27/2/22

Preocupaciones de baja cualificación - Pólvora en salvas XIX

No suelo poner la calefacción cuando me voy al coche durante mi tiempo de turno partido, pero hoy sí que lo he hecho y tampoco se gasta tanto; tan solo unos kilómetros ha bajado el indicador de autonomía del vehículo. Espero que doña Greta Thunberg y don Íñigo Errejón puedan perdonarme por semejante agresión medioambiental, no sé, es posible que por mi culpa Madrid haya escalado vertiginosamente en la clasificación de ciudades más contaminantes del mundo, situándose entre las veinticinco megápolis (23 chinas junto a Moscú y Tokio) cuyas emisiones suman el 52% del total de CO2 que la humanidad lanza a la atmósfera. Y es que, como buen egoísta inconsciente de ultra extrema derecha radical, no es esto lo que me preocupa cuando me dirijo cada mañana hacia mi feíto Renault Modus, sino el hecho de hacer pasadas extra por el arco de seguridad. Si todos los días me voy al coche en lugar de quedarme con mis compañeros tratando de ser sociable, al cabo del año me habré llevado un montón de exposiciones a esa mierda radiactiva que podría haber evitado perfectamente. He leído por ahí que estas cosas no suponen un peligro real y que no sé cuántas miles de pasadas equivalen a la exposición a una radiografía. Pero lo cierto es que una vez, una coordinadora me dijo que estaba exenta de atravesar el arco por haberse quedado embarazada. Además, una compañera me comentó que mucha gente que ha trabajado toda la vida en el aeropuerto, al poco de jubilarse, acaba sufriendo cáncer. En fin, que está claro que algo hay, no puede ser completamente inocuo y también es evidente que a nadie le va a importar demasiado que un puñado de currelas de baja cualificación termine desarrollando tumores en el albor de su vida pensionista. En cualquier caso, yo espero no seguir demasiado tiempo en este trabajo, pero espero también, con mucha más fuerza, que el haberme tirado once años atravesando esos cacharros no haya llegado a generar ningún tipo de mella en mi material genético.

23/2/22

El aborto de Overton - Pólvora en salvas XVIII

Colombia ha legalizado el aborto hasta las 24 semanas de gestación, lo que viene a ser casi seis meses, sin necesidad de que se dé ninguno de los clásicos supuestos (violación, peligro para la vida de la madre, malformaciones o enfermedades graves en el feto incompatibles con la vida). Es decir, que a partir de ahora, la ley colombiana ampara que una madre pueda matar al hijo que lleva en el vientre sobre la base de su elección personal, siempre que lo haga antes de que el embarazo supere las 24 semanas. 

A uno se le hiela la sangre viendo cómo desde el feminismo se celebra esta monstruosidad, habida cuenta de que hasta con 21 semanas de gestación puede llegar a sobrevivir un bebé prematuro, como los pequeños Curtis y Richard. Sin embargo, no pretendo analizar hoy aquí la cuestión del aborto, sino verla bajo el prisma de la ventana de Overton, también conocida como la pendiente resbaladiza y representada a veces mediante la analogía de una rana que se cuece viva en una olla de agua siempre que la temperatura vaya subiendo paulatinamente. 

Si alguien a comienzos del siglo XX propusiese la despenalización del aborto a petición de la madre hasta la semana 24 sería con toda seguridad tachado de loco, enfermo o psicópata. Sin embargo, no resultaría tan impactante una propuesta de legalización del aborto basada en supuestos. Así, países como la URSS, Islandia o Suecia fueron legalizando algunas formas de aborto en las primeras décadas del siglo. Después, a partir de los años cincuenta, cada vez más naciones empezaron a promulgar leyes del aborto basadas en plazos, es decir, que lo contemplaban a petición de la madre, pero solo hasta un cierto número de semanas de gestación. Poco a poco, paso a paso, hemos ido resbalando por la pendiente o cociéndonos en un agua cada vez más sofocante, hasta el punto de que se acepta, apenas con algo de revuelo en redes sociales, atrocidades como la de Colombia, la cual, por cierto, no es la peor en este sentido, pues los estados de Alaska, Oregón, Colorado y Nuevo México permiten el aborto a petición de la madre sin límite de semanas de gestación. 

Parece que esta última es la situación ideal a la que aspira el enloquecido feminismo que sufrimos en Occidente, pero podemos preguntarnos si realmente desean detenerse ahí. Y es que, en 2012, dos investigadores italianos publicaron un artículo en la revista Journal of Medical Ethics donde defendían lo que llamaron «aborto post-parto» en aquellos casos en que, una vez nacido el niño, se detectase una enfermedad o, agárrense bien a la silla, cambiase alguna circunstancia económica, social o psicológica en los padres. Naturalmente, esta aberrante propuesta dio lugar a un gran revuelo en su momento, pero un par de años después volvió a saltar a la palestra cuando fue defendida por otro filósofo, esta vez canadiense, que logró generar debate social al respecto. 

Lógicamente, a (casi) todos nos parece impensable que se permita asesinar a un bebé recién nacido sobre la base de un cambio económico o psicológico en los padres, pero no menos impensable le parecería a una persona de mediados del siglo XX que se pudiera asesinar a un bebé no nacido de seis, siete, ocho o nueve meses de gestación sin que mediase ninguno de los supuestos. ¿Qué pasará dentro de cincuenta años? Solo Overton lo dirá, aunque no parece que se esté dejando mucho espacio para la esperanza.  

21/2/22

La continuación antuerpiense del Lazarillo: ¿una novela picaresca?

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura Narrativa española del Siglo de Oro, impartida por don Jaime José Martínez Martín en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


INTRODUCCIÓN

En 1555 se publicó en Amberes, en la imprenta de Martín Nucio, La Segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, en una edición conjunta con el Lazarillo original. Desde entonces, esta continuación antuerpiense no volvió a imprimirse en territorio español hasta mediados del siglo XIX, siendo incluso despreciada y suprimida por el censor Juan López de Velasco, quien la tachó de «impertinente» mientras expurgaba las aventuras de Lázaro para preparar la edición del Lazarillo castigado de 1573. 

Este desinterés vino acompañado de la crítica virulenta de Juan de Luna, quien en el prólogo a los lectores de su propia continuación de 1610, la tildó de «necedad soñada». Su regreso a la imprenta en ediciones descuidadas de mediados del XIX no mejoraron la suerte de la obra, que recibió el desprecio de Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, por «necia e impertinente». 

La autoridad de don Marcelino y los numerosos errores filológicos en el tratamiento del texto  dieron lugar a que en el siglo XX tampoco se apreciase demasiado el posible valor literario de la novela. Así, Alonso Zamora Vicente comentó que «la baja calidad artística del libro nos exime de la búsqueda concienzuda de datos o noticias». Por su parte, Pedraza y Rodríguez sentenciaron en su Manual de literatura española que la novela es «lamentable», que carece de interés y que el autor estaba desprovisto de ingenio. 

Estos son solo algunos casos que ilustran la tónica general, aunque hubo excepciones. Por ejemplo, Enrique Macaya, en 1935, había considerado un acierto el primer capítulo, aunque el resto de la novela le pareció llena de aventuras ridículas. En una línea similar, José María de Cossío elogió en un artículo de 1941 el debate de Lázaro con el rector de la Universidad de Salamanca pero igualmente condenó toda la aventura de los atunes por carente de gracia y picardía.

Sin embargo, parece que la valoración y el interés de la crítica contemporánea hacia la Segunda parte ha evolucionado positivamente en las últimas décadas. Prueba de ello serían las dos ediciones publicadas por Cátedra: la primera, a cargo de Pedro Piñero, vio la luz en 1999; la segunda, de Alfredo Rodríguez, salió de imprenta en 2014. Además, el portal Dialnet muestra que a la obra se le han dedicado, total o parcialmente, dos capítulos de libros y doce artículos de revistas. Respecto a la valoraciones críticas, podemos encontrarlas desde moderadamente elogiosas, como la de Piñero, quien le atribuye sus méritos y aciertos aunque no resista comparación con el primer Lazarillo, hasta las altamente laudatorias, como la de Alfredo Rodríguez, quien afirma que en «complejidad de construcción narrativa, calidad de creación lingüística y altura estética está al mismo nivel que la primera parte».

Uno de los primeros estudios extensos dedicados a la Segunda Parte fue la tesis doctoral de Máximo Saludo, defendida en 1956 , en la que apostó por la autoría de Pedro de Medina, interpretando la novela como una alegoría de la rendición de Trípoli de 1551. Marcel Bataillon, en la introducción a una edición francesa del Lazarillo de 1958, dedica un capítulo a las continuaciones de la historia del famoso pregonero. El hispanista francés analiza la ascendencia folclórica basada en el vino de la Segunda Parte de Amberes y entiende la obra en clave enigmática, pudiendo hacer referencia a los conversos judaizantes que huyeron al Imperio otomano o a las empresas ultramarinas españolas movidas por la codicia. Antonio Vives Coll, en su libro Luciano de Samosata en España (1959) señaló las deudas de la Segunda Parte con los diálogos lucianescos. Gonzalo Sobejano atisbó en las reflexiones críticas del segundo Lázaro las posteriores digresiones del Guzmán de Alfarache. Rumeau se encargó de cuestiones ecdóticas, concluyendo que los impresores Nucio y Simón utilizaron originales diferentes para editar la Segunda Parte, aunque emplearon un mismo original para editar la primera. Richard E. Zwez, en su libro de 1970 Hacia la revalorización de la Segunda Parte del Lazarillo, analizó la relación entre el Lazarillo y su primera continuación y justificó el cambio de rumbo de esta. Para el estudioso, la Segunda Parte es producto de su época por sus alusiones a la Antigüedad clásica, su erudición o por el interés que muestra respecto a asuntos nacionales o religiosos. El anónimo autor estaría plasmando en su novela una crítica contra la política del emperador Carlos V. Kenneth R. Scholberg estudió los elementos satíricos de la obra en su libro de 1979, Aspectos generales de la sátira en el siglo XVI.

Respecto a tratamientos críticos más recientes, conviene destacar las mencionadas ediciones de Cátedra. En la de 1999, Pedro Piñero destaca la sensación de «verdadera continuación» que transmite la lectura de la Segunda Parte, especialmente el primer capítulo, el cual de hecho fue impreso en ocasiones como tratado octavo del Lazarillo original. Asimismo, considera que el anónimo autor debió ser un español exiliado en Flandes por cuestiones políticas o religiosas y que la obra, de ejecución apresurada, responde a un impulso comercial: servir de complemento al primer Lazarillo, cuyo volumen no resultaba óptimo para el mercado. Piñero ofrece además un ilustrativo y minucioso seguimiento de los estudios en torno a la novela antuerpiense, cuyo resumen ha quedado plasmado en el párrafo precedente. Por otro lado, el crítico señala la influencia de Luciano y Apuleyo y de motivos folclóricos como el Pece Nicolao  y considera que el núcleo central, la aventura submarina de Lázaro-atún es «una novelita de caballerías con indiscutibles pisos paródicos».

Por su parte, Alfredo Rodríguez, en su edición de 2014 se centra, por un lado, y como ya se ha dicho, en reivindicar el valor literario de la Segunda Parte y, por otro, en ofrecer una serie de análisis léxicos de fragmentos del Lazarillo original, de las interpolaciones alcalaínas y de la continuación antuerpiense, cotejándolos con las obras de algunos de los principales candidatos a la autoría de los textos mencionados. Rodríguez concluye que ambos Lazarillos, incluidas las interpolaciones, son obra de un mismo autor y que este puede ser Juan Arce de Otálora o Fray Juan de Pineda. Curiosamente, en un trabajo posterior, el crítico apunta a que la hipótesis más probable reside en que el autor de ambas partes sea Francisco de Enzinas. 

Aunque se podrían referir más trabajos, por no prolongar demasiado esta introducción hablaré por último de un ensayo de 2011 firmado por Purificación Mascarell. En sus páginas, la autora examina las similitudes entre El asno de oro, el Lazarillo y la Segunda parte de los atunes. Esta quedaría vinculada a una tradición literaria iniciada por Apuleyo y recogida en el Renacimiento mediante el género del diálogo de transformaciones, el cual tendría su máximo exponente en El Crotalón. Tanto en El Asno de oro como en la Segunda parte del Lazarillo, la metamorfosis del protagonista constituiría la herramienta básica para lanzar una acerada crítica social. En el caso del asno, la clave reside en que el animal no forma parte de la sociedad, por lo que, al no tener responsabilidad en los problemas, su crítica resulta legítima. Respecto a la Segunda Parte, aunque es un atún quien amonesta a la sociedad de los atunes, en realidad esta es un reflejo de la de los humanos, procedimiento que favorecería la seguridad del autor. 

El objetivo del presente trabajo consiste en valorar la conveniencia de adscribir la Segunda parte del Lazarillo de Tormes al género picaresco. Mi hipótesis de partida es que las características de la obra difícilmente permiten incluirla dentro del corpus de la novela picaresca. Para poner a prueba dicha hipótesis me dispongo a examinar lo que los especialistas han manifestado respecto a los rasgos fundamentales de las novelas que tradicionalmente han llevado el marbete de «picarescas», así como lo que se ha comentado sobre la obra en cuestión, tratando de analizar de forma crítica el peso de los argumentos que pudieran esgrimirse en uno u otro sentido. 

Considero que la pertinencia del tema que me propongo tratar se sustenta en los siguientes puntos:

1. El mencionado interés que la obra ha despertado entre la crítica en los últimos años y que se manifiesta en una considerable cantidad de trabajos en torno a diferentes aspectos de la novela, así como en la polémica sobre la autoría. En este sentido, destaca Rosa Navarro, quien asegura que el autor fue Diego Hurtado de Mendoza. Por su parte, Alfredo Rodríguez, cuyos candidatos ya se mencionaron, dedicó un trabajo a refutar la propuesta de Rosa Navarro, no solo en lo referente a la Segunda Parte, sino también a la primera, cuya autoría atribuye la estudiosa a Alfonso de Valdés . Por último, por citar uno de los ensayos más recientes, tenemos la hipótesis de Jesús Fernando Cáseda Teresa, quien defiende la autoría de Fernando Álvarez Ponce de León, tío de Juan de Luna, el autor de la Segunda parte de 1610 . 

2. Las discrepancias académicas en torno a la adscripción genérica de la novela, lo cual evidencia que no es una cuestión zanjada. Así, Rosa Navarro incluyó la Segunda Parte de 1555 (bajo autoría de Diego Hurtado de Mendoza) en el tomo V de su colección Novela Picaresca, publicada por la Fundación José Antonio de Castro. Alfredo Rodríguez menciona que una de las causas de que la Segunda Parte no haya recibido la misma atención que la primera es la «supuesta diferencia de género (picaresca/ novela de transformaciones)» con lo que nos informa de que la opinión mayoritaria adscribe la obra al género de transformaciones y, al mismo tiempo, que él pone en duda dicha afirmación, dando a entender que pertenecen al mismo género mediante la inclusión del adjetivo «supuesta». Pedraza y Rodríguez se muestran tajantes en la opinión contraria, afirmando que la obra «no tiene ninguna relación con el Lazarillo ni con lo que luego será la novela picaresca».

