26/12/16

Cinco días menos (finalista en el VII Certamen de Relatos Cortos Carcelarios Conrada Muñoz)

23 de octubre de 2056

Hoy ha venido a verme el cura de la prisión. Es un hombrecillo gordo y amable que no lleva sotana ni alzacuellos. Me ha comentado que los de Instituciones están poniendo en marcha un programa experimental y que, dentro de poco, empezarán a buscar voluntarios. La información le llegó extraoficialmente a través de un conocido, por lo que no tiene unos detalles muy precisos. Lo llaman “tetraplejia reversible”, si no recuerdo mal. Consiste en causar al preso, mediante intervención quirúrgica, una lesión en la vértebra C4. Una vez finalizada su condena, se le devolvería la movilidad utilizando una terapia con células madre. La medida está pensada para los internos más peligrosos, con la idea de reducir la conflictividad y limitar la partida presupuestaria destinada a las cárceles del estado, pero quieren empezar a probarla con presos comunes. El cura me ha dicho que los voluntarios, además de recibir los beneficios habituales asignados a este tipo de programas (llamadas, vis a vis…), conseguirían reducción de condena.
―Es posible que hasta una semana por día, puede que más ―me ha dicho casi en un susurro.
―Mantenme informado ―le he pedido.


24 de octubre de 2056

He estado dándole vueltas a lo de ayer. Recuerdo que hace muchos años intentaron llevar a cabo una locura parecida. Fue aquel asunto de la “cárcel mental”. Mediante drogas psicoactivas, querían distorsionar la noción del tiempo del recluso para que tuviese la sensación de haber cumplido una condena de años, décadas o incluso siglos, en sólo unas pocas horas o días. Oficialmente, el programa no llegó a ponerse en marcha, ya que el Congreso Mundial de Derechos Humanos lo prohibió por decreto. Sin embargo, algunos medios aseguraron que se había filtrado cierta información. En una prisión china, se registraron más de cincuenta intentos de suicidio en un mismo día. Presuntamente, aquellos presos habían sido obligados a participar en un programa de ese tipo. Nunca llegó a arrojarse suficiente luz sobre aquel suceso. 
La “tetraplejia reversible” no me parece tan inhumana como la “cárcel mental”, pero tampoco veo excesiva diferencia. La idea es la misma. En el pasado, la pena de muerte se mostró ineficaz a la hora de disuadir a los criminales de cometer asesinatos (yo creo que ese fue el principal motivo por el que terminó de abolirse en todo el mundo, y no el rollo de los derechos humanos, la dignidad y demás) y ahora, simplemente, están probando nuevos métodos. Intentan que los seres humanos dejemos de cometer delitos y utilizan el miedo al castigo, igual que hacen los dioses. Pero los dioses también ofrecen incentivos positivos para ser bueno. Ofrecen nada menos que la felicidad eterna. Aquí, en la Tierra, el premio consiste en tener trabajo y familia. Es comprensible que tanta gente decida jugársela.


25 de octubre de 2056

Hoy he arbitrado un partido de futbol entre reclusos jóvenes y chavales refugiados. Ha ido bien hasta la mitad de la segunda parte, cuando un recluso y un refugiado han empezado a pegarse sin motivo aparente. Muchos más chavales se han unido a la pelea y los funcionarios han tenido que intervenir; ha sido un lio tremendo. Al final, se ha suspendido el partido. Demasiada testosterona, demasiadas historias trágicas detrás de cada chico. Un coctel explosivo, aunque las cosas no suelen acabar así.
El siglo XX ya queda muy lejos. Es decir, todas esas chorradas de la tabla rasa, el buen salvaje y demás, todo eso ya está superado. Es evidente que hay un componente biológico en el comportamiento humano y, por ende, en la delincuencia. Si no, ¿por qué la mayor parte de la población reclusa está formada por hombres? ¿Acaso no hay mujeres que nacen y viven en condiciones de pobreza extrema, que crecen en entornos desestructurados, en ambientes impregnados de violencia, droga y marginación? Por supuesto que las hay, tantas como hombres, pero unas y otros son diferentes. La hormonas, la circuitería cerebral… está claro que todo eso juega algún papel (en mi opinión, un papel mucho más importante de lo que creemos o de lo que estamos dispuestos a aceptar). Si un padre maltrata a su hijo, es probable que el chaval acabe maltratando a su propio hijo cuando llegue el momento, pero la causa puede que no sea el trato horrible que ha recibido, sino que lleva los genes de su padre. ¿Quieren medidas radicales para acabar con la delincuencia? Yo tengo algunas, aunque seguro que no les iban a gustar. ¿Qué tal esto?: Terapia hormonal para los presos más violentos; limiten su producción de testosterona y verán cómo se calman. ¿Y esto otro?: Reducción de condena por vasectomía; que los delincuentes no transmitamos nuestros genes antisociales (pero que se aplique también a los presos ricos, por supuesto). ¿Y qué me dicen de esto otro?: Legalización de todas las drogas. Sí, puede que la medida trajese muchos problemas, pero acabaría con otros tantos. Lo importante es que serían baratas y no estarían adulteradas, por lo que la gente no tendría que robar para conseguir dosis de calidad. Y, bueno, en fin, puestos a ser radicales, acabemos con la delincuencia de raíz. Un buen puñado de bombas de hidrógeno por todas partes. Me ofrezco voluntario para apretar el botón.


26 de octubre de 2056

Esta mañana he desayunado con el cura. Me ha dicho que tengo que ir dándole una respuesta. Yo le he dicho que todavía no sé qué hacer. No me fio de esa gente, no me fio de nadie.
―¿De mí tampoco? ―me ha preguntado sonriendo.
No he respondido. Le he dicho que tenía cosas que hacer y me he marchado al patio a leer el periódico.


27 de octubre de 2056

Cuando me encerraron por primera vez, era muy joven. Ahora ya no lo soy. He pasado la vida entrando y saliendo, enlazando una condena con otra. Hace doce años que no piso la calle. En este tiempo me he endurecido, he aprendido a no amar a nadie, a no pensar en nadie más que en mí. He visto de todo. Cientos de caras desdibujadas, desesperación, arrepentimiento o deseos de venganza. He visto gente morir por un poco de dinero, pero también amistad sincera y esperanza en el futuro. Lo he visto todo. Y estoy cansado.
El cura quiere una respuesta. Bien, se la voy a dar, aunque todavía no sé cuál es. El próximo día le pediré una moneda. La cara será participar en el programa; la cruz, quedarme como estoy. La lanzaré al aire y entonces sabremos lo que me depara el destino.




13/12/16

La vida es horrible y todos lo sabemos pero nos gusta hacernos los tontos

Por todo el cosmos se están produciendo decesos estelares, 
supernovas que iluminan más que galaxias, 
que se expanden a lo largo de decenas de años luz 
y cuyos restos exánimes tardan mil siglos en disolverse en el vacío espacial, 
y yo, aquí, sentado, mirándome los pies, 
con el pelo sucio y las encías enfermas de tanto alquitrán, 
aburrido, indiferente ante la fragilidad de mi futuro, 
cansado de completar ciclos, 
ignorando toda la belleza del conocimiento, 
toda la fuerza poética que existe en cada brizna de polvo, 
dejándome arrastrar resignado ante las macabras reglas de este juego insoportable.

Como ciudades en ruinas, como Sardes, como Éfeso, 
así me yergo ante la ventana de mi habitación, 
una ventana con cristales manchados de gotas secas 
que distorsionan la imagen de mi barrio-cementerio, 
así me alzo, derrotado, como un gigante con osteonecrosis, 
y observo al viejo que vive enfrente, 
ese viejo con cara de asesino que tiene a tres pájaros enjaulados, 
tres criaturas inocentes que morirán en soledad 
sin haber sabido nunca cómo es la vida más allá de los barrotes.

