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30/8/21

Comentario de un relato de Josefina Aldecoa

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura Movimientos y épocas de la literatura española, impartida por doña Brígida Manuela Pastor Pastor en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo.  

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo me dispongo a llevar a cabo un comentario literario del cuento breve Madrid, otoño, sábado, de Josefina Rodríguez Álvarez, más conocida como Josefina Aldecoa (recomiendo leer primero el cuento en este enlace). Esta escritora y pedagoga leonesa nació en 1926, por lo que formaría parte de la generación de los niños de la guerra, generación del medio siglo o generación del 50, grupo de escritores con los que mantuvo estrecha relación, tanto personal como profesional, por ejemplo, como colaboradora de Revista española, la cual dirigía su marido, Ignacio Aldecoa, junto a Rafael Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre. Sin embargo, durante los años cincuenta y sesenta, décadas en las que sus compañeros se fraguaron un nombre en el mundo de las letras (Ana María Matute ganó el Planeta de 1954 con Pequeño teatro; Sánchez Ferlosio consiguió el Nadal de 1955 con El Jarama; Ignacio Aldecoa se hizo con el Premio de la Crítica de 1958 con Gran Sol…), Josefina Aldecoa tan solo publicó un libro de relatos bajo el título A ninguna parte (1961). Aquellos cuentos se adscribían a la corriente estética hegemónica del realismo social y se caracterizaban por ser breves, sencillos, directos y pesimistas. Poco después, nuestra autora decidió aparcar la escritura en favor de la pedagogía. Aquel paréntesis se prolongó durante más de veinte años hasta que en 1983 comenzó realmente su carrera literaria. Debido a estas circunstancias, aunque cronológicamente perteneciera, como se ha dicho, a la generación del cincuenta y a los postulados estéticos del realismo social, el grueso de su producción literaria encajaría más bien en la amplia corriente que vino a llamarse nueva narrativa, cuyos inicios se establecen de forma orientativa en 1975, año de la muerte de Franco y de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Las obras publicadas desde entonces hasta aproximadamente los años noventa se caracterizan por una vuelta al interés por contar historias y por un uso moderado de los procedimientos técnicos de la década anterior, cuyo abuso había provocado el agotamiento de la llamada novela experimental . 

Así pues, con la llegada de los años ochenta, Josefina Aldecoa se lanzó de lleno hacia la consolidación de su carrera literaria, desarrollando un estilo en el que «la sobriedad y la depuración expresiva corren parejas con el cuidado de la técnica»¹. Entre sus novelas, destaca la trilogía iniciada con su primer éxito literario, Historia de una maestra (1990) y continuada con Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1999). Resulta llamativa la publicación en 2005 de la novela La casa gris, escrita en los años cincuenta con los rasgos propios del realismo social de la época y que había sido mantenida inédita por la autora durante medio siglo. 

Madrid, otoño, sábado se publicó por primera vez en el volumen Fiebre (2000), el cual se encuentra dividido en tres partes: cuentos de los noventa, cuentos de Julia y Cecilia y cuentos de los cincuenta. El relato del que me voy a ocupar es uno de los cuatro cuentos de Julia y Cecilia, conjunto basado en la idea del reencuentro de ambas amigas. Curiosamente, Julia es la protagonista de La enredadera (1984), la primera novela que publicó nuestra autora. En 2002, el relato volvió salir de imprenta, esta vez en el volumen El juez y otros cuentos. En 2009, la editora Laura Freixas lo seleccionó para su segunda antología de escritoras contemporáneas Cuentos de amigas (en su primera antología, Madres e hijas, de 1996, también incluyó un cuento de Josefina Aldecoa titulado Espejismos). Finalmente, en 2012, con motivo del primer aniversario de la muerte de la escritora leonesa, Alfaguara publicó un volumen con todos sus cuentos al que tituló, precisamente, Madrid, otoño, sábado


TEMA Y ESTRUCTURA

A la hora de extraer el tema de un texto, los expertos plantean diferentes técnicas. Por ejemplo, José Domínguez Caparrós recomienda explorar los campos asociativos principales, mientras que, para Evaristo Correa Calderón y Fernando Lázaro Carreter,  la mejor opción sería, primero, llevar a cabo un pequeño resumen argumental al que llaman asunto para, después, quitándole los detalles, señalar el tema definiendo la intención del autor al redactar el texto. Por su parte, María Clementa Millán y Ana Suárez Miramón  recomiendan analizar el tema a la par que la estructura. En los próximos párrafos trataré de sintetizar los consejos de todos estos autores.

El relato es bastante breve, pues no llega a las 2.300 palabras, y se encuentra dividido en dos grandes partes de extensión similar que funcionan a modo de capítulos, aunque no tienen título ni numeración. Se encuentran simplemente separadas por un espacio en blanco y su diferencia fundamental radica en la ausencia o presencia física del personaje de Cecilia, la amiga de Julia, la protagonista. 

En la primera parte, nos encontramos con una serie de campos asociativos que sirven para generar la propia estructura de esta mitad del cuento. Tenemos un primer párrafo en el que destacan los términos relacionados con el trabajo (preocupaciones, horarios, citas, llamadas…) pero también, aunque en menor medida, los del campo asociativo del tiempo libre (sábado, domingo, desconectar...). Así pues, este párrafo nos indica una fuerte dialéctica entre estos aspectos de la vida la protagonista. 

El fragmento formado por los dos siguientes párrafos es completamente distinto. En él se describe el Jardín Botánico y por ello predominan los términos relacionados con la naturaleza y el otoño, como neblina, árboles, hojas secas... 

