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21/2/22

La continuación antuerpiense del Lazarillo: ¿una novela picaresca?

INTRODUCCIÓN

En 1555 se publicó en Amberes, en la imprenta de Martín Nucio, La Segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, en una edición conjunta con el Lazarillo original. Desde entonces, esta continuación antuerpiense no volvió a imprimirse en territorio español hasta mediados del siglo XIX, siendo incluso despreciada y suprimida por el censor Juan López de Velasco, quien la tachó de «impertinente» mientras expurgaba las aventuras de Lázaro para preparar la edición del Lazarillo castigado de 1573. 

Este desinterés vino acompañado de la crítica virulenta de Juan de Luna, quien en el prólogo a los lectores de su propia continuación de 1610, la tildó de «necedad soñada». Su regreso a la imprenta en ediciones descuidadas de mediados del XIX no mejoraron la suerte de la obra, que recibió el desprecio de Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, por «necia e impertinente». 

La autoridad de don Marcelino y los numerosos errores filológicos en el tratamiento del texto  dieron lugar a que en el siglo XX tampoco se apreciase demasiado el posible valor literario de la novela. Así, Alonso Zamora Vicente comentó que «la baja calidad artística del libro nos exime de la búsqueda concienzuda de datos o noticias». Por su parte, Pedraza y Rodríguez sentenciaron en su Manual de literatura española que la novela es «lamentable», que carece de interés y que el autor estaba desprovisto de ingenio. 

Estos son solo algunos casos que ilustran la tónica general, aunque hubo excepciones. Por ejemplo, Enrique Macaya, en 1935, había considerado un acierto el primer capítulo, aunque el resto de la novela le pareció llena de aventuras ridículas. En una línea similar, José María de Cossío elogió en un artículo de 1941 el debate de Lázaro con el rector de la Universidad de Salamanca pero igualmente condenó toda la aventura de los atunes por carente de gracia y picardía.

Sin embargo, parece que la valoración y el interés de la crítica contemporánea hacia la Segunda parte ha evolucionado positivamente en las últimas décadas. Prueba de ello serían las dos ediciones publicadas por Cátedra: la primera, a cargo de Pedro Piñero, vio la luz en 1999; la segunda, de Alfredo Rodríguez, salió de imprenta en 2014. Además, el portal Dialnet muestra que a la obra se le han dedicado, total o parcialmente, dos capítulos de libros y doce artículos de revistas. Respecto a la valoraciones críticas, podemos encontrarlas desde moderadamente elogiosas, como la de Piñero, quien le atribuye sus méritos y aciertos aunque no resista comparación con el primer Lazarillo, hasta las altamente laudatorias, como la de Alfredo Rodríguez, quien afirma que en «complejidad de construcción narrativa, calidad de creación lingüística y altura estética está al mismo nivel que la primera parte».

Uno de los primeros estudios extensos dedicados a la Segunda Parte fue la tesis doctoral de Máximo Saludo, defendida en 1956 , en la que apostó por la autoría de Pedro de Medina, interpretando la novela como una alegoría de la rendición de Trípoli de 1551. Marcel Bataillon, en la introducción a una edición francesa del Lazarillo de 1958, dedica un capítulo a las continuaciones de la historia del famoso pregonero. El hispanista francés analiza la ascendencia folclórica basada en el vino de la Segunda Parte de Amberes y entiende la obra en clave enigmática, pudiendo hacer referencia a los conversos judaizantes que huyeron al Imperio otomano o a las empresas ultramarinas españolas movidas por la codicia. Antonio Vives Coll, en su libro Luciano de Samosata en España (1959) señaló las deudas de la Segunda Parte con los diálogos lucianescos. Gonzalo Sobejano atisbó en las reflexiones críticas del segundo Lázaro las posteriores digresiones del Guzmán de Alfarache. Rumeau se encargó de cuestiones ecdóticas, concluyendo que los impresores Nucio y Simón utilizaron originales diferentes para editar la Segunda Parte, aunque emplearon un mismo original para editar la primera. Richard E. Zwez, en su libro de 1970 Hacia la revalorización de la Segunda Parte del Lazarillo, analizó la relación entre el Lazarillo y su primera continuación y justificó el cambio de rumbo de esta. Para el estudioso, la Segunda Parte es producto de su época por sus alusiones a la Antigüedad clásica, su erudición o por el interés que muestra respecto a asuntos nacionales o religiosos. El anónimo autor estaría plasmando en su novela una crítica contra la política del emperador Carlos V. Kenneth R. Scholberg estudió los elementos satíricos de la obra en su libro de 1979, Aspectos generales de la sátira en el siglo XVI.

Respecto a tratamientos críticos más recientes, conviene destacar las mencionadas ediciones de Cátedra. En la de 1999, Pedro Piñero destaca la sensación de «verdadera continuación» que transmite la lectura de la Segunda Parte, especialmente el primer capítulo, el cual de hecho fue impreso en ocasiones como tratado octavo del Lazarillo original. Asimismo, considera que el anónimo autor debió ser un español exiliado en Flandes por cuestiones políticas o religiosas y que la obra, de ejecución apresurada, responde a un impulso comercial: servir de complemento al primer Lazarillo, cuyo volumen no resultaba óptimo para el mercado. Piñero ofrece además un ilustrativo y minucioso seguimiento de los estudios en torno a la novela antuerpiense, cuyo resumen ha quedado plasmado en el párrafo precedente. Por otro lado, el crítico señala la influencia de Luciano y Apuleyo y de motivos folclóricos como el Pece Nicolao  y considera que el núcleo central, la aventura submarina de Lázaro-atún es «una novelita de caballerías con indiscutibles pisos paródicos».

Por su parte, Alfredo Rodríguez, en su edición de 2014 se centra, por un lado, y como ya se ha dicho, en reivindicar el valor literario de la Segunda Parte y, por otro, en ofrecer una serie de análisis léxicos de fragmentos del Lazarillo original, de las interpolaciones alcalaínas y de la continuación antuerpiense, cotejándolos con las obras de algunos de los principales candidatos a la autoría de los textos mencionados. Rodríguez concluye que ambos Lazarillos, incluidas las interpolaciones, son obra de un mismo autor y que este puede ser Juan Arce de Otálora o Fray Juan de Pineda. Curiosamente, en un trabajo posterior, el crítico apunta a que la hipótesis más probable reside en que el autor de ambas partes sea Francisco de Enzinas. 

Aunque se podrían referir más trabajos, por no prolongar demasiado esta introducción hablaré por último de un ensayo de 2011 firmado por Purificación Mascarell. En sus páginas, la autora examina las similitudes entre El asno de oro, el Lazarillo y la Segunda parte de los atunes. Esta quedaría vinculada a una tradición literaria iniciada por Apuleyo y recogida en el Renacimiento mediante el género del diálogo de transformaciones, el cual tendría su máximo exponente en El Crotalón. Tanto en El Asno de oro como en la Segunda parte del Lazarillo, la metamorfosis del protagonista constituiría la herramienta básica para lanzar una acerada crítica social. En el caso del asno, la clave reside en que el animal no forma parte de la sociedad, por lo que, al no tener responsabilidad en los problemas, su crítica resulta legítima. Respecto a la Segunda Parte, aunque es un atún quien amonesta a la sociedad de los atunes, en realidad esta es un reflejo de la de los humanos, procedimiento que favorecería la seguridad del autor. 

El objetivo del presente trabajo consiste en valorar la conveniencia de adscribir la Segunda parte del Lazarillo de Tormes al género picaresco. Mi hipótesis de partida es que las características de la obra difícilmente permiten incluirla dentro del corpus de la novela picaresca. Para poner a prueba dicha hipótesis me dispongo a examinar lo que los especialistas han manifestado respecto a los rasgos fundamentales de las novelas que tradicionalmente han llevado el marbete de «picarescas», así como lo que se ha comentado sobre la obra en cuestión, tratando de analizar de forma crítica el peso de los argumentos que pudieran esgrimirse en uno u otro sentido. 

Considero que la pertinencia del tema que me propongo tratar se sustenta en los siguientes puntos:

1. El mencionado interés que la obra ha despertado entre la crítica en los últimos años y que se manifiesta en una considerable cantidad de trabajos en torno a diferentes aspectos de la novela, así como en la polémica sobre la autoría. En este sentido, destaca Rosa Navarro, quien asegura que el autor fue Diego Hurtado de Mendoza. Por su parte, Alfredo Rodríguez, cuyos candidatos ya se mencionaron, dedicó un trabajo a refutar la propuesta de Rosa Navarro, no solo en lo referente a la Segunda Parte, sino también a la primera, cuya autoría atribuye la estudiosa a Alfonso de Valdés . Por último, por citar uno de los ensayos más recientes, tenemos la hipótesis de Jesús Fernando Cáseda Teresa, quien defiende la autoría de Fernando Álvarez Ponce de León, tío de Juan de Luna, el autor de la Segunda parte de 1610 . 

