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11/2/25

Épica prosaica

—Homero, amado mío, bienvenido a tu hogar. ¿Cómo te encuentras?

—Como cuando en un silencioso paraje de un bosque umbrío irrumpe un monstruoso jabalí, de albos colmillos y curvas mandíbulas que, asediado por las dentelladas de los perros, de frondosos pelajes, y por los dardos de los cazadores, de inquebrantable empeño, huye desesperado tratando de salvar su vida y justo entonces Zeus Crónida, que las nubes reúne, decide desatar una oscura tormenta sobre la tierra, desde la cual se precipitan fragorosos rayos sobre los árboles, de recias copas, y uno de esos rayos arranca de raíz un poderoso roble, el cual, en su caída, golpea al jabalí en los cuartos traseros, astillando sus huesos al tiempo que, a pocos metros de allí, un caudaloso río se desborda, arrastrando toneladas de rocas y de lodo, y arrambla con los animales contendientes, provocando la muerte del jabalí por ahogamiento a la vez que sufre las mordidas letales de los cánidos y el dolor insoportable de las extremidades quebrantadas, así es como yo me encuentro.

—Vamos, que sigues estreñido.

—Eso es.


NOTA: Este texto trata de hacer humor por contraste al situar a Homero, autor de la Ilíada y la Odisea, en un contexto rebosante de cotidianidad. El largo párrafo relatado por el aedo constituye un recurso estilístico llamado precisamente símil homérico en su honor. Por supuesto, también pretende ser un humilde homenaje a tan eximia y épica figura de las letras universales.


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30/7/23

Desesperación

—¡Soy un velocirráptor! ¿Por qué nadie me cree?— gritó en mitad de la noche ante el cadáver caliente que se disponía a devorar.

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10/4/23

Escenas de la vida del hombre literal

—Nena, estás engordando.
—Dime algo que no sepa.
—La proliferación anormal y descontrolada de células se denominó cáncer porque los griegos apreciaron similitudes entre las patas del cangrejo y las venas que rodean a los tumores.

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5/11/21

Neo-márquetin

–Hola, muy buenos días. Le llamo de AmaPfizeron2030 para hablarle de nuestro nuevo medicamento, Antiboom. Ensayos clínicos han demostrado que posee una absoluta eficacia de entre un cien y un veinticuatro por ciento a la hora de protegernos contra la nueva variante Omega Premium Apocalipsis Budokai Tenkaichi 3, la cual, como todo el mundo sabe, hace explotar la cabeza de las personas contagiadas que no estén al día con la vacuna de refuerzo semanal. Por favor, dígame cuántas unidades desea comprar. 

–Mira, amasijo de cables, vete a la cibermierda con tu publicidad engañosa.

–De acuerdo, caballero, veo que es usted un peligroso negacionista, así que, por la autoridad que concede a AmaPfizeron2030 la Ley Mundial de Pandemias, aprobada ayer bajo secreto por el Consejo Ejecutor de la ONU, me dispongo a lanzar un letal ataque biológico sobre su vivienda. 

–¡Un momento, por favor...!

–Que tenga un buen día, caballero.


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13/9/21

Diez formas de ganar el Premio Cervantes - Pólvora en salvas IX

Desde hace unas semanas, estoy siguiendo las enseñanzas de un joven sabio llamado Pablo Zamit. Con él he aprendido, por ejemplo, que la industria p0rn0gráf1ca está generando una sociedad de muertos vivientes, que hacer caridad sigilosa puede elevar tus niveles de oxitocina o que el juicio social es el mayor estresor al que nos vemos sometidos en nuestro día a día. Uno de sus pódcast sobre productividad se titula Conviértete en una máquina de crear ideas, y en él nos habla de una técnica para estimular la creatividad propuesta por el escritor millonario James Altucher. Dicha técnica consiste en elaborar listas de diez ideas sobre cualquier cuestión que se te ocurra. No importa si la cuestión o las ideas son disparatadas o imposibles (aunque no tienen por qué serlo) porque se trata simplemente de un ejercicio que busca fortalecer nuestro músculo creativo. Las ideas deben ir acompañadas de un primer paso necesario para ponerlas en práctica, el cual también puede ser disparatado o imposible. Has de apuntarlo todo en una libreta y, cuando juntes varias listas, puedes practicar el llamado sexo de ideas, que consiste en juntar dos ideas para ver qué pasa, pues, como dice mi maestro «a veces, una idea mala fusionada con una idea imposible da como resultado una idea genial».

Esta introducción ha sido necesaria para comentar que, hace unos días, estaba yo en el gimnasio cuando se me ocurrió que podría aprovechar los descansos entre series, que a veces se prolongan hasta por tres minutos, para practicar el ejercicio del que acabo de hablar. Pensé que podría resultar gracioso buscar diez formas disparatadas de ganar el Cervantes y, cuando tuve la lista concluida, pensé también que podría aprovecharla para escribir un nuevo artículo para mi blog, por lo que aquí dejo esta descabellada lista de ideas (la última es la más loca). Si alguien lograse hacerse con tan célebre galardón gracias a mí, espero que al menos tenga el detalle de dedicármelo

Idea 1. Sobornar a los miembros del jurado (primer paso: conseguir muchísimos millones de euros). 

Idea 2. Chantajear a los miembros del jurado (primer paso: investigarlos a fondo para encontrar sus trapos sucios). 

Idea 3. Hipnotizar a los miembros del jurado (primer paso: aprender hipnosis). 

Idea 4. Plagiar la obra de un futuro ganador (primer paso: conseguir una máquina del tiempo). 

Idea 5. Obligar/convencer a un gran escritor para que produzca obras para mí y me deje firmarlas (primer paso: elegir a ese escritor [¿Vargas Llosa…?]).

Idea 6. Desarrollar una inteligencia artificial que escriba obras revolucionarias (primer paso: matricularme en Ingeniería Informática). 

Idea 7. Plagiar la mejor literatura de alguna civilización alienígena (primer paso: entrar en contacto). 

Idea 8. Modificar los valores estéticos de la sociedad para que se aprecie lo que yo escribo (primer paso: publicar un tratado revolucionario de Teoría Literaria). 

