hace!» añadiendo después la historia del capitán romano Paulo Decio, que se sacrificó por sus soldados en pos de la victoria. 

Michel Cavillac señala la improbabilidad de que un gran lector como Alemán desconociese la continuación del Lazarillo y rescata algunos ejemplos que respaldan su planteamiento. Así, en la segunda parte del Guzmán, podemos ver al pícaro atrapado en un naufragio en el que los navegantes, presas del pánico, empiezan a ofrecerse confesión unos a otros. Aunque el naufragio es un tópico literario, lo cierto es que una situación en la que se describa a seglares ofreciendo el sacramento de la confesión solo había tenido lugar en el Lazarillo de los atunes. Menciona el estudioso también que la fábula de la Verdad despreciada y desterrada que aparece en la primera parte del Guzmán recuerda al mutilado capítulo XV de la Segunda Parte, donde Lázaro dialoga con la figura alegórica de la Verdad que se ha exiliado en el fondo del mar por el desprecio que hacia ella tienen los hombres. En tercer lugar, Cavillac propone que la estructura circular del Guzmán, que comienza y termina sus aventuras en Sevilla, podría haberla tomado Alemán de las dos partes del Lazarillo entendidas como un todo en el que Lázaro empieza y termina su historia en Salamanca. 

Asumiendo que el papel de la Segunda Parte fuese fundamental en la configuración del género, esto sigue sin parecerme un motivo de peso para considerarla una novela picaresca. Como contraejemplo pueden ofrecerse aquellas obras que influyeron en la composición del primer Lazarillo, como podría ser el Asno de oro, del que pudo tomar la narración autobiográfica, los episodios encadenados y el servicio a diferentes amos, y entender que no por ello sería adecuado incluirlas en el corpus picaresco. 

Por último, vamos a ver el argumento o conjunto de argumentos que podría resultar más convincente: la presencia en la obra de rasgos fundamentales de la novela picaresca. Lo cierto es que no son pocas las características típicamente picarescas que posee el Lazarillo de Amberes: narración en primera persona, sátira, afán moralizante, vagabundaje del protagonista… 

El autor de la Segunda Parte emplea el rasgo habitual en la novela picaresca de la narración en primera persona. Cómo ya se dijo, el uso de este recurso tiene una sólida justificación en el Lazarillo original y en el Guzmán de Alfarache pero en la Segunda Parte sirve únicamente para reforzar su carácter de continuación y para que Lázaro pueda relatar los sucesos extraordinarios de su transformación a vuestra merced, aunque no explique el motivo por el que quiere o tiene que hacerlo. Es decir, en la Segunda Parte el recurso de la primera persona pierde su significado original y se convierte en una convención, aunque este hecho constituye la norma dentro de la novela picaresca, por lo que no debería suponer un problema para que como tal se considere nuestra novela. 

Pero sobre este asunto me parece más interesante recalcar que, tal y como se dijo más arriba, el uso de la primera persona en la picaresca responde también a la condición mundana del protagonista quien, a diferencia de los héroes de la novela de caballerías, no tiene a nadie interesado en relatar su vida. Sin embargo, el Lázaro de los atunes, a partir del capítulo II, vive aventuras fantásticas llenas de acción y heroicidad que están al nivel de las que viven los protagonistas del género caballeresco, lo que no da pie a pensar que a nadie pudiera interesarle escribir su historia. 

Las cuestiones de la sátira social y el afán moralizante poseen una gran relevancia en la Segunda Parte. Es cierto que estos asuntos constituyen rasgos fundamentales de la picaresca pero conviene recordar que en nuestra novela, el procedimiento más llamativo y particular empleado, el cual de hecho no tiene cabida en ninguna novela picaresca, y que es el que ocupa la mayor parte de la obra, es el traslado de Lázaro al fondo del mar, al reino de los atunes, del cual se servirá el autor para lanzar una crítica feroz a la sociedad de su tiempo. Es decir, que aunque la sátira y el afán moralizante se encuentran muy presentes en la continuación, es entre los capítulos III y XVI donde se concentran, precisamente en la parte menos picaresca del libro, pues, tal y como explica Pedro Piñero: 

La obra se configura con un marco claramente picaresco, los dos primeros y los dos últimos capítulos, que mantienen con cierta dignidad el modo narrativo del Lazarillo, pero el centro de la historia vuelve a los cauces narrativos de la novela, el roman, al modo de los libros de caballerías. 