2. Las discrepancias académicas en torno a la adscripción genérica de la novela, lo cual evidencia que no es una cuestión zanjada. Así, Rosa Navarro incluyó la Segunda Parte de 1555 (bajo autoría de Diego Hurtado de Mendoza) en el tomo V de su colección Novela Picaresca, publicada por la Fundación José Antonio de Castro. Alfredo Rodríguez menciona que una de las causas de que la Segunda Parte no haya recibido la misma atención que la primera es la «supuesta diferencia de género (picaresca/ novela de transformaciones)» con lo que nos informa de que la opinión mayoritaria adscribe la obra al género de transformaciones y, al mismo tiempo, que él pone en duda dicha afirmación, dando a entender que pertenecen al mismo género mediante la inclusión del adjetivo «supuesta». Pedraza y Rodríguez se muestran tajantes en la opinión contraria, afirmando que la obra «no tiene ninguna relación con el Lazarillo ni con lo que luego será la novela picaresca».

3. La composición de la novela en un tiempo de fuerte hibridismo literario y de configuración de géneros narrativos favoreció que se viese imbuida del espíritu artístico de su época, lo que dificulta la tarea de categorizarla en dos sentidos: por sus propias características formales y temáticas, constituidas a través de numerosas influencias; por el caótico contexto genérico en que vio la luz. 

Con respecto a la originalidad de mi trabajo, quisiera decir que, aunque diversos expertos se han posicionado sobre la adscripción genérica de la Segunda Parte antuerpiense de las aventuras de Lázaro de Tormes, no parece que ninguno haya llegado a publicar un estudio en los términos planteados en estas páginas. Teniendo en cuenta que, a pesar de todo, la novela ha recibido una considerable atención crítica, especialmente en las últimas décadas, resulta casi imposible concebir la idea de que, desde mi situación de estudiante, con las limitaciones que ello conlleva, pudiera en estos momentos llevar a cabo un análisis que pudiese aportar unas conclusiones radicalmente novedosas. 

Tras esta introducción, mostraré un marco teórico sobre el que trabajar para, a continuación, poner a prueba mi hipótesis de partida, mencionada anteriormente. Por último, dedicaré un apartado a recapitular las ideas principales y sacar conclusiones. 

TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA NOVELA PICARESCA

Es habitual y tal vez inevitable que las definiciones de picaresca recurran a las obras cumbre del género. Así, Estébanez Calderón explica que la picaresca es un tipo de novela que nace con el Lazarillo, que se constituye en género literario con el Guzmán y que se consolida con el Buscón y La pícara Justina . Igualmente frecuente es que en estas explicaciones sea excluida la Segunda Parte del Lazarillo de 1555. 

Lógicamente, si estas obras son las que constituyen el género, habrán de ser sus características las que lo definan. Así, sabemos que una novela picaresca arquetípica debería estar narrada en primera persona por su protagonista, un individuo proveniente de los bajos fondos y con genealogía deshonrosa que expone su autobiografía a través de episodios encadenados que relatan sus aventuras y desventuras en la lucha por la supervivencia. Estos y algunos rasgos más, como la sátira y el afán moralizante, son habituales en las novelas picarescas pero, como es lógico, dentro de un corpus de unas dos docenas de obras, tiene que haber algunas que carezcan de uno o varios elementos importantes, del mismo modo que ha de haber otras que posean elementos que no se encuentren en las demás. De este modo, se plantea la dificultad de qué hacer ante una obra que posea casi todos los rasgos esenciales pero carezca de uno de ellos. ¿Estaríamos, en tal caso, ante una novela picaresca? 

Por poner un ejemplo, podemos pensar en La hija de Celestina, de Jerónimo de Salas Barbadillo, publicada en 1612 y ampliada en 1614 bajo el título La ingeniosa Elena. Tal y como explican Pedraza y Rodríguez, esta novela suele incluirse en el género picaresco. Sin embargo, en ella el sexo adquiere una enorme relevancia cuando por lo general no tiene casi ninguna en el resto de las obras picarescas y, lo que a mi juicio resulta mucho más trascendente, la obra cuenta con un narrador heterodiegético, por lo que prescinde del recurso de la autobiografía. 

Algunos críticos han optado por una concepción muy estricta del género, como Jenaro Talens, quien afirmó que solo existen tres novelas picarescas: Lazarillo, Guzmán y Buscón. Tierno Galván admitió una más en tan exigua nómina: La pícara Justina. Otros, muy al contrario, establecieron criterios tan laxos que dieron cabida a obras como El diablo cojuelo o varias Novelas ejemplares de Cervantes. 

Fernando Lázaro Carreter ofreció una inteligente solución intermedia en su trabajo de 1970 «Para una revisión del concepto “novela picaresca”». El filólogo explicó que las dificultades en torno a la definición del género llegaban al punto de la ausencia de consenso en cuanto a su origen, situándolo algunos en el Lazarillo y otros en el Guzmán. Sin embargo, defendió que la novela picaresca es una realidad que debemos esforzarnos en describir racionalmente, pues aquellas obras

antes de ser un objeto críticamente formalizable, constituyeron una entidad artística con rasgos distintivos y límites, en la mente de muchos escritores y del público lector; y que fue también una realidad con que operó el comercio editorial. 

La propuesta de Lázaro Carreter consiste en dejar de entender el género picaresco como un todo estático y empezar a verlo como un organismo que se fue formando, como un proceso resultante de tensiones internas e influencias externas. En dicho proceso resultaría fundamental la distinción entre maestros (el autor del Lazarillo, Mateo Alemán y Quevedo) y epígonos. Los primeros aportarían los rasgos fundamentales del género y los segundos utilizarían dichos rasgos de forma conservadora o de forma innovadora. El papel de los epígonos en la configuración del género adquiriría una gran relevancia gracias a su deseo de diferenciarse, de mostrar originalidad, permitiendo que se incorporen nuevos elementos, como el sexo en La hija de Celestina, o variantes de los ya existentes, como la personalidad bobalicona  del protagonista de El donado hablador, de Jerónimo de Alcalá Yáñez, como alternativa a la personalidad canónica del pícaro astuto y espabilado. En definitiva, una obra quedaría dentro del género si su autor ha decidido aprovechar los elementos formales o temáticos de la poética picaresca. De este modo se perfilaría un corpus más amplio y de límites menos desdibujados sin que tampoco llegase a entrar en él casi cualquier obra. 

Naturalmente no todos los especialistas tienen por qué abrazar este enfoque. Pedraza y Rodríguez explican que las profundas diferencias entre el Lazarillo y el Guzmán, resultado de que entre la publicación de uno y otro transcurriese medio siglo, han llevado a algunos críticos a poner en cuestión la misma existencia del género picaresco. Sin embargo, a pesar de las particularidades de cada autor y de cada obra, «existen una serie de rasgos comunes que nos permiten hablar de novela picaresca como algo genuinamente español». 

Algunos de esos rasgos se encuentran íntimamente relacionados entre sí y no todos son exclusivos de la novela picaresca. Así, el relato autobiográfico da lugar a que se nos presente, como es lógico, la visión subjetiva del protagonista, de forma que la narración tiende al maniqueísmo, perfilando como buenos aquellos personajes que favorecen al pícaro y como malos aquellos que lo perjudican, sin que podamos conocer las motivaciones de estos últimos. Del rasgo de la autobiografía se deriva también la condición de antihéroe del protagonista quien, al contrario de los héroes de la novela de caballerías, no tiene a nadie que se interese en su vida tanto como para contársela a otros. Asimismo, esta narración autodiegética permite exponer la genealogía oscura del pícaro que, en parte, sirve para disculpar su conducta apelando veladamente al determinismo genético y ambiental. 

