30/8/21

Comentario de un relato de Josefina Aldecoa

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura Movimientos y épocas de la literatura española, impartida por doña Brígida Manuela Pastor Pastor en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo.  

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo me dispongo a llevar a cabo un comentario literario del cuento breve Madrid, otoño, sábado, de Josefina Rodríguez Álvarez, más conocida como Josefina Aldecoa (recomiendo leer primero el cuento en este enlace). Esta escritora y pedagoga leonesa nació en 1926, por lo que formaría parte de la generación de los niños de la guerra, generación del medio siglo o generación del 50, grupo de escritores con los que mantuvo estrecha relación, tanto personal como profesional, por ejemplo, como colaboradora de Revista española, la cual dirigía su marido, Ignacio Aldecoa, junto a Rafael Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre. Sin embargo, durante los años cincuenta y sesenta, décadas en las que sus compañeros se fraguaron un nombre en el mundo de las letras (Ana María Matute ganó el Planeta de 1954 con Pequeño teatro; Sánchez Ferlosio consiguió el Nadal de 1955 con El Jarama; Ignacio Aldecoa se hizo con el Premio de la Crítica de 1958 con Gran Sol…), Josefina Aldecoa tan solo publicó un libro de relatos bajo el título A ninguna parte (1961). Aquellos cuentos se adscribían a la corriente estética hegemónica del realismo social y se caracterizaban por ser breves, sencillos, directos y pesimistas. Poco después, nuestra autora decidió aparcar la escritura en favor de la pedagogía. Aquel paréntesis se prolongó durante más de veinte años hasta que en 1983 comenzó realmente su carrera literaria. Debido a estas circunstancias, aunque cronológicamente perteneciera, como se ha dicho, a la generación del cincuenta y a los postulados estéticos del realismo social, el grueso de su producción literaria encajaría más bien en la amplia corriente que vino a llamarse nueva narrativa, cuyos inicios se establecen de forma orientativa en 1975, año de la muerte de Franco y de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Las obras publicadas desde entonces hasta aproximadamente los años noventa se caracterizan por una vuelta al interés por contar historias y por un uso moderado de los procedimientos técnicos de la década anterior, cuyo abuso había provocado el agotamiento de la llamada novela experimental . 

Así pues, con la llegada de los años ochenta, Josefina Aldecoa se lanzó de lleno hacia la consolidación de su carrera literaria, desarrollando un estilo en el que «la sobriedad y la depuración expresiva corren parejas con el cuidado de la técnica»¹. Entre sus novelas, destaca la trilogía iniciada con su primer éxito literario, Historia de una maestra (1990) y continuada con Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1999). Resulta llamativa la publicación en 2005 de la novela La casa gris, escrita en los años cincuenta con los rasgos propios del realismo social de la época y que había sido mantenida inédita por la autora durante medio siglo. 

Madrid, otoño, sábado se publicó por primera vez en el volumen Fiebre (2000), el cual se encuentra dividido en tres partes: cuentos de los noventa, cuentos de Julia y Cecilia y cuentos de los cincuenta. El relato del que me voy a ocupar es uno de los cuatro cuentos de Julia y Cecilia, conjunto basado en la idea del reencuentro de ambas amigas. Curiosamente, Julia es la protagonista de La enredadera (1984), la primera novela que publicó nuestra autora. En 2002, el relato volvió salir de imprenta, esta vez en el volumen El juez y otros cuentos. En 2009, la editora Laura Freixas lo seleccionó para su segunda antología de escritoras contemporáneas Cuentos de amigas (en su primera antología, Madres e hijas, de 1996, también incluyó un cuento de Josefina Aldecoa titulado Espejismos). Finalmente, en 2012, con motivo del primer aniversario de la muerte de la escritora leonesa, Alfaguara publicó un volumen con todos sus cuentos al que tituló, precisamente, Madrid, otoño, sábado


TEMA Y ESTRUCTURA

A la hora de extraer el tema de un texto, los expertos plantean diferentes técnicas. Por ejemplo, José Domínguez Caparrós recomienda explorar los campos asociativos principales, mientras que, para Evaristo Correa Calderón y Fernando Lázaro Carreter,  la mejor opción sería, primero, llevar a cabo un pequeño resumen argumental al que llaman asunto para, después, quitándole los detalles, señalar el tema definiendo la intención del autor al redactar el texto. Por su parte, María Clementa Millán y Ana Suárez Miramón  recomiendan analizar el tema a la par que la estructura. En los próximos párrafos trataré de sintetizar los consejos de todos estos autores.

El relato es bastante breve, pues no llega a las 2.300 palabras, y se encuentra dividido en dos grandes partes de extensión similar que funcionan a modo de capítulos, aunque no tienen título ni numeración. Se encuentran simplemente separadas por un espacio en blanco y su diferencia fundamental radica en la ausencia o presencia física del personaje de Cecilia, la amiga de Julia, la protagonista. 

En la primera parte, nos encontramos con una serie de campos asociativos que sirven para generar la propia estructura de esta mitad del cuento. Tenemos un primer párrafo en el que destacan los términos relacionados con el trabajo (preocupaciones, horarios, citas, llamadas…) pero también, aunque en menor medida, los del campo asociativo del tiempo libre (sábado, domingo, desconectar...). Así pues, este párrafo nos indica una fuerte dialéctica entre estos aspectos de la vida la protagonista. 