No conozco a las mejores mentes de mi generación, 
no tengo ni idea de sus nombres, 
no sé cómo son sus caras ni en quién piensan al masturbarse, 
pero es probable que muchas de esas mentes privilegiadas estén ahora mismo muriéndose de hambre, 
es posible que se estén desangrando en un precario hospital de campaña, 
los huesos astillados, la carne quemada, los músculos desgarrados por una bomba de racimo que cayó demasiado cerca, 
o puede que su piel se halle llena de ampollas, 
que estén vomitando y teniendo diarrea, 
que se hayan quedado ciegos y se encuentren convulsionando en la cama después de haber estado expuestos a una nube de gas mostaza 
o puede que estén sufriendo una violación en grupo 
o puede que estén sentados viendo la tele o pensando en cómo medrar en el trabajo a costa de sus compañeros menos ambiciosos, 
lo único que tengo claro es que yo no he sido ni soy ni seré una de las grandes mentes de mi generación.

Todas esas capas de mugre sobre nuestras cabezas, 
toda esa miseria moral repartida entre cierto porcentaje de la población, 
el silencio eterno hacia el que caminamos, 
esa angustia punzante cuando piensas en ello, 
la ausencia de luz y la ausencia de oscuridad, 
el abismo, el vacío sin fin, la nada, 
como cada una de las gotas de paciencia de un vaso hecho añicos contra el televisor, 
la futilidad absoluta, el sinsentido perfecto, 
como una máquina enamorada de su creador, 
como un tumor en el cerebro de un bebé, 
y pienso: ¿para qué todo esto?, 
¿hacia dónde se dirigen nuestros pasos?, 
¿qué mensaje pretenden transmitir esos aullidos inhumanos que escucho en mitad de mis pesadillas?

A veces pienso en las medusas, 
esos seres extraños que no parecen de este mundo, 
que se desplazan por las profundidades oceánicas con la gracia de un ángel, 
esos animales gelatinosos y tubulares, 
afortunados por carecer de cerebro y corazón, 
esas lágrimas del mar, 
odiadas por la humanidad odiosa, 
seres bellos que no sufren, 
luminosos y translúcidos, 
hechos de agua, 
radialmente simétricos, 
únicos y perfectos, 
y pienso en sus vidas mágicas, 
en su tránsito despreocupado, 
en cómo se frotan unas con otras sin que nada les importe, 
en cómo vuelan entre las vastas masas del cielo acuático, 
y siento envidia y casi rencor, 
porque han tenido suerte, 
tanta suerte como las plantas, 
han tenido la suerte de no ser nada, 
se han llevado toda la suerte para ellas mientras los malditos, 
aquí, en el infierno, estamos expuestos a la crudeza de la realidad, 
aquí, los condenados, los poseedores de redes neuronales complejas que nos hacen caminar sobre las arenas movedizas de la vida, 
donde un paso en falso puede llevarte al dolor, al sufrimiento extremo, 
ese que millones de seres están padeciendo en este instante, 
ahora mismo, por todo el mundo, tal vez por todo el universo, 
ese que tú y yo podríamos experimentar en cualquier momento, 
el precio que pagamos por la posibilidad del amor, 
la amistad, la literatura, el sexo, 
la música, las puestas de sol 
o las gotas de lluvia golpeando contra los cristales.


13/11/16

El viejo con bastón de cuatro patas

El cielo estaba gris aquella tarde y mis amigos y yo matábamos el tiempo sentados en un banco junto a las pistas de fútbol sala. Las clases habían empezado unos días antes y todo parecía haberse vuelto deprimente, casi tétrico. Éramos chavales sin inquietudes artísticas o deportivas, sin ningún atisbo de ilusión o vitalidad. Simplemente nos sentábamos en aquel rincón polvoriento y fumábamos cigarrillos que robábamos a nuestros padres. También compartíamos alguna lata de cerveza y, antes de que anocheciese, nos marchábamos a casa esperando encontrarnos con algo bueno para cenar.
   Bien, aquella tarde, desde la lejanía, vimos a un viejo acercarse hacia nosotros. Caminaba con un brazo encogido, arrastrando medio cuerpo como un lastre y apoyando el lado bueno en un bastón de cuatro patas.
   ―Hola ―dijo―. Cigarro.
   ―¿Qué? ―pregunté.
   ―Yo, fumar, cigarro.
   ―¿Por qué habla así?
   ―Afasia ―respondió.
   ―Parece un indio ―dijo Antoñito y se echó a reír. 
   ―No te rías, subnormal ―le dije a Antoñito; también le metí una colleja. El viejo empezó a reír y dijo:
   ―No. Bien. Bien. Yo, indio.
   Nos quedamos unos instantes en silencio con unas estúpidas sonrisas en nuestras caras adolescentes.
   ―Cigarro ―dijo de nuevo el anciano.
   ―¿Por qué no se lo compra usted? ―preguntó Jorge.
   ―Mi hijo, habla tiendas, no venden.
   ―No podemos darle tabaco ―dije―. No estaría bien.
   ―Secreto ―dijo el anciano―. Secreto. Secreto.
   Al final le dimos un par de cigarros. Uno se lo fumó con nosotros y el otro se lo guardó en el bolsillo. Mientras estuvo allí, fumó con unas ganas locas y tosió y nos dio las gracias tantas veces que sentí que me mareaba. El viejo se marchó y, un rato después, nosotros también nos fuimos.
   Pasaron algunas semanas. De vez en cuando, el viejo volvía a visitarnos en busca de cigarrillos. Él, a veces, nos regalaba alguna cerveza que le robaba a sus hijos. Era un tipo majo. Nos contaba historias de cuando era joven y tenía locas a todas las mozas del pueblo, o eso decía, quién sabe si era verdad. Eran historias guarras y nos encantaban. También nos habló de sus afecciones. Había sufrido tres ictus que le provocaron hemiplejía y afasia motora (esta era la causa de que hablase así). Dijo que había llevado una vida muy desordenada, que había comido muy mal, bebido y fumado en exceso y cometido muchos pecados, y que el Señor le había enviado los ictus como castigo ejemplar, para que él pagase por sus faltas a la virtud y para que los demás no imitasen su conducta desviada. Nosotros insistíamos en que no debía fumar, pero alegaba que era lo único bueno que tenía en la vida. Dijo que Dios le odiaba pero que él quería mucho a Dios a pesar de todo.
   Un día se nos acercó un tipo. Llevaba bigote y camisa de cuadros y era grande como un búfalo. Llegó hasta nosotros, nos echó un vistazo con cara de estar cabreado y dijo:
   ―Eh, chicos, ¿no habréis visto por aquí a alguien dándole tabaco a un viejo que va con bastón?
   Nos quedamos de piedra, cagados de miedo, pero Jorge consiguió decir que no.
   ―¿Estáis seguros?
   ―No, no, no hemos visto nada de eso ―añadí yo.
 ―Vaya… Mirad, es que alguien le ha estado dando tabaco a mi padre, que está muy enfermo, y si encuentro al que lo ha hecho, lo voy a matar, de verdad; lo voy a apuñalar en medio de la calle y le voy a sacar las tripas y a hacer que se las coma.
   En ese punto yo tenía tanto miedo que me costaba respirar.
   ―Me marcho entonces. Si veis algo, me lo decís.
   ―Sí, seguro, no se preocupe.
   ―Bien, adiós, chavales.
   ―Adiós.
   ―Y gracias.
   ―No hay de qué.
   ―Gracias por darle tabaco a mi padre, cabrones. Que sé que habéis sido vosotros, que el otro día os vi con él.
   ―¡Joder, no nos apuñale, por favor, no lo haremos más!― rogó Antoñito.
 ―No voy a haceros nada, hostias. Pero no le deis tabaco a un viejo enfermo. ¿Sois gilipollas o qué os pasa?
   ―Nos daba mucha pena, pensábamos que por un cigarrillo no pasaba nada.
 ―No os pasará a vosotros, pero mi padre ha tenido tres ictus. Aunque la culpa es enteramente suya, claro, pero, joder, no le deis más tabaco, por favor.
   El tipo se marchó y no volvimos a verlo, ni a él ni a su padre. Quizá se mudaron a otra zona de la ciudad, qué sé yo. Debo admitir que conocer a aquel viejo me dejó profundamente marcado y que su recuerdo me ha servido siempre para valorar con entusiasmo las pequeñas cosas que dan sentido a la vida… y, en fin, también me ha empujado a cuidarme un poco, la verdad.