El cuarto párrafo contiene los mismos campos que el primero, pero aquí prevalecen, con mucho, los términos relacionados con el tiempo libre (confort, armonía, soledad…). Vemos así cómo el anterior fragmento descriptivo del Jardín Botánico ha servido para atenuar la transición de un pasaje en el que predominaba el estrés hacia otro en el que reina la calma. Todo este procedimiento parece indicar que Julia está tratando de acostumbrarse, de asimilar que la semana laboral ha terminado y que ahora tiene que dedicarse tiempo a sí misma. 

Entra ahora en escena un párrafo tan breve como significativo. Y es que, por primera vez afloran términos de dos campos muy relevantes en el cuento. Por un lado, vocablos relacionados con la amenaza (peligros, estímulos externos, tormenta...); por otro, aquellos relacionados con la memoria, el pasado, el transcurrir del tiempo (nostalgia, recuerdo...). 

En el siguiente párrafo, la visión de una familia a las puertas del Jardín Botánico genera una riada de términos relacionados con el pasado (memoria, recuerdos, infancia...) los cuales, hacia la mitad del párrafo, empiezan a ceder espacio a términos relacionados con los aspectos negativos de la crianza de un bebé (ocupada, cansancio, somnolencia...). 

En los últimos párrafos de esta primera parte, justo antes de la llamada de Cecilia, se muestran entremezclados varios términos de todos los campos aparecidos hasta ahora. El siguiente extracto constituye una muestra ejemplar de ello. Me permito la licencia de marcar con diferentes colores (rojo: amenaza; azul: memoria; verde: tiempo libre; amarillo: trabajo) las palabras de cada campo con el fin de que se aprecie mejor el efecto logrado por la autora: «la intromisión de la época rememorada oscureció la mañana del sábado. “Mejor olvidarlo todo trabajando”».

Por último, en cuanto suena el teléfono, las palabras relacionadas con la amenaza se disparan (contrariada, rechazo, intrusión...).

Quizá resulte conveniente intentar perfilar ahora el asunto o resumen básico de esta primera parte.  Podríamos decir que Julia despierta en una mañana de sábado y reflexiona sobre cómo invertir el tiempo libre. Disfruta de su apacible soledad pero opta por trabajar un rato. La visión de una familia le provoca una serie de recuerdos amables pero que producen un efecto inquietante. Cuando decide apartar esta intromisión, suena el teléfono: es Cecilia, una antigua amiga. Está en Madrid y quiere verla. 

Sobre la segunda parte, conviene hablar mejor en términos de intervenciones que de párrafos, al basarse el texto esencialmente en el diálogo. Cecilia comienza haciendo referencia a términos positivos relacionados con el amor, como secreto y aventura. Entonces Julia pregunta por el porvenir del idilio de su amiga, abriendo la entrada a los términos relacionados con el tiempo, tanto futuro como pasado, que predominan en la siguiente intervención de Cecilia, quien manifiesta su disgusto con esa idea y con el modo en que se la inculcaron de pequeña, haciendo uso del mencionado campo asociativo (porvenir, infancia, consecuencias…). Después, Julia pide más información sobre la aventura de Cecilia pero esta tiende ahora a expresarse con términos negativos relacionados con el amor (disgusto infinito, encerrada...) pues recuerda su matrimonio fallido. Sin embargo, en cuanto vuelve a hablar de su aventura, regresa el campo del amor en positivo (emoción, encuentro). Cuando le toca hablar a Julia, veremos, como cabría esperar, que son los términos laborales (trabajo, facultad, artículos…) y los relacionados con la soledad y el paso del tiempo (lejos, paz, soledad) los predominantes. La mujer menciona unos cuantos vocablos referidos a la libertad (entrar y salir, con unos y otros) pero dejando claro que van asociados a su juventud. Ahora lo que hay en su vida es trabajo, soledad, paz, felicidad y recuerdos. 

Como puede verse, en esta segunda parte la estructura sirve más bien para conocer a los personajes, cuestión sobre la que hablaré después con mayor detalle. Respecto al asunto de esta parte, creo que se puede sintetizar en que las amigas se reúnen después del almuerzo en casa de Julia. Durante un tiempo indeterminado, se ponen al día sobre sus vidas pero los profundos contrastes hacen que la conversación no termine de fluir. Entonces, Julia decide que lo mejor es salir a tomar una copa, dando fin al cuento. 

Una vez estructurado el relato, explorados los campos semánticos y planteado el asunto, habría llegado el momento de sintetizar el tema. Aun a riesgo de equivocarme, me aventuro a proponer un tema para cada parte por separado y a intentar, sobre la base de ambos, plantear un tema general para todo el cuento. 

Tema de la primera parte: es posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y el tiempo libre, el ajetreo y la calma, la compañía y la soledad, pero hay que tener en cuenta que, a ciertas edades, dicho equilibrio puede tambalearse a causa de intromisiones externas, especialmente las relacionadas con el pasado y la memoria. 

Tema de la segunda parte: el paso del tiempo puede hacer que dos amigas cambien y que pierdan la complicidad de antaño, pero siempre es posible dejar de lado las diferencias y volver a disfrutar la una de la otra.

Tema de Madrid, otoño, sábado: la rutina puede llevarnos a crear una burbuja en la que nos sintamos tan a gusto que experimentemos un fuerte rechazo ante la posibilidad de cualquier intromisión. Sin embargo, deberíamos ser conscientes de que, a veces, puede merecer la pena que alguien venga a sacarnos de allí.  

