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11/7/25

Tres relámpagos y un apagón: sobre «Los colores del adiós», de Bernhard Schlink

No acostumbro a leer libros movido por reseñas elogiosas pues, generalmente, no me fio ni un pelo de quienes las firman. Sin embargo, un crítico al que respeto, Alberto Olmos, publicó un artículo sobre Los colores del adiós, del escritor alemán Bernhard Schlink, y me pareció que podría estar hablando del tipo de libro de relatos perfecto para calmar mis apetencias literarias. Así pues, no tardé mucho tiempo en solicitar un ejemplar a través del servicio de préstamo interbibliotecario (para cosas así se pagan con gusto los impuestos) y comenzar a leerlo con notable interés.

Lo que encontré en los tres primeros relatos fue, sencillamente, una revelación. El primero me pareció excelente; el segundo, aún mejor; y el tercero, pese a que Olmos aseguraba no haber podido terminarlo, a mí me pareció casi a la altura de los anteriores. Aquel libro se había convertido en uno de esos hallazgos raros que aparecen de vez en cuando: una obra que no solo lees, sino que te persigue mientras no estás leyendo. Te acompaña en el metro, en el ascensor, mientras mueres de tedio en la oficina. Y uno piensa: ojalá todos los libros fueran así, ojalá este no se acabe nunca.

Por desgracia, a partir del cuarto relato, lo que había sido una experiencia literaria estimulante, casi hipnótica, se convirtió en algo muy distinto: una sucesión de textos mediocres que no me dejaron absolutamente nada. Ni ideas, ni preguntas, ni siquiera una frase rescatable. No me conmovieron, no me hicieron pensar, no me interesaron. Fue como si los hubiera escrito otro autor, uno sin inspiración, sin urgencia, sin necesidad de contar nada.

Y la diferencia no era menor. Los tres primeros cuentos tenían una precisión asombrosa: conflictos morales nítidos, anagnórisis profundas pero naturales, un equilibrio de tono que hacía que cada palabra tuviera su lugar. Ni una coma sobraba. Eran piezas cerradas, limpias, cargadas de resonancia. El resto, sin embargo, parecía el resultado de una estrategia editorial: tres relatos brillantes y seis añadidos de relleno para poder publicar un libro. Porque Schlink es Schlink, y a un autor consagrado se le publica todo. 

De hecho, sospecho que si hubiera empezado el libro por alguno de esos cuentos mediocres, no me habrían indignado tanto. Pero existe el fenómeno del horizonte de expectativas, y los tres primeros relatos colocaron ese horizonte muy, muy alto. El contraste fue brutal. Donde antes había descubrimiento y profundidad, ahora había escenas inverosímiles, descripciones inútiles y momentos que llegaron a provocarme auténtica vergüenza ajena.

En definitiva, la decepción fue tan grande que lo único que puedo deciros es que no perdáis la oportunidad de leer los tres primeros cuentos y que tampoco perdáis ni un segundo en leer los seis siguientes. 

6/4/25

Cuentos muy breves de los mejores cuentistas

En Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, Harold Bloom selecciona y analiza relatos de autores que, según su criterio, definen la esencia del género. Desde Poe y Andersen hasta Borges y Cheever, el crítico selecciona autores cuyos relatos destacan por su intensidad, ambigüedad y profundidad psicológica. Más que una simple antología, el libro se convierte en una reflexión sobre la capacidad del cuento para condensar significados complejos en un espacio breve.

Si bien su selección puede ser debatida, Bloom defiende que los cuentos memorables combinan estilo y trascendencia. Su ensayo invita a pensar qué hace que un cuento sea perdurable, convirtiéndose en una lectura fundamental para quienes buscan comprender la evolución y la riqueza del género.

Con objeto de facilitar a los lectores la tarea de explorar la obra de estos treinta y nueve maestros del relato, he decidido buscar y enlazar en la siguiente lista un cuento lo más breve posible de cada uno de ellos. Pueden leerlos gratis en internet pinchando en el título de cada cuento. Si pulsan en el nombre del autor, accederán a Amazon para comprar, si lo desean, un libro de cuentos de dicho autor y así colaborar con el sostenimiento de este proyecto. Espero que la disfruten.

El pescador y el pez dorado. Alexandr Puchkin. Con un estilo ágil y simbólico, el relato nos sumerge en un juego de deseos y castigos donde la humildad y la codicia se enfrentan. Su final, tan inevitable como revelador, convierte esta historia en una lección atemporal sobre la insatisfacción humana.

Las esposas de los muertos. Nathaniel Hawthorne. En este relato cargado de melancolía, el autor traza un delicado juego entre la pérdida y la esperanza en una noche de duelo. Con su estilo evocador, el cuento explora cómo la felicidad y la tragedia se pueden rozar sin llegar a tocarse.

Dentro de mil años. Hans Christian Andersen. Con una mirada irónica y melancólica, el cuento reflexiona sobre la fugacidad de las civilizaciones y la transformación del mundo ante el paso del tiempo. Un relato visionario que, desde el siglo XIX, anticipa la velocidad vertiginosa de nuestra era.

Sombra. Edgar Allan Poe. El autor crea una atmósfera opresiva donde la muerte y lo sobrenatural se confunden. En una noche de terror y peste, un grupo de hombres se enfrenta a una aparición imposible, cuya voz parece contener las de todos los muertos. Un cuento inquietante y enigmático.

La terrible venganza. Nikolái Gógol. Este es un relato de horror, traición y fatalismo, donde la brujería y la violencia se entrelazan con la historia de Ucrania. Con su estilo vibrante y sombrío, el cuento despliega un destino implacable, marcado por la culpa, el castigo y fuerzas que escapan al control humano.

¡U-á… U-á!, Ivan Turguéniev. Narra el viaje de un joven atormentado que busca refugio en la soledad de las montañas. En el borde del abismo, un sonido inesperado lo devuelve a la vida. Con una prosa delicada y emotiva, el cuento explora la redención, la desesperación y el poder transformador de la existencia.

El violinista. Herman Melville. Este cuento nos presenta a Hautboy, un hombre alegre cuyo pasado oculta una antigua gloria perdida. A través de su historia, el relato explora la relación entre el genio, la fama y la felicidad, desafiando la idea de que el éxito es la única medida del talento.

Lo que la tortuga le dijo a Aquiles. Lewis Carroll. El autor construye un ingenioso diálogo lógico donde una simple argumentación se convierte en una paradoja infinita. Con su característico humor y agudeza, el cuento desafía la noción de evidencia y la estructura del razonamiento, sumergiendo al lector en un laberinto intelectual sin salida.

El hombre que riñe con los gatos. Mark Twain. El famoso escritor despliega su ingenioso humor satírico a través de un enredo absurdo entre la prensa y un lector indignado. Con juegos de palabras y malentendidos hilarantes, el cuento ironiza sobre la prensa sensacionalista y la fragilidad de la verdad en la comunicación.

Lo mejor de todo. Henry James. Este relato explora la ambición, la memoria y la influencia del pasado. A través de una sutil tensión psicológica, nos sumerge en el dilema de un hombre que debe decidir entre sus aspiraciones y la fidelidad a un legado, cuestionando qué es realmente "lo mejor de todo".

El ciego. Guy de Maupassant. El cuentista francés nos sumerge en la crueldad del mundo rural con un relato que desnuda la brutalidad y la indiferencia hacia los más vulnerables. A través de una prosa sobria pero implacable, el cuento expone la degradación del protagonista hasta un final inevitable, convirtiéndolo en una metáfora de la miseria humana. Un texto desgarrador que nos confronta con la impiedad de la naturaleza y del hombre.

La laguna. Joseph Conrad. En una remota laguna de la selva malaya, un hombre blanco escucha la historia de Arsat, un malayo que ha renunciado a todo por amor. A medida que avanza la noche, se revelan la culpa, la traición y la venganza que han marcado su vida. Un relato melancólico y evocador sobre la lucha entre el destino y el deseo.

Buena colección. Anton Chejov. A través de un personaje obsesionado con coleccionar restos indeseables encontrados en su comida, el cuento expone con ligereza una crítica soterrada a la negligencia y el desencanto cotidiano. Sin grandes giros ni artificios, la historia avanza con un diálogo ágil que transforma lo grotesco en comedia, dejando en el lector una mezcla de risa y desasosiego.

Con alma y vida. O´Henry. El autor, maestro del giro inesperado, nos deslumbra con una historia de apariencias engañosas y astucia narrativa. En un vagón de tren, una conversación casual oculta una verdad que solo el lector atento descubrirá al final. Con su estilo conciso y su ironía sutil, el cuento nos recuerda que las primeras impresiones pueden ser las más equivocadas.

La historia de Muhammad Din. Rudyard Kipling. El pequeño Muhammad Din, hijo de un sirviente indio, vive en su mundo de juegos e imaginación. Su ternura y curiosidad conquistan al narrador, pero la fragilidad de su corta existencia nos deja con un final melancólico y conmovedor.

Anécdota. Thomas Mann. El escritor alemán desmonta el velo de las apariencias con una brutal revelación. La encantadora Ángela Becker, adorada por todos, oculta una realidad sórdida que su esposo, tras años de sufrimiento, expone en un arrebato devastador. Un relato sobre la hipocresía social y el autoengaño, tan elegante como despiadado.