31/10/16

Viaje a Omniria, relato ganador del VIII Certamen literario “Buscando una vida mejor: El derecho de asilo”

La llamaban “La guerra eterna” y se extendía por todo el globo. Nadie sabía con exactitud las causas que la desataron ni el momento histórico en que comenzó. Durante siglos, generaciones enteras de seres humanos nacieron, crecieron y murieron sin haber conocido un solo periodo de paz. 

Las exocolonias se mantuvieron al margen desde el principio y lograron prosperar mientras el planeta madre se ahogaba en sus propias ruinas. La Alianza de los Mundos se vino abajo y cada cual siguió su propio camino. Pero el camino de La Tierra conducía al abismo, y a sus habitantes sólo les quedaba la esperanza de escapar. 

Las élites mafiosas no desaprovecharon la ocasión de enriquecerse a costa de sus congéneres y organizaron una amplia red de rutas desde varios cosmopuertos de La Tierra hasta diferentes puntos del espacio colonizado. 

Las posibilidades de llegar a alguno de aquellos pacíficos mundos eran escasas, pero aun así, millones de terrícolas lo intentaban cada año. Por desgracia, muchos de ellos comprobaban que el remedio podía no ser muy distinto a la enfermedad.


Silna observaba la marca en su brazo. Bajo la piel clara le habían insertado un dispositivo que podía acabar con su vida en cuestión de segundos. Si intentaba quitárselo, su sangre recibiría una toxina letal. Lo mismo sucedería si probaba a incumplir alguno de sus compromisos contractuales, pues los traficantes podían activar el mecanismo con solo apretar un botón. Su vida, al igual que la de otras muchas personas, estaba a merced de aquellos desalmados, pero, a pesar de todo, prefería su situación actual antes que continuar viviendo en La Tierra.

Decidió levantarse para caminar un poco y desentumecer los músculos. A su alrededor todo era un completo desastre: centenares de personas malviviendo sobre el suelo metálico, mantas, ropa, juguetes, envases de comida, desperdicios, cajas vacías con los logos de las agencias de ayuda humanitaria... Llevaban un mes retenidos allí, en la Estación Espacial Chantroj. Era la última parada antes de poner los pies en Omniria, una de las exocolonias más prósperas de la antigua Alianza de los Mundos. Millones de refugiados terrícolas llegaban a su superficie cada año y por todas partes se difundían noticias esperanzadoras sobre la posibilidad de labrarse un futuro en aquel planeta. 

Los refugiados ocupaban los pasillos exteriores del gigantesco disco de la estación, que giraba en todo momento para generar gravedad artificial. En el centro del disco se hallaba la lanzadera, que permitía el acceso a Omniria a través de naves espaciales autotripuladas. Decenas de guardias armados se encargaban de mantener el orden y de distribuir alimentos, medicinas y otros suministros.

Silna viajaba sola. Su familia había muerto en la Tierra, tanto sus padres como sus tres hermanos. Ella no tenía hijos. No podía entender por qué los terrícolas simplemente no dejaban de reproducirse. Se le escapaba el sentido de traer niños a un mundo en el que sólo conocerían el miedo y la desesperación. Parecía que nada podría refrenar el anhelo humano de trascender la propia vida, ni siquiera la peor de las guerras. 

Se acercó a uno de los amplios ventanales para echar un vistazo. Pasaba mucho tiempo allí, esperando ver algo de movimiento, alguna novedad que les permitiera dejar atrás aquella penosa situación. También le gustaba apoyar la espalda en el cristal y observar a la gente, admirar su entereza y sus ganas de seguir adelante, aunque lo que más le llamaba la atención era la completa ausencia de ancianos a lo largo de todo el viaje.

―Saldremos de aquí ―le dijo Mor, que se había acercado a saludarla. Era una agradable mujer que viajaba con su marido y sus hijos. Se conocían desde hacía un par de semanas, pero se estaban haciendo buenas amigas. Silna sonrió.

―¿Cómo está tu hijo?

―Está mejor. Los antibióticos funcionan, pero empiezan a escasear.

―Pronto nos marcharemos ―dijo Silna acariciando con afecto el brazo de su amiga―. Tu pequeño será atendido en un hospital, no hay de qué preocuparse.

Entonces se escucharon gritos lejanos. La curva del disco no permitía ver lo que estaba sucediendo.

―¡Ve con tu familia! ―le dijo Silna a Mor.

Silna caminó deprisa entre la multitud. La tensión se notaba en los rostros expectantes. Después de recorrer unos doscientos metros, pudo ver un tumulto. La gente gritaba histérica. Un hombre yacía en el suelo. Dos guardias de la estación empezaron a llevárselo, mientras diez o doce de sus compañeros intentaban controlar a un enorme grupo de refugiados a base de golpes. Entonces, uno de los guardias disparó con su arma eléctrica sobre un joven, que cayó inconsciente al suelo. Los refugiados retrocedieron asustados mientras los demás guardias desenfundaban sus armas. Llegaron más agentes. La situación empezó a calmarse, aunque parecía que en cualquier momento podía estallar de nuevo.

―¡Nos tratáis como animales! ¡Mercenarios, asesinos! ―gritaba una joven ante la severa mirada de los guardias.


Pasaron tres semanas. La falta de información, la suciedad y la escasez de bienes básicos estaban empezando a hacer mella en el ánimo de la gente. Aquellas personas habían dejado atrás lo poco que tenían para embarcarse en un peligroso viaje que estaba durando demasiado tiempo. Su paciencia se hallaba bajo mínimos. Las escaramuzas con los guardias se repetían casi a diario. Varios enfermos habían muerto y se temía que pudiera desatarse una epidemia, a pesar de los esfuerzos del personal sanitario de la estación.

Por fin, pudieron ver cómo una de las naves cilíndricas se acercaba hacia ellos. Tan sólo una tercera parte de los refugiados podría acceder al primer traslado, pero la alegría se había extendido por todas partes, llenando los rostros de sonrisas. 

El acceso a las naves se efectuaría en función del orden de contratación. Sin embargo, unos días antes, Silna había conseguido un pase prioritario para ella y la familia de Mor. Para lograrlo, tuvo que acostarse con tres guardias, pero no le importó demasiado. En La Tierra había hecho cosas peores por mucho menos. 

Cuando llegó el momento, un guardia les hizo una señal para que entraran en el ascensor que recorría el pasillo radial hasta la plataforma de acceso. Desde allí, pudieron ver cómo la nave se aproximaba lentamente y empezaba a girar en el mismo sentido que la estación hasta quedar acoplada como un dedo en un anillo. Las puertas se abrieron. No sin dificultad ―pues la fuerza centrífuga no generaba allí sensación gravitatoria―, fueron accediendo al interior, tomando asiento y abrochándose los cinturones. Cuando el aforo estuvo completo, las puertas se cerraron. La nave se separó de la estación y comenzó el descenso hacia Omniria.

―Es emocionante, ¿verdad? ―le preguntó Mor a Silna.

―Oh, sí, es una sensación increíble. Espero poder estudiar una carrera, ya sabes, más adelante. Quizás biología.

Mor la miró extrañada.

―¿A qué te refieres? ¿Es que tú no vienes con un contrato de servidumbre?

―Claro ―dijo Silna mostrando la marca de su brazo.

―¿Por cuantos años?

―Tres años trabajando en las minas. Después seré libre.

El rostro de Mor se descompuso.

―Silna, cariño… Los contratos que firmamos… Se refieren a años de Omniria.

―¿Qué?

―En este planeta los años son quince veces más largos que en La Tierra. Por eso no aceptan ancianos aquí, porque no les daría tiempo a pagar el viaje. 

Silna no podía creer lo que estaba oyendo. Mor continuó:

―Nosotros hemos venido por nuestros hijos, porque pagaremos por ellos con nuestro tiempo y conseguirán la ciudadanía desde el principio. Serán libres. Sacrificaremos nuestra libertad por la suya.

Silna se quedó callada unos instantes. Después, todos los pasajeros de la nave pudieron escuchar el grito desgarrador que lanzó Mor al ver cómo su amiga se arrancaba el dispositivo del brazo con los dientes.



19/10/16

Las cinco mejores letras de Bob Dylan

Quería contaros que he decidido lanzarme a la aventura de Youtube para intentar llegar a más gente y ofrecer contenido interesante a los aficionados a la lectura y la escritura. Os dejo aquí mi primer vídeo y os animo a suscribiros al canal.



