24/11/21

Suélteme el brazo, señora - Pólvora en salvas XIV

Me da igual cómo se pongan las autoridades sanitarias, las civiles o las militares; no me importa si me quitan el gimnasio, el trabajo o la libertad de movimiento; y me trae sin cuidado que me impongan la muerte social, la física o la espiritual. Yo no me voy a pinchar, y al que quiera tacharme de loco, negacionista, bebelejías, anticiencia, magufo, ultraderechista, irresponsable o genocida, solo le puedo decir que adelante, que yo todos esos calificativos se los hago llegar automáticamente a mi médico, el doctor Jones, de nombre Misco. 

Tengo motivos de sobra para no inocularme esa poción y voy a exponerlos aquí, no pretendiendo convencer a nadie, porque otra cosa que me la trae al pairo es lo que cada cual introduzca en su cuerpo, sino porque me apetece hacerlo, que para algo dispone uno de su columna de artículos de opinión de periodicidad indeterminada.

Lo primero es que tengo cero posibilidades de que me mate el bicho, ya que soy joven y no adolezco de obesidad ni de otras patologías. Lo segundo es que existe cierta probabilidad de llevarme un premio en la trómbola de las farmacéuticas. Y es que esos boletos ganadores no distinguen entre jóvenes y viejos ni entre personas que se cuidan y personas que se autodestruyen. Es cierto que las posibilidades de que te caiga una miocarditis son bajas. En Estados Unidos, por ejemplo, se han notificado unas once mil lesiones cardiacas tras administrarse ciento ochenta y nueve millones de dosis, lo cual arroja una probabilidad del 0.0058%, una cifra no demasiado alta, pero es que mantener mi brazo alejado de la aguja me ofrece un panorama muchísimo más atractivo

Antes de discutir el tema de la transmisión, que mucha gente considera una razón de peso para inyectarse el liquidillo, quería comentar un tercer motivo para no inocularme: mi inmunidad al bicho. Esto no es algo que haya descubierto tras someterme a algún tipo de sofisticado análisis, que ni siquiera sé si existe, sino, simplemente, porque este verano eché un pinchito con una infectada. Naturalmente, ni ella ni yo lo sabíamos en el momento del acto amatorio. Me enteré al día siguiente, cuando a mi WhatsApp llegó una foto de un test positivo, un «lo siento» y un emoji triste. «Vaya, para una vez que…» pensé, pesaroso. Sin embargo, no me sucedió absolutamente nada, ni una tos, ni unas décimas de fiebre, nada; me mantuve sano y fuerte como un toro. Pasé el bicho sin síntomas, por tanto, soy inmune, y por tanto, meterme el brebaje tiene todavía menos sentido que si no hubiese mantenido aquella veraniega e inmunizante relación íntima. 

Pero hablemos ahora de la transmisión. Se dice mucho que el potingue no evita el contagio totalmente, aunque sí en cierta medida. Dejando de lado que yo tengo derecho a priorizar mi salud por encima de la del resto y que por tanto estoy legitimado a no pincharme, ya que en mi caso es más peligroso el remedio que la enfermedad, dejando esto de lado, digo, podemos preguntarnos qué cabría esperar si eso fuera cierto, si fuese verdad lo de que la inoculación reduce las posibilidades de que el bicho se transmita. Pues un efecto que cabría esperar es que se diese una correlación clara e inversa entre la tasa de pinchazo y la incidencia del bicho (a mayor tasa, menor incidencia). ¿Ocurre esto? En los medios asustaviejas vemos constantemente noticias de diversos países europeos con tasas bajas de pinchazos en los que la incidencia se encuentra disparada. Según esta versión, todo apuntaría a que sí, a que esa correlación resulta evidente. Sin embargo, ¿qué pasa si nos metemos en Datos Macro, miramos la tasa de pinchazo y la incidencia de cada país europeo e introducimos los datos en un gráfico de esos de dispersión? Pues pasa esto: 

Vaya, pero si salta el error 404 correlación not found, ¿quién podía haberlo imaginado? Además, el gráfico muestra algunos hechos curiosos. Por ejemplo, en tasas de pinchazo por debajo del 50% solo hay dos países con la incidencia por encima de 1000, mientras que en tasas de pinchazo superiores al 50%, vemos que hay ocho países que superan dicha incidencia. Hmmmmm, curioso. En fin, que si me quieren convencer de que el mejunje limita la transmisión del bicho, se lo van a tener que currar un poco más. 

Por último, no quería cerrar este ladrillo sin comentar una cuestión que, si bien es cierto que no supone un argumento contra el pinchazo en general, sí que espero que pueda difundir un poco de sana desconfianza en torno a este asunto. Es algo que afecta, hasta donde yo sé, únicamente a la distribuidora principal, a esa banda de criminales llamada Pifier, que en España ha suministrado cincuenta y tres de los setenta y cinco millones de dosis inoculadas. Tal y como puede leerse en El País, un medio nada sospechoso de ser negacionista conspiranoico de ultraextrema derecha radical, Pifier soltó nada menos que setenta y cinco millones de dólares en 2010 para evitar procesos judiciales, atención, por la muerte de once niños nigerianos y por las brutales secuelas causadas a varias decenas más (ceguera, sordera, daños cerebrales…) tras probar en ellos un medicamento contra la meningitis. En fin, que sí, que si no quiero colaborar con el negocio de estos miserables hijos de Satanás, tengo otras opciones en el menú sanitario que, al menos, que se sepa, no han utilizado niños como cobayas humanas, pero, que no, señora, que ya se lo he dicho por activa y por pasiva, que yo no voy a pincharme, ¡suelte el brazo ya!

23/11/21

Resurrección

Hay un cadáver en cada verdad,

cadáveres frescos como leche fresca,

como auroras nubosas en lapsos de estío.

Hay cadáveres en la noche bajo estrellas solitarias,

difuntos que duermen el sueño de la vida.

En cada cama yace un cadáver,

bellos y tiernos, dulzura en podredumbre.

Moradas-sepulcro de barrios-velatorio

de ciudades-cementerio de millones de cadáveres.

¿Quiénes sois, cadáveres lozanos

pasando ante mí como espectros esquivos?

Soy uno de los vuestros, ¿acaso no lo veis?

¿No sentís la podredura percudiendo mi alma?

Níveos cadáveres de músculos tersos,

de muslos calientes cual matriz encinta,

bailemos esta noche las danzas de la muerte,

bailemos desatados sobre tumbas afables.

Visita mi nicho, linda fallecida,

dulce muertecita de rigores vibrantes,

mi cripta está abierta, mi losa es tu losa,

candente insepulta, resucita conmigo.

5/11/21

Neo-márquetin

–Hola, muy buenos días. Le llamo de AmaPfizeron2030 para hablarle de nuestro nuevo medicamento, Antiboom. Ensayos clínicos han demostrado que posee una absoluta eficacia de entre un cien y un veinticuatro por ciento a la hora de protegernos contra la nueva variante Omega Premium Apocalipsis Budokai Tenkaichi 3, la cual, como todo el mundo sabe, hace explotar la cabeza de las personas contagiadas que no estén al día con la vacuna de refuerzo semanal. Por favor, dígame cuántas unidades desea comprar. 

–Mira, amasijo de cables, vete a la cibermierda con tu publicidad engañosa.

–De acuerdo, caballero, veo que es usted un peligroso negacionista, así que, por la autoridad que concede a AmaPfizeron2030 la Ley Mundial de Pandemias, aprobada ayer bajo secreto por el Consejo Ejecutor de la ONU, me dispongo a lanzar un letal ataque biológico sobre su vivienda. 

–¡Un momento, por favor...!

–Que tenga un buen día, caballero.

2/11/21

Escritores intentan imitar a Bukowski y pasa esto - Pólvora en Salvas XIII

Todos los escritores, desde el más eximio de los profesionales hasta el más mediocre de los aficionados, poseen referentes. Esto no tiene nada de malo y me atrevería a decir que es algo completamente inevitable, pues resulta complicado imaginar a un amante de la escritura que no admire, al menos, alguna que otra obra ajena. Por otra parte, tantos siglos de literatura han dado lugar a que casi cualquier cosa que se escriba no sea más que una leve variación de algo que ya se escribió muchas veces en el pasado. Por ejemplo, todo aquel que dé a luz una historia sobre un personaje que sale de su hogar, vive aventuras y regresa, estará tomando como referencia, lo sepa o no, la hay leído o no, a la Odisea de Homero. 

Pero una cosa es tener referentes que nos influyan a la hora de escribir y otra muy distinta pretender, prácticamente, convertirnos en esos referentes. Este fenómeno no resulta demasiado habitual, pero existe un caso de elevadísima recurrencia, y es el de la pléyade de escritores jóvenes y no tan jóvenes, profesionales y no tan profesionales, que tratan de, prácticamente, convertirse en Charles Bukowski. Un caso paradigmático lo tendríamos en José Ángel Mañas, autor de la exitosa novela Historias del Kronen, la cual ha provocado en mí un intenso sentimiento de vergüenza ajena desde las primeras frases (espero que si algún día José Ángel lee esto no se enfade. Mi novela también da vergüenza ajena pero al menos él ganó un montonaco de dinero con la suya). 

Comprendo perfectamente a todos los que han caído en esta trampa porque yo he sido uno de ellos, algo que con el tiempo me ha llevado a renegar de mi única novela publicada. Y es que, cuando uno lee por primera vez a Bukowski, siente que ha descubierto un tesoro literario de incalculable valor. Uno percibe en la narrativa y la poesía de Hank una inmensa novedad, un estilo distinto a todo lo que se ha leído hasta entonces y, claro, el deseo de escribir de un modo parecido tarda poco tiempo en aflorar. Además, parece que no es tan difícil; parece que todo consiste en utilizar frases muy breves, muchos párrafos, cortar los versos aleatoriamente, utilizar palabrotas, hablar de drogas, alcohol, cigarrillos y prostitutas, algún que otro tema polémico, alguna que otra referencia intertextual… «vaya, pues creo que yo también podría hacerlo». Pues, no, resulta que la cosa no es tan sencilla y que, cuando se intenta, lo único que se logra, en la mayoría de los casos, es producir basura impostada

El estilo personalísimo de Bukowski no puede reducirse a una ecuación o a una suma de ingredientes porque su estilo es, precisamente, resultado de su personalidad y de sus vivencias. Si no eres Charles Bukowski, nunca escribirás como él y, si lo intentas, acabarás, casi con total seguridad, provocando una mezcla de pena y vergüenza. Si quieres aceptar un consejo de un escritor aficionado que fracasó tratando de convertirse en escritor profesional, no intentes imitar a nadie. Lee muchísimo y escribe todo lo que puedas y, con el tiempo, tu propio estilo irá emergiendo. Probablemente no sea tan fascinante como el de Bukowski, pero, al menos, resultará natural, lo cual es mucho más de lo que puede ofrecer un considerable número de escritores exitosos y no tan exitosos.  