En resumen, podemos decir que es cierto que la Segunda Parte posee varios rasgos esenciales del género picaresco pero teniendo en cuenta que también pueden aparecer en otras modalidades narrativas (además del Asno de oro existen otros antecedentes para la narración de tipo autobiográfico, como las Confesiones de San Agustín o las cartas de relación de personalidades como Hernán Cortés o Cristóbal Colón; la crítica social satírica y moralizante puede encontrarse en géneros como las farsas, los diálogos humanistas y las danzas de la muerte) y que en nuestra obra figuran sobre la base de motivaciones no necesariamente propias de la picaresca o que son empleados con procedimientos ajenos al género, tal vez sería conveniente concluir que la presencia de dichos rasgos no es por sí misma una prueba concluyente de que el Lazarillo de los atunes sea una novela picaresca. 

LA SEGUNDA PARTE DEL LAZARILLO COMO NOVELA NO PICARESCA

Siguiendo el hilo de lo comentado en el epígrafe precedente, podemos comenzar ahora analizando los rasgos esenciales de la picaresca que no tienen presencia en el Lazarillo de Amberes y ver si esto sería suficiente motivo como para excluirlo del corpus picaresco. 

La estructura narrativa se encuentra muy alejada del modelo episódico del Lazarillo original y de otras novelas picarescas que por lo general se componen de «una serie de escenas totalmente desconectadas unas de otras, que se desarrollan en distintos puntos geográficos, a veces muy distantes y que solo pueden engarzarse porque tienen un protagonista común». En la continuación antuerpiense no observamos este tipo de escenas ni tampoco el servicio que en cada capítulo el protagonista va prestando a diferentes amos. Como ya se ha dicho, vemos más bien una novelita de transformaciones enmarcada entre capítulos de ambiente picaresco. Es cierto que durante su aventura en el reino de los atunes, Lázaro, en cierto modo, sirve a dos amos, el capitán Licio y el mismo rey, pero las situaciones no tienen nada que ver con las vivencias del primer Lazarillo. Además, podemos apreciar que entre los capítulos existen elementos de continuación más allá del propio protagonista, como puede ser la presencia continuada de varios personajes o el desarrollo de diversos sucesos cuya acción sobrepasa los límites de la unidad capitular. Así, por ejemplo, después de que en el capítulo IV Lázaro salvase la vida del general Páver despejando la cueva a espadazos y que este le asegurase que no solo no sería castigado por ello sino que recibiría «grandes bienes», podemos ver al comienzo del capítulo V cómo Lázaro es citado por el general en sus aposentos, donde le dice: «y te sean perdonadas las valerosas muertes que en la cueva en nuestras compañas hecistes. Y en memoria del servicio que en librarme de la muerte me has hecho, posseas y tengas por tuya propia essa espada».

A pesar de todo, considero que este no sería un motivo de peso para que la Segunda parte no se considerase picaresca. Al fin y al cabo, muchos pícaros pasan grandes periodos de sus vidas sin servir a ningún amo o protagonizan novelas con estructuras muy distintas a la del Lazarillo y no por eso estas dejan de considerarse picarescas. 

Muchísimo más relevante me parece la cuestión de la personalidad del protagonista y, en relación con ello, su condición. En mi opinión, lo que caracteriza de verdad a la novela picaresca es que su protagonista sea un pícaro. Creo que cualquiera puede hacer el ejercicio de imaginar un Lazarillo narrado en tercera persona, con una mayor o menor carga de afán moralizante más o menos explícito, con unos episodios mejor conectados, con un menor nivel de maniqueísmo, con unos padres carentes de máculas o, incluso, con el protagonista afincado para siempre junto al Tormes, y esa abstracción no dejará de parecernos picaresca  siempre y cuando Lázaro continúe siendo un pícaro. Ahora bien. ¿Es el Lázaro de los atunes un pícaro? 