14/10/16

100 libros cortos para gente ocupada

“Tantos libros, tan poco tiempo”, dijo el músico Frank Zappa. Y tenía razón. Los que amamos la lectura sabemos lo duro que resulta no ser capaces de terminar unos cuantos libros más cada mes. Paseamos lánguidamente por librerías y bibliotecas, suspirando y acariciando lomos y portadas, pensando “tengo que leer este, y este, y este…”. 

La buena noticia es que, entre los miles de buenos libros que se han escrito, hay unos cuantos bastante cortos que se pueden acabar en una o dos tardes, y que sirven tanto para saciar a los adictos a las letras como para satisfacer a aquellas personas a las que les da pereza leer mamotretos o que, simplemente, no tienen tiempo para ello. 

Ya no hay excusas para dejar la literatura olvidada. Aquí tienes una interesante lista de libros de no-ficción, colecciones de relatos y novelas, todos con una extensión inferior a las 200 páginas.

¡Feliz lectura!


No ficción 


  • El arte de la guerra – Sun Tzu (71 páginas).
  • No kid – Corinne Maier (139 páginas).
  • Abajo el velo – Chahdortt Djavann (59 páginas).
  • Un cuarto propio – Virginia Woolfe (127 páginas).
  • Las puertas de la percepción – Aldous Huxley (191 páginas).
  • Las chorradas de mi padre - Justin Halpern (172 páginas).
  • Viaje a la Alcarria – Camilo José Cela (160 páginas).
  • Gatos ilustres – Doris Lessing 160 (páginas).
  • El asunto Lemoine – Marcel Proust (122 páginas).
  • Yo no vengo a decir un discurso – G. García Márquez (160 páginas).
  • Crepúsculo de los ídolos – F. Nietzsche (173 páginas).
  • Aristóteles en 90 minutos – Paul Strathern (70 páginas).
  • Sobre la paz perpetua – I. Kant (69 páginas).
  • El príncipe – N. Maquiavelo (111 páginas).
  • El contrato social – J. J. Rousseau (140 páginas).
  • Utopía – T. Moro (126 páginas).
  • Dios y el estado – M. Bakunin (189 páginas).
  • Israel, Palestina. - M. Vargas Llosa (187 páginas).
  • La ciencia para no científicos - Albert Jacquard (171 páginas).
  • Evolución para todos - Dylan Evans y Howard Selina (176 páginas).
  • Mitología de los dinosaurios - José Luis Sanz (192 páginas).
  • Una pequeña historia para entender el universo - Hubert Reeves (138 páginas).
  • El creacionismo : ¡vaya timo! - Ernesto Carmena (154 páginas).
  • Brevísima historia del tiempo – S. Hawking (194 páginas).
  • El Bosón De Higgs – Alberto Casas  y Teresa Rodrigo (122 páginas).
  • Desobediencia civil y otros escritos - Henry D. Thoreau (111 páginas).
  • La ruta de Don Quijote – Azorín (144 páginas).


Novelas


  • Soy leyenda – Richard Matheson (179 páginas).
  • Matadero cinco – Kurt Vonnegut (188 páginas).
  • El lazarillo de Tormes – Anónimo (76 páginas).
  • El túnel – Ernesto Sabato (143 páginas).
  • Gestión del fracaso, una novela – Pablo Navarro (126 páginas).
  • Fragmentos de una niña decapitadita – Elena Román (96 páginas).
  • La muerte de Iván Ilich – Lev Tolstoi (93 páginas).
  • Memorias del subsuelo - Fiódor Dostoyevski (146 páginas).
  • Seda – Alesandro Baricco (93 páginas).
  • El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde – R.L. Stevenson (95 páginas).
  • Jardín de cemento – Ian McEwan (153 páginas).
  • Rebelión en la granja – G. Orwell (139 páginas).
  • El quinto hijo – Doris Lessing (160 páginas).
  • Marciano, vete a casa – Fredrik Brown (166 páginas).
  • La familia de Pascual Duarte – C.J. Cela (164 páginas).
  • Cartero – Charles Bukowski (191 páginas).
  • Sula – Toni Morrison (184 páginas).
  • Lady Susan – Jane Austen (150 páginas).
  • Frankenstein – Mary Shelley (190 páginas).
  • El viejo y el mar – E. Hemingway (127 páginas).
  • El corazón de las tinieblas – J. Conrad (156 páginas).
  • El señor de las moscas – W. Golding (198 páginas).
  • El despertar - Kate Chopin (192 páginas).
  • Me alegraría de otra muerte - Chinua Achebe (192 páginas).
  • Ampliación del campo de batalla – M. Houellebecq (188 páginas).
  • Un año pésimo – John Fante (139 páginas).
  • De ratones y hombres – J. Steinbeck (167 páginas).
  • Buenos días, tristeza - Françoise Sagan (176 páginas).
  • El extranjero – A. Camus (138 páginas).
  • Asalto a las panaderías – Haruki Murakami (64 páginas).
  • La metamorfosis – f. Kafka (92 páginas).
  • El gran Gatsby - Francos Scott Fitzgerald (185 páginas).
  • Tombuctú - Paul Auster (171 páginas).
  • Snuff - Chuck Palahniuk (199 páginas).
  • Bajo las ruedas - Hermann Hesse (169 páginas).
  • Desayuno en Tiffany's - Truman Capote (155 páginas).
  • El tercer hombre - Graham Greene (111 páginas).
  • La máquina del tiempo - Herbert George Wells (132 páginas).
  • El reino de este mundo - Alejo Carpentier (144 páginas).
  • Hambre – Knut Hamsun (158 páginas).
  • La muerte en Venecia - Thomas Mann (94 páginas).
  • La llamada de la selva - Jack London (153 páginas).


Relatos 


  • Nueve cuentos - J. D. Salinger (197 páginas).
  • Me llamo Aram – William Saroyan (152 páginas).
  • Inevitable y otros trastornos narrativos – Pablo Navarro (180 páginas).
  • Cuentos del Don - Mijaíl Shólojov (152 páginas).
  • Dublineses – James Joyce (186 páginas).
  • Asesinato en la oscuridad - Margaret Atwood (168 páginas).
  • De qué hablamos cuando hablamos de amor – R. Carver (157 páginas).
  • Canción de navidad y otros relatos – Charles Dickens (182 páginas).
  • Hijo de Satanás – Charles Bukowski (199 páginas).
  • Pura anarquía – W. Allen (185 páginas).
  • Esperando al enemigo – Gonzao Calcedo (176 páginas).
  • Transformación y otros cuentos – Mary Shelley (108 páginas).
  • Roling Stones – O. Henry (176 páginas).
  • Cuentos de soldados y civiles - Ambrose Bierce (93 páginas).
  • Cazador en el alba – Francisco Ayala (113 páginas).
  • La muerte y otras sorpresas - Mario Benedetti (159 páginas).
  • Crímenes bestiales - Patricia Highsmith (200 páginas).
  • Tres cuentos - Truman Capote (115 páginas).
  • La tristeza y otros cuentos - Anton Chejov (146 páginas).
  • Viejas historias de Castilla la Vieja - Miguel Delibes (100 páginas).
  • Matrimonio por interés y otros relatos - Mijaíl Zóschenko (164 páginas).
  • Historias de cronopios y de famas - Julio Cortázar (141 páginas).
  • El gran cambiazo - Roald Dahl (170 páginas).
  • Hijo de Jesús – Denis Johnson (144 páginas).
  • Ficciones - Jorge Luis Borges (126 páginas).
  • Los crímenes de la calle Morgue y otros casos de Auguste Dupin - Edgar Allan Poe (136 páginas).
  • El horla y otros cuentos de crueldad y delirio - Guy de Maupassant (156 páginas).
  • Secreciones, excreciones y desatinos - Rubem Fonseca (159 páginas).
  • En un balneario alemán - Katherine Mansfield (159 páginas).
  • Cuentos de amor de locura y de muerte - Horacio Quiroga (147 páginas).
  • La llamada de Cthulhu y El horror de Dunwich – H. P. Lovecraft (169 páginas).




