1/2/22

Los personajes de «Maladrón», de Miguel Ángel Asturias

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura De la novela de la Revolución a la revolución de la novela hispanoamericana, impartida por don Antonio Lorente Medina en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo

Maladrón salió de imprenta en 1969 y fue la primera novela publicada por Miguel Ángel Asturias desde que se le concediese, dos años antes, el premio Nobel de literatura. Es una obra que forma parte de un conjunto de potentes narraciones hispanoamericanas del siglo XX, caracterizadas por mover a sus personajes a través de inhóspitas regiones de la selva, como podrían ser La vorágine, de Rivera, Los pasos perdidos, de Carpentier o La casa verde, de Vargas Llosa. Podría situarse también dentro de la corriente cultural negrolegendaria antiespañola debido a su empeño en juzgar la Conquista de Hispanoamérica desde los estándares morales del presente, llevando además al extremo todas las características negativas de los conquistadores españoles y minimizando o ignorando sus rasgos o iniciativas positivas, al tiempo que transmite una imagen idealizada de las tribus precolombinas.

En el presente trabajo me propongo llevar a cabo un análisis de los personajes que pueblan esta novela del escritor guatemalteco, un elenco que manifiesta una rica variedad en cuanto a personalidad, características físicas, procedencia e, incluso, entidad metafísica. 


PROPUESTAS DE CLASIFICACIÓN 

Podría decirse que Maladrón es una novela coral, ya que resultaría complicado establecer un protagonista entre los principales personajes. De hecho, este papel parece ir desplazándose a lo largo de la obra de unas figuras a otras, de tal modo que podría recaer con el mismo derecho en Caibilbalán durante los primeros capítulos, en Ángel Rostro al comienzo de la parte central, en Antolín Linares hacia el final de esta parte, o en Lorenzo Ladrada en el desenlace de la obra; todo esto teniendo en cuenta que estas posibles figuras principales siempre van acompañadas por otras de gran relevancia, como Chinabul Gemá al comienzo, Blas Zenteno en la parte central o la india María Trinidad e, incluso, la misma aparición sobrenatural o psíquica de Maladrón, hacia el final. 

Podríamos establecer categorizaciones de los personajes de nuestra novela en función de diversos factores. Atendiendo a su procedencia, tendríamos, primeramente, habitantes originarios del continente americano, como los pertenecientes a la etnia mam, tales como Caibilbalán o Chinabul Gemá, o miembros de otras etnias, como María Trinidad, de la que solo sabemos que es «una india» (y, por tanto, también podría ser mam), los tlascaltecas, que luchan al lado de los españoles , o los gesticulantes indios tiburones; siguiendo con el criterio de la procedencia, tendríamos a los habitantes del viejo mundo, oriundos en su mayor parte de España, como los miembros del grupo de exploradores que buscan la conjunción oceánica, aunque también se menciona a Escafamiranda, pirata posiblemente turco, tal vez al servicio de Inglaterra; si tenemos en cuenta a Maladrón como personaje bíblico, es decir, el ladrón que cuestionó a Cristo en el Gólgota, de nombre Gestas, y no solo como fenómeno paranormal o psicológico en la mente de Lorenzo Ladrada, podríamos mencionar que este personaje procede, no solo de otro lugar, de Judea, sino de otro tiempo, del siglo primero de nuestra era. 

Otro criterio para categorizar estas figuras podría ser el sexo, dejando únicamente a la india María Trinidad, Trinis o Titil-Ic, por su nombre gentil, en el grupo de las mujeres, y a todos los demás personajes conformando el predominante grupo masculino; también podríamos separarlos en grupos etarios, teniendo únicamente a un niño, Antolincito, el hijo de María Trinidad y Antolín Linares, siendo adultos todos los demás.

Algo más complejo sería el criterio basado en la naturaleza existencial o metafísica, dejando también un grupo mayoritario formado por personajes reales y otro menor de personajes sobrenaturales o psicológicos en la mente de Ladrada, como el mencionado Maladrón y el Canónigo Magistral Don Juan Ligano Salmerón, un evangelizador cuyos restos mortales descansaban en la misma tumba donde sería enterrado Antolín Linares tras su escatológica muerte. Cabe decir que este último formaría parte de ambos grupos, pues durante un gran porcentaje de la novela posee entidad de personaje real, de carne y hueso, pero, tras ser enterrado, pasa a engrosar las filas del conjunto de seres sobrenaturales/fenómenos psicológicos, llegando a entablar calurosas conversaciones con el canónigo.

En función de su papel en la obra también podríamos dividir a los personajes en mayores, menores y figurantes, por tomar prestado un término de las artes escénicas. En el primer grupo podrían entrar todos aquellos que en algún momento de la novela pudieran ser considerados protagonistas, como Caibilbalán, Lorenzo Ladrada, Antolín Linares, Ángel Rostro o Duero Agudo. Considero difícil situar a María Trinidad y a Blas Zenteno, pues, si bien tal vez sus papeles no estén a la altura de los anteriores, sin duda resultan mucho más importantes que las figuras menores. Así, en caso de no ser incluidos en el primer grupo, encabezarían la nómina de personajes menores junto a otros menos relevantes como Quino Armijo, Chinabul Gemá, Moxic, Güinakil, Zaduc, el soldado Pedro Paredes o Fray Damián Canisares. Los figurantes se diferenciarían de los miembros de los grupos anteriores en el hecho de que no se mencionan sus nombres. Serían, por ejemplo, el séquito privado de Caibilbalán, los soldados españoles que luchan contra los indígenas mam o los alarifes encargados de trabajar en la construcción de la casa y humilladero de Maladrón, en el valle del mismo nombre. A estas categorías podría unirse una cuarta formada por personajes históricos de los que se menciona el nombre pero que tienen poca o nula intervención en la trama, como por ejemplo el Avilantaro, nombre mexica del conquistador don Pedro de Alvarado, así como otros conquistadores históricos como Alonso Gómez de Loarca o, en el marco de otras ocupaciones, el pirata Francis Drake, o los hermanos Herodes. 