Pero por encima de todo ello, la autobiografía posee el papel de justificar la existencia de la misma obra (al tiempo que la obra justifica el uso de la autobiografía) y se encuentra muy relacionada con otra de las marcas características de la picaresca: el realismo. Tal como explica Francisco Rico, a mediados del XVI se estilaba aplicar un barniz de historicidad a las obras literarias, de tal modo que hasta las fantásticas novelas de caballerías trababan de pasar por «verídicas». Sin embargo, no resultaba verosímil que un donnadie diese cuenta de sus fortunas y adversidades, por lo que se hizo necesario encontrar un pretexto. El autor del Lazarillo halló la solución en la modalidad epistolar. Lázaro estaría respondiendo a una primera carta remitida por el narratario «vuestra merced» en la que se le requerían explicaciones sobre el «caso», la situación de amancebamiento de su mujer con el arcipreste. Entonces, el caso y el molde epistolar favorecieron la narración autobiográfica, pues el Lázaro adulto decide comenzar a dar explicaciones que se remontan a su infancia. Por otro lado, en el Guzmán, la autobiografía sirve al pecador arrepentido que mira hacia el pasado, para fundir fábula y sermón, haciendo que ambos se explicasen mutuamente. En definitiva, en «ambas obras, la autobiografía presentaba toda la realidad en función de un punto de vista». Sin embargo, esta cuidadosa elaboración pierde su sentido en obras posteriores y la autobiografía termina por convertirse en poco más que una convención desprovista de significado. 

Otros rasgos íntimamente relacionados y habituales de la picaresca, aunque no exclusivos de ella, son el retrato satírico de tipos y vicios, la intención moralizante, la estructura episódica y el vagabundaje del protagonista por diferentes entornos geográficos. Así, la sátira social resulta más amplia y minuciosa cuantos más tipos de personas, estamentos y oficios puedan ser estudiados, algo que resulta favorecido tanto por la movilidad geográfica como por la yuxtaposición de episodios independientes basados, no siempre, pero sí de forma habitual, en el servicio a distintos amos. De este modo, el pícaro, desde su presente, nos va narrando sus vivencias, las cuales servirán para satisfacer la intención moralizante. Esta cuestión es tan fundamental que se ha llegado a proponer una clasificación con base en ella. Así, habría novelas como el Lazarillo o el Buscón que pueden contener enseñanzas pero que evitan el sermón moralizante; en segundo lugar, estaría el Guzmán, como único caso que logra integrar con naturalidad los sermones en la narración; por último, tendríamos otras obras que no logran integrar adecuadamente los sermones morales en la narración, presentando resultados forzados, como ocurre en La pícara Justina

LA SEGUNDA PARTE DEL LAZARILLO COMO NOVELA PICARESCA

El primer y más intuitivo argumento que podría esgrimirse para incluir al Lazarillo de los atunes en el corpus de la novela picaresca no tendría que ver, como tal vez podría esperarse, con los rasgos esenciales del género, sino más bien con su estrecha relación con la obra fundacional, el Lazarillo de 1554. Dejando de lado las obviedades, como que ambas obras comparten protagonista, los lazos que las unen empiezan a manifestarse desde las quince primeras palabras de la Segunda Parte, las cuales coinciden con las quince últimas de la primera (sin tener en cuenta la interpolación alcalaína que, precisamente, favorecería la continuación): «En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna». Alfonso Rey defiende que la novela es «una verdadera continuación»  especialmente gracias a las numerosas alusiones que el autor del Lazarillo antuerpiense hace a la primera parte. Así, cuando Lázaro, tras el naufragio, se encuentra asediado por los atunes en el fondo de las aguas, cae en la cuenta de que, si ha sobrevivido, ha sido gracias a las grandes cantidades de vino que ingirió en el barco, vino que impide que entre el agua salada en su cuerpo provocándole la muerte. Entonces, el protagonista reflexiona recordando a su primer amo en estos términos: «vi verdaderamente la filosofía que cerca de esto había profetizado mi ciego cuando en Escalona me dijo que si a hombre el vino había de dar vida, había de ser a mí». Además de este tipo de alusiones y recuerdos, Rey destaca el desarrollo de acontecimientos iniciados en la primera parte, como el nacimiento de una hija de Lázaro resultado de su matrimonio; el aporte de nuevos datos, como el nombre de su esposa, Elvira; o la mejora del perfil de algunos personajes solo esbozados en la primera parte, como el del Arcipreste. Por su parte, Philippe Rabaté considera que el primer capítulo de la Segunda parte, el cual, como ya se dijo, en ocasiones fue impreso como último de la primera, posee la doble función de servir de bisagra entre ambas obras y de «legitimación del proseguir de las aventuras de Lázaro». 

Sobre esto, querría decir que entiendo que el primer capítulo sirva de enlace entre ambas obras pero no tengo tan claro que legitime proseguir las aventuras de Lázaro. Como ya se dijo, la legitimación para que alguien como Lázaro contase su vida se logró mediante la explicación en molde epistolar a «vuestra merced» del caso de amancebamiento. Considero que en la Segunda Parte la situación cambia, ya que Lázaro se dispone a narrar aventuras fantásticas y extraordinarias, por lo que no sería necesario un pretexto para contarlas, aunque tal vez sí para contárselas específicamente a «vuestra merced», aunque tan solo fuese que este había preguntado, igual que en el Lazarillo original. Además, no encuentro en el primer capítulo ningún mecanismo de legitimación similar al que ofrece la primera parte. Es cierto que justo al final parece haber un cierto amago en esa línea cuando Lázaro explica que la fortuna decidió aguarle «estos pocos años de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte»  pero en vez de añadir alguna explicación para el narratario, del estilo de que vivió tan extrañas aventuras que ha considerado que a «vuestra merced» le gustaría conocerlas, se limita a dirigirse a Dios y explicar que nadie podría escribir sobre aquellos infortunios sin que se le llenasen los ojos de lágrimas. 

Resulta llamativo y elogiable el modo en que el autor de la Segunda Parte utiliza procedimientos que sirven para enlazar con la primera al tiempo que los adapta a sus propios fines. Así, por ejemplo, el primer Lázaro explica que, aunque podría explayarse contando sucesos que vivió con el ciego, se calla muchos «por no ser prolijo». Del mismo modo, el segundo Lázaro, ya en el capítulo II, asegura que «por evitar prolixidad» no da relación de lo acaecido en su camino hacia Cartagena, donde embarcará para Argel. Respecto al primer Lázaro, Francisco Rico comenta que, para sus propósitos, para explicar el caso, a Lázaro le basta con relatar solo algunos episodios vividos con el ciego. Sobre lo que dice el segundo Lázaro, Piñero apunta que, además de tratarse de una expresión empleada en la primera parte, también responde a la voluntad de estilo del autor, «el ideal retórico de la economía estilística». Sin embargo, podría parecer que esta cuestión, el evitar la prolijidad, fuese secundaria, pues justo después Lázaro añade «por no hacer nada a mi propósito», es decir, podemos entender que Lázaro sí está dispuesto a ser prolijo si ello sirve a su propósito. Esto indica que, efectivamente, el propósito del protagonista de la Segunda Parte consiste en dar noticia a «vuestra merced» de sucesos extraordinarios, lo cual se confirma poco después cuando explica que no ofrece más detalles del naufragio porque lo que quiere es «dar cuenta de lo que nadie sino yo puede dar». Por eso no gasta tinta en hablar de los pormenores de un prosaico viaje hasta Cartagena ni de las particularidades de un naufragio del que, por otra parte, ya habían hablado otros supervivientes. Cabría entonces preguntarse por qué sí que dedica varias páginas a hablar en el capítulo I de sus juergas con los tudescos, no habiendo en esto ningún elemento de corte sobrenatural, y la respuesta es que, como ya se dijo, la función de ese primer capítulo se basa en enlazar ambas novelas. 

En definitiva, resulta más que evidente el afán del autor de la Segunda Parte por dejar claro que su obra es una continuación del primer Lazarillo. Ahora bien, en mi opinión, el que una obra sea continuación de otra no es condición necesaria ni suficiente para que la segunda pertenezca al mismo género que la primera, aunque esto sea lo más habitual. Por ejemplo, parece evidente que las continuaciones canónicas del Guzmán o del Quijote pertenecen al mismo género que sus respectivas primeras partes, pero difícilmente podría asegurarse que en ello tiene algo que ver el hecho mismo de ser continuaciones. Si en una segunda parte asistimos a una evolución temática y formal tan extrema que la obra termine por carecer de los rasgos genéricos principales de su predecesora, no tendría sentido pretender que forman parte del mismo género. Esto no implica que la Segunda Parte del Lazarillo no sea una novela picaresca, sino que, si lo es, se deberá a otras causas.

