14/3/19

Algunos comentarios sobre las Novelas a Marcia Leonarda

LAS NOVELAS A MARCIA LEONARDA Y LA FIGURA DEL RECEPTOR FEMENINO

No destacan en las Novelas a Marcia Leonarda ni la verosimilitud ni la originalidad argumental de las historias. Sin embargo, sí que se mostró Lope bastante innovador en lo formal al construir la estructura narrativa pensando en su relación con Marta Nevares Santoyo, la cual se convierte en la receptora a la que el narrador se dirige en innumerables ocasiones a lo largo del desarrollo de las cuatro novelas breves. La intención va mucho más allá de una simple dedicatoria como la que ya le había brindado en la comedia La viuda valenciana. Según Wardropper (1983:182), no es que Lope le dedique las novelas a Marta, sino que más bien las escribe para ella, lo que da lugar a que “interrumpe frecuentemente su narración para hablar directamente con la dama. Mientras se desenvuelve la historia conversa con ella, bromea con ella, la lisonjea, la instruye, la galantea”. 

El volumen no tiene un origen unitario. En un principio, Marta le pidió a Lope que escribiese una novela para ella, demanda de la que surgió Las fortunas de Diana, publicada por primera vez en La Filomena. A la dama le gustó la obra y la siguiente petición fue un libro de novelas, escribiendo Lope La desdicha por la honra, La prudente venganza y Guzmán el Bravo, publicadas en La Circe. A pesar de ello, el conjunto muestra unidad gracias a elementos como los tipos de personajes, las peripecias y, sobre todo, la figura de Marcia Leonarda como narrataria. Es por ello por lo que podemos pensar que uno de los papeles (intencionado o no) que juega la figura del receptor femenino sería el de aportar unidad al conjunto de novelas. Sin embargo, opino que no sería su función más importante y que habría otras dos que sobresaldrían: por un lado, el deseo de Lope de diferenciar sus novelas de las escritas por Cervantes, que tanto éxito e influencia habían logrado y, por otro, manifestar, demostrar, poner en práctica el profundo amor que el literato sentía por Marta Nevares. 

Respecto al intento de alejarse de las novelas cervantinas, podemos transcribir las palabras de Agustín Redondo, citado en Carreño (2002: 36): “Lope inventa una fórmula original de novela que le permite diferenciarse de su gran rival”. En cuanto a planificar las narraciones como una especie de regalo o carta de amor, Wardropper (1983:183-185) comenta que “Lope muestra con toda naturalidad que su único propósito es divertir a su amada”, que la seduce por medio de técnicas directas e indirectas y que en estas novelas la “sutil y compleja declaración de amor es su función literaria principal”.  

Para llevar a cabo un análisis más profundo del papel de Marcia Leonarda como personaje literario (basado en Marta Nevares) que no interviene en la trama pero que juega el importantísimo rol de narrataria, debemos manejar el significado de algunos conceptos, los cuales se nos ofrecen en el estudio introductorio de Antonio Carreño a la edición de Cátedra de las Novelas a Marcia Leonarda. Tendríamos, pues: 
  • El autor, individuo real, en este caso Félix Lope de Vega, que escribe la obra; en el mismo plano también estarían los lectores, individuos igualmente reales, que en diferentes tiempos y localizaciones la han leído, la leen o la leerán. 
  • Por otro lado, nos encontramos con las figuras del autor implícito y el lector implícito, que sería el modo en que se proyecta el autor real en la obra y el modo en que proyecta a los lectores reales. 
  • Pero los elementos que más nos interesan son el del narrador y el narratario. El primero se podría entender como el personaje que narra los hechos (el Lázaro adulto del Lazarillo) y el segundo como el personaje al que se dirige el primero (Vuestra Merced, en la misma obra mencionada). 

Así pues, en estas novelas, es Marcia Leonarda la narrataria a la que se dirige el narrador (basado en el autor real) estableciéndose un diálogo, (o, quizá, más bien un monólogo o una relación epistolar de la que solo conoceríamos una parte) que marca el ritmo de la narración y que relega a un segundo plano el resto de los elementos, incluso las propias historias. Estas intervenciones del narrador son un recurso literario denominado “digresión” o excursus y a las que Lope se refirió en la propia obra como “cosas fuera de propósito” o intercolumnios.

