31/10/16

Viaje a Omniria, relato ganador del VIII Certamen literario “Buscando una vida mejor: El derecho de asilo”

La llamaban “La guerra eterna” y se extendía por todo el globo. Nadie sabía con exactitud las causas que la desataron ni el momento histórico en que comenzó. Durante siglos, generaciones enteras de seres humanos nacieron, crecieron y murieron sin haber conocido un solo periodo de paz. 

Las exocolonias se mantuvieron al margen desde el principio y lograron prosperar mientras el planeta madre se ahogaba en sus propias ruinas. La Alianza de los Mundos se vino abajo y cada cual siguió su propio camino. Pero el camino de La Tierra conducía al abismo, y a sus habitantes sólo les quedaba la esperanza de escapar. 

Las élites mafiosas no desaprovecharon la ocasión de enriquecerse a costa de sus congéneres y organizaron una amplia red de rutas desde varios cosmopuertos de La Tierra hasta diferentes puntos del espacio colonizado. 

Las posibilidades de llegar a alguno de aquellos pacíficos mundos eran escasas, pero aun así, millones de terrícolas lo intentaban cada año. Por desgracia, muchos de ellos comprobaban que el remedio podía no ser muy distinto a la enfermedad.


Silna observaba la marca en su brazo. Bajo la piel clara le habían insertado un dispositivo que podía acabar con su vida en cuestión de segundos. Si intentaba quitárselo, su sangre recibiría una toxina letal. Lo mismo sucedería si probaba a incumplir alguno de sus compromisos contractuales, pues los traficantes podían activar el mecanismo con solo apretar un botón. Su vida, al igual que la de otras muchas personas, estaba a merced de aquellos desalmados, pero, a pesar de todo, prefería su situación actual antes que continuar viviendo en La Tierra.

Decidió levantarse para caminar un poco y desentumecer los músculos. A su alrededor todo era un completo desastre: centenares de personas malviviendo sobre el suelo metálico, mantas, ropa, juguetes, envases de comida, desperdicios, cajas vacías con los logos de las agencias de ayuda humanitaria... Llevaban un mes retenidos allí, en la Estación Espacial Chantroj. Era la última parada antes de poner los pies en Omniria, una de las exocolonias más prósperas de la antigua Alianza de los Mundos. Millones de refugiados terrícolas llegaban a su superficie cada año y por todas partes se difundían noticias esperanzadoras sobre la posibilidad de labrarse un futuro en aquel planeta. 

Los refugiados ocupaban los pasillos exteriores del gigantesco disco de la estación, que giraba en todo momento para generar gravedad artificial. En el centro del disco se hallaba la lanzadera, que permitía el acceso a Omniria a través de naves espaciales autotripuladas. Decenas de guardias armados se encargaban de mantener el orden y de distribuir alimentos, medicinas y otros suministros.

Silna viajaba sola. Su familia había muerto en la Tierra, tanto sus padres como sus tres hermanos. Ella no tenía hijos. No podía entender por qué los terrícolas simplemente no dejaban de reproducirse. Se le escapaba el sentido de traer niños a un mundo en el que sólo conocerían el miedo y la desesperación. Parecía que nada podría refrenar el anhelo humano de trascender la propia vida, ni siquiera la peor de las guerras. 

Se acercó a uno de los amplios ventanales para echar un vistazo. Pasaba mucho tiempo allí, esperando ver algo de movimiento, alguna novedad que les permitiera dejar atrás aquella penosa situación. También le gustaba apoyar la espalda en el cristal y observar a la gente, admirar su entereza y sus ganas de seguir adelante, aunque lo que más le llamaba la atención era la completa ausencia de ancianos a lo largo de todo el viaje.

―Saldremos de aquí ―le dijo Mor, que se había acercado a saludarla. Era una agradable mujer que viajaba con su marido y sus hijos. Se conocían desde hacía un par de semanas, pero se estaban haciendo buenas amigas. Silna sonrió.

―¿Cómo está tu hijo?

―Está mejor. Los antibióticos funcionan, pero empiezan a escasear.

―Pronto nos marcharemos ―dijo Silna acariciando con afecto el brazo de su amiga―. Tu pequeño será atendido en un hospital, no hay de qué preocuparse.

Entonces se escucharon gritos lejanos. La curva del disco no permitía ver lo que estaba sucediendo.

―¡Ve con tu familia! ―le dijo Silna a Mor.