3. La composición de la novela en un tiempo de fuerte hibridismo literario y de configuración de géneros narrativos favoreció que se viese imbuida del espíritu artístico de su época, lo que dificulta la tarea de categorizarla en dos sentidos: por sus propias características formales y temáticas, constituidas a través de numerosas influencias; por el caótico contexto genérico en que vio la luz. 

Con respecto a la originalidad de mi trabajo, quisiera decir que, aunque diversos expertos se han posicionado sobre la adscripción genérica de la Segunda Parte antuerpiense de las aventuras de Lázaro de Tormes, no parece que ninguno haya llegado a publicar un estudio en los términos planteados en estas páginas. Teniendo en cuenta que, a pesar de todo, la novela ha recibido una considerable atención crítica, especialmente en las últimas décadas, resulta casi imposible concebir la idea de que, desde mi situación de estudiante, con las limitaciones que ello conlleva, pudiera en estos momentos llevar a cabo un análisis que pudiese aportar unas conclusiones radicalmente novedosas. 

Tras esta introducción, mostraré un marco teórico sobre el que trabajar para, a continuación, poner a prueba mi hipótesis de partida, mencionada anteriormente. Por último, dedicaré un apartado a recapitular las ideas principales y sacar conclusiones. 

TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA PICARESCA

Es habitual y tal vez inevitable que las definiciones de picaresca recurran a las obras cumbre del género. Así, Estébanez Calderón explica que la picaresca es un tipo de novela que nace con el Lazarillo, que se constituye en género literario con el Guzmán y que se consolida con el Buscón y La pícara Justina . Igualmente frecuente es que en estas explicaciones sea excluida la Segunda Parte del Lazarillo de 1555. 

Lógicamente, si estas obras son las que constituyen el género, habrán de ser sus características las que lo definan. Así, sabemos que una novela picaresca arquetípica debería estar narrada en primera persona por su protagonista, un individuo proveniente de los bajos fondos y con genealogía deshonrosa que expone su autobiografía a través de episodios encadenados que relatan sus aventuras y desventuras en la lucha por la supervivencia. Estos y algunos rasgos más, como la sátira y el afán moralizante, son habituales en las novelas picarescas pero, como es lógico, dentro de un corpus de unas dos docenas de obras, tiene que haber algunas que carezcan de uno o varios elementos importantes, del mismo modo que ha de haber otras que posean elementos que no se encuentren en las demás. De este modo, se plantea la dificultad de qué hacer ante una obra que posea casi todos los rasgos esenciales pero carezca de uno de ellos. ¿Estaríamos, en tal caso, ante una novela picaresca? 

Por poner un ejemplo, podemos pensar en La hija de Celestina, de Jerónimo de Salas Barbadillo, publicada en 1612 y ampliada en 1614 bajo el título La ingeniosa Elena. Tal y como explican Pedraza y Rodríguez, esta novela suele incluirse en el género picaresco. Sin embargo, en ella el sexo adquiere una enorme relevancia cuando por lo general no tiene casi ninguna en el resto de las obras picarescas y, lo que a mi juicio resulta mucho más trascendente, la obra cuenta con un narrador heterodiegético, por lo que prescinde del recurso de la autobiografía. 

Algunos críticos han optado por una concepción muy estricta del género, como Jenaro Talens, quien afirmó que solo existen tres novelas picarescas: Lazarillo, Guzmán y Buscón. Tierno Galván admitió una más en tan exigua nómina: La pícara Justina. Otros, muy al contrario, establecieron criterios tan laxos que dieron cabida a obras como El diablo cojuelo o varias Novelas ejemplares de Cervantes. 

Fernando Lázaro Carreter ofreció una inteligente solución intermedia en su trabajo de 1970 «Para una revisión del concepto “novela picaresca”». El filólogo explicó que las dificultades en torno a la definición del género llegaban al punto de la ausencia de consenso en cuanto a su origen, situándolo algunos en el Lazarillo y otros en el Guzmán. Sin embargo, defendió que la novela picaresca es una realidad que debemos esforzarnos en describir racionalmente, pues aquellas obras

antes de ser un objeto críticamente formalizable, constituyeron una entidad artística con rasgos distintivos y límites, en la mente de muchos escritores y del público lector; y que fue también una realidad con que operó el comercio editorial. 

La propuesta de Lázaro Carreter consiste en dejar de entender el género picaresco como un todo estático y empezar a verlo como un organismo que se fue formando, como un proceso resultante de tensiones internas e influencias externas. En dicho proceso resultaría fundamental la distinción entre maestros (el autor del Lazarillo, Mateo Alemán y Quevedo) y epígonos. Los primeros aportarían los rasgos fundamentales del género y los segundos utilizarían dichos rasgos de forma conservadora o de forma innovadora. El papel de los epígonos en la configuración del género adquiriría una gran relevancia gracias a su deseo de diferenciarse, de mostrar originalidad, permitiendo que se incorporen nuevos elementos, como el sexo en La hija de Celestina, o variantes de los ya existentes, como la personalidad bobalicona  del protagonista de El donado hablador, de Jerónimo de Alcalá Yáñez, como alternativa a la personalidad canónica del pícaro astuto y espabilado. En definitiva, una obra quedaría dentro del género si su autor ha decidido aprovechar los elementos formales o temáticos de la poética picaresca. De este modo se perfilaría un corpus más amplio y de límites menos desdibujados sin que tampoco llegase a entrar en él casi cualquier obra. 

Naturalmente no todos los especialistas tienen por qué abrazar este enfoque. Pedraza y Rodríguez explican que las profundas diferencias entre el Lazarillo y el Guzmán, resultado de que entre la publicación de uno y otro transcurriese medio siglo, han llevado a algunos críticos a poner en cuestión la misma existencia del género picaresco. Sin embargo, a pesar de las particularidades de cada autor y de cada obra, «existen una serie de rasgos comunes que nos permiten hablar de novela picaresca como algo genuinamente español». 

Algunos de esos rasgos se encuentran íntimamente relacionados entre sí y no todos son exclusivos de la novela picaresca. Así, el relato autobiográfico da lugar a que se nos presente, como es lógico, la visión subjetiva del protagonista, de forma que la narración tiende al maniqueísmo, perfilando como buenos aquellos personajes que favorecen al pícaro y como malos aquellos que lo perjudican, sin que podamos conocer las motivaciones de estos últimos. Del rasgo de la autobiografía se deriva también la condición de antihéroe del protagonista quien, al contrario de los héroes de la novela de caballerías, no tiene a nadie que se interese en su vida tanto como para contársela a otros. Asimismo, esta narración autodiegética permite exponer la genealogía oscura del pícaro que, en parte, sirve para disculpar su conducta apelando veladamente al determinismo genético y ambiental. 

Pero por encima de todo ello, la autobiografía posee el papel de justificar la existencia de la misma obra (al tiempo que la obra justifica el uso de la autobiografía) y se encuentra muy relacionada con otra de las marcas características de la picaresca: el realismo. Tal como explica Francisco Rico, a mediados del XVI se estilaba aplicar un barniz de historicidad a las obras literarias, de tal modo que hasta las fantásticas novelas de caballerías trababan de pasar por «verídicas». Sin embargo, no resultaba verosímil que un donnadie diese cuenta de sus fortunas y adversidades, por lo que se hizo necesario encontrar un pretexto. El autor del Lazarillo halló la solución en la modalidad epistolar. Lázaro estaría respondiendo a una primera carta remitida por el narratario «vuestra merced» en la que se le requerían explicaciones sobre el «caso», la situación de amancebamiento de su mujer con el arcipreste. Entonces, el caso y el molde epistolar favorecieron la narración autobiográfica, pues el Lázaro adulto decide comenzar a dar explicaciones que se remontan a su infancia. Por otro lado, en el Guzmán, la autobiografía sirve al pecador arrepentido que mira hacia el pasado, para fundir fábula y sermón, haciendo que ambos se explicasen mutuamente. En definitiva, en «ambas obras, la autobiografía presentaba toda la realidad en función de un punto de vista». Sin embargo, esta cuidadosa elaboración pierde su sentido en obras posteriores y la autobiografía termina por convertirse en poco más que una convención desprovista de significado. 

Otros rasgos íntimamente relacionados y habituales de la picaresca, aunque no exclusivos de ella, son el retrato satírico de tipos y vicios, la intención moralizante, la estructura episódica y el vagabundaje del protagonista por diferentes entornos geográficos. Así, la sátira social resulta más amplia y minuciosa cuantos más tipos de personas, estamentos y oficios puedan ser estudiados, algo que resulta favorecido tanto por la movilidad geográfica como por la yuxtaposición de episodios independientes basados, no siempre, pero sí de forma habitual, en el servicio a distintos amos. De este modo, el pícaro, desde su presente, nos va narrando sus vivencias, las cuales servirán para satisfacer la intención moralizante. Esta cuestión es tan fundamental que se ha llegado a proponer una clasificación con base en ella. Así, habría novelas como el Lazarillo o el Buscón que pueden contener enseñanzas pero que evitan el sermón moralizante; en segundo lugar, estaría el Guzmán, como único caso que logra integrar con naturalidad los sermones en la narración; por último, tendríamos otras obras que no logran integrar adecuadamente los sermones morales en la narración, presentando resultados forzados, como ocurre en La pícara Justina

LA SEGUNDA PARTE DEL LAZARILLO COMO NOVELA PICARESCA

El primer y más intuitivo argumento que podría esgrimirse para incluir al Lazarillo de los atunes en el corpus de la novela picaresca no tendría que ver, como tal vez podría esperarse, con los rasgos esenciales del género, sino más bien con su estrecha relación con la obra fundacional, el Lazarillo de 1554. Dejando de lado las obviedades, como que ambas obras comparten protagonista, los lazos que las unen empiezan a manifestarse desde las quince primeras palabras de la Segunda Parte, las cuales coinciden con las quince últimas de la primera (sin tener en cuenta la interpolación alcalaína que, precisamente, favorecería la continuación): «En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna». Alfonso Rey defiende que la novela es «una verdadera continuación»  especialmente gracias a las numerosas alusiones que el autor del Lazarillo antuerpiense hace a la primera parte. Así, cuando Lázaro, tras el naufragio, se encuentra asediado por los atunes en el fondo de las aguas, cae en la cuenta de que, si ha sobrevivido, ha sido gracias a las grandes cantidades de vino que ingirió en el barco, vino que impide que entre el agua salada en su cuerpo provocándole la muerte. Entonces, el protagonista reflexiona recordando a su primer amo en estos términos: «vi verdaderamente la filosofía que cerca de esto había profetizado mi ciego cuando en Escalona me dijo que si a hombre el vino había de dar vida, había de ser a mí». Además de este tipo de alusiones y recuerdos, Rey destaca el desarrollo de acontecimientos iniciados en la primera parte, como el nacimiento de una hija de Lázaro resultado de su matrimonio; el aporte de nuevos datos, como el nombre de su esposa, Elvira; o la mejora del perfil de algunos personajes solo esbozados en la primera parte, como el del Arcipreste. Por su parte, Philippe Rabaté considera que el primer capítulo de la Segunda parte, el cual, como ya se dijo, en ocasiones fue impreso como último de la primera, posee la doble función de servir de bisagra entre ambas obras y de «legitimación del proseguir de las aventuras de Lázaro». 

Sobre esto, querría decir que entiendo que el primer capítulo sirva de enlace entre ambas obras pero no tengo tan claro que legitime proseguir las aventuras de Lázaro. Como ya se dijo, la legitimación para que alguien como Lázaro contase su vida se logró mediante la explicación en molde epistolar a «vuestra merced» del caso de amancebamiento. Considero que en la Segunda Parte la situación cambia, ya que Lázaro se dispone a narrar aventuras fantásticas y extraordinarias, por lo que no sería necesario un pretexto para contarlas, aunque tal vez sí para contárselas específicamente a «vuestra merced», aunque tan solo fuese que este había preguntado, igual que en el Lazarillo original. Además, no encuentro en el primer capítulo ningún mecanismo de legitimación similar al que ofrece la primera parte. Es cierto que justo al final parece haber un cierto amago en esa línea cuando Lázaro explica que la fortuna decidió aguarle «estos pocos años de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte»  pero en vez de añadir alguna explicación para el narratario, del estilo de que vivió tan extrañas aventuras que ha considerado que a «vuestra merced» le gustaría conocerlas, se limita a dirigirse a Dios y explicar que nadie podría escribir sobre aquellos infortunios sin que se le llenasen los ojos de lágrimas. 

Resulta llamativo y elogiable el modo en que el autor de la Segunda Parte utiliza procedimientos que sirven para enlazar con la primera al tiempo que los adapta a sus propios fines. Así, por ejemplo, el primer Lázaro explica que, aunque podría explayarse contando sucesos que vivió con el ciego, se calla muchos «por no ser prolijo». Del mismo modo, el segundo Lázaro, ya en el capítulo II, asegura que «por evitar prolixidad» no da relación de lo acaecido en su camino hacia Cartagena, donde embarcará para Argel. Respecto al primer Lázaro, Francisco Rico comenta que, para sus propósitos, para explicar el caso, a Lázaro le basta con relatar solo algunos episodios vividos con el ciego. Sobre lo que dice el segundo Lázaro, Piñero apunta que, además de tratarse de una expresión empleada en la primera parte, también responde a la voluntad de estilo del autor, «el ideal retórico de la economía estilística». Sin embargo, podría parecer que esta cuestión, el evitar la prolijidad, fuese secundaria, pues justo después Lázaro añade «por no hacer nada a mi propósito», es decir, podemos entender que Lázaro sí está dispuesto a ser prolijo si ello sirve a su propósito. Esto indica que, efectivamente, el propósito del protagonista de la Segunda Parte consiste en dar noticia a «vuestra merced» de sucesos extraordinarios, lo cual se confirma poco después cuando explica que no ofrece más detalles del naufragio porque lo que quiere es «dar cuenta de lo que nadie sino yo puede dar». Por eso no gasta tinta en hablar de los pormenores de un prosaico viaje hasta Cartagena ni de las particularidades de un naufragio del que, por otra parte, ya habían hablado otros supervivientes. Cabría entonces preguntarse por qué sí que dedica varias páginas a hablar en el capítulo I de sus juergas con los tudescos, no habiendo en esto ningún elemento de corte sobrenatural, y la respuesta es que, como ya se dijo, la función de ese primer capítulo se basa en enlazar ambas novelas. 