Antonio Carreño clasifica las digresiones lopescas en instructivas, formularias, interpelativas, de ornamentación erudita, metanarrativas o moralizantes. Algunos ejemplos de estas digresiones serían: una reflexión sobre la comedia histórica, una extensa descripción de la ciudad de Constantinopla y su historia, o variados comentarios sobre temas tan dispares como la hipocresía de los hombres en sus relaciones con las mujeres, sobre el arte de novelar o sobre los escritores pedantes. 

La introducción a La desdicha por la honra constituiría un caso paradigmático de las digresiones que inundan toda la obra (aunque en esta ocasión no se trate de una interrupción de la narración, que es lo más habitual). Como vemos, el papel de la narrataria resulta fundamental desde las primeras palabras en las que el narrador se dirige a ella directamente como “vuestra merced”. Esta digresión le sirve a Lope para explicar el origen de sus novelas, para usar el tópico de la falsa modestia y para mencionar referentes de la antigüedad clásica (Homero y Virgilio) y personajes mitológicos (Leandro), demostrando así su erudición, y todo ello solo en el primer párrafo. En el siguiente, reflexiona sobre la evolución de la lengua, lo que le sirve también para incluir un pequeño cuento, técnica muy usada a la hora de seguir el principio horaciano prodesse et delectare. A continuación, nos encontramos con un fragmento clave, pues, a mi juicio, Lope se sirve del recurso de dar explicaciones a la narrataria para justificar la tónica general que los lectores van a encontrar en sus novelas, es decir, la constante interrupción de la narración. El narrador le explica a Marcia que si va a tachonar el texto con “cuanto se viniere a la pluma” es porque quiere lograr un estilo que no aburra a los menos instruidos ni parezca superficial a los más doctos. Añade que ello va en línea con su proceder en las comedias, que consiste en entretener al pueblo, lo que le sirve para mencionar que es una idea con la que estaba de acuerdo Aristóteles, lo que a su vez le da pie a plantear una implícita defensa de las lenguas vernáculas frente al latín, comentando que el estagirita no hablaba la lengua latina. Solo después de tan extenso y dispar conjunto de reflexiones, dedica Lope un par de líneas a hablar de la historia que está prologando. 

Así pues, queda bastante claro que el papel del personaje de la narrataria resulta fundamental en estas novelas y que no puede considerarse fruto de la improvisación o de la falta de destreza de Lope como prosista (de hecho, como veremos después, que Lope rebautice las digresiones y explique su función, demostraría que son consecuencia de la voluntad de estilo). Quizá no resultase descabellado, habida cuenta de todo lo dicho hasta ahora, que, además de narrataria, podamos considerar a Marcia Leonarda como la protagonista indiscutible de la obra en su conjunto.


COMENTARIO DE UN ARTÍCULO DE ANTONIO SÁNCHEZ JIMÉNEZ

En su artículo «La poética de la interrupción en las Novelas a Marcia Leonarda, en el proyecto narrativo de Lope de Vega», incluido en el libro Ficciones en la ficción: poéticas de la narración inserta (siglos XV-XVII), editado por Valentín Núñez Rivera, Antonio Sánchez Jiménez trata una de las principales particularidades de las Novelas a Marcia Leonarda: las digresiones, aspecto íntimamente ligado al papel de la narrataria, pues es la omnipresencia de esta lo que posibilita las frecuentes interrupciones en las que Lope divaga sobre innumerables temas. 

El texto comienza haciendo un repaso a las críticas negativas que estas novelas cosecharon por parte de un gran número de estudiosos, precisamente a causa de las constantes digresiones, habiendo recibido apelativos como “desafortunadas, inoportunas, malintencionadas, pedantes, insolentes y, en cualquier caso, molestas e insatisfactorias” (Sánchez, 2013:101).

A continuación, el autor analiza estas interrupciones o excursus, haciendo una tipología no demasiado exhaustiva pero sí adecuada, y deteniéndose en el carácter metaliterario de muchas de las digresiones, como cuando el narrador recuerda el principio de La Celestina o cuando informa a Marcia de que va a valerse de historias, fábulas, versos o lugares de autores para lograr un equilibrio entre el estilo grave y el desnudo. 