Silna caminó deprisa entre la multitud. La tensión se notaba en los rostros expectantes. Después de recorrer unos doscientos metros, pudo ver un tumulto. La gente gritaba histérica. Un hombre yacía en el suelo. Dos guardias de la estación empezaron a llevárselo, mientras diez o doce de sus compañeros intentaban controlar a un enorme grupo de refugiados a base de golpes. Entonces, uno de los guardias disparó con su arma eléctrica sobre un joven, que cayó inconsciente al suelo. Los refugiados retrocedieron asustados mientras los demás guardias desenfundaban sus armas. Llegaron más agentes. La situación empezó a calmarse, aunque parecía que en cualquier momento podía estallar de nuevo.

―¡Nos tratáis como animales! ¡Mercenarios, asesinos! ―gritaba una joven ante la severa mirada de los guardias.


Pasaron tres semanas. La falta de información, la suciedad y la escasez de bienes básicos estaban empezando a hacer mella en el ánimo de la gente. Aquellas personas habían dejado atrás lo poco que tenían para embarcarse en un peligroso viaje que estaba durando demasiado tiempo. Su paciencia se hallaba bajo mínimos. Las escaramuzas con los guardias se repetían casi a diario. Varios enfermos habían muerto y se temía que pudiera desatarse una epidemia, a pesar de los esfuerzos del personal sanitario de la estación.

Por fin, pudieron ver cómo una de las naves cilíndricas se acercaba hacia ellos. Tan sólo una tercera parte de los refugiados podría acceder al primer traslado, pero la alegría se había extendido por todas partes, llenando los rostros de sonrisas. 

El acceso a las naves se efectuaría en función del orden de contratación. Sin embargo, unos días antes, Silna había conseguido un pase prioritario para ella y la familia de Mor. Para lograrlo, tuvo que acostarse con tres guardias, pero no le importó demasiado. En La Tierra había hecho cosas peores por mucho menos. 

Cuando llegó el momento, un guardia les hizo una señal para que entraran en el ascensor que recorría el pasillo radial hasta la plataforma de acceso. Desde allí, pudieron ver cómo la nave se aproximaba lentamente y empezaba a girar en el mismo sentido que la estación hasta quedar acoplada como un dedo en un anillo. Las puertas se abrieron. No sin dificultad ―pues la fuerza centrífuga no generaba allí sensación gravitatoria―, fueron accediendo al interior, tomando asiento y abrochándose los cinturones. Cuando el aforo estuvo completo, las puertas se cerraron. La nave se separó de la estación y comenzó el descenso hacia Omniria.

―Es emocionante, ¿verdad? ―le preguntó Mor a Silna.

―Oh, sí, es una sensación increíble. Espero poder estudiar una carrera, ya sabes, más adelante. Quizás biología.

Mor la miró extrañada.

―¿A qué te refieres? ¿Es que tú no vienes con un contrato de servidumbre?

―Claro ―dijo Silna mostrando la marca de su brazo.

―¿Por cuantos años?

―Tres años trabajando en las minas. Después seré libre.

El rostro de Mor se descompuso.

―Silna, cariño… Los contratos que firmamos… Se refieren a años de Omniria.

―¿Qué?

―En este planeta los años son quince veces más largos que en La Tierra. Por eso no aceptan ancianos aquí, porque no les daría tiempo a pagar el viaje. 

Silna no podía creer lo que estaba oyendo. Mor continuó:

―Nosotros hemos venido por nuestros hijos, porque pagaremos por ellos con nuestro tiempo y conseguirán la ciudadanía desde el principio. Serán libres. Sacrificaremos nuestra libertad por la suya.

Silna se quedó callada unos instantes. Después, todos los pasajeros de la nave pudieron escuchar el grito desgarrador que lanzó Mor al ver cómo su amiga se arrancaba el dispositivo del brazo con los dientes.



19/10/16

Las cinco mejores letras de Bob Dylan

Quería contaros que he decidido lanzarme a la aventura de Youtube para intentar llegar a más gente y ofrecer contenido interesante a los aficionados a la lectura y la escritura. Os dejo aquí mi primer vídeo y os animo a suscribiros al canal.



14/10/16

100 libros cortos para gente ocupada

“Tantos libros, tan poco tiempo”, dijo el músico Frank Zappa. Y tenía razón. Los que amamos la lectura sabemos lo duro que resulta no ser capaces de terminar unos cuantos libros más cada mes. Paseamos lánguidamente por librerías y bibliotecas, suspirando y acariciando lomos y portadas, pensando “tengo que leer este, y este, y este…”. 

La buena noticia es que, entre los miles de buenos libros que se han escrito, hay unos cuantos bastante cortos que se pueden acabar en una o dos tardes, y que sirven tanto para saciar a los adictos a las letras como para satisfacer a aquellas personas a las que les da pereza leer mamotretos o que, simplemente, no tienen tiempo para ello. 