6/10/16

Ataque preventivo

Un ejecutor ha llegado al pueblo. Hacía cinco años que no se veía a ninguno por aquí. La gente lo mira con recelo mientras camina por la calle principal acompañado por sus dos bestias ciborg. Se mueve confiado y arrogante en busca de una posada donde pasar la noche. Sabe que es intocable. Si alguien le hiciese algo, las consecuencias para los vecinos serían devastadoras, pues caería sobre ellos todo el peso de la ley.

El ejecutor alquila una habitación y deja a sus bestias en el establo. Mañana, todos los habitantes mayores de edad tendrán que entregarle una papeleta, ya sea con el nombre de un candidato, o en blanco. La persona que reciba más votos, morirá al caer la tarde; su cuerpo será despedazado por las bestias ciborg. 

En teoría, no es obligatorio que nadie pierda la vida. Si todos entregan la papeleta en blanco, el ejecutor seguirá su camino hacia otro pueblo. Lo que ocurre es que basta una sola nominación para que se lleve a cabo la sentencia, por lo que, en la práctica, casi todo el mundo elige a alguien con el objetivo de reducir las posibilidades de ser ellos mismos los que acaben aniquilados sobre la arena ardiente. En caso de empate, el proceso se repite hasta que haya un “ganador”. El sistema lleva siglos funcionando, casi desde los tiempos del apocalipsis nuclear. Fue ideado para disuadir a los súbditos de cometer delitos, pues lo normal es que, a la llegada de un ejecutor, la gente nomine a los peores criminales, aunque lo cierto es que por todas partes se sigue violando la ley mientras que muchas personas inocentes son matadas cada año.

El sol se ha ocultado hace horas y el ejecutor duerme a pierna suelta en la mejor habitación de la posada cuando un cuchillo entra por su ojo derecho hasta perforar el cerebro. El asesino se escabulle sigilosamente, monta un caballo y emprende la huida hacia la oscuridad de la noche desértica. Sabe que todos en el pueblo lo odian por sus ideas antiesclavistas y ha preferido llevar a cabo un ataque preventivo.




27/9/16

Álgido

El amor duele y
también la amistad
y el odio y
la alegría
y los desgarros y
las puñaladas.

Todo lo que nos rodea
está impregnado de dolor
en mayor o menor medida.

Todo, especialmente
aquello que tenga
que ver con
la existencia.



27/7/16

Aprende a escribir ficción con el método de los concursos

No existe una fórmula mágica para aprender a escribir ficción, pero sí unas instrucciones muy claras:
  1. Leer mucho.
  2. Escribir mucho.
La primera parte es muy sencilla. No tienes más que abrir libros (preferiblemente buenos, ya sabes, Dostoyevski, Kafka, los ganadores del Nobel de Literatura...) y ponerte a ello. La segunda es más complicada. Escribir es un proceso mucho más activo que leer y, a veces, simplemente no se te ocurre con qué rellenar el folio.

Bien, aquí te traigo un método que te ayudará a practicar, te permitirá comprobar tus progresos y, quizá, ganar algo de dinero. Es el método de los concursos y voy a explicártelo por pasos. 




Paso 1: Visita la sección de concursos de la web escritores.org

Cada mes se convocan decenas y decenas de concursos literarios en el mundo hispanohablante y en esta web aparecen casi todos. Te recomiendo que marques la opción de "Concursos por email @" por la sencilla razón de que no te gastarás nada en participar. Existen numerosos concursos interesantes que exigen enviar los textos por correo postal, en ocasiones hasta por quintuplicado, lo que podría suponerte un gasto considerable en sellos y fotocopias o tinta de impresora. Personalmente, nunca participo en estos certámenes dada la enorme cantidad de opciones para concursar por email, pero, si esto no supone un problema para ti, adelante. También puedes marcar la opción "Concursos (Cuento, relato, narrativas, carta, microrrelato)", la cual aplicará un filtro a la página para que no te aparezcan certámenes de novela y poesía (el método puede servir también para aprender a manejar estos géneros, si te interesa, aunque la poesía en principio no es ficción y la novela exige una dedicación enorme de tiempo, por lo que yo recomiendo empezar con microrrelatos y relatos cortos para hacerlo más dinámico y entretenido).


Paso 2: Selecciona los mejores concursos

Y te preguntarás: ¿cuales son? Bien, son aquellos que mejor se adapten a tus objetivos. Los certámenes podrían clasificarse de muchos modos en función de: si ofrecen premio en metálico o no (regalos, diplomas, trofeos...), si publican al ganador o ganadores en papel o no lo hacen, si el concurso es completamente libre o conlleva alguna exigencia (que el texto se enmarque dentro de un género, como la ciencia-ficción o el suspense, que tenga que llevar una determinada frase, tratar sobre un tema de actualidad, que su extensión se encuentre dentro de unos límites etc). Como se supone que lo que nos interesa ahora es practicar para mejorar, te recomiendo que te olvides del dinero y las publicaciones y te centres en elegir los concursos que impliquen exigencias variadas. La ventaja es que esto te dará un punto de partida. Vamos a ver algunos ejemplos de certámenes de este tipo que me han servido para crear algunas historias.
  • El concurso Bruma Negra de este año llevaba dos condiciones principales: que los relatos se enmarcarsen en el género negro/suspense/policíaco y que la niebla o la bruma fuesen un elemento integrante de la historia. Para participar, escribí un cuento breve titulado Rata, que no quedó finalista, pero del que me siento bastante orgulloso.
  • También este año, participé en el Certamen Madrid Sky. La temática y el género eran libres, pero los textos debían empezar con la frase: Se oye el sonido de la verja de entrada que se abre. Yo escribí un relato titulado El sonido pegajoso de sus besos (tampoco quedé finalista, pero recuerda, esto es un método para practicar participando en concursos, no necesariamente para ganarlos).
  • Por último, para que veas que a veces este método puede permitirte recoger frutos materiales, he quedado finalista en el Certamen de relatos cortos carcelarios Conrada Muñoz y en septiembre sabré si me hago con los 1.500 euros del premio. En este concurso la exigencia era que las historias tratasen sobre la cárcel, pero no de un modo anecdótico, sino teniendo un papel muy relevante en la trama.
En esta fase de selección de concursos es interesante organizarse, porque encontrarás muchísimos certámenes en los que participar. Hazlo como quieras, pero te voy a contar lo que hago yo. En la barra de marcadores del navegador tengo una carpeta llamada "Concursos". Cuando veo uno interesante, lo añado a favoritos (en Google Chrome se hace pinchando en la estrellita de la parte superior derecha de la pantalla) dentro de la carpeta y le cambio el nombre, poniendo algunos datos relevantes como la fecha máxima de envío, la extensión, las condiciones y el premio, como puedes ver en la siguiente imagen.