 

NARRADOR Y PERSONAJES 

El cuento que estamos analizando posee un narrador heterodiegético y omnisciente. Castro y Montejo  explican que este tipo de narrador, predominante en el realismo decimonónico, no ha desaparecido por completo en la narrativa contemporánea. Algunas características del narrador de este cuento lo convierten en un ejemplo paradigmático. Además de encontrarse fuera de la historia, de la diégesis, y hablar en tercera persona, su omnisciencia se manifiesta en hechos como la anticipación: «Horas más tarde (…) el Jardín exhibiría su tesoro de hojas secas»; la capacidad de ver el pasado: «Aquel año había sido una especie de año sonámbulo»; el poder de escrutar las mentes de los personajes: «La visión de la mujer (…) despertó en Julia un aluvión de recuerdos». En la actualidad, existe la tendencia a que estos narradores no se muestren excesivamente taxativos en aras de una mayor verosimilitud y aceptación por parte de los lectores, pero no podemos decir que sea así en este caso, pues en el cuento de Josefina Aldecoa no aparecen fórmulas que expresen cautela o duda por parte del narrador.

Respecto a los personajes, Julia y Cecilia son los únicos principales. Aparecen mencionados algunos secundarios, como María (la asistenta actual de Julia), Ramona (la asistenta antigua), el portero innominado que le sube el periódico, Bernal (el hijo de Julia), Diego (el exmarido de Julia), Javier Valverde (amante de Cecilia) o Matías (exmarido de Cecilia). Además de Julia y Cecilia, en el presente de la ficción solo aparecen algunos transeúntes que se ven desde el ático de Julia, entre los que destaca la familia que va a entrar al Jardín Botánico, pues es la causa del aluvión de recuerdos que oscurece su mañana. 

Las primeras líneas del cuento contienen una gran cantidad de información sobre Julia. El narrador nos informa de que, como todos los sábados, la protagonista despierta angustiada a causa de la presencia de luz solar en la habitación. ¿Por qué ocurre esto? Una explicación sería que Julia es una mujer que vive muy ocupada entre su trabajo y su vida social (conferencias, cócteles, almuerzos, cenas) y no tiene tiempo de preocuparse por detalles tan irrelevantes como dejar bajada la persiana de su habitación. Cualquier día de entre semana estará en pie antes de que el sol haya empezado a asomarse por el horizonte y no se dará cuenta del pormenor de las persianas. Sin embargo, el sábado, uno de los días que hace tiempo decidió que debía reservar para sí misma, no podrá dormir todo lo que hubiera querido. Y no solo a causa de la luz, a la que neutraliza rápidamente dejando la habitación en penumbra e intentando volver a conciliar el sueño, sino también, y principalmente, porque su cabeza empieza a evocar cuestiones laborales. Julia se ordena a sí misma dejar de lado esos pensamientos. Es sábado y tiene que descansar, se dice. Pero parece que para nuestra protagonista desconectar es casi un deber molesto, una obligación necesaria, mientras que adelantar trabajo en sus días libres constituiría un lujo que no se puede permitir… aunque al final sí que se lo permite. Eso sí, tan solo para echar un vistazo a la conferencia… y, bueno, para responder a algunas cartas, únicamente a las más urgentes. «Así tendré libre el domingo» negocia consigo misma. 

Julia se deleita con la paz de su apartamento, un refugio donde tiene todo lo que necesita: las vistas privilegiadas al Jardín Botánico, la calma aislante de las alturas, el orden que María, la asistenta, generaliza por todos los rincones de la casa. Todos estos factores contribuyen a que Julia disfrute de la soledad, uno de los tres pies sobre los que reposa su existencia, junto al trabajo y la vida social. Ya sea para adelantar cuestiones laborales o para dedicarse tiempo a sí misma (leer, escuchar música, contemplar la belleza del Jardín) Julia necesita estos periodos de aislamiento y se muestra reticente a que las circunstancias perturben su «universo controlado». Así ocurre, efectivamente, cuando la visión de una familia a las puertas del Jardín Botánico le trae recuerdos de «días luminosos» que oscurecen su mañana. La única solución sería «olvidarlo todo trabajando» pero parece que hoy la memoria no está dispuesta a dejar a Julia tranquila. 

La entrada de Cecilia en escena sirve para mostrarnos a ambas mujeres una como contrapunto de la otra. Son amigas de la infancia pero han seguido caminos distintos, de tal manera que comenzaron su periplo vital tomando direcciones antagónicas para, pasando por una situación similar, llegar al presente del mismo modo, una en las antípodas de la otra. Me explico. Julia se marchó joven del pueblo y estuvo estudiando en Madrid, lo que supuso para ella el descubrimiento de la libertad. Después se casó, tuvo un hijo, se divorció y se encerró en sí misma, centrándose en un trabajo que adora y viviendo justo en el hogar que quería, tal vez porque le evoca, precisamente, las sensaciones del pueblo de su infancia. Por su parte, Cecilia se casó muy joven y permaneció en el pueblo, donde tuvo hijos y acabó siendo abandonada por su marido. Ahora, sin embargo, se encuentra viviendo una aventura con un antiguo amor y realizando viajes ocasionales a Madrid para verlo, adquiriendo así la ciudad unas connotaciones similares a las que pudo tener para Julia cuando se marchó del pueblo. 