Sánchez inicia entonces su defensa de las Novelas a Marcia Leonarda. Dado que Lope rebautiza el recurso literario de la digresión como “intercolumnios” (se refiere a ellos también como “cosas fuera de propósito”) y que además reflexiona sobre sus funciones, que serían por un lado “paliar los efectos emocionales de la narración en la narrataria” (Ibid, 105) y, por otro “ahorrarse el esfuerzo de construir una escena de alta emotividad” (Ibid), entonces, quedaría demostrado que el enorme conjunto de digresiones incrustadas en las cuatro novelas no sería fruto de la improvisación, sino de una firme voluntad de estilo. Para reforzar esta tesis, el autor menciona la opinión positiva de varios académicos sobre las novelas lopescas y más en concreto sobre los intercolumnios, que pasan ahora a considerarse “la aportación más novedosa de Lope al arte narrativo y la esencia de su proyecto literario” (Ibid, 106). El resto del artículo es dedicado al análisis de la digresión en otras obras de Lope, como La Arcadia o La Dorotea, concluyendo que este recurso puede considerarse la “marca registrada” de la narrativa del gran literato madrileño.

A mi modo de ver, lo más destacable del presente trabajo es la consistente defensa que Antonio Sánchez lleva a cabo de las Novelas a Marcia Leonarda en general y de las digresiones que contienen en particular, al encuadrar estas últimas en el proyecto literario del escritor, no solo en la narrativa, sino también como parte fundamental de su poesía y su teatro, haciendo frente a la opinión de una buena parte de la élite académica. 




BIBLIOGRAFÍA
  • CARREÑO, A. y VEGA, L. (2002). Novelas a Marcia Leonarda. Madrid: Cátedra.
  • RICO, F. y WARDROPPER, B. (1983). Historia y crítica de la literatura española. Siglos de Oro: Barroco. Barcelona: Crítica.
  • SÁNCHEZ, A. (2013). «La poética de la interrupción en las Novelas a Marcia Leonarda, en el proyecto narrativo de Lope de Vega». Ficciones en la ficción: poéticas de la narración inserta (siglos XV-XVII), pp. 99-114.

11/3/19

Fragmentos sublimes de literatura en español

Hace más de tres años, escribí una entrada en este blog (¿dónde si no?) en la cual mostraba una serie de párrafos que había ido recopilando con el paso del tiempo. Eran fragmentos en prosa de grandes figuras de la literatura universal, como Hemingway, Céline, o Bertrand Russell (aunque destacó como filósofo y matemático, también ganó el Nobel de Literatura), y otros escritores no tan grandes ni tan universales, pero que a mí me gustan, como Bukowski, qué le vamos a hacer. Aquellos memorables conjuntos de palabras tenían en común el hecho de haber generado en mí una potente sensación de placer estético, el suficiente como para verme obligado a releerlos y sacarles fotos, copiarlos en viejas libretas o llevar a cabo cualquier otra medida necesaria para que no acabasen desvanecidos en el abismo de mi desmemoria. Hace no mucho, me percaté de que, entre los seleccionados, no había un solo autor hispanohablante. Es normal que ahora me fije en estas cosas, pues soy un filólogo en ciernes, como también es normal que por aquel entonces, arrastrando prejuicios más extendidos de lo que sería deseable, no seleccionase a ningún compatriota (entendiendo patria como Camus la entendía, solo que con la lengua española en lugar de la francesa) pues yo, prácticamente, solo me paraba a leer literatura traducida. Por fortuna, aquella época pasó, las lecturas hispánicas entraron de lleno en mi vida y, poco a poco, fui llevando a cabo una bella recopilación similar a la anterior, dedicada en exclusiva a literatura escrita en nuestro querido idioma, y de la que espero disfrutéis intensamente.



GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA - SAB (1841)

El sol terrible de la zona tórrida se acercaba a su ocaso entre ondeantes nubes de púrpura y de plata, y sus últimos rayos, ya tibios y pálidos, vestían de un colorido melancólico los campos vírgenes de aquella joven naturaleza, cuya vigorosa y lozana vegetación parecía acoger con regocijo la brisa apacible de la tarde, que comenzaba a agitar las copas frondosas de los árboles agostados por el calor del día. Bandadas de golondrinas se cruzaban en todas direcciones buscando su albergue nocturno, y el verde papagayo con sus franjas de oro y de grana, el cao de un negro nítido y brillante, el carpintero real de férrea lengua y matizado plumaje, la alegre guacamaya, el ligero tomeguín, la tornasolada mariposa y otra infinidad de aves indígenas, posaban en las ramas del tamarindo y del mango aromático, rizando sus variadas plumas como para recoger en ellas el soplo consolador del aura.


