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14/3/23

La noche en que conocí a Andrés Bosch - Pólvora en salvas XIV

Practicar boxeo ha traído grandes mejoras a mi vida: confianza, resistencia, pérdida de grasa, salud cardiovascular, aumentos de testosterona... Lo que nunca habría imaginado es que, gracias al deporte de los puños, iba a descubrir a mi nuevo escritor fetiche: don Andrés Bosch Vilalta

Todo ocurrió hace un par de semanas. Yo estaba informándome en la Wikipedia sobre el pugilismo patrio cuando vi un subapartado sobre el boxeo en la cultura popular en el que mencionaban la novela La noche. Casualmente yo tenía un ejemplar guardado en el cajón de los libros que vendo por Wallapop, por lo que pensé que podría rescatarla y echarle un ojo. El hecho de que hubiese resultado ganadora del Premio Planeta de 1959 me tiraba un poco para atrás, pero afortunadamente logré sacudirme el polvo de mis prejuicios. Desde entonces vivo obsesionado con Andrés Bosch, hasta el punto de haberme planteado en sueños la posibilidad de hacer un doctorado sobre su obra.

En fin, comencé a leer La noche y a las pocas páginas ya me sentía completamente atrapado por su poderosa fuerza narrativa. En paralelo a la lectura, empecé a buscar información sobre el autor y sus libros, pero curiosamente no encontraba casi nada: una escueta página en Wikipedia donde informan de los datos biográficos esenciales (fecha y lugar de nacimiento y muerte, obras publicadas, premios, poco más); un obituario firmado por Manuel Vázquez Montalbán, donde lo define como un buen escritor que casi nunca estuvo de moda, pidiendo que los críticos digan algo de él; una reseña en una web de boxeo inactiva desde 2013; y, por último, un artículo homenaje en un blog, entre cuyos comentarios figura uno del polémico crítico Manuel García-Viñó, fundador de La fiera literaria, donde califica a Andrés Bosch como el mejor novelista español del siglo XX.

Sinceramente, yo no creo que Andrés Bosch sea nuestro mejor novelista de la pasada centuria pero lo que sí puedo decir es que en mi vida he leído unas cuantas novelas, doscientas noventa y ocho, para ser exactos, y La noche es, sin ningún género de dudas, una de las mejores. Me fascinó su belleza sobria y sombría, su estilo crudo y eficaz, la personalidad y el conflicto del protagonista, la pléyade de personajes secundarios y extras que lo acompañan, caracterizados magistralmente por el autor con un par de pinceladas, como el olor, el tipo de sonrisa o, muy en la línea galdosiana, el uso frecuente de alguna expresión y, por mencionar una virtud más, las descripciones de los ambientes urbanos y naturales, que recuerdan al Baroja de La lucha por la vida, y que pueblan toda la obra llevando al lector a experimentar un orgasmo estético tras otro. 

Lógicamente, cuanto más leía, más me extrañaba el silencio de la crítica. En mi ansiosa búsqueda de información, exploré los fondos de la biblioteca de la UNED y los contenidos de Dialnet y de Google Books, pero lo hice en vano. Nadie había publicado ni un miserable artículo sobre Bosch en ninguna revista especializada, ni mucho menos había defendido alguna tesis doctoral. Esto no sería un problema si la causa radicase en el elevadísimo nivel exigido por los críticos y teóricos de la literatura, pero no es así, pues excrementos narrativos como Las edades de Lulú o panfletos ideológicos como Soldados de Salamina han obtenido atención en decenas de publicaciones. Nadie dijo que la vida fuese justa, aunque tampoco dijeron que sería tan cabrona.

Pero dejemos que sean otros los que evidencien los méritos de La noche y de Andrés Bosch pues, finalmente, de tanto buscar, sí que logré encontrar algunos pronunciamientos de la crítica, honrosas excepciones en esta infamia artística que supone haber privado a nuestro narrador del reconocimiento que merece. Lo primero que cabría decir es que La noche ganó el Planeta con el voto unánime del jurado, un jurado entre cuyos miembros se encontraba nada menos que doña Carmen Laforet. Por otra parte, el mencionado García-Viñó le dedica a Andrés Bosch un capítulo de su ensayo Novela española actual, titulado «Andrés Bosch y las posibilidades de una nueva novela española». Allí lo define como el novelista español más importante surgido tras la guerra civil, junto a Carlos Rojas, declarando que «de todo lo que digo en este libro, esto es lo único que sé con plena seguridad». No he leído todo el artículo, pues no quiero destriparme otras novelas de Bosch, pero sobre La noche, García-Viñó destaca el alcance universal del protagonista (el inolvidable Luis Canales), restando importancia a la ambientación en torno al boxeo, asegurando que la esencia de la novela habría quedado inalterada si se hubiese utilizado el fútbol o el toreo como telón de fondo. Otro crítico muy respetable que dedicó palabras elogiosas hacia nuestro novelista, si bien no tan entusiastas, fue Gonzalo Sobejano, quien dijo de él que poseía un estilo depurado y que ofrecía unas narraciones cuidadosamente construidas basadas antes en la sobriedad que en el lucimiento. Por último, los profesores Pedraza y Rodríguez dedican a nuestro narrador algunas páginas del tomo XIII de su maravilloso Manual de literatura española. Allí ofrecen un comentario más que nada descriptivo, neutral. Dicen de Bosch que es un novelista que prioriza la psicología de los personajes por encima del argumento, que rechaza el realismo social aunque utiliza una estética realista o que gusta de alternar el enfoque objetivo con el subjetivo.  

El presente homenaje va llegando a su fin, pero puedo asegurar que esta no va a ser la última vez que Andrés Bosch aparezca por aquí, ya que desde mis humildes medios voy a tratar de hacer lo posible por honrar su memoria y otorgarle, al menos, una pequeña parte del reconocimiento que merece. 

Andrés Bosch junto a Manuel García-Viñó y Carlos Rojas

22/7/21

Niebla, de Unamuno: un comentario intenso y extenso

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LOCALIZACIÓN

Don Miguel de Unamuno y su contexto histórico y artístico-literario

La vida de Unamuno transcurrió en paralelo a los acontecimientos que permitieron la modernización de España y que sentaron las bases para el nacimiento de una época de impresionante florecimiento artístico y científico denominada «Edad de Plata» de la cultura española y de la que el escritor bilbaíno fue uno de los principales referentes. 

Y es que, a los cuatro años de nacer don Miguel, tuvo lugar la Revolución Gloriosa de 1868, que destronó a Isabel II y cuyos ideales fueron plasmados en la Constitución de 1869. Los principios liberales pasaban así a conformar el devenir de la nación, algo que ya se había intentado, por ejemplo, con la Constitución de 1812, promulgada por las Cortes de Cádiz. Medidas como el sufragio universal o la libertad de prensa permitieron que el pensamiento reformista liberal fuese arraigando en la sociedad y que se desarrollase una incipiente burguesía que promoviese el crecimiento económico a través del comercio y la industria. 

Estos procesos sociales quedaron reflejados en las grandes novelas del realismo español decimonónico, como Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós, publicada en 1887. Unamuno llegó a formar parte de esta corriente con su primera novela, Paz en la guerra, publicada en 1897, pero en la que anduvo trabajando durante más de doce años, empleando una minuciosa documentación histórica sobre el sitio al que las tropas carlistas sometieron a Bilbao en 1874 y utilizando unas técnicas realistas que desecharía ya desde su segunda novela, Amor y pedagogía

El mencionado proceso de modernización de España vino acompañado por convulsos acontecimientos históricos. El llamado desastre del 98, desenlace de la sangría económica que supusieron las guerras por el mantenimiento de las últimas posesiones de ultramar, fue el suceso que precisamente dio nombre a la promoción de escritores a la que perteneció Unamuno, la Generación del 98.  

A pesar de todo, el surgimiento de una potente clase intelectual permitió a España, no solo participar plenamente en los procesos culturales europeos sino, en muchas ocasiones, estar a la cabeza de estos gracias a figuras como Dalí, Picasso, Gaudí, Buñuel o Manuel de Falla en el campo de las artes, de Ramón y Cajal o Severo Ochoa en las ciencias o de José Ortega y Gasset y el propio Unamuno en el ámbito del pensamiento. 

Y es que los trascendentes cambios técnicos y tecnológicos surgidos desde la segunda mitad del siglo XIX, unidos a la aparición de obras que revolucionaron la mentalidad europea, como El origen de las especies, de Darwin, o La interpretación de los sueños, de Freud, potenciaron el arraigo de las teorías filosóficas irracionalistas de pensadores del XIX como Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche, cuyas ideas influirían poderosamente en el pensamiento de Unamuno. Si el positivismo de August Comte sirvió como base del Realismo y del Naturalismo literarios, las corrientes irracionalistas harían lo propio con la nueva literatura, dentro de la que Niebla ocupó un lugar destacado. De hecho, la nivola por excelencia puede considerarse una síntesis de existencialismo y tradición literaria española. 