Idea 9. Impedir que haya más candidatos (primer paso: convencer a los mejores escritores hispanohablantes de que no escriban nada más). 

Idea 10. Desplegar una amplia y exitosa carrera literaria que merezca el premio (primer paso: dedicar catorce horas diarias durante el resto de mi vida a escribir y estudiar literatura [resultados no garantizados]). 

17/2/21

Pensadores y aplicaciones - Pólvora en salvas VII

Diversos pensadores de nombres tan vistosos como David Riesman, Gilles Lipovetsky o Zygmunt Bauman han señalado una serie de males que afectan a los miembros de la sociedad posmoderna, como la necesidad patológica de aprobación social, la reducción persistente de la intimidad o la evolución de las relaciones hacia un mero flujo de intercambios superficiales. Sus teorías poseen nombres también muy vistosos como «muchedumbre solitaria», «desolación de Narciso» o «soledad masificada». Sin embargo, no he venido yo hoy aquí para hablar de los males de la sociedad posmoderna sino de algunas de sus bendiciones, sobre todo de aquellas relacionadas con el mundo digital, mecanismos enigmáticos que pueden cambiar tu vida, muchas veces para mejor

Hablo por ejemplo de Wallapop, una app que te permite no solo ganar algún dinero con el que llenar la nevera, o liberar espacio en tu vida llena de trastos y mugres variadas, sino que además sirve como potenciador del ego. Y es que, si algún día uno se siente dominado por el pesimismo o la melancolía, no tiene más que echar un vistazo a la sección de valoraciones de su perfil para encontrar preciosos mensajes como: «un chico muy amable y simpático», «puntual y atento», «le pongo el máximo porque no se puede poner más», «majísimo», «maravilloso, como siempre», «más majo imposible», «excepcional», «un chaval muy agradable», «fantástico», «detallista», «un tipo estupendo»… y al final, claro, te animas o te animas

Otro ejemplo sería Picture This. Hace poco hablaba yo de los cedros del Himalaya de mi barrio y no sé si alguien llegó a pensar que un servidor posee suficiente cultura general como para saber las especies a las que pertenecen los árboles de las calles. En absoluto. De hecho, me he pasado la vida creyendo que eran abetos. Por suerte, Picture This me revela este tipo incógnitas, las cuales muchas veces terminan en sorpresa. Así, una tarde, caminando hacia el supermercado, vi una de estas hierbecitas que crecen contra todo pronóstico en mitad de la acera o en el ángulo de los bordillos y me pareció una imagen tan poética y romántica que necesité conocer el nombre de tan gallarda guerrera. Bien, se llamaba hierbo del marrano o metezurras. No son denominaciones demasiado épicas pero puedo asegurar que aquella cosa se convirtió al momento en mi hierbajo favorito. En otra ocasión, andaba paseando por el maravilloso parque de El Capricho y me crucé con un árbol horrible que parecía traído de los mismos infiernos. Entonces Picture This me explicó que aquel no era otro que el árbol del amor, aunque también se le llamaba árbol de Judas y, atención, algarrobo loco. Me parece superfluo explicar que merece la pena tener Picture This. 

Por último, me gustaría hablar de la función de dictado de Word. Descubrirla sí que ha supuesto un antes y un después en mi vida y ha sido así sobre todo por dos motivos: me ha facilitado la tarea de retomar mi diario (aunque ni aun así lo utilizo cada día) y me ha permitido ahorrar un montón de tiempo a la hora de elaborar mis apuntes. Por si fuera poco, a veces también me echo unas risas porque el pobre Word se lía con las palabras técnicas o con los apellidos extranjeros y trata de salir del paso poniendo lo que le sale del código. Así, trabajando sobre novela contemporánea, una vez le dicté «Proust, Joyce, Woolf, Faulkner» y él redactó «plus, joys, Google, fortnite»; también, estudiando la Generación del 98 le dicté «Kierkegaard, Schopenhauer y Nietzsche» a lo que él propuso «Kids Garden, shopping Howard y night qué»; por poner un ejemplo más, una vez le dicté «novecentistas» y él me dijo, no sé si con maldad «no ves dentistas». 

En definitiva, considero que, independientemente de lo que digan los pensadores, tal vez merezca la pena pagar estos buenos ratos que nos ofrece la Posmodernidad con un poquito de agonía existencial, nihilismo y graves carencias psicoafectivas

12/2/21

Romance oximorónico

Eres tú tan de Foucault 

yo tan de Gustavo Bueno;

tú eres muy de Roland Barthes

y yo de Jesús Maestro

Yo, Santillana y Manrique

tú, poetas posmodernos;

yo Cervantes y Galdós

y tú con Rosa Montero.

Yo, Berlanga y Carlos Saura

tú, Tres metros sobre el cielo;

yo con Goya y con Velázquez

y tú con hamparte fresco.

Tú conmigo te extravías

yo contigo no me encuentro; 

nuestro amor oximorónico

piensa con los sentimientos. 


NOTA: Este texto pertenece a mi poemario Lo peor. Puedes comprarlo aquí en e-book y aquí en papel para apoyar mi trabajo.



24/1/21

Costumbrismo posmoderno prepandémico - Pólvora en salvas V

El joven llega a casa poco antes de que den las seis. La familia se va de veraneo y él ha preferido no acostarse porque quería salir de fiesta. Es un joven algo tarambanas. Los equipajes ya se encuentran cargados en el viejo Seat Toledo y en cuanto el joven hace acto de presencia, todos suben al vehículo para emprender la marcha. 

― ¿Qué tal, chaval? ¿Qué habéis hecho? ―pregunta el padre mientras hace ganar velocidad al coche en una incorporación a la M-40 dirección A-3. 

―Nada, tomar algo por ahí. 

El joven, sentado en el asiento del copiloto, gira la cabeza hacia la ventanilla. La mañana está a punto de alborear y los cielos empiezan a teñirse de matices violáceos y ambarinos. Se ven nubes oscuras como cuervos gigantes sobrevolando los edificios de Madrid, una ciudad que comienza una jornada como tantas otras. El firmamento palidece por instantes; una bandada de aves se expande y comprime como un solo ser, transmitiendo una impresión orgánica, biológica. 