28/10/21

Fragmentos sublimes de literatura española en la prensa

El artículo puede considerarse una especie de primo pequeño del ensayo y, en torno a ambos y a otras formas discursivas, como el diálogo o la biografía, y que pueden englobarse bajo etiquetas como «géneros no miméticos» (Domínguez Caparrós) o «géneros didáctico-ensayísticos» (García Berrio y Huerta Calvo), se alza la polémica sobre si deben o no ser tratados como miembros de pleno derecho de la gran familia literaria. La decisión que tomemos con relación a este asunto dependerá de la definición de literatura que decidamos adoptar: si consideramos la mímesis, la ficción, como un rasgo esencial del arte de la palabra, entonces, en principio, se quedarían excluidos; mas si sostenemos que basta para calificar a un texto como literario el hecho de que este muestre voluntad de estilo, intención artística o estética, o como queramos llamarlo, entonces el artículo podrá considerarse literatura en estado puro, especialmente cuando es ejercitado de modos tan excelsos como los que veremos a continuación. 

Nota 1: He seleccionado estos fragmentos únicamente por su belleza formal, no tengo por qué estar de acuerdo o en desacuerdo con los contenidos. 

Nota 2: Todos los fragmentos provienen de artículos compilados por el profesor Francisco Gutiérrez Carbajo en los libros Artículos periodísticos (Castalia, 1999) y Artículos literarios en la prensa (Cátedra, 2007).


EL MAL DE ESPAÑA (1903) - JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, «AZORÍN»

Pero descended al hecho; dejad el libro y el período; meteos en un pueblo, vivid en él; saturaos de sus hombres y de sus cosas. Y entonces, en este pueblecillo, toparéis con una apretada y menuda red de pasiones, de prejuicios, de sordideces, de miseria, de tristeza. La pobreza de un suelo sin agua ni árboles -que son talados bárbaramente-, sin cultivos racionales, ha contribuido a cristalizar este ambiente a lo largo de las generaciones; se vive en casas incómodas; se come apenas; se carece en invierno de leña que conforte nuestros miembros helados; en algunas partes es tanta la pobreza, que pasan las noches en tinieblas, faltos de luz artificial... ¿Cómo un hombre ha de transformar en breves años este medio y esta mentalidad, que es su corolario? Y así es toda España; quitad la región del Cantábrico, separad las estrechas estepas irrigadas de la depresión del Ebro y del Mediterráneo, y tendréis la España hórrida y muerta de las dos mesetas y la España yerma de los latifundios andaluces y extremeños...


DIVAGACIONES (1905) - ANTONIO MACHADO

En su hermoso libro Vida de Don Quijote y Sancho enaltece Unamuno la locura, el ímpetu generoso. Sóbrale razón. ¿Necesita maestros de cordura esta tierra de vividores, de fríos y discretos bellacones? Locos necesitamos, que siembran para no cosechar. Cuerdos que talen el árbol para alcanzar el fruto, abundan por desdicha. ¿Dónde están los lunáticos, los idealistas, los renunciadores, los ascetas, los románticos, que apenas se ven por ninguna parte? ¿Qué fantasmas son esos? En estas luchas de parásitos, que es la vida española, ¿quién ha visto a caballeros de la muerte? Tierra es esta de vividores. Venga en último caso quien enseñe y ayude a bien morir. 


EL INSTINTO BÉLICO DESPUÉS DE LA GUERRA (1918) – LUIS BELLO

Desde 1914 hay millones de niños que tienen a sus padres, a sus hermanos en la guerra. ¿Qué hacen? ¡Matar! Esta es una terrible «lección de cosas». Matan por defender su patria y todas las ideas ajenas a la idea de patria. Luego se extenderán por el mundo esos millones de hombres que han matado y que, sin ellos quererlo, han adquirido el hábito de la violencia y han perdido el sagrado temor de la sangre. El más noble tendrá la heroica intrepidez de un cirujano que saja en el enemigo, con sangre del enemigo, y si es preciso con sangre propia, el tumor de la agresividad bélica. Otros conservaran la impasibilidad del carnicero ante la matanza. ¿Hasta dónde llegará después la reacción contra los horrores de hoy? Esos mismos que viven días de dolor y de gloria, los de las ofensivas mortíferas, los de los avances sobre montones de carne humana, los que asaltan trincheras y las limpian de defensores, los que arrojan bombas sobre los acantonamientos, los que no sueñan sino con la destrucción y muerte del adversario, ¿qué harán después, cuando vuelvan a la paz de su hogar y acaricien la frente de un niño que quiere saber lo que su padre hizo en la guerra? ¿Continuarán la leyenda de la gloria bélica?


EL HAMBRE, LA IGLESIA Y LA NACIÓN (1934) – AMÉRICO CASTRO

Mas si no se sabe con seguridad adónde queremos arribar, ni en qué navío se va a realizar el viaje, es innegable que están ahí unos millones de seres sumidos en desventura (miseria nativa, fatalidad, ambiente sin entrañas, incapacidad propia). Tales gentes han aprendido a tener conciencia de su daño y a expresarlo. Saben que ningún dolor les menguará por espontánea iniciativa de los demás, que imperturbables les dejaran fenecer. Fracasado el ensayo cristiano de evangelizar al prójimo (siempre utópico), saben los débiles que solo les resta la serena y propia energía. Por amor y deber nadie se adelanta a satisfacer la demanda del paria -el cual, por lo demás, si mañana se hace fuerte dejará en mantillas a sus colegas en bienestar-. El naufragio de la Iglesia es en este punto cosa tan enorme, que si el plomo de la rutina no aplastara las posibilidades de discurrir, no quedaría una sola persona de buena fe que se llamará cristiana. Por qué, ¿cómo es posible que obispos, clérigos, frailes de todo linaje, amén de esas monjas que salieron a votar, no acudan en apretadas legiones a los lugares de horror donde millares de criaturas -llamadas sarcásticamente hijos de Dios- viven en dura e incalculable desdicha, y no se tornen en sus primeros sostenes y sus más ardientes valedores? Sus mimos no son para los parias, sino para los beatos (bienaventurados) en esta vida, a los que preparan en justa compensación los sedosos y aterciopelados placeres de la otra. Y esos son los agentes de la divinidad; y su agenda sirve también para las elecciones y para anestesiar a la República. 


ORACIÓN POR LOS CAIDOS (1938)  RAFAEL SÁNCHEZ MAZAS  

Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir no sólo su potencia sino su odio. A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa preferimos la derrota, porque es necesario que, mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y una moral superiores. Aparta así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos y lo que se ha solido hacer en hombre del vencedor impotente de clase, de partido o de secta, y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una cristiandad civilizada y civilizadora.


TEJER Y DESTEJER (1979) - CAMILO JOSÉ CELA

Sobre el cañamazo de la historia el hombre teje, desteje y vuelve a empezar pacientemente, aplicadamente, eternamente, como si no supiera hacer más cosa que ir y venir, un pie tras otro, adelante y atrás, ayer, hoy y mañana, un día y otro día y otro, hasta que muere y se desdibuja en el horizonte familiar y en la flaca memoria de las gentes. Para Tucídides, la historia no es sino un incesante volver a empezar. 

–¡Es un supuesto muy amargo!

–No; Quizá no sea más que una evidencia sin sabor alguno. O una ilusión para no morir de hastío. 

–Quizá.


T. V. = TEDIUM VITAE (1987) – CARMEN MARTÍN GAITE

Cuando llega la noche de verano, el pirulí de televisión vigila con sus ojos encarnados el deambular de los vecinos insomnes que se trasladan sin designio de una habitación a otra, bajan a la calle a pasear un perro, riegan las adelfas achicharradas de sus terrazas, y acaban claudicando de todo, inmovilizados frente a las imágenes sincopadas que dispara el televisor, encendido aunque no lo mire nadie. Desde mi ventana abierta se ven sus ventanas abiertas, y a través de ellas se percibe, multiplicado e idéntico, el resplandor azulado que emiten los rectángulos gobernados desde el pirulí. Todos estamos mirando lo mismo, enterándonos al mismo tiempo de lo mismo, familiarizándonos con un terror inoculado como droga rutinaria, veneno neutralizado por el contraveneno del tedio con que se recibe.


VERGÜENZA BIOLÓGICA (1991) - MANUEL ALCÁNTARA  

La operación "Tormenta del Desierto" nos ha metido a todos arena en los ojos. Por eso estamos llorando. Entre las lágrimas y la arena se forma un barro sucio y es el momento de preguntarnos si no estaremos hechos de ese barro. Quizá el ser humano no tenga remedio, o quizá ocurra, así se ha pensado a veces, que el hombre es bueno y los hombres son malos. Lo cierto es que una ráfaga de pesimismo antropológico nos lleva a sentir lo que Valle-Inclán llamó vergüenza biológica. ¿Por qué tengo yo que pertenecer a esta especie cruel? La humanidad ha retrocedido de ayer a hoy, desde el mismo momento en el que empezaron los bombardeos nocturnos, que parece que los iraquíes, como los comanches, no gustan de guerrear en la noche, y el mundo es peor de lo que era. Un mesón destartalado donde los huéspedes matan y mueren. 


DUENDES EN LA GALAXIA GUTENBERG (1992) - LUIS LANDERO  

Pero, de todas aquellas academias, recuerdo sobre todo una que quedaba por Fuencarral, en un piso segundo que daba a unos patios interiores donde nunca se oía nada salvo, en días de lluvia, un canalón ciego que vertía de lo alto. Todo era allí sucio y penumbroso. Una luz trémula de oratorio apenas se bastaba para poner en fuga la vaga perspectiva de unos corredores largos, de techos encumbrados y confín ominoso. El equívoco de los claroscuros, los espejismos del silencio, los recovecos y rincones: todo invitaba allí a la levedad y al devaneo. A la larga, aquel ambiente entre hospitalario y soporífero se me revela como una imagen exacta de la época. Más de un estudiante, rendido por una jornada laboral que había empezado con el amanecer, se quedaba dormido sobre el pupitre, mientras remotamente el profesor explicaba de Hegel lo único que al parecer había entendido de él: su oscuridad. Él soñaba con Hegel y el estudiante soñaba acaso con un automóvil, una muchacha y un domingo de sol. Hijos de la misma desdicha, parecían ambos representar los sueños monstruosos o líricos de la razón desvanecida.


MELANCOLÍA (1993) - LUIS ALBERTO DE CUENCA

Ya no te sirve tu ciudad. La han convertido en un inmenso basurero donde los ciudadanos escarban buscando su ración de podredumbre, donde la fuerza bruta impera y todos desconfían de todos. ¿Qué pintas tú en esta ciudad sórdida y bronca donde nadie sonríe, plagada de automóviles, de calles levantadas, de caras antipáticas y hostiles, de jóvenes sin futuro y viejos aterrorizados? ¿Qué tienes que ver tú con una ciudad que va quitándose de encima los cafés y los cines para instalar, a cambio, en cada esquina un videoclub o una sucursal bancaria, con una ciudad que identifica el placer con el alcohol y con las drogas y que cree que sólo es posible divertirse de noche?

