10/7/14

Noticias jodidas

Myriam y yo acabábamos de follar. Estábamos en el salón comiendo un sándwich. Yo veía la tele y ella leía el periódico. Era tarde, pero no teníamos sueño. A ella follar la desvela y yo había dormido catorce horas la noche anterior. Yo estaba en pelotas y ella en bragas.

―Dios mío, escucha esto ―dijo Myriam.

―Dime, mi amor.

―Una chica de la India fue condenada a ser violada por el consejo local de su pueblo, que sigue una justicia paralela a la del gobierno, aunque ilegal. La violaron para castigar a su hermano, que intentó violar a otra mujer.

―¡Putos salvajes! ―dije indignado.

―Parece ser algo habitual. Mira, en enero una mujer fue violada por diez miembros del consejo tribal por haber mantenido una relación con un hombre de otro pueblo.

―¿Qué le pasa a esa gente?

Estuvimos un rato en silencio, cada uno a lo suyo, yo a la tele, ella al periódico. Empecé a aburrirme de aquello.

―Vamos a dormir ―dije.

Ya en la cama, Myriam se pegó a mí y dijo:

―No puedo para de pensar en ello.

―¿En qué?

―En la noticia de la India.

―Oh.

―He estado pensando en los que ejecutan la sentencia, esos violadores. No sé, me imagino a un verdugo de los de siempre. Uno que pone en marcha la silla eléctrica o que aprieta el garrote vil. Aunque te horrorizase el acto que vas a cometer, es fácil llevarlo a cabo, en el sentido de que no hay ningún impedimento físico. Tú cerebro da la orden a tus manos, accionas el mecanismo y ya está. Pero en el caso de la India… esos tipos, esa especie de verdugos, tienen que excitarse para ejecutar la condena. Se les tiene que poner la polla dura ante la idea de maniatar y violar a una niña de catorce años completamente aterrorizada, ante la idea de joderle la vida a una criatura inocente… ―y continuó un rato describiendo la escena. Entonces, sin previo aviso, llevó su mano a mi polla.

―¡Hijo de puta! ―gritó.

Y así fue como se terminó lo nuestro.

Preludio

Nota: este microrrelato fue seleccionado para aparecer en el libro Homenaje a Bukowski de la editorial Artgerust. 


Recuerdo con bastante nitidez mi primer día de instituto. Creo que si me concentrase lo suficiente podría volver a experimentar aquella sensación de nerviosismo, ya saben, esa flojera en las piernas, ese hormigueo en el pecho. La posibilidad de conocer chicas me había mantenido en un constante estado de inquietud durante todo el verano. En mi inocencia infantil no fui capaz siquiera de sospechar que lo que realmente me esperaba eran cosas como llevarme buenas palizas, sacar unas notas desastrosas, que me pillasen fumando hierba y me expulsaran una semana, que me robasen en repetidas ocasiones, ser objeto de burlas y acoso, sentirme solo, decepcionado y deprimido y, por si fuera poco, que varias chicas me descuartizasen el corazón. En definitiva, podría decir que mis años de instituto fueron una especie de preludio, un cursillo de iniciación a la vida adulta, una pequeña muestra de lo que estaba por venir, sólo que con más emoción y menos responsabilidades.