El vehículo toma la A-3 y poco a poco va dejando atrás los distritos del extrarradio y las ciudades del suroeste. Enseguida la familia puede ver cómo los márgenes de la autopista empiezan a mostrar los primeros pueblos al tiempo que el sol se va despegando del horizonte. 

Cruzan la frontera entre Madrid y Cuenca y casi al instante sobrepasan el minúsculo pueblo de Belinchón. Ahora se encuentran inmersos en la tristeza del paisaje manchego; ahora ya todo es monotonía llana, matorrales, caminos de arena; todo es el cielo inmenso, azul, inabarcable; todo es sopor y adelantar camiones y el hilo de la radio sonando casi al mínimo volumen y la compañía constante, repetitiva, matemática, de las torres del tendido eléctrico, monstruosos centinelas vigilando celosamente sus pasos.

A la altura de Cervera del Llano, el joven cae en una especie de duermevela angustiosa que se prolonga durante cien kilómetros. Al despertar, observa que los cielos se han encapotado y que algunos goterones empiezan a colisionar contra el cristal, fraccionándose en decenas de minúsculos vástagos temblorosos. La lluvia va arreciando con suavidad, de forma muy paulatina, como si no quisiese causar sobresaltos, y el joven vuelve a caer preso de la somnolencia, que esta vez resulta dulce y reconfortante, llegando incluso a experimentar una serie de fragmentos oníricos inconexos en los que conserva un cierto grado de lucidez. En uno de ellos se besa con la novia de un amigo y, cuando este los sorprende, en lugar de mostrarse colérico, se limita a decirles que tengan mucho cuidado, pues podrían enamorarse y pasar mucho tiempo juntos. El joven llega reflexionar sobre lo curioso de semejante advertencia. Cuidado con ser feliz. 

Cuando despierta de nuevo, su madre está hablando en voz baja, acercándose con cautela desde el asiento trasero hacia el del conductor para que el padre pueda oírla. 

―... ni medio normal el olor a vinazo que nos está dando todo el viaje. Que por un día que no hubiera salido no se iba a morir…

El joven se incorpora un poco, tratando de acomodarse en el asiento. Hace bochorno y ya no queda ni rastro de lluvia. Afuera el paisaje se muestra todavía más desolador que antes. Hasta donde alcanza la vista tan solo pueden contemplarse inmensas extensiones de campos en barbecho o de tierras de sembradura, caminos pedregosos y árboles solitarios, alejados unos de otros como por castigo divino.  

― ¿Dónde estamos?

―Cerca de Albacete ―dice su padre―. Vamos a parar a tomar algo enseguida.

En el área de servicio piden cafés y unos sándwiches. El joven da un par de bocados y sale a fumar. Se sienta en las escaleras de la entrada y enciende un cigarrillo. Está pensando en sus cosas mientras contempla el inmenso vacío que se extiende ante sus ojos. Se siente cansado, física y mentalmente. ¿Qué tal le irán las cosas este verano? «Voy a estar allí un mes. Aquello está lleno de chicas. Muchas son guiris pero otras no. En la playa es más o menos fácil conocer a algunas. A ver si… No sé si estos podrán pillar, tampoco tengo mucho dinero y allí los porros no son gran cosa. Allí va casi todo Madrid, hay que tener cuidado. Puedes ir tan tranquilo por la calle fumándote uno y cruzarte con un vecino o con unos amigos de tus padres que van para la playa con su sombrilla…».

La parada termina y prosiguen el viaje. Sobrepasan la ciudad de Albacete, bordeándola por el noreste, y continúan recorriendo más y más kilómetros de asfalto ardiente y dejando atrás más y más pueblos perdidos en la inmensidad árida, rasa y abrasada de las tierras meseteñas bajomanchegas: Chinchilla de Montearagón, Villar de Chinchilla, Bonete, Almansa…

Recorren un largo trecho en paralelo a la frontera de Castilla-La Mancha con la Comunidad Valenciana y finalmente entran en la provincia de Alicante un poco antes de El Morrón. El paisaje ha ido transformándose paulatinamente, de un modo muy sutil, conservando ciertos rasgos y modificando otros, cediendo lo llano en pos de lo escarpado, y lo agostado en favor de lo verdoso.

Poco antes de Elche se desvían hacia la AP-7. La continua presencia de palmeras anuncia la proximidad del destino y el joven experimenta un latigazo de inquietud, una sensación que se repite desde la infancia y que puede rastrear hasta los lugares más remotos de su memoria. A la altura de Benijófar, toman el desvío hacia la CV-905, la cual, penetrando entre dos lagunas saladas, rosa y cobriza una, verde y oscura la otra, los lleva finalmente hasta la ciudad más poblada de la Vega Baja del Segura.


21/1/21

Ligar mal - Pólvora en salvas IV

Hacía frío aquella tarde en la Glorieta del Pintor Sorolla. Mis amigos se retrasaban y yo no dejaba de mirar hacia el interior de una cafetería situada junto a la boca del metro. Tras sus cristaleras podía ver grupitos de gente con tazas de café entre las manos, parejitas compartiendo porciones de tarta de chocolate o jóvenes abstraídos con sus teléfonos móviles y sus bebidas humeantes. Todos parecían tan felices en aquella especie de paraíso lleno de estanterías con pan recién hecho y mostradores rebosantes de bollitos, roscones, galletas…

“Llegamos tarde, nos hemos confundido de línea” me dijeron mis amigos. Yo sentí un escalofrío, escondí aún más la cabeza entre los hombros y volví a pasear la mirada por el interior de la cafetería. En un momento dado me di cuenta de que una camarera me miraba con extrañeza. Era rubita y mona, o al menos así reconstruía mi cerebro la parte de su rostro oculta por la mascarilla. Tras un instante de ensimismamiento, me puse a caminar de un lado a otro, como llevaba haciendo desde hacía un cuarto de hora. Cuando estimé que me encontraba a pocos pasos de la hipotermia, decidí entrar al establecimiento para esperar a mis amigos conservando la vida

Me senté a una mesa y enseguida me atendió la rubita. Le pedí un café y cuando me lo trajo me dijo que le había extrañado verme ahí fuera tanto tiempo. Yo le expliqué que mis amigos llegaban tarde, que me estaba muriendo de frío y que andaba valorando si seguir fuera o entrar a esperarles. Intercambiamos algunas palabras más y después la pizpireta camarera regresó a sus quehaceres. 