Paso 3: Ponte a escribir

Y aquí llega la parte esencial del método, ponernos manos a la obra. Si nos hallamos ante un concurso que exige condiciones, ya tendremos un punto de partida, pero nunca viene mal contar con algún que otro agarre más para continuar avanzando hacia la cima, por lo que, si la inspiración todavía no te visita, te propongo un par de trucos para estimularla.
  • Investigación: informarte sobre las exigencias del concurso puede ser una maravillosa fuente de ideas. Por ejemplo, para participar en el certamen de relatos carcelarios, estuve viendo un montón de documentales relacionados con el mundo de la prisión en Youtube; también me puse a recordar el argumento de películas míticas como Cadena perpetua, La milla verde o La evasión. Si el certamen se enmarca dentro de un género literario, como la ciencia-ficción, te recomiendo que leas relatos de los grandes maestros (Asimov, Phillip K. Dick, Fredric Brown...) y que te informes sobre el propio género: los temas que trata, su historia, los subgéneros etc. Wikipedia es un buen sitio para comenzar.
  • Leer a los ganadores: es posible que el concurso tenga una página web donde cuelguen los relatos ganadores de ediciones pasadas. Si no ofrecen los textos, puedes buscar en Google el nombre de los escritores galardonados para ver si tienen blogs personales donde los hayan publicado. La idea no es copiar, ni mucho menos, sino analizar las historias para determinar qué elementos llevaron a sus autores a hacerse con la victoria. Por ejemplo, para el certamen Bruma Negra, leí a los finalistas del año anterior y pude ver que algunos elementos comunes eran, lógicamente, el crimen, sobretodo el asesinato, que la acción transcurría en zonas costeras y que los acontecimientos se desarrollaban en una atmósfera sórdida y deprimente. Aunque, para para ser original, podrías hacer precisamente lo contrario, romper con la norma. En este caso, el crimen principal podría ser la corrupción o el secuestro y que todo ocurriese en un alegre pueblo a orillas de un lago. La originalidad es un elemento que los jurados suelen valorar muy positivamente (siempre que no te pases y transgredas las normas del certamen, claro).
¿Y qué hacer en el caso de que el certamen no imponga condiciones? Es una buena pregunta. Un gran porcentaje de los concursos son completamente libres (salvo en extensión) por lo tanto no tendrías punto de partida, que es lo interesante de este método. En esta situación podríamos hacer varias cosas, como por ejemplo, inventar las condiciones. Busca un concurso libre y elige para participar en él un género (romántico, suspense, terror, fantasía, histórico, surrealismo, realismo sucio, ciencia-ficción, realismo mágico, drama, comedia, erótico...). Si tienes en cuenta que cada género puede tener numerosos subgéneros (fantasmas, ciberpunk, fantasía medieval, detectives...) podrías crear una enorme lista de opciones. Si no sabes por cuál decidirte, utiliza un método aleatorio, como esta aplicación. Otra condición que podemos inventar es que el relato empiece con una frase. Abre un libro, elige una página al azar y, con los ojos cerrados, señala un punto. Ahí tienes tu frase. Hace poco escribí un microrrelato a partir de la frase: Esta joven enfermera que parece sentirse rápidamente atraída por mí, que extraje con los ojos cerrados de El proceso, de Kafka. Si con esto no tienes suficiente, te recomiendo este artículo donde ofrezco unos cuantos trucos más.


Paso 4: Evalúa tus progresos

En principio, si lees y escribes mucho, deberías mejorar como escritor de ficción. Cuanto más lo hagas, más calidad tendrán tus textos. Si trabajas a diario, mejor que de vez en cuando y, si le dedicas cuatro horas al día, será mucho mejor que una. A partir de aquí todo depende de tu esfuerzo. Soy de la opinión de que todo el mundo puede llegar a escribir grandes historias, a pesar de no contar con las mejores capacidades innatas. Yo no me considero un gran escritor, ni siquiera me considero escritor, pues no vivo de ello, pero en la actualidad, consigo crear algo decente de vez en cuando (de hecho, gané un premio de novela y me publicaron). Y te aseguro que no nací con buenas características para este oficio. Lo sé porque si leo mis relatos de hace diez años acabo por llevarme las manos a la cabeza. Además, te prometo que la capacidad de esfuerzo y la constancia tampoco son dos de mis principales virtudes. Si yo puedo, cualquiera puede, créeme.

Ahora bien, ¿cómo sabemos que estamos mejorando? Los escritores principiantes tenemos el síndrome del vendedor, es decir, estamos enamorados de nuestra mercancía. Tendemos a creer que nuestros textos son obras de arte, pero lo más seguro es que, de momento, no lo sean. Este método te va a permitir saber si estás mejorando, porque, si te esfuerzas y eres constante, tarde o temprano empezarás a quedar finalista o incluso a ganar concursos, y eso será una señal de que estás haciendo las cosas bien. No te desanimes si los frutos tardan en llegar. Si trabajas duro, acabarás por recogerlos.

Quiero darte un último consejo. Elabora una lista con los concursos en los que has participado. Puedes hacer una tabla en Word, en cuyas columnas aparezca el nombre del certamen, la fecha del fallo y el título del relato que enviaste. De este modo, evitarás enviar textos a más de un concurso a la vez, lo cual podría hacer que te descalificaran.

Espero que mi método para aprender a escribir ficción te resulte útil. Te aseguro que, además, resulta muy emocionante. Si te ha gustado, puedes decírmelo en los comentarios y compartirlo con quien quieras.

¡Suerte!

20/6/16

Un día más (o menos)

Camino hacia el trabajo
y el vacío me acompaña
como una bomba-lapa
adosada a los bajos del coche.

La desesperación acecha
en forma de sueños estúpidos,
de batallas perdidas,
de noticias que te dejan
la sangre congelada.

Atravieso páramos
de vegetación marchita,
carreteras desiertas
y edificios acristalados
que intentan imitar al cielo.

Ya estoy cerca.

Mis ganas de llegar se reducen
a algo parecido a la muerte.


2/6/16

Las crónicas de alquitrán I

Entiendo que pueda caerte mal. No soy gracioso y tengo algo de chepa. No me gusta hablar y mi voz es desagradable. De pequeño no tenía muchos amigos. Recuerdo que una tarde salí a pasear porque no sabía qué hacer. No había Internet, no había nada. Estuve caminando por las sórdidas calles de mi barrio-cementerio, mirando las grietas de las paredes, dejando escapar suspiros agónicos. Me aburrí enseguida, pero no quería volver a casa. No me gustaba leer ni dibujar ni jugar al fútbol. Supongo que quería estar con una chica, pero no conocía a ninguna. Tenía once años. Las farolas me iluminaban mientras caía la noche. Todo el mundo había muerto o algo parecido. ¿Qué podría haber más allá de la autopista? Yonkis chutándose, parejas follando en sus coches y todas aquellas leyendas urbanas. 

En mi familia se han dado dos suicidios, uno por la rama paterna y otro por la materna. Quizás eso me otorgue muchas papeletas en la lotería genética pero yo de momento aguanto, aunque, si lo piensas, vivir es como suicidarse, pero muy despacio. Si no estás de acuerdo, al menos reconocerás que sí que es un poco pérdida de tiempo porque vas a morir de todas formas, hagas lo que hagas, salvo si naces en la generación que descubra el secreto de la inmortalidad, estimo que dentro de doce o trece décadas.

Aquella tarde caminé arrastrando mis once años de existencia, aburrido, cansado, perdido, y no encontré nada; nada cambió para mí. Lo único que hice fue moverme sin saber a dónde iba, igual que me ocurre ahora mismo mientras escribo esta mierda insufrible.






30/5/16

Primer capítulo de "Gestión del fracaso, una novela"

Este es el primer capítulo de mi primera novela, Gestión del fracaso. La escribí hace mucho y desde entonces he cambiado bastante en mi forma de escribir, en mis gustos literarios e, incluso, en mis ideas sociopoliticoeconomicomorales, y, aunque hoy en día le cambiaría muchas cosas o, directamente, no llegaría a escribirla, no voy a renegar de ella pues es una parte muy importante de mi desarrollo como escritor. Sea como fuere, si te gusta el primer capítulo y te apetece leer el resto, puedes comprarla pinchando aquí.


1


Voy a empezar por aquella tarde: Robert y yo estábamos en mi casa pinchándonos. No había nada interesante que ver en la tele, ni tampoco nada nuevo que hacer o que pensar. No éramos unos tipos especialmente felices ni agradables ni divertidos, pero se nos daba muy bien estar tirados en el suelo dejando que el tiempo se fuese yendo a la mierda poco a poco. A veces conocíamos a algunas chicas, las invitábamos a beber o a fumar y nos acostábamos con ellas, aunque esto no ocurría con excesiva frecuencia.

La cuestión es que estábamos allí, mirando el techo, sintiendo cómo el cuelgue de heroína iba esfumándose, cuando apareció Ann pegando gritos.

―Me he cruzado con un gordo ―dijo. Nos echó un vistazo y añadió: ―Era un gordo enorme, como de ciento diez kilos. En una mano llevaba un muslo de pollo que le goteaba sobre la camiseta, y, en la otra, un libro de Nietzsche. Creo que era “Así habló Zaratustra”, porque en la portada se veía a una especie de vagabundo. El tipo iba leyendo y comiendo por la calle, ¿vale? Pues va el cabrón y me llama coñito tierno. ¡El muy hijo de puta! Lo que quiero decir es que si la gente que lee a Nietzsche empieza a comportarse así, ¿hasta dónde vamos a llegar?

―¿Te has hecho una copia de mis llaves? ―pregunté.

Ann fue a la cocina y volvió con tres cervezas. Nos dio una a cada uno, abrió la suya y se sentó en el sofá.

―Me pone cachonda veros colocados ―dijo.