21/10/21

La Biblia en los Sueños de Quevedo

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura La Antigüedad Clásica y la Biblia en la literatura medieval y del Siglo de Oro, impartida por doña Ana Suárez Miramón en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


INTRODUCCIÓN

Don Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) nos legó una vasta y polifacética obra literaria conformada por una infinidad de textos pertenecientes a diversos géneros narrativos, poéticos y teatrales. Atendiendo al contenido de sus producciones, podemos ver que nuestro autor escribió también sobre una amplia variedad de temas utilizando distintos enfoques. Encontramos así bajo su firma narraciones satíricas, festivas, políticas, filosóficas o critico-literarias pero también poesías amorosas o burlescas, traducciones, loas, entremeses y hasta una de las más importantes novelas picarescas que se han escrito: La vida del Buscón. Dentro de su producción narrativa destacarían los Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, barroco y expresivo título bajo el que fueron reunidas cinco obras satírico-morales escritas por Quevedo aproximadamente entre 1605 y 1621. Estos textos vivieron una amplia difusión manuscrita, de tal forma que llegaron a circular cientos de copias hasta que, en 1627, pasaron al fin por la imprenta. Ninguno de los cinco sueños puede considerarse como prototipo del género y, aunque presentan importantes diferencias, poseen también una serie de rasgos comunes, como por ejemplo: 

  • Narración autodiegética que favorece la ambigüedad autor-narrador¹. 
  • Segmentación episódica y presencia de fragmentos narrativos extensos únicamente al comienzo de cada obra, motivo por el que Ilse Nolting-Hauff los denominó pseudonarraciones o «diálogos con un marco narrativo». 
  • Procedimientos técnicos como hipérbole, concentración textual, agudeza, generalización tendenciosa o descripción grotesca, todos ellos aplicados a la reflexión moralizante y a la sátira de vicios, oficios y tipos, como sastres, falsos nobles, médicos, funcionarios de la justicia, dueñas o cornudos entre muchos otros.  
  • Elementos sobrenaturales como personificaciones alegóricas (la Muerte, el Desengaño), resurrecciones (incluso de personajes históricos como Mahoma o Lutero) o presencia de demonios y ambientaciones de la escatología cristiana (el infierno, el valle del juicio final). 

Quevedo buscó evitar en sus Sueños las habituales incongruencias presentes en sátiras menipeas²  anteriores, como el hecho de que a personajes de la mitología clásica les importase que los humanos guardasen respeto o no hacia los preceptos del cristianismo, algo que sucede por ejemplo en el Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés. De este modo, nuestro autor concibió una sátira menipea cristiana con situaciones y ambientes escatológicos cristianos, lo cual supuso toda una osadía en un contexto postridentino, algo de lo que Quevedo era muy consciente, pues llegaba incluso a alardear de ello. 

Es de sobra conocido que el autor madrileño poseía un vasto conocimiento de las Escrituras y de la cultura grecolatina gracias a sus hábitos intelectuales y a su formación, pues estudió Humanidades con los jesuitas en Ocaña y en 1596 ingresó en la universidad de Alcalá, licenciándose en artes y adquiriendo una amplia formación filosófica y humanista, además del dominio de las lenguas clásicas. Posteriormente estudió Teología en la universidad de Valladolid y comenzó a dar sus primeros pasos en la literatura. Además de esto, participó en la revisión de la Biblia Regia de Arias Montano y conformó una importante biblioteca personal. Su erudición en cuestiones bíblicas le sirvió como prueba de autoridad en materias como la moral, la política o la teología. En sus obras, Quevedo utilizó las Escrituras de diferentes modos, desde la cita aislada hasta el empleo como hipotexto, variación cuantitativa que dependía del género en que trabajase, de tal forma que hacía un uso más amplio en textos religiosos, filosóficos o políticos que en los satírico-burlescos. A pesar de esto, en las próximas páginas podremos ver que el papel de la Biblia resulta muy relevante en los Sueños

Para llevar a cabo la tarea que me propongo, voy a servirme principalmente de las notas a pie de página que Ignacio Arellano redactó en su edición crítica de esta obra quevedesca para la editorial Cátedra, aunque en cada referencia acudiré directamente a la Sagrada Biblia, traducida por Félix Torres Amat directamente de la Vulgata latina. Esta última era la versión que utilizaban nuestros escritores auriseculares y, de hecho, aunque Quevedo llegó a emplear en algunas obras el Talmud, la Cábala o la Biblia de Ferrara, en más de una ocasión defendió la superioridad de la Vulgata tanto por razones estilísticas como exegéticas, mostrando así su adhesión a la ortodoxia postridentina. 

Por motivos de espacio, no me va a resultar posible realizar una relación completamente exhaustiva y detallada de la presencia escritural en los Sueños, pero confío en que la muestra resultará lo suficientemente amplia y representativa como para mostrar una imagen fidedigna del papel de la Biblia en esta obra cumbre de nuestro Siglo de Oro.


LA BIBLIA EN EL SUEÑO DEL JUICIO FINAL

El título original de esta obra era El sueño de Don Francisco de Quevedo, por lo que es posible que fuese concebida con un enfoque individual, a la manera de los sueños que habían escrito humanistas como Lipsio o Juan Maldonado. Sin embargo, Quevedo logró una enorme originalidad al tratar la postrimería del juicio final, algo que no se había hecho hasta entonces a pesar de que sí se habían dado tratamientos satíricos del infierno. Vemos así que la importancia de la Biblia se manifiesta en la misma elección de la materia temática, pues la idea del juicio final puede encontrarse tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En la introducción a la Profecía de Joel, se explica que este profetizó el juicio final; la idea se menciona en Eclesiástico, 16, 21: «¿y aquella espantosa tormenta del juicio final, que jamás habrán visto igual ojos humanos?»; ya en el Nuevo Testamento, en San Mateo, 25, podemos leer cómo Cristo explica que todas las naciones comparecerán ante Dios y que los justos irán al cielo mientras que los malditos marcharán «al fuego eterno, que fué³ destinado para el diablo y sus ángeles ó ministros»; por citar un ejemplo más, en Apocalipsis, 20, podemos leer la descripción del juicio final, donde se dice «y fueron juzgados los muertos, por las cosas escritas en los libros, según sus obras».

La primera referencia bíblica, como cabría esperar, aparece pronto en este sueño. El narrador nos explica que, una noche, se quedó dormido leyendo el libro del beato Hipólito sobre el fin del mundo y la segunda venida de Cristo y que enseguida soñó con un mancebo que tocaba una trompeta, provocando que los huesos de los muertos empezasen a salir de la tierra. Esta situación podemos leerla en 1ª Corintios 15, 52: «porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán». A continuación, Quevedo nos cuenta que los huesos empezaron a unirse unos con otros, de modo similar a como se describe en Ezequiel 37, 7: «oyóse un ruido y hé aquí una conmoción grande; y uniéronse huesos á huesos, cada uno por su propia coyuntura». Asistimos a un desfile de macabras y estrambóticas situaciones mientras pecadores de distinto tipo van recomponiendo sus cuerpos y entonces el autor menciona que se encuentran en «el día de la ira», posible alusión a San Pablo, quien dice en Romanos 2, 5: «vas atesorándote ira y mas ira para el dia de la venganza, y de la manifestación del justo juicio de Dios».

Ilse Nolting-Hauff destaca el impactante efecto que Quevedo consigue en este sueño gracias a la «tensión extraordinariamente grande entre materia bíblica y elaboración satírica». Considero que un buen ejemplo de lo que apunta la hispanista tendría lugar cuando vemos resucitar a las mujeres acusadas de corrupción, las cuales se sienten «muy alegres de verse gallardas y desnudas y que tanta gente las viese». Así, Quevedo estaría utilizando el motivo bíblico de la resurrección de los muertos para satirizar contra estas mujeres en una escena extremadamente indecorosa para los estándares morales de la época y que presumiblemente generaría un gran impacto en muchos lectores. 

Precisamente se nos dice que las mencionadas mujeres «comenzaron a caminar al valle», que no es otro que el valle de Josafat, localización del juicio final mencionada en la Profecía de Joel: «Levántense las gentes y vengan al valle de Josaphat; porque allí me sentaré yo á juzgar á todas las naciones puestas á la redonda».

Unas páginas más tarde podemos leer la descripción de Dios en su trono o solio «vestido de sí mismo, hermoso para los santos y enojado para los perdidos, el sol y las estrellas colgando de la boca, el viento quedo y mudo». Arellano comenta que estas palabras pueden evocar la visión de Dios ofrecida en Apocalipsis, 4: «y vi un solio colocado en el cielo, y un personaje sentado en el solio (…) tributaban gloria, y honor, y bendición de acción de gracias al que estaba sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos»; respecto a los rasgos meteorológicos, podrían estar aludiendo a numerosos pasajes bíblicos como por ejemplo el Salmo 96: «Circuido está de una densa y oscura nube (…) Fuego irá delante de él (…) alumbrarán sus relámpagos el orbe».

Más tarde se nos habla de una puerta «tan angosta, que los que estaban a puros ayunos flacos aún tenían algo que dejar en la estrechura», la cual hace referencia a la mencionada en San Mateo, 7: «iOh qué angosta es la puerta, y cuán estrecha la senda que conduce á la vida eterna». 

Poco después, haciendo gala de su maestría con los juegos dilógicos, Quevedo explica que la cuenta de los acusados comenzó por Adán, al que le pidieron cuentas por la manzana. Judas se pregunta sobre qué cuentas no le pedirán a él, ya que vendió «al mismo dueño un cordero». Tanto Adán como Judas son personajes fundamentales en las Escrituras. El primero es creado por Dios en Génesis 1, 27, aunque su nombre no aparece hasta Génesis 2, 19, cuando Dios lo llama para que elija los nombres de los animales. Por su parte, Judas Iscariote es mencionado por primera vez en la Biblia en San Mateo, 10, 4. Cuando Quevedo escribe que Judas vendió a un cordero, se refiere, evidentemente, a Cristo, pues en San Juan, 1, 29, podemos leer que Juan el bautista, cuando vio a Jesús, dijo «He aquí el Cordero de Dios, ved aquí el que quita los pecados del mundo». Judas aparecerá de nuevo casi al final del sueño, cuando es juzgado junto a Lutero y Mahoma, alegando en su defensa que, aunque vendió a Cristo, gracias a ello se pudo salvar la humanidad. Nolting-Hauff explica que en El sueño del Juicio Final, las apariciones de personajes bíblicos, históricos o mitológicos «hacen más bien el efecto de anticipaciones esbozadas de retratos posteriores más detallados». Así, Lutero, Mahoma y Judas reaparecerán en el Sueño del infierno protagonizando tres escenas mucho más extensas. 