Por otra parte, podemos apreciar el contraste también en la actitud de las dos mujeres. Cecilia llega, lógicamente, pletórica, con unas desbordantes ganas de vivir, mientras que su amiga se muestra pesimista, casi huraña. Cecilia quiere saber qué opina Julia de la aventura que está viviendo y esta tan solo le pregunta por el porvenir. Pero Cecilia está harta de pensar en el porvenir, de la idea del día de mañana que les inculcaron durante la infancia. Quiere vivir el momento. Estas diferencias generan cierta tensión, provocando silencios incómodos. Julia parece darse cuenta y decide mostrar más interés. Escucha con atención todos los detalles de la historia de amor de su amiga pero no puede evitar compadecerla por haber tenido una adolescencia frustrada y estar intentando recuperar ahora el tiempo perdido como si fuera una jovencita. 

Vuelve a generarse una fricción. Cecilia ha dejado caer un escueto «¿Y tú?» con el que evidentemente quiere saber si su amiga está viviendo algo parecido, si hay otra persona en su vida. Julia zanja en seguida la cuestión explicando que a su edad, tanto ella como sus amigos se encuentran inmersos en sus carreras profesionales. Ella no tiene tiempo para esas cosas. Ella tiene soledad y paz. A veces ve a su hijo y le gusta su trabajo y vivir en Madrid. Los sueños, las esperanzas y los deseos ya quedaron muy lejos. Evidentemente, tras semejante discurso, Cecilia queda abatida y se limita a escuchar a Julia y a contemplar cómo allá abajo la noche va cayendo sobre el Jardín Botánico. Por fortuna, el valor de la amistad puede resistir bien los embates del tiempo y de la vida, y Julia, consciente de la situación, saca fuerzas de flaqueza, renuncia a su sábado de aislamiento, renuncia a huir de la memoria y propone salir ahí fuera, a Madrid, a la ciudad que para ellas representa la libertad, a vivir el momento y a sobrevivir toda la noche. 


CONCLUSIÓN

En Madrid, otoño, sábado se aprecia la capacidad de Josefina Aldecoa para construir ficciones llenas de intimismo, nostalgia y belleza. Llama la atención cómo una parte de sí misma ha quedado recogida en la personalidad de Julia, en su aprecio por el Jardín Botánico, (por el que la autora paseaba casi todas las mañanas), en su amor por el trabajo, en su intensa participación en la sociedad civil. Resulta encomiable también la destreza de la escritora utilizando diferentes procedimientos técnicos que le permiten potenciar la eficacia comunicativa del texto. En ese sentido destaca, por ejemplo, el comienzo in medias res de la segunda parte que sitúa a las amigas ya instaladas en la terraza del ático y con la conversación empezada. 

Como en todo buen relato, la forma se encuentra al servicio del tema. No hay ningún fragmento que sobre, todo en el texto cumple su función, posibilitando que la autora pueda expresar aquello que desea transmitirnos. Así, el lenguaje resulta sencillo pero elegante y dosifica la información aplicando un ritmo lento que contribuye a formar la atmósfera de calma y nostalgia que envuelve a todo el cuento. Los diálogos suenan naturales y, las partes descriptivas, líricas. Todos los elementos se encuentran equilibrados: dos grandes partes, dos personajes principales, narración y diálogo, presente y pasado, amor y desamor, tristeza y felicidad.

En definitiva, considero que ha sido un gran acierto elegir este cuento para trabajar sobre él. Y es que la muy buena impresión que causa al realizar una primera lectura se queda en nada cuando uno lleva a cabo la tarea de estudiarlo en profundidad. Se revela así como una historia llena de matices, poder evocativo y riqueza literaria que anima poderosamente a saber más sobre las protagonistas y, por supuesto, a continuar descubriendo y disfrutando de la obra de Josefina Aldecoa, sin duda una de las voces más sugestivas de la narrativa española de las últimas décadas. 


BIBLIOGRAFÍA

Castilla, Amelia, «14 escritoras cuentan en una antología la relación entre madres e hijas», El País, 28-2-1996, en línea: https://bit.ly/37d3UQ7, consultado el 12-12-2020.

Castro, Isabel y Montejo, Lucía, Tendencias y procedimientos de la novela española actual (1975-1988), Madrid, UNED, 1991.

Domínguez Caparrós, José, Análisis métrico y comentario estilístico de textos literarios, Madrid, UNED, 2001. 

Freixas, Laura (ed.), Cuentos de amigas, Barcelona, Anagrama, 2009. 

Gutiérrez Carbajo, Francisco, Movimientos y épocas literarias, Madrid, UNED, 2013. 

Lázaro Carreter, Fernando y Correa Calderón, Evaristo, Cómo se comenta un texto literario, Madrid, Cátedra, 2019.

Martínez Cachero, José María, La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una aventura, Madrid, Castalia, 1997.

Pedraza, Felipe y Rodríguez, Milagros, Manual de literatura española XIII. Posguerra: narradores, Pamplona, Cénlit, 2000. 

Rodríguez Aldecoa, Josefina, Fiebre, Barcelona, Anagrama, 2000. 

Rodríguez Fischer, Ana, «Mujeres clave de la posguerra», El País, 26-6-2014, en línea: https://bit.ly/3gF1dd9, consultado 12-12-2020.

Suárez Miramón, Ana y Millán, María Clementa, Introducción a la literatura española. Guía práctica para el comentario de textos, Madrid, UNED, 2011.

29/5/19

La novela española desde 1939: un rápido vistazo

Nota 1: te invito a leer este artículo en mi nuevo blog, VERBA LATENTIA

Nota 2: este artículo puede resultar de utilidad para estudiantes universitarios de Literatura española de los siglos XX y XXI desde 1939, impartida en la UNED.