Un último sistema de categorización que querría proponer sería el basado en la diferenciación entre personajes que intervienen en el tiempo presente de la obra frente a aquellos de los que tenemos noticia a través de narraciones de los personajes o del propio narrador. Así, entre los primeros se encontrarían, evidentemente, las figuras mayores y gran parte de las menores, mientras que en el segundo encontraríamos, por ejemplo, al amo de Lorenzo Ladrada, Escafamiranda, del que tenemos noticia a través de su criado y de la entidad Maladrón, o a Zaduc de Córdoba, el saduceo que inició a Duero Agudo en el culto del Maladrón durante la travesía en galeón desde España hasta América; se daría una situación particular en el caso de Maladrón, pues a la vez que interviene en el presente de la trama, también su historia nos es referida, tanto por el narrador, como por Duero Agudo (que a su vez fue informado por Zaduc en el pasado) como por el propio Maladrón, que le cuenta a Ladrada los detalles de su martirio. 


DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES PRINCIPALES Y PARTICIPACIÓN DE ESTOS EN LA TRAMA

En Maladrón no hay ningún personaje que aparezca en todos y cada uno de los treinta capítulos de la novela. Algunos pueden desaparecer en un capítulo y no volver a ser siquiera nombrados, mientras que otros pueden manifestar una continuada presencia a lo largo de un gran número de páginas. A continuación vamos a estudiarlos analizando su presencia en la novela y sus características etopéyicas y prosopográficas. 


CAIBILBALÁN

El Gran Mam, Mam de los mam o Señor de los Andes Verdes aparece por primera vez en el capítulo 1, en la ceremonia de la llamada del invierno. Tiene presencia, además, en los capítulos 2 al 7, y en el capítulo 13 es mencionado por el narrador al recordar una frase que lanzó en el capítulo 4: «¡Guerreros… Nosotros y los venados… Nosotros y los pavos azules… De otro planeta llegaron por mar seres de injuria…!», paráfrasis de la cita que encabeza la novela. Es una figura basada en un personaje histórico, un jefe de los mam llamado Kaibil Balam que defendió heroicamente la ciudad de Zaculeu del asedio dirigido por don Pedro de Alvarado, el cual se prolongó durante cuatro meses. El jefe indio contaba con unos cuarenta años y resultó elogiado por los cronistas españoles.

Constituye la figura principal de la primera parte de la novela, la que relata el enfrentamiento entre los mam y los conquistadores. Su nombre aparece mencionado más de cuarenta veces en los capítulos 1 al 7. En el capítulo 2, tiene lugar el encuentro entre el jefe mam y Chinabul Gemá, del que hablaremos después. Caibilbalán recibe malas noticias: los caciques de las Macanas de Espejo han caído derrotados frente a los españoles y los indios tlascalas. Las técnicas militares no han servido de nada, por lo que el emisario Chinabul propone abandonar ese tipo de organización y regresar a la guerra de montaña. Esta idea no es del agrado del jefe mam. Considera que han dejado atrás la barbarie, que una nación civilizada no puede utilizar ese tipo de tácticas. El capitán Moxic, del que también hablaremos, se pone del lado de Chinabul Gemá, anticipando la soledad del jefe mam en la dialéctica entre las dos concepciones de la guerra, la cual lo llevará a su fin. 

Los argumentos del emisario y el capitán parecen sólidos; los indígenas carecen de caballos y armas de fuego y no pueden vencer a los españoles en su terreno. La guerra fantasma, similar a lo que hoy podríamos entender por guerra de guerrillas, les brinda una oportunidad, ocultándose y atacando en numerosos puntos a la vez. Parece que el jefe mam ha adquirido una posición dogmática y prefiere la derrota antes que renunciar al empleo de un ejército propio de una civilización avanzada. Sin embargo, en el capítulo 3 descubriremos que Caibilbalán es un hombre racional y reflexivo, y que sus decisiones se encuentran motivadas por el deseo de victoria. Seguir el consejo de Chinabul supondría fragmentar el ejército y apostar por el azar. Además, este tipo de ataques llevan la destrucción más allá del área de combate, alcanzando las ciudades y los campos de cultivo. Al jefe no solo le complace poseer argumentos sólidos sino encontrar las palabras adecuadas para defenderlos. 

Considero que Asturias dotó a Caibilbalán de estas características para presentar a los pueblos indígenas como sociedades que, si bien todavía podían arrastrar prácticas bárbaras, como la magia o los sacrificios humanos, habían comenzado ya un proceso civilizatorio más avanzado en el que el pensamiento racional estaba desplazando al pensamiento mágico. Sin embargo, todo avance encuentra detractores, y vemos que brujos, zahories y agoreros empiezan a mostrar recelo de las decisiones del jefe y de su desprecio por la magia. 

En el capítulo 4 vemos a Caibilbalán capitaneando su ejército frente a las tropas de Alonso Gómez de Loarca, y lanzando a sus soldados la potente arenga mencionada más arriba, «¡Guerreros… Nosotros y los venados…». Sin embargo, no tardaremos en ver a las tropas indias retirarse. Chinabul ha caído en combate y Caibilbalán carga con el cadáver en brazos mientras se baten en retirada. Al final del capítulo 5 lo vemos cosechar una nueva derrota ante los españoles. Les había tendido una trampa, pero un mam los avisó, evitando que se adentrasen en un desfiladero desde donde serían aplastados con grandes rocas. A pesar de que el ataque tiene lugar, el Gran Mam inicia la retirada porque estaban muriendo también sus propios hombres. Este hecho constituirá el empuje definitivo hacia su caída en desgracia, pues sus hombres no comprenderán semejante decisión. Podría decirse que este capítulo tiene función de bisagra, introduciendo a algunos de los personajes protagonistas de la segunda parte de la novela, como Ángel Rostro y Blas Zenteno, de los que hablaremos después. 