Ya no hay excusas para dejar la literatura olvidada. Aquí tienes una interesante lista de libros de no-ficción, colecciones de relatos y novelas, todos con una extensión inferior a las 200 páginas.

¡Feliz lectura!


No ficción 


  • El arte de la guerra – Sun Tzu (71 páginas).
  • No kid – Corinne Maier (139 páginas).
  • Abajo el velo – Chahdortt Djavann (59 páginas).
  • Un cuarto propio – Virginia Woolfe (127 páginas).
  • Las puertas de la percepción – Aldous Huxley (191 páginas).
  • Las chorradas de mi padre - Justin Halpern (172 páginas).
  • Viaje a la Alcarria – Camilo José Cela (160 páginas).
  • Gatos ilustres – Doris Lessing 160 (páginas).
  • El asunto Lemoine – Marcel Proust (122 páginas).
  • Yo no vengo a decir un discurso – G. García Márquez (160 páginas).
  • Crepúsculo de los ídolos – F. Nietzsche (173 páginas).
  • Aristóteles en 90 minutos – Paul Strathern (70 páginas).
  • Sobre la paz perpetua – I. Kant (69 páginas).
  • El príncipe – N. Maquiavelo (111 páginas).
  • El contrato social – J. J. Rousseau (140 páginas).
  • Utopía – T. Moro (126 páginas).
  • Dios y el estado – M. Bakunin (189 páginas).
  • Israel, Palestina. - M. Vargas Llosa (187 páginas).
  • La ciencia para no científicos - Albert Jacquard (171 páginas).
  • Evolución para todos - Dylan Evans y Howard Selina (176 páginas).
  • Mitología de los dinosaurios - José Luis Sanz (192 páginas).
  • Una pequeña historia para entender el universo - Hubert Reeves (138 páginas).
  • El creacionismo : ¡vaya timo! - Ernesto Carmena (154 páginas).
  • Brevísima historia del tiempo – S. Hawking (194 páginas).
  • El Bosón De Higgs – Alberto Casas  y Teresa Rodrigo (122 páginas).
  • Desobediencia civil y otros escritos - Henry D. Thoreau (111 páginas).
  • La ruta de Don Quijote – Azorín (144 páginas).


Novelas


  • Soy leyenda – Richard Matheson (179 páginas).
  • Matadero cinco – Kurt Vonnegut (188 páginas).
  • El lazarillo de Tormes – Anónimo (76 páginas).
  • El túnel – Ernesto Sabato (143 páginas).
  • Gestión del fracaso, una novela – Pablo Navarro (126 páginas).
  • Fragmentos de una niña decapitadita – Elena Román (96 páginas).
  • La muerte de Iván Ilich – Lev Tolstoi (93 páginas).
  • Memorias del subsuelo - Fiódor Dostoyevski (146 páginas).
  • Seda – Alesandro Baricco (93 páginas).
  • El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde – R.L. Stevenson (95 páginas).
  • Jardín de cemento – Ian McEwan (153 páginas).
  • Rebelión en la granja – G. Orwell (139 páginas).
  • El quinto hijo – Doris Lessing (160 páginas).
  • Marciano, vete a casa – Fredrik Brown (166 páginas).
  • La familia de Pascual Duarte – C.J. Cela (164 páginas).
  • Cartero – Charles Bukowski (191 páginas).
  • Sula – Toni Morrison (184 páginas).
  • Lady Susan – Jane Austen (150 páginas).
  • Frankenstein – Mary Shelley (190 páginas).
  • El viejo y el mar – E. Hemingway (127 páginas).
  • El corazón de las tinieblas – J. Conrad (156 páginas).
  • El señor de las moscas – W. Golding (198 páginas).
  • El despertar - Kate Chopin (192 páginas).
  • Me alegraría de otra muerte - Chinua Achebe (192 páginas).
  • Ampliación del campo de batalla – M. Houellebecq (188 páginas).
  • Un año pésimo – John Fante (139 páginas).
  • De ratones y hombres – J. Steinbeck (167 páginas).
  • Buenos días, tristeza - Françoise Sagan (176 páginas).
  • El extranjero – A. Camus (138 páginas).
  • Asalto a las panaderías – Haruki Murakami (64 páginas).
  • La metamorfosis – f. Kafka (92 páginas).
  • El gran Gatsby - Francos Scott Fitzgerald (185 páginas).
  • Tombuctú - Paul Auster (171 páginas).
  • Snuff - Chuck Palahniuk (199 páginas).
  • Bajo las ruedas - Hermann Hesse (169 páginas).
  • Desayuno en Tiffany's - Truman Capote (155 páginas).
  • El tercer hombre - Graham Greene (111 páginas).
  • La máquina del tiempo - Herbert George Wells (132 páginas).
  • El reino de este mundo - Alejo Carpentier (144 páginas).
  • Hambre – Knut Hamsun (158 páginas).
  • La muerte en Venecia - Thomas Mann (94 páginas).
  • La llamada de la selva - Jack London (153 páginas).