Unamuno se convirtió en un voraz lector de filosofía desde que llegó a Madrid y, además de los pensadores mencionados, dejaron huella en él otros como Kant, Spinoza, Pascal, Descartes o San Agustín. En lo literario, además de por Cervantes, cabe destacar su afición por la literatura inglesa y por escritores italianos como Giacomo Leopardi o Giosuè Carducci. Escribió innumerables críticas literarias, mostrando un gran interés por escritores hispanoamericanos como José Hernández, Sarmiento o Martí, y por compatriotas como Larra, Zorrilla, Pereda, Galdós, Ganivet o Valle-Inclán. 

Hay quien ha considerado a don Miguel como el primer narrador existencialista, adelantándose con Abel Sánchez al Kafka de El proceso o El castillo y con sus personajes agonistas y luchadores, a las novelas existenciales de Sartre o Camus. También se le ha visto como un precedente de este último en el modo de integrar el paisaje y los personajes y además como un precursor de las técnicas del realismo objetivista con su Novela de don Sandalio, jugador de ajedrez. En definitiva, puede concluirse, siguiendo a Andrés Amorós, que los rasgos de la novelística unamuniana, como la falta de interés en la descripción decimonónica de personajes y paisajes, la ausencia de final integrador, los personajes en busca de sí mismos, la importancia concedida al lector o los contenidos metaliterarios, hicieron del autor bilbaíno todo un pionero de la novela contemporánea en España.

Niebla en el marco de la producción unamuniana y su importancia en la literatura universal

Hoy en día resulta incuestionable que Niebla es la más valiosa de las obras narrativas de Unamuno, pero esto es algo que él no tuvo tan claro, pues guardó un llamativo silencio sobre su novela desde que prácticamente la terminase en 1907 hasta su publicación en 1914. Es más, Unamuno llegó a referirse a Niebla como «definitivamente fracasada» y a tacharla de «aborto de novela». Esto no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que en el prólogo a la tercera edición de 1935, nuestro autor, tras ofrecer un repaso a las traducciones de su nivola en el que parece traslucirse un cierto y comprensible orgullo, dice lo siguiente: «Yo no me equivoqué, pues desde el principio supuse -y lo dije- que ésta que bauticé de nivola habría de ser mi obra más universalizada». 

Las mencionadas traducciones no fueron inmediatas, pero cuando comenzaron, se sucedieron con rapidez. La primera tuvo lugar en 1921 y fue al italiano. Desde entonces, y hasta 1935, Niebla fue traducida a otros nueve idiomas tan diferentes como el húngaro, el francés, el alemán o el polaco. Don Miguel concluyó que el éxito de Niebla respecto a otras obras suyas residía en que su fantasía y tragicomedia 

ha de ser lo que más hable y diga al hombre individual que es el universal, al hombre por encima, y por debajo a la vez, de clases, de castas, de posiciones sociales, pobre o rico, plebeyo o noble, proletario o burgués.

No cabe duda de que esto es cierto, pero resulta evidente que el prestigio que don Miguel poseía en el ámbito del pensamiento y la cultura europea de su tiempo ya en 1914 también contribuyó a la universalización de Niebla. Además, hay que tener en cuenta que la narrativa unamuniana posterior a Paz en la guerra y muy especialmente en el caso de Niebla, constituye todo un adelanto artístico, pues nuestro autor logra anticipar dos rasgos fundamentales del posterior modernismo literario europeo: el empleo de la ironía cervantina y la recuperación de la metáfora calderoniana de la vida como teatro. Lo primero lo animó a explorar el mundo de la persona y el personaje y, lo segundo, a concebir la vida como novela, facilitando la concepción de la nivola. Coincide con esa opinión Amorós, quien comenta que las narraciones de Unamuno tenían poco que ver con las publicadas en su tiempo, a la vez que mostraba innovaciones propias de la novelística posterior. En la misma línea, Manuel Alvar plantea que la novela actual le debe mucho a Niebla, especialmente por posibilitar la evolución de obras ofrecidas a través del punto de vista del autor a obras ofrecidas a través del punto de vista de los personajes.

Constituye casi un tópico decir que Unamuno utilizó todos los géneros literarios para tratar las mismas cuestiones. Si a esto le añadimos que su forma de utilizar dichos géneros no muestra fronteras muy definidas y que dijo que toda obra «es siempre autobiográfica, que todo autor no habla en realidad más que de sí mismo», resultará comprensible que sea sencillo encontrar similitudes y conexiones intertextuales entre las obras unamunianas en general y entre Niebla y muchas otras en particular. 

Así, incluso en Paz en la guerra, la cual no se parece a las demás novelas del bilbaíno, podemos encontrar ya motivos presentes en Niebla, como el pensamiento sobre la muerte y el deseo de trascendencia, de que su vida «se le prolongue más allá de la muerte para gozar, en un día sin noche, de luz perpetua». 

La cercanía resulta mucho mayor con otras obras, como por ejemplo con la novela Amor y Pedagogía y con el ensayo Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Respecto a la novela, que fue la segunda que Unamuno publicó, la primera alejada de los cauces del realismo (Armando Zubizarreta la tilda de antirrealista) cabe la posibilidad de que su pobre acogida fuese lo que llevó a Unamuno a albergar respecto a Niebla las reservas y juicios negativos mencionados más arriba, dadas las notables semejanzas entre ambas obras. No es solo que en Niebla aparezcan numerosas referencias intertextuales a Amor y pedagogía, como la expresa mención del título de la novela o del personaje de Fulgencio Entrambosmares en el prólogo de Víctor Goti, o la aparición del mismísimo protagonista, Don Avito Carrascal, quien charla con el protagonista de Niebla, Augusto Pérez, al salir de la iglesia, sino que en Amor y pedagogía nuestro novelista ensaya el método nivolesco que perfeccionaría en Niebla, mostrando además en ambas obras «el despertar de la personalidad de un individuo» y una similar «atmósfera de ideas y preocupaciones».

Tal como indica Armando Zubizarreta, la gestación de Niebla tuvo momentos de coexistencia con el ensayo Del sentimiento trágico de la vida, publicado en 1912 y con el poemario Rosario de sonetos líricos, publicado en 1911. Estas tres obras constituirían un ejemplo paradigmático del uso unamuniano de diferentes géneros para tratar los mismos temas. Así, dentro del poemario podemos ver sonetos como «La oración del ateo», donde el ansia de trascendencia de nuestro autor se refleja en su deseo de que Dios exista, en su atormentado «querer creer»; en el soneto «Razón y fe» defiende la necesidad de lograr la vida eterna «con razón, sin razón o contra ella»; por mencionar uno más, el soneto «A mi buitre» es un poema simbólico en el que el buitre representa al pensamiento del autor que le devora por dentro, una imagen que muy bien puede recordar a Augusto Pérez con sus eternas reflexiones sobre cualquier asunto. Respecto al ensayo Del sentimiento trágico de la vida, resulta esclarecedor leer estas palabras del propio Unamuno, extraídas de su artículo «Una entrevista con Augusto Pérez»: 

Allí, en mi novela, cuento como el pobre y puro personaje se enteró al cabo de que no era más que un ente de ficción, una invención de mi fantasía, y el sentimiento trágico que con ello se le despertó y toda la tragedia que de ello se siguió.

