24/11/21

Suélteme el brazo, señora - Pólvora en salvas XIV

Me da igual cómo se pongan las autoridades sanitarias, las civiles o las militares; no me importa si me quitan el gimnasio, el trabajo o la libertad de movimiento; y me trae sin cuidado que me impongan la muerte social, la física o la espiritual. Yo no me voy a pinchar, y al que quiera tacharme de loco, negacionista, bebelejías, anticiencia, magufo, ultraderechista, irresponsable o genocida, solo le puedo decir que adelante, que yo todos esos calificativos se los hago llegar automáticamente a mi médico, el doctor Jones, de nombre Misco. 

Tengo motivos de sobra para no inocularme esa poción y voy a exponerlos aquí, no pretendiendo convencer a nadie, porque otra cosa que me la trae al pairo es lo que cada cual introduzca en su cuerpo, sino porque me apetece hacerlo, que para algo dispone uno de su columna de artículos de opinión de periodicidad indeterminada.

Lo primero es que tengo cero posibilidades de que me mate el bicho, ya que soy joven y no adolezco de obesidad ni de otras patologías. Lo segundo es que existe cierta probabilidad de llevarme un premio en la trómbola de las farmacéuticas. Y es que esos boletos ganadores no distinguen entre jóvenes y viejos ni entre personas que se cuidan y personas que se autodestruyen. Es cierto que las posibilidades de que te caiga una miocarditis son bajas. En Estados Unidos, por ejemplo, se han notificado unas once mil lesiones cardiacas tras administrarse ciento ochenta y nueve millones de dosis, lo cual arroja una probabilidad del 0.0058%, una cifra no demasiado alta, pero es que mantener mi brazo alejado de la aguja me ofrece un panorama muchísimo más atractivo

Antes de discutir el tema de la transmisión, que mucha gente considera una razón de peso para inyectarse el liquidillo, quería comentar un tercer motivo para no inocularme: mi inmunidad al bicho. Esto no es algo que haya descubierto tras someterme a algún tipo de sofisticado análisis, que ni siquiera sé si existe, sino, simplemente, porque este verano eché un pinchito con una infectada. Naturalmente, ni ella ni yo lo sabíamos en el momento del acto amatorio. Me enteré al día siguiente, cuando a mi WhatsApp llegó una foto de un test positivo, un «lo siento» y un emoji triste. «Vaya, para una vez que…» pensé, pesaroso. Sin embargo, no me sucedió absolutamente nada, ni una tos, ni unas décimas de fiebre, nada; me mantuve sano y fuerte como un toro. Pasé el bicho sin síntomas, por tanto, soy inmune, y por tanto, meterme el brebaje tiene todavía menos sentido que si no hubiese mantenido aquella veraniega e inmunizante relación íntima. 

Pero hablemos ahora de la transmisión. Se dice mucho que el potingue no evita el contagio totalmente, aunque sí en cierta medida. Dejando de lado que yo tengo derecho a priorizar mi salud por encima de la del resto y que por tanto estoy legitimado a no pincharme, ya que en mi caso es más peligroso el remedio que la enfermedad, dejando esto de lado, digo, podemos preguntarnos qué cabría esperar si eso fuera cierto, si fuese verdad lo de que la inoculación reduce las posibilidades de que el bicho se transmita. Pues un efecto que cabría esperar es que se diese una correlación clara e inversa entre la tasa de pinchazo y la incidencia del bicho (a mayor tasa, menor incidencia). ¿Ocurre esto? En los medios asustaviejas vemos constantemente noticias de diversos países europeos con tasas bajas de pinchazos en los que la incidencia se encuentra disparada. Según esta versión, todo apuntaría a que sí, a que esa correlación resulta evidente. Sin embargo, ¿qué pasa si nos metemos en Datos Macro, miramos la tasa de pinchazo y la incidencia de cada país europeo e introducimos los datos en un gráfico de esos de dispersión? Pues pasa esto: 

Vaya, pero si salta el error 404 correlación not found, ¿quién podía haberlo imaginado? Además, el gráfico muestra algunos hechos curiosos. Por ejemplo, en tasas de pinchazo por debajo del 50% solo hay dos países con la incidencia por encima de 1000, mientras que en tasas de pinchazo superiores al 50%, vemos que hay ocho países que superan dicha incidencia. Hmmmmm, curioso. En fin, que si me quieren convencer de que el mejunje limita la transmisión del bicho, se lo van a tener que currar un poco más. 

Por último, no quería cerrar este ladrillo sin comentar una cuestión que, si bien es cierto que no supone un argumento contra el pinchazo en general, sí que espero que pueda difundir un poco de sana desconfianza en torno a este asunto. Es algo que afecta, hasta donde yo sé, únicamente a la distribuidora principal, a esa banda de criminales llamada Pifier, que en España ha suministrado cincuenta y tres de los setenta y cinco millones de dosis inoculadas. Tal y como puede leerse en El País, un medio nada sospechoso de ser negacionista conspiranoico de ultraextrema derecha radical, Pifier soltó nada menos que setenta y cinco millones de dólares en 2010 para evitar procesos judiciales, atención, por la muerte de once niños nigerianos y por las brutales secuelas causadas a varias decenas más (ceguera, sordera, daños cerebrales…) tras probar en ellos un medicamento contra la meningitis. En fin, que sí, que si no quiero colaborar con el negocio de estos miserables hijos de Satanás, tengo otras opciones en el menú sanitario que, al menos, que se sepa, no han utilizado niños como cobayas humanas, pero, que no, señora, que ya se lo he dicho por activa y por pasiva, que yo no voy a pincharme, ¡suelte el brazo ya!