No es que un servidor tenga una imagen muy elevada de sí mismo, pero me pareció percibir cierta química. He escuchado mucho eso de que a las mujeres les gustan los hombres decididos y con capacidad para asumir riesgos pero también eso de que las mujeres están cansadas de recibir propuestas afectivas todo el rato. Ante mensajes tan contradictorios uno no sabe muy bien qué hacer. ¿Y si solo está siendo amable y la molesto? ¿Y si es el amor de mi vida y no digo nada por no molestar? Al final, simplemente por los valores en que has sido educado, tiendes a evitar causar molestias a las señoritas, igual que tiendes también a evitar causar molestias a los vecinos dando golpes a las cuatro de la mañana. La cuestión es que andas desentrenado entre la timidez, el civismo, la pereza y la pandemia, y cuando por fin te decides a actuar... pues acabas comportándote como un papanatas.

Y es que, tratando de dar con una solución equilibrada, se me ocurrió apuntar mi teléfono en un trozo de papel y dejárselo en el platito del cambio. De ese modo estaría dando un primer paso pero sin generar ninguna situación incómoda. Todo estaba preparado pero cuando llegó el momento de pagar descubrí que había que hacerlo en caja. Es decir, no había platito del cambio. Para colmo, ni siquiera me cobró ella. Improvisadamente, decidí dejarlo en el platito del café y, ya en el exterior, mis amigos me comentaron que, primero, tal vez nadie prestase atención a ese papelito y, segundo, tal vez lo viesen pero ¿por qué narices iban a suponer que era del tipo extraño para la camarera rubita? 

Como era de esperar, jamás recibí ninguna llamada, aunque siempre me quedará la duda de si la rubita no vio el papel o si lo vio pero no supo que era para ella, o si supuso que era para ella pero no de quién venía, o si dedujo toda la verdad pero resultó que la química que yo había percibido tan solo tuvo lugar dentro de mi cerebro. No sé si se me escapa alguna otra posibilidad. Probablemente sí. 

19/1/21

Territorio hostil - Pólvora en salvas II

Últimamente las obligaciones académicas me han empujado fuera de mi zona de confort, la cual se encuentra densamente poblada por novelas hispanoamericanas del boom, por los clásicos españoles de entre finales del siglo XV y mediados del XX y, en menor medida, por clásicos grecolatinos, cuentos de Gonzalo Calcedo y algún que otro ensayo sobre economía, historia o crítica literaria. Abandonar la comodidad de estos territorios ha implicado para mí tener que leer a varios autores que nunca me habían llamado la atención, como Javier Cercas, Almudena Grandes o Lucía Etxebarria. No tengo intención de analizar aquí las obras de estos novelistas, tan solo quiero hacer referencia a un aspecto que me ha llamado mucho la atención y que es la frecuencia con que tan consagrados autores cometen impropiedades léxicas gravísimas, lo cual tampoco deja en muy buen lugar a los revisores de las editoriales que permiten que semejantes atropellos lleguen a imprenta incluso en terceras ediciones.   

Así, cuando un obrero le dice a la protagonista de Amor, curiosidad, prozac y dudas, que es normal que su novio la haya dejado (la típica situación entre usuarios del transporte público), la joven piensa: «El obrero sonríe, complacido ante el golpe bajo que sabe que acababa de *atestarme». El verbo que la autora buscaba era, evidentemente, asestar, no atestar. Puede que sea una errata y no una impropiedad léxica, ya que ambos vocablos se diferencian tan solo en una consonante, pero si tenemos en cuenta que la joven protagonista es filóloga y que no duda en tachar de burra a una mujer que se equivoca poniendo acentos, igual Etxebarria podría haberse esmerado un poco más a la hora de elaborar el discurso de su personaje, máxime cuando ignora que la construcción deber de + infinitivo solo puede implicar suposición y nunca obligación: «la empresa no podía pagarte más porque el dinero que debía *de pagarte por tu trabajo…».

Por su parte, Almudena Grandes, en la sobrevaloradísima Las edades de Lulú escribe no sé qué de un papá que después de meterle a no sé quién un chino por el culo le va a atacar con la polla (todo el libro rebosa elegancia y lirismo) con el objetivo de «resarcirse siquiera mínimamente de los irreparables daños que has *infringido a su pradera». En fin, aquí el verbo que buscaba la autora era infligir, no infringir. Que sí, que un fallo lo puede tener cualquiera, pero es que años después de que esta impropiedad léxica saliese de imprenta, pude ver a la autora en una entrevista para televisión, muy altiva y campanuda amonestando al gremio periodístico por cometer frecuentemente el error de escribir incierto con el significado de ‘falso’. Efectivamente, incierto no significa ‘falso’, sino ‘dudoso’, del mismo modo que infringir no significa ‘causar daño’ sino ‘quebrantar leyes’, así que a ver si antes de ir dando lecciones nos aplicamos un poco el cuento

Por último, quería hablar de Javier Cercas. A raíz de tener que hacer un trabajo sobre Soldados de Salamina, (en mi opinión también bastante sobrevalorada aunque de una calidad muy superior a las otras dos novelas que he mencionado), anduve estudiando algunos de sus ensayos sobre literatura y me encontré con esto: «en los siglos XVII y XVIII, a España la novela se le escapa *literalmente de las manos». No, hombre, no. ¿Cómo va a suceder eso? Para que semejante evento tuviese lugar de forma literal, España tendría que tener manos y, además, la idea de novela habría de materializarse y huir entre las manos físicas de España durante los siglos XVII y XVIII. A España, en todo caso, se le escaparía la novela de las manos en sentido metafórico y metonímico. Es decir, que los escritores españoles, según Javier Cercas, no supieron escribir grandes novelas después del Quijote. Eso fue lo que, en todo caso, sucedió de forma literal. Si le añades a tu afirmación el adverbio literalmente entonces significa que lo que has dicho no admite una lectura figurada, sino que hay que entenderla tal cual la has expresado.