Existen algunas relaciones un poco más tangenciales entre Niebla y otras obras unamunianas. Así, por ejemplo, en el capítulo X, Augusto se refiere a Mauricio como «el otro», pero concluye que en realidad él mismo es el otro, pues es Mauricio a quien ama Eugenia. Esta cuestión sería desarrollada posteriormente por Unamuno en el drama de 1926, El otro aunque también se encontraba en el cuento de 1908 El que se enterró, cuyo protagonista se ve intercambiado por la imagen de sí mismo durante un episodio de miedo a la muerte. Por otra parte, el personaje de Rosarito aparecería como criada de una pensión donde se hospeda Eugenio Rodera, protagonista de la novela autobiográfica Nuevo Mundo, escrita entre 1895 y 1896. Además, la originalidad donjuanesca de Mauricio, quien declara que él no conquista a las mujeres sino que es conquistado por ellas, constituirá un elemento fundamental de la obra publicada en 1934 El hermano Juan o el mundo es teatro

Podrían citarse, para finalizar, una serie de tratamientos temáticos que también conectarían Niebla con otras obras. Por ejemplo, la cuestión de la paternidad/maternidad, muy relacionada en la obra con Víctor Goti, (quien dice «Con meditar en el misterio de la paternidad hay para volverse loco»), constituye una constante unamuniana que además se encuentra relacionada con su angustia existencial, con su hambre de trascendencia, al ser una forma de sobrevivir a la propia muerte. Precisamente sobre esto reflexiona don Fulgencio en Amor y pedagogía, alegando que llevamos a nuestro padre dentro y que resucitaremos en nuestros descendientes. El mismo asunto se trata en la novela La tía Tula, aunque con un enfoque espiritual. La relación maternal de las esposas con sus maridos también es frecuente y en Niebla podemos verla cuando don Avito le cuenta a Augusto que al morir su hijo, su mujer lo consoló con las palabras «¡Pobre hijo mío», episodio vivido por el mismo Unamuno al morir su propio hijo. Una escena similar se produce en la novela Abel Sánchez, cuando Antonia consuela a Joaquín Monegro. Por dar un ejemplo más, en el capítulo XXXI, Augusto le dice a Unamuno que no sea tan español después de hacerle cabrear al poner en duda su existencia y entonces el autor lanza una diatriba reivindicando su españolidad y su deseo de que exista un Dios español, «el de Nuestro Señor Don Quijote». Este fragmento podría recordar a algunos ensayos unamunianos como Vida de Don Quijote y Sancho, donde el caballero de la triste figura es reivindicado como modelo de hombre hispánico y figura cuasi religiosa; por otro lado, Unamuno siempre manifestó preocupación por la situación de España y aunque en los ensayos recogidos bajo el título En torno al casticismo mostraba un enfoque europeizante, su postura fue cambiando con el tiempo hacia una posición que queda mejor reflejada en el fragmento mencionado y que plasmó en otros ensayos como el de 1906 Sobre la europeización. Arbitrariedades, donde alerta sobre «la europeización y extranjerización intelectual anímica de España».

ESTRUCTURA Y EJES TEMÁTICOS

Propuestas de estructuración y dificultades delimitadoras

Niebla se encuentra dividida en treinta y tres capítulos y tres textos que los envuelven: un prólogo del personaje Víctor Goti y un postprólogo de Unamuno antes del comienzo, y un epílogo que recogería el pensamiento del perro Orfeo al final. Aunque Unamuno no dividió formalmente la novela en partes, la crítica coincide en señalar que el contenido de Niebla sí permite una división tripartita, aunque existen discrepancias en torno al lugar donde establecer las dos fronteras. 

Ribbans propone una división estructural en tres partes delimitadas por la evolución psicológica de Augusto Pérez: del capítulo I al VII, el despertar; del capítulo VIII al XXV, el punto álgido, donde se enfrenta a varias decisiones; del capítulo XXVI al XXXIII, el noviazgo, la ruptura, la visita a Unamuno y la muerte. 

Valdés propone una primera parte constituida por los cinco primeros capítulos en la que un Augusto ensimismado descubre el modo de salir de la niebla existencial al descubrir a Eugenia, conociendo además a Orfeo, quien será su confidente en el proceso. La segunda parte, comprendida entre los capítulos VI y XXX recogería las vicisitudes de la relación con Eugenia, durante la cual, Augusto sale del cascarón de niebla e intensifica la interacción con otros personajes. Finalmente, en los tres últimos capítulos asistiríamos a la pérdida de autonomía del protagonista con la irrupción de Unamuno en primera persona y como creador que se ha cansado de inventar. 

Ana Suárez plantea una propuesta estructural también tripartita y basada en las etapas vitales de Augusto, aunque establece las fronteras en otros momentos. La primera parte, que correspondería al «despertar de la vida vegetativa a la vida consciente», abarcaría desde el comienzo hasta el capítulo VI, cuando Augusto accede a la casa de Eugenia. La segunda parte transcurriría entre los capítulos VII y XXV y en ella vemos a un Augusto que asume decisiones. Esta parte finalizaría con la marcada intervención de Unamuno hablando de los personajes. Los últimos ocho capítulos constituyen el desenlace, con la visita a Unamuno y la muerte de Augusto . 

La opinión de Armando Zubizarreta es que las dos primeras partes de Niebla dan cuenta del desarrollo de la personalidad de Augusto. La primera ocuparía los siete primeros capítulos y mostraría su desorientación e incapacidad de compromiso; la segunda, comprendida entre el capítulo VIII y XXX serviría para narrar la historia de la relación con Eugenia, desde el impacto inicial hasta el abandono; la tercera parte, recogida entre el capítulo XXXI y el Epílogo, correspondería a la autoafirmación de Augusto y su muerte .

Por mi parte, considero que tal vez Niebla no sea precisamente la novela que más se preste a manifestar fronteras nítidas que estructuren su contenido y tal vez la falta de consenso entre los expertos constituya un punto a favor de lo que acabo de expresar. Resulta indudable que tienen lugar acontecimientos fundamentales en la trama (aparición de Orfeo, reunión con Eugenia, contacto con Unamuno…) que podrían servir como momentos inaugurales de nuevas partes, pero no deja también de ser cierto que los elementos predominantes de cada una de las posibles subdivisiones también pueden aparecer en las demás, favoreciendo una estructura más nebulosa que definida. Es verdad que al comienzo vemos a un Augusto más ensimismado que hacia la parte central, pero aquí tampoco deja del todo de moverse desorientado por la vida. Aunque en la parte final pierde su autonomía a causa de la intervención de Unamuno, tampoco se puede decir que sea muy autónomo al comienzo, cuando es presa del más puro azar. Aunque Unamuno interviene al final del capítulo XXV hablando en primera persona y dirigiéndose a los lectores, no volvemos a presenciar una disrupción semejante hasta el capítulo XXXI. Por poner un ejemplo más, aunque la condición de personaje nivolesco de Augusto se manifiesta fundamentalmente en su encuentro con Unamuno, ya en el capítulo X Víctor Goti de dice a su amigo que es «una pura idea, un ente de ficción»; esto vuelve a insinuarse en el capítulo XVII, cuando Goti le comenta a Augusto cómo es la novela que está escribiendo y prácticamente describe la vida y el carácter de Augusto, a lo que este alega: «¿Sabes, Víctor, que se me antoja que me estás inventando?». En definitiva, considero que tal vez sí se pueda hablar de una estructura tripartita en Niebla, con un planteamiento caracterizado por el azar y el determinismo, un nudo en el que aflora la voluntad y un desenlace donde acontece la pérdida de autonomía, pero quizás resulte imposible o innecesario establecer dos fronteras nítidas que dividan dichas partes. 

Las historias insertadas

Existe otra cuestión estructural importante en Niebla y es la inserción de historias breves y anécdotas al estilo del Quijote y la picaresca . Un primer ejemplo lo tendríamos durante el encuentro entre Augusto y don Avito en el capítulo XIII. El Unamuno narrador nos dice que el segundo contó al primero la historia de su hijo y en nota al pie remite a Amor y pedagogía. Es decir, la historia de Apolodoro aparece elidida pero después sí que podemos leer a don Avito narrar las vicisitudes de su vida actual: su deambular por la liturgia y el descubrimiento maternal de su esposa. Vemos después cómo casi todo el capítulo XIV está dedicado a que Víctor Goti le narre a Augusto sus problemas matrimoniales, la frustración en los primeros años por no lograr tener hijos y la conmoción por el reciente embarazo no deseado de la esposa. En el siguiente capítulo encontramos una historia mucho más breve y ajena a la trama, una anécdota de humor negro contada por Eugenia a su tía para ejemplificar la brutalidad de los hombres, en la que un tipo manifiesta alivio al saber que la esposa de otro hombre ha muerto de sobreparto y no como consecuencia de una epidemia que asola la ciudad. Gran parte del capítulo XVII es dedicada de nuevo a una historia intercalada bastante extensa aunque muy ajena a la trama, un relato folletinesco sobre un enfermo terminal llamado don Eloíno. Todo el capítulo XXI se dedica a otra historia intercalada y folletinesca, esta vez la de don Antonio, un hombre cuya esposa huye con un casado, y que termina en relaciones con la esposa de dicho casado. En el capítulo XXII, a raíz del nacimiento del hijo de Víctor y del declive físico sufrido por su esposa, este le cuenta a Augusto la historia de un pirotécnico portugués que en un accidente desfiguró a su esposa, algo que a él no le importó porque perdió la vista. Finalmente, en el capítulo XXIII se nos habla de la vida y obra del sabio Antolín S. Paparrigópulos.