Como es lógico, en este fragmento la densidad de referencias bíblicas resulta muy elevada, hasta tal punto que nuestro autor directamente explica que durante el proceso se pasó al Testamento Nuevo, tomando los apóstoles su lugar al lado de Dios. A continuación, en una compleja estructura conceptista, un demonio acusa a un hombre, el cual señaló a Cristo con la mano (porque le pegó una bofetada) como Juan bautista lo señaló con el dedo (cuando dijo que era el Cordero de Dios). Dicho hombre aparece en San Juan 18, 22: «uno de los ministros asistentes dio una bofetada á Jesús, diciendo: ¿Así respondes tú al Pontífice?».

Enseguida aparecen Pilatos y Herodes, personajes utilizados por Quevedo en innumerables ocasiones, no solo en los Sueños. Al ser conscientes de que su destino son las llamas eternas, Pilatos comenta irónicamente que eso le pasa por haber querido ser gobernador de judíos mientras que Herodes explica que no puede ir al cielo pero tampoco al limbo, pues los inocentes no se fiarían de él. Pilatos aparece en los cuatro Evangelios, en Hechos de los Apóstoles y en 1ª Timoteo. Su papel fundamental es desentenderse de la ejecución de Cristo aun considerándolo inocente, como puede leerse por ejemplo en San Mateo, 27: «Inocente soy yo de la sangre de este justo: allá os lo veáis vosotros». Por su parte, Herodes tiene presencia en San Mateo, San Marcos, San Lucas y Hechos de los Apóstoles. Como personaje bíblico es conocido por ordenar la masacre de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén para evitar ser destronado por el Rey de los Judíos anunciado por los Magos de Oriente, tal como se lee en San Mateo, 2: «y mandó matar á todos los niños, que había en Bethlehem, y en toda su comarca, de dos años abajo, conforme al tiempo de la aparición de la estrella que había averiguado de los Magos». A esto se debe la cuestión mencionada un poco más arriba: Herodes no puede ir al limbo pues este lugar se encontraría lleno de almas de niños muertos sin recibir el bautismo. 

Algunas páginas después podemos ver a un pastelero al que se acusa de haber utilizado carne de gato, oveja, caballo, perro e incluso ratones y moscas, señalando Quevedo que en sus pasteles había más animales que en el arca de Noé, donde no entraron las dos últimas especies. Según nos explica Arellano, existía la creencia popular de que estos animales nacían de la suciedad o la podredumbre, por lo que, al no requerirse un individuo de cada sexo para la procreación, no sería necesario su ingreso en el arca. El episodio del arca de Noe se desarrolla en Génesis, 6-9.

Más tarde vemos un pasaje repleto del mejor conceptismo quevedesco en el que un avaro es juzgado a la luz de los diez mandamientos. Estos aparecen en la Biblia en Éxodo, 34: «todo ese tiempo estuvo [Moisés] sin comer ni beber cosa alguna: y escribió el Señor en las tablas los diez mandamientos de la alianza». Justo a continuación, se nos dice que los ángeles de la guarda llamaron a los Evangelistas para que hiciesen de abogados. Estos son San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, cuyos Evangelios conforman aproximadamente el cuarenta por ciento del Nuevo Testamento. 

Por último, nos cuenta Quevedo que cuando el juicio terminó, Cristo subió al cielo y con él los dichosos de su Pasión. Estas palabras podrían aludir a 1ª San Pedro, 4, 13, donde se dice: «Antes bien alegraos de ser participantes de la pasión de Jesu-Christo, para que cuando se descubra su gloria, os gocéis también con él llenos de júbilo».


LA BIBLIA EN EL ALGUACIL ENDEMONIADO

Quevedo decidió llamar discurso a esta obra porque en ella el narrador no vive su experiencia sobrenatural en un sueño, sino al asistir a un exorcismo. Aunque esta narración y la anterior poseen una extensión similar y satirizan casi a los mismos tipos sociales, existen entre ellas unas notables diferencias debidas sobre todo a que este texto se basa en el diálogo entre el protagonista y un demonio que ha poseído el cuerpo de un alguacil. A pesar de ello, veremos que las Escrituras también juegan aquí un importante papel. 

Tras la prosopografía del exorcista y licenciado Calabrés, Quevedo afirma que este «era uno de los que Cristo llamó sepulcros hermosos por de fuera, blanqueados y llenos de molduras, y por dentro pudrición y gusanos». Esta referencia bíblica la encontramos en San Mateo, 23, 27: «¡Ay de vosotros, Escribas y Phariséos hipócritas! porque sois semejantes á los sepulcros blanqueados, los cuales por afuera parecen hermosos á los hombres, mas por dentro están llenos de huesos de muertos, y de todo género de podredumbre».

Poco después asistimos a una comparación entre demonios y alguaciles en la que se explica que los primeros adquirieron su condición por querer ser más que Dios. Esto puede hacer referencia, por una parte, al momento en que la serpiente incita a Eva para comer la manzana en Génesis, 3, 5, diciendo: «se abrirán vuestros ojos: y seréis como dioses, conocedores de todo del bien y del mal»; o, por otra parte, podría aludir al capítulo 12 del Apocalipsis, donde asistimos a la batalla entre el arcángel Miguel y el dragón-serpiente-Satanás, con el resultado siguiente: «Así fué abatido aquel dragón descomunal, aquella antigua serpiente, que sé llama diablo, y también Satanás, que anda engañando al orbe universo: y fué lanzado y arrojado á la tierra, y sus ángeles con él». 

El protagonista, encandilado por la charla del demonio, solicita al licenciado Calabrés que le permita seguir hablando. Así pues, el demonio comienza a describir el infierno, quejándose de los muchísimos poetas que allí se encuentran. El infierno como lugar para los pecadores aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, por ejemplo en Números, 16, 33: «Y cubiertos de tierra bajaron vivos al infierno»; o en San Mateo, 5, 22: «Mas quien le llamare fatuo: será reo del fuego del infierno», por citar tan solo un par de los numerosos ejemplos. 

El diablo continúa describiendo la estructura organizativa del inframundo y explica, en una nueva referencia a Judas, que a los mercaderes los colocan con este por vender (como él vendió a Cristo) mientras que a los ministros los ponen con el mal ladrón (por lo que han robado). Este mal ladrón es el que dudaba de Cristo en San Lucas 23, 39, a diferencia del buen ladrón que sí creía en Él: «Y uno de los ladrones que estaban crucificados, blasfemaba contra Jesús, diciendo: Si tú eres el Christo ó Mesías, sálvate á tí mismo y á nosotros». Al hablar de los enamorados, el demonio menciona de nuevo a Judas, diciendo que algunos se condenan, como él, por el beso. La famosísima escena del beso de Judas aparece, por ejemplo, en San Mateo, 26, 48: «Arrimándose pues luego á Jesús, dijo: Dios te guarde. Maestro. Y le besó». 

Habla después el demonio de los condenados por enamorarse de viejas y explica que tienen que mantenerlos encadenados porque si no tratarían de consumar relaciones con los propios demonios o con Barrabás. Este es un conocido personaje bíblico relacionado con el episodio de Pilatos dentro de la Pasión de Cristo y aparece en los cuatro Evangelios. Era costumbre que Pilatos soltase a un reo en la Pascua judía y les ofreció liberar a Cristo, a lo que los judíos respondieron, como podemos leer en San Juan, 18, 40: «No á ese, sino á Barrabás. Es de saber que este Barrabás era un ladrón y homicida».

Más tarde, el demonio alaba a Felipe III y explica que los españoles se ganarán el cielo si imitan sus buenas obras, pero aclara que no se refiere a palacios suntuosos «que estos a Dios son enfadosos, pues vemos nació en Belén en un portal destruido» . El episodio del nacimiento de Jesús podemos leerlo por ejemplo en San Lucas, 2, 7: «Y parió á su Hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y recostóle en un pesebre: porque no hubo lugar para ellos en el mesón».

Llegando al final del texto, interviene el exorcista para preguntar al diablo cómo siendo el padre de la mentira se expresaba en unos términos tan apologéticos. La expresión padre de la mentira para referirse al diablo proviene San Juan, 8, 44: «cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso, y padre de la mentira».

Finalmente, en el último párrafo, Quevedo se dirige a Vuestra Excelencia (entiendo que es al Conde de Lemos, a quien dedica el discurso) para pedirle que preste atención al texto y que no tenga en cuenta quién lo expresó (es posible que se refiera al demonio pero tal vez en otro juego conceptista se refiera también a sí mismo, empleando el tópico de la falsa modestia). Para sostener su petición, el autor recuerda que hasta Herodes profetizó. Arellano opina que con esto hace referencia al siguiente momento de San Mateo, 14: «Por aquel tiempo Herodes el tetrarcha oyó lo que la fama publicaba de Jesús. Y dijo á sus cortesanos: Éste es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos», con lo que podría considerarse que este mandatario, uno de los hijos del Herodes de la matanza de los inocentes, estaría profetizando la futura resurrección de Cristo. Por último, se cita un salmo en el que se dice que a veces recibimos salud de nuestros enemigos, pero Arellano explica que no ha podido encontrar la referencia. 


LA BIBLIA EN EL SUEÑO DEL INFIERNO

Esta obra es mucho más extensa que las dos anteriores y que El mundo por de dentro, siendo en este aspecto similar al Sueño de la muerte. En otros rasgos, sin embargo, se muestra mucho más cercana a los dos primeros textos, por ejemplo, en el tono desenfadado y en la presencia de demonios y pecadores. Con El sueño del Juicio Final tiene en común, además, el hecho de ser un sueño propiamente dicho, pues, si bien es cierto que el narrador no especifica que se quedase dormido, comenta que lo que vio fue bajo la guía de su ángel de la guarda, el cual no vuelve a ser mencionado, por lo que entiendo que se refiere a que vivió su aventura mientras dormía, ya que este es el momento en que más necesitamos la protección del ángel de la guarda, puesto que estamos inconscientes. Respecto a esto, Nolting-Hauff considera que, por influencia de Dante, el ángel de la guarda habría podido tener en un principio la función de acompañante durante la visita al infierno, algo que después Quevedo descartaría. 

La primera referencia bíblica ya había aparecido en El sueño del Juicio Final y es el motivo de la angosta senda que conduce al cielo y que se recoge en San Mateo, 7. El protagonista se aproxima a ella y pregunta a un individuo si podría pasar por allí a caballo, a lo que este le responde que San Pablo dejó el suyo para transitar aquella senda. Este comentario hace referencia a la famosa conversión de San Pablo, episodio relatado en Hechos de los Apóstoles, 9: «cuando de repente le cercó de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra asombrado oyó una voz que le decia: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Aunque es cierto que en la Biblia no se especifica que San Pablo fuese a caballo, podría darse por supuesto ya que estaba desplazándose desde Jerusalén a Damasco, dos ciudades separadas por más de doscientos kilómetros en línea recta. 