Los pícaros literarios tienen en general dos rasgos o conjuntos de rasgos principales. Por un lado, están las características asociadas al perfil del delincuente, ajenas a Lázaro, más propias de Guzmán. Por otro lado, estarían aquellas relacionadas con la astucia, las que permiten al pícaro desenvolverse en el entramado social y sobrevivir, estas ya sí presentes tanto en Lázaro como en Guzmán. El Lázaro de la Segunda parte no posee, evidentemente, las características asociadas al delincuente. Lo que sí demuestra es estar dotado de astucia e inteligencia, así como de muchas otras virtudes no especialmente picarescas, como valor o fidelidad. Lo que ocurre es que la inteligencia no es una particularidad exclusiva de los pícaros y podría ser razonable pensar que en el Lázaro atunesco responda más a un perfil de caballero que a uno de pícaro. El Lázaro atún no emplea artimañas para sobrevivir al hambre sino para salir indemne de peligros de corte fantástico, para organizar un ejército de peces o, al final de la obra, para vencer al Rector de la Universidad de Salamanca en un enfrentamiento dialéctico. Difícilmente podríamos imaginar al primer Lazarillo cercado en una cueva por soldados, ya fueran humanos o atunes, mientras que, escondido a la entrada, va segando «con muy fieras estocadas»  la vida de todo aquel que se atreva a asomar la cabeza. Este tipo de actividades son ajenas al modus vivendi del primer Lázaro y al del resto de los pícaros. Es más, la conducta y las aventuras del segundo Lázaro lo perfilan como un héroe y no como un antihéroe, que es en definitiva lo que constituye la esencia del pícaro: 

Antes, todo lector se habría soñado dentro de cualquier héroe, pero ¿y ahora? ¿A quién le gustaría ser Lázaro? (…) Lázaro no es Amadís, ni Leriano, ni hay Dianas, ni Orianas firmes y rendidas. A lo largo del Lazarillo corre el hambre, la desnudez, soledad, hastío. Nadie querría ser Lázaro, hambriento, desharrapado, depósito de todos los golpes que se pierden.

Sin embargo, ¿a quién no le gustaría ser el Lázaro de la Segunda Parte y experimentar la sensación de transformarse en un animal acuático con raciocinio humano, explorar las maravillas de una civilización submarina, convertirse en una celebridad militar, ser casado con una bella concubina del rey, servir a este como privado, conocer la Verdad y, finalmente, terminar humillando al mismísimo Rector de la Universidad de Salamanca? Es evidente que, a pesar de ser la misma persona, ambos Lázaros no tienen mucho que ver el uno con el otro y esta cuestión sí que me parece que podría tener peso suficiente como para sacar a la novelita de los atunes del corpus picaresco.

Una última objeción que podríamos explorar es la de la enorme cantidad de elementos ajenos a la picaresca que contiene la Segunda Parte antuerpiense. Es cierto que la presencia de rasgos ajenos a la picaresca no es necesariamente óbice para colocarle la etiqueta a una obra. Sin embargo, es posible que la situación cambie cuando esos elementos sobrepasen ciertos límites cuantitativos y cualitativos. Así, por ejemplo, asumiendo que los capítulos I, casi todo el II, casi todo el XVII y el XVIII son picarescos y que el resto pertenecen al género de la novela de metamorfosis o transformaciones, tendríamos que, aproximadamente, veintiocho páginas conforman la parte picaresca y sesenta y ocho la parte de relato de transformaciones, es decir, en términos cuantitativos, la novela sería picaresca solo en un treinta por ciento. Este hecho no parece jugar muy a favor de considerar picaresca a la Segunda Parte. Sin embargo, me parece más determinante el traspaso de ciertos límites de tipo cualitativo. 

Y es que, aunque la aventura de los atunes ocupase un solo capítulo, tal vez sería suficiente para sacar a la obra del corpus picaresco. El motivo es la ruptura de la verosimilitud, no solo por la presencia de elementos fantásticos como la transformación o la existencia de una civilización oceánica sino también por sucesos que, sin poseer ese matiz fantástico, escapan a la lógica y al conocimiento más elemental. Un ejemplo sería la destreza de Lázaro manejando la espada bajo el agua y matando peces «a diestro y siniestro». Otro aún más estrambótico lo tendríamos en el hecho de que el pregonero sobreviva durante horas sin respirar gracias a que ha bebido mucho vino durante el naufragio, explicando que «por estar lleno del hasta la boca no tuvo tiempo el agua de me ofender», como si fuera la entrada de agua y no la falta de oxígeno la que causara la muerte por ahogamiento. 