A pesar de la apariencia de gratuidad de las mencionadas historias y anécdotas, en mi opinión pueden existir varias causas que expliquen su inclusión. La más evidente tal vez sea la de rendir homenaje a la obra cervantina por excelencia. De hecho, Víctor le cuenta a Augusto que pretende incluir la historia de don Elóino en su novela «de cualquier manera, como Cervantes metió en su Quijote aquellas novelas que en él figuran». Una segunda razón podría ser que estas historias sirven al propósito general de Unamuno, que es la reflexión sobre diversos temas; así, por ejemplo, la historia de Víctor Goti o la de don Antonio sirven para explorar la cuestión del matrimonio y la paternidad. Por otra parte, estas anécdotas y relatos podrían relacionarse con la idea de intrahistoria tratada en el ensayo La tradición eterna, del volumen En torno al casticismo. La intrahistoria sería el conjunto de pequeños hechos silenciosos que suceden bajo la capa superficial y visible de la Historia, acontecimientos cotidianos vividos por personas anónimas que sirven de sustento y sustrato al desarrollo y progreso social, características que pueden verse precisamente en los relatos intercalados en Niebla. Por último, resulta llamativo que todas las historias se concentren entre los capítulos XIII y XXIII, es decir, en la parte central de la novela. No encontramos estas historias en la fase de ensimismamiento de Augusto ni en la fase de pérdida de autonomía, por lo que es posible que las historias estén relacionadas con la apertura del protagonista al mundo, al incremento de las interacciones con el entorno social. 

Niebla como compendio de temas unamunianos

La narrativa constituye para Unamuno el medio perfecto donde desplegar sus reflexiones existenciales, ya que goza de una libertad mucho mayor que en el ensayo. Tanto es así que Niebla podría considerarse un compendio de temas frecuentes en la obra unamuniana.

1. La gran pregunta existencial

El deseo de trascendencia, el hambre de eternidad, es tan importante en Unamuno que llegó a expresarse en los siguientes términos: 

saber qué habrá de ser de mi conciencia, de la tuya, de la del otro y de la de todos, después de que cada uno de nosotros se muera. Todo lo que no sea encarar esto es meternos ruido para no oírnos.

Esta cuestión al final se traduce en la necesidad de la existencia de Dios y esto subyace en el simbolismo elemental de Niebla. La relación entre Augusto y Unamuno, personaje y autor, muestra un paralelismo con la relación Unamuno-Dios. Augusto es creado y destruido por Unamuno igual que Dios, de existir, crea a Unamuno y lo destruye. Augusto alcanza la trascendencia al resucitar cada vez que un lector se sumerge en Niebla y Unamuno la alcanzaría, de existir Dios, sobreviviendo a su propia muerte gracias a la pervivencia del alma. En esta concepción de la novela se manifiesta esa aspiración, que el paralelismo entre Niebla y nuestra realidad metafísica vaya más allá de una mera cuestión literaria. Un segundo paralelismo podría contribuir a reforzar toda esta cuestión y sería el constituido por las relaciones Augusto-Unamuno y Cristo-Dios. Tanto Dios como Unamuno serían padres de sus respectivas criaturas, aunque serían también las mismas criaturas, en el segundo caso, por el misterio de la Santísima Trinidad; en el primero, porque Unamuno construye a su personaje con materiales autobiográficos e intelectuales propios, con sus mismas inquietudes, demonios y fantasmas. Augusto vive a través de treinta y tres capítulos, un número equivalente a los años de Cristo, y muere, como él, tras una última cena, resucitando poco después en un sueño de Unamuno. Cristo basa su existencia en el amor a los hombres y muere abandonado por ellos, mientras que el sentido de la vida de Augusto descansa en el amor por las mujeres, hasta el punto de tratar de estudiarlas científicamente, y por ellas, especialmente por Eugenia, muere abandonado. 

2. Paternidad agridulce

Cómo ya se mencionó, el asunto de la paternidad entra en relación con el deseo de trascendencia y en Niebla, la paternidad también constituye una cuestión palpitante, y no solo porque, como se acaba de decir, Unamuno sea tan padre de Augusto como Dios lo es de Cristo. 

Las relaciones paterno-filiales son complejas, dramáticas y agridulces en nuestra novela. Tanto Augusto  como Eugenia  son huérfanos de padre y madre mientras que don Avito sufre profundamente por la pérdida de Apolodoro. Por su parte, Mauricio tiene miedo de comprometerse con Eugenia, pues si lo hace, ella querrá tener hijos y esto supondrá para el tunante lo que menos desea en el mundo: tener que trabajar. 

Pero es Víctor Goti, en muchos aspectos alter ego de Unamuno, el personaje que nuestro autor más utiliza para explorar este tema. A Víctor y a su mujer la paternidad les genera una profunda frustración, primero por su ausencia  y, después, por su llegada. En su juventud, cuando lograron resignarse a no ser padres, la persistencia de los instintos los llevó a adoptar un perro, lo cual, lejos de suponer algún alivió, les granjeó una traumática experiencia al ver morir al animal. Después, cuando se acostumbran a su condición, la paternidad vuelve a convertirse en fuente de sufrimiento, pues llega no siendo deseada. El nacimiento del niño finalmente trae algo de felicidad y Víctor dice que ambos se sienten como si hubieran despertado de un sueño y acabasen de casarse; además, retoma la novela que estaba escribiendo, como si le hubiese cogido el gusto a crear. Sin embargo, también explica que ver crecer a los hijos es a la vez la experiencia más dulce y más terrible, porque ellos son los que de verdad evidencian nuestro envejecimiento, privándonos de la sensación de eterna juventud, por lo que Víctor llega a recomendar a Augusto que no se case o que, en caso de hacerlo, no tenga hijos. De hecho, más tarde, Víctor ahonda en los aspectos negativos de la paternidad, considerándola un experimento patológico que despierta en el hombre lo más terrible, el sentido de la responsabilidad. 

3. La cuestión del suicidio

El suicidio constituye un verdadero leitmotiv unamuniano, habiendo llegado a suponer para nuestro autor una tentación en la vida real. Esto no es de extrañar, pues la muerte autoinfligida constituye la vía más rápida para descubrir la respuesta a la gran pregunta sobre nuestro destino tras el fallecimiento. En Niebla adquiere una importancia capital, y no solo porque la palabra «suicidio» y sus formas derivadas aparezcan en la novela al menos una treintena de veces, sino porque la decisión de Augusto de terminar con su vida supone el detonante que permite que tenga lugar la situación más sorprendente, original y determinante de la obra, el encuentro entre personaje y creador en Salamanca . 

Además, el suicidio también genera el enfrentamiento dialéctico entre Víctor Goti y Unamuno que tiene lugar en los prólogos, pues el primero defiende que su amigo se suicidó, mientras que el segundo asegura que fue él quien le quitó la vida. A lo largo del relato tenemos noticia de otros tres suicidas: el padre de Eugenia, que se quitó la vida tras un fracaso bursátil; el hijo de don Avito , que se ahorca tras una vida de experimentos pedagógicos administrados por su padre; y el primer marido de doña Sinfo, la señora que se casa con don Eloíno en una de las historias incrustadas, un albañil que se lanza al vacío desde un andamio. Podemos ver de este modo que en el universo unamuniano el suicidio parece ser un suceso extendido que afecta a personas de diferentes edades y estratos socioeconómicos. 

Sin embargo, la mayor relevancia de esta cuestión tiene lugar en los últimos cuatro capítulos, donde se concentra una veintena de formas derivadas de «suicidio», apareciendo al menos la mitad de ellas en el intenso diálogo que mantienen Augusto y Unamuno. Allí, la práctica de quitarse la vida se revela además como la prueba de la inexistencia real de Augusto, de su falta de entidad fuera de los límites de la ficción, pues quien no existe no puede poner fin a su existencia. 

4. Metaliteratura nivolesca

No parece descabellado asegurar que Niebla supuso un punto de inflexión en la historia de la metaliteratura, pues como explica Nicholas «es una obra autorreflexiva que llega a ser completamente consciente de su propia dimensión literaria». Por su parte, Zubizarreta define la nivola como «una meta-novela cuyo intento es crear una pregunta por el sentido de la vida y el universo». 

Los procedimientos metaliterarios que encontramos resultan, no solo numerosos, sino extremadamente originales. Es habitual encontrar metanarraciones en las que el protagonista es un escritor que da cuenta del proceso creativo de la novela que los lectores se encuentran leyendo, pero no lo es tanto toparse con personajes como Víctor Goti que prologuen la novela en la que aparecen y que además aseguren haber concebido el género literario al que se adscribe la obra que están prologando. Del mismo modo, no es frecuente que el autor lleve a cabo una intervención como la del final del capítulo XXV, cuando Unamuno, en letras cursivas, al menos en la edición que estoy manejando, se dirige directamente al lector para explicar que él es el Dios de su personajes. Pero ni mucho menos resulta corriente ver al protagonista de una novela discutir acaloradamente con su creador sobre la existencia de ambos.

