15/10/15

La muerte pública de Álvaro Cuervo

―¡Yo digo que le obliguemos a beberse su propia sangre! ―gritó una señora cuya voz parecía provenir del infierno. Entre la multitud volvió a elevarse un incontrolable estruendo de gritos y maldiciones. 

―¡Eso sería muy piadoso por nuestra parte! ¡Yo propongo ir cortando trozos de su cuerpo, cocinarlos y hacer que se los coma! ―berreó un tipo gordo empapado en sudor.

Atado a un poste, sangrando por la nariz y cubierto de magulladuras y moratones, Álvaro Cuervo observaba a aquella turba que se extendía a sus pies. Cada vez que alguien hacía una propuesta, él se deshacía en carcajadas. De vez en cuando, lanzaba besos a los hombres, sacaba la lengua a las mujeres y escupía a niños y ancianos, desatando la ira de aquellas personas sedientas de venganza.

―Pues yo, pues yo…―dijo una niña harapienta a la que su madre había cogido en brazos para que se la pudiese escuchar mejor ―¡Yo digo que le cortemos el pito y que le saquemos los ojos y que le cortemos la lengua y que le cortemos los brazos! ―La ovación subsiguiente se escuchó a cientos de metros de distancia.

―¡Da igual lo que hagáis conmigo! ―gritó Álvaro Cuervo―. Seguiréis siendo unos sacos de mierda con patas hasta el fin de los tiempos. ¡Ja, ja, ja!

―¡Amigos, por favor! ―dijo un joven de aspecto dulce y mirada inteligente intentando elevar la voz sobre el griterío―. En el nombre de la cordura, del progreso y de la compasión, os ruego un poco de serenidad. ¿No nos estaremos excediendo? ¿No estaremos rebajándonos al nivel de este individuo o incluso a algo peor? Entiendo que debamos acabar con su vida, pero, ¿por qué ensañarnos de esa manera? ¿Acaso llevarlo a tan elevadas cotas de sufrimiento borrará, en modo alguno, la mancha de su crimen?

―¡Cállate! ―le gritó un anciano de barba descuidada―. Tú llegaste a este mundo hace poco y no puedes hablar con propiedad.

―¡Haz caso a ese viejo apestoso! ―gritó Álvaro Cuervo.

―¡Ese bastardo de lengua deletérea asesinó cruelmente a nuestro Dios! ―gritó el viejo señalando a Álvaro Cuervo con un dedo escuálido y venoso.

La masa encolerizada estalló de nuevo. Los aldeanos se empujaban y apretaban contra la cerca de contención que les impedía llegar hasta el reo. Sus rostros se mostraban desencajados. No paraban de vociferar todo tipo de improperios y, en su desesperación, apretaban los dientes, gruñían como animales y se desgarraban las vestimentas. 

De repente, de entre las personas más alejadas, empezaron a llegar voces que decían: “Apartaos, apartaos. Dejad paso”. El tumulto fue calmándose al tiempo que una anciana coja iba abriéndose camino entre la gente. “Dejad paso a la Primera anciana”, continuaban las voces. 

Cuando la anciana llegó cerca de Álvaro Cuervo, subió a un pequeño estrado que acababan de colocar y se dirigió al público con un tono firme y solemne.

―Estimados vecinos. Acabo de reunirme con el Consejo de los Mundos. Puedo aseguraros que este sujeto recibirá el castigo que realmente merece ―Después de que los gritos de alegría cesaran, la anciana continuó. ―El Consejo se ha comprometido con nosotros… ¡A denegar para siempre a Álvaro Cuervo la entrada en cualquiera de los Mundos de la Red!

Por primera vez en varios días, la cara de Álvaro Cuervo perdió todo atisbo de expresión. A su alrededor, la atmósfera empezó a colmarse de júbilo y él sintió que las fuerzas le abandonaban. Su mirada se cruzó unos instantes con la de la anciana, que le sonreía con malignidad mientras agitaba su mano en señal de despedida.

Cuando Álvaro Cuervo abrió de nuevo los ojos, pudo ver que se hallaba en el interior de su cabina de realidad virtual. Intentó acceder de nuevo a la Red de Mundos, pero se encontró con un mensaje de acceso denegado. Probó de nuevo, una y otra vez, hasta que se dio cuenta de que no tenía sentido continuar. Era incapaz de asumir lo que le estaba sucediendo. ¿Desde cuándo podían echarte de la Red por tener un comportamiento antisocial?

Se desconectó de la cabina, abrió la mampara y, desesperado, accedió a su habitación. Aquello era una insoportable pesadilla. Buscó por todas partes, pero los apartamentos ya no eran como en otros tiempos. Ahora no tenían puertas ni ventanas. La única salida era la cabina, la realidad virtual, los millones de mundos de la Red. 

Álvaro Cuervo se tumbó en el suelo en posición fetal y empezó a llorar como un crío abandonado.





12/10/15

Boj

Aquella noche tuve uno de los sueños más inquietantes de mi vida. Yo estaba en la sala de espera de un misterioso edificio con baldosines hexagonales en las paredes. El ambiente se encontraba saturado de una tensión agobiante. De pronto, un agitado enfermero decía: «Que pase el siguiente, por favor, dense prisa». Al parecer era mi turno. En la consulta había un enclenque doctor, calvo y con barba, acompañado por un enorme gato negro con los ojos muy grandes y abiertos. El médico me preguntaba si era tal persona y yo le decía que no, que me había servido de engaños para poder llegar hasta allí, pues estaba muy enfermo. Entonces el gato empezaba a gruñir y a erizar el pelo. «Eso no le ha gustado a Boj» decía el médico. El felino se acercaba hasta la mesa del doctor y éste comenzaba a hablarle en algún extraño idioma de matices eslavos. El gato estaba cada vez más alterado. El doctor levantaba un folio que se translucía ante mí. En él empezaban a perfilarse unas letras. Entonces yo recordaba el procedimiento. La gente enferma acudía a esa consulta y el gato Boj decidía su destino entre tres opciones: la sanación, la locura o la muerte. El médico se reía mientras continuaba hablando con el gato y las letras de la palabra LOCURA terminaban de formarse en el papel. Cuando desperté, estaba golpeándome la cabeza contra algo blando. Sí, sí, era una pared, una pared acolchada, y estuve gritando, gritando, gritando, pero nadie vino a ayudarme…