MaternidadSherwood Anderson. Cuento de gran intensidad simbólica que fusiona la fertilidad de la tierra con la gestación de la protagonista. A través de una prosa poética y de imágenes poderosas, Anderson convierte la naturaleza en un reflejo de la experiencia femenina, resaltando la conexión entre el cuerpo y el paisaje. 

Un gran error. Stephen Crane. Este cuento retrata la fascinación infantil por lo inalcanzable y el inevitable choque con la realidad. La tensión crece desde la devoción hasta la osadía, culminando en un castigo desproporcionado para una transgresión mínima. El niño pierde no solo un fruto, sino la ilusión de su pequeño sueño.

Eveline. James Joyce. Una historia profundamente contenida, construida sobre los detalles mínimos de una vida rutinaria y las tensiones silenciosas del deber, el deseo y el miedo. La prosa, cargada de simbolismo y nostalgia, acompaña a una protagonista atrapada entre el peso del pasado y la posibilidad de un futuro incierto. Un retrato breve pero devastador de la parálisis emocional.

Ante la ley. Franz Kafka. Una parábola inquietante sobre la espera, la sumisión y el sentido inalcanzable de la justicia. Cada línea es una invitación a interpretar lo invisible, en un universo donde lo absurdo se vuelve regla. Un relato breve que resuena largo tiempo después de terminarlo.

El hombre inmortal. D. H. Lawrence. El autor nos ofrece una fábula inquietante sobre el conocimiento, la creación y el miedo a lo que trasciende lo humano. Con un tono de leyenda antigua, el relato plantea preguntas profundas sobre la inmortalidad y el lugar de Dios. Una historia tan sencilla como perturbadora.

Magia. Katherine Anne Porter. Una historia turbadora y oscura que explora la crueldad y el poder oculto en lo cotidiano. Con una narración envolvente y directa, se adentra sutilmente en lo sobrenatural, mostrando que lo más inquietante surge de la maldad humana y de fuerzas que escapan a toda explicación.

En la estación ferroviaria. Isaac Babel. Con un realismo crudo, este breve relato captura la dureza, la desesperanza y el absurdo en medio de una escena cotidiana. El humor negro, el caos y una cierta ternura grotesca reflejan la resignación de unos personajes atrapados en su propio destino.

Tiernamente adorables. F. Scott Fitzgerald. Este delicado relato mezcla la ternura con la melancolía, mostrando cómo los sueños y las ilusiones pueden erosionarse lentamente frente a la rutina y la adversidad. La narración, cargada de ironía sutil, nos deja entre la sonrisa triste y una reflexión amarga sobre la fragilidad de la felicidad.

El sacerdote. William Faulkner. Este relato introspectivo explora la lucha íntima entre el deseo carnal y la búsqueda espiritual con una intensidad conmovedora. El conflicto interno del protagonista se convierte en una reflexión universal sobre la fe, la duda y las pasiones humanas, narrado con una prosa densa y profunda que deja al lector sumergido en preguntas esenciales sobre el sentido de la existencia.

En el muelle de Esmirna. Ernest Hemingway. Breve, seco y desolador, este relato captura magistralmente el absurdo de la guerra desde la crudeza cotidiana. La frialdad del narrador, que describe horrores con indiferencia casi burocrática, intensifica aún más la conmoción del lector frente a la tragedia humana que apenas menciona.

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874). Jorge Luis Borges. El escritor argentino convierte una biografía en revelación metafísica, donde el destino irrumpe en un instante decisivo y convierte a un hombre en sí mismo. El relato funde historia, mito y literatura con una maestría que invita a releer más que a entender. Una joya que vibra en múltiples niveles.

Desayuno al aire libre. John Steinbeck. Steinbeck convierte una escena sencilla en un momento de pura humanidad, donde la hospitalidad, el trabajo duro y la dignidad silenciosa se entrelazan con la belleza del amanecer. Un relato breve y luminoso que celebra la grandeza oculta en lo cotidiano.

Una cortina de follaje. Eudora Welty. En este relato denso y poético, la naturaleza se convierte en espejo de la pérdida, la soledad y el deseo reprimido. La protagonista, atrapada entre el duelo y la obsesión, se desborda como su jardín, hasta encontrar en la lluvia un descanso momentáneo. Una narración delicada y poderosa que fluye con la cadencia de lo no dicho.

Reunión. John Cheever. Con una prosa contenida pero cargada de emoción, este relato muestra el desencuentro entre un padre caótico y un hijo que empieza a entender su desilusión. A través de un almuerzo fallido, Cheever condensa una vida entera de distancia emocional. Breve, triste y memorable.

Continuidad de los parques. Julio Cortázar. Con maestría casi hipnótica, este cuento difumina la línea entre lector y ficción, fundiendo realidades hasta un desenlace perfecto y escalofriante. Cortázar logra, en apenas unas páginas, una clase magistral de construcción, ritmo y asombro.

Coloquio. Shirley Jackson. Con fina ironía y un sutil sentido del absurdo, este cuento plantea una inversión inquietante: ¿es la locura individual o colectiva? La voz de la protagonista, frágil pero lúcida, revela el sinsentido de un mundo en el que lo irracional parece haber sido institucionalizado.

Las dos partes implicadas. J. D. Salinger. Un relato entrañable y conmovedor sobre lo que significa aprender a amar en medio de la juventud, la torpeza, los malentendidos y las pequeñas rutinas del día a día. La prosa, aparentemente simple, está llena de matices emocionales, y convierte lo cotidiano en algo profundamente humano.

El relámpago. Italo Calvino. En este fulminante relato, Calvino describe un instante de revelación: el mundo, de pronto, pierde todo sentido. Pero la epifanía se esfuma frente a la mirada reprobadora de la multitud. Una parábola del absurdo cotidiano y la fragilidad de la lucidez.

¿Por qué se amotinan las gentes? Flannery O’Connor. La autora retrata el desencuentro generacional entre una madre aferrada al deber y un hijo paralizado por la lucidez. Walter, figura moderna y crítica, encarna la esterilidad reflexiva frente a la acción ciega. Una alegoría sobre el colapso de las certezas heredadas.

La mariposa y el semáforo. Cynthia Ozick. Se contrapone la ilusión efímera de la belleza —la mariposa— con la perseverancia del pensamiento transformador —la oruga—, en una sátira rica en simbolismo urbano y filosófico. Fishbein, figura del exiliado crítico, debate con el simulacro de América y su lenguaje homogéneo. La calle se vuelve icono de identidad fallida y de deseo intelectual no correspondido.

Pigmalión. John Updike. El cuento retrata con ironía las ilusiones proyectadas en el amor y cómo la repetición de patrones acaba desnudando los deseos frustrados. Pigmalión, que busca moldear a su pareja, acaba enfrentado al tedio que tanto temía. Updike afila su sátira en los pequeños gestos y decepciones del matrimonio burgués.

El padre. Raymond Carver. Con su estilo sobrio, Carver revela la soledad del padre en medio de la ternura familiar. La escena íntima se convierte en un retrato sutil del extrañamiento, la invisibilidad y el peso del anonimato masculino. El silencio del padre es más elocuente que cualquier diálogo.

23/11/24

Breves apuntes sobre el corpus narrativo de Miguel Delibes

Resulta complicado determinar con precisión cuántas historias, de entre las que escribió Miguel Delibes, pueden ser categorizadas como novelas y cuántas como relatos. Las proporciones dependerán de cómo consideremos un pequeño conjunto de narraciones fronterizas. 

Así. es seguro que Delibes publicó, como mínimo, 20 novelas, que serían las siguientes:

  1. La sombra del ciprés es alargada.
  2. Aún es de día.
  3. El camino.
  4. Mi idolatrado hijo Sisí.
  5. Diario de un cazador.
  6. Diario de un emigrante.
  7. La hoja roja.
  8. Las ratas.
  9. Cinco horas con Mario.
  10. Parábola del náufrago.
  11. El príncipe destronado.
  12. Las guerras de nuestros antepasados.
  13. El disputado voto del señor Cayo.
  14. Los santos inocentes.
  15. Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso.
  16. El tesoro.
  17. Madera de héroe.
  18. Señora de rojo sobre fondo gris.
  19. Diario de un jubilado.
  20. El hereje.
Por otro lado, también es seguro que publicó 29 relatos, que serían:
  • Del libro La partida: «El refugio», «Una peseta para el tranvía», «El manguero», «El campeonato», «El traslado», «El primer pitillo», «La contradicción», «En una noche así» y «La conferencia».
  • Del libro La mortaja: «El amor propio de Juanito Osuna», «El patio de vecindad», «El sol», «La fe», «El conejo», «La perra», «Navidad sin ambiente» y «Las visiones».
  • Del libro Tres pájaros de cuenta y tres cuentos olvidados: «El otro hombre», «La vocación», «Bodas de plata», «La grajilla», «El cuco» y «El cárabo».
  • Otros relatos: «La bruja Leopoldina», «Envidia», «El duro», «La broma», «La barbería», «La milana».