Pero Niebla no es una novela metaliteraria solo en el sentido de mostrar complejas innovaciones, sino también por tejer una rica red de conexiones intertextuales y reflexiones sobre la literatura. Víctor Goti, en su prólogo, no tarda en empezar a hablar de escritores, de libros y, precisamente, de prólogos, por lo que tal vez podamos hablar de un metaprólogo. Las referencias explícitas o veladas a escritores, obras y personajes son abundantes a lo largo de la novela: Cervantes, Quevedo, El Quijote, Leopardi, Píndaro, Antonio Machado, Bécquer, Don Juan Tenorio, La Divina Comedia, la Eneida  o Shakespeare son algunos ejemplos.

Sin duda, la reflexión más interesante sobre la literatura tiene lugar en el capítulo XVII. Nada más terminar de contarle a Augusto la historia de don Eloíno y decirle que la va a incluir en su novela, Víctor pasa a ofrecernos las líneas maestras de una verdadera poética de la narrativa unamuniana. Explica que su obra no tendrá argumento como tal, sino que este irá surgiendo y que un escritor debe dejarse llevar por un impulso y escribir «como se vive, sin saber lo que vendrá». El carácter de los personajes se irá formando. Más que descripción habrá diálogo, pues las descripciones y los sermones son mera paja. El autor no ha de mostrar su punto de vista, sino transmitir el de los personajes. Finalmente Goti dice que piensa meter en la obra todo lo que se le ocurra, a lo que Augusto alega que entonces no será una novela. Víctor explica entonces el origen del término nivola, análogo a sonite, acuñado por Manuel Machado cuando le dijeron que una de sus composiciones poéticas no podía considerarse un soneto por no ajustarse a las características clásicas de esta composición. Al acuñar el nombre se crea el género y quien lo hace le impone sus propias normas, escapando así de las críticas. Y en la nivola de Goti y de Unamuno el diálogo será la base y, cuando el personaje esté solo, lo será el monólogo o el falso diálogo con un perro. 

Aunque no se desarrollan tan explícitamente, resultan también esenciales las metáforas calderonianas de la vida como sueño y del mundo como teatro, las cuales son actualizadas de este modo: la vida del personaje (o del hombre) como sueño del autor (o de Dios), y el mundo como novela. Estas cuestiones se entremezclan también en el capítulo XVII, cuando Augusto ya se ha despedido de su amigo y reflexiona en los siguientes términos:

Y esta mi vida, ¿es novela, es nivola o qué es? Todo esto que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción? ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de quien sea, que se desvanecerá en cuanto Él despierte, y por eso le rezamos y elevamos a Él cánticos e himnos, para adormecerle, para acunar su sueño? ¿No es acaso la liturgia de todas las religiones un modo de brezar el sueño de Dios y que no despierte y deje de soñarnos? 

5. Amor y personalidad

Parece natural que esta cuestión de la personalidad preocupase a un hombre tan complejo como Unamuno. Se le ha descrito como ardiente, apasionado, extremo, agónico, luchador y activísimo, aunque también como contradictorio, pues junto a todas esas facetas estaba la de un Unamuno contemplativo y solitario en busca de paz. El de la personalidad es uno de sus grandes interrogantes y reflexiona sobre el yo externo, social, relacionado con la Historia, y el yo interno, personal, relacionado con su concepto de intrahistoria . 

Los problemas de la personalidad, junto a los existenciales, son los principales del género nivolesco. Como explica Víctor Goti en el mencionado capítulo XVII, el carácter de los personajes se va formando según avanza la historia. Lo que importa no es lo que les sucede sino lo que son o llegan a ser. En Niebla, gracias al diálogo, al monólogo y al monodiálogo, asistimos a los conflictos de personalidad de Augusto y a la búsqueda constante de sí mismo. 

El amor será la llave que permita activar los mecanismos de la personalidad de Augusto y escapar de la niebla existencial en que se halla envuelto. Cuando Eugenia se cruza en su vida al comienzo del capítulo I, vemos a un ser ensimismado que no sabe ni qué dirección tomar y que se plantea esperar a que aparezca un perro para seguir su camino. Sin embargo, es Eugenia la que pasa ante sus ojos y la empieza a seguir como un autómata, casi sin darse cuenta, mientras se limita a contemplar el mundo a su alrededor. Eugenia, cuyo nombre augura el «bien nacer» de la personalidad de Augusto, es una mujer que tiene lo que a él le falta: gallardía y voluntad. Desde que ella aparece, el amor pasa a ser el sentido de la vida de Augusto, aunque él se convierte más bien en un amante de la mujer en abstracto, sintiéndose atraído por todas las que ve, incluso por su criada Liduvina, hasta el punto de decidir dedicarse al estudio de la psicología femenina. A raíz de ello visita al erudito Antolín S. Paparigópulos, el cual le ofrece una estrambótica teoría del siglo XVII según la cual las mujeres poseen un alma colectiva, lo que las lleva a disponer de una mayor individualidad pero de una menor personalidad. 

Cuando Augusto es burlado por Eugenia, este se queda hundido, y le explica a Goti que la causa de su padecimiento no es el amor, sino haber sido tratado como si no existiese, anticipando así lo que descubrirá en su encuentro con Unamuno. Sea cual fuere el motivo que lo lleva a querer suicidarse y, finalmente, a morir por decisión del autor, lo cierto es que las últimas palabras que lanza antes de fallecer son: «¡Eugenia, Eugenia!». 

ESTILO LITERARIO 

Juegos de palabras y pensamientos

Ya se ha dicho que nuestro autor desterró las técnicas realistas de sus novelas desde la creación de Amor y pedagogía, pero Unamuno también rechazó la estética del Modernismo, llegando a atacar a Rubén Darío. Se mostraba contrario a sacrificar el contenido en pos de la forma, y el misterio de la existencia en pos del culto a la belleza. Es partidario de que el estilo sea cercano al del habla y propone evitar la artificiosidad formal y limitar el uso de figuras retóricas. Sin embargo, nada de esto es óbice para que podamos encontrar en Niebla algunos fragmentos de desbordante belleza, como el reproducido a continuación: 

Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah!, breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba.

Sin duda el Unamuno poeta hace aquí acto de presencia, ofreciendo una prosa elegante, equilibrada y sugestiva, con curiosas metáforas como la que compara el sonido de la aparición de Eugenia con el de las alas de una paloma, o la que equipara la turbación de Augusto con la vida vegetal, o la que describe la belleza de los ojos de Eugenia como una luz espiritual y misteriosa.  

Es verdad que este tipo de fragmentos no son los más habituales en Niebla; no podría ser de otro modo, teniendo en cuenta que la novela unamuniana es una confluencia de narrativa y filosofía, y un medio para la reflexión existencial. Unamuno gusta sobre todo de los juegos conceptistas. Utiliza ironías, como llamar «Augusto» a un personaje como el protagonista; paralelismos como «el que viaja mucho va huyendo de cada lugar que deja y no buscando cada lugar a que llega»; retruécanos como «¡no metáis en la cabeza lo que os quepa en el bolsillo! (…) ¡no metáis en el bolsillo lo que os quepa en la cabeza!», antanaclasis, como «apuntar con lápiz el nombre de esa señorita y podría borrarse. ¿Se borrará su imagen de mi memoria?»; o, por mostrar un ejemplo más, juegos de antítesis que recuerdan al «muero porque no muero» de Santa Teresa, como «me ha vuelto ciego al darme la vista. Yo no vivía, y ahora vivo; pero ahora que vivo es cuando siento lo que es morir» . Además de estas figuras retóricas, es destacable la acuñación de neologismos, como «topofobia», «filotopia», «ginepsicología» o «antropismo», o la composición de palabras como «pincha-ranas, caza-vocablos, barrunta-fechas». Todos estos ejemplos son prueba de la pasión que Unamuno sentía por la etimología, pues «en griego ethymos, es la verdad. ¡Buscar la verdad en la palabra!» y están en consonancia con su consideración de la lengua como sangre del espíritu que hay que vivificar y renovar.

La integración temático-formal y la fusión genérica

En Niebla asistimos a una completa integración de la forma y el fondo, y siendo la sustancia temática principal la reflexión sobre la existencia, parece lógico que el diálogo y el monólogo interior constituyan la forma esencial en que se presentan dichos contenidos, el primero por su tradición filosófica y su prestación al enfrentamiento de posturas antagónicas y el segundo porque permite mostrar el pensamiento y la psicología del personaje. Sin embargo, aunque en principio sean dos técnicas diferentes, en Niebla se convierten prácticamente en lo mismo, tal como se explica en la conversación entre Unamuno y Augusto: 

— (…) cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.

—Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos… 

Junto a ellos destaca el genial artificio de introducir la figura de Orfeo a partir del capítulo V para que sirva de mudo receptor de las divagaciones de Augusto, generando monodiálogos, es decir, monólogos interiores de facto pero con una estructuración cercana a la requerida en el diálogo. 

El punto anterior se relaciona también con otro aspecto esencial de las obras unamunianas y es la fusión genérica o, dicho de otro modo, la ausencia de fronteras nítidas entre los diferentes géneros literarios que don Miguel emplea para expresar una y otra vez las mismas cuestiones. De este modo, en Niebla podemos encontrar elementos propios del ensayo, como son la exposición y reflexión en torno a diversas cuestiones filosóficas; rasgos de la lírica, como la expresión de los sentimientos del yo poético o el empleo de figuras retóricas generadoras de placer estético; particularidades de la épica, aunque sea como parodia, que pueden verse en la figura de Augusto como héroe (o más bien como antihéroe) que emprende un viaje respondiendo a una llamada, en este caso del amor, que fracasa en su lucha y que retorna al punto de partida; y, por último, características del drama, especialmente por la abundancia de diálogo, pero también por la presencia de elementos trágicos, como sería la muerte de Augusto, que nos mueve a una profunda catarsis, y elementos cómicos, como el genial humorismo que impregna toda la novela, muy relacionado con los juegos conceptistas. 

Realismo a la unamuniana 

Cabría dedicar unas líneas a la relación entre Unamuno y el realismo. Ya se ha dicho que tras Paz en la guerra nuestro autor no volvió a aplicar las técnicas realistas en sus novelas, pero esto no significa que el bilbaíno renegase de mostrar la realidad en el arte, sino que consideraba que la manera decimonónica de hacerlo no era la correcta. Es decir, Unamuno no rechaza el realismo en sí, sino el Realismo decimonónico, a la par que crea y abraza su propio realismo, su propia manera de plasmar la realidad en la obra literaria. La poética de la narrativa unamuniana explicada por Goti en el capítulo XVII no responde a meros caprichos, sino al deseo de que la novela se parezca más a la vida, donde no se sabe cómo van a desarrollarse los acontecimientos y donde no existe un plan trazado que integra todos los elementos en un perfecto desenlace. En definitiva, Unamuno pretende: 

reflejar fielmente la realidad...tal como la concibe Unamuno: «La novela tiene que ser, como la vida misma, organismo y no mecanismo (...). No es maquinaria lo que hay que mostrar, sino entrañas palpitantes de vida, calientes de sangre».

VALORACIÓN

Como hemos podido ir viendo a lo largo del presente trabajo, Niebla no es otra cosa que Unamuno en estado puro. En sus capítulos confluye toda la maestría del genial escritor bilbaíno, quien fue capaz de concebir un modo diferente de crear narrativa que no tenía nada que ver con lo existente hasta entonces y que anticipó numerosos rasgos de la gran novela del siglo XX. 

Se trata de una obra de una densidad extraordinaria, algo que se puede comprobar en cada nuevo acercamiento a su lectura. Sus páginas se encuentran repletas de inteligencia y pensamiento, conceptismo y humor, ternura y hondas preocupaciones existenciales. Cada revisión de Niebla permite encontrar nuevos resquicios de genialidad, nuevas sorpresas y desafíos, nuevas conexiones intertextuales que habíamos pasado por alto. 

Niebla es tan real y misteriosa como nuestras vidas. Es un reflejo de las brumas que envuelven nuestra cotidianidad, nuestro destino, nuestras aspiraciones y nuestros temores. Su autenticidad queda patente en sus naturales diálogos, en sus atormentados personajes o en el flujo de conciencia desesperado de un protagonista en busca de sí mismo, en busca de la luz que lo guíe a través de los nebulosos caminos del tiempo. Por todo ello no es de extrañar que Niebla continúe hoy en día captando la atención de la crítica y fascinando a lectores de todo el mundo tras más de un siglo de existencia.   

BIBLIOGRAFÍA 

Alvar, M., De Galdós a Miguel Ángel Asturias, Madrid, Cátedra, 1976.

Amorós, A., Introducción a la novela contemporánea, Salamanca, Anaya, 1966.

García de Nora, E., La novela española contemporánea, Madrid, Gredos, 1963.

Millán, M. C., Textos literarios contemporáneos. Literatura de los siglos XX y XXI, Madrid, UNED, 2010.

Millán, M. C. y Suárez, A., Introducción a la literatura española. Guía práctica para el comentario de texto, Madrid, UNED, 2011.

Nicholas, R., Unamuno narrador, Madrid, Castalia, 1987.

Onieva, A., Unamuno, Madrid, Gredos, 1964.

Pedraza, F. y Rodríguez, M., Manual de literatura española IX. Generación de fin de siglo: Prosistas, Tafalla, Cénlit, 1987.

Suárez, A., «Introducción», en Unamuno, M., Niebla, Madrid, Alianza, 2018, libro-e.

Unamuno, M., Niebla, Madrid, Castalia, 1995.

Zubizarreta, A., «Introducción. “Niebla”: la meta-novela», en Unamuno, M., Niebla, Madrid, Castalia, 1995, pp. 7-70.


12/2/21

Romance oximorónico

Eres tú tan de Foucault 

yo tan de Gustavo Bueno;

tú eres muy de Roland Barthes

y yo de Jesús Maestro

Yo, Santillana y Manrique

tú, poetas posmodernos;

yo Cervantes y Galdós

y tú con Rosa Montero.

Yo, Berlanga y Carlos Saura

tú, Tres metros sobre el cielo;

yo con Goya y con Velázquez

y tú con hamparte fresco.

Tú conmigo te extravías

yo contigo no me encuentro; 

nuestro amor oximorónico

piensa con los sentimientos. 


NOTA: Este texto pertenece a mi poemario Lo peor. Puedes comprarlo aquí en e-book y aquí en papel para apoyar mi trabajo.



16/6/20

Comentarios en torno a «Memorias de un cortesano de 1815», de Galdós

Memorias de un cortesano de 1815 es una novela histórica publicada por don Benito Pérez Galdós en 1875 dentro de la segunda serie de los Episodios Nacionales. Se adscribe a la tendencia estética del realismo decimonónico, aunque cabe destacar que posee rasgos propios de la picaresca, como la narración en primera persona, el empeño del protagonista por ascender en la escala social mediante todo tipo de artimañas, el trasfondo moralizante y el uso frecuente de la sátira, el humor, la ironía o la caricatura. El argumento gira en torno a Juan Bragas, renombrado como don Juan de Pipaón, un funcionario de quinta que mediante adulación y favores burocráticos consigue medrar hasta formar parte de la camarilla del rey Fernando VII. 

La pertinencia de incluir Memorias... en el género de la novela histórica se justifica por algunas de sus características. La trama argumental pertenece al mundo de la ficción pero en ella aparecen hechos y personajes históricos reales, como el asunto Oudinot y el manifiesto de los Persas o como el rey Fernando VII y Francisco Fernández de Córdoba, duque de Alagón. Es cierto que no existe una distancia temporal demasiado amplia entre la época histórica en la que se ambienta la novela y aquella en que Galdós la redactó (apenas median 60 años) pero esta no es una condición imprescindible sino solo habitual en el género. De hecho, la medida de la distancia temporal constituye precisamente un criterio para clasificar las novelas históricas. Así, por un lado estarían aquellas obras en las que existe gran distanciamiento, como las de Robert Graves respecto a la Roma imperial, y, por otro lado, aquellas en que se da cierta contemporaneidad, como ocurre en Los miserables, de Víctor Hugo y en los propios Episodios Nacionales, de Galdós. 

Podemos seguir a Lukács (Navarro Salazar, 2012:10-15) que en su ensayo La novela histórica, lanzó una serie de características para definir el género. Comentaremos brevemente cada una respecto a Memorias...:

Sentido histórico: Lukács plantea que lo característico de los personajes en este tipo de novelas se entiende desde su época, no desde un presente atemporal. Personajes históricos como Fernando VII, lógicamente no podrían entenderse desde el prisma de otra época que no fuera la suya, pero lo mismo sucede con los personajes no históricos, como el propio don Juan de Papión, cuyos rasgos esenciales son los de un funcionario absolutista y devoto que medra activando los resortes de la corrupción del Estado de su tiempo. Nada de lo que sucede a los personajes de esta novela cobra total sentido si no son contextualizados en aquellos años de restauración borbónica tras las Cortes de Cádiz y de represión feroz hacia liberales y constitucionalistas. 