Aparece de nuevo Judas y esta vez Quevedo lo utiliza para lanzar su sátira contra unas mujeres que besaban las ropas de unos hipócritas, explicando que, el traidor al menos besó la cara de Dios. Añade Quevedo a su crítica contra estas mujeres que no entiende cómo pueden venerar a esos hipócritas cuando podrían encomendarse a San Pablo o San Pedro. Del primero acabamos de hablar pero de San Pedro cabe decir que aparece por primera vez en San Mateo 4, 18, cuando Jesús le pide a él y a su hermano Andrés que lo acompañen. Tiene un papel primordial dentro de los Apóstoles y se le considera el primer Papa sobre la base de lo que dijo Cristo en San Mateo, 16, 18: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». 

Unas páginas después vemos a un soldado que camina por la senda de la salvación lanzando una arenga para animar a sus compañeros descarriados a tomar el buen camino. El soldado dice: «Advertir que la vida del hombre es guerra», expresión que nos lleva a uno de los libros bíblicos favoritos de Quevedo, tanto por su contenido sapiencial como por su elaboración estilística: El libro de Job. Allí, en el capítulo 7 podemos leer el origen de la frase del soldado: «La vida del hombre sobre la tierra es una perpétua guerra».

Más adelante, ya en el interior del infierno, tras contarnos el narrador que habló con un librero, utiliza la expresión «Y es verdad Dios». Arellano explica que la identificación Verdad-Dios fue muy utilizada por Quevedo y que proviene de San Juan, 14, 6: «Respóndele Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí».

Posteriormente vemos al protagonista tiritando de frío, lo cual le extraña por hallarse en semejante lugar. Esta idea de frío infernal vendría de Job, 24, 19: «Desde aguas de nieve pasará á calores excesivos: ya que el pecado será su compañero hasta el infierno» y de San Mateo 23, 13: «arrojadle fuera á las tinieblas: donde no habrá sino llanto y crujir de dientes».

En un juego alusivo, Quevedo compara a los mercaderes, que usaban varas de medir fraudulentas, con Moisés, que con su vara sacó agua de una peña. El pasaje referido tiene lugar en Éxodo, 17, 5-6: «toma en tu mano la vara con que heriste el rio, y vete hasta la peña de Horeb, que yo estaré allí delante de tí: y herirás la peña, y brotará de ella agua para que beba el pueblo».

Más adelante un demonio le explica al narrador por qué se condenan los zurdos y para reforzar su postura recuerda que en el día del juicio los condenados se sitúan a la izquierda. Este motivo podemos encontrarlo en San Mateo, 25: «Al mismo tiempo dirá á los que estarán en la izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno».

Después verá el protagonista a un grupo de escandalosos condenados a la pena de mutilación con tenazas. En la Biblia se menciona a los escandalosos pero se insinúa que su castigo es otro, tal como vemos en San Lucas, 17: «Menos mal seria para él que le echasen al cuello una rueda de molino, y le arrojasen al mar, que no que él escandalizara á uno de estos pequeñitos». Justo después comenta el narrador que de estos pecadores «Dios dijo qué valiera más no haber nacido». Sin embargo, Arellano apunta a una contaminación con dos pasajes similares que aluden a Judas en San Mateo y en San Marcos. En el capítulo 14 de este último, leemos: «¡ay de aquel hombre, por quien el Hijo del hombre será entregado á la muerte! Mejor seria para el tal hombre, el no haber nacido».

Asistimos después a un episodio confuso en el que Judas está recibiendo su castigo y tiene un bote de perfume al lado. Quevedo lo relaciona erróneamente con María Magdalena cuando no fue ella sino María de Betania la que lavó los pies de Cristo con dicho perfume. Judas entonces protestó, como podemos ver en San Juan 12, en los siguientes términos: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para limosna de los pobres? Esto dijo, no porque él pasase algún cuidado por los pobres; sino porque era ladrón ratero».

Quevedo pasará también revista a los herejes anteriores a Cristo, aunque con algunos errores en sus denominaciones. Habla de aquellos que veneraron a la serpiente que engañó a Eva, pues nos permitió conocer el bien y el mal en un pasaje que ya vimos en El alguacil endemoniado. También menciona a los que alabaron a Caín, pues mostró mayor fuerza que Abel al asesinarlo. Este conocido episodio bíblico tiene lugar en Génesis, 4, 8: «Y estando los dos en el campo, Cain acometió á su hermano Abel, y le mató». Asimismo menciona a los adoradores de Seth, tercer hijo de Adán y Eva, tal como se dice en Génesis, 5, 25: «Adam todavía conoció de nuevo á su mujer: la cual parió un hijo, á quien puso por nombre Seth». Unas páginas después menciona a los adoradores de las ranas, que lo hacen por haber atacado estas al Faraón. Este pasaje se encuentra en Éxodo 8, 1-13: «Extendió Aaron su mano sobre las aguas de Egypto, y salieron fuera las ranas, y cubrieron el territorio de Egypto». Después menciona a los adoradores de ratones, cuyo origen se halla en un suceso de I Reyes, 5, por el que los filisteos tuvieron que hacer una ofrenda para librarse de una maldición: «Y pusieron sobre el carro el Arca de Dios, y el cofrecito que contenia los ratones de oro». Vienen a continuación los adoradores de moscas, cuyo sustrato se encuentra en IV Reyes, cuando el rey Ocozías, enfermo a causa de una caída, dice a unos mensajeros: «Id á consultar á Beelzebub, dios de Accaron, si podré convalecer de esta enfermedad», siendo la traducción de Belcebú ‘el señor de las moscas’. En su enumeración, el narrador alude a Baal, Astarot, Moloch y Renfán, dioses que aparecen en numerosos libros de la Biblia como Levítico, Jueces y Reyes, salvo Renfán que es nombrado una sola vez en Hechos de los Apóstoles. Por último, antes de pasar a los herejes posteriores al nacimiento de Cristo, el narrador menciona a los adoradores de Herodes, personaje del que ya hemos hablado, y a los adoradores de la serpiente de metal, la cual es destruida por Ezequías en IV Reyes, 18, 4: «Destruyó los lugares altos, quebró las estátuas, taló los bosques de los Ídolos, é hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moysés».

Durante el juicio de Mahoma, al profeta del Islam se le llama «perro esclavo, descendiente de Agar». Agar fue una concubina de Abraham, con la que tuvo a Ismael, tal como vemos en Génesis, 16-15: «En fin Agar parió un hijo á Abram: el cual le puso el nombre de Ismael».

Tendríamos una última referencia bíblica en este sueño en la enumeración de los mencionados herejes posteriores a Cristo. Al hablar del protestante Teodoro Beza, el narrador dice que estaba «leyendo sentado en cátedra de pestilencia». Esta expresión remitiría a los Salmos, 1, 1: «Dichoso aquel varón que no se deja llevar de los consejos de los malos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se asienta en la cátedra pestilencial de los libertinos».


LA BIBLIA EN EL MUNDO POR DE DENTRO

Volvió en esta ocasión Quevedo a componer un texto de extensión similar a la de los dos primeros, aunque con algunas diferencias fundamentales. La primera es que, probablemente a causa de los problemas con la censura derivados de los sueños anteriores, nuestro autor prescinde del trasfondo religioso de las postrimerías en favor de una ambientación profana de tipo fantástico-alegórico. La segunda sería que el enfoque jocoso-burlesco pierde gran parte de su fuerza en favor de una reflexión moralizante de tono grave y sombrío. Por último, el narrador, aunque continúa desarrollando las funciones de protagonista y testigo, pasa ahora a representar, no solo al autor, sino también a toda la humanidad, convirtiéndose así en otra diana de los dardos satíricos quevedescos debido a su candidez e incapacidad para vislumbrar el oscuro telón de fondo de las relaciones sociales . El protagonista contará en esta ocasión con un acompañante, el Desengaño, figura alegórica representada por un viejo. Juntos irán presenciando los sucesos que acontecen en la calle de la Hipocresía, tratando el anciano de educar al joven en los valores del neoestoicismo cristiano .

Antes de llegar a la calle de la Hipocresía, el Desengaño argumenta que el hipócrita es el peor de los pecadores, pues no solo peca contra Dios, sino con él, pues lo utiliza como instrumento de su engaño. Para reforzar su tesis, explica que Job dijo: «¿Qué esperanza es la del hipócrita?». El origen de esta pregunta se halla en Job, 27, 8: «Porque ¿qué esperanza queda al hipócrita después de sus avarientas rapiñas, si Dios no salva su alma?». Dentro del mismo discurso, el Desengaño alude también a un pasaje de San Mateo, 6 en el que el propio Cristo rechaza la actitud de los hipócritas: «Cuando ayunéis, no os pongáis caritristes como los hipócritas: que desfiguran sus rostros, para mostrar á los hombres que ayunan». Después, el Desengaño explica que Cristo también indicó a sus discípulos cómo debían comportarse: «Ya como luz, ya como sal, ya como el convidado, ya como el de los talentos». Los cuatro elementos de la enumeración pertenecen a tres pasajes de San Mateo. En el capítulo 5, Cristo dice: «Vosotros sois la sal de la tierra (…) Vosotros sois la luz del mundo». La mención del convidado hace referencia a San Mateo, 22, donde Cristo narra una parábola en la que un rey hace llamar a los invitados al banquete de bodas de su hijo. Estos rechazan la invitación y el rey manda llamar como invitados a cualquiera que vaya por las calles. Entonces a uno de los que acuden lo expulsan por no ir bien vestido. La enseñanza de la parábola sería: «Tan cierto es que muchos son los llamados y pocos los escogidos». Por último, la parábola de los talentos tiene lugar en San Mateo, 25. En ella, un señor pone a sus criados a guardar su dinero y castiga duramente al que no lo ha invertido para lograr ganancias. Su enseñanza sería que Dios espera que desarrollemos los dones que nos ha entregado. El criado perezoso recibió un duro castigo: «Ahora bien, á ese siervo inútil arrojadle á las tinieblas de afuera: allí será el llorar, y el crujir de dientes». 

Después de contemplar el cortejo fúnebre de una mujer, el viejo y el joven entran en una casa donde una viuda es acompañada en sus lamentaciones por un grupo de plañideras. El joven protagonista siente lástima de su condición y explica que Dios tuvo muy en cuenta a estas mujeres tanto en el Testamento Viejo como en San Pablo. Así, podemos leer en Job, 29, 13: «y yo confortaba el corazón de la viuda desolada»; y, por citar un ejemplo más, en Proverbios, 15, 25: «Derribará el Señor la casa de los soberbios: y mantendrá segura la heredad de la viuda». Respecto a San Pablo, en 1ª Timoteo dice: «Honra á las viudas, que verdaderamente son tales». Sin embargo, Quevedo le atribuye unas palabras diferentes, aclarando que provienen de Isaías; en el capítulo 1 de dicho libro, podemos leer: «socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, amparad á la viuda», palabras muy próximas a lo escrito por Quevedo: «Socorred al oprimido, juzgad en su inocencia al huérfano, defended a la viuda».