El capítulo 6 anticipa la caída del héroe mam. Los capitanes exigen explicaciones por la retirada y de nuevo Caibilbalán se encuentra solo ante la opinión mayoritaria. Para el jefe Mam el fin no justifica los medios. Los capitanes aprovechan para recordarle que no está haciendo caso a los magos y lo cierto es que su irritación parece comprensible. El jefe no ha hecho caso a los magos y no hemos cosechado más que derrotas, luego debería hacer caso a los magos. Los capitanes no han alcanzado a comprender que la correlación no implica causalidad. Al Gran Mam le sirve de poco poseer argumentos y disponer de las palabras adecuadas: 
El atraso de nuestra gente nace del temor que engendran todos esos ocultos e inútiles poderes. Y allí también la raíz de nuestros triunfos en las guerras pasadas. El quiché, mejor guerrero que nosotros, pero más supersticioso, no pudo vencernos (…). Para ellos, bravos quichés, la magia es todo, y no es nada.
Todos se escandalizan ante el escepticismo de Caibilbalán y lanzan consignas defendiendo la magia. El jefe Mam responde exponiendo unas ideas materialistas que lo sitúan en un llamativo paralelismo con Maladrón. Les dice «que sólo existe la realidad, que no hay dioses que valgan, magias que sirvan, adivinaciones que no sean falaces, encantamientos que no sean engaños». La acusación de traidor no se hace esperar pero el jefe se mantiene firme: «No me convenceréis».

El capítulo 7 relata el desenlace de la historia del Gran Mam y pone fin a lo que podemos entender como primera parte de la obra, aunque Asturias no estableció ninguna división explícita. Caibilbalán es declarado culpable y escucha la sentencia de los Ancianos del Consejo y Lenguas de las Tribus. El paralelismo con Maladrón se ve reforzado. Ambos personajes, descendientes de importantes estirpes, son castigados por sus ideas materialistas, por negar la existencia de lo trascendente. El saduceo fue degradado a la condición de vulgar ladrón y condenado a morir en la cruz, mientras que el mam es degradado de quetzal-guerrero a taltuza, es decir, su nahual, su espíritu, pasa de lo más alto a lo más bajo de la jerarquía. Esto podría entenderse como su muerte espiritual, pero es que además Caibilbalán es desterrado a perpetuidad al país del lacandón y el mono, lo que supone su muerte social y, probablemente, también física, pues los Andes Verdes son «su ombligo, su luna, su juventud, su vida», un entorno al que se encuentra completamente adaptado, mientras que en su destino lo que le espera es «la selva cálida, húmeda, el agua podrida, la sabana sin fin». Presenciamos entonces el descenso a los infiernos de Caibilbalán, que, en su destierro, ha de internarse en la cueva de las columnas de fuego, donde corren ríos de azufre y pululan infinidad de insectos y alimañas. Cuando el degradado héroe sale de semejante inframundo para alimentarse, deambula por las ciudades blancas como un apestado. Le llegan noticias de que Moxic está capitaneando la defensa de la fortaleza, en principio con éxito. Nada más sabremos del Gran Mam, pues alguien que conoce su identidad le avisa de que está en peligro, le anima a correr y esconderse; Caibilbalán huye y desaparece para siempre. 


CHINABUL GEMÁ

Es un valeroso guerrero y emisario mam cuyo nombre aparece en la novela una veintena de veces entre los capítulos 2 y 6. Su mayor relevancia tiene lugar en el capítulo 4, donde se puede asegurar que luce como protagonista absoluto, al morir heroicamente en combate, hecho que lamentan las tropas mam lanzando un grito elegiaco en su honor que se repite en numerosas ocasiones. 

Hace acto de presencia en el capítulo 2, cuando lo vemos recorriendo grandes distancias para llevar noticias a Caibilbalán, en una escena que trae a la memoria la gesta del héroe griego Filípides corriendo desde Atenas hasta Esparta para avisar del desembarco de los persas en la ciudad de Maratón. Chinabul no solo trae noticias desastrosas, sino también una sugerencia en forma de ruego: 
¡Hay que cambiar de táctica, Valeroso Guerrero Mam, volver, sin pérdida de tiempo, a la guerra de montaña! ¡Nada de ejércitos en formación, montoneras, golpes aquí, golpes allá…! ¡Tú dispones, Jefe de las Montañas!
Aquí tendrá lugar el enfrentamiento dialéctico que ya conocemos. Chinabul Gemá aprovecha para mostrar descontento con la actitud del Gran Mam, no solo en el modo de enfrentar la guerra, sino en el trato al enemigo. Caibilbalán dejó marchar con vida a unos emisarios del jefe teul, hermano del Avilantaro, alegando que la figura del emisario es sagrada según las leyes de la guerra. Chinabul Gemá apenas puede contener la ira.

En el capítulo 4 lo vemos al mando de los lanceros, causando grandes daños a los españoles mientras se desplaza velozmente dirigiendo a las tropas. Alonso Gómez de Loarca se percata de que, de tan veloz, Chinabul deja atrás a sus escoltas, hecho que aprovecha el capitán español para hundirle una espada en el pecho. De tal importancia era el soldado para los mam que se produce la desbandada al tiempo que los guerreros mam claman: «¡Ojos cerrados de Chinabul Gemá! ¡Ojos cerrados del mam!» , y el grito se pierde en la planicie, en las montañas y en el cielo, sin que la grandeza de estos elementos supere a la del héroe. Su cadáver es transportado hacia lo alto de Cuchumatán en los brazos de Caibilbalán. 


MOXIC

Capitán de los guardias de Caibilbalán, es una figura menor de la primera parte aunque revestida de cierta importancia. Su nombre aparece doce veces en los capítulos 2, 3, 6 y 7, siendo más presente en el capítulo 6. Su principal función consiste en enfrentarse a Caibilbalán, primero posicionándose junto a Chinabul Gemá, después, con el apoyo de un anónimo soldado. Finalmente, ocupará el lugar del Gran Mam una vez este sea desterrado, para hacerse cargo de la defensa de la fortaleza de Zaculeo. 