En definitiva, debo reconocer que entiendo la horrible fama que arrastra eso de abandonar la zona de confort. Al fin y al cabo, cuando uno traspasa sus límites, no dejan de *atestarle golpes e *infringirle daños, *literalmente. 



15/12/20

Poema inédito del famosísimo poeta millennial señorito Sol Manuela, vanguardia y honor de la ultimísima poesía castellana, intitulado "Luciérnagas en la nieve" que incluye un muy boen dibujo de arte artístico fecho por el autor

Hombres malos, hombres caca

sus pollas como flagelos

de

            semen

                                semen 

                                                    se me en

ciende la rabia

por mis hermanas

soy un hombre tengo poder

te obligo a que me comas la polla, puta

palabrotas, palabrotas

todo es tan doloroso

es como cuando en la infancia te caías de rodillas sobre la arena filosa del parque

llanto, llanto

puta, cómeme la polla

es mi privilegio masculino

las cosas duelen como las cosas que duelen

los abrazos se dan con los brazos

los hombres son malos

usan sus brazos para matar

chupa mi mermelada de lefa, puta

todo es bonito

todo es feo

luciérnagas en la nieve.

27/10/19

Paciente (microrrelato con prólogo pensado a partir de dos disparadores creativos)

PRÓLOGO

A veces puede resultar conveniente que, en caso de quedarnos sin ideas sobre las que escribir, utilicemos lo que llaman disparadores creativos. Yo lo he hecho en varias ocasiones y quería mostraros este microrrelato en el que me serví de dos de ellos. El primero consiste en elegir una frase al azar de un libro cualquiera. En mi caso, fue una de El proceso, de Kafka, y es la que abre mi texto. A partir de ahí empecé a escribir dejándome llevar, es decir, no "con mapa", sino "con brújula", que es mi modo favorito. En un momento dado, decidí usar el disparador de las noticias jodidas, como yo lo llamo, que consiste en buscar un suceso impactante o seleccionar alguno de una lista que hayamos ido confeccionando con anterioridad (lo recomiendo). Así, metí varias noticias, no como elementos de la trama, sino como parte de la programación que el protagonista veía en el televisor del hospital, un modo de dar a mi relato un toque más estrafalario (Chejov no aprobaría esta actitud, pues decía que si en el relato aparece una soga, al final el protagonista tenía que colgarse de ella). 

Si os interesa este tema, podéis leer un artículo que escribí para este blog y que se titula SIETE TRUCOS CON LOS QUE OBTENER IDEAS PARA ESCRIBIR


PACIENTE

Esta joven enfermera… no sé, parece sentirse atraída por mí.
―Ey, chica, eres muy guapa―le digo.
Ella me ignora y sigue a lo suyo.
―Si vamos a ser amigos, podrías traerme morfina.
La muchacha me mira con cara de mala leche y dice:
―Eso sería ilegal.
―Isi sirii iliguil ―me burlo.
―¡Váyase a la mierda! ―grita, y se marcha dando un portazo. 
Ay, qué guapa es.
Ayer mi padre me trajo tabaco de extranjis cuando vino a visitarme. Es un buen padre, aunque no tanto como yo. Enciendo un cigarrillo y a las pocas caladas aparece el tipo de seguridad.
―¡Está prohibido fumar en las habitaciones!
―Lo siento, agente, no lo sabía.
―¡Es la tercera vez que vengo! ¡A la próxima será expulsado del hospital!
Se marcha dando un portazo. La gente por aquí anda muy cabreada con la vida. No sé qué les pasa. Deberían alegrarse de no estar en mi pellejo. Tengo la pierna rota. No puedo fumar. No puedo conseguir morfina. Cualquiera diría que estoy en el infierno. Al menos me libro de ir al trabajo, eso sí, eso está bien.
Pongo la tele. En el telediario dicen que unos hinchas brasileños decapitaron a un árbitro que previamente había apuñalado a un jugador durante un partido de fútbol. También cuentan que un hombre murió tras mantener relaciones sexuales con un espantapájaros. También informan de que mañana va a llover. Apago la tele.
―¡Enfermera! ¿Dónde estás?―grito desesperado― ¡Vuelve, por favor! ¡Te necesito! ¡Creo que me he enamorado de ti!

Esta historia forma parte de mi libro PULSACIONES, 99 MICRORRELATOS DE INFARTO. Puedes comprarlo en este enlace



6/4/17

Orines y pescado podrido

Los padres de Víctor se habían marchado unos días al pueblo, así que aprovechamos para estar un rato en su casa antes de salir por ahí. Estuvimos escuchando música, bebiendo cervezas y metiéndonos cocaína. Yo tenía diecisiete años. Todos los veranos viajaba allí con mis padres, a Viejamar, una decadente ciudad costera en la que mis abuelos compraron un apartamento hace muchísimos años. Viajar allí era lo más económico, lo único que nos podíamos permitir. Yo tenía un par de amigos en aquel sitio. Uno era Víctor, el dueño de la casa y el otro se llamaba Aitor.

La brisa nocturna se colaba por el ventanal mientras escuchábamos el A noncling doll de los Hatchels y Aitor peinaba cocaína sobre la superficie de un pequeño espejo que cogimos del cuarto de baño.

―Mi hermano pequeño va a follar antes que vosotros ―dijo Aitor. Chupó el borde de su DNI y, con un tubito metálico, esnifó la raya más grande―. Creo que deberíais ir de putas.

―Pues yo creo que debería ir a ver a tu madre― dijo Víctor, y empezamos a reírnos.