El fragmento formado por los dos siguientes párrafos es completamente distinto. En él se describe el Jardín Botánico y por ello predominan los términos relacionados con la naturaleza y el otoño, como neblina, árboles, hojas secas... 

El cuarto párrafo contiene los mismos campos que el primero, pero aquí prevalecen, con mucho, los términos relacionados con el tiempo libre (confort, armonía, soledad…). Vemos así cómo el anterior fragmento descriptivo del Jardín Botánico ha servido para atenuar la transición de un pasaje en el que predominaba el estrés hacia otro en el que reina la calma. Todo este procedimiento parece indicar que Julia está tratando de acostumbrarse, de asimilar que la semana laboral ha terminado y que ahora tiene que dedicarse tiempo a sí misma. 

Entra ahora en escena un párrafo tan breve como significativo. Y es que, por primera vez afloran términos de dos campos muy relevantes en el cuento. Por un lado, vocablos relacionados con la amenaza (peligros, estímulos externos, tormenta...); por otro, aquellos relacionados con la memoria, el pasado, el transcurrir del tiempo (nostalgia, recuerdo...). 

En el siguiente párrafo, la visión de una familia a las puertas del Jardín Botánico genera una riada de términos relacionados con el pasado (memoria, recuerdos, infancia...) los cuales, hacia la mitad del párrafo, empiezan a ceder espacio a términos relacionados con los aspectos negativos de la crianza de un bebé (ocupada, cansancio, somnolencia...). 

En los últimos párrafos de esta primera parte, justo antes de la llamada de Cecilia, se muestran entremezclados varios términos de todos los campos aparecidos hasta ahora. El siguiente extracto constituye una muestra ejemplar de ello. Me permito la licencia de marcar con diferentes colores (rojo: amenaza; azul: memoria; verde: tiempo libre; amarillo: trabajo) las palabras de cada campo con el fin de que se aprecie mejor el efecto logrado por la autora: «la intromisión de la época rememorada oscureció la mañana del sábado. “Mejor olvidarlo todo trabajando”».

Por último, en cuanto suena el teléfono, las palabras relacionadas con la amenaza se disparan (contrariada, rechazo, intrusión...).

Quizá resulte conveniente intentar perfilar ahora el asunto o resumen básico de esta primera parte.  Podríamos decir que Julia despierta en una mañana de sábado y reflexiona sobre cómo invertir el tiempo libre. Disfruta de su apacible soledad pero opta por trabajar un rato. La visión de una familia le provoca una serie de recuerdos amables pero que producen un efecto inquietante. Cuando decide apartar esta intromisión, suena el teléfono: es Cecilia, una antigua amiga. Está en Madrid y quiere verla. 

Sobre la segunda parte, conviene hablar mejor en términos de intervenciones que de párrafos, al basarse el texto esencialmente en el diálogo. Cecilia comienza haciendo referencia a términos positivos relacionados con el amor, como secreto y aventura. Entonces Julia pregunta por el porvenir del idilio de su amiga, abriendo la entrada a los términos relacionados con el tiempo, tanto futuro como pasado, que predominan en la siguiente intervención de Cecilia, quien manifiesta su disgusto con esa idea y con el modo en que se la inculcaron de pequeña, haciendo uso del mencionado campo asociativo (porvenir, infancia, consecuencias…). Después, Julia pide más información sobre la aventura de Cecilia pero esta tiende ahora a expresarse con términos negativos relacionados con el amor (disgusto infinito, encerrada...) pues recuerda su matrimonio fallido. Sin embargo, en cuanto vuelve a hablar de su aventura, regresa el campo del amor en positivo (emoción, encuentro). Cuando le toca hablar a Julia, veremos, como cabría esperar, que son los términos laborales (trabajo, facultad, artículos…) y los relacionados con la soledad y el paso del tiempo (lejos, paz, soledad) los predominantes. La mujer menciona unos cuantos vocablos referidos a la libertad (entrar y salir, con unos y otros) pero dejando claro que van asociados a su juventud. Ahora lo que hay en su vida es trabajo, soledad, paz, felicidad y recuerdos. 

Como puede verse, en esta segunda parte la estructura sirve más bien para conocer a los personajes, cuestión sobre la que hablaré después con mayor detalle. Respecto al asunto de esta parte, creo que se puede sintetizar en que las amigas se reúnen después del almuerzo en casa de Julia. Durante un tiempo indeterminado, se ponen al día sobre sus vidas pero los profundos contrastes hacen que la conversación no termine de fluir. Entonces, Julia decide que lo mejor es salir a tomar una copa, dando fin al cuento. 

Una vez estructurado el relato, explorados los campos semánticos y planteado el asunto, habría llegado el momento de sintetizar el tema. Aun a riesgo de equivocarme, me aventuro a proponer un tema para cada parte por separado y a intentar, sobre la base de ambos, plantear un tema general para todo el cuento. 

Tema de la primera parte: es posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y el tiempo libre, el ajetreo y la calma, la compañía y la soledad, pero hay que tener en cuenta que, a ciertas edades, dicho equilibrio puede tambalearse a causa de intromisiones externas, especialmente las relacionadas con el pasado y la memoria. 

Tema de la segunda parte: el paso del tiempo puede hacer que dos amigas cambien y que pierdan la complicidad de antaño, pero siempre es posible dejar de lado las diferencias y volver a disfrutar la una de la otra.