La Guerra Civil provocó que la narrativa española tomase dos caminos a partir de 1939, cada uno con sus propias particularidades. Por un lado, los novelistas que se vieron abocados al exilio desarrollaron su labor literaria en libertad y sin aislamiento cultural, aunque condicionados por el hecho de tener que empezar una nueva vida en un país extranjero, habiendo dejado atrás seres queridos y propiedades, y sufriendo la incertidumbre en torno al posible regreso y al destino de sus compatriotas. Por otro lado, aquellos narradores que se quedaron en España tendrían que enfrentarse a considerables inconvenientes a la hora de concebir sus obras, como la censura, especialmente férrea en los primeros lustros, así como a la imposibilidad o extrema dificultad de acceder a las nuevas técnicas literarias que se fuesen desarrollando en el plano internacional.

LA NARRATIVA DEL EXILIO

Los exiliados, aislados del desarrollo de la sociedad española, centraron sus obras en la guerra civil y sus consecuencias. La experiencia del exilio o los problemas sociales del mundo occidental constituyeron también fuentes primarias de material narrativo. En cuanto a su estilo literario, podemos decir que son representantes de un realismo de carácter innovador, salvo en algunos casos como el de Arturo Barea, cuyas obras resultan herederas de un realismo de corte más clásico. En cualquier caso, hemos de tener presente que, como no puede ser de otro modo, en un grupo de autores tan numeroso tiene que existir una gran heterogeneidad. 

Rosa Chacel se exilió en Brasil y Argentina, pudiendo realizar un primer viaje a España en 1962. Sus novelas son lentas, con poca trama argumental y muy centradas en el mundo psicológico de los personajes. La memoria es un elemento fundamental. Entre sus obras del exilio destacan Memorias de Leticia Valle (1945), sobre las reflexiones intelectuales de una niña, y La sinrazón (1960) que constituye su novela más importante, en la que de nuevo la autora se proyecta en el protagonista para plasmar una serie de recuerdos y cavilaciones, algunas sobre España. Entre el exilio y su regreso escribe la trilogía compuesta por Barrio de Maravillas (1976), Acrópolis (1984) y Ciencias naturales (1988), en la cual trata los temas típicos de la narrativa de los desterrados: la realidad social de España desde comienzos del XX hasta la guerra y la experiencia del exilio. 

Ramón J. Sénder se exilia en Francia a finales 1938, desde donde viajará a México y Estados Unidos. Su obra pasa del compromiso político anterior a la guerra, a una amplia pluralidad de enfoques. Sus libros empiezan a conocerse en España en los sesenta, y muestran preocupación por los problemas del ser humano, tanto individuales como colectivos. Su estilo es por lo general sobrio, claro y preciso. Réquiem por un campesino español, publicada en 1953 (con el título de Mosén Millán) es una de sus mejores obras y en ella muestra dos planos temporales entrecruzados, bellas escenas costumbristas y una trama originada en los acontecimientos relacionados con la segunda república y el estallido de la guerra. 

Francisco Ayala marcha exiliado a Buenos Aires en 1939 y regresa por primera vez a España en 1960. Sus novelas se centran en la crisis de valores en occidente a partir de los horrores de las guerras mundiales. Maneja con maestría la diversidad de perspectivas y se decanta por el uso de la primera persona frente al narrador omnisciente. Su estilo es elaborado, de expresión precisa, e intenta imprimir originalidad en su prosa. Una de sus principales obras del exilio es Los usurpadores (1949), una colección de relatos vertebrados en torno a la idea del abuso de poder y ambientados en una España de tiempos remotos. 

Arturo Barea se exilia primero en Francia y después en Inglaterra, donde vivirá el resto de su vida. Toma como referentes a Galdós y Baroja y practica un realismo sencillo y eficaz no exento de un tono íntimo y entrañable. Logró un éxito impresionante con la trilogía La forja de un rebelde (1941-1944), publicada primero en inglés, saliendo de imprenta en España en 1971, cuando ya era conocida en numerosas lenguas. Los tres volúmenes narran la vida del autor y ofrecen un detallado panorama de la sociedad española desde principios de siglo hasta la guerra civil

Max Aub se exilió en México en 1942. En 1939 había escrito la primera novela de El laberinto mágico, su saga sobre la guerra civil, que se compondría de los títulos Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1967). Es considerada como una de las obras narrativas más amplias y profundas sobre el conflicto. 

Pasemos ahora a centrarnos en aquellos autores que se quedaron en España, donde irán sucediéndose diferentes corrientes literarias muy influidas por el devenir de los acontecimientos culturales, sociales y políticos, las cuales, por convención, se han ido emparejando con sucesivas décadas del siglo XX. De este modo, tendríamos, por ejemplo, la llamada novela existencial en los años cuarenta, la novela social en los cincuenta, o la novela experimental o estructural en los sesenta. Aunque nos vamos a ocupar de estas corrientes predominantes, es necesario señalar que existieron otras tendencias al margen de ellas. Por ejemplo, una serie de novelistas como Juan Antonio de Zunzunegui o Elisabeth Mulder se mantuvieron fieles a un realismo de tipo decimonónico mientras que otros como Pedro de LorenzoEulalia Galvarriato (esposa de Dámaso Alonso, para quienes gusten del salseo literario) compusieron obras basadas en un realismo esteticista de prosa muy cuidada. Alejados de los moldes del realismo pero también con una esmerada estética, tendríamos a escritores como Álvaro Cunqueiro o Joan Perucho, que concibieron historias enmarcables en la fantasía medieval o legendaria. Es de destacar, por último, una narrativa humorística escrita por autores como Miguel Mihura o Antonio Mingote que, aunque en ocasiones dejaba traslucir algún atisbo de crítica social, por lo general evitaba buscar problemas con la censura. 