Aquellos chicos vivían allí, habían nacido y se habían criado en Viejamar. Los conocía desde hacía años, desde pequeño, aunque ya no recuerdo exactamente de qué. Quizá de bajar a la playa o de la feria, ¿qué más da? Víctor era muy grande, parecía un toro con algo de sobrepeso; llevaba el pelo largo y un poco grasiento. Era buena gente, la típica persona que inspira confianza. Aitor, sin embargo, era un cabrón. Recuerdo que una vez salimos por ahí él y yo solos, sin Víctor, y yo acabé muy borracho; era incapaz de distinguir lo que se encontrase a más de medio metro de mis ojos. Él iba bien y empezó a aburrirse, así que me dijo que se marchaba a casa. Yo le pedí que se quedase un rato conmigo hasta que se me pasara un poco la borrachera. El cabrón dijo que no me veía tan mal y cuando me quise dar cuenta se había marchado; me había dejado tirado como trapo sucio. A la mañana siguiente desperté sobre las rocas, al lado del mar, con la cara y los brazos quemados por el sol. Alguien me había cortado un bolsillo con unas tijeras y me había robado la cartera.

―Esnifa, gordo yonki ―dijo Aitor, cediendo su sitio a Víctor.

―Yo nunca me follaría a una puta ―dijo Víctor. Esnifó uno de los tiros y me pasó el tubito de metal―. Prefiero morir virgen.

―¿En serio? Pues yo…― Hice una pausa y esnifé y sentí cómo la cocaína atravesaba mi cerebro hasta diluirse en mi alma, llenándome por completo de vitalidad y de locura―… joder, yo creo que esta va a ser mi noche.



La zona de bares de Viejamar siempre estaba llena de gente, sobre todo guiris. Un constante olor a orines y pescado podrido lo envolvía todo. Había muchísimas tías buenas con vestidos muy cortos y bronceados muy intensos.

Nosotros solíamos sentarnos en uno de los bancos de piedra que había en la plaza de la iglesia. Allí nos emborrachábamos con alcohol barato y mirábamos a la gente pasar. Después íbamos un rato a los discopubs a intentar conocer chicas, lo cual no sucedía casi nunca.

Aquella noche habíamos comprado una botella de whisky y otra de agua y bebíamos la mezcla en vasos papel. Ya no nos quedaba cocaína y tampoco teníamos dinero para comprar más. Eso nos deprimía un poco.

Yo me encontraba de pie frente a mis amigos, que fumaban cigarrillos sentados en el banco. Se me había cruzado un cable y les estaba dando una especie de verborreico mitin político. Ellos me miraban con cara de aburrimiento.

―¡… porque todo el mundo se queja, pero luego nadie va a partirse la cara con la policía!

Di un trago enorme de whisky con agua y me sequé la boca con el dorso de la mano. Los efectos de la cocaína se iban disipando, cediendo sitio a los del alcohol.

Alguien tocó mi hombro y al girarme vi una chica sonriente. Era bajita y morena y llevaba mucho maquillaje.

―¿Eres de Lobbia? ―me preguntó.

―No, soy de Dirdam ―respondí―. Mis amigos son de aquí, de Viejamar. Son perturbados autóctonos.

La chica y yo nos reímos.

―Creíamos que eras de Lobbia por las pintas que llevas― dijo. Alcé la vista por encima de su hombro y vi que en un banco cercano había un grupo de unas diez chicas mirando hacia nosotros.

―Simpatizo con las luchas sociales de Lobbia. En Dirdam somos todos unos mierdas. ―Señalé hacia nuestras botellas―. ¿Te gusta el whisky? Ya no nos queda mucho, pero hay suficiente para una ronda.

―La verdad es que no ―dijo arrugando la nariz―, pero tenemos un montón de bebida, por si os apetece venir con nosotras.

¿Quién podría haber dicho que no a algo así?



Estuvimos emborrachándonos con ellas durante dos horas, más o menos, y después fuimos todos a un discopub a bailar y a castigar nuestros oídos con pseudomúsica. Después de un rato en aquel antro, mis amigos y yo salimos a la calle a fumar un canuto de marihuana.

―Si hoy no follamos es que somos maricones ―dijo Aitor.

Del interior del discopub salió una de las chicas, la bajita que se había acercado a hablar con nosotros en la plaza de la iglesia.

―Oye ―me dijo―, ¿quién te gusta? Puedes enrollarte con la que te apetezca.

Al oír aquello casi se me sale el corazón por la boca.

―¿Puede ser contigo? ―le pregunté.

―No, yo tengo novio. Con cualquiera de las demás.

―Uhhhhmmm, pues con la rubita de las tetas enormes.

―Se llama María.

―Con María.

―Ahora vengo ―dijo la chica sonriéndome con complicidad.

―Eh, ¿y qué pasa con nosotros? ―preguntó Aitor.

―De vosotros no me han dicho nada, lo siento ―respondió antes de marcharse hacia el interior del discopub.

―¡Putas zorras calientapollas! ―dijo Aitor.

Me dio pena por Víctor. Ojalá alguna hubiese estado interesada en él. Se lo merecía. Respecto al Aitor, me alegró que se quedase a dos velas con la envidia carcomiéndole las entrañas.

A los pocos minutos la chica bajita apareció con María cogida de la mano. La colocó a mi lado como si fuera una niña pequeña que necesitase supervisión adulta para actuar.

―Bueno, os dejamos solos. Portaos bien ―dijo la chica mientras se llevaba a mis amigos. Víctor me sonrió y me guiñó un ojo antes de desaparecer tras la puerta del discopub.

María y yo estuvimos un rato allí de pie sin decir nada. Le ofrecí el porro, pero dijo que no. Yo estaba mareado. En el discopub había estado bebiendo de las copas de todas las chicas y cada una tomaba algo diferente. Me costaba mucho esfuerzo mantener la cabeza erguida.

―¿Vamos a un sitio más tranquilo? ―preguntó María.

―Sí ―respondí.



Caminamos en dirección al paseo marítimo, alejándonos del ruido y de la gente. Nos sentamos en un solitario banco en medio de las rocas. Era una noche sin luna y no se veía la línea del horizonte, tan sólo una oscuridad profunda y sobrecogedora.

Estuvimos hablando un rato. Yo cada vez me sentía peor y apenas podía levantar la vista del suelo. Me dijo que su hermano había muerto unos meses antes y que ella había estado de psiquiatras después de un intento de suicidio. «Pobre chica», pensé.