EMILIA PARDO BAZÁN - LOS PAZOS DE ULLOA (1887)

Diez años son una etapa, no sólo en la vida del individuo, sino en la de las naciones. Diez años comprenden un periodo de renovación: diez años rara vez corren en balde, y el que mira hacia atrás suele sorprenderse del camino que se anda en una década. Mas así como hay personas, hay lugares para los cuales es insensible el paso de una décima parte de siglo. Ahí están los Pazos de Ulloa, que no me dejarán mentir. La gran huronera, desafiando al tiempo, permanece tan pesada, tan sombría, tan adusta como siempre. Ninguna innovación útil o bella se nota en su mueblaje, en su huerto, en sus tierras de cultivo. Los lobos del escudo de armas no se han amansado; el pino no echa renuevos; las mismas ondas simétricas de agua petrificada bañan los estribos de la puente señorial.


BENITO PÉREZ GALDÓS - MISERICORDIA (1897)

Con ese mirar vago y distraído que es, en los momentos de intensa amargura, como un giro angustioso del alma sobre sí misma, veía pasar por una y otra banda del jardín gentes presurosas o indolentes. Unos llevaban un duro, otros iban a buscarlo. Pasaban cobradores del Banco con el taleguillo al hombro; carricoches con botellas de cerveza y gaseosa; carros fúnebres, en el cual era conducido al cementerio alguno a quien nada importaban ya los duros. En las tiendas entraban compradores que salían con paquetes. Mendigos haraposos importunaban a los señores. Con rápida visión, Benina pasó revista a los cajones de tanta tienda, a los distintos cuartos de todas las casas, a los bolsillos de todos los transeúntes bien vestidos, adquiriendo la certidumbre de que en ninguno de aquellos repliegues de la vida faltaba un duro. Después pensó que sería un paso muy salado que se presentase ella en la cercana casa de Céspedes diciendo que hicieran el favor de darle un duro, siquiera se lo diesen a préstamo. Seguramente, se reirían de tan absurda pretensión, y la pondrían bonitamente en la calle. Y no obstante, natural y justo parecía que en cualquier parte donde un duro no representaba más que un valor insignificante, se lo diesen a ella, para quien la tal suma era... como un átomo inmenso. Y si la ansiada moneda pasara de las manos que con otras muchas la poseían, a las suyas, no se notaría ninguna alteración sensible en la distribución de la riqueza, y todo seguiría lo mismo: los ricos, ricos; pobre ella, y pobres los demás de su condición. Pues siendo esto así, ¿por qué no venía a sus manos el duro? ¿Qué razón había para que veinte personas de las que pasaban no se privasen de un real, y para que estos veinte reales no pasaran por natural trasiego a sus manos? ¡Vaya con las cosas de este desarreglado mundo! La pobre Benina se contentaba con una gota de agua, y delante del estanque del Retiro no podía tenerla. Vamos a cuentas, cielo y tierra: ¿perdería algo el estanque del Retiro porque se sacara de él una gota de agua?

PÍO BAROJA - CAMINO DE PERFECCIÓN (1901)

¡Qué vida! ¡Qué horrorosa vida! Cuando más se sufre, cuando los sentimientos son más intensos, se le encerraba al niño, y se le sometía a una tortura diaria, hipertrofiándole la memoria, oscureciéndole la inteligencia, matando todos los instintos naturales, hundiéndose en la oscuridad de la superstición, atemorizando su espíritu con las penas eternas... (...)

Era el colegio, con su aspecto de gran cuartel, un lugar de tortura; era la gran prensa laminadora de cerebros, la que arrancaba los sentimientos levantados de los corazones, la que cogía los hombres jóvenes, ya debilitados por la herencia de una raza enfermiza y triste, y los volvía a la vida convenientemente idiotizados, fanatizados, embrutecidos; los buenos, tímidos, cobardes, torpes; los malos, hipócritas, embusteros, uniendo a la natural maldad, la adquirida perfidia, y todos, buenos y malos, sobrecogidos con la idea aplastante del pecado, que se cernía sobre ellos como una gran mariposa negra. 


MIGUEL DE UNAMUNO - NIEBLA (1914)

Oyose un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. 


RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN - LA LÁMPARA MARAVILLOSA (1916)

Toda mudanza substancial en los idiomas es una mudanza en las conciencias, y el alma colectiva de los pueblos, una creación del verbo más que de la raza. Las palabras imponen normas al pensamiento, lo encadenan, lo guían y le muestran caminos imprevistos, al modo de la rima. Los idiomas nos hacen, y nosotros los deshacemos. Ellos abren los ríos por donde han de ir las emigraciones de la Humanidad. Vuelan de tierra en tierra, unas veces entre rebaños y pastores; otras, en la púrpura sangrienta de un emperador; otras, renovando la dorada fábula de los Argonautas, sobre la vela de las naves, con sol y con viento del mar. En las alas con que volaron cuando eran invasoras se mantienen muchos siglos las maternas lenguas, y declinan de aquel vuelo originario cuando nace una nueva conciencia. El espíritu primitivo -pastoril, guerrero o mitológico- deja de animarlas, nace otro espíritu en ellas y abre círculos distintos. El encontrado batallar del alma humana agranda la cárcel de los idiomas, y a veces sus combates son tan recios, que la quiebra. Y a veces los idiomas son tan firmes en sus cercos, que nuestras pobres almas no hallan espacio para abrir las alas, y otras almas elegidas, místicas y sutiles, dado que puedan volar, no pueden expresar su vuelo. Los idiomas nos hacen, y nosotros hemos de deshacerlos. Triste destino el de aquellas razas enterradas en el castillo hermético de sus viejas lenguas, como las momias de las remotas dinastías egipcias, en la hueca sonoridad de las Pirámides. Tristes vosotros, hijos de la Loba Latina en la ribera de tantos mares, si vuestras liras no quebrantan todas las cadenas con que os aprisiona la tradición del Habla. ¡Y más triste el destino de vuestros nietos, si en lo porvenir no engendran dialectos suyos, ciclos de una nueva conciencia en la lengua de los Conquistadores! Al final de la Edad Media, bajo el arco triunfal del Renacimiento, estaba la sombra de Platón meditando ante el mar azul poblado de sirenas. ¿Qué sombra espera bajo los arcos del Sol al fin de Nuestra Edad?


GABRIEL MIRÓ - EL OBISPO LEPROSO (1926)

Verano de calinas y tolvaneras. Aletazos de poniente. Bochornos de humo. Tardes de nubes incendiadas, de nubes barrocas, desgajándose del azul del horizonte, glorificando los campanarios de Oleza. (...) Las hospederías, los obradores, las tiendas callaban con la misma modorra de sus dueños sentados a la puerta, cabeceando entre moscardas. Los árboles de los jardines, de la Glorieta, de los monasterios, hacían un estruendo de vendaval de otoño, o se estampaban inmóviles en los cielos, bullendo de cigarras como si se rajasen al sol. El río iba somero, abriéndose en deltas y médanos de fango, de bardomas, de carrizos; y por las tardes, muy pronto, reventaba un croar de balsa. Se pararon muchos molinos de pimentón y harina; y entraban las diligencias, dejando un vaho de tierras calientes, un olor de piel y collerones sudados. Verano ruin. No daba gozo el rosario de la Aurora y tronaba el rosario del anochecido. Fanales de velas amarillas alumbrando el viejo tisú de la manga parroquial; hileras de hombres y mujeres colgándoles los rosarios de sus dedos de difunto; capellanes y celadores guiando la plegaria; un remanso en la contemplación de cada misterio, y otra vez se desanillaban las cofradías y las luces por los ambages de las plazas, por los cantones, por las callejas, por las cuestas. 


MIGUEL DELIBES - LAS RATAS (1962)

Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en concejo. Los tres chopos desmochados de la ribera, cubiertos de pajarracos, parecían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera.
La perra se enredó en las piernas del niño y él le acarició el lomo a contrapelo, con el sucio pie desnudo, sin mirarla; luego bostezó, estiró los brazos y levantó los ojos al lejano cielo arrasado:
—El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo iremos a cazar ratas —dijo.
La perra agitó nerviosamente el rabo cercenado y fijó en el niño sus vivaces pupilas amarillentas. Los párpados de la perra estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condición rara vez llegaban a adultos conservando los ojos; solían dejarlos entre la maleza del arroyo, acribillados por los abrojos, los zaragüelles y la corregüela.


GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ - CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967)

Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de abril por la ventana abierta. Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo que entre una y otra había tiempo para que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como si fueran amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar. Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias. De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas.

LUIS LANDERO - JUEGOS DE LA EDAD TARDÍA (1989)

Inspirado en el eco de la última campanada, Gregorio se imaginó la agonía de un movimiento originariamente impetuoso. Vio morir las olas contra el faro, la calderilla postrera de una gran fortuna, el suspiro final de un alma apasionada, y no solo se negó a reconocer en esas visiones los síntomas precursores del presente, sino que retrocedió en el tiempo hasta encontrar a Aquiles detrás de la tortuga, y cuando a punto estaba ya de proclamar que el mundo era ilusión y solo ilusión, salió a la realidad con una tragantada de pánico.