Relatos 


  • Nueve cuentos - J. D. Salinger (197 páginas).
  • Me llamo Aram – William Saroyan (152 páginas).
  • Inevitable y otros trastornos narrativos – Pablo Navarro (180 páginas).
  • Cuentos del Don - Mijaíl Shólojov (152 páginas).
  • Dublineses – James Joyce (186 páginas).
  • Asesinato en la oscuridad - Margaret Atwood (168 páginas).
  • De qué hablamos cuando hablamos de amor – R. Carver (157 páginas).
  • Canción de navidad y otros relatos – Charles Dickens (182 páginas).
  • Hijo de Satanás – Charles Bukowski (199 páginas).
  • Pura anarquía – W. Allen (185 páginas).
  • Esperando al enemigo – Gonzao Calcedo (176 páginas).
  • Transformación y otros cuentos – Mary Shelley (108 páginas).
  • Roling Stones – O. Henry (176 páginas).
  • Cuentos de soldados y civiles - Ambrose Bierce (93 páginas).
  • Cazador en el alba – Francisco Ayala (113 páginas).
  • La muerte y otras sorpresas - Mario Benedetti (159 páginas).
  • Crímenes bestiales - Patricia Highsmith (200 páginas).
  • Tres cuentos - Truman Capote (115 páginas).
  • La tristeza y otros cuentos - Anton Chejov (146 páginas).
  • Viejas historias de Castilla la Vieja - Miguel Delibes (100 páginas).
  • Matrimonio por interés y otros relatos - Mijaíl Zóschenko (164 páginas).
  • Historias de cronopios y de famas - Julio Cortázar (141 páginas).
  • El gran cambiazo - Roald Dahl (170 páginas).
  • Hijo de Jesús – Denis Johnson (144 páginas).
  • Ficciones - Jorge Luis Borges (126 páginas).
  • Los crímenes de la calle Morgue y otros casos de Auguste Dupin - Edgar Allan Poe (136 páginas).
  • El horla y otros cuentos de crueldad y delirio - Guy de Maupassant (156 páginas).
  • Secreciones, excreciones y desatinos - Rubem Fonseca (159 páginas).
  • En un balneario alemán - Katherine Mansfield (159 páginas).
  • Cuentos de amor de locura y de muerte - Horacio Quiroga (147 páginas).
  • La llamada de Cthulhu y El horror de Dunwich – H. P. Lovecraft (169 páginas).




6/10/16

Ataque preventivo

Un ejecutor ha llegado al pueblo. Hacía cinco años que no se veía a ninguno por aquí. La gente lo mira con recelo mientras camina por la calle principal acompañado por sus dos bestias ciborg. Se mueve confiado y arrogante en busca de una posada donde pasar la noche. Sabe que es intocable. Si alguien le hiciese algo, las consecuencias para los vecinos serían devastadoras, pues caería sobre ellos todo el peso de la ley.

El ejecutor alquila una habitación y deja a sus bestias en el establo. Mañana, todos los habitantes mayores de edad tendrán que entregarle una papeleta, ya sea con el nombre de un candidato, o en blanco. La persona que reciba más votos, morirá al caer la tarde; su cuerpo será despedazado por las bestias ciborg. 

En teoría, no es obligatorio que nadie pierda la vida. Si todos entregan la papeleta en blanco, el ejecutor seguirá su camino hacia otro pueblo. Lo que ocurre es que basta una sola nominación para que se lleve a cabo la sentencia, por lo que, en la práctica, casi todo el mundo elige a alguien con el objetivo de reducir las posibilidades de ser ellos mismos los que acaben aniquilados sobre la arena ardiente. En caso de empate, el proceso se repite hasta que haya un “ganador”. El sistema lleva siglos funcionando, casi desde los tiempos del apocalipsis nuclear. Fue ideado para disuadir a los súbditos de cometer delitos, pues lo normal es que, a la llegada de un ejecutor, la gente nomine a los peores criminales, aunque lo cierto es que por todas partes se sigue violando la ley mientras que muchas personas inocentes son matadas cada año.

El sol se ha ocultado hace horas y el ejecutor duerme a pierna suelta en la mejor habitación de la posada cuando un cuchillo entra por su ojo derecho hasta perforar el cerebro. El asesino se escabulle sigilosamente, monta un caballo y emprende la huida hacia la oscuridad de la noche desértica. Sabe que todos en el pueblo lo odian por sus ideas antiesclavistas y ha preferido llevar a cabo un ataque preventivo.