Se nos presenta como ágil y delgado, con la piel húmeda. Audaz, aunque respetuoso, pide perdón por atreverse a intervenir en la conversación entre el jefe y el emisario. Su posición es la de este último, es necesaria la guerra fantasma. Ante la cerrazón de Caibilbalán no duda en elevar la voz: «¡Esa! ¡Esa es la guerra que pedimos tus capitanes, la guerra fantasma!». 

No tenemos noticias del papel de Moxic en la batalla contra los españoles en la que muere Chinabul y será en el capítulo 6 donde vuelva a intervenir, de nuevo para hacer frente al Gran Mam. Moxic expone el descontento de los mam a causa de la actitud de su jefe, que rechaza «la práctica de augurios y sacrificios necesarios en la guerra», lo que trae desgracias como la muerte de Chinabul Gemá. Caibilbalán se defiende explicando que todo lo que sabe en el arte de la guerra proviene de un sabio al que se confió su educación y que, tras poner sus conocimientos en práctica durante años ya no puede confiar en la magia. Un guerrero anónimo interviene asegurando que la magia no puede desecharse a lo que el Gran Mam responde que esas creencias traen atraso. El guerrero responde que, sin magia, la guerra pierde gracia y belleza, y Moxic interviene de nuevo asegurando que justo eso fue lo que les faltó para derrotar a los teules. Esta intervención favorece que sacerdotes, guerreros y jefes griten indignados en favor de la magia, desatando la ira de la multitud, que carga a golpes contra Caibilbalán a pesar de los ruegos de Moxic para que su jefe sea escuchado. 

La última información sobre Moxic tiene lugar en el capítulo 7. A oídos del desterrado Caibilbalán llega la noticia de que el capitán se ha hecho cargo de la defensa de la fortaleza. Su estrategia consiste en que los portaestandartes agiten miles de cascabeles para minar la moral de los españoles gracias al insoportable ruido. El resultado de la batalla será revelado al comienzo del capítulo 8, en forma de noticia que llega al grupo de exploradores: los españoles han tomado la fortaleza.  


ÁNGEL DEL DIVINO ROSTRO DE JESÚS

O, simplemente, Ángel Rostro, es el primer personaje del grupo de exploradores españoles que vemos aparecer en Maladrón. Lo hace en el capítulo 5, y su nombre es citado casi sesenta veces en los capítulos 5, 8 al 15, 17 al 20 y 29. Su primera intervención tiene lugar en el capítulo 5, mientras habla con otro español, Diego Paredes, cuando le comenta su deseo de hallar la conjunción oceánica. Su obsesión llega al punto de alegrarse por no tener que abandonar el campamento, ante lo que su compañero no puede evitar decirle: «preferir el hambre, el frío, las ropas que ya no se nos secan en el cuerpo, y celebrarlo con saltos y visajes, loco estáis…», a lo que Rostro responde que prefiere cualquier cosa antes que alejarse de la zona donde cree que se juntan los océanos. 

En el capítulo 8 arranca la segunda parte de Maladrón y vemos a Rostro junto a sus tres compañeros, ya plenamente dedicados a la búsqueda de la conjunción oceánica. Rostro se nos describe como el menos abúlico de los cuatro, por lo que toma la determinación de capitanear al grupo. También conocemos algunos de sus rasgos físicos: «su cara de cera, sus pocas barbas rubias y su cuerpo volátil». Se menciona por primera vez a Maladrón, pero este asunto no interesa a Ángel Rostro, quien increpa a sus compañeros por pasar el día hablando de esas blasfemias. Sabemos que ha tenido acceso carnal a la india María Trinidad y que ella le ha hablado del poder del veneno de una tarántula que lleva a los inoculados a experimentar un tipo de locura que les permite desplazarse sin sentir jamás fatiga. 

Al comienzo del capítulo 11, nuestro grupo de exploradores llegará al campamento del capitán Juan de Umbría. Rostro dará cuenta de sus penurias y aventuras y serán atendidos por Fray Damián Canisares, quien terminará tachándolos de criptojudíos y portugueses por profesar el culto al Maladrón. Poco les falta para ser sometidos a tormento pero consiguen escapar de noche gracias a un nuevo personaje fundamental del que hablaremos más tarde, Antolín Linares. Una vez a salvo, Rostro abronca duramente a sus hombres por seguir con «esta patraña del Mal Ladrón».

En el capítulo 12, Rostro y Linares se enzarzan en una discusión en torno a Trinis que va creciendo en intensidad hasta que Linares acusa al capitán de querer entregarlos a los españoles por herejes y para recibir indios en encomienda. Entonces ambos hombres se enzarzan en una pelea a cuchilladas aunque son rápidamente separados por Blas Zenteno. Rostro se lamenta de encontrarse abandonado por sus compañeros y sin amor, por lo que podemos entender que María Trinidad se ha decantado por Antolín Linares. Rostro desconfía ya de todos, pues nadie le obedece y, en vez de proseguir la marcha en busca de la conjunción oceánica, sus hombres comienzan a afincarse en la zona, donde pretenden levantar la casa y humilladero de Maladrón. Se pregunta por qué han querido detenerse allí, no encuentra motivo, y la excusa del culto al Maladrón le parece una engañifa. Más tarde sabremos que cree que los demás quieren robarle el descubrimiento de la conjunción oceánica. 

Llegados al capítulo 15 asistimos a la caída en desgracia del capitán Rostro tras un creciente deterioro de su estado mental. Decide no bajarse nunca del caballo, ni siquiera para llevar a cabo las más básicas funciones vitales, pues Duero Agudo lo ha convencido de que si se encuentra con los pies en tierra cuando tenga lugar un temblor, será convertido a la secta de los gesticulantes. Al igual que le sucederá a Antolín Linares, Ángel Rostro sufre una humillante exposición escatológica por parte del narrador, que relata con todo detalle sus penurias a la hora de hacer sus necesidades sin bajar del caballo. Considero que la función de estos pasajes responden al trasfondo ideológico de la novela, que busca ofrecer una imagen lo más degradada posible de la Conquista de Hispanoamérica. 