Ahora bien, las cifras definitivas dependerán del género que le asignemos, por un lado, al libro Viejas historias de Castilla la Vieja y, por otro, a las narraciones «La partida», «La mortaja», «El loco», «Los nogales» y «Los raíles».  

Con respecto a la primera cuestión, no me veo capaz de decir mucho y me limitaré a reflejar lo que opinaron algunos expertos. Gonzalo Sobejano no incluyó Viejas historias de Castilla la Vieja entre los libros de relatos de Delibes, mientras que los editores del volumen Viejas historias y cuentos completos y la Fundación Miguel Delibes, sí que lo hicieron. Por su parte, Ramón García Domínguez en principio no se posiciona pero después dice que Delibes publicó veintinueve cuentos, lo que implica que no considera como tales a los capítulos de Viejas historias de Castilla la Vieja, sino como partes de una novela, igual que Sobejano. 

En cuanto a la segunda cuestión, considero que, por su extensión de entre 4000 y 9500 palabras, las narraciones «Los nogales», «La partida» y «La mortaja» no pueden llegar a considerarse novelas breves sino relatos extensos. Por su parte, «Los raíles» y «El loco» sí que permitirían debate al respecto dadas sus extensiones de unas 15000 y 19000 palabras. Esta dificultad no pasó desapercibida para Delibes y así y se lo comentó a Ramón García Domínguez: «hay ciertos relatos míos que resulta difícil clasificarlos: si como cuentos largos o novelas cortas. La mortaja, por ejemplo. O El loco, o Los raíles…».

En definitiva, ante la imposibilidad de determinar si Viejas historias de Castilla la Vieja es una novela o un conjunto de relatos, y de dilucidar si «Los raíles» y «El loco» son relatos extensos o novelas breves, considero que la única conclusión certera a la que podemos llegar es a que Delibes publicó entre 20 y 23 novelas, y entre 32 y 51 relatos, que, en cualquier, caso darían un total de entre 55 (23 novelas + 32 relatos) y 71 (20 novelas + 51 relatos) narraciones. 

Ahora bien, todo este asunto podría complicarse si tenemos en cuenta que el vallisoletano poseía una opinión ambigua respecto a las narraciones breves, pues, por un lado, veía «más mérito en escribir breve que largo, en encerrar en diez folios una historia cabal sin necesidad de estirarla porque sí» y por otro consideraba que una «novela, breve o larga, es algo más complejo». Pero resulta interesante que Delibes, más que atendiendo a la extensión, diferenciaba los dos géneros narrativos precisamente en función de su complejidad, de tal forma que el cuento sería una historia lineal y simple mientras que en una novela se entrecruzarían historias y personajes. Tal vez de esto podríamos concluir que pudiera darse una obra A de una extensión menor que otra B, pero que debido a la complejidad en cuanto a historias y personajes, llegase a considerarse A como novela breve y B como relato extenso. 

En cualquier caso, resulta curioso que Delibes se alejase del cuento después de los años sesenta, ya que en 1993 declaró que este género constituía su «espacio literario natural», debido a la importancia que otorgaba a los personajes, pues, cuanto más breve es la narración, mayor papel juegan, de tal forma que en el cuento «basta una viñeta sensible del personaje central para imprimir a la narración un hálito de vida». Es probable que Delibes no se animase a escribir más cuentos por dos motivos. El primero, que el desarrollo de su carrera como novelista le fuese aportando la holgura económica necesaria para no tener que depender de la publicación de cuentos en revistas [1] y, el segundo, que sus novelas en general tenían una extensión lo bastante breve como para sentirse cómodo con ellas [2]. 



NOTAS

[1] Delibes explicó que recurría a los cuentos porque estaban bien pagados y se cobraban pronto, sin esperar a liquidaciones de derechos de autor.

[2] «no me digas que algunas de mis novelas no son narraciones notablemente… breves, al menos para lo que tradicionalmente se considera una novela», le dijo a Ramón García Domínguez.


BIBLIOGRAFÍA
  • DELIBES, M. (2007). Viejas historias y cuentos completos. Palencia: Menoscuarto. 
  • GARCÍA DOMÍNGUEZ, R. (2020). Miguel Delibes de cerca. Barcelona: Destino. 
  • SOBEJANO, G. (1984). «Introducción». En La Mortaja, Delibes, M., 11-66. Madrid: Cátedra.

16/6/24

Ya disponible El microrrelato, episodio 2 del podcast Verba Latentia

Presentamos por fin el segundo episodio de Verba Latentia, un podcast en el que nos hemos propuesto el objetivo de hablar de literatura con rigor académico sin que nuestros espectadores caigan en el más profundo letargo. En esta ocasión vamos a hablar del rey de los géneros breves, el microrrelato. 

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7/4/24

Siempre la misma historia - Pólvora en salvas XVI

Portada bastante guapa la de
esta joya descatalogada

Con el propósito de cosechar inspiración, he comenzado a leer un voluminoso libro titulado Antología del cuento norteamericano. La idea es estudiar a fondo las historias más interesantes, seleccionando de ellas algunos elementos narrativos con los que construir mis propios relatos, dando a dichos elementos un enfoque actual o llevándolos al absurdo o modificando algunas de sus características o aplicándoles cualquier otro cambio que se me pueda ocurrir. 

Esta técnica no es nueva y ya la he utilizado varias veces. Por ejemplo, el fogonazo creativo que me permitió escribir La muerte pública de Álvaro Cuervo vino simplemente de modificar con antónimos el título del cuento La vida secreta de Walter Mitty, de James Thurber. Pero no es solo que esta técnica no sea nueva, sino que probablemente venga siendo usada por los creadores de historias desde la noche de los tiempos. De hecho, si estás leyendo esto, probablemente hayas escuchado eso de que siempre se está contando la misma historia o que siempre se está escribiendo el mismo libro. Homero plasmó la estructura básica, que ya por entonces estaba muy lejos de ser novedosa, y todos los que vinieron después se limitaron a cambiar un poco los detalles. A este respecto, me ha gustado mucho un artículo que he encontrado informándome sobre ello, os lo dejo aquí (sí, les he plagiado el título). 

La cuestión es que el primer relato de la antología es un cuento fantástico, en las acepciones 2 y 4 del término que ofrece la RAE, titulado Rip van Winkle, del venerable señor Washington Irving, quien vivió en España de 1826 a 1829, trabó amistad con nuestra Cecilia Bolh de Faber y se enamoró profundamente de Granada, y que es más conocido por haber escrito La leyenda de Sleepy Hollow, llevada al cine por el gran Tim Burton. 

El regreso de Rip van Winkle
Estaba yo tan feliz imaginando una versión actualizada de esta historia formidable cuando empecé a ser consciente de que lo que venía a mi cabeza no eran ideas propias, sino lejanos recuerdos. Y es que, la esencia del cuento de Irving consiste en que <SPOILER> un hombre se queda dormido en el bosque y al regresar a su aldea descubre que han transcurrido veinte años </SPOILER>. ¿Dónde había yo visto algo parecido? Pues, para empezar, en un episodio de la mitiquísima serie Más allá del límite, en el que un hombre sufría un accidente de coche y, al regresar a casa, resultaba que habían pasado dos lustros, aunque él no había envejecido nada, pues desde su perspectiva solo habían transcurrido unas horas (en el cuento original el protagonista sí envejece veinte años). En este caso los culpables eran unos extraterrestres para los que no existía la noción del paso del tiempo y que no eran conscientes de que cada vez que enganchaban a este señor para vaya usted a saber qué, le estaban destrozando la vida. Me parece una vuelta de tuerca brutal al relato de Irving y, si os apetece ver el capítulo, podéis echarle un ojo en este enlace, pues algún héroe de las redes tuvo el detalle de colgarlo en Internet.

Pero este no fue, ni mucho menos el único caso. También vino a mi memoria un cuento de José María Merino que leí en su libro Historias del otro lugar. Antes tenía un ejemplar que recibí como premio en un concurso literario, pero acabé vendiéndolo por Wallapop, así que tuve que recurrir a la Biblioteca Secreta de Telegram (vivo al límite, lo sé) para releer la historia. Efectivamente, en un cuento titulado La noche más larga, Merino ofrece una actualización de Rip van Winkle ubicada en los recuerdos de un gallego que regresa a su pueblo y rememora la historia que, siendo joven, le narró un borracho conocido como El Samba, quien aseguraba que se quedó dormido en una casa habitada por tres mujeres y que despertó veinte años después. Me ha parecido una versión excesivamente deudora del original y el hecho de no incluir una triste nota al pie indicando la referencia me ha resultado, digamos, poco elegante. 

Además de esto, hace poco, viendo GEOS (muy recomendable si alguna vez necesitas un poco de motivación cuando te sientas cansado o tengas frío o pocas ganas de levantarte), me salió el tráiler de una película española titulada Salta, en la que un niño de 1989 se cae en un agujero de gusano y aparece en la actualidad, donde se encuentra con su hermano pequeño, que ahora es un adulto de unos treinta años. Esto también recuerda al cuento de Irving, aunque ahora se introduce un elemento propio de la ciencia-ficción, lo que me ha llevado a concluir que Rip Van Winkle podría considerarse una de las obras pioneras en explorar el género del viaje en el tiempo. Sí, no es lo mismo que Regreso al futuro, el viejo Rip no posee una máquina y no puede ir hacia atrás, pero pocas cosas puede haber más parecidas a viajar en el tiempo que quedarte dormido durante veinte años. 