Me gustaba que Ann fuese nuestra amiga. Era increíblemente guarra y divertida. La conocí en un concierto indie-pop. A mí esa música me parece una mierda, simplemente me había colado allí para ver si podía robarle la cartera a alguno de aquellos hippies. Ella me pilló metiendo mano en un bolso y me dijo que si le daba la mitad del dinero no se chivaría. Le dije que vale y al final acabamos follando detrás de unos cubos de basura.

A Robert lo conocí unos años después. Por aquel entonces no era más que un niño pijo e inocente que se había perdido por mi barrio. Un macarra estaba pateándole la cabeza en un callejón y yo me acerqué sigilosamente y le metí a aquel hijo de puta dos puñaladas en el culo. El cabrón salió corriendo como una rata y yo me llevé a Robert al hospital. Estaba tan agradecido que me ofreció dinero. Por supuesto, yo acepté encantado. Pensé que me iba a dar cien o doscientos dólares con los que pillarme el ciego del siglo, pero imagínense mi sorpresa cuando me explicó que cada mes me entregaría lo necesario para pagar mi alquiler y mi alimentación durante el resto de mi vida.

―No te preocupes ―me dijo―. Mis padres son multimillonarios.

Al parecer sus viejos tenían una cadena de hoteles de lujo. Eran originarios de Londres, pero se habían mudado a no sé qué país del Golfo Pérsico. A Robert lo habían mandado a Estados Unidos a estudiar ingeniería aeroespacial y cada mes le ingresaban miles y miles de dólares para sus gastos.

―No sé ni qué hacer con tanto dinero ―me comentó.

Robert resultó ser un tipo muy simpático. Me recordaba un poco a Paul McCartney de joven, ya saben, con esa cara de pardillo tan británica. Nos hicimos amigos enseguida y empezó a probar todas las mierdas que pasaban por mis manos, se enganchó a la mayor parte de ellas y acabó dejando los estudios. No les dijo nada a sus padres así que éstos continuaron enviándole toneladas de dinero. No se preocupaban nada por su hijo. Eran los padres perfectos.

―¿Os da miedo el terrorismo? ―preguntó Ann, y empezó a contarnos algo que había leído en una revista. Yo me quedé dormido.

Cuando desperté, me sentía como si me hubiesen metido agua en el cerebro. Miré a mi alrededor y vi a Robert comiéndole el coño a Ann allí mismo, en mi sofá. Ella gemía y suspiraba; hacía uh, uhh, uhhhhh, y daba caladas al cigarrillo y pequeños sorbos a la lata de cerveza, como si estuviese bebiendo champagne. Robert se pajeaba mientras lamía el precioso coño de Ann. Entre las babas y el flujo vaginal me estaban poniendo el sofá perdido, pero no me importaba. Las bragas de Ann eran de un bonito color rosa pálido. No se las había quitado, sólo las tenía desplazadas hacia un lado; Robert las sujetaba con la mano que le quedaba libre.

Estuve observándolos unos minutos y la verdad es que me empalmé, pero en el fondo no tenía ganas de sexo, así que me fui a la calle. Se me acercó un mendigo con la intención de venderme mecheros. Le compré uno de Hello Kitty, pero no funcionaba. Me pareció buena idea invitarle a beber.

Nos metimos en un bar. Yo pedí un gin-tonic y él un whisky con hielo. El hombrecillo olía realmente mal y nadie se nos acercaba, lo cual me pareció fantástico. Le invité a cinco o seis copas más mientras me contaba buenas historias sobre cosas que hacía por las noches en el cementerio. Luego dijo que se tenía que ir y le di diez dólares. Me dijo que tendría que haber más gente como yo en la ciudad y le respondí que seguramente tenía toda la razón del mundo.

Cuando llegué a casa, Robert y Ann ya se habían marchado. Habían recogido las latas de cerveza vacías e incluso parecía que hubiesen limpiado el sofá. Estaba oscureciendo. Me preparé un pico y justo antes de metérmelo pensé que ya iba siendo hora de plantearme la posibilidad de dejarlo. Me dije a mí mismo que sí, que lo pensaría y, entonces, me lo metí.

Cuando se me pasó el cuelgue me puse a escribir a Putra y Lestari, unos niños indonesios que tenía apadrinados. Eran hermanos. Tenían cara de buenas personas. Me puse a contarles mi opinión sobre una película de serie B que había visto la semana anterior. Trataba sobre unos extraterrestres con forma de yogur de fresa que hacían que la gente se enganchase a comerlos y no quisiese llevarse a la boca otra cosa que aquella mierda intergaláctica. Cuando acabé, introduje la carta en un sobre junto con un billete de veinte dólares. Me di cuenta de que ya era tarde para ir a la oficina de correos, así que me preparé otro pico, me tomé un par de Xanax y me fui a dormir sin sentirme especialmente dichoso ni desgraciado.

16/4/16

Las diez mejores canciones de la historia

No soy un experto en música ni en ninguna otra cosa, sólo soy un pobre diablo que intenta escribir algo decente de vez en cuando. En cualquier caso, hay un puñado de canciones que siempre me hacen vibrar por dentro, que me traen buenos recuerdos o que nunca me canso de oír y me apetece compartirlas con vosotros. Esta lista no tiene ninguna pretensión especial. Se han compuesto millones de canciones y yo no habré escuchado ni el 0,1%. No pasa nada, estoy seguro de que las canciones de mi lista son las mejores de la historia para mí y apostaría a que, si ninguna te gusta, es porque no entiendes mucho de música, quizá menos que yo, y ya es decir. Quisiera aclarar que he intentado hacer una lista un poco original, porque la originalidad es una de las cosas buenas de este mundo; así, por ejemplo, aunque Yesterday me parece el mejor tema de los Beatles, no lo he incluido porque sería demasiado típico, igual que sería típico meter Hey Jude o Let it be. Si te animas, puedes poner tus diez canciones favoritas en los comentarios.


Desesperación - Kike Tormenta/Todo o nada




Hoppipolla - Sigur Ros




Every day every night - Russian Red




Fake plastic trees - Radiohead




Moon river - Henry Mancini y Johnny Mercer




Pale blue eyes - The velvet underground




Then He Kissed Me - The Crystals




My back pages - Bob Dylan




Here comes the sun - The Beatles




Minerva - Deftones







7/4/16

Los diez mejores relatos de Charles Bukowski

El primer libro de Charles Bukowski que leí fue un conjunto de relatos titulado Se busca una mujer (en este artículo lo sitúo como una de las lecturas más trascendentales de mi vida). Desde entonces, han pasado por mis manos otras 17 obras del mítico escritor maldito estadounidense y, aunque me encantan sus novelas y disfruto mucho de gran parte de su poesía, sigo sintiendo una predilección especial y nostálgica por sus relatos. 

Algunos de ellos fueron dejando en mí una huella mayor que otros gracias principalmente a su adictivo sentido del humor y, un buen día, me dio por pensar en cuáles podrían considerarse mis favoritos. De aquella reflexión surgió la siguiente lista, mi lista personal de los diez mejores relatos de Charles Bukowski. De cada uno de ellos iré ofreciendo un comentario lo bastante breve como para no aburriros y lo bastante largo como para animaros a leerlos. Eso sí, no cometáis el mismo error que yo cometí durante un tiempo, no tratéis de imitar a Charles Bukowski.

ALGO ACERCA DE UNA BANDERA DEL VIETCONG

Título original: Something About a Viet Cong Flag.
Publicación original: en el libro South of No North: Stories of the Buried Life (1973).
Publicación en España: en el libro Se busca una mujer (1979).

Dos de los rasgos que más me gustan de la literatura de Bukowski son, por un lado, la libertad que manifiesta al escribir sin pensar en lo políticamente correcto o en la sensibilidades que puedan acabar heridas y, por otro, su capacidad para plantear situaciones insólitas. Precisamente este relato es un buen ejemplo de ambas características. En él conocemos a Red, un personaje rudo, sin escrúpulos ni moral y al mismo tiempo completamente libre, en el sentido más salvaje de la palabra. Su camino se cruzará con el de tres hippies, dos chicos y una chica, que acaban de bajarse en mitad del desierto del mismo tren que él. Este relato, a mi parecer, constituye una desgarradora crítica, no a los tipos como Red, a los que todo el mundo evidentemente desprecia, sino a los jóvenes débiles, cobardes e hipócritas como los otros dos personajes masculinos de esta historia impactante, mordaz y desoladora de la que se podría decir muchísimo más en otro contexto. Podéis acceder a una mala traducción de Google en este enlace, pero si queréis leer el relato en condiciones, podréis encontrarlo en el libro Se busca una mujer, y si lo compráis por aquí en e-book o por aquí en papel estaréis apoyando mi trabajo, porque Amazon me dará una pequeña comisión.