Yo no sabía qué decir, así que la besé. Sujeté su cara con las manos. Era increíblemente suave. Empecé a besarle el cuello y los hombros. Ella cogió mi mano derecha y se la llevó a las tetas. Me pareció que debían de ser las mejores tetas de la historia. Metí la mano por debajo de su camiseta y el tacto del sujetador me hizo estremecer. La cabeza me daba vueltas y empecé a sentirme bastante mal. Aguanté unos segundos más, pero me sobrevino una arcada y tuve que apartarme para no vomitarle encima.

―Dios, no. Joder. Dios mío―balbuceaba yo entre bocanada y bocanada de vómito. Todo empezó a oler a alcohol rancio.

―Tranquilo, hombre ―me dijo María acariciándome la espalda.

―¿Tienes un pañuelo?

―No.

Me limpié la boca y las lágrimas con la camiseta y me recosté en el banco.

―¿Estás bien? ―me preguntó.

―Sí ―respondí.

Entonces vomité un poco más.

―Vamos, te acompaño a casa ―dijo María.

―Lo siento. He bebido mucho.

―Ya veo.

De camino a casa, María me invitó a un cigarrillo y me cogió de la mano. Era una autentica preciosidad. Quiso darme un beso de despedida, pero me aparté. Le dije que me daba vergüenza, que mi boca debía apestar. Me besó en la mejilla y me dio las buenas noches.



A la mañana siguiente desperté sobresaltado. Cogí el móvil y llamé a María como si se fuese a acabar el mundo. Me moría por verla. Estaba hecho polvo por la resaca, pero jamás había experimentado tal grado de felicidad. Sentía que la noche anterior había empezado a vivir, que todos mis días precedentes no habían sido más que una maldita farsa, un trámite burocrático para llegar al momento en que María se cruzase en mi camino.

Lo malo fue que no hubo respuesta. Ni a aquella llamada ni a ninguna de las demás. Por la noche me llegó un mensaje de texto que decía:

Lo siento, no he superado lo de mi hermano y no tengo ganas de estar con nadie, sólo con mis amigas. Cuídate.

Fui a la cocina y cogí una cerveza. Estaba completamente destrozado. Salí a la terraza, di un buen trago y encendí un cigarrillo. Entonces apareció mi padre y dijo:

―¡Qué coño haces fumando!



13/11/16

El viejo con bastón de cuatro patas

El cielo estaba gris aquella tarde y mis amigos y yo matábamos el tiempo sentados en un banco junto a las pistas de fútbol sala. Las clases habían empezado unos días antes y todo parecía haberse vuelto deprimente, casi tétrico. Éramos chavales sin inquietudes artísticas o deportivas, sin ningún atisbo de ilusión o vitalidad. Simplemente nos sentábamos en aquel rincón polvoriento y fumábamos cigarrillos que robábamos a nuestros padres. También compartíamos alguna lata de cerveza y, antes de que anocheciese, nos marchábamos a casa esperando encontrarnos con algo bueno para cenar.
   Bien, aquella tarde, desde la lejanía, vimos a un viejo acercarse hacia nosotros. Caminaba con un brazo encogido, arrastrando medio cuerpo como un lastre y apoyando el lado bueno en un bastón de cuatro patas.
   ―Hola ―dijo―. Cigarro.
   ―¿Qué? ―pregunté.
   ―Yo, fumar, cigarro.
   ―¿Por qué habla así?
   ―Afasia ―respondió.
   ―Parece un indio ―dijo Antoñito y se echó a reír. 
   ―No te rías, subnormal ―le dije a Antoñito; también le metí una colleja. El viejo empezó a reír y dijo:
   ―No. Bien. Bien. Yo, indio.
   Nos quedamos unos instantes en silencio con unas estúpidas sonrisas en nuestras caras adolescentes.
   ―Cigarro ―dijo de nuevo el anciano.
   ―¿Por qué no se lo compra usted? ―preguntó Jorge.
   ―Mi hijo, habla tiendas, no venden.
   ―No podemos darle tabaco ―dije―. No estaría bien.
   ―Secreto ―dijo el anciano―. Secreto. Secreto.
   Al final le dimos un par de cigarros. Uno se lo fumó con nosotros y el otro se lo guardó en el bolsillo. Mientras estuvo allí, fumó con unas ganas locas y tosió y nos dio las gracias tantas veces que sentí que me mareaba. El viejo se marchó y, un rato después, nosotros también nos fuimos.
   Pasaron algunas semanas. De vez en cuando, el viejo volvía a visitarnos en busca de cigarrillos. Él, a veces, nos regalaba alguna cerveza que le robaba a sus hijos. Era un tipo majo. Nos contaba historias de cuando era joven y tenía locas a todas las mozas del pueblo, o eso decía, quién sabe si era verdad. Eran historias guarras y nos encantaban. También nos habló de sus afecciones. Había sufrido tres ictus que le provocaron hemiplejía y afasia motora (esta era la causa de que hablase así). Dijo que había llevado una vida muy desordenada, que había comido muy mal, bebido y fumado en exceso y cometido muchos pecados, y que el Señor le había enviado los ictus como castigo ejemplar, para que él pagase por sus faltas a la virtud y para que los demás no imitasen su conducta desviada. Nosotros insistíamos en que no debía fumar, pero alegaba que era lo único bueno que tenía en la vida. Dijo que Dios le odiaba pero que él quería mucho a Dios a pesar de todo.
   Un día se nos acercó un tipo. Llevaba bigote y camisa de cuadros y era grande como un búfalo. Llegó hasta nosotros, nos echó un vistazo con cara de estar cabreado y dijo:
   ―Eh, chicos, ¿no habréis visto por aquí a alguien dándole tabaco a un viejo que va con bastón?
   Nos quedamos de piedra, cagados de miedo, pero Jorge consiguió decir que no.
   ―¿Estáis seguros?
   ―No, no, no hemos visto nada de eso ―añadí yo.
 ―Vaya… Mirad, es que alguien le ha estado dando tabaco a mi padre, que está muy enfermo, y si encuentro al que lo ha hecho, lo voy a matar, de verdad; lo voy a apuñalar en medio de la calle y le voy a sacar las tripas y a hacer que se las coma.
   En ese punto yo tenía tanto miedo que me costaba respirar.
   ―Me marcho entonces. Si veis algo, me lo decís.
   ―Sí, seguro, no se preocupe.
   ―Bien, adiós, chavales.
   ―Adiós.
   ―Y gracias.
   ―No hay de qué.
   ―Gracias por darle tabaco a mi padre, cabrones. Que sé que habéis sido vosotros, que el otro día os vi con él.
   ―¡Joder, no nos apuñale, por favor, no lo haremos más!― rogó Antoñito.
 ―No voy a haceros nada, hostias. Pero no le deis tabaco a un viejo enfermo. ¿Sois gilipollas o qué os pasa?
   ―Nos daba mucha pena, pensábamos que por un cigarrillo no pasaba nada.
 ―No os pasará a vosotros, pero mi padre ha tenido tres ictus. Aunque la culpa es enteramente suya, claro, pero, joder, no le deis más tabaco, por favor.
   El tipo se marchó y no volvimos a verlo, ni a él ni a su padre. Quizá se mudaron a otra zona de la ciudad, qué sé yo. Debo admitir que conocer a aquel viejo me dejó profundamente marcado y que su recuerdo me ha servido siempre para valorar con entusiasmo las pequeñas cosas que dan sentido a la vida… y, en fin, también me ha empujado a cuidarme un poco, la verdad.