En definitiva, resulta más que evidente el afán del autor de la Segunda Parte por dejar claro que su obra es una continuación del primer Lazarillo. Ahora bien, en mi opinión, el que una obra sea continuación de otra no es condición necesaria ni suficiente para que la segunda pertenezca al mismo género que la primera, aunque esto sea lo más habitual. Por ejemplo, parece evidente que las continuaciones canónicas del Guzmán o del Quijote pertenecen al mismo género que sus respectivas primeras partes, pero difícilmente podría asegurarse que en ello tiene algo que ver el hecho mismo de ser continuaciones. Si en una segunda parte asistimos a una evolución temática y formal tan extrema que la obra termine por carecer de los rasgos genéricos principales de su predecesora, no tendría sentido pretender que forman parte del mismo género. Esto no implica que la Segunda Parte del Lazarillo no sea una novela picaresca, sino que, si lo es, se deberá a otras causas.

Otro motivo que podría darse para colocar a nuestra obra el marbete «picaresca» sería su posible papel en la formación del género. Alfonso Rey no duda en establecer precisamente en el Lazarillo de los atunes el nacimiento de la picaresca ya que esta «primera imitación, hizo ver la posibilidad de otras», motivando además la réplica de Juan de Luna. Y no solo eso sino que la impresión conjunta de los dos Lazarillos anónimos pudo llevar a que la perspectiva del segundo influyese en el modo de entender el primero y que este hecho tuviese consecuencias en el modo de desarrollarse la picaresca posterior. Otros estudiosos no tienen en cuenta la Segunda Parte antuerpiense y apuntan a que el género realmente nace con el Guzmán en la medida en que Mateo Alemán construye una especie de versión barroca del primer Lazarillo al añadirle grandes dosis de desengaño, pesimismo, doctrina cristiana y elaboración estilística. Pero, ¿es posible que la Segunda Parte haya jugado algún papel en la configuración del Guzmán y, por ende, en la del género picaresco? El propio Rey señala que «la continuación de 1555 presenta rasgos técnicos y estructurales que, bien por influjo, bien por coincidencia fortuita, reaparecen en varios relatos posteriores, incluido Guzmán de Alfarache». Pedro Piñero, al resaltar la diferencia entre la crítica social implícita del primer Lazarillo y la explícita del segundo, llevada a cabo mediante «digresiones reflexivas y denunciadoras», señaló que el anónimo autor de Amberes estaría «indicando el camino a Mateo Alemán». Un ejemplo de este tipo de digresiones extensas ausentes en la primera parte sería la que tiene lugar cuando el general Páver acepta que Lázaro ejecute a unos cuantos atunes para poder salir de la cueva donde habían quedado atrapados a causa de la avalancha de soldados acuáticos que trataban de hacerse con una parte del botín de guerra. Entonces Lázaro reflexiona a lo largo de unas doce líneas en estos términos: «¡Oh, capitanes, dije yo entre mí, qué poco caso hacen de las vidas ajenas por salvar las suyas, cuántos deben de hacer lo que este hace!» añadiendo después la historia del capitán romano Paulo Decio, que se sacrificó por sus soldados en pos de la victoria. 

Michel Cavillac señala la improbabilidad de que un gran lector como Alemán desconociese la continuación del Lazarillo y rescata algunos ejemplos que respaldan su planteamiento. Así, en la segunda parte del Guzmán, podemos ver al pícaro atrapado en un naufragio en el que los navegantes, presas del pánico, empiezan a ofrecerse confesión unos a otros. Aunque el naufragio es un tópico literario, lo cierto es que una situación en la que se describa a seglares ofreciendo el sacramento de la confesión solo había tenido lugar en el Lazarillo de los atunes. Menciona el estudioso también que la fábula de la Verdad despreciada y desterrada que aparece en la primera parte del Guzmán recuerda al mutilado capítulo XV de la Segunda Parte, donde Lázaro dialoga con la figura alegórica de la Verdad que se ha exiliado en el fondo del mar por el desprecio que hacia ella tienen los hombres. En tercer lugar, Cavillac propone que la estructura circular del Guzmán, que comienza y termina sus aventuras en Sevilla, podría haberla tomado Alemán de las dos partes del Lazarillo entendidas como un todo en el que Lázaro empieza y termina su historia en Salamanca. 

Asumiendo que el papel de la Segunda Parte fuese fundamental en la configuración del género, esto sigue sin parecerme un motivo de peso para considerarla una novela picaresca. Como contraejemplo pueden ofrecerse aquellas obras que influyeron en la composición del primer Lazarillo, como podría ser el Asno de oro, del que pudo tomar la narración autobiográfica, los episodios encadenados y el servicio a diferentes amos, y entender que no por ello sería adecuado incluirlas en el corpus picaresco. 

Por último, vamos a ver el argumento o conjunto de argumentos que podría resultar más convincente: la presencia en la obra de rasgos fundamentales de la novela picaresca. Lo cierto es que no son pocas las características típicamente picarescas que posee el Lazarillo de Amberes: narración en primera persona, sátira, afán moralizante, vagabundaje del protagonista… 

El autor de la Segunda Parte emplea el rasgo habitual en la novela picaresca de la narración en primera persona. Cómo ya se dijo, el uso de este recurso tiene una sólida justificación en el Lazarillo original y en el Guzmán de Alfarache pero en la Segunda Parte sirve únicamente para reforzar su carácter de continuación y para que Lázaro pueda relatar los sucesos extraordinarios de su transformación a vuestra merced, aunque no explique el motivo por el que quiere o tiene que hacerlo. Es decir, en la Segunda Parte el recurso de la primera persona pierde su significado original y se convierte en una convención, aunque este hecho constituye la norma dentro de la novela picaresca, por lo que no debería suponer un problema para que como tal se considere nuestra novela. 

Pero sobre este asunto me parece más interesante recalcar que, tal y como se dijo más arriba, el uso de la primera persona en la picaresca responde también a la condición mundana del protagonista quien, a diferencia de los héroes de la novela de caballerías, no tiene a nadie interesado en relatar su vida. Sin embargo, el Lázaro de los atunes, a partir del capítulo II, vive aventuras fantásticas llenas de acción y heroicidad que están al nivel de las que viven los protagonistas del género caballeresco, lo que no da pie a pensar que a nadie pudiera interesarle escribir su historia. 

Las cuestiones de la sátira social y el afán moralizante poseen una gran relevancia en la Segunda Parte. Es cierto que estos asuntos constituyen rasgos fundamentales de la picaresca pero conviene recordar que en nuestra novela, el procedimiento más llamativo y particular empleado, el cual de hecho no tiene cabida en ninguna novela picaresca, y que es el que ocupa la mayor parte de la obra, es el traslado de Lázaro al fondo del mar, al reino de los atunes, del cual se servirá el autor para lanzar una crítica feroz a la sociedad de su tiempo. Es decir, que aunque la sátira y el afán moralizante se encuentran muy presentes en la continuación, es entre los capítulos III y XVI donde se concentran, precisamente en la parte menos picaresca del libro, pues, tal y como explica Pedro Piñero: 

La obra se configura con un marco claramente picaresco, los dos primeros y los dos últimos capítulos, que mantienen con cierta dignidad el modo narrativo del Lazarillo, pero el centro de la historia vuelve a los cauces narrativos de la novela, el roman, al modo de los libros de caballerías. 

En resumen, podemos decir que es cierto que la Segunda Parte posee varios rasgos esenciales del género picaresco pero teniendo en cuenta que también pueden aparecer en otras modalidades narrativas (además del Asno de oro existen otros antecedentes para la narración de tipo autobiográfico, como las Confesiones de San Agustín o las cartas de relación de personalidades como Hernán Cortés o Cristóbal Colón; la crítica social satírica y moralizante puede encontrarse en géneros como las farsas, los diálogos humanistas y las danzas de la muerte) y que en nuestra obra figuran sobre la base de motivaciones no necesariamente propias de la picaresca o que son empleados con procedimientos ajenos al género, tal vez sería conveniente concluir que la presencia de dichos rasgos no es por sí misma una prueba concluyente de que el Lazarillo de los atunes sea una novela picaresca. 

LA SEGUNDA PARTE DEL LAZARILLO COMO NOVELA NO PICARESCA

Siguiendo el hilo de lo comentado en el epígrafe precedente, podemos comenzar ahora analizando los rasgos esenciales de la picaresca que no tienen presencia en el Lazarillo de Amberes y ver si esto sería suficiente motivo como para excluirlo del corpus picaresco. 

La estructura narrativa se encuentra muy alejada del modelo episódico del Lazarillo original y de otras novelas picarescas que por lo general se componen de «una serie de escenas totalmente desconectadas unas de otras, que se desarrollan en distintos puntos geográficos, a veces muy distantes y que solo pueden engarzarse porque tienen un protagonista común». En la continuación antuerpiense no observamos este tipo de escenas ni tampoco el servicio que en cada capítulo el protagonista va prestando a diferentes amos. Como ya se ha dicho, vemos más bien una novelita de transformaciones enmarcada entre capítulos de ambiente picaresco. Es cierto que durante su aventura en el reino de los atunes, Lázaro, en cierto modo, sirve a dos amos, el capitán Licio y el mismo rey, pero las situaciones no tienen nada que ver con las vivencias del primer Lazarillo. Además, podemos apreciar que entre los capítulos existen elementos de continuación más allá del propio protagonista, como puede ser la presencia continuada de varios personajes o el desarrollo de diversos sucesos cuya acción sobrepasa los límites de la unidad capitular. Así, por ejemplo, después de que en el capítulo IV Lázaro salvase la vida del general Páver despejando la cueva a espadazos y que este le asegurase que no solo no sería castigado por ello sino que recibiría «grandes bienes», podemos ver al comienzo del capítulo V cómo Lázaro es citado por el general en sus aposentos, donde le dice: «y te sean perdonadas las valerosas muertes que en la cueva en nuestras compañas hecistes. Y en memoria del servicio que en librarme de la muerte me has hecho, posseas y tengas por tuya propia essa espada».

A pesar de todo, considero que este no sería un motivo de peso para que la Segunda parte no se considerase picaresca. Al fin y al cabo, muchos pícaros pasan grandes periodos de sus vidas sin servir a ningún amo o protagonizan novelas con estructuras muy distintas a la del Lazarillo y no por eso estas dejan de considerarse picarescas. 

Muchísimo más relevante me parece la cuestión de la personalidad del protagonista y, en relación con ello, su condición. En mi opinión, lo que caracteriza de verdad a la novela picaresca es que su protagonista sea un pícaro. Creo que cualquiera puede hacer el ejercicio de imaginar un Lazarillo narrado en tercera persona, con una mayor o menor carga de afán moralizante más o menos explícito, con unos episodios mejor conectados, con un menor nivel de maniqueísmo, con unos padres carentes de máculas o, incluso, con el protagonista afincado para siempre junto al Tormes, y esa abstracción no dejará de parecernos picaresca  siempre y cuando Lázaro continúe siendo un pícaro. Ahora bien. ¿Es el Lázaro de los atunes un pícaro? 

Los pícaros literarios tienen en general dos rasgos o conjuntos de rasgos principales. Por un lado, están las características asociadas al perfil del delincuente, ajenas a Lázaro, más propias de Guzmán. Por otro lado, estarían aquellas relacionadas con la astucia, las que permiten al pícaro desenvolverse en el entramado social y sobrevivir, estas ya sí presentes tanto en Lázaro como en Guzmán. El Lázaro de la Segunda parte no posee, evidentemente, las características asociadas al delincuente. Lo que sí demuestra es estar dotado de astucia e inteligencia, así como de muchas otras virtudes no especialmente picarescas, como valor o fidelidad. Lo que ocurre es que la inteligencia no es una particularidad exclusiva de los pícaros y podría ser razonable pensar que en el Lázaro atunesco responda más a un perfil de caballero que a uno de pícaro. El Lázaro atún no emplea artimañas para sobrevivir al hambre sino para salir indemne de peligros de corte fantástico, para organizar un ejército de peces o, al final de la obra, para vencer al Rector de la Universidad de Salamanca en un enfrentamiento dialéctico. Difícilmente podríamos imaginar al primer Lazarillo cercado en una cueva por soldados, ya fueran humanos o atunes, mientras que, escondido a la entrada, va segando «con muy fieras estocadas»  la vida de todo aquel que se atreva a asomar la cabeza. Este tipo de actividades son ajenas al modus vivendi del primer Lázaro y al del resto de los pícaros. Es más, la conducta y las aventuras del segundo Lázaro lo perfilan como un héroe y no como un antihéroe, que es en definitiva lo que constituye la esencia del pícaro: 

Antes, todo lector se habría soñado dentro de cualquier héroe, pero ¿y ahora? ¿A quién le gustaría ser Lázaro? (…) Lázaro no es Amadís, ni Leriano, ni hay Dianas, ni Orianas firmes y rendidas. A lo largo del Lazarillo corre el hambre, la desnudez, soledad, hastío. Nadie querría ser Lázaro, hambriento, desharrapado, depósito de todos los golpes que se pierden.

Sin embargo, ¿a quién no le gustaría ser el Lázaro de la Segunda Parte y experimentar la sensación de transformarse en un animal acuático con raciocinio humano, explorar las maravillas de una civilización submarina, convertirse en una celebridad militar, ser casado con una bella concubina del rey, servir a este como privado, conocer la Verdad y, finalmente, terminar humillando al mismísimo Rector de la Universidad de Salamanca? Es evidente que, a pesar de ser la misma persona, ambos Lázaros no tienen mucho que ver el uno con el otro y esta cuestión sí que me parece que podría tener peso suficiente como para sacar a la novelita de los atunes del corpus picaresco.

Una última objeción que podríamos explorar es la de la enorme cantidad de elementos ajenos a la picaresca que contiene la Segunda Parte antuerpiense. Es cierto que la presencia de rasgos ajenos a la picaresca no es necesariamente óbice para colocarle la etiqueta a una obra. Sin embargo, es posible que la situación cambie cuando esos elementos sobrepasen ciertos límites cuantitativos y cualitativos. Así, por ejemplo, asumiendo que los capítulos I, casi todo el II, casi todo el XVII y el XVIII son picarescos y que el resto pertenecen al género de la novela de metamorfosis o transformaciones, tendríamos que, aproximadamente, veintiocho páginas conforman la parte picaresca y sesenta y ocho la parte de relato de transformaciones, es decir, en términos cuantitativos, la novela sería picaresca solo en un treinta por ciento. Este hecho no parece jugar muy a favor de considerar picaresca a la Segunda Parte. Sin embargo, me parece más determinante el traspaso de ciertos límites de tipo cualitativo. 