Todavía he encontrado una historia más que se encuentra poderosamente influida por nuestro cuento. Es un episodio de la serie The Twilight Zone, se titula La travesura de Rip Van Winkle y su argumento gira en torno a un grupo de delincuentes que decide someterse a un sueño inducido de cien años para burlar la ley. Ah, y también tendríamos El dormilón de Woody Allen, que lo acabo de ver en la Wikipedia. 

Pero para sorpresa de… bueno, de nadie, resulta que el cuento de Irving tampoco es del todo original y en sus propias páginas se dice que es posible que la historia recuerde a la leyenda del emperador Federico Barbarroja, quien supuestamente no murió, sino que se encuentra durmiendo en una montaña a la espera de despertar para hacer que Alemania recupere su gloria imperial. Puede que Irving se inspirase en esta leyenda, o puede que lo hiciera en la de Los siete durmientes de Éfeso, en la historia japonesa de Urashima Tarō, o en el drama noruego de 1781 titulado Año 7603, o quizá en todas o tal vez en ninguna, qué más da, lo importante es que, al final, siempre estamos contando la misma historia y lo que tenemos que hacer es encontrar formas originales de volver a escribirla. 

23/1/24

Madrid, Nebraska, un libro de culto fallido que merece la pena leer

Preciosa portada
Las antologías de narrativa breve concebidas bajo algún criterio, ya sea de tipo temático o de índole temporal o espacial, suelen revestir un elevado interés, al menos para mí, porque ofrecen diferentes puntos de vista sobre una misma cuestión y una amplia variedad de estilos y formas de narrar, resultando en obras variadas y estimulantes, siempre que los cuentos recogidos posean una suficiente calidad general. Estas recopilaciones tienen además otra virtud, y es el descubrimiento de nuevos autores. Por ejemplo, gracias a que en la universidad me mandaron leer una antología que llevaba el elocuente título de Cuentos de amigas, descubrí a Soledad Puértolas, una autora muy reconocida pero a la que tal vez yo no habría llegado por mí mismo.

El volumen Madrid, Nebraska, publicado en 2014 por Bartlevycumple bastante bien con todas estas funciones. Los criterios de la selección quedan claros en el subtítulo: Estados Unidos en el relato español del siglo XXI, y ha resultado muy satisfactorio acompañar a cada autor en su propuesta narrativa en torno a aquel lejano país imperial con pies de barro que tanto ha influido en la cultura de cada rincón del planeta. Además de esto, también me ha permitido descubrir algunos autores que me han llamado la atención y de los que sin duda leeré al menos una obra más. 

Lo que por desgracia no se ha conseguido es convertir esta antología en un libro de culto. Desde la preciosa portada, hasta el objetivo de homenajear a los grandes narradores useños del XX, pasando por el espíritu del proyecto, la vibración que transmite... todo indicaba que sí, que su destino era llegar a transformarse en una obra muy apreciada entre los amantes de las buenas rarezas literarias que nunca caerán en el olvido. Desconozco si esta era una de las ambiciones de los editores, pero, en mi opinión, es muy probable que se hubiera logrado si la calidad media de los relatos hubiese sido un poco mayor. 

París, Texas... Madrid, Nebraska,
joder, el título es una genialidad.
En términos generales podría decirse que ninguno de los cuentos es un desastre (bueno, quizás uno...), que hay cuatro o cinco que están realmente bien, que no hay ninguno que sea una auténtica maravilla que te deja marcado para toda la vida (algo que por otro lado es ya muy difícil que suceda) y que hay una gran masa de relatos que, sin ser basura, me han resultado intrascendentes.

Quisiera hablar un poco solamente de aquellos que me han parecido mejores, porque a nadie le sientan bien las críticas negativas y yo tampoco quiero ganarme enemigos, la verdad, que estoy en un momento muy zen de mi vida; además, a quién le importa saber algo sobre los relatos que me han parecido flojos, lo interesante en todo caso será saber cuáles son los mejores, por si a alguien le apetece leerlos o buscar otras obras de sus autores. 

No voy a meterme mucho en el relato de Gonzalo Calcedo, ya se sabe que este hombre es muy apreciado por aquí. De él han incluido un cuento que, siendo bueno, no se encuentra entre sus destacados, y que, lógicamente, proviene de su libro El prisionero de la avenida Lexington, en el cual todos los relatos están ambientados en Nueva York y que tampoco se encuentra entre sus mejores libros (os dejo aquí un poderoso análisis temático que hice en la universidad sobre uno de los cuentos de este libro, precisamente el que da nombre al volumen). 

Ni cotiza que este libro
va a caer en 2024
El relato que más me gustó fue El arma de Dios, cuento de carretera, de Pedro Sorela, por su prosa elegante y por su sorprendente originalidad debida a la naturaleza de los personajes y al ambiente de distopía kafkianorwelliana capitaneada por un enigmático gran hermano yanqui que controla el tiempo atmosférico desde su canal de televisión. Si con esta mini reseña no te vuelves loco por leerlo no sé qué más puedo hacer.  

Otro relato que me pareció formidable, aunque por motivos muy distintos fue Mail Pride Chicago 2008, de Óscar Esquivias. Esta historia destaca por su genial y fresco humor, mostrándonos las estrambóticas aventuras de un cartero que tiene que viajar a Chicago para representar a España en unas ridículas competiciones deportivas. La verdad es que me quedé con muchas ganas de leer más relatos de este hombre.

Esos dos son los únicos cuentos que me han gustado lo bastante como para seguir a sus autores, pero querría hacer algunas menciones especiales. Una es para Paula Lapido, que ofrece una divertidísima historia titulada Peter Parker y la crisis de la mediana edad; las otras son para dos relatos que tienen en común la brevedad, un rasgo que valoro muchísimo. Uno es Valle, Arizona, de Sergio del Molino, un breve cuento de apenas cuatro páginas bellamente escrito y con final impactante. El otro es Víctima número trece de Jesse Johnson, de David Ruiz, con una extensión casi idéntica al anterior y en el que destaca su crudeza, el retrato psicológico condensado de los protagonistas y el final inesperado.

Si me preguntan si merece la pena leer Madrid, Nebraska diré que sí, que merece la pena, que podría haber sido un mejor libro pero también podría haber sido peor y que las buenas historias que contiene consiguen tirar del carro de las regularcillas, ofreciendo un conjunto bastante decente. Si queréis comprarlo, como siempre, os animo a que lo hagáis a través de este enlace porque así Amazon me dará una pequeña comisión.

14/3/23

La noche en que conocí a Andrés Bosch - Pólvora en salvas XIV

Practicar boxeo ha traído grandes mejoras a mi vida: confianza, resistencia, pérdida de grasa, salud cardiovascular, aumentos de testosterona... Lo que nunca habría imaginado es que, gracias al deporte de los puños, iba a descubrir a mi nuevo escritor fetiche: don Andrés Bosch Vilalta

Todo ocurrió hace un par de semanas. Yo estaba informándome en la Wikipedia sobre el pugilismo patrio cuando vi un subapartado sobre el boxeo en la cultura popular en el que mencionaban la novela La noche. Casualmente yo tenía un ejemplar guardado en el cajón de los libros que vendo por Wallapop, por lo que pensé que podría rescatarla y echarle un ojo. El hecho de que hubiese resultado ganadora del Premio Planeta de 1959 me tiraba un poco para atrás, pero afortunadamente logré sacudirme el polvo de mis prejuicios. Desde entonces vivo obsesionado con Andrés Bosch, hasta el punto de haberme planteado en sueños la posibilidad de hacer un doctorado sobre su obra.

En fin, comencé a leer La noche y a las pocas páginas ya me sentía completamente atrapado por su poderosa fuerza narrativa. En paralelo a la lectura, empecé a buscar información sobre el autor y sus libros, pero curiosamente no encontraba casi nada: una escueta página en Wikipedia donde informan de los datos biográficos esenciales (fecha y lugar de nacimiento y muerte, obras publicadas, premios, poco más); un obituario firmado por Manuel Vázquez Montalbán, donde lo define como un buen escritor que casi nunca estuvo de moda, pidiendo que los críticos digan algo de él; una reseña en una web de boxeo inactiva desde 2013; y, por último, un artículo homenaje en un blog, entre cuyos comentarios figura uno del polémico crítico Manuel García-Viñó, fundador de La fiera literaria, donde califica a Andrés Bosch como el mejor novelista español del siglo XX.