Este tipo de desvío respecto a la norma picaresca poseería un nivel de gravedad mucho mayor del que podrían tener otros, como la inclusión del sexo en La ingeniosa Elena o la personalidad bobalicona en el protagonista de El donado hablador, pues parece que el realismo constituye, al igual que el protagonismo de un pícaro, no ya un rasgo habitual de la novela picaresca, sino más bien uno imprescindible. Entiendo, por tanto, que la aventura de los atunes con sus transformaciones, batallas, encuentros alegóricos y demás aventuras submarinas supone también un escollo difícilmente salvable a la hora de incluir la Segunda Parte entre las novelas picarescas. 

CONCLUSIONES

Como hemos podido ver, los principales argumentos que podrían utilizarse para incluir la Segunda Parte dentro del corpus de la picaresca no parecen demasiado convincentes. Una continuación no tiene por qué pertenecer al mismo género que su predecesora y una obra que posea un papel determinante en la formación de un género tampoco tiene por qué formar parte de él. Del mismo modo, poseer algunos rasgos habituales de un género no es condición suficiente para que una obra sea incluida dentro de los márgenes de dicho género, si bien es cierto que el no poseer todas las características habituales tampoco implica que deba ser excluida. 

Dentro de los argumentos que podrían dejar a la Segunda Parte fuera del conjunto de novelas picarescas hemos visto algunos que tampoco resultan convincentes y otros que, bajo mi punto de vista, lo son más. Los primeros serían las carencias de algunos rasgos habituales pero no determinantes como la fragmentación episódica y el servicio a diferentes amos con los que el pícaro va sobreviviendo y aprendiendo. Mucho más determinante es la personalidad de Lázaro, que en la Segunda Parte ha dejado de ser un pícaro, así como su condición, que pasa de antihéroe en el primer Lazarillo a héroe en el segundo. Por último, me pareció importante señalar que en torno al setenta por ciento de la extensión de la obra está ocupado por una narración adscribible al género de transformaciones mientras que solo el treinta por ciento restante de las páginas podría llegar a enmarcarse en la picaresca, además de que en sí mismo, el elemento de la metamorfosis y las aventuras submarinas rompen con la verosimilitud narrativa inaugurada por el Lazarillo y seguida por el resto de las novelas picarescas. 

En definitiva, considero que cualquiera de los tres últimos argumentos, (Lázaro-héroe; setenta-treinta; inverosimilitud) incluso aunque solo se diera uno de ellos, sería suficiente para concluir que la Segunda Parte del Lazarillo no debe considerarse una novela picaresca. 

Ahora bien, es cierto que la obra sí que podría entrar en el corpus picaresco si se emplean determinados enfoques para llevar a cabo el análisis. Por ejemplo, si asumimos que cualquier obra con «gusto picaresco» puede ser incluida, evidentemente nuestra novela podría formar parte del corpus junto a otras obras como El diablo cojuelo o la Vida de Villaroel. Del mismo modo, asumiendo el enfoque de Lázaro Carreter, no sería muy disparatado asumir que el autor del Lazarillo de los atunes decidió aprovechar para su obra algunos rasgos de una de las obras principales del género, tratando de innovar con ellos, llevando a cabo, por ejemplo, una sátira más explícita que la planteada por el autor del primer Lazarillo. En tal caso, no quedaría más remedio que considerar la Segunda Parte como novela picaresca.

Aunque el enfoque de Fernando Lázaro me parece muy útil e interesante, creo que su propuesta debería someterse a algunos límites, de tal forma que ciertas innovaciones con determinados rasgos dejasen fuera del corpus a algunas obras. Tal vez podría establecerse una jerarquía de rasgos, de tal forma que los de orden superior, como podrían ser el protagonismo de un pícaro o la ausencia de elementos fantásticos, no pudieran alterarse mientras que sí se aceptase la innovación diferenciadora en rasgos de segundo orden como la sátira o la estructura narrativa. 

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