Y es que, aunque la aventura de los atunes ocupase un solo capítulo, tal vez sería suficiente para sacar a la obra del corpus picaresco. El motivo es la ruptura de la verosimilitud, no solo por la presencia de elementos fantásticos como la transformación o la existencia de una civilización oceánica sino también por sucesos que, sin poseer ese matiz fantástico, escapan a la lógica y al conocimiento más elemental. Un ejemplo sería la destreza de Lázaro manejando la espada bajo el agua y matando peces «a diestro y siniestro». Otro aún más estrambótico lo tendríamos en el hecho de que el pregonero sobreviva durante horas sin respirar gracias a que ha bebido mucho vino durante el naufragio, explicando que «por estar lleno del hasta la boca no tuvo tiempo el agua de me ofender», como si fuera la entrada de agua y no la falta de oxígeno la que causara la muerte por ahogamiento. 

Este tipo de desvío respecto a la norma picaresca poseería un nivel de gravedad mucho mayor del que podrían tener otros, como la inclusión del sexo en La ingeniosa Elena o la personalidad bobalicona en el protagonista de El donado hablador, pues parece que el realismo constituye, al igual que el protagonismo de un pícaro, no ya un rasgo habitual de la novela picaresca, sino más bien uno imprescindible. Entiendo, por tanto, que la aventura de los atunes con sus transformaciones, batallas, encuentros alegóricos y demás aventuras submarinas supone también un escollo difícilmente salvable a la hora de incluir la Segunda Parte entre las novelas picarescas. 

CONCLUSIONES

Como hemos podido ver, los principales argumentos que podrían utilizarse para incluir la Segunda Parte dentro del corpus de la picaresca no parecen demasiado convincentes. Una continuación no tiene por qué pertenecer al mismo género que su predecesora y una obra que posea un papel determinante en la formación de un género tampoco tiene por qué formar parte de él. Del mismo modo, poseer algunos rasgos habituales de un género no es condición suficiente para que una obra sea incluida dentro de los márgenes de dicho género, si bien es cierto que el no poseer todas las características habituales tampoco implica que deba ser excluida. 

Dentro de los argumentos que podrían dejar a la Segunda Parte fuera del conjunto de novelas picarescas hemos visto algunos que tampoco resultan convincentes y otros que, bajo mi punto de vista, lo son más. Los primeros serían las carencias de algunos rasgos habituales pero no determinantes como la fragmentación episódica y el servicio a diferentes amos con los que el pícaro va sobreviviendo y aprendiendo. Mucho más determinante es la personalidad de Lázaro, que en la Segunda Parte ha dejado de ser un pícaro, así como su condición, que pasa de antihéroe en el primer Lazarillo a héroe en el segundo. Por último, me pareció importante señalar que en torno al setenta por ciento de la extensión de la obra está ocupado por una narración adscribible al género de transformaciones mientras que solo el treinta por ciento restante de las páginas podría llegar a enmarcarse en la picaresca, además de que en sí mismo, el elemento de la metamorfosis y las aventuras submarinas rompen con la verosimilitud narrativa inaugurada por el Lazarillo y seguida por el resto de las novelas picarescas. 

En definitiva, considero que cualquiera de los tres últimos argumentos, (Lázaro-héroe; setenta-treinta; inverosimilitud) incluso aunque solo se diera uno de ellos, sería suficiente para concluir que la Segunda Parte del Lazarillo no debe considerarse una novela picaresca. 

Ahora bien, es cierto que la obra sí que podría entrar en el corpus picaresco si se emplean determinados enfoques para llevar a cabo el análisis. Por ejemplo, si asumimos que cualquier obra con «gusto picaresco» puede ser incluida, evidentemente nuestra novela podría formar parte del corpus junto a otras obras como El diablo cojuelo o la Vida de Villaroel. Del mismo modo, asumiendo el enfoque de Lázaro Carreter, no sería muy disparatado asumir que el autor del Lazarillo de los atunes decidió aprovechar para su obra algunos rasgos de una de las obras principales del género, tratando de innovar con ellos, llevando a cabo, por ejemplo, una sátira más explícita que la planteada por el autor del primer Lazarillo. En tal caso, no quedaría más remedio que considerar la Segunda Parte como novela picaresca.

Aunque el enfoque de Fernando Lázaro me parece muy útil e interesante, creo que su propuesta debería someterse a algunos límites, de tal forma que ciertas innovaciones con determinados rasgos dejasen fuera del corpus a algunas obras. Tal vez podría establecerse una jerarquía de rasgos, de tal forma que los de orden superior, como podrían ser el protagonismo de un pícaro o la ausencia de elementos fantásticos, no pudieran alterarse mientras que sí se aceptase la innovación diferenciadora en rasgos de segundo orden como la sátira o la estructura narrativa. 

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Rodríguez López-Vázquez, A., «Introducción», en Segunda parte del Lazarillo de Tormes, Madrid, Cátedra, 2014. 

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Zamora Vicente, A., Qué es la novela picaresca, edición digital basada en la de Argentina, Editorial Columba, 1962, en línea, http://bit.ly/zamoravicente 

20/2/22

A vueltas con los zombis - Pólvora en salvas XVII

Hoy he terminado de ver La noche de los muertos vivientes, pero la de 1990, no la original de George A. Romero. Contra todo pronóstico, me ha parecido una versión muy digna. Me han gustado la fotografía y la atmósfera, y creo que con el maquillaje lograron alcanzar unos niveles de decencia considerables para la época (al menos en lo referente a los zombis, es cierto que cuando Johny se abre la cabeza contra una lápida canta demasiado el muñeco). En esta película los muertos son muy lentos, bastante más que en The walking Dead, y no digamos ya respecto a la versión de El amanecer de los muertos de 2004, o a 28 días después o a Guerra mundial Z. De hecho, el propio Romero mostró su desaprobación ante esta peculiaridad de los caminantes (serían más bien corredores o velocistas) de nueva generación, pues el rigor mortis impediría a estos demostrar demasiada agilidad. En mi opinión, la velocidad a la que se mueven los zombis de la serie es la más adecuada, pues es la que ofrece mejor equilibrio entre emoción y posibilidades de supervivencia ante un ataque. Por otra parte, me ha resultado interesante detectar una gran cantidad de elementos de la serie que probablemente hayan podido tomar de esta película. Por ejemplo, la situación de un zombi solitario con el tren inferior dañado que se arrastra por el suelo y al que el protagonista decide, digamos, liberar de su sufrimiento; o la de una zombi que sujeta una muñeca; o la de utilizar a los zombis en peleas para ofrecer espectáculo; o la de amontonar una gran cantidad de muertos-muertos para quemarlos. Incluso aparece un personaje secundario al final, un redneck, que me ha recordado mucho a Negan, no solo en su forma de hablar o en su lenguaje corporal, sino incluso físicamente. En fin, que aquí queda esto, un irrisorio paso para la humanidad pero un considerable paso para el friki de los zombis. 

15/2/22

Yo no soy Miguel Delibes - Pólvora en Salvas XVI

Esta mañana he decidido irme al coche durante la hora y media de turno partido que sufro en el trabajo y he aprovechado para leer «El manguero», un relato de Delibes recogido en su libro La partida. El protagonista de esta historia es un personaje odioso que disfruta maltratando las plantas del parque donde trabaja, algo que me viene muy bien para el TFM, pues puedo relacionarlo con un artículo en el que el vallisoletano trata la evolución del concepto de antihéroe en la novela contemporánea. Después de leer, me he puesto a almorzar y a escuchar la radio. Hacía mucho frío, pero no quería encender la calefacción, por no arrancar el motor y gastar gasolina. El sol ya se iba levantando sobre el horizonte, pero apenas calentaba. Enfrente se extendían estos descampados que hay junto al aeropuerto, que no sé muy bien hasta dónde llegan, y que poseen cierto aspecto salvaje, como de estepa, o de tundra, aunque yo no tengo muy claro cómo son las estepas ni las tundras. Es una zona que me gusta mucho, un paisaje desolado y distópico que me llena de sosiego y de nostalgia. La pena es que lo tienen hecho un asco, anegado de basura, como un vertedero. A veces me entran ganas de limpiar, de llevarme de allí cada día una bolsa llena de mierda, pero creo que podría tirarme años con la tarea y no conseguir nada. Es un área desatendida, huérfana, una especie de tierra de nadie donde no llegan barrenderos ni nada que se les parezca. En verano se alzan unos cardos borriqueros enormes, algunos más altos que yo y, mientras atraviesas los caminos para llegar al curro, ves montones de conejos que salen corriendo como locos entre los olmos y las olivardas. Naturalmente, yo no conocía los nombres de estos árboles y plantas, pero los identifiqué con una aplicación del móvil. Para bien o para mal, yo no soy Miguel Delibes. 

14/2/22

La figura de Ignacio Aguirre como héroe trágico en «La sombra del caudillo»

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura De la novela de la Revolución a la revolución de la novela hispanoamericana, impartida por don Antonio Lorente Medina en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


Martín Luis Guzmán se basó, a la hora de construir al general Ignacio Aguirre, protagonista de La sombra del Caudillo, en características y vivencias de los generales mexicanos Adolfo de la Huerta y Francisco Serrano y, en menor medida, de Francisco Madero y Pancho Villa. Sin embargo, Guzmán no se limitó a elaborar un híbrido de personalidades históricas sino que además buscó que su personaje siguiera la estela de los héroes trágicos y, además (o para ello), lo sometió a un proceso de dignificación a lo largo de toda la novela . 

Estas dos cuestiones, modelo del héroe trágico y dignificación del protagonista, responden bien al contexto literario de la obra; por un lado, un rasgo habitual de la novelística de la Revolución Mexicana es una esencia épica (1) en la presentación de los acontecimientos relacionados con el conflicto; por otro lado, considero que el mencionado proceso de dignificación del protagonista podría responder, del mismo modo que la idealización en Don Segundo Sombra, al alejamiento de la novela regionalista del realismo tradicional, subordinando los personajes al tema. En este caso, Guzmán, con el objetivo de denunciar las corruptelas de la política mexicana de su tiempo, construye un protagonista a la manera de los héroes trágicos pero se ve empujado a dignificarlo, es decir, a rebajar su realismo como personaje complejo capaz de actuar en pos tanto del bien como del mal, al tiempo que potencia su idealización (2).  

Una primera señal de la esencia épica que contiene la novela podríamos encontrarla en el apellido del protagonista, Aguirre, que muestra un notable parecido fonético con el nombre del héroe homérico Aquiles, máxime cuando lo vemos en varias ocasiones acompañado por sustantivos como cólera, ira o rabia (3). Más allá de este hecho, tal vez casual y anecdótico, encontramos abundantes evidencias de que Guzmán, conocedor de los estudios clásicos, quiso que Aguirre se mirase en el espejo de los héroes griegos. 

Acudiendo a la tipología del héroe propuesta por Northorp Frye, podemos ver que la figura del general Aguirre encaja bien en el tercero de sus cinco modos trágicos, aquel que corresponde a lo mimético elevado, el propio de «composiciones que relatan la caída del héroe, como la epopeya y la tragedia». El héroe sería en estos casos superior a los demás hombres, aunque no a su entorno. Demetrio Estébanez  complementa la caracterización de Frye con lo aportado por Hegel en esta cuestión, explicando que este tipo de héroe, además debe tener una ascendencia superior, hacer gala de una conducta ejemplar que favorezca el afloramiento de la catarsis en los receptores de la obra y encontrarse sometido a un fatal destino que lo llevará a la destrucción. 

Es cierto que Aguirre no puede considerarse superior a los demás hombres en el sentido de la literatura clásica y que tampoco corre sangre real o divina por sus venas, pero sí que se encuentra en una posición de poder y privilegio respecto a la práctica totalidad del pueblo mexicano gracias a sus cargos como general y ministro de guerra, una situación compartida con los individuos de su entorno, como Emilio Olivier o Hilario Jiménez, hombres que pueden llegar incluso a situarse por encima de él, como sería el caso del Caudillo, a la sazón presidente de México; además, Aguirre sí que es un hijo de la Revolución (4), la cual parece poseer una especie de aura divina («las fuerzas ocultas, esos poderes tenebrosos a que los hombres de la Revolución no logramos dar término» expresa en un discurso el diputado hilarista Ricalde). 

Con respecto a la conducta ejemplar, entraría en juego el proceso de dignificación de Aguirre, ampliamente analizado por Antonio Lorente, quien explica que caracterizar al protagonista como un héroe desde el principio, habría perjudicado la transmisión del mensaje de la novela. Además de esto, considero que, dentro de una sociedad carcomida por el crimen y la violencia, no resultaría verosímil que un individuo de moral intachable alcanzase la posición de Ignacio Aguirre. Así, Guzmán nos presenta un personaje que en un principio tan solo parece poseer una moralidad algo laxa (mujeriego, corruptible), aunque casi al final descubrimos que en realidad era un siniestro criminal que durante la Revolución participó en todo tipo de fechorías, desde raptos y estupros hasta fusilamientos en masa. De este modo su transformación resulta mucho más extrema, potenciando el efecto de la dignificación del héroe y favoreciendo que los lectores experimenten la piedad y el temor de la catarsis cuando ven a Aguirre recibir un balazo en el pecho y caer al suelo sintiéndose «lavado de sus flaquezas».

Por último, en paralelo a este proceso podemos observar los signos del destino aciago del héroe clásico en los movimientos políticos en torno a la candidatura de Aguirre a la presidencia de México, los cuales «presagian vientos de tragedia y un futuro fatalista». Y es que desde las primeras páginas, el general se muestra firme en su decisión de no aceptar la candidatura y de apoyar a Hilario Jiménez, candidato del Caudillo, pues Aguirre se encuentra unido por lazos de amistad y lealtad a este último. Sin embargo no tardamos en descubrir que ya hay resortes moviéndose en pos de la candidatura aguirrista a través del entusiasmo de «radicales progresistas y otros elementos afines». No importa que Axcaná trate de convencer a Olivier, no importa que el propio Aguirre niegue (5) su interés en la candidatura ante el mismo Hilario Jiménez. La infausta suerte del héroe lleva ya mucho tiempo echada (6). 

NOTAS

1. Aunque existen diferencias importantes entre la epopeya y la tragedia, en este trabajo daré mayor relevancia a algunas de sus similitudes, como son la imitación de hombres esforzados y el hecho de tener argumento, como indica Domínguez, 2002, p. 125. Es decir, al hablar de «esencia épica» o de «héroes trágicos», entiendo que estamos haciendo referencia a los personajes, la atmósfera, los acontecimientos, de obras literarias no cómicas y no líricas de la antigua Grecia. Esto tal vez peque de simplista, pero considero que puede resultar operativo para mis propósitos. 

2. Llama la atención que, igual que Güiraldes sometió a Don Segundo Sombra a un persistente proceso de eliminación de sustrato real, tal como se explica en Gálvez, 2008c, p. 102, Guzmán también llevó a cabo una técnica similar en La sombra del caudillo, eliminando episodios enteros por resultar incongruentes «respecto a la caracterización de los personajes o al sentido trágico que quería infundir en el relato», Lorente, 2002, p. 46.