Otro motivo que podría darse para colocar a nuestra obra el marbete «picaresca» sería su posible papel en la formación del género. Alfonso Rey no duda en establecer precisamente en el Lazarillo de los atunes el nacimiento de la picaresca ya que esta «primera imitación, hizo ver la posibilidad de otras», motivando además la réplica de Juan de Luna. Y no solo eso sino que la impresión conjunta de los dos Lazarillos anónimos pudo llevar a que la perspectiva del segundo influyese en el modo de entender el primero y que este hecho tuviese consecuencias en el modo de desarrollarse la picaresca posterior. Otros estudiosos no tienen en cuenta la Segunda Parte antuerpiense y apuntan a que el género realmente nace con el Guzmán en la medida en que Mateo Alemán construye una especie de versión barroca del primer Lazarillo al añadirle grandes dosis de desengaño, pesimismo, doctrina cristiana y elaboración estilística. Pero, ¿es posible que la Segunda Parte haya jugado algún papel en la configuración del Guzmán y, por ende, en la del género picaresco? El propio Rey señala que «la continuación de 1555 presenta rasgos técnicos y estructurales que, bien por influjo, bien por coincidencia fortuita, reaparecen en varios relatos posteriores, incluido Guzmán de Alfarache». Pedro Piñero, al resaltar la diferencia entre la crítica social implícita del primer Lazarillo y la explícita del segundo, llevada a cabo mediante «digresiones reflexivas y denunciadoras», señaló que el anónimo autor de Amberes estaría «indicando el camino a Mateo Alemán». Un ejemplo de este tipo de digresiones extensas ausentes en la primera parte sería la que tiene lugar cuando el general Páver acepta que Lázaro ejecute a unos cuantos atunes para poder salir de la cueva donde habían quedado atrapados a causa de la avalancha de soldados acuáticos que trataban de hacerse con una parte del botín de guerra. Entonces Lázaro reflexiona a lo largo de unas doce líneas en estos términos: «¡Oh, capitanes, dije yo entre mí, qué poco caso hacen de las vidas ajenas por salvar las suyas, cuántos deben de hacer lo que este hace!» añadiendo después la historia del capitán romano Paulo Decio, que se sacrificó por sus soldados en pos de la victoria. 

Michel Cavillac señala la improbabilidad de que un gran lector como Alemán desconociese la continuación del Lazarillo y rescata algunos ejemplos que respaldan su planteamiento. Así, en la segunda parte del Guzmán, podemos ver al pícaro atrapado en un naufragio en el que los navegantes, presas del pánico, empiezan a ofrecerse confesión unos a otros. Aunque el naufragio es un tópico literario, lo cierto es que una situación en la que se describa a seglares ofreciendo el sacramento de la confesión solo había tenido lugar en el Lazarillo de los atunes. Menciona el estudioso también que la fábula de la Verdad despreciada y desterrada que aparece en la primera parte del Guzmán recuerda al mutilado capítulo XV de la Segunda Parte, donde Lázaro dialoga con la figura alegórica de la Verdad que se ha exiliado en el fondo del mar por el desprecio que hacia ella tienen los hombres. En tercer lugar, Cavillac propone que la estructura circular del Guzmán, que comienza y termina sus aventuras en Sevilla, podría haberla tomado Alemán de las dos partes del Lazarillo entendidas como un todo en el que Lázaro empieza y termina su historia en Salamanca. 

Asumiendo que el papel de la Segunda Parte fuese fundamental en la configuración del género, esto sigue sin parecerme un motivo de peso para considerarla una novela picaresca. Como contraejemplo pueden ofrecerse aquellas obras que influyeron en la composición del primer Lazarillo, como podría ser el Asno de oro, del que pudo tomar la narración autobiográfica, los episodios encadenados y el servicio a diferentes amos, y entender que no por ello sería adecuado incluirlas en el corpus picaresco. 

Por último, vamos a ver el argumento o conjunto de argumentos que podría resultar más convincente: la presencia en la obra de rasgos fundamentales de la novela picaresca. Lo cierto es que no son pocas las características típicamente picarescas que posee el Lazarillo de Amberes: narración en primera persona, sátira, afán moralizante, vagabundaje del protagonista… 

El autor de la Segunda Parte emplea el rasgo habitual en la novela picaresca de la narración en primera persona. Cómo ya se dijo, el uso de este recurso tiene una sólida justificación en el Lazarillo original y en el Guzmán de Alfarache pero en la Segunda Parte sirve únicamente para reforzar su carácter de continuación y para que Lázaro pueda relatar los sucesos extraordinarios de su transformación a vuestra merced, aunque no explique el motivo por el que quiere o tiene que hacerlo. Es decir, en la Segunda Parte el recurso de la primera persona pierde su significado original y se convierte en una convención, aunque este hecho constituye la norma dentro de la novela picaresca, por lo que no debería suponer un problema para que como tal se considere nuestra novela. 

Pero sobre este asunto me parece más interesante recalcar que, tal y como se dijo más arriba, el uso de la primera persona en la picaresca responde también a la condición mundana del protagonista quien, a diferencia de los héroes de la novela de caballerías, no tiene a nadie interesado en relatar su vida. Sin embargo, el Lázaro de los atunes, a partir del capítulo II, vive aventuras fantásticas llenas de acción y heroicidad que están al nivel de las que viven los protagonistas del género caballeresco, lo que no da pie a pensar que a nadie pudiera interesarle escribir su historia. 

Las cuestiones de la sátira social y el afán moralizante poseen una gran relevancia en la Segunda Parte. Es cierto que estos asuntos constituyen rasgos fundamentales de la picaresca pero conviene recordar que en nuestra novela, el procedimiento más llamativo y particular empleado, el cual de hecho no tiene cabida en ninguna novela picaresca, y que es el que ocupa la mayor parte de la obra, es el traslado de Lázaro al fondo del mar, al reino de los atunes, del cual se servirá el autor para lanzar una crítica feroz a la sociedad de su tiempo. Es decir, que aunque la sátira y el afán moralizante se encuentran muy presentes en la continuación, es entre los capítulos III y XVI donde se concentran, precisamente en la parte menos picaresca del libro, pues, tal y como explica Pedro Piñero: 

La obra se configura con un marco claramente picaresco, los dos primeros y los dos últimos capítulos, que mantienen con cierta dignidad el modo narrativo del Lazarillo, pero el centro de la historia vuelve a los cauces narrativos de la novela, el roman, al modo de los libros de caballerías. 

En resumen, podemos decir que es cierto que la Segunda Parte posee varios rasgos esenciales del género picaresco pero teniendo en cuenta que también pueden aparecer en otras modalidades narrativas (además del Asno de oro existen otros antecedentes para la narración de tipo autobiográfico, como las Confesiones de San Agustín o las cartas de relación de personalidades como Hernán Cortés o Cristóbal Colón; la crítica social satírica y moralizante puede encontrarse en géneros como las farsas, los diálogos humanistas y las danzas de la muerte) y que en nuestra obra figuran sobre la base de motivaciones no necesariamente propias de la picaresca o que son empleados con procedimientos ajenos al género, tal vez sería conveniente concluir que la presencia de dichos rasgos no es por sí misma una prueba concluyente de que el Lazarillo de los atunes sea una novela picaresca. 

LA SEGUNDA PARTE DEL LAZARILLO COMO NOVELA NO PICARESCA

Siguiendo el hilo de lo comentado en el epígrafe precedente, podemos comenzar ahora analizando los rasgos esenciales de la picaresca que no tienen presencia en el Lazarillo de Amberes y ver si esto sería suficiente motivo como para excluirlo del corpus picaresco. 

La estructura narrativa se encuentra muy alejada del modelo episódico del Lazarillo original y de otras novelas picarescas que por lo general se componen de «una serie de escenas totalmente desconectadas unas de otras, que se desarrollan en distintos puntos geográficos, a veces muy distantes y que solo pueden engarzarse porque tienen un protagonista común». En la continuación antuerpiense no observamos este tipo de escenas ni tampoco el servicio que en cada capítulo el protagonista va prestando a diferentes amos. Como ya se ha dicho, vemos más bien una novelita de transformaciones enmarcada entre capítulos de ambiente picaresco. Es cierto que durante su aventura en el reino de los atunes, Lázaro, en cierto modo, sirve a dos amos, el capitán Licio y el mismo rey, pero las situaciones no tienen nada que ver con las vivencias del primer Lazarillo. Además, podemos apreciar que entre los capítulos existen elementos de continuación más allá del propio protagonista, como puede ser la presencia continuada de varios personajes o el desarrollo de diversos sucesos cuya acción sobrepasa los límites de la unidad capitular. Así, por ejemplo, después de que en el capítulo IV Lázaro salvase la vida del general Páver despejando la cueva a espadazos y que este le asegurase que no solo no sería castigado por ello sino que recibiría «grandes bienes», podemos ver al comienzo del capítulo V cómo Lázaro es citado por el general en sus aposentos, donde le dice: «y te sean perdonadas las valerosas muertes que en la cueva en nuestras compañas hecistes. Y en memoria del servicio que en librarme de la muerte me has hecho, posseas y tengas por tuya propia essa espada».