Justo después, el Desengaño recrimina al joven que haya hecho alarde de su erudición en lugar de mostrarse prudente para ser capaz de descubrir la hipocresía de la viuda y las plañideras. Para reprobar al protagonista por no haber esperado a escuchar lo que él tenía que decir, el Desengaño parafrasea a Job, 4, 12: «¿quién podrá contener las palabras que ahora le vienen á la boca?». 


LA BIBLIA EN EL SUEÑO DE LA MUERTE

Como ya se dijo, este sueño se encuentra alejado del resto en sentido cronológico, aunque está próximo al Sueño del infierno en extensión, a El sueño del Juicio final en la introducción erudita y a El mundo por de dentro en cuanto a la importancia de lo alegórico. Será aquí la Muerte quien acompañe al protagonista, el cual adquiere los rasgos de Quevedo con mayor fidelidad que en los textos precedentes. Llama la atención la presencia de personajes ficticios de origen idiomático como Pero Gruyo o el Rey Perico. Asimismo resulta insólito dentro del conjunto el contenido de reflexión política plasmado en el diálogo del protagonista con el Marqués de Villena. 

Vemos al principio cómo el autor versifica unos pasajes de Job. El primero es Job, 14, 1-2: «El hombre nacido de mujer vive corto tiempo, y está atestado de miserias. Él sale como una flor, y luego es cortado y se marchita; huye y desaparece como sombra, y jamás permanece en un mismo estado»; después versifica sobre Job, 7, 1: «La vida del hombre sobre la tierra es una perpétua guerra; y sus dias son como los de un infeliz jornalero»; por último, se sirve de Job, 3-11: «Perezca, mal haya el dia en que nací, y la noche en que se dijo por mí: Concebido queda un varón (…) ¿Por qué no morí yo en las entrañas de mi madre; ó salido á luz no perecí luego?».

En su crítica a los boticarios, que aparecen pronto en este sueño, Quevedo lleva a cabo otro de sus juegos conceptistas, diciendo que estos, al emplear dos veces el término «ana» (con el que indicaban en las recetas que los ingredientes tuviesen pesos iguales) generan un «Annás para condenar a un justo». Anás era el suegro de Caifás, sumo sacerdote judío, partícipes ambos en la conspiración contra Cristo, como se dice en San Mateo, 26, 3: «se juntaron los príncipes de los sacerdotes, y los magistrados del pueblo, en el palacio del Sumo Pontífice, que se llamaba Caiphás: Y tuvieron consejo para hallar medio como apoderarse con maña de Jesús, y hacerle morir».

Más adelante vemos al narrador observando a los diferentes tipos de muerte que acompañan a la Muerte en su trono. Al describir a la muerte de miedo, explica que esta se halla rodeada de tiranos, por quienes se dijo: «Fugit impius, nemine persequente». Esta sentencia latina remite a Proverbios, 28: «Huye el impío sin que nadie le persiga: mas el justo se mantiene á pié firme como el león, sin asustarse de nada».

Posteriormente el narrador habla con Juan del Encina, quien se queja de que la gente lo relaciones con cualesquiera disparates a causa de que escribió unos poemas así titulados. El poeta alega que por ejemplo no fue él quien dijo «haz bien y no cates a quien» cuando lo que expresan las Escrituras es «si hicieres bien, mira a quién». En concreto, podemos leer en Eclesiástico , 12, 1: «Si quieres hacer algún bien, mira á quién le haces».

Avanzando bastante llegamos al momento en que el protagonista habla con la dueña Quintañona. El narrador explica que, antes de hablar, esta se levantó el «abinitio et ante secula» de la cara. Esta expresión nos remite al Eclesiástico, 24, 14: «Desde el principio ó ab eterno, y antes de los siglos, ya recibí yo el sér, y no dejaré de existir en todos los siglos venideros». Quevedo emplea la frase en relación con la edad de la dueña. 

La última referencia bíblica tendría lugar cuando vemos a doña Fábula quejarse de que su marido, un poeta de comedias, no compusiese un auto protagonizado por Cristo en el que saque el azote y trastorne mesas y tiendas. Esta escena alude al episodio de la expulsión de los mercaderes del tempo, que se narra en San Juan 2, 13-22: «Y encontrando en el templo gentes que vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y cambistas sentados en sus mesas; Habiendo formado de cuerdas como un azote, los echó á todos del templo».


CONCLUSIONES

Revisando toda la información expuesta en las páginas precedentes podemos observar que, aunque el papel de la Biblia resulta fundamental en el conjunto de los Sueños, no posee en todos la misma importancia. Así, en Juicio y en Infierno podemos contar en torno a veinte referencias⁴ por texto, mientras que en Alguacil, Mundo y Muerte hallaremos unas diez. Esto nos indica claramente que la Biblia adquiere mayor presencia en aquellas obras en las que el tema de las postrimerías posee un papel más destacado mientras que las Escrituras pierden trascendencia en las obras donde se enfatiza más el componente alegórico. Respecto a Juicio e Infierno, cabe decir que, aunque muestran una presencia escritural parecida en términos absolutos, lo cierto es que Infierno posee una extensión más de dos veces superior a la de Juicio, por lo que este último sería el sueño más denso en referencias bíblicas de todo el conjunto. De un modo similar, aunque Mundo y Muerte tienen una cantidad similar de alusiones escriturales, el segundo es también más de dos veces más extenso que el primero, por lo que sería el sueño menos denso en referencias bíblicas de los cinco, siendo además aquel en el que lo alegórico tiene mayor presencia. 

Hemos visto también que Quevedo emplea la Biblia de diferentes modos en sus Sueños y entre ellos destacan: la alusión implícita a algún pasaje, como cuando dice que escucha una trompeta y los muertos empiezan a resucitar; y la referencia explícita de personajes o entidades (como Herodes o Baal), lugares, tanto reales (Belén) como sobrenaturales (el infierno), sucesos y episodios (el beso de Judas) o, incluso, partes de la Biblia (Testamento Nuevo). En menor medida utiliza la cita literal o casi literal, ya sea en español, como «si hicieres bien, mira a quién», ya sea en latín, como «Fugit impius, nemine persequente».

Podemos observar asimismo que en los sueños más jocosos Quevedo emplea las Escrituras para hacer alarde de su mejor conceptismo mientras que en los más sombríos recurre a ellas sobre todo para sustentar posicionamientos morales o filosóficos. En ese sentido, como es natural, se percibe en Mundo y Muerte una mayor presencia de alusiones provenientes de libros sapienciales como Job o Eclesiástico, mientras que en los primeros destacan los libros del Nuevo Testamento, como los Evangelios, las epístolas de San Pablo o el Apocalipsis, al estar más centrados en la vida de Jesús y en las postrimerías. 

Observando los cinco textos en conjunto, podemos ver que Quevedo recurre, en mayor o menor medida, a Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Reyes, Job, Salmos, Proverbios, Isaías, Ezequiel, Joel, San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan, Hechos de los Apóstoles, Romanos, I Timoteo, I San Pedro y Apocalipsis, lo cual constituye casi un tercio de todos los libros de la Biblia, algo nada desdeñable para una obra no demasiado extensa. Por si esto fuera poco, la cantidad de personajes o seres bíblicos nombrados explícitamente resulta también abrumadora: Abel, Adán, Agar, Anás, Astarot, Baal, Barrabás, Belcebú, Caín, Cristo, Dios, Eva, Faraón, Herodes el grande, Herodes el tetrarca, Isaías, Job, Judas, María Magdalena, Moisés, Moloch, Noé, Ocozías, Pilatos, San Juan Evangelista, San Juan Bautista, San Pablo, San Pedro y Seth. 

En definitiva, considero que a lo largo de estas páginas ha quedado claro que la Biblia constituye un sustrato elemental de los Sueños de Quevedo, tanto cualitativa como cuantitativamente. Teniendo en cuenta todo lo dicho, me parece razonable pensar que cualquier persona que desee adentrarse en esta fascinante y misteriosa obra, no debería dejar de tener a mano en todo momento, no solo una buena edición crítica como la de Arellano, sino también una excelente versión de las Escrituras como la que nos dejó Torres Amat. Solo así seremos capaces de traspasar la superficie del texto y empezar a vislumbrar sus inmensas profundidades.  


NOTAS

  1. Considero conveniente señalar que en amplios pasajes podría hablarse más bien de narración homodiegética, lo cual favorecería la ambigüedad personaje-testigo.
  2. Vásquez Gázquez explica que, aunque existe discrepancia sobre la definición del género de la sátira menipea, para el contexto de nuestro Siglo de Oro puede entenderse como «la realización de la crítica satírica a través de la fantasía», entendida esta en un sentido muy amplio que incluye sueños, fábulas, alegorías, magia o escatología cristiana.
  3. Conservo siempre la ortografía original tal como aparece en la Biblia que he manejado.
  4. Es difícil dar cifras exactas porque una sola referencia podría remitir a numerosos pasajes de la Biblia. Asimismo, como expliqué en la introducción, no me ha sido posible elaborar una relación exhaustiva de alusiones bíblicas por motivo de espacio, pero también por no resultar excesivamente repetitivo pues, por ejemplo, Dios aparece nombrado más de cien veces, Judas casi treinta y Cristo más de veinte.

BIBLIOGRAFÍA 

Alborg, J. L., Historia de la literatura española. Época barroca, Madrid, Gredos, 1970. 

La Sagrada Biblia traducida de la Vulgata Latina al español, Torres Amat, Félix (trad.), Barcelona, Montaner y simón, 1883, versión digitalizada por la Biblioteca Digital de Castilla y León, en línea, https://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=31707   

Nider, V., «La prosa de Quevedo y la Biblia», en La Biblia en la literatura española. II. Siglo de Oro, dir. G. del Olmo, coord. R. Navarro, Madrid, Trotta, 2008, pp. 233-264.

Nolting-Hauff, I., Visión, sátira y agudeza en los “Sueños” de Quevedo, trad. Pérez de Linares, Madrid, Gredos, 1974.

Quevedo, F. de, Los sueños, ed. Arellano, Madrid, Cátedra, 2020.

Valdés Gázquez, R., «Francisco de Quevedo por las sendas de la sátira menipea», La Perinola, 2016, pp. 221-270, en línea: http://bit.ly/3nyIvGt

13/10/21

Un minuto de compañía

Muchos años antes, agonizando sobre el hielo, el coronel Claudio Malanoche hubo de recordar aquella mañana remota en que su padre lo llevó a presenciar un fusilamiento.



23/9/21

Artículos ganadores del Premio Miguel Delibes

A comienzos de este año, decidí empezar a escribir artículos de opinión con el objetivo de mejorar mi prosa, basándome en el método que Umbral llamaba «gimnasia de la literatura». De este modo, puse en marcha una especie de columna que titulé Pólvora en salvas y que apenas ha reunido doce publicaciones hasta la fecha; miseria, pero menos es nada, que diría Chejov. 