3. Citando por Guzmán, 2002, Aguirre siente que la cólera lo arrebata, p. 142, y nota una enorme marejada de ira, p. 145, en dos momentos de su entrevista con Hilario Jiménez. Asimismo, cuando lee en el periódico la calumnia de que se ha levantado en armas se queda «embrutecido por una rabia inexpresiva y muda», p. 311. Ahora bien, es cierto que en el héroe de Guzmán no es la cólera el sentimiento cuyas consecuencias resultan funestas para los suyos, sino «una mezcla de indecisión y de soberbia», Lorente, 2002, p.50.

4. Difícil no recordar en este punto la famosa sentencia de Jacques Mallet «A l'exemple de Saturne, la révolution dévore ses enfants».

5. Los numerosos rechazos de Aguirre me han recordado a «La negativa del héroe», una de las fases de «La aventura del héroe» desarrollada por Joseph Campbell en su obra El héroe de las mil caras, algo curioso, pues su publicación data de 1949, aunque tal vez no tan curioso teniendo en cuenta que Guzmán y Campbell conocían bien las letras clásicas.  

6. Con algo más de espacio podría analizarse también el heroísmo de Aguirre a través de lo planteado por Miekel Bal, 2019, pp. 104-105, que nos permitiría incluir al general dentro de la categoría de «héroe víctima», pues fracasa al enfrentarse a sus oponentes. Además, podríamos ver que Aguirre posee características habituales de los héroes, especialmente funcionales, como tener la capacidad de llegar a acuerdos, vencer a oponentes y desenmascarar a traidores. 

BIBLIOGRAFÍA

Bal, Mieke, Teoría de la narrativa, Madrid, Cátedra, 2019.

Campbell, Joseph, El héroe de las mil caras, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2015.

Domínguez, José, Teoría de la Literatura, Madrid, Ramón Areces, 2002. 

Estébanez, Demetrio, Diccionario de términos literarios, Madrid, Alianza, 2016. 

Gálvez, Marina, «La narrativa regionalista», en Barrera, Trinidad, coord., Historia de la literatura hispanoamericana, tomo III, siglo XX, Madrid, Cátedra, 2008, pp. 79-84.

— «Ricardo Güiraldes», en Barrera, Trinidad, coord., Historia de la literatura hispanoamericana, tomo III, siglo XX, Madrid, Cátedra, 2008, pp. 99-106.

Garrido, Antonio, El texto narrativo, Madrid, Síntesis, 2007.

Guzmán, Martín Luis, La sombra del caudillo, Madrid, Castalia, 2002.

Lorente, Antonio, «Introducción biográfica y crítica», en Guzmán, Martín Luis, La sombra del caudillo, Madrid, Castalia, 2002, pp. 7-74. 

— «La novela de la Revolución Mexicana», en Barrera, Trinidad, coord., Historia de la literatura hispanoamericana, tomo III, siglo XX, Madrid, Cátedra, 2008, pp. 43-56.

Oviedo, José Miguel, Historia de la literatura hispanoamericana 3. Postmodernismo, Vanguardia, Regionalismo, Madrid, Alianza Editorial, 2001. 



8/2/22

The Wokeing Dead - Pólvora en Salvas XV

The Walking Dead es una famosa serie de zombis que se caracteriza por el efectismo y la corrección política, dejando en un segundo plano cuestiones como la verosimilitud, el ritmo, la coherencia interna o cualquier otro elemento propio de una producción audiovisual decente. Un ejemplo paradigmático lo tendríamos en la escena en la que Sasha es trasladada desde el Santuario hasta Alexandria metida en un ataúd, lo cual es un puto disparate cuyo único fin consiste en que la mujer salga de allí convertida en zombi porque se ha suicidado durante el viaje. Es decir, efectismo de mierda sustentado en comportamientos inverosímiles. Como este se dan mil casos a lo largo de las once temporadas, pero no he venido hoy aquí a analizar ese rasgo esencial de TWD, sino el otro, el de la corrección política, el de la soporífera inclusividad woke

¿Y qué es eso de woke, se preguntarán los inquietos lectores? Woke es un término que significa «despierto» y que da nombre a una ideología, porque los que inventan ideologías nunca las bautizan con nombres feos. El progreso está bien, pues yo soy progresista. La libertad es bonita, pues yo soy liberal. Estar despierto es bueno, pues nosotros somos los despiertos, los wokes, porque no nos vamos a llamar «los llorones tocapelotas que no han tenido un problema real en su vida y que se inventan opresiones, enemigos imaginarios y chorradas como el lenguaje inclusivo o el patriarcado». En definitiva, woke es aquello que agrupa todas esas tonterías que sufrimos en occidente desde poco después de que comenzase el siglo XXI. 

Lo woke se manifiesta en TWD a través de diversas estrategias relacionadas con los personajes. Una de ellas es la sobrerrepresentación de minorías. Nadie tiene problemas con la participación de personajes de todo tipo en una serie. La realidad es diversa, y la ficción, por tanto, también debe serlo (aunque ya sabemos que en esta serie la verosimilitud se la pasan por el forro). Sin embargo, en TWD parecen tomarse esto de la diversidad muy, muy en serio, tanto que no están dispuestos a permitir que ningún grupo humano se sienta excluido. La serie, hasta la temporada ocho, ya contaba con representación gay, lesbiana, bisexual, hispana, negra, oriental, musulmana… Pero los creadores debieron considerar que tanta característica identitaria metida con calzador y que no aporta nada salvo cumplir con una cuota racial o sexual, no era suficiente, así que, de golpe y porrazo introducen un grupete de supervivientes de otro campamento formado por: una lesbiana exconvicta (luego volveremos a hablar de ella), otra lesbiana oriental, un gordito deconstruido, una negra adolescente con aspecto de chico que se está quedando sorda, y su hermana, una mulata sordomuda que, por si no fuera lo bastante inclusiva, además fue periodista antes del apocalipsis, pero no una periodista cualquiera, sino de las que consiguen meter en la trena a políticos corruptos (entendemos que solo a políticos del partido Republicano, porque, como dijo Alberto Garzón, la gente de izquierdas no roba, y si roba, entonces no es de izquierdas).  

Pero nuestros despiertos guionistas no se limitan a incrustar muchos personajes diversos así, al tuntún, no. Aquí entran en juego dos viejos amigos de la batalla cultural: el maniqueísmo y el maquiavelismo. ¿Sabéis cuántos de los ocho personajes LGTB forman parte de los malos? Exacto, ninguno. No se podía saber. ¿Y sabéis cuántos de entre los súper villanos de la serie, como Negan, el Gobernador, Alpha, Beta, Gareth, Owen, Pope, son racializados, como dicen los wokes, es decir, de razas no blancas? Ninguno. ¡Sorpresa! De hecho, ¿os habéis fijado en los zombis? Joder, pero si hasta los zombis son casi todos blancos. En la serie aparecen poquísimos zombis negros, porque cuando hace falta, se nota que lo son, como en el caso de las mascotas de Michone o la esposa de Morgan. En fin, que con los malos no hay que ser diversos, ahí que sean todos blancos heterosexuales. Coño, es que ni entre el grupito de oficiales de Negan, que son lo menos seis, han metido siquiera un mulato. Es como con el lenguaje inclusivo. ¿A que nunca hay asesinos y asesinas, explotadores y explotadoras? Leche, es que ni siquiera hay banqueros y banqueras, millonarios y millonarias. Las minorías (aunque superen el 50% de la población, como en el caso de las mujeres) nunca hacen el mal, ¡hombre ya!, y por eso, en TWD no hay casi zombis negros ni supervillanos gais (o negros). Musulmanes gais tampoco tiene pinta de que vayan a meter, no sé por qué.  

Por supuesto, lo que no puede faltar es un hombre maltratador, como el marido de Carol, que, por cierto, es blanco. O el marido de Jessie, que también es blanco. Y tampoco puede quedar fuera un violador asesino de menores, que no sabemos si es blanco porque no sale en la serie, pero podemos apostar a que sí lo es, o lo era, porque aquel tipo fue el que violó y mató a la prima de la lesbiana exconvicta que mencioné antes, al cual dejaron libre, imagino que por la justicia patriarcal, y entonces Magna lo tuvo que matar y por eso fue a la cárcel, no porque fuera mala, como parecía al principio, porque las mujeres no son malas, a ver si nos vamos enterando. Ah, bueno, está Alpha, que es más mala que un dolor, pero aun así la caracterizan como zumbada, porque una mujer solo puede ser mala si está muy loca (probablemente por culpa del patriarcado), y además le rapan la cabeza, tratando de despojarla de feminidad, masculinizándola para justificar así su perfidia, pero sin renunciar al mensaje de que las mujeres son perfectamente capaces de llegar a la cima y tener bajo su control incluso a terribles villanos fortachones y ultraviolentos como Beta. ¡Sí-se-puede! También hay algunas féminas malvadas entre los cabecillas antropófagos de Terminus pero, a ver, entendámoslas, fueron violadas reiteradamente… por hombres blancos. 

Pasemos ahora a otra de las estrategias de propaganda woke de la serie. Esta es la de las parejas interraciales. No vamos a oponernos desde aquí al mestizaje ni mucho menos, habida cuenta de que este es un rasgo característico de nuestro país y de lo que fue nuestro imperio. Allá donde fuimos nos mezclamos, no como los anglos y holandeses que se dedicaron básicamente al exterminio. Pero una cosa es no tener nada en contra del mestizaje y otra muy distinta que te lo tengan que meter en vena porque son los más wokes, los más inclusivos, los más progres y los más de todo. En Yankilandia, los matrimonios mixtos, que no se legalizaron en toda la nación hasta 1967, suponen entre un quince y un veinte por ciento de las nuevas uniones, o eso he leído por ahí. ¿Qué pasa en TWD? Pues que todos los súper protagonistas tienen algún temita interracial: Rick (con Michone), Michone (con Rick), Daryl (con Connie), Carol (con Ezekiel) y Maggie (con Glen). Además de estas parejas mixtas, también hay muchas otras formadas por personajes importantes: Rosita y Abraham, Rosita y Gabriel, Rosita y Siddiq, (Rosita no pierde el tiempo), Abraham y Sasha, Tyreese y Karen, Jerry y Nabila, Mercer y Princesa y, por último, aunque seguro que me dejo varias, la pareja mega inclusiva formada por la exconvicta blanca Magna y la abogada oriental Yumiko. 

Pero la bestia woke es un bicho insaciable al que nunca le parecerá que las ficciones resultan lo bastante diversas. Así, podemos leer estas locas declaraciones en la comunidad de aficionados Undead Walking, que cuenta con ciento cincuenta mil seguidores en FB, en un artículo de 2021 titulado «Cómo el universo de The Walking Dead puede mejorar la representación LGBTQIA»: 

Todos nuestros panelistas reconocieron a TWD como líder en la televisión de género en lo que respecta a la diversidad. Sin embargo, siempre hay margen de mejora. (…)

Confío en que el programa continúe desarrollando narrativas LGBTQIA que sean inclusivas y orgánicas. Lo que me gustaría ver es más representación LGBTQIA detrás de escena. En la sala de guionistas, en la silla del director y en otras posiciones al otro lado de las cámaras. (…)

Si bien estoy muy contento con lo inclusivo que es el universo de The Walking Dead, los programas siempre pueden hacer más y apuntar más alto. Hemos visto muchos personajes homosexuales en el programa, pero eso es solo una pequeña parte de la comunidad LGBTQIA+. ¡Me encantaría ver personajes transgénero, personajes no binarios, asexuales, bisexuales, pansexuales y de todo lo que hay en la comunidad! Me encantaría ver a estos personajes interpretados por un actor o actriz que lo sean en la vida real para que pueda actuar desde la honestidad y podamos tener mucha más representación en nuestra comunidad de aficionados. (…)

Siento que se puede hacer mucho más para representar a las otras partes del espectro LGBTQ, como asexuales, demisexuales, no binarias y trans. (…)

En definitiva, podemos ver cómo TWD es la prueba viva de que nuestro mundo se ha convertido en un gigantesco manicomio en el que las ficciones han pasado de ser fuente de entretenimiento, reflexión o placer estético, a escaparates de corrección política donde prima más la inclusividad que cualquier otra cosa y donde los aficionados se quejan de que falten personajes demisexuales (pero qué cojones…) y no de que el protagonista se libere de una brida que sujeta sus muñecas cortándola con un puto trozo de madera. 

1/2/22

Los personajes de «Maladrón», de Miguel Ángel Asturias

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura De la novela de la Revolución a la revolución de la novela hispanoamericana, impartida por don Antonio Lorente Medina en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo

Maladrón salió de imprenta en 1969 y fue la primera novela publicada por Miguel Ángel Asturias desde que se le concediese, dos años antes, el premio Nobel de literatura. Es una obra que forma parte de un conjunto de potentes narraciones hispanoamericanas del siglo XX, caracterizadas por mover a sus personajes a través de inhóspitas regiones de la selva, como podrían ser La vorágine, de Rivera, Los pasos perdidos, de Carpentier o La casa verde, de Vargas Llosa. Podría situarse también dentro de la corriente cultural negrolegendaria antiespañola debido a su empeño en juzgar la Conquista de Hispanoamérica desde los estándares morales del presente, llevando además al extremo todas las características negativas de los conquistadores españoles y minimizando o ignorando sus rasgos o iniciativas positivas, al tiempo que transmite una imagen idealizada de las tribus precolombinas.

En el presente trabajo me propongo llevar a cabo un análisis de los personajes que pueblan esta novela del escritor guatemalteco, un elenco que manifiesta una rica variedad en cuanto a personalidad, características físicas, procedencia e, incluso, entidad metafísica. 


PROPUESTAS DE CLASIFICACIÓN 

Podría decirse que Maladrón es una novela coral, ya que resultaría complicado establecer un protagonista entre los principales personajes. De hecho, este papel parece ir desplazándose a lo largo de la obra de unas figuras a otras, de tal modo que podría recaer con el mismo derecho en Caibilbalán durante los primeros capítulos, en Ángel Rostro al comienzo de la parte central, en Antolín Linares hacia el final de esta parte, o en Lorenzo Ladrada en el desenlace de la obra; todo esto teniendo en cuenta que estas posibles figuras principales siempre van acompañadas por otras de gran relevancia, como Chinabul Gemá al comienzo, Blas Zenteno en la parte central o la india María Trinidad e, incluso, la misma aparición sobrenatural o psíquica de Maladrón, hacia el final. 