A pesar de todo, considero que este no sería un motivo de peso para que la Segunda parte no se considerase picaresca. Al fin y al cabo, muchos pícaros pasan grandes periodos de sus vidas sin servir a ningún amo o protagonizan novelas con estructuras muy distintas a la del Lazarillo y no por eso estas dejan de considerarse picarescas. 

Muchísimo más relevante me parece la cuestión de la personalidad del protagonista y, en relación con ello, su condición. En mi opinión, lo que caracteriza de verdad a la novela picaresca es que su protagonista sea un pícaro. Creo que cualquiera puede hacer el ejercicio de imaginar un Lazarillo narrado en tercera persona, con una mayor o menor carga de afán moralizante más o menos explícito, con unos episodios mejor conectados, con un menor nivel de maniqueísmo, con unos padres carentes de máculas o, incluso, con el protagonista afincado para siempre junto al Tormes, y esa abstracción no dejará de parecernos picaresca  siempre y cuando Lázaro continúe siendo un pícaro. Ahora bien. ¿Es el Lázaro de los atunes un pícaro? 

Los pícaros literarios tienen en general dos rasgos o conjuntos de rasgos principales. Por un lado, están las características asociadas al perfil del delincuente, ajenas a Lázaro, más propias de Guzmán. Por otro lado, estarían aquellas relacionadas con la astucia, las que permiten al pícaro desenvolverse en el entramado social y sobrevivir, estas ya sí presentes tanto en Lázaro como en Guzmán. El Lázaro de la Segunda parte no posee, evidentemente, las características asociadas al delincuente. Lo que sí demuestra es estar dotado de astucia e inteligencia, así como de muchas otras virtudes no especialmente picarescas, como valor o fidelidad. Lo que ocurre es que la inteligencia no es una particularidad exclusiva de los pícaros y podría ser razonable pensar que en el Lázaro atunesco responda más a un perfil de caballero que a uno de pícaro. El Lázaro atún no emplea artimañas para sobrevivir al hambre sino para salir indemne de peligros de corte fantástico, para organizar un ejército de peces o, al final de la obra, para vencer al Rector de la Universidad de Salamanca en un enfrentamiento dialéctico. Difícilmente podríamos imaginar al primer Lazarillo cercado en una cueva por soldados, ya fueran humanos o atunes, mientras que, escondido a la entrada, va segando «con muy fieras estocadas»  la vida de todo aquel que se atreva a asomar la cabeza. Este tipo de actividades son ajenas al modus vivendi del primer Lázaro y al del resto de los pícaros. Es más, la conducta y las aventuras del segundo Lázaro lo perfilan como un héroe y no como un antihéroe, que es en definitiva lo que constituye la esencia del pícaro: 

Antes, todo lector se habría soñado dentro de cualquier héroe, pero ¿y ahora? ¿A quién le gustaría ser Lázaro? (…) Lázaro no es Amadís, ni Leriano, ni hay Dianas, ni Orianas firmes y rendidas. A lo largo del Lazarillo corre el hambre, la desnudez, soledad, hastío. Nadie querría ser Lázaro, hambriento, desharrapado, depósito de todos los golpes que se pierden.

Sin embargo, ¿a quién no le gustaría ser el Lázaro de la Segunda Parte y experimentar la sensación de transformarse en un animal acuático con raciocinio humano, explorar las maravillas de una civilización submarina, convertirse en una celebridad militar, ser casado con una bella concubina del rey, servir a este como privado, conocer la Verdad y, finalmente, terminar humillando al mismísimo Rector de la Universidad de Salamanca? Es evidente que, a pesar de ser la misma persona, ambos Lázaros no tienen mucho que ver el uno con el otro y esta cuestión sí que me parece que podría tener peso suficiente como para sacar a la novelita de los atunes del corpus picaresco.

Una última objeción que podríamos explorar es la de la enorme cantidad de elementos ajenos a la picaresca que contiene la Segunda Parte antuerpiense. Es cierto que la presencia de rasgos ajenos a la picaresca no es necesariamente óbice para colocarle la etiqueta a una obra. Sin embargo, es posible que la situación cambie cuando esos elementos sobrepasen ciertos límites cuantitativos y cualitativos. Así, por ejemplo, asumiendo que los capítulos I, casi todo el II, casi todo el XVII y el XVIII son picarescos y que el resto pertenecen al género de la novela de metamorfosis o transformaciones, tendríamos que, aproximadamente, veintiocho páginas conforman la parte picaresca y sesenta y ocho la parte de relato de transformaciones, es decir, en términos cuantitativos, la novela sería picaresca solo en un treinta por ciento. Este hecho no parece jugar muy a favor de considerar picaresca a la Segunda Parte. Sin embargo, me parece más determinante el traspaso de ciertos límites de tipo cualitativo. 

Y es que, aunque la aventura de los atunes ocupase un solo capítulo, tal vez sería suficiente para sacar a la obra del corpus picaresco. El motivo es la ruptura de la verosimilitud, no solo por la presencia de elementos fantásticos como la transformación o la existencia de una civilización oceánica sino también por sucesos que, sin poseer ese matiz fantástico, escapan a la lógica y al conocimiento más elemental. Un ejemplo sería la destreza de Lázaro manejando la espada bajo el agua y matando peces «a diestro y siniestro». Otro aún más estrambótico lo tendríamos en el hecho de que el pregonero sobreviva durante horas sin respirar gracias a que ha bebido mucho vino durante el naufragio, explicando que «por estar lleno del hasta la boca no tuvo tiempo el agua de me ofender», como si fuera la entrada de agua y no la falta de oxígeno la que causara la muerte por ahogamiento. 

Este tipo de desvío respecto a la norma picaresca poseería un nivel de gravedad mucho mayor del que podrían tener otros, como la inclusión del sexo en La ingeniosa Elena o la personalidad bobalicona en el protagonista de El donado hablador, pues parece que el realismo constituye, al igual que el protagonismo de un pícaro, no ya un rasgo habitual de la novela picaresca, sino más bien uno imprescindible. Entiendo, por tanto, que la aventura de los atunes con sus transformaciones, batallas, encuentros alegóricos y demás aventuras submarinas supone también un escollo difícilmente salvable a la hora de incluir la Segunda Parte entre las novelas picarescas. 

CONCLUSIONES

Como hemos podido ver, los principales argumentos que podrían utilizarse para incluir la Segunda Parte dentro del corpus de la picaresca no parecen demasiado convincentes. Una continuación no tiene por qué pertenecer al mismo género que su predecesora y una obra que posea un papel determinante en la formación de un género tampoco tiene por qué formar parte de él. Del mismo modo, poseer algunos rasgos habituales de un género no es condición suficiente para que una obra sea incluida dentro de los márgenes de dicho género, si bien es cierto que el no poseer todas las características habituales tampoco implica que deba ser excluida. 

Dentro de los argumentos que podrían dejar a la Segunda Parte fuera del conjunto de novelas picarescas hemos visto algunos que tampoco resultan convincentes y otros que, bajo mi punto de vista, lo son más. Los primeros serían las carencias de algunos rasgos habituales pero no determinantes como la fragmentación episódica y el servicio a diferentes amos con los que el pícaro va sobreviviendo y aprendiendo. Mucho más determinante es la personalidad de Lázaro, que en la Segunda Parte ha dejado de ser un pícaro, así como su condición, que pasa de antihéroe en el primer Lazarillo a héroe en el segundo. Por último, me pareció importante señalar que en torno al setenta por ciento de la extensión de la obra está ocupado por una narración adscribible al género de transformaciones mientras que solo el treinta por ciento restante de las páginas podría llegar a enmarcarse en la picaresca, además de que en sí mismo, el elemento de la metamorfosis y las aventuras submarinas rompen con la verosimilitud narrativa inaugurada por el Lazarillo y seguida por el resto de las novelas picarescas. 

En definitiva, considero que cualquiera de los tres últimos argumentos, (Lázaro-héroe; setenta-treinta; inverosimilitud) incluso aunque solo se diera uno de ellos, sería suficiente para concluir que la Segunda Parte del Lazarillo no debe considerarse una novela picaresca. 

Ahora bien, es cierto que la obra sí que podría entrar en el corpus picaresco si se emplean determinados enfoques para llevar a cabo el análisis. Por ejemplo, si asumimos que cualquier obra con «gusto picaresco» puede ser incluida, evidentemente nuestra novela podría formar parte del corpus junto a otras obras como El diablo cojuelo o la Vida de Villaroel. Del mismo modo, asumiendo el enfoque de Lázaro Carreter, no sería muy disparatado asumir que el autor del Lazarillo de los atunes decidió aprovechar para su obra algunos rasgos de una de las obras principales del género, tratando de innovar con ellos, llevando a cabo, por ejemplo, una sátira más explícita que la planteada por el autor del primer Lazarillo. En tal caso, no quedaría más remedio que considerar la Segunda Parte como novela picaresca.