Revitalización profunda del pasado: este aspecto consiste en una recreación verosímil del pasado por parte del novelista y, creo que para ejemplificarlo, bastará con transcribir las palabras de Mesonero Romanos, quien dijo que Galdós en esta novela   
«ha sabido trazar un cuadro acabado de aquella corte y de aquella época, en que no se sabe qué admirar más, si la misteriosa intuición del escritor, que por su edad no pudo conocerla, o la sagacidad y perspicacia con que, aprovechando cualquier conversación o indicaciones que hubo de escuchar de mis labios, ha acertado a crear una acción dramática con tipos verosímiles, casi históricos, y desenvolverla en situaciones interesantes, todo con un estilo lleno de amenidad y galanura» (Martínez Caña, 2002: 138).
Carácter popular: para el filósofo húngaro, este rasgo de la novela histórica se materializa en la descripción de la realidad de la sociedad y el pueblo que se representa en la obra. En ese sentido vemos que Galdós traza un detallado retrato de diferentes estratos sociales, como los dos bandos de la clase política, los absolutistas, por un lado, descritos en sus tertulias con el rey, fraguando tejemanejes, buscando favores con los que contentar a tal o cual conocido del que han sacado o sacarán algún otro beneficio; los liberales, por otro, principalmente siendo objeto de persecuciones y represión; la decadente nobleza, representada por las señoras de Porreño, a cuyas tertulias acude don Juan tanto para pretender a doña Presentación como para entrar en contacto con individuos bien relacionados que le permitan continuar su escalada social, y que andan desesperadas rogando por que el rey apruebe una moratoria de diez años para sus deudas que evite que pierdan sus propiedades; por último, a pesar de centrarse esta obra en los estratos sociales altos, también las capas más desfavorecidas de la sociedad aparecen reflejadas en el episodio en que don Juan, doña Salomé y doña Presentación se adentran en los bajos fondos madrileños en busca del novio de doña Presentación, fugado de la cárcel. En su truculenta aventura aparece una taberna llena de malos augurios, el patio de una casa de «Tócame-Roque», un portero rufián y una serie de habitaciones donde se hospedaban «Una señora que fue doncella de S. A. la infanta doña María Josefa... un autor de diccionarios, siete poetas, dos grabadores de retratos, un torero, uno que fue magistrado del Crimen...» (Pérez Galdós, 2002: 86-87). Además, por aquellos pasillos se escuchaban voces y ruidos de puertas así como algarabías de chiquillos al tiempo que dos traperos amontonaban sus mercancías en el suelo y tres mujeres se peleaban por sacar agua de un pozo. 

Personajes típicos: respecto a esta cuestión, nos dice Lukács que no existe en estas novelas un héroe épico sino un héroe novelesco, de características típicas, representantes de lo mejor o de lo peor del movimiento que encarnan. En este caso tendríamos más bien a un antihéroe que, efectivamente no lleva a cabo acciones ni épicas ni heroicas pero que sí aglutina algunos de los peores rasgos del mundo absolutista (o de la idea de Galdós sobre dicho mundo), llevados al extremo por medio de la parodia y la caricatura, como el fervor religioso desmedido, el odio visceral a los liberales y a cualquier idea contraria a la preservación de los valores del antiguo régimen, el patriotismo fanático incapaz de ninguna reflexión crítica o la capacidad de mimetizarse con unos resortes podridos de corrupción que permitan el ascenso social. 

Aplicación al presente: sobre este punto, el filósofo húngaro nos dice que el autor revive el pasado a causa de un interés en el presente y en el caso de nuestra novela tenemos un clarísimo paralelismo histórico en el que podemos columbrar ese interés en Galdós: en el tiempo de la ficción acababa de producirse la restauración de Fernando VII con terribles consecuencias para el progreso de la nación y en el tiempo de la publicación de la novela se había producido la Restauración borbónica, esta vez en la figura de Alfonso XII, con lo que la pregunta que se hace Robert W. Dash (1997: 280) «¿Quiso, tal vez, el Galdós liberal, hacer una advertencia velada de la posible repetición de los excesos en la Restauración finisecular?» probablemente deba ser respondida de modo afirmativo. 

Anacronismo necesario: por último, en este punto se nos explica que es imposible que no queden rastros de la distancia temporal entre la época de la ficción y la época del novelista. Sin embargo, dada la escasa distancia de 60 años para el caso que nos ocupa y, además, teniendo en cuenta la maestría de Galdós, resultaría muy complejo encontrar dicha evidencia. Se me ocurre que, tal vez, un profundo análisis morfosintáctico o fraseológico podría delatar en los diálogos rasgos lingüísticos propios de 1875 que no pudieran haberse dado en 1815. Sin embargo, semejante análisis queda en estos momentos fuera de mi alcance.


BIBLIOGRAFÍA

DASH, Robert W., (1997). «Galdós: visión esperpéntica de la historia en memorias de un cortesano de 1815». Actas del sexto congreso internacional de estudios Galdosianos. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria.

KOTSKA VAYO, Estanislao (1842) (atribuida). Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España. Madrid: Imprenta de Repullés. 

MARTÍNEZ CAÑA, Ricardo (2002). El trienio constitucional en la obra de Pérez Galdós. Tesis doctoral. Madrid: Universidad Complutense.

NAVARRO SALAZAR, María Teresa (2012). Novela histórica europea. Madrid: UNED. 

PÉREZ GALDÓS, Benito (2002) [1875]. Memorias de un cortesano de 1815. Madrid: Alianza Editorial.





11/3/19

Fragmentos sublimes de literatura en español

NOTA: Quiero invitarte a leer este artículo en mi nuevo blog, VERBA LATENTIA, donde se ofrece un diseño más agradable y profesional. 

Hace más de tres años, escribí una entrada en este blog (¿dónde si no?) en la cual mostraba una serie de párrafos que había ido recopilando con el paso del tiempo. Eran fragmentos en prosa de grandes figuras de la literatura universal, como Hemingway, Céline, o Bertrand Russell (aunque destacó como filósofo y matemático, también ganó el Nobel de Literatura), y otros escritores no tan grandes ni tan universales, pero que a mí me gustan, como Bukowski, qué le vamos a hacer. Aquellos memorables conjuntos de palabras tenían en común el hecho de haber generado en mí una potente sensación de placer estético, el suficiente como para verme obligado a releerlos y sacarles fotos, copiarlos en viejas libretas o llevar a cabo cualquier otra medida necesaria para que no acabasen desvanecidos en el abismo de mi desmemoria. Hace no mucho, me percaté de que, entre los seleccionados, no había un solo autor hispanohablante. Es normal que ahora me fije en estas cosas, pues soy un filólogo en ciernes, como también es normal que por aquel entonces, arrastrando prejuicios más extendidos de lo que sería deseable, no seleccionase a ningún compatriota (entendiendo patria como Camus la entendía, solo que con la lengua española en lugar de la francesa) pues yo, prácticamente, solo me paraba a leer literatura traducida. Por fortuna, aquella época pasó, las lecturas hispánicas entraron de lleno en mi vida y, poco a poco, fui llevando a cabo una bella recopilación similar a la anterior, dedicada en exclusiva a literatura escrita en nuestro querido idioma, y de la que espero disfrutéis intensamente.



GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA - SAB (1841)

El sol terrible de la zona tórrida se acercaba a su ocaso entre ondeantes nubes de púrpura y de plata, y sus últimos rayos, ya tibios y pálidos, vestían de un colorido melancólico los campos vírgenes de aquella joven naturaleza, cuya vigorosa y lozana vegetación parecía acoger con regocijo la brisa apacible de la tarde, que comenzaba a agitar las copas frondosas de los árboles agostados por el calor del día. Bandadas de golondrinas se cruzaban en todas direcciones buscando su albergue nocturno, y el verde papagayo con sus franjas de oro y de grana, el cao de un negro nítido y brillante, el carpintero real de férrea lengua y matizado plumaje, la alegre guacamaya, el ligero tomeguín, la tornasolada mariposa y otra infinidad de aves indígenas, posaban en las ramas del tamarindo y del mango aromático, rizando sus variadas plumas como para recoger en ellas el soplo consolador del aura.

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EMILIA PARDO BAZÁN - LOS PAZOS DE ULLOA (1887)

Diez años son una etapa, no sólo en la vida del individuo, sino en la de las naciones. Diez años comprenden un periodo de renovación: diez años rara vez corren en balde, y el que mira hacia atrás suele sorprenderse del camino que se anda en una década. Mas así como hay personas, hay lugares para los cuales es insensible el paso de una décima parte de siglo. Ahí están los Pazos de Ulloa, que no me dejarán mentir. La gran huronera, desafiando al tiempo, permanece tan pesada, tan sombría, tan adusta como siempre. Ninguna innovación útil o bella se nota en su mueblaje, en su huerto, en sus tierras de cultivo. Los lobos del escudo de armas no se han amansado; el pino no echa renuevos; las mismas ondas simétricas de agua petrificada bañan los estribos de la puente señorial.