Sinceramente, yo no creo que Andrés Bosch sea nuestro mejor novelista de la pasada centuria pero lo que sí puedo decir es que en mi vida he leído unas cuantas novelas, doscientas noventa y ocho, para ser exactos, y La noche es, sin ningún género de dudas, una de las mejores. Me fascinó su belleza sobria y sombría, su estilo crudo y eficaz, la personalidad y el conflicto del protagonista, la pléyade de personajes secundarios y extras que lo acompañan, caracterizados magistralmente por el autor con un par de pinceladas, como el olor, el tipo de sonrisa o, muy en la línea galdosiana, el uso frecuente de alguna expresión y, por mencionar una virtud más, las descripciones de los ambientes urbanos y naturales, que recuerdan al Baroja de La lucha por la vida, y que pueblan toda la obra llevando al lector a experimentar un orgasmo estético tras otro. 

Lógicamente, cuanto más leía, más me extrañaba el silencio de la crítica. En mi ansiosa búsqueda de información, exploré los fondos de la biblioteca de la UNED y los contenidos de Dialnet y de Google Books, pero lo hice en vano. Nadie había publicado ni un miserable artículo sobre Bosch en ninguna revista especializada, ni mucho menos había defendido alguna tesis doctoral. Esto no sería un problema si la causa radicase en el elevadísimo nivel exigido por los críticos y teóricos de la literatura, pero no es así, pues excrementos narrativos como Las edades de Lulú o panfletos ideológicos como Soldados de Salamina han obtenido atención en decenas de publicaciones. Nadie dijo que la vida fuese justa, aunque tampoco dijeron que sería tan cabrona.

Pero dejemos que sean otros los que evidencien los méritos de La noche y de Andrés Bosch pues, finalmente, de tanto buscar, sí que logré encontrar algunos pronunciamientos de la crítica, honrosas excepciones en esta infamia artística que supone haber privado a nuestro narrador del reconocimiento que merece. Lo primero que cabría decir es que La noche ganó el Planeta con el voto unánime del jurado, un jurado entre cuyos miembros se encontraba nada menos que doña Carmen Laforet. Por otra parte, el mencionado García-Viñó le dedica a Andrés Bosch un capítulo de su ensayo Novela española actual, titulado «Andrés Bosch y las posibilidades de una nueva novela española». Allí lo define como el novelista español más importante surgido tras la guerra civil, junto a Carlos Rojas, declarando que «de todo lo que digo en este libro, esto es lo único que sé con plena seguridad». No he leído todo el artículo, pues no quiero destriparme otras novelas de Bosch, pero sobre La noche, García-Viñó destaca el alcance universal del protagonista (el inolvidable Luis Canales), restando importancia a la ambientación en torno al boxeo, asegurando que la esencia de la novela habría quedado inalterada si se hubiese utilizado el fútbol o el toreo como telón de fondo. Otro crítico muy respetable que dedicó palabras elogiosas hacia nuestro novelista, si bien no tan entusiastas, fue Gonzalo Sobejano, quien dijo de él que poseía un estilo depurado y que ofrecía unas narraciones cuidadosamente construidas basadas antes en la sobriedad que en el lucimiento. Por último, los profesores Pedraza y Rodríguez dedican a nuestro narrador algunas páginas del tomo XIII de su maravilloso Manual de literatura española. Allí ofrecen un comentario más que nada descriptivo, neutral. Dicen de Bosch que es un novelista que prioriza la psicología de los personajes por encima del argumento, que rechaza el realismo social aunque utiliza una estética realista o que gusta de alternar el enfoque objetivo con el subjetivo.  

El presente homenaje va llegando a su fin, pero puedo asegurar que esta no va a ser la última vez que Andrés Bosch aparezca por aquí, ya que desde mis humildes medios voy a tratar de hacer lo posible por honrar su memoria y otorgarle, al menos, una pequeña parte del reconocimiento que merece. 

Andrés Bosch junto a Manuel García-Viñó y Carlos Rojas

30/1/23

Arte y ciencia de la novela en Miguel Delibes, mi nuevo libro

Miguel Delibes se hizo un hueco en la historia de nuestras bellas letras principalmente gracias a sus maravillosas novelas, aunque también nos dejó una gran cantidad de textos no ficcionales. Entre ellos, podemos encontrar artículos, ensayos, discursos o conferencias en los que el vallisoletano reflexionó sobre diversos aspectos relacionados con la literatura. La idea central de este libro es que el estudio de dichos textos puede constituir una poderosa herramienta para explorar en profundidad inolvidables obras maestras como El camino, Cinco horas con Mario o Los santos inocentes.

Arte y ciencia de la novela en Miguel Delibes resultará de interés para los amantes de la obra del novelista vallisoletano así como para aquellas personas que se dedican por afición o profesión a la teoría, la crítica o la historia de la literatura. Por otra parte, podrá ser de mucha ayuda para estudiantes universitarios de humanidades que tengan que afrontar la realización de un trabajo de fin de grado o máster.

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14/5/22

Reseña de «Parábola del náufrago», de Miguel Delibes

Parábola del náufrago es una pequeña joya poco conocida y, probablemente, muy infravalorada dentro de, al menos, cuatro ámbitos: la narrativa delibesiana, la novela experimental, la literatura surrealista y el género de la distopía. Así, no suele ser incluida entre las mejores novelas de Miguel Delibes, siendo, en mi opinión, muy superior a otras aclamadas con mayor unanimidad, como El hereje o Señora de rojo sobre fondo gris. En lo referente a la narrativa experimental, los manuales de historia de la literatura suelen prestar mayor atención a obras como Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos o Volverás a Región, de Juan Benet, pero el experimentalismo de Parábola no tiene nada que envidiar al de sus compañeras de tendencia, pues es comedido y plenamente justificado, ya que Delibes se proponía narrar una pesadilla. Con respecto al surrealismo, sorprende que esta novela no sea conocida como una obra señera de ese tipo de literatura, pues las situaciones que ofrece, como la castración de César Fuentes, la degradación perruna de Genaro Martín o los castigos aplicados a los insurgentes durante las fiestas patronales, son realmente exquisitas. 

Sin embargo, es la poca relevancia que la Parábola ha logrado dentro del fascinante género de las distopías lo que más llama la atención, aunque es probable que esto se deba justamente a sus mencionados rasgos surrealistas y experimentales, pues no suelen ser frecuentes entre las grandes novelas distópicas, como Nosotros, de Zamiatin, 1984, de Orwell, Un mundo feliz, de Huxley y Fahrenheit 451, de Bradbury, que más bien siguen los cauces de un realismo de corte clásico. 

Parábola del náufrago tiene su propio Gran Hermano, llamado Don Abdón, y que más que hermano es, a la vez, padre y madre de todos los empleados y habitantes de la ciudad. También posee su propia neolengua, inventada por el protagonista, Jacinto San José, llamada contracto, y cuyo objetivo no es tanto evitar el pensamiento racional como reducir los conflictos derivados de la comunicación humana. Y, del mismo modo, está impregnada de una crítica frontal hacia el totalitarismo, crítica inspirada por un viaje de Delibes a la República Checa comunista y por su propia experiencia durante el franquismo (curiosamente, en España se publicó sin problemas en 1969; habría que haberlo visto en la Rusia soviética).

Pero esta atípica obra delibesiana goza de otros elementos y virtudes de las que carecen las demás distopías, como el poderoso simbolismo del seto plantado en el refugio de recuperación, que crece impasible e inexpugnable, resistiendo como si nada los violentos y desesperados ataques de Jacinto; o la deliciosa prosa poética cargada de tecnicismos y onomatopeyas que nos regala el autor; o las apasionantes y angustiosas páginas durante las cuales la conciencia del protagonista le describe a este la aterradora parábola del náufrago que da título a la novela. 

Por supuesto, esta obra ofrece muchísimo más, pero confío en que estas palabras hayan podido animar a leerla a cualquier amante de la narrativa de Delibes, del experimentalismo, de la literatura surrealista o, especialmente, de las novelas de ciencia-ficción distópica. 

13/5/22

Algunas notas en torno a la evolución de Demetrio Macías en «Los de abajo»

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura De la novela de la Revolución a la revolución de la novela hispanoamericana, impartida por don Antonio Lorente Medina en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo



Los de abajo, obra maestra del realismo americano y posible punto de partida de la narrativa contemporánea de México, recoge tanto las esperanzas como las decepciones de su autor, Mariano Azuela, en torno al desarrollo de la Revolución Mexicana. Para plasmar todo ese torbellino de sentimientos y experiencias, el novelista concibió un conjunto de personajes que habrían de transitar una sucesión de escenas yuxtapuestas (no en vano, el subtítulo primitivo de la novela era «Cuadros y escenas de la Revolución») estructuradas en tres partes que reflejarían diferentes momentos de la Revolución: una primera fase caracterizada por el idealismo y el optimismo; una segunda fase en la que predominan la barbarie y la decadencia; una fase final triste y pesimista en la que las actividades bélicas se van extinguiendo.

Seymour Menton ha interpretado la novela en clave de epopeya de la Revolución Mexicana y del pueblo mexicano en general, por lo que también ha propuesto el estudio de la figura del protagonista, Demetrio Macías, como héroe épico inspirado en personajes como Héctor, el Cid o Roldán, aunque pasado por el tamiz desidealizador del siglo XX. Este enfoque resulta de lo más sugestivo pero considero que la evolución de Demetrio Macías también podría explorarse como un reflejo del desarrollo de los acontecimientos derivados de la Revolución que tienen lugar en la obra y que se dividen en las tres fases o periodos señalados más arriba. 