ANIMALES HASTA EN LA SOPA

Título original: Animal Crackers In My Soup.
Publicación original: en el libro Erections, Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness (1972).
Publicación en España: en el libro La máquina de follar (1974).

Lo más fascinante de este relato es su originalidad, incluso dentro de la propia obra narrativa bukowskiana. Y es que en esta historia, nuestro escritor maldito, sin abandonar su estilo habitual (es decir, protagonista alter ego, esta vez llamado Gordon, reflexiones existencialistas, bellas descripciones, trama en torno al alcohol y el sexo...) logra ofrecernos una portentosa síntesis de tres grandes géneros literarios como son el humor, la fantasía y la ciencia-ficción (incluso podríamos incluir un cuarto, el género romántico, pues asistimos aquí a una auténtica historia de amor que acaba incluso en boda y procreación). El relato empieza del modo más prosaico y anodino y termina de la manera más sublime e inesperada que puedas imaginar. Prefiero no seguir hablando para no destriparos ni un ápice de esta pequeña joya. Podéis leerlo en el siguiente enlace pero si preferís disfrutarlo en libro y queréis echarme una mano, lo podéis comprar aquí en e-book y aquí en papel

CAMUS

Título original: Camus.
Publicación original: en el libro Septuagenarian Stew: Stories & Poems (1990).
Publicación en España: en el libro Hijo de Satanás (1993).

En este divertidísimo cuento encontramos reflexiones filosóficas, análisis sociológico, alcohol, violencia, bellas jovencitas e, incluso, un poco de crítica literaria. Conocemos aquí a otro alter ego de Bukowski, que en esta ocasión tampoco se llama Henry Chinaski (nombre más habitual entre sus protagonistas) sino Larry Jansen, un viejo profesor de literatura moderna que llega tarde y resacoso a clase, que se pelea a golpes con los alumnos y que recibe propuestas sexuales a cambio de sobresalientes por parte de las alumnas. Es una genialidad, uno de esos relatos breves y característicos de Bukowski en los que el principio podría ser el final y el final podría ser el principio. No lo encuentro por internet, tendréis que comprar Hijo de Satanás en este enlace.

EL DIABLO ESTABA CALIENTE

Título original: The Devil Was Hot.
Publicación original: en el libro South of No North: Stories of the Buried Life (1973).
Publicación en España: en el libro Se busca una mujer (1979).

Nos encontramos aquí ante otro desternillante relato bukowskiano que aúna elementos sobrenaturales y realismo sucio. A través del protagonista, alter ego del autor cuyo nombre en esta ocasión no se menciona, Hank se se reivindica como hijo del demonio, ya que este, personaje principal de la historia, no deja de llamarle hijo mío y se dice además que sus debilidades son las mismas que las del narrador, es decir, el alcohol y las mujeres. Relato loquísimo donde los haya, podéis leerlo en este enlace pero yo de vosotros compraría el libro Se busca una mujer

QUINCE CENTÍMETROS

Título original: Six inches.
Publicación original: en el libro Erections, Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness (1972).
Publicación en España: en el libro Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1973).

Comentaba que el relato anterior era loquísimo pero, Dios, Dios mío, Quince centímetros es algo fuera de lo común. Probablemente inspirado en el film o en la novela El increíble hombre menguante, esta estrambótica historia, además de mucho esparcimiento, nos ofrece una valiosa lección de vida gracias a su protagonista, el cual nunca se rinde ante las adversidades, por muy profundas que sean (leed y entenderéis a qué me refiero con esto último). Podéis leerlo aquí pero siempre será mejor comprar el libro Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones aquí en e-book o aquí en papel.




HIJO DE SATANÁS

Título original: Son of Satan.
Publicación original: en el libro Septuagenarian Stew: Stories & Poems (1990).
Publicación en España: en el libro Hijo de Satanás (1993).

Sin duda es uno de los relatos más brutales que he leído, y no lo digo solo porque me parezca muy bueno, sino por sus elevadas dosis de violencia e insensibilidad. En él vemos a un alter ego innominado de nuestro autor de solo once años de edad que, junto a otros dos compinches, llevan a cabo un crudelísimo abuso contra un cuarto muchacho del barrio. Las consecuencias para el joven protagonista no resultarán mucho menos extremas y dolorosas, ya que tendrá que enfrentarse a la ira desatada de su padre. Sin duda una historia que, una vez pasado el mal trago, puede invitar al debate sobre los orígenes de la violencia: ¿naturaleza y genes? ¿educación y cultura? ¿todo? ¿nada? Juzgad vosotros mismos. Podéis leerlo en este enlace o comprar el libro del mismo título en este otro.

LA VENGANZA DE LOS MALDITOS

Título original: Vengeance of the damned.
Publicación original: en el libro Septuagenarian Stew: Stories & Poems (1990).
Publicación en España: en el libro Hijo de Satanás (1993).

Nos encontramos ante otra interesantísima pieza bukowskiana en la que nuestro autor vuelve a plantear una situación extremadamente insólita, la cual aprovecha para llevar a cabo una despiadada sátira contra la sociedad de su tiempo, toda repleta de delirantes dosis de humor. En esta historia Tom y Max dos vagabundos, deciden utilizar una masa de menesterosos para llevar a cabo sus planes, aunque al final las cosas no salen del todo como esperaban. Podéis disfrutar de esta locura en el siguiente enlace, aunque siempre será mejor tener el libro Hijo de Satanás, que se puede comprar aquí.

UN LINDO ASUNTO DE AMOR

Título original: A Lovely Love Affair.
Publicación original: en el libro Erections, Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness (1972).
Publicación en España: en el libro La máquina de follar (1974).

Acompañaremos ahora a Charley Perkin, otro alter ego de Bukowski, que recibe ayuda de una mujer de unos 120 kilos de la que acaba enamorándose o con la que al menos tiene uno de los mejores encuentros sexuales de su vida. Nuestro protagonista se ve obligado a tomar una decisión muy compleja: quedarse con su amada disfrutando de un sinfín de comodidades o emprender la huida para seguir siendo él mismo. Si queréis saber qué camino tomará este buen hombre, podréis leerlo aquí o comprar el increíble libro La máquina de follar.

SE BUSCA UNA MUJER

Título original: Loneliness.
Publicación original: en el libro South of No North: Stories of the Buried Life (1973).
Publicación en España: en el libro Se busca una mujer (1979).

Este relato posee dos particularidades que lo hacen estar en esta lista a pesar de que quizá realmente no sea uno de los mejores cuentos de Hank. Uno es que está protagonizado por una mujer, lo cual lo convierte en rara avis dentro de la narrativa breve bukowskiana; y dos, que fue lo primero que leí de nuestro autor y, por tanto, me dejó una huella imborrable. La trama consiste en que Edna, una inocente mujer, decide acudir a una cita derivada de un letrero que ve en un coche. El desenlace lógicamente no resulta maravilloso, aunque tampoco tan malo como podría haber sido. Podéis leerlo leerlo aquí o comprar Se busca una mujer.

TRÁEME TU AMOR

Título original: Bring me your love.
Publicación original: en el libro ilustrado Bring me your love (1983).
Publicación en España: en el libro ilustrado Traeme tu amor y otros relatos.

Emotivo relato en el que vemos a una mujer enloquecida que quizá no esté tan loca proferir curiosos insultos a su marido, quien ha acudido a visitarla al psiquiátrico. Entre otras cosas le llama follaputas y cabeza de pescado. El aludido aguanta estoicamente las agresiones verbales de su mujer y, más tarde, una inoportuna llamada. Asistimos de nuevo a uno de esos maravillosos finales abiertos que podrían ser perfectamente comienzos en los que Hank era, a mi modo de ver, un maestro. Podéis leerlo aquí pero existe un precioso libro ilustrado que puede comprarse en este enlace.



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