Pero la degradación de Rostro en el presente capítulo alcanza también otros ámbitos. Por un lado, se plantea renunciar a su fe y abrazar la de Maladrón hasta hacerse inmensamente rico para, después, regresar arrepentido a Cristo. Por otro, el reflejo que le devuelve el agua muestra una cara que no es la suya: más arrugas, menos dientes, largos cabellos, mirada perdida, suciedad. Poco después decide por fin abandonar el grupo y, como San Pablo, sufre una brutal caída del caballo. Padeciendo inmensos dolores decide ahuyentar al animal e internarse solo en la selva para probarle a Dios su fe en Él. Será el final de Rostro en la novela, aunque volverá a ser recordado por sus compañeros o mencionado por el narrador casi una decena de veces en los siguientes capítulos. 


DUERO AGUDO

Conocido como «el Tuerto», su primera intervención en la obra, en el capítulo 5, resulta bastante heroica, pues consigue evitar la derrota de las tropas españolas en el desfiladero gracias a la determinación de llevar en su caballo ante Joanes de Verástegui al indio mam que sabe que las tropas caminan hacia una trampa. Es referido por su nombre, su apellido, su apodo, o alguna combinación de estos, más de cien veces a lo largo de la obra, en los capítulos 5, 8 al 13, 15 al 22 y 24 al 30. Forma parte del cuarteto original de exploradores que parten en busca de la conjunción oceánica. Siempre saca a relucir su condición de tuerto, causada, al parecer, porque su padre lo retó a que se sacara el ojo, lo que puede dar cuenta de su determinación, osadía y valor rayano en la inconsciencia. Duero posee la trascendental función de introducir a sus compañeros en el culto a Maladrón. En el capítulo 8, al ver los rituales de los indios gesticulantes, recuerda las prácticas de Zaduc de Córdoba, con el que viajó hasta América y «acordó decir a sus compañeros que los naturales de por esos pueblos cojeaban de la misma herejía que Zaduc». Las consecuencias de esta decisión serán trascendentales para todos los personajes y letales para algunos, incluido el mismo Duero. 

Desde el capítulo 9 vemos afianzarse la amistad entre Duero y Blas Zenteno, quien lo apoya en lo referente a los gesticulantes y le pide detalles sobre las prácticas de Zaduc en largas charlas envueltos en humo de tabaco. La complicidad de ambos hombres se verá potenciada en el capítulo 10 al convertirse, Duero por voluntad, Zenteno por accidente, en tarantulados por la picadura de la araña que ya mencionamos. Sabremos también que la ambición y la hipocresía son rasgos de la personalidad del tuerto, pues se ofrece a ser picado por la tarántula alegando que así salvará al grupo, cuando en realidad lo hace con la idea de robarles el descubrimiento de la conjunción. 

En el capítulo 11, la actitud de Duero con Fray Damián (lo interrumpe y lanza doctrina de Maladrón), amén de los efectos del veneno, dan lugar a que casi acaben sometidos a martirio por herejes, aunque finalmente logran escapar del campamento, como vimos. Una nueva amistad hace el tuerto en el siguiente capítulo al curar la herida recibida por Antolín tras su pelea con Rostro. 

Mediante analepsis conocemos en el capítulo 16 algo más sobre el tuerto. Cuando se embarcó a las indias no era más que un joven de veinte años, muerto de hambre, que huía de las deudas. En aquel galeón conoció a Zaduc, quien le contó la historia de Maladrón y le explicó la doctrina y prácticas en torno a su figura. En los siguientes capítulos veremos al tuerto enfrascado en diferentes iniciativas relacionadas con el culto a Maladrón como engañar a los indios para que construyan el humilladero, haciéndoles creer que será un lugar para adorar al Cabracán, el Dios de los terremotos. Por si fuera poco, pretenden convertirlos al culto de Maladrón mediante engaños, haciendo aparecer una estatua del Maladrón durante las gesticulaciones del Cabracán. Vemos, pues, cómo el tuerto no deja nunca de ser fiel a su naturaleza traicionera a la par que emprendedora.
 
En estos capítulos lo vemos con frecuencia disuadiendo a Zenteno de cortarle las manos a Ladrada por pirata. Sin embargo, no serán nobles intenciones las que lo muevan a ello, sino el mero interés personal, ya que el enfrentamiento entre los españoles podría llevar a los indios a levantarse contra ellos. De hecho, hacia el capítulo 27, sabremos que finalmente el tuerto aprobará la determinación de Zenteno contra Ladrada, pero no por haber sido este pirata, sino para que no pudiera volver a esculpir nada tan excelso como la estatua del Maladrón, es decir, que la motivación de Duero resulta incluso más cruel que la de Zenteno, pues acepta que Ladrada sea castigado, no por hacer el mal, sino por hacer algo demasiado bien. La perversión moral del tuerto se muestra en su máximo apogeo. Pocos minutos después, será asesinado por el indio Güinakil, quien le asesta primero un golpe de macana en la cabeza para arrancarle después el corazón del pecho, tal y como había hecho poco antes con Blas Zenteno. 


QUINO ARMIJO

Es el menos relevante del grupo de exploradores, algo que puede comprobarse simplemente de forma cuantitativa: su nombre aparece dieciocho veces en toda la novela, en los capítulos 8 al 11, 13, 15, 18, 20 y 29. No se encuentra nada integrado entre sus compañeros, pues no profesa el culto al Maladrón ni muestra ningún interés en hallar la conjunción oceánica. Parece encontrarse más cómodo con los indios, entre los que tiene amigos importantes que le explican la idiosincrasia de sus rituales en honor del Cabracán. En numerosas ocasiones, Armijo, llamado «el prudente», por Ángel Rostro, trata de hacer ver a sus compañeros, sin éxito, que los indios gesticulantes no tienen nada que ver con el Maladrón. De hecho, no serán pocas igualmente las ocasiones en que sea recordado para decir que tenía razón. Finalmente, decide abandonar a sus compañeros durante los incidentes del campamento de Juan de Umbría, aunque los ayuda a escapar. 