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BENITO PÉREZ GALDÓS - MISERICORDIA (1897)

Con ese mirar vago y distraído que es, en los momentos de intensa amargura, como un giro angustioso del alma sobre sí misma, veía pasar por una y otra banda del jardín gentes presurosas o indolentes. Unos llevaban un duro, otros iban a buscarlo. Pasaban cobradores del Banco con el taleguillo al hombro; carricoches con botellas de cerveza y gaseosa; carros fúnebres, en el cual era conducido al cementerio alguno a quien nada importaban ya los duros. En las tiendas entraban compradores que salían con paquetes. Mendigos haraposos importunaban a los señores. Con rápida visión, Benina pasó revista a los cajones de tanta tienda, a los distintos cuartos de todas las casas, a los bolsillos de todos los transeúntes bien vestidos, adquiriendo la certidumbre de que en ninguno de aquellos repliegues de la vida faltaba un duro. Después pensó que sería un paso muy salado que se presentase ella en la cercana casa de Céspedes diciendo que hicieran el favor de darle un duro, siquiera se lo diesen a préstamo. Seguramente, se reirían de tan absurda pretensión, y la pondrían bonitamente en la calle. Y no obstante, natural y justo parecía que en cualquier parte donde un duro no representaba más que un valor insignificante, se lo diesen a ella, para quien la tal suma era... como un átomo inmenso. Y si la ansiada moneda pasara de las manos que con otras muchas la poseían, a las suyas, no se notaría ninguna alteración sensible en la distribución de la riqueza, y todo seguiría lo mismo: los ricos, ricos; pobre ella, y pobres los demás de su condición. Pues siendo esto así, ¿por qué no venía a sus manos el duro? ¿Qué razón había para que veinte personas de las que pasaban no se privasen de un real, y para que estos veinte reales no pasaran por natural trasiego a sus manos? ¡Vaya con las cosas de este desarreglado mundo! La pobre Benina se contentaba con una gota de agua, y delante del estanque del Retiro no podía tenerla. Vamos a cuentas, cielo y tierra: ¿perdería algo el estanque del Retiro porque se sacara de él una gota de agua?

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PÍO BAROJA - CAMINO DE PERFECCIÓN (1901)

¡Qué vida! ¡Qué horrorosa vida! Cuando más se sufre, cuando los sentimientos son más intensos, se le encerraba al niño, y se le sometía a una tortura diaria, hipertrofiándole la memoria, oscureciéndole la inteligencia, matando todos los instintos naturales, hundiéndose en la oscuridad de la superstición, atemorizando su espíritu con las penas eternas... (...)

Era el colegio, con su aspecto de gran cuartel, un lugar de tortura; era la gran prensa laminadora de cerebros, la que arrancaba los sentimientos levantados de los corazones, la que cogía los hombres jóvenes, ya debilitados por la herencia de una raza enfermiza y triste, y los volvía a la vida convenientemente idiotizados, fanatizados, embrutecidos; los buenos, tímidos, cobardes, torpes; los malos, hipócritas, embusteros, uniendo a la natural maldad, la adquirida perfidia, y todos, buenos y malos, sobrecogidos con la idea aplastante del pecado, que se cernía sobre ellos como una gran mariposa negra. 

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MIGUEL DE UNAMUNO - NIEBLA (1914)

Oyose un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. 

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RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN - LA LÁMPARA MARAVILLOSA (1916)

Toda mudanza substancial en los idiomas es una mudanza en las conciencias, y el alma colectiva de los pueblos, una creación del verbo más que de la raza. Las palabras imponen normas al pensamiento, lo encadenan, lo guían y le muestran caminos imprevistos, al modo de la rima. Los idiomas nos hacen, y nosotros los deshacemos. Ellos abren los ríos por donde han de ir las emigraciones de la Humanidad. Vuelan de tierra en tierra, unas veces entre rebaños y pastores; otras, en la púrpura sangrienta de un emperador; otras, renovando la dorada fábula de los Argonautas, sobre la vela de las naves, con sol y con viento del mar. En las alas con que volaron cuando eran invasoras se mantienen muchos siglos las maternas lenguas, y declinan de aquel vuelo originario cuando nace una nueva conciencia. El espíritu primitivo -pastoril, guerrero o mitológico- deja de animarlas, nace otro espíritu en ellas y abre círculos distintos. El encontrado batallar del alma humana agranda la cárcel de los idiomas, y a veces sus combates son tan recios, que la quiebra. Y a veces los idiomas son tan firmes en sus cercos, que nuestras pobres almas no hallan espacio para abrir las alas, y otras almas elegidas, místicas y sutiles, dado que puedan volar, no pueden expresar su vuelo. Los idiomas nos hacen, y nosotros hemos de deshacerlos. Triste destino el de aquellas razas enterradas en el castillo hermético de sus viejas lenguas, como las momias de las remotas dinastías egipcias, en la hueca sonoridad de las Pirámides. Tristes vosotros, hijos de la Loba Latina en la ribera de tantos mares, si vuestras liras no quebrantan todas las cadenas con que os aprisiona la tradición del Habla. ¡Y más triste el destino de vuestros nietos, si en lo porvenir no engendran dialectos suyos, ciclos de una nueva conciencia en la lengua de los Conquistadores! Al final de la Edad Media, bajo el arco triunfal del Renacimiento, estaba la sombra de Platón meditando ante el mar azul poblado de sirenas. ¿Qué sombra espera bajo los arcos del Sol al fin de Nuestra Edad?

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GABRIEL MIRÓ - EL OBISPO LEPROSO (1926)

Verano de calinas y tolvaneras. Aletazos de poniente. Bochornos de humo. Tardes de nubes incendiadas, de nubes barrocas, desgajándose del azul del horizonte, glorificando los campanarios de Oleza. (...) Las hospederías, los obradores, las tiendas callaban con la misma modorra de sus dueños sentados a la puerta, cabeceando entre moscardas. Los árboles de los jardines, de la Glorieta, de los monasterios, hacían un estruendo de vendaval de otoño, o se estampaban inmóviles en los cielos, bullendo de cigarras como si se rajasen al sol. El río iba somero, abriéndose en deltas y médanos de fango, de bardomas, de carrizos; y por las tardes, muy pronto, reventaba un croar de balsa. Se pararon muchos molinos de pimentón y harina; y entraban las diligencias, dejando un vaho de tierras calientes, un olor de piel y collerones sudados. Verano ruin. No daba gozo el rosario de la Aurora y tronaba el rosario del anochecido. Fanales de velas amarillas alumbrando el viejo tisú de la manga parroquial; hileras de hombres y mujeres colgándoles los rosarios de sus dedos de difunto; capellanes y celadores guiando la plegaria; un remanso en la contemplación de cada misterio, y otra vez se desanillaban las cofradías y las luces por los ambages de las plazas, por los cantones, por las callejas, por las cuestas. 

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MIGUEL DELIBES - LAS RATAS (1962)

Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en concejo. Los tres chopos desmochados de la ribera, cubiertos de pajarracos, parecían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera.
La perra se enredó en las piernas del niño y él le acarició el lomo a contrapelo, con el sucio pie desnudo, sin mirarla; luego bostezó, estiró los brazos y levantó los ojos al lejano cielo arrasado:
—El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo iremos a cazar ratas —dijo.
La perra agitó nerviosamente el rabo cercenado y fijó en el niño sus vivaces pupilas amarillentas. Los párpados de la perra estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condición rara vez llegaban a adultos conservando los ojos; solían dejarlos entre la maleza del arroyo, acribillados por los abrojos, los zaragüelles y la corregüela.

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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ - CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967)

Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de abril por la ventana abierta. Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo que entre una y otra había tiempo para que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como si fueran amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar. Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias. De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas.

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LUIS LANDERO - JUEGOS DE LA EDAD TARDÍA (1989)

Inspirado en el eco de la última campanada, Gregorio se imaginó la agonía de un movimiento originariamente impetuoso. Vio morir las olas contra el faro, la calderilla postrera de una gran fortuna, el suspiro final de un alma apasionada, y no solo se negó a reconocer en esas visiones los síntomas precursores del presente, sino que retrocedió en el tiempo hasta encontrar a Aquiles detrás de la tortuga, y cuando a punto estaba ya de proclamar que el mundo era ilusión y solo ilusión, salió a la realidad con una tragantada de pánico.

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