Aunque el enfoque de Fernando Lázaro me parece muy útil e interesante, creo que su propuesta debería someterse a algunos límites, de tal forma que ciertas innovaciones con determinados rasgos dejasen fuera del corpus a algunas obras. Tal vez podría establecerse una jerarquía de rasgos, de tal forma que los de orden superior, como podrían ser el protagonismo de un pícaro o la ausencia de elementos fantásticos, no pudieran alterarse mientras que sí se aceptase la innovación diferenciadora en rasgos de segundo orden como la sátira o la estructura narrativa. 

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Nota: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura Narrativa española del Siglo de Oro, impartida por don Jaime José Martínez Martín en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo

21/10/21

La Biblia en los Sueños de Quevedo

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi trabajo final para la asignatura La Antigüedad Clásica y la Biblia en la literatura medieval y del Siglo de Oro, impartida por doña Ana Suárez Miramón en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


INTRODUCCIÓN

Don Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) nos legó una vasta y polifacética obra literaria conformada por una infinidad de textos pertenecientes a diversos géneros narrativos, poéticos y teatrales. Atendiendo al contenido de sus producciones, podemos ver que nuestro autor escribió también sobre una amplia variedad de temas utilizando distintos enfoques. Encontramos así bajo su firma narraciones satíricas, festivas, políticas, filosóficas o critico-literarias pero también poesías amorosas o burlescas, traducciones, loas, entremeses y hasta una de las más importantes novelas picarescas que se han escrito: La vida del Buscón. Dentro de su producción narrativa destacarían los Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, barroco y expresivo título bajo el que fueron reunidas cinco obras satírico-morales escritas por Quevedo aproximadamente entre 1605 y 1621. Estos textos vivieron una amplia difusión manuscrita, de tal forma que llegaron a circular cientos de copias hasta que, en 1627, pasaron al fin por la imprenta. Ninguno de los cinco sueños puede considerarse como prototipo del género y, aunque presentan importantes diferencias, poseen también una serie de rasgos comunes, como por ejemplo: 

  • Narración autodiegética que favorece la ambigüedad autor-narrador¹. 
  • Segmentación episódica y presencia de fragmentos narrativos extensos únicamente al comienzo de cada obra, motivo por el que Ilse Nolting-Hauff los denominó pseudonarraciones o «diálogos con un marco narrativo». 
  • Procedimientos técnicos como hipérbole, concentración textual, agudeza, generalización tendenciosa o descripción grotesca, todos ellos aplicados a la reflexión moralizante y a la sátira de vicios, oficios y tipos, como sastres, falsos nobles, médicos, funcionarios de la justicia, dueñas o cornudos entre muchos otros.  
  • Elementos sobrenaturales como personificaciones alegóricas (la Muerte, el Desengaño), resurrecciones (incluso de personajes históricos como Mahoma o Lutero) o presencia de demonios y ambientaciones de la escatología cristiana (el infierno, el valle del juicio final). 

Quevedo buscó evitar en sus Sueños las habituales incongruencias presentes en sátiras menipeas²  anteriores, como el hecho de que a personajes de la mitología clásica les importase que los humanos guardasen respeto o no hacia los preceptos del cristianismo, algo que sucede por ejemplo en el Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés. De este modo, nuestro autor concibió una sátira menipea cristiana con situaciones y ambientes escatológicos cristianos, lo cual supuso toda una osadía en un contexto postridentino, algo de lo que Quevedo era muy consciente, pues llegaba incluso a alardear de ello. 

Es de sobra conocido que el autor madrileño poseía un vasto conocimiento de las Escrituras y de la cultura grecolatina gracias a sus hábitos intelectuales y a su formación, pues estudió Humanidades con los jesuitas en Ocaña y en 1596 ingresó en la universidad de Alcalá, licenciándose en artes y adquiriendo una amplia formación filosófica y humanista, además del dominio de las lenguas clásicas. Posteriormente estudió Teología en la universidad de Valladolid y comenzó a dar sus primeros pasos en la literatura. Además de esto, participó en la revisión de la Biblia Regia de Arias Montano y conformó una importante biblioteca personal. Su erudición en cuestiones bíblicas le sirvió como prueba de autoridad en materias como la moral, la política o la teología. En sus obras, Quevedo utilizó las Escrituras de diferentes modos, desde la cita aislada hasta el empleo como hipotexto, variación cuantitativa que dependía del género en que trabajase, de tal forma que hacía un uso más amplio en textos religiosos, filosóficos o políticos que en los satírico-burlescos. A pesar de esto, en las próximas páginas podremos ver que el papel de la Biblia resulta muy relevante en los Sueños

Para llevar a cabo la tarea que me propongo, voy a servirme principalmente de las notas a pie de página que Ignacio Arellano redactó en su edición crítica de esta obra quevedesca para la editorial Cátedra, aunque en cada referencia acudiré directamente a la Sagrada Biblia, traducida por Félix Torres Amat directamente de la Vulgata latina. Esta última era la versión que utilizaban nuestros escritores auriseculares y, de hecho, aunque Quevedo llegó a emplear en algunas obras el Talmud, la Cábala o la Biblia de Ferrara, en más de una ocasión defendió la superioridad de la Vulgata tanto por razones estilísticas como exegéticas, mostrando así su adhesión a la ortodoxia postridentina. 

Por motivos de espacio, no me va a resultar posible realizar una relación completamente exhaustiva y detallada de la presencia escritural en los Sueños, pero confío en que la muestra resultará lo suficientemente amplia y representativa como para mostrar una imagen fidedigna del papel de la Biblia en esta obra cumbre de nuestro Siglo de Oro.


LA BIBLIA EN EL SUEÑO DEL JUICIO FINAL

El título original de esta obra era El sueño de Don Francisco de Quevedo, por lo que es posible que fuese concebida con un enfoque individual, a la manera de los sueños que habían escrito humanistas como Lipsio o Juan Maldonado. Sin embargo, Quevedo logró una enorme originalidad al tratar la postrimería del juicio final, algo que no se había hecho hasta entonces a pesar de que sí se habían dado tratamientos satíricos del infierno. Vemos así que la importancia de la Biblia se manifiesta en la misma elección de la materia temática, pues la idea del juicio final puede encontrarse tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En la introducción a la Profecía de Joel, se explica que este profetizó el juicio final; la idea se menciona en Eclesiástico, 16, 21: «¿y aquella espantosa tormenta del juicio final, que jamás habrán visto igual ojos humanos?»; ya en el Nuevo Testamento, en San Mateo, 25, podemos leer cómo Cristo explica que todas las naciones comparecerán ante Dios y que los justos irán al cielo mientras que los malditos marcharán «al fuego eterno, que fué³ destinado para el diablo y sus ángeles ó ministros»; por citar un ejemplo más, en Apocalipsis, 20, podemos leer la descripción del juicio final, donde se dice «y fueron juzgados los muertos, por las cosas escritas en los libros, según sus obras».

La primera referencia bíblica, como cabría esperar, aparece pronto en este sueño. El narrador nos explica que, una noche, se quedó dormido leyendo el libro del beato Hipólito sobre el fin del mundo y la segunda venida de Cristo y que enseguida soñó con un mancebo que tocaba una trompeta, provocando que los huesos de los muertos empezasen a salir de la tierra. Esta situación podemos leerla en 1ª Corintios 15, 52: «porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán». A continuación, Quevedo nos cuenta que los huesos empezaron a unirse unos con otros, de modo similar a como se describe en Ezequiel 37, 7: «oyóse un ruido y hé aquí una conmoción grande; y uniéronse huesos á huesos, cada uno por su propia coyuntura». Asistimos a un desfile de macabras y estrambóticas situaciones mientras pecadores de distinto tipo van recomponiendo sus cuerpos y entonces el autor menciona que se encuentran en «el día de la ira», posible alusión a San Pablo, quien dice en Romanos 2, 5: «vas atesorándote ira y mas ira para el dia de la venganza, y de la manifestación del justo juicio de Dios».

Ilse Nolting-Hauff destaca el impactante efecto que Quevedo consigue en este sueño gracias a la «tensión extraordinariamente grande entre materia bíblica y elaboración satírica». Considero que un buen ejemplo de lo que apunta la hispanista tendría lugar cuando vemos resucitar a las mujeres acusadas de corrupción, las cuales se sienten «muy alegres de verse gallardas y desnudas y que tanta gente las viese». Así, Quevedo estaría utilizando el motivo bíblico de la resurrección de los muertos para satirizar contra estas mujeres en una escena extremadamente indecorosa para los estándares morales de la época y que presumiblemente generaría un gran impacto en muchos lectores. 