Como sigo interesado en escribir artículos, no solo como un medio para mejorar mi pluma, sino ya también como un fin en sí mismo, porque he ido descubriendo que este es un género muy agradable de practicar y muy satisfactorio de concebir, y como también soy consciente de lo adecuado que resulta aprender de los mejores en cualquier ámbito de la vida, decidí buscar algún galardón que reconociese la labor de nuestros más eximios articulistas, y fue así como me topé con el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, el cual no solo posee este cometido, sino que además se centra en aquellas obras que promueven un buen uso de la lengua española. 

Parecería lógico que la Asociación de la Prensa de Valladolid, entidad convocante, ofreciese en alguna página web un listado con los ganadores, así como enlaces a las obras premiadas, pero esto no es así, y como yo quería leer esos artículos agraciados, me puse a buscarlos por Internet, y como gusto de compartir y además trato de que este espacio ofrezca contenido de calidad para los amantes de las letras, decidí crear yo mismo el mencionado listado con los enlaces a todos los artículos que pudiera encontrar. Buen provecho. 

1996 - Fernando Lázaro Carreter - Perdonar.

1997 - Vicente Verdú - La vista sorda.

1998 - Álex Grijelmo - No encontrado.

1999 - Jesús Marchamalo - 85 palabras.

2000 - José Jiménez Lozano - Sobre el español y sus asuntos.

2001 - Carlos Luis Álvarez - No encontrado.

2002 - Juan José Millás - Errores.

2003 - Javier Marías - El oficio de oír llover.

2004 - Valentín García Yebra - Desajustes gramaticales. 

2005 - Andrés Trapiello - El arca de las palabras.

2006 - María Ángeles Sastre Ruano - Sobre algunos plurales.

2007 - Tomás Hoyas - 'Flapigozo' Congresito.

2008 - Antonio Álamo González - Corazón de oro.

2009 - Luis María Anson - El idioma del periodismo. 

2010 - Joaquín Sánchez Torné - No encontrado.

2011 - Magí Camps Martín - El rosco de los americanismos.

2012 - Isaías Lafuente - Sin peros en la lengua.

2013 - Iñaki Gabilondo - La lengua que nos une (audio).

2014 - Ignacio Camacho - Almendras amargas.

2015 - Pepa Fernández - No es un día cualquiera (por toda la trayectoria del programa).

2016 - Martín Caparrós - La palabra viral; Ladramos, Sancho; Contra las letras

2017 - Elena Álvarez Mellado - Metáforas peligrosas 

2018 - Mariángeles García - Relatos ortográficos (serie de artículos).

2019 - Mar Abad García - El lenguaje impaciente: cada vez más corto, cada vez más rápido.

13/9/21

Diez formas de ganar el Premio Cervantes - Pólvora en salvas XII

Desde hace unas semanas, estoy siguiendo las enseñanzas de un joven sabio llamado Pablo Zamit. Con él he aprendido, por ejemplo, que la industria p0rn0gráf1ca está generando una sociedad de muertos vivientes, que hacer caridad sigilosa puede elevar tus niveles de oxitocina o que el juicio social es el mayor estresor al que nos vemos sometidos en nuestro día a día. Uno de sus pódcast sobre productividad se titula Conviértete en una máquina de crear ideas, y en él nos habla de una técnica para estimular la creatividad propuesta por el escritor millonario James Altucher. Dicha técnica consiste en elaborar listas de diez ideas sobre cualquier cuestión que se te ocurra. No importa si la cuestión o las ideas son disparatadas o imposibles (aunque no tienen por qué serlo) porque se trata simplemente de un ejercicio que busca fortalecer nuestro músculo creativo. Las ideas deben ir acompañadas de un primer paso necesario para ponerlas en práctica, el cual también puede ser disparatado o imposible. Has de apuntarlo todo en una libreta y, cuando juntes varias listas, puedes practicar el llamado sexo de ideas, que consiste en juntar dos ideas para ver qué pasa, pues, como dice mi maestro «a veces, una idea mala fusionada con una idea imposible da como resultado una idea genial».

Esta introducción ha sido necesaria para comentar que, hace unos días, estaba yo en el gimnasio cuando se me ocurrió que podría aprovechar los descansos entre series, que a veces se prolongan hasta por tres minutos, para practicar el ejercicio del que acabo de hablar. Pensé que podría resultar gracioso buscar diez formas disparatadas de ganar el Cervantes y, cuando tuve la lista concluida, pensé también que podría aprovecharla para escribir un nuevo artículo para mi blog, por lo que aquí dejo esta descabellada lista de ideas (la última es la más loca). Si alguien lograse hacerse con tan célebre galardón gracias a mí, espero que al menos tenga el detalle de dedicármelo

Idea 1. Sobornar a los miembros del jurado (primer paso: conseguir muchísimos millones de euros). 

Idea 2. Chantajear a los miembros del jurado (primer paso: investigarlos a fondo para encontrar sus trapos sucios). 

Idea 3. Hipnotizar a los miembros del jurado (primer paso: aprender hipnosis). 

Idea 4. Plagiar la obra de un futuro ganador (primer paso: conseguir una máquina del tiempo). 

Idea 5. Obligar/convencer a un gran escritor para que produzca obras para mí y me deje firmarlas (primer paso: elegir a ese escritor [¿Vargas Llosa…?]).

Idea 6. Desarrollar una inteligencia artificial que escriba obras revolucionarias (primer paso: matricularme en Ingeniería Informática). 

Idea 7. Plagiar la mejor literatura de alguna civilización alienígena (primer paso: entrar en contacto). 

Idea 8. Modificar los valores estéticos de la sociedad para que se aprecie lo que yo escribo (primer paso: publicar un tratado revolucionario de Teoría Literaria). 

Idea 9. Impedir que haya más candidatos (primer paso: convencer a los mejores escritores hispanohablantes de que no escriban nada más). 

Idea 10. Desplegar una amplia y exitosa carrera literaria que merezca el premio (primer paso: dedicar catorce horas diarias durante el resto de mi vida a escribir y estudiar literatura [resultados no garantizados]). 

10/9/21

La calle 23

Nota 1: este microrrelato no es actual, lo publiqué en el blog hace casi diez años, como puede verse en los comentarios, que datan de 2012, pero lo tenía oculto y, al ponerlo visible, Blogger le ha actualizado la fecha. Espero que pueda servir para apreciar mis mejoras en el arte literario. 

Nota 2: los comentarios son buenísimos. ¿Por qué ya nadie comenta en los pobres blogs?


La calle 23, un largo brazo asfaltado, oscuro, silencioso y frío, dormita como cada noche. En el descampado cantan algunos grillos, como para recordarnos que en este planeta no todo es hormigón y que no todos descansan con la llegada de las estrellas. Como los grillos, la Sombra se mantiene despierta en la quietud de la noche. Se desliza entre los arbolillos de las aceras, generando solo un leve rumor de pisadas del que nadie se percata. Su arma brilla bajo la moribunda luz de las farolas. Es lo único en su figura que no destila oscuridad. La Sombra se detiene en un portal. Piensa que es una buena elección, tan buena como cualquier otra. Detrás de la puerta encontrará sin duda lo que necesita para satisfacer sus instintos homicidas. ¿Qué por qué lo hace? Ni si quiera ella lo sabe. Dentro de unas horas saldrá el Sol. La sombra no estará allí, los grillos dejarán de cantar y un nuevo crimen habrá acontecido en la ciudad. En esta ocasión, en la Calle 23.

7/9/21

Me importa un carajo la tilde de marras - Pólvora en salvas XI

Cuando no tenía ni idea de lingüística, me consideraba un firme defensor de la tilde diacrítica (en adelante, la tilde de marras) en el adverbio solo y en los pronombres demostrativos, a pesar de que ignoraba lo que era un adverbio, un pronombre demostrativo y hasta incluso una tilde. Mantenía esa posición, supongo, para hacerme el guay, para mirar a la gente por encima del hombro y para ser rebelde. «Miradme, miradme todos, desobedezco a la RAE, le pongo tilde a sólo porque yo sé cuándo se le pone, (cuando se puede cambiar por solamente), ja, ja, ja, soy mazo intelectual». 

Más tarde, cuando empecé a aprender lingüística, fui comprendiendo los motivos por los que la RAE abogaba por eliminar la tilde de marras. La explicación, que mi antiguo yo preunediano ni se había molestado en leer, tenía todo el sentido del mundo, y la ofrezco aquí sintetizada en elegante silogismo: 

  • Premisa 1: La tilde diacrítica sirve para diferenciar palabras que se escriben igual pero que pertenecen a categorías gramaticales distintas, siempre que una sea tónica y otra sea átona (1). 
  • Premisa 2: El adverbio solo y el adjetivo solo se escriben igual y pertenecen a categorías gramaticales distintas, pero ambos son palabras tónicas
  • Conclusión: La tilde diacrítica no ha lugar en este caso

El razonamiento me pareció a todas luces impepinable, por lo que acabé convertido en un firme defensor de la eliminación de la tilde de marras. Sin embargo, hace poco, mientras escribía alguna mamarrachada, me di cuenta de que la forma como, del verbo comer, es tónica y no lleva tilde diacrítica a pesar de que existen palabras que se escriben igual, pertenecen a otras categorías gramaticales y son átonas, como es el caso del adverbio relativo como o de la conjunción como. Intrigado por este hecho, decidí elevar la cuestión directamente a instancias de la RAE, a través de un tuit dirigido a su cuenta de Twitter.

La respuesta que me ofrecieron fue que la tilde de marras «no es sistemática, sino que tiene carácter excepcional y tradicional» y adjuntaron un enlace a la versión en línea de la Ortografía de la lengua española de 2010. En dicho enlace se muestran muchos más ejemplos en los que la tilde diacrítica debería operar y no lo hace, como en la forma entre (verbo/preposición) o sobre (verbo y sustantivo/preposición). Las explicaciones se amplían comentando que las palabras escritas con tilde diacrítica tienen en común ser «de empleo frecuente» y que el objetivo es «facilitar su identificación rápida (…) evitando posibles ambigüedades». 

Pues bien, ante esto, entendí que un defensor de la tilde de marras podría alegar que, si bien es cierto que solo siempre es una palabra tónica, no pasaría nada por hacer una excepción sobre la base de su uso frecuente, su tradición y su utilidad evitando ambigüedades. A esto, la RAE podría responder que las ambigüedades se resuelven por el contexto, lo cual es cierto, pero es algo que también podría aplicarse a los pares diferenciados por tilde diacrítica, lo que debería llevarnos a eliminarla en todos los casos. «Bueno, bueno», podría decir la RAE, «la cuestión es que la tilde de marras es para casos de tonicidad/atonicidad, y punto». A lo que los tilderos podrían responder, «sí, sí, claro, lo mismito que en sobre, entre, como, para, don, a, de, e, o, te, u, la, luego, santo, puesto, más, aún...».