Tema de Madrid, otoño, sábado: la rutina puede llevarnos a crear una burbuja en la que nos sintamos tan a gusto que experimentemos un fuerte rechazo ante la posibilidad de cualquier intromisión. Sin embargo, deberíamos ser conscientes de que, a veces, puede merecer la pena que alguien venga a sacarnos de allí.  

 

NARRADOR Y PERSONAJES 

El cuento que estamos analizando posee un narrador heterodiegético y omnisciente. Castro y Montejo  explican que este tipo de narrador, predominante en el realismo decimonónico, no ha desaparecido por completo en la narrativa contemporánea. Algunas características del narrador de este cuento lo convierten en un ejemplo paradigmático. Además de encontrarse fuera de la historia, de la diégesis, y hablar en tercera persona, su omnisciencia se manifiesta en hechos como la anticipación: «Horas más tarde (…) el Jardín exhibiría su tesoro de hojas secas»; la capacidad de ver el pasado: «Aquel año había sido una especie de año sonámbulo»; el poder de escrutar las mentes de los personajes: «La visión de la mujer (…) despertó en Julia un aluvión de recuerdos». En la actualidad, existe la tendencia a que estos narradores no se muestren excesivamente taxativos en aras de una mayor verosimilitud y aceptación por parte de los lectores, pero no podemos decir que sea así en este caso, pues en el cuento de Josefina Aldecoa no aparecen fórmulas que expresen cautela o duda por parte del narrador.

Respecto a los personajes, Julia y Cecilia son los únicos principales. Aparecen mencionados algunos secundarios, como María (la asistenta actual de Julia), Ramona (la asistenta antigua), el portero innominado que le sube el periódico, Bernal (el hijo de Julia), Diego (el exmarido de Julia), Javier Valverde (amante de Cecilia) o Matías (exmarido de Cecilia). Además de Julia y Cecilia, en el presente de la ficción solo aparecen algunos transeúntes que se ven desde el ático de Julia, entre los que destaca la familia que va a entrar al Jardín Botánico, pues es la causa del aluvión de recuerdos que oscurece su mañana. 

Las primeras líneas del cuento contienen una gran cantidad de información sobre Julia. El narrador nos informa de que, como todos los sábados, la protagonista despierta angustiada a causa de la presencia de luz solar en la habitación. ¿Por qué ocurre esto? Una explicación sería que Julia es una mujer que vive muy ocupada entre su trabajo y su vida social (conferencias, cócteles, almuerzos, cenas) y no tiene tiempo de preocuparse por detalles tan irrelevantes como dejar bajada la persiana de su habitación. Cualquier día de entre semana estará en pie antes de que el sol haya empezado a asomarse por el horizonte y no se dará cuenta del pormenor de las persianas. Sin embargo, el sábado, uno de los días que hace tiempo decidió que debía reservar para sí misma, no podrá dormir todo lo que hubiera querido. Y no solo a causa de la luz, a la que neutraliza rápidamente dejando la habitación en penumbra e intentando volver a conciliar el sueño, sino también, y principalmente, porque su cabeza empieza a evocar cuestiones laborales. Julia se ordena a sí misma dejar de lado esos pensamientos. Es sábado y tiene que descansar, se dice. Pero parece que para nuestra protagonista desconectar es casi un deber molesto, una obligación necesaria, mientras que adelantar trabajo en sus días libres constituiría un lujo que no se puede permitir… aunque al final sí que se lo permite. Eso sí, tan solo para echar un vistazo a la conferencia… y, bueno, para responder a algunas cartas, únicamente a las más urgentes. «Así tendré libre el domingo» negocia consigo misma. 

Julia se deleita con la paz de su apartamento, un refugio donde tiene todo lo que necesita: las vistas privilegiadas al Jardín Botánico, la calma aislante de las alturas, el orden que María, la asistenta, generaliza por todos los rincones de la casa. Todos estos factores contribuyen a que Julia disfrute de la soledad, uno de los tres pies sobre los que reposa su existencia, junto al trabajo y la vida social. Ya sea para adelantar cuestiones laborales o para dedicarse tiempo a sí misma (leer, escuchar música, contemplar la belleza del Jardín) Julia necesita estos periodos de aislamiento y se muestra reticente a que las circunstancias perturben su «universo controlado». Así ocurre, efectivamente, cuando la visión de una familia a las puertas del Jardín Botánico le trae recuerdos de «días luminosos» que oscurecen su mañana. La única solución sería «olvidarlo todo trabajando» pero parece que hoy la memoria no está dispuesta a dejar a Julia tranquila. 

La entrada de Cecilia en escena sirve para mostrarnos a ambas mujeres una como contrapunto de la otra. Son amigas de la infancia pero han seguido caminos distintos, de tal manera que comenzaron su periplo vital tomando direcciones antagónicas para, pasando por una situación similar, llegar al presente del mismo modo, una en las antípodas de la otra. Me explico. Julia se marchó joven del pueblo y estuvo estudiando en Madrid, lo que supuso para ella el descubrimiento de la libertad. Después se casó, tuvo un hijo, se divorció y se encerró en sí misma, centrándose en un trabajo que adora y viviendo justo en el hogar que quería, tal vez porque le evoca, precisamente, las sensaciones del pueblo de su infancia. Por su parte, Cecilia se casó muy joven y permaneció en el pueblo, donde tuvo hijos y acabó siendo abandonada por su marido. Ahora, sin embargo, se encuentra viviendo una aventura con un antiguo amor y realizando viajes ocasionales a Madrid para verlo, adquiriendo así la ciudad unas connotaciones similares a las que pudo tener para Julia cuando se marchó del pueblo. 