Precisamente se nos dice que las mencionadas mujeres «comenzaron a caminar al valle», que no es otro que el valle de Josafat, localización del juicio final mencionada en la Profecía de Joel: «Levántense las gentes y vengan al valle de Josaphat; porque allí me sentaré yo á juzgar á todas las naciones puestas á la redonda».

Unas páginas más tarde podemos leer la descripción de Dios en su trono o solio «vestido de sí mismo, hermoso para los santos y enojado para los perdidos, el sol y las estrellas colgando de la boca, el viento quedo y mudo». Arellano comenta que estas palabras pueden evocar la visión de Dios ofrecida en Apocalipsis, 4: «y vi un solio colocado en el cielo, y un personaje sentado en el solio (…) tributaban gloria, y honor, y bendición de acción de gracias al que estaba sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos»; respecto a los rasgos meteorológicos, podrían estar aludiendo a numerosos pasajes bíblicos como por ejemplo el Salmo 96: «Circuido está de una densa y oscura nube (…) Fuego irá delante de él (…) alumbrarán sus relámpagos el orbe».

Más tarde se nos habla de una puerta «tan angosta, que los que estaban a puros ayunos flacos aún tenían algo que dejar en la estrechura», la cual hace referencia a la mencionada en San Mateo, 7: «iOh qué angosta es la puerta, y cuán estrecha la senda que conduce á la vida eterna». 

Poco después, haciendo gala de su maestría con los juegos dilógicos, Quevedo explica que la cuenta de los acusados comenzó por Adán, al que le pidieron cuentas por la manzana. Judas se pregunta sobre qué cuentas no le pedirán a él, ya que vendió «al mismo dueño un cordero». Tanto Adán como Judas son personajes fundamentales en las Escrituras. El primero es creado por Dios en Génesis 1, 27, aunque su nombre no aparece hasta Génesis 2, 19, cuando Dios lo llama para que elija los nombres de los animales. Por su parte, Judas Iscariote es mencionado por primera vez en la Biblia en San Mateo, 10, 4. Cuando Quevedo escribe que Judas vendió a un cordero, se refiere, evidentemente, a Cristo, pues en San Juan, 1, 29, podemos leer que Juan el bautista, cuando vio a Jesús, dijo «He aquí el Cordero de Dios, ved aquí el que quita los pecados del mundo». Judas aparecerá de nuevo casi al final del sueño, cuando es juzgado junto a Lutero y Mahoma, alegando en su defensa que, aunque vendió a Cristo, gracias a ello se pudo salvar la humanidad. Nolting-Hauff explica que en El sueño del Juicio Final, las apariciones de personajes bíblicos, históricos o mitológicos «hacen más bien el efecto de anticipaciones esbozadas de retratos posteriores más detallados». Así, Lutero, Mahoma y Judas reaparecerán en el Sueño del infierno protagonizando tres escenas mucho más extensas. 

Como es lógico, en este fragmento la densidad de referencias bíblicas resulta muy elevada, hasta tal punto que nuestro autor directamente explica que durante el proceso se pasó al Testamento Nuevo, tomando los apóstoles su lugar al lado de Dios. A continuación, en una compleja estructura conceptista, un demonio acusa a un hombre, el cual señaló a Cristo con la mano (porque le pegó una bofetada) como Juan bautista lo señaló con el dedo (cuando dijo que era el Cordero de Dios). Dicho hombre aparece en San Juan 18, 22: «uno de los ministros asistentes dio una bofetada á Jesús, diciendo: ¿Así respondes tú al Pontífice?».

Enseguida aparecen Pilatos y Herodes, personajes utilizados por Quevedo en innumerables ocasiones, no solo en los Sueños. Al ser conscientes de que su destino son las llamas eternas, Pilatos comenta irónicamente que eso le pasa por haber querido ser gobernador de judíos mientras que Herodes explica que no puede ir al cielo pero tampoco al limbo, pues los inocentes no se fiarían de él. Pilatos aparece en los cuatro Evangelios, en Hechos de los Apóstoles y en 1ª Timoteo. Su papel fundamental es desentenderse de la ejecución de Cristo aun considerándolo inocente, como puede leerse por ejemplo en San Mateo, 27: «Inocente soy yo de la sangre de este justo: allá os lo veáis vosotros». Por su parte, Herodes tiene presencia en San Mateo, San Marcos, San Lucas y Hechos de los Apóstoles. Como personaje bíblico es conocido por ordenar la masacre de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén para evitar ser destronado por el Rey de los Judíos anunciado por los Magos de Oriente, tal como se lee en San Mateo, 2: «y mandó matar á todos los niños, que había en Bethlehem, y en toda su comarca, de dos años abajo, conforme al tiempo de la aparición de la estrella que había averiguado de los Magos». A esto se debe la cuestión mencionada un poco más arriba: Herodes no puede ir al limbo pues este lugar se encontraría lleno de almas de niños muertos sin recibir el bautismo. 

Algunas páginas después podemos ver a un pastelero al que se acusa de haber utilizado carne de gato, oveja, caballo, perro e incluso ratones y moscas, señalando Quevedo que en sus pasteles había más animales que en el arca de Noé, donde no entraron las dos últimas especies. Según nos explica Arellano, existía la creencia popular de que estos animales nacían de la suciedad o la podredumbre, por lo que, al no requerirse un individuo de cada sexo para la procreación, no sería necesario su ingreso en el arca. El episodio del arca de Noe se desarrolla en Génesis, 6-9.

Más tarde vemos un pasaje repleto del mejor conceptismo quevedesco en el que un avaro es juzgado a la luz de los diez mandamientos. Estos aparecen en la Biblia en Éxodo, 34: «todo ese tiempo estuvo [Moisés] sin comer ni beber cosa alguna: y escribió el Señor en las tablas los diez mandamientos de la alianza». Justo a continuación, se nos dice que los ángeles de la guarda llamaron a los Evangelistas para que hiciesen de abogados. Estos son San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, cuyos Evangelios conforman aproximadamente el cuarenta por ciento del Nuevo Testamento. 

Por último, nos cuenta Quevedo que cuando el juicio terminó, Cristo subió al cielo y con él los dichosos de su Pasión. Estas palabras podrían aludir a 1ª San Pedro, 4, 13, donde se dice: «Antes bien alegraos de ser participantes de la pasión de Jesu-Christo, para que cuando se descubra su gloria, os gocéis también con él llenos de júbilo».


LA BIBLIA EN EL ALGUACIL ENDEMONIADO

Quevedo decidió llamar discurso a esta obra porque en ella el narrador no vive su experiencia sobrenatural en un sueño, sino al asistir a un exorcismo. Aunque esta narración y la anterior poseen una extensión similar y satirizan casi a los mismos tipos sociales, existen entre ellas unas notables diferencias debidas sobre todo a que este texto se basa en el diálogo entre el protagonista y un demonio que ha poseído el cuerpo de un alguacil. A pesar de ello, veremos que las Escrituras también juegan aquí un importante papel. 

Tras la prosopografía del exorcista y licenciado Calabrés, Quevedo afirma que este «era uno de los que Cristo llamó sepulcros hermosos por de fuera, blanqueados y llenos de molduras, y por dentro pudrición y gusanos». Esta referencia bíblica la encontramos en San Mateo, 23, 27: «¡Ay de vosotros, Escribas y Phariséos hipócritas! porque sois semejantes á los sepulcros blanqueados, los cuales por afuera parecen hermosos á los hombres, mas por dentro están llenos de huesos de muertos, y de todo género de podredumbre».

Poco después asistimos a una comparación entre demonios y alguaciles en la que se explica que los primeros adquirieron su condición por querer ser más que Dios. Esto puede hacer referencia, por una parte, al momento en que la serpiente incita a Eva para comer la manzana en Génesis, 3, 5, diciendo: «se abrirán vuestros ojos: y seréis como dioses, conocedores de todo del bien y del mal»; o, por otra parte, podría aludir al capítulo 12 del Apocalipsis, donde asistimos a la batalla entre el arcángel Miguel y el dragón-serpiente-Satanás, con el resultado siguiente: «Así fué abatido aquel dragón descomunal, aquella antigua serpiente, que sé llama diablo, y también Satanás, que anda engañando al orbe universo: y fué lanzado y arrojado á la tierra, y sus ángeles con él». 