Quino Armijo es, de lejos, el personaje español de mejor conducta y carácter, y no resulta sorprendente que sea, además, el que se siente más cercano a los indios, el que mejor los comprende y el que decide abandonar las empresas de la Conquista para, probablemente, aunque no se especifica, integrarse entre los pobladores nativos. 


BLAS ZENTENO

Es el cuarto miembro del grupo originario de exploradores y su nombre aparece más de cien veces en la novela, distribuidas entre los capítulos 5, 8 al 13, 15 y 17 al 30. Se nos presenta en el capítulo 5 como un gigantón muy hablador que incita a las tropas a moverse hacia la costa por el clima y los recursos que allí aguardan. 

Es uno de los más entusiastas devotos del culto al Maladrón, y desde el primer momento apoya al tuerto en la idea de que los indios gesticulan por esta figura y no por sus propias creencias. Su cercanía a Duero es notable, tanto que apenas permiten hablar a los demás. Y es que, ambos hombres, que se consideran «hermanos de humo», no dejan ni un momento de tratarse «con el ruido de la mala doctrina que uno a otro se soplaba a la oreja para mantenerse fieles al Supremo Ladrón, en el más rudo materialismo». 

A lo ya narrado por Duero sobre lo que aprendió de Zaduc en torno a Maladrón, Zenteno aporta sus recuerdos de infancia en Torre Vieja (1), donde persiguieron y quemaron a los seguidores de la secta gesticulante de Maladrón en una noche de Viernes Santo. Y es que, Zenteno no siempre fue como se muestra en la novela, es decir, «Materialista, escéptico y casi siempre deprimido» sino que antes de embarcarse en la Conquista fue «idealista, crédulo y animoso. Los hechos lo cambiaron». De nuevo Asturias utiliza a un personaje para mostrar lo pernicioso de la empresa española en ultramar, que no solo daña a los pueblos originarios sino que también degrada a los propios conquistadores. 

Los pasos de Zenteno siempre transitarán junto a los del tuerto, y le veremos sufrir junto a él la picadura de la tarántula que los convierte en guías de la expedición bajo los efectos del veneno. Será también junto al tuerto el más entusiasta organizador de las obras de la casa y humilladero de Maladrón, de la procesión y celebraciones en su honor y del intento de conversión en masa de los indios gesticulantes. Bien es cierto que Zenteno se obsesionará en solitario con cortarle las manos a Ladrada por pirata, viéndose acrecentadas sus sospechas ante cualquier indicio, como lo mucho que duerme el escultor o sus destrezas haciendo piruetas, aunque igualmente es cierto que, al final, también Duero aprobará la idea de cometer el «manicidio», aunque por otras razones. Finalmente, como ya vimos, Zenteno morirá del mismo modo y bajo las manos del mismo hombre que su compañero de aventuras, con la única diferencia de un breve espacio de tiempo entre ambos homicidios.


ANTOLÍN LINARES CESPEDILLOS

También conocido como Antolinares, o Carantamaulas, no forma parte del grupo originario de exploradores, aunque su papel en la segunda parte es equivalente al de aquellos, pues su persona es referida por su nombre o apodos más de cien veces en los capítulos 11 al 13, 15, 17 al 26 y 28 al 30.

Linares es un personaje paradójico al menos por dos motivos. Por una parte, sabemos que recupera milagrosamente la vista gracias a las gesticulaciones en honor de Maladrón que sus seguidores habían propagado por el campamento de Juan de Umbría. Sin embargo, a pesar de ello, este hombre, natural de Almagro, no llegará nunca a alcanzar los niveles de devoción del tuerto o de Zenteno, llegando a ser incluso increpado por ello, por querer bautizar a su hijo en el rito cristiano y no en el del saduceo: 
—¡Os devolvió los ojos, Antolinares —gritaba el tuerto— y cómo no invocar sus atributos y su nombre en el bautizo del que es parte de vuestros ojos! ¡Parte de esa parte que Él os devolvió milagrosamente! 
Por otra parte, aunque Antolín es el artífice, junto a Trinis, del único hecho positivo que Asturias ve en la Conquista, es decir, el mestizaje, a través del hijo que ambos engendran, siendo el pequeño una figura cargada de simbolismo en la que el autor parece depositar sus esperanzas, a pesar de todo ello, el trato que dispensa el guatemalteco a Antolinares resulta ser el más humillante y brutal de toda la obra, prolongándose en numerosos párrafos de exposición agónica y escatológica a causa de una indigestión de palmito. Es evidente el pecado de Antolinares: desconfiar en el último momento de su amigo Lorenzo Ladrada, creyendo que ha huido para atribuirse el descubrimiento de la conjunción oceánica, dejándose al tiempo llevar por la codicia y emprendiendo un alocado viaje con Trinis y Antolincito para evitarlo y ser él quien se lleve los honores, siendo nombrado Marqués de los Dos Mares, pero cabría preguntarse si Asturias no se excedió con la penitencia que le impuso. Por si esto fuera poco, Antolín es un personaje que, además de tener participación real, física, en la historia, también participa como fenómeno sobrenatural o psicológico. Ladrada encuentra su cadáver y lo lleva a enterrar en el altar mayor de un castillo, en una tumba donde yacen los restos del canónigo don Juan Ligano Salmerón. Poco después se producirán disparatados diálogos entre Antolín y el Canónigo, aunque probablemente solo como delirios psicológicos en la mente de Ladrada.


LORENZO LADRADA

A pesar de su aparición tardía en la novela, es sin duda una de las figuras más relevantes, siendo el protagonista absoluto del capítulo 30, el más largo de la obra junto con el 29, protagonizado por Antolinares. Su nombre es también referido más de cien veces en Maladrón, y tiene presencia en los capítulos 19 al 30. Se encuentra con el grupo principal mientras preparan las festividades en honor a Maladrón y les cuenta que proviene de Jerez de la Frontera y que llegó muchos años ha como criado de un buscador de oro llamado Escafamiranda. También les cuenta que esculpió una imagen en un mascarón de proa para su amo, por lo que Duero y Zenteno deciden que Ladrada esculpirá la imagen del Maladrón en un madero. 