Podríamos establecer categorizaciones de los personajes de nuestra novela en función de diversos factores. Atendiendo a su procedencia, tendríamos, primeramente, habitantes originarios del continente americano, como los pertenecientes a la etnia mam, tales como Caibilbalán o Chinabul Gemá, o miembros de otras etnias, como María Trinidad, de la que solo sabemos que es «una india» (y, por tanto, también podría ser mam), los tlascaltecas, que luchan al lado de los españoles , o los gesticulantes indios tiburones; siguiendo con el criterio de la procedencia, tendríamos a los habitantes del viejo mundo, oriundos en su mayor parte de España, como los miembros del grupo de exploradores que buscan la conjunción oceánica, aunque también se menciona a Escafamiranda, pirata posiblemente turco, tal vez al servicio de Inglaterra; si tenemos en cuenta a Maladrón como personaje bíblico, es decir, el ladrón que cuestionó a Cristo en el Gólgota, de nombre Gestas, y no solo como fenómeno paranormal o psicológico en la mente de Lorenzo Ladrada, podríamos mencionar que este personaje procede, no solo de otro lugar, de Judea, sino de otro tiempo, del siglo primero de nuestra era. 

Otro criterio para categorizar estas figuras podría ser el sexo, dejando únicamente a la india María Trinidad, Trinis o Titil-Ic, por su nombre gentil, en el grupo de las mujeres, y a todos los demás personajes conformando el predominante grupo masculino; también podríamos separarlos en grupos etarios, teniendo únicamente a un niño, Antolincito, el hijo de María Trinidad y Antolín Linares, siendo adultos todos los demás.

Algo más complejo sería el criterio basado en la naturaleza existencial o metafísica, dejando también un grupo mayoritario formado por personajes reales y otro menor de personajes sobrenaturales o psicológicos en la mente de Ladrada, como el mencionado Maladrón y el Canónigo Magistral Don Juan Ligano Salmerón, un evangelizador cuyos restos mortales descansaban en la misma tumba donde sería enterrado Antolín Linares tras su escatológica muerte. Cabe decir que este último formaría parte de ambos grupos, pues durante un gran porcentaje de la novela posee entidad de personaje real, de carne y hueso, pero, tras ser enterrado, pasa a engrosar las filas del conjunto de seres sobrenaturales/fenómenos psicológicos, llegando a entablar calurosas conversaciones con el canónigo.

En función de su papel en la obra también podríamos dividir a los personajes en mayores, menores y figurantes, por tomar prestado un término de las artes escénicas. En el primer grupo podrían entrar todos aquellos que en algún momento de la novela pudieran ser considerados protagonistas, como Caibilbalán, Lorenzo Ladrada, Antolín Linares, Ángel Rostro o Duero Agudo. Considero difícil situar a María Trinidad y a Blas Zenteno, pues, si bien tal vez sus papeles no estén a la altura de los anteriores, sin duda resultan mucho más importantes que las figuras menores. Así, en caso de no ser incluidos en el primer grupo, encabezarían la nómina de personajes menores junto a otros menos relevantes como Quino Armijo, Chinabul Gemá, Moxic, Güinakil, Zaduc, el soldado Pedro Paredes o Fray Damián Canisares. Los figurantes se diferenciarían de los miembros de los grupos anteriores en el hecho de que no se mencionan sus nombres. Serían, por ejemplo, el séquito privado de Caibilbalán, los soldados españoles que luchan contra los indígenas mam o los alarifes encargados de trabajar en la construcción de la casa y humilladero de Maladrón, en el valle del mismo nombre. A estas categorías podría unirse una cuarta formada por personajes históricos de los que se menciona el nombre pero que tienen poca o nula intervención en la trama, como por ejemplo el Avilantaro, nombre mexica del conquistador don Pedro de Alvarado, así como otros conquistadores históricos como Alonso Gómez de Loarca o, en el marco de otras ocupaciones, el pirata Francis Drake, o los hermanos Herodes. 

Un último sistema de categorización que querría proponer sería el basado en la diferenciación entre personajes que intervienen en el tiempo presente de la obra frente a aquellos de los que tenemos noticia a través de narraciones de los personajes o del propio narrador. Así, entre los primeros se encontrarían, evidentemente, las figuras mayores y gran parte de las menores, mientras que en el segundo encontraríamos, por ejemplo, al amo de Lorenzo Ladrada, Escafamiranda, del que tenemos noticia a través de su criado y de la entidad Maladrón, o a Zaduc de Córdoba, el saduceo que inició a Duero Agudo en el culto del Maladrón durante la travesía en galeón desde España hasta América; se daría una situación particular en el caso de Maladrón, pues a la vez que interviene en el presente de la trama, también su historia nos es referida, tanto por el narrador, como por Duero Agudo (que a su vez fue informado por Zaduc en el pasado) como por el propio Maladrón, que le cuenta a Ladrada los detalles de su martirio. 


DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES PRINCIPALES Y PARTICIPACIÓN DE ESTOS EN LA TRAMA

En Maladrón no hay ningún personaje que aparezca en todos y cada uno de los treinta capítulos de la novela. Algunos pueden desaparecer en un capítulo y no volver a ser siquiera nombrados, mientras que otros pueden manifestar una continuada presencia a lo largo de un gran número de páginas. A continuación vamos a estudiarlos analizando su presencia en la novela y sus características etopéyicas y prosopográficas. 


CAIBILBALÁN

El Gran Mam, Mam de los mam o Señor de los Andes Verdes aparece por primera vez en el capítulo 1, en la ceremonia de la llamada del invierno. Tiene presencia, además, en los capítulos 2 al 7, y en el capítulo 13 es mencionado por el narrador al recordar una frase que lanzó en el capítulo 4: «¡Guerreros… Nosotros y los venados… Nosotros y los pavos azules… De otro planeta llegaron por mar seres de injuria…!», paráfrasis de la cita que encabeza la novela. Es una figura basada en un personaje histórico, un jefe de los mam llamado Kaibil Balam que defendió heroicamente la ciudad de Zaculeu del asedio dirigido por don Pedro de Alvarado, el cual se prolongó durante cuatro meses. El jefe indio contaba con unos cuarenta años y resultó elogiado por los cronistas españoles.

Constituye la figura principal de la primera parte de la novela, la que relata el enfrentamiento entre los mam y los conquistadores. Su nombre aparece mencionado más de cuarenta veces en los capítulos 1 al 7. En el capítulo 2, tiene lugar el encuentro entre el jefe mam y Chinabul Gemá, del que hablaremos después. Caibilbalán recibe malas noticias: los caciques de las Macanas de Espejo han caído derrotados frente a los españoles y los indios tlascalas. Las técnicas militares no han servido de nada, por lo que el emisario Chinabul propone abandonar ese tipo de organización y regresar a la guerra de montaña. Esta idea no es del agrado del jefe mam. Considera que han dejado atrás la barbarie, que una nación civilizada no puede utilizar ese tipo de tácticas. El capitán Moxic, del que también hablaremos, se pone del lado de Chinabul Gemá, anticipando la soledad del jefe mam en la dialéctica entre las dos concepciones de la guerra, la cual lo llevará a su fin. 

Los argumentos del emisario y el capitán parecen sólidos; los indígenas carecen de caballos y armas de fuego y no pueden vencer a los españoles en su terreno. La guerra fantasma, similar a lo que hoy podríamos entender por guerra de guerrillas, les brinda una oportunidad, ocultándose y atacando en numerosos puntos a la vez. Parece que el jefe mam ha adquirido una posición dogmática y prefiere la derrota antes que renunciar al empleo de un ejército propio de una civilización avanzada. Sin embargo, en el capítulo 3 descubriremos que Caibilbalán es un hombre racional y reflexivo, y que sus decisiones se encuentran motivadas por el deseo de victoria. Seguir el consejo de Chinabul supondría fragmentar el ejército y apostar por el azar. Además, este tipo de ataques llevan la destrucción más allá del área de combate, alcanzando las ciudades y los campos de cultivo. Al jefe no solo le complace poseer argumentos sólidos sino encontrar las palabras adecuadas para defenderlos. 

Considero que Asturias dotó a Caibilbalán de estas características para presentar a los pueblos indígenas como sociedades que, si bien todavía podían arrastrar prácticas bárbaras, como la magia o los sacrificios humanos, habían comenzado ya un proceso civilizatorio más avanzado en el que el pensamiento racional estaba desplazando al pensamiento mágico. Sin embargo, todo avance encuentra detractores, y vemos que brujos, zahories y agoreros empiezan a mostrar recelo de las decisiones del jefe y de su desprecio por la magia. 

En el capítulo 4 vemos a Caibilbalán capitaneando su ejército frente a las tropas de Alonso Gómez de Loarca, y lanzando a sus soldados la potente arenga mencionada más arriba, «¡Guerreros… Nosotros y los venados…». Sin embargo, no tardaremos en ver a las tropas indias retirarse. Chinabul ha caído en combate y Caibilbalán carga con el cadáver en brazos mientras se baten en retirada. Al final del capítulo 5 lo vemos cosechar una nueva derrota ante los españoles. Les había tendido una trampa, pero un mam los avisó, evitando que se adentrasen en un desfiladero desde donde serían aplastados con grandes rocas. A pesar de que el ataque tiene lugar, el Gran Mam inicia la retirada porque estaban muriendo también sus propios hombres. Este hecho constituirá el empuje definitivo hacia su caída en desgracia, pues sus hombres no comprenderán semejante decisión. Podría decirse que este capítulo tiene función de bisagra, introduciendo a algunos de los personajes protagonistas de la segunda parte de la novela, como Ángel Rostro y Blas Zenteno, de los que hablaremos después. 

El capítulo 6 anticipa la caída del héroe mam. Los capitanes exigen explicaciones por la retirada y de nuevo Caibilbalán se encuentra solo ante la opinión mayoritaria. Para el jefe Mam el fin no justifica los medios. Los capitanes aprovechan para recordarle que no está haciendo caso a los magos y lo cierto es que su irritación parece comprensible. El jefe no ha hecho caso a los magos y no hemos cosechado más que derrotas, luego debería hacer caso a los magos. Los capitanes no han alcanzado a comprender que la correlación no implica causalidad. Al Gran Mam le sirve de poco poseer argumentos y disponer de las palabras adecuadas: 
El atraso de nuestra gente nace del temor que engendran todos esos ocultos e inútiles poderes. Y allí también la raíz de nuestros triunfos en las guerras pasadas. El quiché, mejor guerrero que nosotros, pero más supersticioso, no pudo vencernos (…). Para ellos, bravos quichés, la magia es todo, y no es nada.
Todos se escandalizan ante el escepticismo de Caibilbalán y lanzan consignas defendiendo la magia. El jefe Mam responde exponiendo unas ideas materialistas que lo sitúan en un llamativo paralelismo con Maladrón. Les dice «que sólo existe la realidad, que no hay dioses que valgan, magias que sirvan, adivinaciones que no sean falaces, encantamientos que no sean engaños». La acusación de traidor no se hace esperar pero el jefe se mantiene firme: «No me convenceréis».

El capítulo 7 relata el desenlace de la historia del Gran Mam y pone fin a lo que podemos entender como primera parte de la obra, aunque Asturias no estableció ninguna división explícita. Caibilbalán es declarado culpable y escucha la sentencia de los Ancianos del Consejo y Lenguas de las Tribus. El paralelismo con Maladrón se ve reforzado. Ambos personajes, descendientes de importantes estirpes, son castigados por sus ideas materialistas, por negar la existencia de lo trascendente. El saduceo fue degradado a la condición de vulgar ladrón y condenado a morir en la cruz, mientras que el mam es degradado de quetzal-guerrero a taltuza, es decir, su nahual, su espíritu, pasa de lo más alto a lo más bajo de la jerarquía. Esto podría entenderse como su muerte espiritual, pero es que además Caibilbalán es desterrado a perpetuidad al país del lacandón y el mono, lo que supone su muerte social y, probablemente, también física, pues los Andes Verdes son «su ombligo, su luna, su juventud, su vida», un entorno al que se encuentra completamente adaptado, mientras que en su destino lo que le espera es «la selva cálida, húmeda, el agua podrida, la sabana sin fin». Presenciamos entonces el descenso a los infiernos de Caibilbalán, que, en su destierro, ha de internarse en la cueva de las columnas de fuego, donde corren ríos de azufre y pululan infinidad de insectos y alimañas. Cuando el degradado héroe sale de semejante inframundo para alimentarse, deambula por las ciudades blancas como un apestado. Le llegan noticias de que Moxic está capitaneando la defensa de la fortaleza, en principio con éxito. Nada más sabremos del Gran Mam, pues alguien que conoce su identidad le avisa de que está en peligro, le anima a correr y esconderse; Caibilbalán huye y desaparece para siempre. 


CHINABUL GEMÁ

Es un valeroso guerrero y emisario mam cuyo nombre aparece en la novela una veintena de veces entre los capítulos 2 y 6. Su mayor relevancia tiene lugar en el capítulo 4, donde se puede asegurar que luce como protagonista absoluto, al morir heroicamente en combate, hecho que lamentan las tropas mam lanzando un grito elegiaco en su honor que se repite en numerosas ocasiones. 

Hace acto de presencia en el capítulo 2, cuando lo vemos recorriendo grandes distancias para llevar noticias a Caibilbalán, en una escena que trae a la memoria la gesta del héroe griego Filípides corriendo desde Atenas hasta Esparta para avisar del desembarco de los persas en la ciudad de Maratón. Chinabul no solo trae noticias desastrosas, sino también una sugerencia en forma de ruego: 
¡Hay que cambiar de táctica, Valeroso Guerrero Mam, volver, sin pérdida de tiempo, a la guerra de montaña! ¡Nada de ejércitos en formación, montoneras, golpes aquí, golpes allá…! ¡Tú dispones, Jefe de las Montañas!
Aquí tendrá lugar el enfrentamiento dialéctico que ya conocemos. Chinabul Gemá aprovecha para mostrar descontento con la actitud del Gran Mam, no solo en el modo de enfrentar la guerra, sino en el trato al enemigo. Caibilbalán dejó marchar con vida a unos emisarios del jefe teul, hermano del Avilantaro, alegando que la figura del emisario es sagrada según las leyes de la guerra. Chinabul Gemá apenas puede contener la ira.

En el capítulo 4 lo vemos al mando de los lanceros, causando grandes daños a los españoles mientras se desplaza velozmente dirigiendo a las tropas. Alonso Gómez de Loarca se percata de que, de tan veloz, Chinabul deja atrás a sus escoltas, hecho que aprovecha el capitán español para hundirle una espada en el pecho. De tal importancia era el soldado para los mam que se produce la desbandada al tiempo que los guerreros mam claman: «¡Ojos cerrados de Chinabul Gemá! ¡Ojos cerrados del mam!» , y el grito se pierde en la planicie, en las montañas y en el cielo, sin que la grandeza de estos elementos supere a la del héroe. Su cadáver es transportado hacia lo alto de Cuchumatán en los brazos de Caibilbalán. 


MOXIC

Capitán de los guardias de Caibilbalán, es una figura menor de la primera parte aunque revestida de cierta importancia. Su nombre aparece doce veces en los capítulos 2, 3, 6 y 7, siendo más presente en el capítulo 6. Su principal función consiste en enfrentarse a Caibilbalán, primero posicionándose junto a Chinabul Gemá, después, con el apoyo de un anónimo soldado. Finalmente, ocupará el lugar del Gran Mam una vez este sea desterrado, para hacerse cargo de la defensa de la fortaleza de Zaculeo. 