Creo que se entiende a dónde quiero llegar, así que no seguiré desarrollando. Lo último que voy a decir es que a mí esta cuestión ya como que me la trae al pairo, no seré yo el que se enfangue en infructuosos debates con usuarios de redes sociales que no saben ni que existen las palabras átonas (2). Y si alguien me pregunta, le diré: «mira, en exámenes y trabajos universitarios, escríbelo sin tilde porque de lo contrario te pondrán una falta de ortografía. En el resto de los casos, haz lo que te dé la gana porque en realidad nadie tiene la razón y todos están equivocados». 


(1) Aunque en español, de forma aislada, todas las palabras tienen sílaba tónica, lo cierto es que en la cadena hablada, algunas palabras no reciben acento prosódico, es decir, se pronuncian átonas en todas sus sílabas. Esto es algo que podemos comprobar nosotros mismos, por ejemplo, al emitir la frase «Dile que te dé la caja de madera». Si lo hacemos con atención, nos daremos cuenta de que y de no se pronuncian igual. El primero se emite con énfasis y el segundo, no, por eso el primero es una palabra tónica y el segundo es una palabra átona. De hecho, por eso existen, y por eso se llaman así, los pronombres tónicos (yo, , , ...) y los pronombres átonos (me, nos, te, las...). Esta cuestión también está presente en el ritmo de los versos. Así, un endecasílabo yámbico tiene acentos prosódicos en las sílabas pares. Por ejemplo, el verso de Quintana «Eterna ley del mundo aquesta sea», quedaría dividido en sílabas, y con los acentos marcados con tildes, de este modo: E-tér-na-léy-del-mún-doa-qués-ta-sé-a. Efectivamente, son las sílabas pares las que tienen acento prosódico y ello nos muestra que todas las palabras del verso son tónicas salvo una, del, que es una palabra átona. Por si fuera poco, la existencia de palabras tónicas y átonas es algo que se comprueba empíricamente mediante programas informáticos de tratamiento de la voz que permiten obtener los llamados espectrogramas, los cuales muestran cómo el énfasis es mayor en las sílabas tónicas, como se aprecia en este enlace, que muestra claramente que la preposición de es una palabra átona. 

(2) Me he extendido tanto en la nota 1 justo por esto, porque hace un mes anduve enfangado en una discusión con dos tuiteros que negaban la existencia de palabras átonas. Lo curioso es que uno de ellos aseguraba ser filólogo. Vivir para ver. 

La figura del protagonista-narrador en La vorágine, de José Eustasio Rivera

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura De la novela de la Revolución a la revolución de la novela hispanoamericana, impartida por don Antonio Lorente Medina en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo.  



El éxito de La vorágine y su transformación en clásico de la literatura hispanoamericana radica principalmente en la elección y el desarrollo del protagonista-narrador, Arturo Cova. Y es que, en esta «epopeya de la selva», como la definió Horacio Quiroga, en esta historia paradigmática de la narrativa regionalista (y por tanto enraizada en el Romanticismo, el Modernismo y el Naturalismo), su autor, el colombiano José Eustasio Rivera, supo alejarse del modo de narrar decimonónico y anticipar innovaciones estructurales que se desarrollarían con mayor intensidad en la novelística de la siguiente generación. 

Rivera, al igual que otros escritores hispanoamericanos de su tiempo, trató de superar los discursos que se limitaban a tratar de ofrecer un enfoque objetivo de la realidad y para ello nos entregó la subjetividad de un conjunto de voces engarzadas en torno a la narración autodiegética de Arturo Cova mediante diferentes técnicas como el estilo indirecto libre, el relato enmarcado o el hallazgo del manuscrito. Nos enfrentamos así a una novela estructuralmente compleja en la que sus elementos formales se entrecruzan en una maraña de interrelaciones que generan una sensación de espesura impenetrable similar a la de la propia selva donde se desarrolla la mayor parte de los acontecimientos. 

La importancia del narrador-protagonista dentro de La vorágine fue señalada con acierto por Richard Ford: 

Este individuo de tan definido carácter y rasgos personales tan especiales domina absolutamente la novela. (…) Todas las idiosincrasias de Cova, todas sus manías y obsesiones, no sólo son parte de su carácter: son parte de la narración. La obra se impregna de espíritu y mentalidad covianos hasta cobrar forma y definirse mediante estas particularidades.  

Cova reconoce en las primeras líneas del manuscrito que es un hombre cuyo corazón pertenece a la violencia y este rasgo no solo lo vemos manifestarse continuamente en él, como cuando la emprende a taconazos con la cara y la cabeza del general Gámez y Roca tras escupirle y lanzarlo contra un tabique o cuando asesta un puñetazo a la niña Griselda y la baña en sangre, sino que, también, como apuntaba Ford, se transmite a toda la obra, en la cual vemos escenas de una crudeza estremecedora: desde violaciones de niñas hasta torturas pasando por animales que destrozan seres humanos o cadáveres.

La locura constituye otra nota característica de la personalidad de Arturo Cova que también parece transmitirse a la obra y que se encuentra muy relacionada con la violencia. Ya el mismo título de la novela puede evocar la idea de la locura a través de cualquiera de las tres acepciones que ofrece el DLE para el término vorágine: tanto un «remolino impetuoso», como una «mezcla de sentimientos muy intensos», como una «aglomeración confusa de sucesos, de gentes o de cosas en movimiento» pueden sugerir sensación de caos, impulsividad o ausencia de lógica. Estos atributos guían la conducta del protagonista a lo largo de la historia de tal forma que otros personajes lo perciben, como la niña Griselda, que clama «Cristiano, usté tá loco, usté tá locol» después de que Cova estrelle un frasco de perfume contra el suelo, o como Fidel Franco, que tras la frialdad manifestada por Cova hacia los maipureños recién tragados por las aguas, estalla de furia y lo acusa de ser «un desequilibrado tan impulsivo como teatral». El propio Cova llega a dudar de su cordura cuando padece fiebres («¿Estaría loco? ¡Imposible!») mientras que en otras ocasiones asume sin problemas su enajenación, ya sea por la marcha de Alicia («Alarmado por mi demencia, recordóme que era preciso perseguir a las fugitivas hasta vengar la ofensa increíble»), ya sea por excesos etílicos («loco de alcohol, estuve a punto de gritar»). Montserrat Ordóñez enumera algunos de los síntomas de la locura de nuestro protagonista, como melancolía, alucinaciones, delirios, pérdida de sentido, proyectos criminales, catalepsia, sadismo o tendencias suicidas. Pero no es Cova el único que desarrolla este tipo de patologías o conductas, las cuales se acrecientan según avanza la novela y según los personajes se internan en la selva. Así, Clemente Silva está cerca de morir a manos de sus compañeros de infortunio cuando descubren que se encuentran perdidos tras deambular durante días por el «abismo antropófago». Los hombres manifiestan signos de padecer una verdadera demencia: «Mesábanse la greña, retorcíanse las falanges, se mordían los labios, llenos de una espumilla sanguinolenta que envenenaba las inculpaciones». Pero además, la locura se transmite a la estructura de la obra a través del Cova narrador. Su manuscrito, que comienza como unas memorias, se encuentra lleno de sueños, fantasías y relatos intercalados, llegando a transformarse en un diario en el momento en que Cova nos dice que está escribiendo su odisea en un libro de caja del Cayeno. A partir de ahí, el texto se muestra cada vez «más deshilvanado, con menos perspectiva y más inmediatez»,  mostrando un relato «más incoherente y acelerado, que se convierte así en una metáfora más de vértigo, vórtice, remolino y vorágine» y, en definitiva, de locura. En relación con esto resulta muy interesante también otra apreciación de Richard Ford: desde el momento en que el manuscrito toma forma de diario, el Cova narrador pierde el control sobre su historia, pues «desconoce el rumbo que tomará su suerte». Así, aunque ya ha narrado episodios de su aventura selvática en los que manifiesta síntomas de locura, como se ha visto, podríamos decir que lo ha hecho mediante una escritura cuerda, bajo control, mientras que a partir del momento en que comienza el diario, la redacción se vuelve enajenada debido a la inseguridad y el desasosiego, tal y como expresa el mismo Cova, por ejemplo cuando dice: «¡Hace cinco días que se hallan ausentes, y la incertidumbre me vuelve loco!».

Por último, hablaré de otro aspecto de la personalidad de Cova que se transmite a la novela: la contradicción. Es un poeta que en tan extenso manuscrito no escribe un solo verso, (quitando algunos fragmentos de cancioncillas entonadas por otros, si bien es cierto que los capítulos iniciales de la segunda y la tercera parte podrían considerarse extensos poemas en prosa) y que sin embargo logra redactar una formidable novela (o la mayor parte de ella, si excluimos el marco del prólogo y el epílogo redactados por un José Eustasio Rivera ficcionalizado) en la cual, a pesar de ser una persona excesivamente individualista y de un egoísmo que llega a rayar en la psicopatía, da voz a otros personajes llegando él mismo a permanecer oculto, como cuando reproduce en estilo directo la truculenta historia que Helí Mesa les contó junto al fuego o como cuando hace lo propio con Clemente Silva y sus desventuras buscando a su hijo, cediendo el protagonismo al rumbero a lo largo de unas treinta y cinco páginas. Muestra Cova también su espíritu contradictorio en el primer párrafo de la obra cuando prácticamente se define como un depredador sexual que sueña con un amor ideal que encienda su espíritu. Asimismo, podemos encontrar este trasfondo incoherente en su comportamiento para con los demás, pues igual puede reaccionar con frialdad, crueldad o violencia, como puede erigirse en «amigo de los débiles y de los tristes», ofreciendo su ayuda a un maltrecho Clemente Silva para tratar sus heridas agusanadas o defendiendo a dos atormentadas niñas de una turba de caucheros violadores. Y todos estos aspectos contradictorios son transmitidos a la obra por el Cova narrador, por ejemplo, al encuadrar la primera parte de la historia en el locus amoenus de los llanos, el cual termina por no ser otra cosa que un preludio del descenso a los infiernos verdes. Montserrat Ordóñez apunta además a otra importante manifestación de la contradicción en la obra: las diferencias abismales entre las bucólicas fantasías de Cova o sus más intensos temores y la cruda realidad. Ejemplo de ello es la imposición del relato de la fuga traicionera de Alicia y Griselda con Barrera cuando en realidad se han marchado por despecho y buscando la supervivencia. 

En definitiva, la lectura de La vorágine nos permite conocer a un protagonista-narrador fuera de lo común, un Don Quijote de la selva repleto de contradicciones y psicopatologías que transmite su personalidad a la novela mediante una prosa poética tan bella y desgarradora como el infierno viviente que termina por devorarlo.

BIBLIOGRAFÍA

Ford, Richard, «El marco narrativo de La vorágine», en Ordóñez, Montserrat, comp., La vorágine: textos críticos, Bogotá, Alianza, 1987, pp. 307-316.

Gálvez, Marina, «José Eustasio Rivera», en Barrera, Trinidad, coord., Historia de la literatura hispanoamericana, tomo III, siglo XX, Madrid, Cátedra, 2008, pp. 93-98.

Ordóñez, Montserrat, «Introducción», en Rivera, José Eustasio, La vorágine, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 9-71.