Por otra parte, podemos apreciar el contraste también en la actitud de las dos mujeres. Cecilia llega, lógicamente, pletórica, con unas desbordantes ganas de vivir, mientras que su amiga se muestra pesimista, casi huraña. Cecilia quiere saber qué opina Julia de la aventura que está viviendo y esta tan solo le pregunta por el porvenir. Pero Cecilia está harta de pensar en el porvenir, de la idea del día de mañana que les inculcaron durante la infancia. Quiere vivir el momento. Estas diferencias generan cierta tensión, provocando silencios incómodos. Julia parece darse cuenta y decide mostrar más interés. Escucha con atención todos los detalles de la historia de amor de su amiga pero no puede evitar compadecerla por haber tenido una adolescencia frustrada y estar intentando recuperar ahora el tiempo perdido como si fuera una jovencita. 

Vuelve a generarse una fricción. Cecilia ha dejado caer un escueto «¿Y tú?» con el que evidentemente quiere saber si su amiga está viviendo algo parecido, si hay otra persona en su vida. Julia zanja en seguida la cuestión explicando que a su edad, tanto ella como sus amigos se encuentran inmersos en sus carreras profesionales. Ella no tiene tiempo para esas cosas. Ella tiene soledad y paz. A veces ve a su hijo y le gusta su trabajo y vivir en Madrid. Los sueños, las esperanzas y los deseos ya quedaron muy lejos. Evidentemente, tras semejante discurso, Cecilia queda abatida y se limita a escuchar a Julia y a contemplar cómo allá abajo la noche va cayendo sobre el Jardín Botánico. Por fortuna, el valor de la amistad puede resistir bien los embates del tiempo y de la vida, y Julia, consciente de la situación, saca fuerzas de flaqueza, renuncia a su sábado de aislamiento, renuncia a huir de la memoria y propone salir ahí fuera, a Madrid, a la ciudad que para ellas representa la libertad, a vivir el momento y a sobrevivir toda la noche. 


CONCLUSIÓN

En Madrid, otoño, sábado se aprecia la capacidad de Josefina Aldecoa para construir ficciones llenas de intimismo, nostalgia y belleza. Llama la atención cómo una parte de sí misma ha quedado recogida en la personalidad de Julia, en su aprecio por el Jardín Botánico, (por el que la autora paseaba casi todas las mañanas), en su amor por el trabajo, en su intensa participación en la sociedad civil. Resulta encomiable también la destreza de la escritora utilizando diferentes procedimientos técnicos que le permiten potenciar la eficacia comunicativa del texto. En ese sentido destaca, por ejemplo, el comienzo in medias res de la segunda parte que sitúa a las amigas ya instaladas en la terraza del ático y con la conversación empezada. 

Como en todo buen relato, la forma se encuentra al servicio del tema. No hay ningún fragmento que sobre, todo en el texto cumple su función, posibilitando que la autora pueda expresar aquello que desea transmitirnos. Así, el lenguaje resulta sencillo pero elegante y dosifica la información aplicando un ritmo lento que contribuye a formar la atmósfera de calma y nostalgia que envuelve a todo el cuento. Los diálogos suenan naturales y, las partes descriptivas, líricas. Todos los elementos se encuentran equilibrados: dos grandes partes, dos personajes principales, narración y diálogo, presente y pasado, amor y desamor, tristeza y felicidad.

En definitiva, considero que ha sido un gran acierto elegir este cuento para trabajar sobre él. Y es que la muy buena impresión que causa al realizar una primera lectura se queda en nada cuando uno lleva a cabo la tarea de estudiarlo en profundidad. Se revela así como una historia llena de matices, poder evocativo y riqueza literaria que anima poderosamente a saber más sobre las protagonistas y, por supuesto, a continuar descubriendo y disfrutando de la obra de Josefina Aldecoa, sin duda una de las voces más sugestivas de la narrativa española de las últimas décadas. 


BIBLIOGRAFÍA

Castilla, Amelia, «14 escritoras cuentan en una antología la relación entre madres e hijas», El País, 28-2-1996, en línea: https://bit.ly/37d3UQ7, consultado el 12-12-2020.

Castro, Isabel y Montejo, Lucía, Tendencias y procedimientos de la novela española actual (1975-1988), Madrid, UNED, 1991.

Domínguez Caparrós, José, Análisis métrico y comentario estilístico de textos literarios, Madrid, UNED, 2001. 

Freixas, Laura (ed.), Cuentos de amigas, Barcelona, Anagrama, 2009. 

Gutiérrez Carbajo, Francisco, Movimientos y épocas literarias, Madrid, UNED, 2013. 

Lázaro Carreter, Fernando y Correa Calderón, Evaristo, Cómo se comenta un texto literario, Madrid, Cátedra, 2019.

Martínez Cachero, José María, La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una aventura, Madrid, Castalia, 1997.

Pedraza, Felipe y Rodríguez, Milagros, Manual de literatura española XIII. Posguerra: narradores, Pamplona, Cénlit, 2000. 

Rodríguez Aldecoa, Josefina, Fiebre, Barcelona, Anagrama, 2000. 

Rodríguez Fischer, Ana, «Mujeres clave de la posguerra», El País, 26-6-2014, en línea: https://bit.ly/3gF1dd9, consultado 12-12-2020.