LOS AÑOS CUARENTA Y LA NOVELA EXISTENCIAL

La novela existencial tuvo entre sus principales representantes a Camilo José Cela, Miguel Delibes y Carmen Laforet, autores que vivieron la guerra siendo adultos y que mostraron cierto aislamiento o independencia respecto a sus compañeros de profesión. Algunos de sus temas básicos son la incomunicación y la incertidumbre del destino humano. Sus personajes son seres desorientados que caminan a la deriva dando bandazos ante un impasible desarrollo de los acontecimientos, marcados por el sinsentido, la desesperación y la muerte. En el aspecto técnico, destaca el uso de la primera persona, el relato autobiográfico, el monólogo interior y la narración objetiva de los hechos, en ocasiones brutales. Estas novelas, a pesar de la censura, describieron con crudeza la situación de miseria y angustia social, mostrándose como inquietantes anomalías dentro del panorama literario triunfalista afín al régimen, de un modo similar a como también se mostró el poemario de Dámaso Alonso Hijos de la ira

La familia de Pascual Duarte (1942) es la obra puntera de la corriente que se vino a llamar tremendismo, un tipo de novela existencialista construida mediante un brutal realismo expresionista de cuidada elaboración formal que narra hechos violentos y desagradables. Cela cosechó un extraordinario éxito con su debut como novelista, haciendo tambalearse los cimientos del panorama literario de posguerra y escandalizando a buena parte de la sociedad, ganándose el rechazo de la iglesia, que tachó la obra de inmoral y repulsivamente realista. Entre sus influencias se encuentra la novela picaresca, el naturalismo o la narrativa cervantina, en especial por el uso de la técnica del manuscrito encontrado. Cela fue un escritor que se caracterizó por la innovación, de tal forma que llevaba a cabo un nuevo ensayo en cada obra. Así, sus siguientes novelas, no repitieron la fórmula del tremendismo a pesar del éxito que le había reportado. Pabellón de reposo (1943), a la que Cela se refirió como «el anti-Pascual», es una novela de ritmo lento que, con una rica prosa poética, nos habla sobre los internos de un sanatorio. Por su parte, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944) supuso un intento de traer a nuestros tiempos el género picaresco. Así pues, vemos que Cela se negó a transitar el camino que él mismo había dejado abierto. 

Nada (1945) de Carmen Laforet, ganadora de la primera edición del Premio Nadal, constituye la segunda obra fundamental del existencialismo tremendista, aunque de una violencia más psicológica que física, sin verse exenta de esta última. Es una novela pesimista y desoladora en la que sus seis personajes viven atormentados en un ruinoso piso de Barcelona. Algunas características de la narrativa de Laforet se muestran claramente en esta novela, como la construcción de agresivos personajes sumidos en un ambiente hostil y la síntesis narrativa entre invención y recuerdo. En 1952 vio la luz La isla y los demonios, una novela similar a la anterior, aunque algunos críticos señalan que la supera en cuanto a técnica narrativa. Posteriormente, Laforet publicó varias novelas breves de gran calidad caracterizadas por sus nuevas inquietudes religiosas. 

Al igual que Cela y Laforet, Miguel Delibes también logró un gran éxito con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1948), ya que obtuvo el premio Nadal. En esta obra y en la siguiente, Aún es de día (1949), Delibes todavía no había desarrollado todo su potencial, y su narrativa se basaba en un existencialismo cristiano en busca respuestas al sinsentido de la vida. Sus mejores novelas empezarían a llegar en la siguiente década. 

LOS AÑOS CINCUENTA Y LA NOVELA SOCIAL 

La nueva década va a encontrarse dominada en lo literario por el llamado realismo social, que se manifestará en la novela, la poesía y el teatro. Su principales representantes vivieron la guerra siendo niños y se mostraron más solidarios, entre sí y hacia su pueblo, que sus predecesores. Como es natural, podemos observar distintas sub-corrientes dentro de la tendencia general. Así, María Clementa Millán  propone hablar de un realismo objetivista, capitaneado por Rafael Sánchez Ferlosio frente a un realismo crítico, formado por una nómina de autores como Ignacio AldecoaJesús Fernández Santos. Otras subdivisiones pueden establecerse en función del entorno en que se desarrollan los hechos: rural, por ejemplo en Aldecoa, urbano en Luis Romero. O, siguiendo a Sobejano, dependiendo de si la obra se centra en la defensa del pueblo (Aldecoa, López Pacheco…), en el ataque a la burguesía (García HortelanoJuan Marsé…) o en la crítica social desde el enfoque del individuo (Carmen Martín Gaite, Ana María Matute…). Curiosamente, va a ser de nuevo Camilo José Cela quien comience a andar el camino de la nueva década y de la nueva corriente literaria con su obra La colmena (1951), una novela bisagra entre el existencialismo y el realismo social en la que se muestran las dificultades de la sociedad madrileña de 1942 mediante el uso del protagonista colectivo. Otro miembro destacado de la etapa anterior, Miguel Delibes, contribuirá a la nueva corriente con algunas obras de fuerte componente crítico, como El camino (1950) o Las ratas (1962).

Con una prosa elegante y cuidada y una equilibrada combinación de objetivismo y subjetividad, Ignacio Aldecoa aportó dos novelas en las que se muestra la tragedia de sus humildes personajes sin caer en el proselitismo ideológico. Son El fulgor y la sangre (1954) y Con el viento Solano (1956) en las que se narran las consecuencias de un asesinato desde perspectivas diferentes. Más tarde, publicaría dos novelas sin apenas trama en las que se centra en describir minuciosamente la vida de los pescadores: Gran Sol (1957) y Parte de una historia (1967). Por su parte, Jesús Fernández Santos, con una prosa precisa y unos diálogos llenos de naturalidad, publica también hitos del realismo social, como Los bravos (1954), sobre la cotidianidad de los habitantes de un pueblecito leonés o En la hoguera (1957), sobre las angustiosas vivencias de un tuberculoso. 