Al comenzar la novela nos encontramos con un humilde padre de familia que, a pesar de ver cómo unos federales matan a su perro e intentan propasarse con su mujer, decide perdonarles la vida, incluso sabiendo que regresarán para ajustar cuentas. Al día siguiente, reúne a sus hombres y demuestra su generosidad compartiendo lo poco que tiene: una botella y algo de comida. Demetrio se muestra también como un hombre lleno de optimismo y vigor: «ya ven que aparte de mi treinta-treinta, no contamos más que con veinte armas. Si son pocos, les damos hasta no dejar uno; si son muchos aunque sea un buen susto les hemos de sacar». En los capítulos siguientes, vemos en Demetrio a una persona amable que agradece con sinceridad todos los cuidados que le prodigan los serranos mientras se encuentra convaleciente a causa de una herida de bala. Durante este periodo entra en escena Luis Cervantes, un joven de origen acomodado que encarna el más alto idealismo revolucionario. Aunque Demetrio es un hombre más bien pragmático que solo desea volver a su casa, lo cierto es que Cervantes consigue entusiasmarlo con su retórica hasta el punto de hacer que sus ojos brillen, algo que no sucede con frecuencia. De este modo, el joven médico logra convencer a su jefe de que su motivación es mucho más elevada de lo que cree y de que no está huyendo de un cacique, sino luchando contra todo el caciquismo. En definitiva, logra inyectar en la personalidad de Demetrio el idealismo propio de esta fase de la Revolución y de esta parte de la novela. 

Pero los periodos históricos no son compartimentos estancos y homogéneos, y aunque la Revolución se encuentre en una fase pura e idealista puede ir mostrando signos de corrupción, del mismo modo que los valores elevados pueden seguir manifestándose en la fase de barbarie. En este sentido, podemos ver que Demetrio no ha tardado demasiado tiempo en olvidarse de su mujer y echarle el ojo (y la mano) a la joven Camila. A pesar de que no «es tan mujeriego como sus compañeros» lo cierto es que se propasa con Camila, quien lo tacha de «viejo malcriado» y «viejo sinvergüenza». No sabemos la edad de la joven, pero el narrador se refiere a ella como «moza», por lo que es prácticamente seguro que sea menor de edad. No caben dudas en ese sentido respecto a la novia que presenta Cervantes ya en la segunda parte de la novela y a la que Demetrio clava «su mirada de ave de rapiña». Poco antes de esta escena hemos visto cómo Demetrio se marchaba hacia el hotel con la Pintada, a la que acababa de conocer  y no mucho después podremos ver cómo finalmente se hace con los favores de Camila. Pero la mayor evidencia de la degradación experimentada por Demetrio en este sentido tal vez se encuentre en la transformación de sus aspiraciones: del «No quiero yo otra cosa, sino que me dejen en paz para volver a mi casa» pasa al «con que no me falte el trago y con traer una chamaquita que me cuadre, soy el hombre más feliz del mundo».

Parece que podemos ver una degradación similar en cuanto al sentido de justicia de Demetrio. Ya vimos cómo perdona la vida a los federales que asaltan su casa al comienzo de la novela y lo vemos actuar con la misma magnanimidad ante don Mónico, ya bien entrada la segunda parte, cuando decide no ejecutar al cacique (al menos no se dice lo contrario) pero ordena que se queme la casa con todas sus pertenencias dentro, lo cual es exactamente lo que le hicieron a él. El castigo resulta proporcionado, pero sin embargo vemos que a Demetrio no le tiembla el pulso al ejecutar por la espalda a un joven recluta que se disponía a proceder al pillaje, como venía siendo la norma. La arbitrariedad de Demetrio se evidencia todavía más cuando deja sin castigo al güero Margarito en un episodio en que, al igual que el joven recluta mencionado, desobedece las órdenes de Macías, además ejerciendo una violencia brutal sobre un campesino que había solicitado que no le robasen todo el maíz que necesitaba para alimentar a su familia. En cualquier caso, nada de esto puede sorprendernos pues la indiferencia de Demetrio por la vida humana empezaba a manifestarse ya al final de la primera parte, cuando aparecen muertos una prostituta y dos reclutas después de una fiesta y dice: «¡Psch!... Pos que los entierren…».

Por último, en la tercera parte vemos a un Demetrio sumido en el pesimismo. Perdió a Camila, es recibido con desprecio en los poblados y se entera de la derrota de Villa. Cervantes, que huyó a Estados Unidos, ha sido sustituido por Valderrama, el nuevo curro que aporta a Demetrio el espíritu revolucionario del momento, que no es otro que el del desencanto. Este joven ensalza a los serranos (tan maltratados por los de Macías), rebaja a los grandes generales y ama la Revolución. Sus palabras hacen pensar a Demetrio y sus canciones lo hacen llorar. Nuestro protagonista vuelve al punto de partida, a su casa, pero no puede quedarse . Como la Revolución, tiene que seguir adelante sin saber por qué. 



BIBLIOGRAFÍA

Azuela, M. (1988). Los de abajo. Madrid-París-Roma: ALCCA. 

Lorente, A. (2008). «La novela de la Revolución Mexicana», en Barrera, Trinidad, coord., Historia de la literatura hispanoamericana, tomo III, siglo XX, 43-56. Madrid: Cátedra.

Menton, S. (1998). «Texturas épicas de Los de abajo», en Azuela, M., Los de abajo, 239-250. Madrid-París-Roma: ALCCA.

Ruffinelli, J. (1988). «Introducción del coordinador», en Azuela, M., Los de abajo. Madrid-París-Roma: ALCCA.

30/3/22

Javier Cercas y Vargas Llosa: metaliteratura comparada

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo libre sobre Soldados de Salamina para la asignatura Narrativa española actual, impartida por don Guillermo Laín Corona en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo



INTRODUCCIÓN

La amistad entre Javier Cercas y Vargas Llosa comenzó a gestarse incluso antes de que llegaran a conocerse, gracias a la influencia que el peruano ejerció sobre el español, primero a través de La ciudad y los perros y, más tarde, por el ensayo La orgía perpetua y el primer volumen de Contra viento y marea, obras que llevaron a Cercas hasta Madame Bovary y la correspondencia de Flaubert. Todas estas lecturas fueron determinantes para que Cercas «concibiera la ambición insensata de llegar a ser escritor» y vivir entregado plenamente a la literatura. 

Tiempo después, tuvo lugar un acontecimiento absolutamente decisivo para la carrera de Javier Cercas. Seis meses antes, había publicado su cuarta novela, Soldados de Salamina, de la cual había logrado vender la nada desdeñable cifra de treinta mil ejemplares, un éxito abrumador para un novelista casi desconocido cuyas obras precedentes apenas habían logrado generar interés. Pero el destino le deparaba una más que grata sorpresa y el 3 de septiembre 2001 pudo leer en El País un artículo repleto de elogios hacia su obra y que venía firmado nada menos que por su admirado Mario Vargas Llosa. «El sueño de los héroes», que así se titulaba, constituyó el empujón definitivo para transformar Soldados de Salamina en un fenómeno literario mundial, permitiendo a Cercas convertirse en escritor a tiempo completo. 

Pocos días después, el 11 de septiembre, por fin ambos novelistas pudieron estrechar sus manos. Lo hicieron en un restaurante madrileño y, tras deshacerse en agradecimientos, Cercas pudo charlar con el veterano novelista y entender cuál era su idea de literatura comprometida, que sería aquella que, sin llegar a constituir un artefacto propagandístico al estilo sartriano, sí que conlleva algún tipo de compromiso más allá del mero entretenimiento. 

Desde entonces, la amistad y la admiración entre los dos escritores se ha ido afianzando, algo que puede comprobarse en el diálogo que entablaron en 2015, pero que también ha quedado de manifiesto en muchas otras ocasiones. Así, por ejemplo, poco después de que Vargas Llosa fuese galardonado con el Nobel, Cercas advirtió a la izquierda española del error que supone rechazar al peruano por reaccionario cuando realmente es un liberal honesto y respetuoso. Al año siguiente, Cercas escribió un ensayo sobre Vargas Llosa y la vocación del escritor, en el cual declaró que el peruano era, más que un amigo, un modelo (como intelectual, como escritor y como persona) además de una parte de su biografía. Poco después, en un texto para la edición conmemorativa de La ciudad y los perros de 2012, Cercas situó a Vargas Llosa como uno de los mejores novelistas en español desde Cervantes, destacándolo asimismo como el único contemporáneo que ha logrado publicar un número elevado de obras maestras. 

Por su parte, Vargas Llosa tampoco escatima palabras de elogio hacia la obra de Cercas o su persona. Así, en un artículo de 2010 en el que destacaba las virtudes de una novela de Faciolince, aprovechó para recordar la ocasión en que leyó Soldados de Salamina, las ganas que le sobrevinieron de conocer a su autor, la satisfacción que le produjo comprobar que su calidad como persona estaba al nivel de la literaria y la convicción de que serían buenos amigos. De modo similar, hace apenas unos meses, en un artículo sobre Benito Pérez Galdós, se refirió a Cercas como «uno de los mejores escritores de nuestra lengua», como un valiente (por su oposición al independentismo) y como un amigo. No es difícil encontrar en YouTube extractos de conferencias del novelista peruano en los que califica de obras maestras tanto Soldados de Salamina como El impostor o Anatomía de un instante, poniéndolas como muestras de la buena salud de la literatura actual en español. 