Suárez Miramón, Ana y Millán, María Clementa, Introducción a la literatura española. Guía práctica para el comentario de textos, Madrid, UNED, 2011.

25/8/21

La Biblia en la prosa barroca II: Quevedo, Gracián, Saavedra Fajardo y otros

(Esta entrada es una continuación de La Biblia en la prosa barroca I)

PRESENCIA BÍBLICA EN LA PROSA QUEVEDESCA

Quevedo poseía un profundo conocimiento de las Escrituras gracias a su formación y hábitos intelectuales. Estudió Humanidades con los jesuitas en Ocaña y en 1596 ingresó en la universidad de Alcalá, donde se licenció en arte y adquirió una amplia formación filosófica y humanista, además del dominio de las lenguas clásicas. Posteriormente estudia Teología en la universidad de Valladolid y empieza a hacerse un hueco en la corte y a dar los primeros pasos en la literatura. Además de esto, participó en la revisión de la Biblia Regia de Arias Montano y tuvo una importante biblioteca. Su erudición bíblica le sirvió como prueba de su autoridad en materias como la moral, la política o la teología. 

Quevedo utiliza las Escrituras de diversas maneras, desde la cita aislada hasta el empleo como hipotexto. Esta variación cuantitativa dependerá del género que trabaje, de tal forma que hará un uso más amplio en textos religiosos, filosóficos o políticos que en los satírico-burlescos. En línea con los escritores de su tiempo, nuestro autor mostrará una cierta predilección por libros sapienciales como los Salmos, el Libro de la Sabiduría de Salomón, Job o Eclesiastés. En su reflexión política y moral, recurre a libros históricos como Samuel o Jueces y otros centrados en personajes ejemplares en lo político como Josué y Reyes. Algunos libros como El Cantar de los cantares, las Lamentaciones de Jeremías y el Libro de Job, ejercían también sobre él una poderosa atracción desde el punto de vista estilístico, algo que demostró al imitarlos en sus traducciones en verso y prosa. Respecto al Nuevo Testamento, ocupan asimismo un lugar privilegiado en su obra los Evangelios, las Epístolas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles

En el estudio de la importancia de la Biblia en Quevedo resulta fundamental examinar las obras que tienen hipotexto bíblico, las cuales además evidencian su calidad como traductor. Serían: Lágrimas de Hieremías Castellanas, La constancia y paciencia del Santo Job y La caída para levantarse. Esta obras incluyen además declaraciones sobre poética, traducción y exégesis bíblica. 

Lágrimas de Hieremías castellanas es una obra compleja, terminada en 1609 aunque publicada en 1613 y que constituye una pieza clave para conocer la cultura bíblica de Quevedo y su dominio del hebreo. Contiene, siguiendo a Valentina Nider: «la transliteración del texto hebreo; la versión literal castellana; la declaración de la letra hebrea en versos sueltos; la paráfrasis de los versículos en versos sueltos; el comentario en prosa a esa paráfrasis». Las fuentes utilizadas comprendieron los comentarios católicos más relevantes de la época como el de Pedro de Figueiro o el de Juan Bautista Fernández de Navarrete, el Tetragrammaton del protestante Johanes Drusius, la Vulgata, el Talmud, la Cábala y la Biblia de Ferrara. En la obra, Quevedo proclama la excelencia de España como pueblo elegido por Dios y descendiente del pueblo hebreo, destacando lo que la gramática castellana tiene de la hebrea.

Quevedo se muestra como un gran defensor de la Vulgata, en línea con la ortodoxia postridentina y así lo declara en los preliminares de La constancia y paciencia del Santo Job, donde alaba la traducción de San Jerónimo por encima de otras versiones debido a que, en su búsqueda del significado profundo, no se aleja del sentido literal. Esta obra fue escrita por Quevedo mientras estuvo recluido en la prisión de San Marcos entre 1639 y 1643, aunque se publicó de forma póstuma en 1713 y constituye el colofón del interés que tuvo a lo largo de toda su vida por el Libro de Job. Aunque la obra está dividida en dos partes de estructura argumental basada en una pregunta (la primera sobre las virtudes de Job; la segunda sobre las intenciones de Dios al permitir la envidia de Satanás respecto al santo), Quevedo respeta la estructura original. Para Quevedo, Job es un dechado de virtudes que representa lo mejor del cristianismo y del estoicismo. Además de la Vulgata y la Biblia Regia, recurre al comentario del jesuita Pineda, con el que había tenido una polémica en torno al destino de las almas de Abel y Caín. 

En la Providencia de Dios, Quevedo anunció el proyecto de una serie de biografías sobre grandes hombres, desde Adán a Alejandro Magno pasando por Salomón. Uno de ellos era San Pablo, y esta sería la primera alusión a La caída para levantarse, una obra que se publicó en 1644, poco después de que Quevedo saliese de la cárcel. La fuente principal es el libro de Los hechos de los Apóstoles pero para las primeras y últimas etapas de la vida de San Pablo recurre también a la obra de autores como el jesuita Massuci. Quevedo debió sentirse atraído por los recursos literarios que confieren al libro de los Apóstoles rasgos propios de la novela y de la biografía. La parte dedicada a San Pablo ocupa más de la mitad de dicho libro bíblico y esta a su vez se divide en tres partes que siguen un esquema similar: el Apóstol llega a una ciudad con sus discípulos, es rechazado por los hebreos y busca a los gentiles. A partir del segundo viaje se incide en la necesidad de predicar para los paganos y se potencia la tendencia político-apologética, alegando que el Imperio romano no tiene nada que perder con la nueva religión. Quevedo, a lo largo de toda la obra, se dedica a pulir y amplificar los recursos literarios de forma que favorezcan su propia interpretación. Las epístolas paulinas también serán fundamentales en la obra y Quevedo las elogia como modelo de estilo, refiriéndose al Apóstol como «muy elocuente y elegante».