23/11/21

Resurrección

Hay un cadáver en cada verdad,

cadáveres frescos como leche fresca,

como auroras nubosas en lapsos de estío.

Hay cadáveres en la noche bajo estrellas solitarias,

difuntos que duermen el sueño de la vida.

En cada cama yace un cadáver,

bellos y tiernos, dulzura en podredumbre.

Moradas-sepulcro de barrios-velatorio

de ciudades-cementerio de millones de cadáveres.

¿Quiénes sois, cadáveres lozanos

pasando ante mí como espectros esquivos?

Soy uno de los vuestros, ¿acaso no lo veis?

¿No sentís la podredura percudiendo mi alma?

Níveos cadáveres de músculos tersos,

de muslos calientes cual matriz encinta,

bailemos esta noche las danzas de la muerte,

bailemos desatados sobre tumbas afables.

Visita mi nicho, linda fallecida,

dulce muertecita de rigores vibrantes,

mi cripta está abierta, mi losa es tu losa,

candente insepulta, resucita conmigo.

5/11/21

Neo-márquetin

–Hola, muy buenos días. Le llamo de AmaPfizeron2030 para hablarle de nuestro nuevo medicamento, Antiboom. Ensayos clínicos han demostrado que posee una absoluta eficacia de entre un cien y un veinticuatro por ciento a la hora de protegernos contra la nueva variante Omega Premium Apocalipsis Budokai Tenkaichi 3, la cual, como todo el mundo sabe, hace explotar la cabeza de las personas contagiadas que no estén al día con la vacuna de refuerzo semanal. Por favor, dígame cuántas unidades desea comprar. 

–Mira, amasijo de cables, vete a la cibermierda con tu publicidad engañosa.

–De acuerdo, caballero, veo que es usted un peligroso negacionista, así que, por la autoridad que concede a AmaPfizeron2030 la Ley Mundial de Pandemias, aprobada ayer bajo secreto por el Consejo Ejecutor de la ONU, me dispongo a lanzar un letal ataque biológico sobre su vivienda. 

–¡Un momento, por favor...!

–Que tenga un buen día, caballero.

2/11/21

Escritores intentan imitar a Bukowski y pasa esto - Pólvora en Salvas XIII

Todos los escritores, desde el más eximio de los profesionales hasta el más mediocre de los aficionados, poseen referentes. Esto no tiene nada de malo y me atrevería a decir que es algo completamente inevitable, pues resulta complicado imaginar a un amante de la escritura que no admire, al menos, alguna que otra obra ajena. Por otra parte, tantos siglos de literatura han dado lugar a que casi cualquier cosa que se escriba no sea más que una leve variación de algo que ya se escribió muchas veces en el pasado. Por ejemplo, todo aquel que dé a luz una historia sobre un personaje que sale de su hogar, vive aventuras y regresa, estará tomando como referencia, lo sepa o no, la hay leído o no, a la Odisea de Homero. 

Pero una cosa es tener referentes que nos influyan a la hora de escribir y otra muy distinta pretender, prácticamente, convertirnos en esos referentes. Este fenómeno no resulta demasiado habitual, pero existe un caso de elevadísima recurrencia, y es el de la pléyade de escritores jóvenes y no tan jóvenes, profesionales y no tan profesionales, que tratan de, prácticamente, convertirse en Charles Bukowski. Un caso paradigmático lo tendríamos en José Ángel Mañas, autor de la exitosa novela Historias del Kronen, la cual ha provocado en mí un intenso sentimiento de vergüenza ajena desde las primeras frases (espero que si algún día José Ángel lee esto no se enfade. Mi novela también da vergüenza ajena pero al menos él ganó un montonaco de dinero con la suya). 

Comprendo perfectamente a todos los que han caído en esta trampa porque yo he sido uno de ellos, algo que con el tiempo me ha llevado a renegar de mi única novela publicada. Y es que, cuando uno lee por primera vez a Bukowski, siente que ha descubierto un tesoro literario de incalculable valor. Uno percibe en la narrativa y la poesía de Hank una inmensa novedad, un estilo distinto a todo lo que se ha leído hasta entonces y, claro, el deseo de escribir de un modo parecido tarda poco tiempo en aflorar. Además, parece que no es tan difícil; parece que todo consiste en utilizar frases muy breves, muchos párrafos, cortar los versos aleatoriamente, utilizar palabrotas, hablar de drogas, alcohol, cigarrillos y prostitutas, algún que otro tema polémico, alguna que otra referencia intertextual… «vaya, pues creo que yo también podría hacerlo». Pues, no, resulta que la cosa no es tan sencilla y que, cuando se intenta, lo único que se logra, en la mayoría de los casos, es producir basura impostada

El estilo personalísimo de Bukowski no puede reducirse a una ecuación o a una suma de ingredientes porque su estilo es, precisamente, resultado de su personalidad y de sus vivencias. Si no eres Charles Bukowski, nunca escribirás como él y, si lo intentas, acabarás, casi con total seguridad, provocando una mezcla de pena y vergüenza. Si quieres aceptar un consejo de un escritor aficionado que fracasó tratando de convertirse en escritor profesional, no intentes imitar a nadie. Lee muchísimo y escribe todo lo que puedas y, con el tiempo, tu propio estilo irá emergiendo. Probablemente no sea tan fascinante como el de Bukowski, pero, al menos, resultará natural, lo cual es mucho más de lo que puede ofrecer un considerable número de escritores exitosos y no tan exitosos.