La información sobre el pasado de Ladrada irá saliendo a flote poco a poco, en parte gracias a sus delirios o experiencias sobrenaturales interactuando con Maladrón. Así, sabremos que asesinó a Escafamiranda por la espalda para quedarse con las minas de oro. Ladrada no dejará de ofrecer a Zenteno indicios de su pasado en la piratería, llegando a expresar directamente que él es la persona idónea para la tarea que le han encomendado, pues qué mejor que un pirata para esculpir a un ladrón. Afortunadamente para él, la muerte de Duero y Zenteno a manos de los indios, le evitará el trauma de verse con las manos amputadas. 

Ladrada huye de la rebelión de los indios junto a Antolin, Trinis y el bebé, y por fin logran encontrar la conjunción oceánica. La sorpresa salta en el capítulo 30 cuando descubrimos que Ladrada realmente sí había acudido a las minas para colmar de oro a su ahijado Antolincito, y no a dar noticia de la conjunción con objeto de atribuirse el descubrimiento. Resulta que al final el pirata asesino posee unas convicciones morales superiores a las de la mayor parte de los conquistadores españoles. De hecho, en las últimas páginas de la novela pondrá en marcha un amplio dispositivo de búsqueda entre los indios que trabajan para él en las minas con el objetivo de encontrar a Trinis y al bebé, para salvarlos de morir en la selva, aunque también para librarse de la soledad en la que vivía sumido desde hacía muchos años y que se verá reflejada en la inmensidad del océano hacia las últimas líneas de la obra. 


TITIL-IC

Es el único personaje femenino de la novela (aparte de ella, apenas se hace mención a un grupo de indias que Ladrada observa desde la gruta, a una ramera que quiso envenenar al tuerto en Cádiz, o a la dama cautiva de Escafamiranda) aunque su importancia resulta enorme, siendo referida, bien por su nombre indígena, que significa «eclipse de luna», bien por el cristiano, María Trinidad, por el hipocorístico Trinis o, simplemente, como «la india», en más de cien ocasiones en los capítulos 9 al 15, 17 al 22, 24 al 30. Sabemos que de niña fue bautizada y «adoctrinada, pero volvió a la gentilidad». Gracias a su dominio del español, sirve de enlace entre indios y exploradores y será, igual que Antolinares, elemento propiciatorio de mestizaje, al engendrar con él a Antolincito. 

Titil-Ic comienza su andadura en la trama con una trascendental intervención al revelar a Ángel Rostro, con quien tuvo relaciones en un primer momento, los efectos del veneno de las tarántulas que acabarían por llevar al grupo, picaduras mediante, hasta el futuro valle de Maladrón y a la conjunción oceánica, con todas las consecuencias que ello supondrá para cada uno de los personajes. 

El trato recibido por esta mujer a manos de los españoles queda muy lejos de ser correcto. Incluso el personaje menos indeseable, Quino Armijo, llega a golpearla. Titil-Ic es secuestrada bajo la amenaza de ejecución en caso de que Duero o Zenteno mueran a causa del veneno de tarántula. En el campamento de Juan de Umbría es engrillada y posteriormente condenada por apóstata a recibir latigazos hasta escupir sangre, aunque de este castigo consigue librarse escapando junto al grupo. Entiendo que todos estos hechos quieren simbolizar el trato de los españoles a los pueblos indígenas. Nos encontraríamos de nuevo ante elementos negrolegendarios promovidos por Asturias, quien parece no tener en cuenta que el trato del Imperio español fue considerablemente mejor que el que dispensaron otras naciones, algo que puede comprobarse examinando el porcentaje de población nativa y mestiza de los actuales países hispanoamericanos, así como otros datos cuya exposición detallada sobrepasaría a los objetivos de este trabajo. 

A pesar de todo, Trinis siempre se muestra servicial y fiel al grupo y hace lo posible por salvar a Antolinares de su agonía escatológica, quien por otra parte nunca dejó de mostrarse cariñoso y correcto con ella. Finalmente, sabremos que los indios al mando de Ladrada ayudan a Trinis a escapar con su hijo desapareciendo en la selva. Aunque no se especifica, parece lógico que dichos indios le explicasen las intenciones de Ladrada de acogerla a ella y al bebé como su familia. La negativa de Titil-Ic representaría, a mi modo de ver, la reivindicación y el aplauso de Asturias a la independencia de las naciones hispanoamericanas, formadas por nativos y mestizos, respecto a España, para poder emprender libremente su camino hacia el futuro.


GÜINAKIL

Es una figura menor pero de considerable importancia en la segunda parte y se le menciona casi una treintena de veces en los capítulos 19, 21, 24, 26 y 27. Es un indio que forma parte del grupo de alarifes que trabajan en el valle del Maladrón. Se muestra muy cercano a los españoles y con frecuencia les explica aspectos de sus rituales en torno al Cabracán. Zenteno y Duero lo tratan condescendientemente, ignorantes de que el indio se encuentra al tanto de sus planes y de que no va a permitir que los suyos sean engañados. 

Mantiene un extenso diálogo con Trinis con el objetivo de obtener más información sobre los planes de los españoles, pero ella se muestra fiel al padre de su hijo, asegura desconocer el paradero de la imagen de Maladrón y, posteriormente avisa a Antolinares, el cual a su vez alerta a Ladrada, lo que les permite librarse de un cruento final similar al de Zenteno y Duero. Güinakil, de este modo, evita que se asienten los seguidores de un nuevo crucificado, pues si los suyos ya sufrieron por el anterior, que se ofrecía como un ser divino, de paz, que rechazaba la riqueza, qué no les tocaría sufrir ahora con un nuevo crucificado al que veneran abiertamente como ladrón. 