Se nos presenta como ágil y delgado, con la piel húmeda. Audaz, aunque respetuoso, pide perdón por atreverse a intervenir en la conversación entre el jefe y el emisario. Su posición es la de este último, es necesaria la guerra fantasma. Ante la cerrazón de Caibilbalán no duda en elevar la voz: «¡Esa! ¡Esa es la guerra que pedimos tus capitanes, la guerra fantasma!». 

No tenemos noticias del papel de Moxic en la batalla contra los españoles en la que muere Chinabul y será en el capítulo 6 donde vuelva a intervenir, de nuevo para hacer frente al Gran Mam. Moxic expone el descontento de los mam a causa de la actitud de su jefe, que rechaza «la práctica de augurios y sacrificios necesarios en la guerra», lo que trae desgracias como la muerte de Chinabul Gemá. Caibilbalán se defiende explicando que todo lo que sabe en el arte de la guerra proviene de un sabio al que se confió su educación y que, tras poner sus conocimientos en práctica durante años ya no puede confiar en la magia. Un guerrero anónimo interviene asegurando que la magia no puede desecharse a lo que el Gran Mam responde que esas creencias traen atraso. El guerrero responde que, sin magia, la guerra pierde gracia y belleza, y Moxic interviene de nuevo asegurando que justo eso fue lo que les faltó para derrotar a los teules. Esta intervención favorece que sacerdotes, guerreros y jefes griten indignados en favor de la magia, desatando la ira de la multitud, que carga a golpes contra Caibilbalán a pesar de los ruegos de Moxic para que su jefe sea escuchado. 

La última información sobre Moxic tiene lugar en el capítulo 7. A oídos del desterrado Caibilbalán llega la noticia de que el capitán se ha hecho cargo de la defensa de la fortaleza. Su estrategia consiste en que los portaestandartes agiten miles de cascabeles para minar la moral de los españoles gracias al insoportable ruido. El resultado de la batalla será revelado al comienzo del capítulo 8, en forma de noticia que llega al grupo de exploradores: los españoles han tomado la fortaleza.  


ÁNGEL DEL DIVINO ROSTRO DE JESÚS

O, simplemente, Ángel Rostro, es el primer personaje del grupo de exploradores españoles que vemos aparecer en Maladrón. Lo hace en el capítulo 5, y su nombre es citado casi sesenta veces en los capítulos 5, 8 al 15, 17 al 20 y 29. Su primera intervención tiene lugar en el capítulo 5, mientras habla con otro español, Diego Paredes, cuando le comenta su deseo de hallar la conjunción oceánica. Su obsesión llega al punto de alegrarse por no tener que abandonar el campamento, ante lo que su compañero no puede evitar decirle: «preferir el hambre, el frío, las ropas que ya no se nos secan en el cuerpo, y celebrarlo con saltos y visajes, loco estáis…», a lo que Rostro responde que prefiere cualquier cosa antes que alejarse de la zona donde cree que se juntan los océanos. 

En el capítulo 8 arranca la segunda parte de Maladrón y vemos a Rostro junto a sus tres compañeros, ya plenamente dedicados a la búsqueda de la conjunción oceánica. Rostro se nos describe como el menos abúlico de los cuatro, por lo que toma la determinación de capitanear al grupo. También conocemos algunos de sus rasgos físicos: «su cara de cera, sus pocas barbas rubias y su cuerpo volátil». Se menciona por primera vez a Maladrón, pero este asunto no interesa a Ángel Rostro, quien increpa a sus compañeros por pasar el día hablando de esas blasfemias. Sabemos que ha tenido acceso carnal a la india María Trinidad y que ella le ha hablado del poder del veneno de una tarántula que lleva a los inoculados a experimentar un tipo de locura que les permite desplazarse sin sentir jamás fatiga. 

Al comienzo del capítulo 11, nuestro grupo de exploradores llegará al campamento del capitán Juan de Umbría. Rostro dará cuenta de sus penurias y aventuras y serán atendidos por Fray Damián Canisares, quien terminará tachándolos de criptojudíos y portugueses por profesar el culto al Maladrón. Poco les falta para ser sometidos a tormento pero consiguen escapar de noche gracias a un nuevo personaje fundamental del que hablaremos más tarde, Antolín Linares. Una vez a salvo, Rostro abronca duramente a sus hombres por seguir con «esta patraña del Mal Ladrón».

En el capítulo 12, Rostro y Linares se enzarzan en una discusión en torno a Trinis que va creciendo en intensidad hasta que Linares acusa al capitán de querer entregarlos a los españoles por herejes y para recibir indios en encomienda. Entonces ambos hombres se enzarzan en una pelea a cuchilladas aunque son rápidamente separados por Blas Zenteno. Rostro se lamenta de encontrarse abandonado por sus compañeros y sin amor, por lo que podemos entender que María Trinidad se ha decantado por Antolín Linares. Rostro desconfía ya de todos, pues nadie le obedece y, en vez de proseguir la marcha en busca de la conjunción oceánica, sus hombres comienzan a afincarse en la zona, donde pretenden levantar la casa y humilladero de Maladrón. Se pregunta por qué han querido detenerse allí, no encuentra motivo, y la excusa del culto al Maladrón le parece una engañifa. Más tarde sabremos que cree que los demás quieren robarle el descubrimiento de la conjunción oceánica. 

Llegados al capítulo 15 asistimos a la caída en desgracia del capitán Rostro tras un creciente deterioro de su estado mental. Decide no bajarse nunca del caballo, ni siquiera para llevar a cabo las más básicas funciones vitales, pues Duero Agudo lo ha convencido de que si se encuentra con los pies en tierra cuando tenga lugar un temblor, será convertido a la secta de los gesticulantes. Al igual que le sucederá a Antolín Linares, Ángel Rostro sufre una humillante exposición escatológica por parte del narrador, que relata con todo detalle sus penurias a la hora de hacer sus necesidades sin bajar del caballo. Considero que la función de estos pasajes responden al trasfondo ideológico de la novela, que busca ofrecer una imagen lo más degradada posible de la Conquista de Hispanoamérica. 

Pero la degradación de Rostro en el presente capítulo alcanza también otros ámbitos. Por un lado, se plantea renunciar a su fe y abrazar la de Maladrón hasta hacerse inmensamente rico para, después, regresar arrepentido a Cristo. Por otro, el reflejo que le devuelve el agua muestra una cara que no es la suya: más arrugas, menos dientes, largos cabellos, mirada perdida, suciedad. Poco después decide por fin abandonar el grupo y, como San Pablo, sufre una brutal caída del caballo. Padeciendo inmensos dolores decide ahuyentar al animal e internarse solo en la selva para probarle a Dios su fe en Él. Será el final de Rostro en la novela, aunque volverá a ser recordado por sus compañeros o mencionado por el narrador casi una decena de veces en los siguientes capítulos. 


DUERO AGUDO

Conocido como «el Tuerto», su primera intervención en la obra, en el capítulo 5, resulta bastante heroica, pues consigue evitar la derrota de las tropas españolas en el desfiladero gracias a la determinación de llevar en su caballo ante Joanes de Verástegui al indio mam que sabe que las tropas caminan hacia una trampa. Es referido por su nombre, su apellido, su apodo, o alguna combinación de estos, más de cien veces a lo largo de la obra, en los capítulos 5, 8 al 13, 15 al 22 y 24 al 30. Forma parte del cuarteto original de exploradores que parten en busca de la conjunción oceánica. Siempre saca a relucir su condición de tuerto, causada, al parecer, porque su padre lo retó a que se sacara el ojo, lo que puede dar cuenta de su determinación, osadía y valor rayano en la inconsciencia. Duero posee la trascendental función de introducir a sus compañeros en el culto a Maladrón. En el capítulo 8, al ver los rituales de los indios gesticulantes, recuerda las prácticas de Zaduc de Córdoba, con el que viajó hasta América y «acordó decir a sus compañeros que los naturales de por esos pueblos cojeaban de la misma herejía que Zaduc». Las consecuencias de esta decisión serán trascendentales para todos los personajes y letales para algunos, incluido el mismo Duero. 

Desde el capítulo 9 vemos afianzarse la amistad entre Duero y Blas Zenteno, quien lo apoya en lo referente a los gesticulantes y le pide detalles sobre las prácticas de Zaduc en largas charlas envueltos en humo de tabaco. La complicidad de ambos hombres se verá potenciada en el capítulo 10 al convertirse, Duero por voluntad, Zenteno por accidente, en tarantulados por la picadura de la araña que ya mencionamos. Sabremos también que la ambición y la hipocresía son rasgos de la personalidad del tuerto, pues se ofrece a ser picado por la tarántula alegando que así salvará al grupo, cuando en realidad lo hace con la idea de robarles el descubrimiento de la conjunción. 

En el capítulo 11, la actitud de Duero con Fray Damián (lo interrumpe y lanza doctrina de Maladrón), amén de los efectos del veneno, dan lugar a que casi acaben sometidos a martirio por herejes, aunque finalmente logran escapar del campamento, como vimos. Una nueva amistad hace el tuerto en el siguiente capítulo al curar la herida recibida por Antolín tras su pelea con Rostro. 

Mediante analepsis conocemos en el capítulo 16 algo más sobre el tuerto. Cuando se embarcó a las indias no era más que un joven de veinte años, muerto de hambre, que huía de las deudas. En aquel galeón conoció a Zaduc, quien le contó la historia de Maladrón y le explicó la doctrina y prácticas en torno a su figura. En los siguientes capítulos veremos al tuerto enfrascado en diferentes iniciativas relacionadas con el culto a Maladrón como engañar a los indios para que construyan el humilladero, haciéndoles creer que será un lugar para adorar al Cabracán, el Dios de los terremotos. Por si fuera poco, pretenden convertirlos al culto de Maladrón mediante engaños, haciendo aparecer una estatua del Maladrón durante las gesticulaciones del Cabracán. Vemos, pues, cómo el tuerto no deja nunca de ser fiel a su naturaleza traicionera a la par que emprendedora.
 
En estos capítulos lo vemos con frecuencia disuadiendo a Zenteno de cortarle las manos a Ladrada por pirata. Sin embargo, no serán nobles intenciones las que lo muevan a ello, sino el mero interés personal, ya que el enfrentamiento entre los españoles podría llevar a los indios a levantarse contra ellos. De hecho, hacia el capítulo 27, sabremos que finalmente el tuerto aprobará la determinación de Zenteno contra Ladrada, pero no por haber sido este pirata, sino para que no pudiera volver a esculpir nada tan excelso como la estatua del Maladrón, es decir, que la motivación de Duero resulta incluso más cruel que la de Zenteno, pues acepta que Ladrada sea castigado, no por hacer el mal, sino por hacer algo demasiado bien. La perversión moral del tuerto se muestra en su máximo apogeo. Pocos minutos después, será asesinado por el indio Güinakil, quien le asesta primero un golpe de macana en la cabeza para arrancarle después el corazón del pecho, tal y como había hecho poco antes con Blas Zenteno. 


QUINO ARMIJO

Es el menos relevante del grupo de exploradores, algo que puede comprobarse simplemente de forma cuantitativa: su nombre aparece dieciocho veces en toda la novela, en los capítulos 8 al 11, 13, 15, 18, 20 y 29. No se encuentra nada integrado entre sus compañeros, pues no profesa el culto al Maladrón ni muestra ningún interés en hallar la conjunción oceánica. Parece encontrarse más cómodo con los indios, entre los que tiene amigos importantes que le explican la idiosincrasia de sus rituales en honor del Cabracán. En numerosas ocasiones, Armijo, llamado «el prudente», por Ángel Rostro, trata de hacer ver a sus compañeros, sin éxito, que los indios gesticulantes no tienen nada que ver con el Maladrón. De hecho, no serán pocas igualmente las ocasiones en que sea recordado para decir que tenía razón. Finalmente, decide abandonar a sus compañeros durante los incidentes del campamento de Juan de Umbría, aunque los ayuda a escapar. 

Quino Armijo es, de lejos, el personaje español de mejor conducta y carácter, y no resulta sorprendente que sea, además, el que se siente más cercano a los indios, el que mejor los comprende y el que decide abandonar las empresas de la Conquista para, probablemente, aunque no se especifica, integrarse entre los pobladores nativos. 


BLAS ZENTENO

Es el cuarto miembro del grupo originario de exploradores y su nombre aparece más de cien veces en la novela, distribuidas entre los capítulos 5, 8 al 13, 15 y 17 al 30. Se nos presenta en el capítulo 5 como un gigantón muy hablador que incita a las tropas a moverse hacia la costa por el clima y los recursos que allí aguardan. 

Es uno de los más entusiastas devotos del culto al Maladrón, y desde el primer momento apoya al tuerto en la idea de que los indios gesticulan por esta figura y no por sus propias creencias. Su cercanía a Duero es notable, tanto que apenas permiten hablar a los demás. Y es que, ambos hombres, que se consideran «hermanos de humo», no dejan ni un momento de tratarse «con el ruido de la mala doctrina que uno a otro se soplaba a la oreja para mantenerse fieles al Supremo Ladrón, en el más rudo materialismo». 

A lo ya narrado por Duero sobre lo que aprendió de Zaduc en torno a Maladrón, Zenteno aporta sus recuerdos de infancia en Torre Vieja (1), donde persiguieron y quemaron a los seguidores de la secta gesticulante de Maladrón en una noche de Viernes Santo. Y es que, Zenteno no siempre fue como se muestra en la novela, es decir, «Materialista, escéptico y casi siempre deprimido» sino que antes de embarcarse en la Conquista fue «idealista, crédulo y animoso. Los hechos lo cambiaron». De nuevo Asturias utiliza a un personaje para mostrar lo pernicioso de la empresa española en ultramar, que no solo daña a los pueblos originarios sino que también degrada a los propios conquistadores. 

Los pasos de Zenteno siempre transitarán junto a los del tuerto, y le veremos sufrir junto a él la picadura de la tarántula que los convierte en guías de la expedición bajo los efectos del veneno. Será también junto al tuerto el más entusiasta organizador de las obras de la casa y humilladero de Maladrón, de la procesión y celebraciones en su honor y del intento de conversión en masa de los indios gesticulantes. Bien es cierto que Zenteno se obsesionará en solitario con cortarle las manos a Ladrada por pirata, viéndose acrecentadas sus sospechas ante cualquier indicio, como lo mucho que duerme el escultor o sus destrezas haciendo piruetas, aunque igualmente es cierto que, al final, también Duero aprobará la idea de cometer el «manicidio», aunque por otras razones. Finalmente, como ya vimos, Zenteno morirá del mismo modo y bajo las manos del mismo hombre que su compañero de aventuras, con la única diferencia de un breve espacio de tiempo entre ambos homicidios.