A la vista de todos estos ejemplos, podría decirse que el análisis de las similitudes técnicas o temáticas entre las obras de ambos novelistas se perfilaría como un fructífero campo de estudio, máxime teniendo en cuenta que, por el momento, no parece haber recabado demasiada atención académica. Una panorámica general en ese sentido desbordaría los límites del presente trabajo, por lo que mis esfuerzos se moverán en la línea de explorar únicamente las relaciones entre tres recursos metafictivos relevantes en Soldados de Salamina y en dos de las novelas más metaliterarias de Vargas Llosa: La tía Julia y el escribidor (1977) y El hablador (1987).


FICCIÓN SOBRE LA FICCIÓN EN JAVIER CERCAS Y VARGAS LLOSA

Siguiendo a Langa Pizarro, no podríamos decir que Soldados de Salamina sea una metaficción propiamente dicha, pues estas obras, en su estado más puro, se muestran tan centradas en sí mismas que apenas consiguen atraer el interés del público. La novela de Cercas, aunque da una importancia capital al proceso creativo y aunque posee muchos otros elementos metaliterarios (protagonista escritor, abundante intertextualidad, reflexión literaria…) mantiene en todo momento un elevado nivel de referencialidad externa. Las metaficciones puras, serían hijas de los valores del posmodernismo, como la falta de compromiso social, mientras que las obras como Soldados de Salamina se circunscribirían a lo que se ha llamado «metamodernismo», es decir, el conjunto de ideas en torno al arte resultado del agotamiento del posmodernismo. Podría decirse que estas novelas, que en España empiezan a aflorar en los años noventa, utilizan lo metafictivo no como un fin en sí mismo sino como un medio para desarrollar otro tipo de objetivos, como puede ser el compromiso político o, simplemente, satisfacer el deseo de narrar historias originales (1). 

Por su parte, Vargas Llosa tampoco ha publicado metaficciones puras. Hasta los años setenta, lo metaliterario ocupó un papel poco relevante en sus novelas, predominando en ellas la complejidad estructural y la preocupación por cuestiones sociopolíticas. Narraciones de este tipo han seguido teniendo cabida en su producción literaria, pero desde la publicación de Pantaleón y las visitadoras en 1973, se han ido alternando con otra clase de novelas en las que destaca el humor, lo metaliterario, o que son adscribibles a géneros como el policiaco o el erótico. 

Teniendo en cuenta las características de Soldados de Salamina, he considerado que los tres recursos metaliterarios que plantean un mayor interés serían el narrador-escritor, el proceso creativo y la intertextualidad (2), es decir, la referencia a autores y obras literarias o la presencia de otros textos no narrativos (3). Me parece que estas tres cuestiones revisten tanto atractivo por el papel fundamental que desempeñan en la obra. Y es que, para el narrador-personaje-protagonista de Soldados de Salamina, que también se llama Javier Cercas, la literatura es un aspecto fundamental de la vida, tanto que su fracaso tratando de convertirse en un gran escritor puede llegar a postrarlo durante meses ante un televisor apagado. Muy en relación con ello, se encuentra el proceso creativo, cuyo desarrollo nos muestra la evolución del proyecto del narrador desde que es apenas una borrosa idea basada en una historia de la guerra hasta que se transforma en un ambicioso libro, pasando por fases como una crónica para un periódico o como un breve relato biográfico que cojea, que frustra al autor y que también se titula Soldados de Salamina. Por último, respecto a la intertextualidad, resulta llamativa la importancia que poseen los personajes escritores en esta obra. Tal como apuntó Vargas Llosa, aunque no tengan papeles principales, sí que intervienen en momentos clave de la trama, resultando providenciales para que el narrador alcance su objetivo. Así, es Sánchez Ferlosio quien proporciona al Cercas ficticio la historia del fusilamiento fallido de su padre y es Bolaño quien le descubre la existencia de Miralles. Es decir, los escritores le facilitan el comienzo y el final de su obra, por no mencionar que toda la investigación gira en torno a Sánchez Mazas, otro escritor. 


PRIMER RECURSO: ESCRITORES AVENTUREROS

Javier Cercas explicó que escribe «novelas de aventuras sobre la aventura de escribir novelas», un llamativo retruécano que ya había sido perfilado por Sobejano precisamente ofreciendo una definición de metaficción (4). No existe aventura sin aventurero, y el lance de escribir Soldados de Salamina lo vivirá un narrador autodiegético que se llama Javier Cercas y que tiene grandes similitudes y diferencias con el Cercas real. Para los propósitos de este trabajo, lo que interesa saber es que el Cercas real no pretende escribir un relato real, mientras que esa es justo la fuerza motriz del Cercas ficticio. Este, al igual que su creador, ha publicado algunos libros de escaso éxito y aspira a convertirse en novelista, aunque cinco años de fracasos y depresión lo llevan a regresar a su antiguo trabajo en un periódico. A pesar de todo, su vida no deja de girar en torno a la literatura, de tal modo que ahora escribe sobre escritores y, gracias a que entrevista a uno de ellos, consigue una idea que le devolverá las ganas de intentar alcanzar sus sueños. Esta vez no trabajará en una novela sino en un relato real y para ello volverá a dejar el periódico aunque por desgracia, a pesar de finalizar su obra, volverá a probar el amargo sabor del fracaso. Pero la literatura no va a abandonarle tan fácilmente y, por fin, gracias a otro escritor, conocerá al hombre que le permitirá terminar su libro, un relato real para el Cercas ficticio, un relato ficticio para el Cercas real.

Teniendo todo esto en cuenta, resulta llamativo que Javier Cercas nunca haya hecho mención a la novela El hablador. Dada su admiración por Vargas Llosa, parece probable que la hubiese leído antes de acometer la tarea de redactar Soldados de Salamina. Y es que, el protagonista de El hablador es también un narrador autodiegético que, aunque aparece innominado, es un evidente trasunto de Vargas Llosa (quizá en mayor medida que el Cercas ficticio respecto al real). Además de esto, también él ha escuchado una historia fascinante que le ha producido un irrefrenable deseo de escribir. Se trata de la historia de los habladores, una especie de cuentacuentos con un trascendente papel de cohesión social dentro de las tribus machiguengas. Al igual que el Cercas ficticio, este narrador intentará desarrollar su historia, llevará a cabo intensas investigaciones y, en principio, fracasará en su empeño, aunque por diferente motivo. Pero El hablador no constituyó el debut del novelista en el terreno de la metaficción. Dejando de lado tempranas manifestaciones, como la destreza de Alberto, el Poeta, componiendo novelitas eróticas en La ciudad y los perros, fue La tía Julia y el escribidor «la primera narración de Vargas Llosa cuyo hilo subterráneo es el del escritor escribiendo», como dijo José Miguel Oviedo. En esta obra, que contiene diez textos de seriales radiofónicos escritos por el guionista ficticio Pedro Camacho, trasunto del no ficticio Raúl Salmón, nos encontramos también con un narrador autodiegético que, igual que en Soldados de Salamina, tiene el mismo nombre que el autor real de la obra y aspira a convertirse en un gran novelista, algo que termina logrando, no sin antes golpearse varias veces contra el muro de la derrota. Sea o no Javier Cercas deudor de estos procedimientos, lo cierto es que sí que ha hablado de La tía Julia y el escribidor, situándola entre las seis mejores novelas de Vargas Llosa. 


SEGUNDO RECURSO: TRIUNFAR FRACASANDO 

Una de las lecciones que se pueden extraer de Soldados de Salamina resulta sintetizable en el dicho popular «el que la sigue la consigue». Y es que, al principio, el protagonista menciona de forma escueta un periodo de «cinco años de angustia económica, física y metafísica, tres novelas inacabadas y una depresión espantosa». Después, con todo lujo de detalle, expone a lo largo del resto de la primera parte el desarrollo de su siguiente descalabro. Y no solo eso, además, en la segunda parte podemos leer el resultado, el relato real centrado en Sánchez Mazas que no termina de funcionar ni siquiera siendo sometido a intensas revisiones, reescrituras y cambios. Será con la tercera parte muy avanzada cuando podamos empezar a ver luz al final del túnel. Todo este proceso podría parecer una especie de descenso a los infiernos, pero en realidad constituye un ejemplo de superación y perseverancia, pues, por fin, en las dos últimas páginas, el autor logra ver el libro en su cabeza, su relato real ahora completo. Ya lo dijo Vargas Llosa, lo que insufla vitalidad a Soldados de Salamina no es la historia de Sánchez Mazas, sino la de ese narrador que lucha «a muerte contra la amenaza del fracaso de su vocación». 