MALADRÓN

Es una compleja figura de naturaleza multiforme que da título a la novela. El antropónimo es una palabra compuesta que procede de la combinación del adjetivo mal y el sustantivo ladrón, y hace referencia a Gestas, el llamado mal ladrón que murió crucificado junto a Cristo y San Dimas, conocido este como el buen ladrón. Los nombres de ambos ajusticiados no aparecen en la Biblia, sino en el Evangelio Apócrifo de Nicodemo. En la Biblia ni siquiera se dice que sean ladrones, sino malhechores y lo único que sabemos del mal ladrón es que le dice a Cristo que si realmente es el hijo de Dios, que se salve y los salve a ellos. Lo mismo se dice de él en el Evangelio de Nicodemo, pero en el Protoevangelio de Santiago la información es mucho más específica y se asegura que Gestas mataba y torturaba a algunos caminantes y que era aficionado a beber sangre de niño.

La información sobre Gestas que aparece en la novela proviene principalmente de Zaduc, cuyas enseñanzas transmite Duero, pero también sabemos de él a través del capítulo 28, donde se narran escenas de su vida. En la obra podemos verlo referido, ya sea como Gestas, como Maladrón o como el Mal Ladrón, casi en un centenar de ocasiones en los capítulos 8, 9, 11 y 13 al 30.

Gestas habría sido en realidad, según la novela, un miembro de la secta judía de los saduceos, quienes negaban la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Su nombre probablemente era Hircano y descendía de Sumos Sacerdotes y Príncipes de Judea. Asturias ofrece incluso una detallada descripción de este joven filósofo que huele a naranjos, la cual se encuentra muy lejos de la faz contrahecha, diabólica y agonizante esculpida por Ladrada: 
rostro tallado en pulpa táctil, cabello, pestañas y barbas de azabache rojizo, labios pulposos, dientes blancos, nariz aquilina, ojos de pupilas pequeñas, muy vivas en la nieve de las córneas.
El joven saduceo no deja de ganarse enemigos con su actitud: ataca a los fariseos, niega valor a las Escrituras, habla de levantarse contra Dios y contra Roma, blasfema contra los Ángeles, tacha de inventos el alma y la eternidad. Su esclavo griego lo acusa de ser el peor de los ladrones por robar a las gentes la esperanza en la otra vida. Poco después será el propio Maladrón el que siga narrando su historia, ahora comunicándose con Ladrada. Le explica que fue prendido en Cafarnaún. Los hombres podrían haberle perdonado cualquier crimen, salvo el suyo, el haberles robado la esperanza. Por ello le desfiguraron el rostro y lo arrojaron a un pozo hasta que fuese olvidado. Después fue sacado de allí y condenado a morir en la cruz como si fuera un vulgar salteador de caminos. Ni siquiera le dieron la oportunidad de salvarse renegando de sus creencias, pues reconoce que tal vez lo habría hecho, de tanto que amaba la vida. En este punto, tras increpar a Ladrada por volver al lugar del crimen, a las minas, donde asesinó a Escafamiranda, se despide de él, visiblemente orgulloso por eternizarse finalmente en forma de imagen escupida junto al dios Cabracán.   

Maladrón cumple, como todos los personajes, su papel en el objetivo ideológico de la obra. Asturias lo propone como un Dios mucho más adecuado para la empresa española en América que el Dios de los cristianos. Esto sería así por los dos sentidos de la naturaleza cleptómana de Maladrón. Por un lado, en el sentido clásico, el que viene de la información de la Biblia y los Evangelios Apócrifos, es decir, como delincuente extractor de la propiedad ajena, como criminal que se aprovecha del trabajo de los demás quitándoles lo que les pertenece. Por otro lado, por el sentido ofrecido en la novela, como el peor ladrón posible, el que roba la esperanza, tal y como el Imperio español supuestamente habría hecho con los pueblos aborígenes de Hispanoamérica. 


CONCLUSIONES

Como hemos podido ver a lo largo de este trabajo, en Maladrón, don Miguel Ángel Asturias nos ofrece un elenco de personajes amplio, diverso y complejo, en el que cada uno de ellos cumple a la perfección su papel en el objetivo ideológico de la obra, que no por ser una novela de tesis deja de ofrecer una belleza formal deslumbrante. Resulta destacable que, además, esos rasgos, amplitud, diversidad, complejidad, tengan lugar en una obra no demasiado extensa, de un tamaño que quizás invitase a dar protagonismo únicamente a una o dos figuras principales. Y es que, el maestro guatemalteco logra situar al menos a ocho personajes (Caibilbalán, Ángel Rostro, Duero Agudo, Blas Zenteno, Titil-ic, Antolín Linares, Lorenzo Ladrada y Maladrón) como figuras protagonistas de la obra sin que sea sencillo destacar a ninguna por encima de las demás en el conjunto de la novela, llevando a cabo para ello un complejo ejercicio de profundización en el pasado, la psicología, las ideas y el comportamiento de todos ellos. Por si fuera poco, en torno a los protagonistas se sitúa un considerable número de figuras menos relevantes pero que en ningún momento resultan accesorias ni gratuitas, jugando papeles esenciales en la trama, como Güinakil, Zaduc, Escafamiranda, Fray Damián Canisares o Chinabul Gemá.

En definitiva, considero que ha quedado patente que en esta novela de imponente belleza formal, llamativa originalidad estructural y polémico tratamiento temático, el elenco de personajes es sin duda uno de los aspectos más interesantes, complejos y enriquecedores que se pueden analizar. 


(1) No he logrado ubicar el lugar de procedencia de Zenteno. Dudo que sea la ciudad alicantina de Torrevieja, pues esta carece de murallas y hasta hace dos siglos no contaba más que con una torre de vigilancia y unas pocas casas de pescadores. El CORDE no arroja ningún resultado para «Torre Vieja», con los vocablos separados por un espacio, fuera de Maladrón. Todos los resultados que he encontrado en internet para «torre vieja» hacen referencia a torres y no a municipios. Entiendo que no podría descartarse que Torre Vieja sea finalmente una ciudad ficticia inventada por el autor como podrían ser Macondo, Orbajosa o Vetusta. 


BIBLIOGRAFÍA

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