23/2/22

El aborto de Overton - Pólvora en salvas XVIII

Colombia ha legalizado el aborto hasta las 24 semanas de gestación, lo que viene a ser casi seis meses, sin necesidad de que se dé ninguno de los clásicos supuestos (violación, peligro para la vida de la madre, malformaciones o enfermedades graves en el feto incompatibles con la vida). Es decir, que a partir de ahora, la ley colombiana ampara que una madre pueda matar al hijo que lleva en el vientre sobre la base de su elección personal, siempre que lo haga antes de que el embarazo supere las 24 semanas. 

A uno se le hiela la sangre viendo cómo desde el feminismo se celebra esta monstruosidad, habida cuenta de que hasta con 21 semanas de gestación puede llegar a sobrevivir un bebé prematuro, como los pequeños Curtis y Richard. Sin embargo, no pretendo analizar hoy aquí la cuestión del aborto, sino verla bajo el prisma de la ventana de Overton, también conocida como la pendiente resbaladiza y representada a veces mediante la analogía de una rana que se cuece viva en una olla de agua siempre que la temperatura vaya subiendo paulatinamente. 

Si alguien a comienzos del siglo XX propusiese la despenalización del aborto a petición de la madre hasta la semana 24 sería con toda seguridad tachado de loco, enfermo o psicópata. Sin embargo, no resultaría tan impactante una propuesta de legalización del aborto basada en supuestos. Así, países como la URSS, Islandia o Suecia fueron legalizando algunas formas de aborto en las primeras décadas del siglo. Después, a partir de los años cincuenta, cada vez más naciones empezaron a promulgar leyes del aborto basadas en plazos, es decir, que lo contemplaban a petición de la madre, pero solo hasta un cierto número de semanas de gestación. Poco a poco, paso a paso, hemos ido resbalando por la pendiente o cociéndonos en un agua cada vez más sofocante, hasta el punto de que se acepta, apenas con algo de revuelo en redes sociales, atrocidades como la de Colombia, la cual, por cierto, no es la peor en este sentido, pues los estados de Alaska, Oregón, Colorado y Nuevo México permiten el aborto a petición de la madre sin límite de semanas de gestación. 

Parece que esta última es la situación ideal a la que aspira el enloquecido feminismo que sufrimos en Occidente, pero podemos preguntarnos si realmente desean detenerse ahí. Y es que, en 2012, dos investigadores italianos publicaron un artículo en la revista Journal of Medical Ethics donde defendían lo que llamaron «aborto post-parto» en aquellos casos en que, una vez nacido el niño, se detectase una enfermedad o, agárrense bien a la silla, cambiase alguna circunstancia económica, social o psicológica en los padres. Naturalmente, esta aberrante propuesta dio lugar a un gran revuelo en su momento, pero un par de años después volvió a saltar a la palestra cuando fue defendida por otro filósofo, esta vez canadiense, que logró generar debate social al respecto. 

Lógicamente, a (casi) todos nos parece impensable que se permita asesinar a un bebé recién nacido sobre la base de un cambio económico o psicológico en los padres, pero no menos impensable le parecería a una persona de mediados del siglo XX que se pudiera asesinar a un bebé no nacido de seis, siete, ocho o nueve meses de gestación sin que mediase ninguno de los supuestos. ¿Qué pasará dentro de cincuenta años? Solo Overton lo dirá, aunque no parece que se esté dejando mucho espacio para la esperanza.  

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