Periplos semejantes también los han tenido que vivir algunos narradores vargasllosianos. El Varguitas de La tía Julia y el escribidor, estimulado por el ejemplo de su amigo Pedro Camacho («Yo trabajo sobre la vida, mis obras se aferran a la realidad como la cepa a la vid», le explica al joven), se esfuerza en escrutar la realidad en busca de ideas con las que escribir sus relatos, historias basadas en sucesos reales que al final siempre terminan arrugadas en el fondo de la papelera. Sin embargo, «cuando sus demonios personales se insertan y se funden con la realidad exterior vivida, interiorizada, logra resultados positivos». En el último capítulo nos habla un Varguitas que ha vivido en París, que ha publicado libros y que se encuentra llevando a cabo investigaciones para dos próximas novelas, que a todas luces son La casa verde y Conversación en la Catedral. Eso sí, a diferencia del Cercas ficticio, él ya no investiga para crear relatos reales; ahora posee unas sólidas ideas sobre los mecanismos de la ficción literaria. Por otra parte, en El hablador no nos encontramos a un joven fracasando y luchando por escribir grandes novelas. Más bien vemos a un escritor ya maduro y exitoso que ha fallado en uno de sus proyectos: escribir un relato sobre los habladores machiguengas. Desde que descubre la existencia de estos misteriosos indígenas, nunca deja de pensar en ellos, de investigar sobre ellos, de tratar de escribir sobre ellos. Incluso, emocionado, le cuenta el proyecto a su amigo Mascarita, igual que Cercas comparte los progresos de su libro «sobre un facha» con Conchi, su pareja. Con una estructura similar a la de La tía Julia y el escribidor, la obra nos ofrece la aventura del protagonista intentando escribir sobre los habladores (y fracasando porque no consigue crearles una voz con sabor indígena pero que no suene impostada), aventura dividida por la inclusión de capítulos con historias sobre los machiguengas que reproducen, en un español alterado, la expresión oral de un hablador dirigiéndose a su pequeño auditorio. De este modo, en principio (5), podríamos entender que la novela que tenemos en las manos es el resultado final del proceso creativo, el triunfo del narrador que logra materializar la historia que perseguía, exactamente igual que el texto de Soldados de Salamina es el triunfo del Cercas ficticio (y del real, evidentemente).  


TERCER RECURSO: POR TODOS MIS COMPAÑEROS

Además de los personajes escritores ya referidos, en Soldados de Salamina aparecen mencionados muchos más: Andrés Trapiello, Lorca, Manuel y Antonio Machado, Miguel Hernández o Dionisio Ridruejo son solo unos pocos ejemplos. La presencia de la literatura es constante y se manifiesta también con la mención de numerosas obras: tres novelas de Sánchez Mazas (además del libro que no llegó a escribir, Soldados de Salamina); El Jarama, de Sánchez Ferlosio; Yo fui asesinado por los rojos, de Jesús Pascual; Don Quijote, de Cervantes; o, por terminar con un ejemplo llamativo, El móvil y El inquilino, títulos de narrativa breve del propio Cercas (tanto real como ficticio). Otras obras y autores aparecen aludidos de forma menos explícita. Por ejemplo, se dice que Bolaño acababa de recibir un premio por un libro, sin especificar que es el Rómulo Gallegos de 1999, concedido a su novela Los detectives salvajes. Del mismo modo, cuando Bolaño dice que lee hasta los papeles que encuentra por la calle, se está haciendo alusión a Cervantes, quien escribió unas palabras similares en el capítulo IX de la primera parte del Quijote. La novela incluye además diferentes textos como la crónica periodística sobre Machado, un soneto de Sánchez Mazas o algunos fragmentos del diario que este escribió mientras sobrevivía en los bosques (6). En el nivel interdiscursivo, resulta ineludible mencionar el papel que la música y el cine juegan en la obra. El pasodoble Suspiros de España, además de «la canción más triste del mundo» es como la banda sonora de la novela, constituyendo el indicio principal para la identificación soldado-Miralles. Respecto al cine, además de los procedimientos de claro sabor fílmico, como la escena de los gitanos tocando el pasodoble o el primer plano de la cara del soldado republicano, la importancia del séptimo arte queda patente en la tercera parte, la cual recibe su título de Stockton, la ciudad que aparece en la película Fat City, de John Huston. 

Toda esta rica densidad intertextual también está presente en las novelas más metaliterarias de Vargas Llosa. Por centrarme en El hablador, y sin ánimo de exhaustividad, es destacable que se menciona, entre muchos otros, a Dante, Sartre o Faulkner; se relatan entrevistas a Borges o Corín Tellado; se incluye una carta, un poema machiguenga traducido al español y se emplean en los cuentos anidados ciertas partes argumentales de La metamorfosis de Kafka o de escenas de la vida de Cristo. Además, aparece el cacique Jum, un personaje basado en un indígena real que ya había figurado en La casa verde


CONCLUSIÓN

Aunque las cuestiones tratadas en el presente trabajo podrían desarrollarse en un espacio mucho más amplio, considero que he podido demostrar que entre Soldados de Salamina y algunas obras de Vargas Llosa existe una red de relaciones entre procedimientos metafictivos y que esto ocurre independientemente de que se haya dado por parte de Cercas una voluntad consciente de emular u homenajear dichos procedimientos, los cuales, probablemente tampoco hayan sido inventados por el escritor peruano de forma absoluta.  

Desde 2001, año de publicación de Soldados de Salamina, han visto la luz seis novelas de Vargas Llosa. Teniendo en cuenta la grata impresión que le causó el libro de Cercas, y la elevada opinión que tiene sobre otros como Anatomía de un instante o El impostor, no parece descabellado pensar que la narrativa del extremeño haya podido influir también en algunas de las últimas obras del peruano. Sin embargo, he preferido centrarme solo en la posible deuda de Soldados de Salamina con algunas novelas de Vargas Llosa al ir dándome cuenta de que llevar a cabo un análisis de las influencias recíprocas sobrepasaría los límites espaciales de este ensayo. En cualquier caso, las carreras de ambos escritores parecen gozar de buena salud (a pesar de la longeva edad de don Mario) por lo que resulta muy probable que la intertextualidad entre las obras de uno y otro continúe desarrollándose, máxime siendo autores para los que tanta importancia tienen los procedimientos metaliterarios y el desarrollo de los grandes temas que nos afectan como sociedad.  


NOTAS

(1) En relación con esto, Cercas dijo sobre su obra que la novedad «es formal, porque la novela es forma y por tanto no existen temas agotados sino formas agotadas de abordarlos». En la misma línea, Vargas Llosa explicó que la historia de Sánchez Mazas es una más de las miles que suceden en las guerras y que si resulta tan apasionante en la novela de Cercas es por el modo en que el narrador se interesa por ella, por cómo se empeña en investigarla y contarla.

(2) Sobejano incluye la intertextualidad dentro de las características de la metaficción en sentido amplio, obras a las que denomina novelas autoconscientes, por contraposición a aquellas novelas que incluye en la metaficción en sentido estricto, a las que pone el marbete de autorreferenciales.

(3) Langa expone como rasgo propio de la novela autoconsciente la mezcla de procedimientos de géneros literarios, paraliterarios (artículos…) y no literarios (análisis estilístico…). Por su parte, Castro y Montejo ponen en relación con el concepto de intertextualidad el de interdiscursividad para hacer referencia a las relaciones del texto con otros discursos culturales, como podría ser el cine. Para simplificar, me gustaría emplear en este trabajo el concepto de intertextualidad de forma que comprenda todos los elementos aquí mencionados.

(4) Metaficción es aquella que «al tiempo de ser la escritura de una aventura, resulta ser la aventura de una escritura».

(5) La novela es bastante más compleja de lo que aquí puedo desarrollar. Vargas Llosa juega con la ambigüedad de tal forma que al final deja algunas decisiones en manos del lector. Así, a pesar de los indicios, resulta imposible saber seguro si Mascarita acaba convertido en un hablador. Lo que hace Cercas con Miralles es muy similar. Todo apunta a que sí es el soldado republicano pero al final somos nosotros los que tenemos que decidirlo. En mi opinión, Cercas demostró aquí una gran maestría poniendo la literatura al servicio de sus objetivos ideológicos, (difundir una idea maniquea y simplista de la guerra civil española, en la línea de las llamadas memoria histórica y memoria democrática) pues el modo en que logró construir la historia y la personalidad de Miralles da pie a que, al final, la identidad del soldado sea lo de menos.

(6) Tal como apunta Ródenas, la segunda parte podría considerarse una novela anidada al estilo de las incluidas en el Quijote, aunque tal vez sería más bien un relato biográfico anidado. En cualquier caso, constituiría también un procedimiento similar al que emplea Vargas Llosa al incluir seriales radiofónicos y cuentos machiguengas en sus dos novelas. 


BIBLIOGRAFÍA

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Cercas, Javier y Vargas Llosa, Mario, «El oficio de escribir», diálogo moderado por Pilar Reyes, ciclo Conversación en el ADDA, Diputación de Alicante, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 12-6-2015, en línea: https://youtu.be/jmMdMsktLw4, consultado 8-12-2020.

Langa Pizarro, María del Mar, Del franquismo a la postmodernidad: la novela española (1975-1999), Alicante: Universidad de Alicante, 2000.

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