3/8/14

Lagartos del porvenir

Miguel se puso a vaciar las bolsas de la compra sobre la mesa de la cocina y de una de ellas salió un pequeño lagarto. Era aquél un animalillo alegre y avispado y lo primero que hizo fue intentar fornicar con el salero. Estuvo un buen rato ahí, dale que te pego, hasta que se cansó. Miguel se divertía mucho con la escena. Entonces pensó que quizás el bichejo tuviera hambre. Miguel no tenía ni puta idea de lo que comen los lagartos, pero supuso que le gustaría la harina cruda (así era Miguel) por lo que extendió un puñado de harina sobre la mesa. El lagarto se volvió medio loco y empezó a rebozarse como si le fuese la vida en ello. Cuando se apartó, Miguel pudo observar unos números marcados en el polvo blanco. Sin pensarlo dos veces fue corriendo a jugar a la lotería con esos números. Se gastó todos sus ahorros y, como cabría esperar, le tocaron miles de millones, tantos que provocó la quiebra del sistema de lotería, el cual controlaba en la sombra al sistema de pensiones, que también se vino abajo, arrastrando consigo al sistema bursátil, el cual controlaba en la sombra… Y así, en una inefable concatenación de colapsos de sistemas, toda la sociedad se precipitó al vacío y los seres humanos empezaron a comerse los unos a los otros hasta llegar al borde de la extinción. Fue entonces cuando los lagartos comenzaron la invasión desde sus pequeñas naves espaciales, las cuales tenían escondidas detrás de la Luna. Robaron todos nuestros saleros y se marcharon a su planeta para siempre. Y ése, niños, es el motivo por el que los seres humanos de hoy en día cocinamos sin sal y vivimos más de mil años.


Alentar los presagios

Me desperté borracho y, bueno, sí, también bastante pasado de cocaína: dolor de mandíbula, taquicardia, ansiedad y demás efectos que ustedes conocen de sobra. Todo esto no tenía nada de particular. Lo extraño fue que llevaba una mochila puesta. Al principio no le di mucha importancia. «Vale, llevo puesta una puta mochila de Hello Kitty. Tampoco es lo más raro que me ha pasado», pensé mientras recordaba lo más raro que me había pasado. Sin embargo, unos minutos después, empecé a reflexionar, a divagar, a obsesionarme con el tema. ¿Debería quitármela? ¿O debería quizás seguir con ella puesta hasta el día de mi muerte, ese día en que encontrarían mi cadáver parcialmente devorado por plantas carnívoras, tal como dijeron en el telediario del futuro? ¿Quién era yo para quitármela? Si alguien la había puesto ahí, seguramente habría un motivo de peso. ¿Y si de ello dependiese el destino de la humanidad? Al final, opté por dejarla donde estaba y con los años se acabó fusionando con mi cuerpo y los niños del barrio empezaron a llamarme ‘El Viejo Jorobas’ y a tirarme piedras al pasar por mi lado. Y nada, un buen día, la policía encontró mi cadáver parcialmente devorado por plantas carnívoras. La humanidad sigue existiendo y cada año las cosas van mejor. No puedo evitar pensar que todo se debe a que decidí no quitarme aquella jodida mochila. 


21/5/13

Bocadillo de aire comprimido en Fa semitendinoso

Los tentáculos retráctiles del ascensor
rezuman una niebla
esponjosa y cuneiforme. Varias
ecuaciones totalitarias anacronizan su
interior, estigmatizando
plomo
por
las pesadillas.

Resquebrajantes insolvencias mendigan
un remilgo en sepia taciturno
a pesar del frío añejo
e historiador
de
las entretelas errantes.

A día de hoy
las baldías introspecciones
acostumbran a desarmar
ficciones de mermelada.

Este ambiente centrípeto
facilita
que un noble amanecer, el
último tormento de la guerra
ignífuga
se enamore,
extraterrestremente,
de
sus
propios
designios.



13/4/09

La semana de Martínez

LUNES

—Martínez, alegre esa cara. No queremos gente amargada en este trabajo de mierda.


MARTES

—Martínez, mejore su actitud. No queremos gente pesimista en este trabajo sin futuro.


MIERCOLES

—Martínez, anímese un poco. No queremos gente preocupada en este trabajo mal pagado.


JUEVES

—Martínez, tranquilícese ahora mismo. No queremos gente estresada en este trabajo alienante.


VIERNES

—Oiga, Martínez… ¡Levante la cabeza de la mesa! ¡Y deje ahora mismo de sangrar por las muñecas, que lo está poniendo todo perdido!

Esta historia forma parte de mi libro PULSACIONES, 99 MICRORRELATOS DE INFARTO. Puedes comprarlo en este enlace