Con El Jarama (1955), Rafael Sánchez Ferlosio obtuvo el Premio Nadal y el Premio de la Crítica.  Esta obra se considera el ejemplo paradigmático del realismo objetivista, siendo destacable su equilibrio entre prosaísmo y lirismo. Se da una elevada concentración temporal y espacial y una trama escasa, destacando el diálogo por encima de la narración. El conjunto de personajes, protagonistas colectivos, mantiene su lucha contra el aburrimiento hasta que en un momento dado aflora la tragedia. 

En estos años publica Carmen Martín Gaite su novela más famosa, Entre visillos (1958), la cual se adscribe a un realismo social de tipo más intimista. En esta obra vemos un conjunto de personajes de vidas frustradas a través de la mirada de dos puntos de vista, uno más objetivo y otro más visceral. Por su parte, Ana María Matute publica también en 1958 su obra más ambiciosa, Los hijos muertos, ganadora del Premio de la Crítica y del Premio Nacional de Literatura. En ella, mediante la alternancia entre el presente y el recuerdo, se nos narra la tragedia de la Guerra Civil y sus consecuencias a través de dos generaciones. 

LOS AÑOS SESENTA Y LA NOVELA EXPERIMENTAL

Aunque hubo autores que continuaron cultivando el realismo social o incluso la novela existencial, la llegada de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos en 1962 supuso el comienzo de una nueva etapa en la literatura española. El continuo proceso de aperturismo político había ido permitiendo por fin la llegada de nuevas técnicas literarias ensayadas en el extranjero desde hacía tiempo a través de la pluma de autores como Joyce, Faulkner, Dos Passos, Steinbeck o los escritores del Boom de la novela sudamericana. 

La innovación se apreciará principalmente en lo formal, afectando a todos los elementos de la novela. Se narran las historias en segunda persona, se rompe la linealidad temporal con retrospecciones y anticipaciones, así como por la simultaneidad de hechos que ocurren en tiempos diferentes, se prescinde del narrador omnisciente en pos de una pluralidad de voces, testimonios y testigos, abunda el estilo indirecto libre, el flujo de conciencia o el monólogo interior y se invita al lector a participar en la ficción, dejando huecos vacíos que deberá rellenar. 

Serán partícipes de este movimiento autores consagrados como Cela y Delibes. El primero publicará Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid (1969), cuya acción se enmarca en los días 17, 18 y 19 de julio de 1936, sirviéndose de tres niveles narrativos entremezclados: el de los enfrentamientos entre las tropas sublevadas y los habitantes de Madrid, el de la vida cotidiana de numerosos personajes al estilo de La colmena y el del narrador protagonista en segunda persona. Por su parte, Miguel Delibes aportará una de sus más célebres obras, Cinco horas con Mario (1966), en la que la protagonista mantiene un larguísimo diálogo (lógicamente unidireccional) con el cadáver de su marido que sirve para dejar su alma al desnudo y trazar un profundo retrato social. 

Gonzalo Torrente Ballester realiza su aportación a la literatura experimental de modo más tardío, en 1972, con La saga/fuga de J.B. A pesar de llevar por entonces unos treinta años dedicándose a las letras, aquella fue la primera ocasión en que cosechó un notable éxito. En esta obra, el autor gallego logra una exitosa fusión de realidad y fantasía que ya había ensayado con menor fortuna en Don Juan (1963). Entre sus innovaciones se encuentra la de estar formada por tres capítulos de un solo párrafo cada uno, el presentar la acción sin seguir un orden cronológico o la alternancia entre el monólogo en primera persona del protagonista y un narrador impersonal. 

Un autor más joven pero también con cierta trayectoria que dejará su huella en esta etapa será Juan Goytisolo con su Señas de Identidad (1966), primera parte de la autobiográfica trilogía de Álvaro Mendiola. Con esta obra se propone desmitificar España y para ello se sirve de técnicas experimentales como la fragmentación del relato, el discurso caótico, el incumplimiento de las normas de puntuación o la combinación de voces narrativas, incluida la segunda persona. En una situación similar tenemos a José Manuel Caballero Bonald, que, con una considerable obra poética publicada, debuta como novelista en 1962 con Dos días de septiembre, una obra enmarcable dentro del ya moribundo realismo social. Sin embargo, de un modo también tardío, se sumará a la corriente experimental con Ágata ojo de gato (1974). Las innovaciones en esta obra se manifiestan en un uso anómalo del lenguaje y en la inserción de largos fragmentos en cursiva exentos de signos de puntuación. 