Política de Dios es un tratado en el que Quevedo expone su idea del perfecto monarca cristiano sirviéndose de los Evangelios, cuyo texto glosa, y constituye la clave para conocer su pensamiento político, ya que ofrece un sistema de gobierno completo. Se apoya también en Séneca, Tácito, los Santos Padres, la Escolástica y los humanistas del Renacimiento. La obra tiene dos partes, siendo la segunda mucho más abundante en el empleo de recursos barrocos y erudición. Los capítulos siguen una estructura similar: primero figura un texto evangélico y a continuación un comentario en forma de discurso. También se citan otros pasajes de la Biblia que sirven para extraer conclusiones políticas o morales. Se han señalado en los comentarios los rasgos del sermón y se han observado técnicas de predicador. Todos los textos se vinculan con el problema de la relación entre el rey y sus ministros. Cristo es en todo momento el modelo político y se alude a su relación con los Apóstoles. Un análisis de las citas muestra la preponderancia de la Biblia, con unas 593, frente a la patrística con 69 y las del resto de autores clásicos y filósofos que suman 79. Dentro de las bíblicas, más de la mitad proceden de los Evangelios, destacando Juan con 133. De otros libros neotestamentarios destacan los Hechos de los Apóstoles y las epístolas paulinas mientras que del Antiguo Testamento tienen prominencia los libros históricos frente a los sapienciales. 

Existe una gran cantidad de otras obras de menor tamaño y profundidad compuestas por Quevedo al modo de panfletos o memoriales que también muestran una gran cantidad de citas bíblicas. Así, por ejemplo, en la Execración contra los judíos, vinculada a la sátira contra el Conde Duque de Olivares, Quevedo recurre sobre todo a los Salmos, pero también recuerda episodios como el del ídolo de Baal y el del becerro de oro, así como el personaje de la ramera de Isaías y Nahún para atacar a los judíos. La cantidad de citas de esta obra que se repiten con la misma intención en otras como la Isla de los Monopantos, La fortuna con seso y la hora de todos y la Primera y más disimulada persecución de los judíos, hace pensar en una temprana recopilación de citas por parte de Quevedo para emplear según el tema. En el Memorial por el patronato de Santiago, Quevedo protesta contra la institución del copatronato de Santa Teresa para lo que glosa a San Pablo y anima al monarca, al que dirige la obra, a que lea el libro de los Reyes. Llama la atención la escasez de citas en otras obras de tipo político como el Chitón de las Tarabillas o el Lince de Italia, aunque sí abundan en textos circunstanciales de madurez como Rebelión de Barcelona no es para el fuero ni por el güevo

En sus obras filosóficas, Quevedo busca cristianizar las doctrinas de Séneca y Epicuro interpretándolos a la luz de las Escrituras. Por ejemplo, busca resolver el problema de la negación de la inmortalidad del alma, expuesta en la Carta del día postrero de Epicuro, sirviéndose del Libro de la Sabiduría en la Defensa de Epicuro contra la común opinión. Por otro lado, en Doctrina estoica busca establecer a Job como un antecedente de Epicteto y Séneca, idea que repetirá en otras obras como La cuna y la sepultura. Añadirá también nuestro autor ejemplos evangélicos en su traducción del Pseudo-Séneca titulada De los remedios de cualquier fortuna.

Quevedo fue acusado por algunos de sus enemigos, como Pacheco, de mezclar lo divino y lo profano en sus sátiras sin ningún decoro, aunque el propio Quevedo criticó el uso de locuciones lexicalizadas bíblicas o litúrgicas y la mezcla de autoridades. Además acusó a Montalbán de falta de rigor en el ajuste de citas y conceptos sagrados. 

A pesar de que en El Buscón abundan las reminiscencias y parodias de la liturgia, las citas bíblicas se muestran muy escasas (máxime si se compara con otra novela picaresca cercana, el Guzmán de Alfarache) y son fundamentalmente empleadas para la sátira junto a citas lexicalizadas. Así, el protagonista cuenta que es recibido por un morisco con peor cara que si hubiera sido el Santísimo Sacramento o que un estudiante se burla de él diciendo que, por cómo huele, parece un Lázaro resucitado, por mencionar un par de ejemplos.

En definitiva, hemos podido ver en este somero repaso cómo Quevedo se sirve de la materia bíblica y litúrgica para elaborar los complejos discursos de sus obras prosísticas. Pronto publicaré por aquí un estudio en profundidad sobre la influencia de la Biblia en Los sueños, de la que podemos hacernos una idea simplemente echando un vistazo al índice de nombres de la edición de Ignacio Arellano, donde encontraremos, entre otros muchos, los de Adán, Barrabás, Cleofás, Cristo, David, Elías, Isaías, Ismael, Job, Judas, Lázaro, Lucas, Magdalena, Marcos, María, Mateo, Pablo, Pedro, Salomón, Santiago o Timoteo.