ANTOLÍN LINARES CESPEDILLOS

También conocido como Antolinares, o Carantamaulas, no forma parte del grupo originario de exploradores, aunque su papel en la segunda parte es equivalente al de aquellos, pues su persona es referida por su nombre o apodos más de cien veces en los capítulos 11 al 13, 15, 17 al 26 y 28 al 30.

Linares es un personaje paradójico al menos por dos motivos. Por una parte, sabemos que recupera milagrosamente la vista gracias a las gesticulaciones en honor de Maladrón que sus seguidores habían propagado por el campamento de Juan de Umbría. Sin embargo, a pesar de ello, este hombre, natural de Almagro, no llegará nunca a alcanzar los niveles de devoción del tuerto o de Zenteno, llegando a ser incluso increpado por ello, por querer bautizar a su hijo en el rito cristiano y no en el del saduceo: 
—¡Os devolvió los ojos, Antolinares —gritaba el tuerto— y cómo no invocar sus atributos y su nombre en el bautizo del que es parte de vuestros ojos! ¡Parte de esa parte que Él os devolvió milagrosamente! 
Por otra parte, aunque Antolín es el artífice, junto a Trinis, del único hecho positivo que Asturias ve en la Conquista, es decir, el mestizaje, a través del hijo que ambos engendran, siendo el pequeño una figura cargada de simbolismo en la que el autor parece depositar sus esperanzas, a pesar de todo ello, el trato que dispensa el guatemalteco a Antolinares resulta ser el más humillante y brutal de toda la obra, prolongándose en numerosos párrafos de exposición agónica y escatológica a causa de una indigestión de palmito. Es evidente el pecado de Antolinares: desconfiar en el último momento de su amigo Lorenzo Ladrada, creyendo que ha huido para atribuirse el descubrimiento de la conjunción oceánica, dejándose al tiempo llevar por la codicia y emprendiendo un alocado viaje con Trinis y Antolincito para evitarlo y ser él quien se lleve los honores, siendo nombrado Marqués de los Dos Mares, pero cabría preguntarse si Asturias no se excedió con la penitencia que le impuso. Por si esto fuera poco, Antolín es un personaje que, además de tener participación real, física, en la historia, también participa como fenómeno sobrenatural o psicológico. Ladrada encuentra su cadáver y lo lleva a enterrar en el altar mayor de un castillo, en una tumba donde yacen los restos del canónigo don Juan Ligano Salmerón. Poco después se producirán disparatados diálogos entre Antolín y el Canónigo, aunque probablemente solo como delirios psicológicos en la mente de Ladrada.


LORENZO LADRADA

A pesar de su aparición tardía en la novela, es sin duda una de las figuras más relevantes, siendo el protagonista absoluto del capítulo 30, el más largo de la obra junto con el 29, protagonizado por Antolinares. Su nombre es también referido más de cien veces en Maladrón, y tiene presencia en los capítulos 19 al 30. Se encuentra con el grupo principal mientras preparan las festividades en honor a Maladrón y les cuenta que proviene de Jerez de la Frontera y que llegó muchos años ha como criado de un buscador de oro llamado Escafamiranda. También les cuenta que esculpió una imagen en un mascarón de proa para su amo, por lo que Duero y Zenteno deciden que Ladrada esculpirá la imagen del Maladrón en un madero. 

La información sobre el pasado de Ladrada irá saliendo a flote poco a poco, en parte gracias a sus delirios o experiencias sobrenaturales interactuando con Maladrón. Así, sabremos que asesinó a Escafamiranda por la espalda para quedarse con las minas de oro. Ladrada no dejará de ofrecer a Zenteno indicios de su pasado en la piratería, llegando a expresar directamente que él es la persona idónea para la tarea que le han encomendado, pues qué mejor que un pirata para esculpir a un ladrón. Afortunadamente para él, la muerte de Duero y Zenteno a manos de los indios, le evitará el trauma de verse con las manos amputadas. 

Ladrada huye de la rebelión de los indios junto a Antolin, Trinis y el bebé, y por fin logran encontrar la conjunción oceánica. La sorpresa salta en el capítulo 30 cuando descubrimos que Ladrada realmente sí había acudido a las minas para colmar de oro a su ahijado Antolincito, y no a dar noticia de la conjunción con objeto de atribuirse el descubrimiento. Resulta que al final el pirata asesino posee unas convicciones morales superiores a las de la mayor parte de los conquistadores españoles. De hecho, en las últimas páginas de la novela pondrá en marcha un amplio dispositivo de búsqueda entre los indios que trabajan para él en las minas con el objetivo de encontrar a Trinis y al bebé, para salvarlos de morir en la selva, aunque también para librarse de la soledad en la que vivía sumido desde hacía muchos años y que se verá reflejada en la inmensidad del océano hacia las últimas líneas de la obra. 


TITIL-IC

Es el único personaje femenino de la novela (aparte de ella, apenas se hace mención a un grupo de indias que Ladrada observa desde la gruta, a una ramera que quiso envenenar al tuerto en Cádiz, o a la dama cautiva de Escafamiranda) aunque su importancia resulta enorme, siendo referida, bien por su nombre indígena, que significa «eclipse de luna», bien por el cristiano, María Trinidad, por el hipocorístico Trinis o, simplemente, como «la india», en más de cien ocasiones en los capítulos 9 al 15, 17 al 22, 24 al 30. Sabemos que de niña fue bautizada y «adoctrinada, pero volvió a la gentilidad». Gracias a su dominio del español, sirve de enlace entre indios y exploradores y será, igual que Antolinares, elemento propiciatorio de mestizaje, al engendrar con él a Antolincito. 

Titil-Ic comienza su andadura en la trama con una trascendental intervención al revelar a Ángel Rostro, con quien tuvo relaciones en un primer momento, los efectos del veneno de las tarántulas que acabarían por llevar al grupo, picaduras mediante, hasta el futuro valle de Maladrón y a la conjunción oceánica, con todas las consecuencias que ello supondrá para cada uno de los personajes. 

El trato recibido por esta mujer a manos de los españoles queda muy lejos de ser correcto. Incluso el personaje menos indeseable, Quino Armijo, llega a golpearla. Titil-Ic es secuestrada bajo la amenaza de ejecución en caso de que Duero o Zenteno mueran a causa del veneno de tarántula. En el campamento de Juan de Umbría es engrillada y posteriormente condenada por apóstata a recibir latigazos hasta escupir sangre, aunque de este castigo consigue librarse escapando junto al grupo. Entiendo que todos estos hechos quieren simbolizar el trato de los españoles a los pueblos indígenas. Nos encontraríamos de nuevo ante elementos negrolegendarios promovidos por Asturias, quien parece no tener en cuenta que el trato del Imperio español fue considerablemente mejor que el que dispensaron otras naciones, algo que puede comprobarse examinando el porcentaje de población nativa y mestiza de los actuales países hispanoamericanos, así como otros datos cuya exposición detallada sobrepasaría a los objetivos de este trabajo. 

A pesar de todo, Trinis siempre se muestra servicial y fiel al grupo y hace lo posible por salvar a Antolinares de su agonía escatológica, quien por otra parte nunca dejó de mostrarse cariñoso y correcto con ella. Finalmente, sabremos que los indios al mando de Ladrada ayudan a Trinis a escapar con su hijo desapareciendo en la selva. Aunque no se especifica, parece lógico que dichos indios le explicasen las intenciones de Ladrada de acogerla a ella y al bebé como su familia. La negativa de Titil-Ic representaría, a mi modo de ver, la reivindicación y el aplauso de Asturias a la independencia de las naciones hispanoamericanas, formadas por nativos y mestizos, respecto a España, para poder emprender libremente su camino hacia el futuro.


GÜINAKIL

Es una figura menor pero de considerable importancia en la segunda parte y se le menciona casi una treintena de veces en los capítulos 19, 21, 24, 26 y 27. Es un indio que forma parte del grupo de alarifes que trabajan en el valle del Maladrón. Se muestra muy cercano a los españoles y con frecuencia les explica aspectos de sus rituales en torno al Cabracán. Zenteno y Duero lo tratan condescendientemente, ignorantes de que el indio se encuentra al tanto de sus planes y de que no va a permitir que los suyos sean engañados. 

Mantiene un extenso diálogo con Trinis con el objetivo de obtener más información sobre los planes de los españoles, pero ella se muestra fiel al padre de su hijo, asegura desconocer el paradero de la imagen de Maladrón y, posteriormente avisa a Antolinares, el cual a su vez alerta a Ladrada, lo que les permite librarse de un cruento final similar al de Zenteno y Duero. Güinakil, de este modo, evita que se asienten los seguidores de un nuevo crucificado, pues si los suyos ya sufrieron por el anterior, que se ofrecía como un ser divino, de paz, que rechazaba la riqueza, qué no les tocaría sufrir ahora con un nuevo crucificado al que veneran abiertamente como ladrón. 


MALADRÓN

Es una compleja figura de naturaleza multiforme que da título a la novela. El antropónimo es una palabra compuesta que procede de la combinación del adjetivo mal y el sustantivo ladrón, y hace referencia a Gestas, el llamado mal ladrón que murió crucificado junto a Cristo y San Dimas, conocido este como el buen ladrón. Los nombres de ambos ajusticiados no aparecen en la Biblia, sino en el Evangelio Apócrifo de Nicodemo. En la Biblia ni siquiera se dice que sean ladrones, sino malhechores y lo único que sabemos del mal ladrón es que le dice a Cristo que si realmente es el hijo de Dios, que se salve y los salve a ellos. Lo mismo se dice de él en el Evangelio de Nicodemo, pero en el Protoevangelio de Santiago la información es mucho más específica y se asegura que Gestas mataba y torturaba a algunos caminantes y que era aficionado a beber sangre de niño.

La información sobre Gestas que aparece en la novela proviene principalmente de Zaduc, cuyas enseñanzas transmite Duero, pero también sabemos de él a través del capítulo 28, donde se narran escenas de su vida. En la obra podemos verlo referido, ya sea como Gestas, como Maladrón o como el Mal Ladrón, casi en un centenar de ocasiones en los capítulos 8, 9, 11 y 13 al 30.

Gestas habría sido en realidad, según la novela, un miembro de la secta judía de los saduceos, quienes negaban la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Su nombre probablemente era Hircano y descendía de Sumos Sacerdotes y Príncipes de Judea. Asturias ofrece incluso una detallada descripción de este joven filósofo que huele a naranjos, la cual se encuentra muy lejos de la faz contrahecha, diabólica y agonizante esculpida por Ladrada: 
rostro tallado en pulpa táctil, cabello, pestañas y barbas de azabache rojizo, labios pulposos, dientes blancos, nariz aquilina, ojos de pupilas pequeñas, muy vivas en la nieve de las córneas.
El joven saduceo no deja de ganarse enemigos con su actitud: ataca a los fariseos, niega valor a las Escrituras, habla de levantarse contra Dios y contra Roma, blasfema contra los Ángeles, tacha de inventos el alma y la eternidad. Su esclavo griego lo acusa de ser el peor de los ladrones por robar a las gentes la esperanza en la otra vida. Poco después será el propio Maladrón el que siga narrando su historia, ahora comunicándose con Ladrada. Le explica que fue prendido en Cafarnaún. Los hombres podrían haberle perdonado cualquier crimen, salvo el suyo, el haberles robado la esperanza. Por ello le desfiguraron el rostro y lo arrojaron a un pozo hasta que fuese olvidado. Después fue sacado de allí y condenado a morir en la cruz como si fuera un vulgar salteador de caminos. Ni siquiera le dieron la oportunidad de salvarse renegando de sus creencias, pues reconoce que tal vez lo habría hecho, de tanto que amaba la vida. En este punto, tras increpar a Ladrada por volver al lugar del crimen, a las minas, donde asesinó a Escafamiranda, se despide de él, visiblemente orgulloso por eternizarse finalmente en forma de imagen escupida junto al dios Cabracán.   

Maladrón cumple, como todos los personajes, su papel en el objetivo ideológico de la obra. Asturias lo propone como un Dios mucho más adecuado para la empresa española en América que el Dios de los cristianos. Esto sería así por los dos sentidos de la naturaleza cleptómana de Maladrón. Por un lado, en el sentido clásico, el que viene de la información de la Biblia y los Evangelios Apócrifos, es decir, como delincuente extractor de la propiedad ajena, como criminal que se aprovecha del trabajo de los demás quitándoles lo que les pertenece. Por otro lado, por el sentido ofrecido en la novela, como el peor ladrón posible, el que roba la esperanza, tal y como el Imperio español supuestamente habría hecho con los pueblos aborígenes de Hispanoamérica. 


CONCLUSIONES

Como hemos podido ver a lo largo de este trabajo, en Maladrón, don Miguel Ángel Asturias nos ofrece un elenco de personajes amplio, diverso y complejo, en el que cada uno de ellos cumple a la perfección su papel en el objetivo ideológico de la obra, que no por ser una novela de tesis deja de ofrecer una belleza formal deslumbrante. Resulta destacable que, además, esos rasgos, amplitud, diversidad, complejidad, tengan lugar en una obra no demasiado extensa, de un tamaño que quizás invitase a dar protagonismo únicamente a una o dos figuras principales. Y es que, el maestro guatemalteco logra situar al menos a ocho personajes (Caibilbalán, Ángel Rostro, Duero Agudo, Blas Zenteno, Titil-ic, Antolín Linares, Lorenzo Ladrada y Maladrón) como figuras protagonistas de la obra sin que sea sencillo destacar a ninguna por encima de las demás en el conjunto de la novela, llevando a cabo para ello un complejo ejercicio de profundización en el pasado, la psicología, las ideas y el comportamiento de todos ellos. Por si fuera poco, en torno a los protagonistas se sitúa un considerable número de figuras menos relevantes pero que en ningún momento resultan accesorias ni gratuitas, jugando papeles esenciales en la trama, como Güinakil, Zaduc, Escafamiranda, Fray Damián Canisares o Chinabul Gemá.

En definitiva, considero que ha quedado patente que en esta novela de imponente belleza formal, llamativa originalidad estructural y polémico tratamiento temático, el elenco de personajes es sin duda uno de los aspectos más interesantes, complejos y enriquecedores que se pueden analizar. 


(1) No he logrado ubicar el lugar de procedencia de Zenteno. Dudo que sea la ciudad alicantina de Torrevieja, pues esta carece de murallas y hasta hace dos siglos no contaba más que con una torre de vigilancia y unas pocas casas de pescadores. El CORDE no arroja ningún resultado para «Torre Vieja», con los vocablos separados por un espacio, fuera de Maladrón. Todos los resultados que he encontrado en internet para «torre vieja» hacen referencia a torres y no a municipios. Entiendo que no podría descartarse que Torre Vieja sea finalmente una ciudad ficticia inventada por el autor como podrían ser Macondo, Orbajosa o Vetusta. 


BIBLIOGRAFÍA

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