La primera novela de Juan Benet fue Volverás a Región (1967), aunque su germen se encuentra en el libro de relatos de 1961 Nunca llegarás a nada. La obra no muestra tan alto grado de experimentación como otras coetáneas, pero Benet reconoció su deuda con Faulkner, del que toma técnicas como el monólogo interior, el uso peculiar del tiempo, el perspectivismo o la estructura compleja. Pero, sin duda, el autor más representativo de esta corriente fue, como ya apuntamos antes, Luis Martín Santos. Tiempo de silencio se publicó en 1962 con varias mutilaciones censoras, no viendo la luz completa hasta 1980. El argumento puede llegar a considerarse melodramático y folletinesco, aunque también es cierto que el autor suple la falta llevando a cabo una degradación paródica de dichos géneros. Aunque inicia una nueva etapa, no deja de ser heredera de la corriente del realismo social por sus ambientes, personajes y desarrollo de los acontecimientos. Pero lo que llevó a esta novela a ocupar un lugar privilegiado en la historia de nuestra literatura fue su técnica y estilo. Destaca el empleo de recursos como el monólogo interior, el tratamiento no lineal del tiempo, el perspectivismo, el uso de diferentes voces narrativas, la yuxtaposición de escenas, una sintaxis original y un vocabulario sorprendente. El autor inventa palabras compuestas como abretaxi o destripaterrónica, utiliza neologismos cultos como atrabiliagenésicas, tecnicismos médicos como algodón hidrófilo, voces de germanía como chorbo o parodias de expresiones latinas como jubilatio in carne feminae.   

LA NUEVA NARRATIVA EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XX

Los años setenta estuvieron marcados por la transición a la democracia y, los ochenta, por el desarrollo económico y la definitiva modernización e incorporación de España a la esfera internacional. Los exiliados pudieron regresar (aunque muchos ya lo habían ido haciendo a lo largo de los sesenta) y los artistas de la palabra pudieron desarrollar su labor sin el miedo a la censura. 

En la narrativa, la nota dominante va a ser la diversidad y el placer de contar buenas historias, pasando a un segundo plano la experimentación formal, que todavía dará unas pocas muestras, como las obras de Cela Mazurca para dos muertos (1983) o Cristo versus Arizona (1988). Se produce un gran auge de la novela de género, como la policiaca, con Manuel Vázquez Montalbán o Eduardo Mendoza, o la histórica, cultivada por escritores como Carme Riera o Pérez Reverte. La huella de la experimentación de la década precedente se deja notar a veces en la mezcla de géneros y lenguajes. Autores consagrados como Delibes, Matute o el propio Cela, continúan con sus carreras, adaptándose a los nuevos tiempos y recibiendo grandes reconocimientos como el Cervantes o el Príncipe de Asturias. 

Los temas predominantes, por influencia del neorrealismo norteamericano, van a ser los desarrollados en ambientes urbanos, girando en torno a problemas de la vida contemporánea. También se va a recurrir a buscar la materia novelesca en los recuerdos de la infancia o la primera juventud, en general con una mirada más nostálgica o irónica que crítica. 

Se considera que La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo Mendoza es la obra inaugural de este periodo. En ella destaca el uso del autor omnisciente que combina la primera y tercera persona y que transmite sus preocupaciones existenciales, así como la síntesis entre novela histórica y policíaca. En años posteriores, Eduardo Mendoza se consolidará como uno de los grandes novelistas de nuestro tiempo, revelándose como un autor poliédrico capaz de continuar fusionando con maestría diferentes géneros, como en Sin noticias de Gurb (1991) en la que mezcla el humor, la ciencia-ficción y el género detectivesco, al tiempo que compone novelas más sobrias y clásicas como La ciudad de los prodigios (1986). 

Manuel Vázquez Montalbán vendrá a ser el gran autor de novela policíaca, con su saga sobre el detective Carvalho, que generó grandes obras como Los mares del sur (1979) o Los pájaros de Bangkok (1983). Muchos de los procedimientos de este género se dejaron ver en obras de otros autores, como en Beltenebros (1989) de Antonio Muñoz Molina o Letra Muerta (1984) de Juan José Millás

El éxito de novelas históricas extranjeras como las de Umberto Eco, Robert Graves y Marguerite Yourcenar, provoca una gran eclosión de este género en España. Los tratamientos fueron diversos, como en el enfoque irónico de Torrente Ballester en Crónica del rey pasmado (1989) o en una mirada más seria en obras como En el último azul (1984) de Carme Riera. 

Otro de los caminos seguidos por la narrativa fue el de la llamada metaliteratura, que tuvo antecedentes clásicos en Cervantes o Calderón y algo más cercanos en Unamuno o Lorca. Algunos ejemplos de estas décadas son Gramática parda (1982) de Juan García Hortelano o Beatus Ille (1986) de Antonio Muñoz Molina. No está de más remarcar que en el inmenso panorama de la novela española reciente, cada autor posee sus propias particularidades, creando mundos narrativos personales, ensayando diferentes modelos y participando en multitud de géneros y enfoques. 

LA NOVELA A COMIENZOS DEL SIGLO XXI

A lo largo de los años noventa y en lo que llevamos de siglo XXI, han ido falleciendo las grandes personalidades que renovaron la narrativa española a partir de la guerra: Gonzalo Torrente Ballester (1999), Camilo José Cela (2002), Carmen Laforet (2004), Miguel Delibes (2010), Ana María Matute (2014) Juan Goytisolo (2017) o, muy recientemente, Rafael Sánchez Ferlosio. Otros escritores tomaron el relevo a la cabeza de las bellas letras españolas y continúan desarrollando sus obras. Nuevas generaciones y movimientos han ido buscando su sitio, como la Generación X o el After pop, con destacados e innovadores novelistas como el profesor Juan Francisco Ferré

Quizá todavía sea pronto para teorizar sobre la novela de estas últimas tres décadas en las que no parecen haberse dado grandes fracturas y sí una continuidad marcada por la diversidad de estilos, temas y géneros. Lo que probablemente podemos tener por seguro es que no vamos a dejar de contar con autores atentos a los problemas y desafíos del presente dispuestos a ofrecernos grandes historias que merezca la pena leer.

BIBLIOGRAFÍA

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  • MILLÁN, M. (2010). Textos literarios contemporáneos. Madrid: UNED. 
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