GRACIÁN Y LAS ESCRITURAS

Las generaciones que llegan a la madurez en la primera mitad del XVII son herederas del humanismo pero tienen que enfrentarse a novedosos y profundos problemas como las guerras de religión o la consolidación de los estados monárquicos absolutistas. Los modelos literarios del Humanismo se modifican considerablemente. Los diálogos renacentistas se transforman en sueños y sátira menipea al tiempo que triunfa el biografismo moralizante y se desarrolla la literatura emblemática. La hegemonía de Cicerón como modelo de estilo es reemplazada por Séneca, Tácito o Plinio el joven. Lo lacónico y sentencioso de estos autores resultará fundamental para la prosa de Baltasar Gracián. La popularidad de Maquiavelo en el XVII lleva a los tratadistas ortodoxos a rechazarlo frontalmente y a proponer la Biblia como base para la construcción del discurso político (tal como vimos en Quevedo y su Política de Dios) y como fuente de doctrina moral frente al realismo maquiavélico. 

Gracián es considerado como uno de los escritores europeos más importantes del XVII. Siendo confesor, profesor de Retórica y Filosofía, catedrático de Sagrada Escritura y autor de textos morales, no resulta sorprendente el significativo papel de la Biblia en su obra. Sin embargo, debido a su inmensa formación, las citas bíblicas se constituyen a veces en una minoría dentro de un desbordante torrente de erudición general. 

En su uso de la Biblia, Gracián mantiene unas pocas constantes, como la referencia a Salomón, sabio cristiano equiparable a los del mundo grecolatino, o la importancia del Evangelio. Así, menciona a Salomón en obras como El héroe, El comulgatorio y El criticón. De esta última dirá que sus refranes son pequeños evangelios. Abundantes son las referencias escriturales en El discreto, donde se evoca, además de a Salomón, a Moisés y Elías. Del mismo modo toma numerosas imágenes bíblicas que disemina por la obra, como «sepulcros blanqueados», vasijas como metáfora del hombre u «hormiguillas del honor». Termina la obra diciendo que el discreto llega a la cima de su carrera estudiando la Biblia. 

En el Oráculo manual encontramos varias citas bíblicas empleadas sentenciosamente. Gracián se sirve del Eclesiastés, Eclesiástico, Primera epístola a los corintios, Mateo, Proverbios o Libro de la sabiduría. En Agudeza y arte de ingenio se utiliza la Biblia, los Padres de la Iglesia y la homilética renacentista como ejemplos de figuras de agudeza. Gracián lleva a cabo etimología bíblica y explica que María significa ‘Señora’ y que Nazaret es ‘Ciudad Florida’. También emplea la Biblia como ejemplario para tratar diferentes recursos retóricos, como la agudeza de improporción y disonancia, las semejanzas fundadas en misterio o los conceptos por desemejanza. 

En El criticón se presenta a Salomón como «Divino sabio» y adquiere enorme relevancia el Eclesiastés, vinculado a su figura, además de otros libros sapienciales. Encontramos evocaciones de Job, como la de que la vida del hombre en la tierra es una milicia o de Isaías, por el león y el cordero, o citas de los Proverbios y recuerdos de parábolas. En la segunda parte pueden verse recuerdos sentenciosos de Jeremías, del Génesis, del Eclesiastés o del Libro de la Sabiduría. También de los Evangelios y de las epístolas paulinas extrae Gracián algunos giros sapienciales. La tercera parte sigue una línea similar aunque con poca presencia de los Evangelios. 

Por último, cabe citar El comulgatorio, compuesto por cincuenta meditaciones para la eucaristía estructuradas en general sobre episodios evangélicos. Así, podemos observar que Gracián, con el tiempo, va incrementando el papel de las Escrituras en sus obras, desde la relativa escasez de El héroe o El político hasta la abundancia de El criticón o de El comulgatorio, obra netamente religiosa. 


SAAVEDRA FAJARDO: BIBLIA Y POLÍTICA

El murciano Diego de Saavedra Fajardo destacó en la España de Felipe IV como un gran hombre de Estado, un escritor cosmopolita y un importante pensador político. Su obra fundamental, circunscrita al género de la emblemática, se titula Idea de un príncipe político-cristiano representada en cien empresas, más conocida como Empresas políticas, que vio la luz en Múnich en 1640. En el resto de su obra, las referencias bíblicas resultan escasas pero en Empresas políticas constituyen un elemento fundamental. Hay que señalar que Saavedra Fajardo publicó una segunda edición en 1642 con numerosas modificaciones, de tal manera que si en la primera predominaban las citas de Tácito muy por encima de las bíblicas, en la segunda llegan a aproximarse. Así, de Tácito, con un 37% de las citas, el autor extrae el discurso político mientras que la Biblia, con un 30%, la utiliza para la reflexión política y moral. 

En sus Empresas, don Diego añade las referencias a los libros bíblicos que utiliza. Así por ejemplo, al tratar la cuestión de la educación en la juventud, menciona que dos hermanos pelearon bajo el seno materno e indica en los márgenes que se refiere a Esaú y Jacob, quienes aparecen en el Génesis. Tal como nos muestra Jorge García López, en un párrafo de apenas doce líneas, Saavedra Fajardo incluye unas siete citas o referencias a distintos libros bíblicos como Eclesiástico, Proverbios, Ezequiel o Lamentaciones. En la Empresa 3, que trata sobre la importancia política de la presencia exterior del príncipe, continúa el autor en esta línea, recurriendo por ejemplo a Isaías para arremeter contra el afeminamiento de la figura del monarca o al Eclesiástico para recomendar que no se juzgue por lo exterior sino por el alma. En la Empresa 4, al examinar el equilibrio entre poder y saber, se inclina por lo último apoyándose en el Libro de la Sabiduría y en la número cinco recurre al ejemplo de Josef, en los Salmos, para remarcar la importancia de que el monarca conozca otras lenguas. En la empresa siguiente recurrirá de nuevo al Libro de la Sabiduría para defender el comercio como único medio de crear riqueza. Del mismo modo se defienden en otras Empresas, diferentes ideas como el pesimismo sobre la naturaleza humana y el ambiente cortesano recurriendo a Salmos, Eclesiástico y Reyes o la teoría de la anaciclosis evocando el Génesis, Ezequiel o Jeremías.

La presencia neotestamentaria resulta mucho más reducida y comprende en torno al 7% del total de citas bíblicas. Los libros más recurrentes son los Evangelios y el Apocalipsis. Nuestro autor suele utilizarlas para hablar sobre las obligaciones, los pecados y la gloria del monarca, así como para hacer elogio y crítica de la religión, para tratar la conducta del ministro privado o para reflexionar sobre las sediciones. 

En resumen, Saavedra Fajardo no recurría a las Escrituras únicamente por motivos doctrinales sino con una amplia visión política. Educado en la carrera diplomática, era capaz de valorar la importancia de la historia y la gran cantidad de citas veterotestamentarias parecen dar fe de ello. De hecho, aunque muchas citas extraen alguna enseñanza moral, una gran cantidad de ellas se centran en el papel político-histórico de grandes personajes como David, que construyó un imperio, o los profetas de Israel.

 

LITERATURA ESPECÍFICAMENTE RELIGIOSA 

Juan Eusebio Nieremberg

Este jesuita madrileño de origen alemán poseía un extremado espíritu ascético hasta el punto de causarse graves dolencias en sus mortificaciones. Escribió sobre numerosas disciplinas pero su obra religiosa fue de corte eminentemente ascético, mostrando una permanente preocupación por la perfección y la virtud cristianas. Su obra más conocida es De la diferencia entre lo temporal y lo eterno. Crisol de desengaño (1640) sobre la mudanza de lo terreno y la realidad inmutable de la vida eterna. En otras obras se acercó a la mística, aunque no se le incluye en esa corriente. La obra más próxima a la experiencia mística es De la hermosura de Dios y su amabilidad, por las infinitas perfecciones del ser divino (1641). Trató diversos temas con tono doctrinal en unas cartas que no iban dirigidas a nadie. También estudia los problemas sociopolíticos en Obras y días (1629). La prosa de Nieremberg ha sido considerada como modélica por su fluidez y elegancia. 


Sor María de Jesús de Águeda

Fue una religiosa soriana de nombre seglar María Coronel que mantuvo una asidua correspondencia con Felipe IV, proporcionando alivio y consejo al monarca. Durante su vida experimentó visiones que contribuyeron a incrementar su fama. Murió en 1665 y sus cartas se publicaron con mucha posterioridad, en 1855. Además escribió una extensa obra a caballo entre la novela y el tratado religioso titulada Mística ciudad de Dios y vida de la Virgen manifestada por ella misma, y que también se publicó póstumamente, aunque en esta ocasión pocos años después de su fallecimiento, en 1670. En sus páginas narra con mucho detalle y familiaridad la vida de la Virgen desde su infancia, aunque muchos de los datos que ofrece no se pueden rastrear en ninguna fuente, por lo que se asume que se deben a su propia inventiva. 


Miguel de Molinos

Presbítero turolense que pasó gran parte de su vida en Roma. Fue muy perseguido a causa de su defensa de la doctrina quietista, lo que le llevó a permanecer encarcelado durante sus últimos nueve años de vida. La exposición de su doctrina la llevó a cabo en la obra Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior del camino, para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz, publicada en Roma en 1675. En ella plantea que para entrar en unión con Dios hay que buscar un profundo estado de quietud y ponerse en manos de la divinidad con actitud completamente pasiva. Aspectos como la penitencia, la ascética y la virtud pasan a un segundo plano en favor de la contemplación. Incluso se les quita importancia a las tentaciones, alegando que no merece la pena resistirse. La persecución por parte del Santo Oficio no se hizo esperar y se acusó al autor de apoyar la herejía de los alumbrados. En España sus ideas no tuvieron repercusión pero sí en Francia, lo que llevó al monarca galo a intervenir en el proceso de arresto de Molinos. El mismo año en que publicó su Guía salió de imprenta otra obra de menor relieve titulada Breve tratado de la comunión cotidiana.  

BIBLIOGRAFÍA

Arellano, I., «Índice de nombres», en Los sueños, Quevedo, F., Madrid, Cátedra, 2020, pp. 619-652.

García, J., «La Biblia en la prosa culta del siglo XVII», en La Biblia en la literatura española. II. Siglo de Oro, dir. G. del Olmo, coord. R. Navarro, Madrid, Trotta, 2008, pp. 265-288.

Nider, V., «La prosa de Quevedo y la Biblia», en La Biblia en la literatura española. II. Siglo de Oro, dir. G. del Olmo, coord. R. Navarro, Madrid, Trotta, 2008, pp. 233-264.

Pedraza, F., Rodríguez, M., Manual de literatura española, tomo III, Barroco: Introducción, prosa y poesía, Tafalla, Cénlit Ediciones, 1980.