El protagonista, encandilado por la charla del demonio, solicita al licenciado Calabrés que le permita seguir hablando. Así pues, el demonio comienza a describir el infierno, quejándose de los muchísimos poetas que allí se encuentran. El infierno como lugar para los pecadores aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, por ejemplo en Números, 16, 33: «Y cubiertos de tierra bajaron vivos al infierno»; o en San Mateo, 5, 22: «Mas quien le llamare fatuo: será reo del fuego del infierno», por citar tan solo un par de los numerosos ejemplos. 

El diablo continúa describiendo la estructura organizativa del inframundo y explica, en una nueva referencia a Judas, que a los mercaderes los colocan con este por vender (como él vendió a Cristo) mientras que a los ministros los ponen con el mal ladrón (por lo que han robado). Este mal ladrón es el que dudaba de Cristo en San Lucas 23, 39, a diferencia del buen ladrón que sí creía en Él: «Y uno de los ladrones que estaban crucificados, blasfemaba contra Jesús, diciendo: Si tú eres el Christo ó Mesías, sálvate á tí mismo y á nosotros». Al hablar de los enamorados, el demonio menciona de nuevo a Judas, diciendo que algunos se condenan, como él, por el beso. La famosísima escena del beso de Judas aparece, por ejemplo, en San Mateo, 26, 48: «Arrimándose pues luego á Jesús, dijo: Dios te guarde. Maestro. Y le besó». 

Habla después el demonio de los condenados por enamorarse de viejas y explica que tienen que mantenerlos encadenados porque si no tratarían de consumar relaciones con los propios demonios o con Barrabás. Este es un conocido personaje bíblico relacionado con el episodio de Pilatos dentro de la Pasión de Cristo y aparece en los cuatro Evangelios. Era costumbre que Pilatos soltase a un reo en la Pascua judía y les ofreció liberar a Cristo, a lo que los judíos respondieron, como podemos leer en San Juan, 18, 40: «No á ese, sino á Barrabás. Es de saber que este Barrabás era un ladrón y homicida».

Más tarde, el demonio alaba a Felipe III y explica que los españoles se ganarán el cielo si imitan sus buenas obras, pero aclara que no se refiere a palacios suntuosos «que estos a Dios son enfadosos, pues vemos nació en Belén en un portal destruido» . El episodio del nacimiento de Jesús podemos leerlo por ejemplo en San Lucas, 2, 7: «Y parió á su Hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y recostóle en un pesebre: porque no hubo lugar para ellos en el mesón».

Llegando al final del texto, interviene el exorcista para preguntar al diablo cómo siendo el padre de la mentira se expresaba en unos términos tan apologéticos. La expresión padre de la mentira para referirse al diablo proviene San Juan, 8, 44: «cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso, y padre de la mentira».

Finalmente, en el último párrafo, Quevedo se dirige a Vuestra Excelencia (entiendo que es al Conde de Lemos, a quien dedica el discurso) para pedirle que preste atención al texto y que no tenga en cuenta quién lo expresó (es posible que se refiera al demonio pero tal vez en otro juego conceptista se refiera también a sí mismo, empleando el tópico de la falsa modestia). Para sostener su petición, el autor recuerda que hasta Herodes profetizó. Arellano opina que con esto hace referencia al siguiente momento de San Mateo, 14: «Por aquel tiempo Herodes el tetrarcha oyó lo que la fama publicaba de Jesús. Y dijo á sus cortesanos: Éste es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos», con lo que podría considerarse que este mandatario, uno de los hijos del Herodes de la matanza de los inocentes, estaría profetizando la futura resurrección de Cristo. Por último, se cita un salmo en el que se dice que a veces recibimos salud de nuestros enemigos, pero Arellano explica que no ha podido encontrar la referencia. 


LA BIBLIA EN EL SUEÑO DEL INFIERNO

Esta obra es mucho más extensa que las dos anteriores y que El mundo por de dentro, siendo en este aspecto similar al Sueño de la muerte. En otros rasgos, sin embargo, se muestra mucho más cercana a los dos primeros textos, por ejemplo, en el tono desenfadado y en la presencia de demonios y pecadores. Con El sueño del Juicio Final tiene en común, además, el hecho de ser un sueño propiamente dicho, pues, si bien es cierto que el narrador no especifica que se quedase dormido, comenta que lo que vio fue bajo la guía de su ángel de la guarda, el cual no vuelve a ser mencionado, por lo que entiendo que se refiere a que vivió su aventura mientras dormía, ya que este es el momento en que más necesitamos la protección del ángel de la guarda, puesto que estamos inconscientes. Respecto a esto, Nolting-Hauff considera que, por influencia de Dante, el ángel de la guarda habría podido tener en un principio la función de acompañante durante la visita al infierno, algo que después Quevedo descartaría. 

La primera referencia bíblica ya había aparecido en El sueño del Juicio Final y es el motivo de la angosta senda que conduce al cielo y que se recoge en San Mateo, 7. El protagonista se aproxima a ella y pregunta a un individuo si podría pasar por allí a caballo, a lo que este le responde que San Pablo dejó el suyo para transitar aquella senda. Este comentario hace referencia a la famosa conversión de San Pablo, episodio relatado en Hechos de los Apóstoles, 9: «cuando de repente le cercó de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra asombrado oyó una voz que le decia: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Aunque es cierto que en la Biblia no se especifica que San Pablo fuese a caballo, podría darse por supuesto ya que estaba desplazándose desde Jerusalén a Damasco, dos ciudades separadas por más de doscientos kilómetros en línea recta. 

Aparece de nuevo Judas y esta vez Quevedo lo utiliza para lanzar su sátira contra unas mujeres que besaban las ropas de unos hipócritas, explicando que, el traidor al menos besó la cara de Dios. Añade Quevedo a su crítica contra estas mujeres que no entiende cómo pueden venerar a esos hipócritas cuando podrían encomendarse a San Pablo o San Pedro. Del primero acabamos de hablar pero de San Pedro cabe decir que aparece por primera vez en San Mateo 4, 18, cuando Jesús le pide a él y a su hermano Andrés que lo acompañen. Tiene un papel primordial dentro de los Apóstoles y se le considera el primer Papa sobre la base de lo que dijo Cristo en San Mateo, 16, 18: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». 

Unas páginas después vemos a un soldado que camina por la senda de la salvación lanzando una arenga para animar a sus compañeros descarriados a tomar el buen camino. El soldado dice: «Advertir que la vida del hombre es guerra», expresión que nos lleva a uno de los libros bíblicos favoritos de Quevedo, tanto por su contenido sapiencial como por su elaboración estilística: El libro de Job. Allí, en el capítulo 7 podemos leer el origen de la frase del soldado: «La vida del hombre sobre la tierra es una perpétua guerra».

Más adelante, ya en el interior del infierno, tras contarnos el narrador que habló con un librero, utiliza la expresión «Y es verdad Dios». Arellano explica que la identificación Verdad-Dios fue muy utilizada por Quevedo y que proviene de San Juan, 14, 6: «Respóndele Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí».

Posteriormente vemos al protagonista tiritando de frío, lo cual le extraña por hallarse en semejante lugar. Esta idea de frío infernal vendría de Job, 24, 19: «Desde aguas de nieve pasará á calores excesivos: ya que el pecado será su compañero hasta el infierno» y de San Mateo 23, 13: «arrojadle fuera á las tinieblas: donde no habrá sino llanto y crujir de dientes».

En un juego alusivo, Quevedo compara a los mercaderes, que usaban varas de medir fraudulentas, con Moisés, que con su vara sacó agua de una peña. El pasaje referido tiene lugar en Éxodo, 17, 5-6: «toma en tu mano la vara con que heriste el rio, y vete hasta la peña de Horeb, que yo estaré allí delante de tí: y herirás la peña, y brotará de ella agua para que beba el pueblo».

Más adelante un demonio le explica al narrador por qué se condenan los zurdos y para reforzar su postura recuerda que en el día del juicio los condenados se sitúan a la izquierda. Este motivo podemos encontrarlo en San Mateo, 25: «Al mismo tiempo dirá á los que estarán en la izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno».

Después verá el protagonista a un grupo de escandalosos condenados a la pena de mutilación con tenazas. En la Biblia se menciona a los escandalosos pero se insinúa que su castigo es otro, tal como vemos en San Lucas, 17: «Menos mal seria para él que le echasen al cuello una rueda de molino, y le arrojasen al mar, que no que él escandalizara á uno de estos pequeñitos». Justo después comenta el narrador que de estos pecadores «Dios dijo qué valiera más no haber nacido». Sin embargo, Arellano apunta a una contaminación con dos pasajes similares que aluden a Judas en San Mateo y en San Marcos. En el capítulo 14 de este último, leemos: «¡ay de aquel hombre, por quien el Hijo del hombre será entregado á la muerte! Mejor seria para el tal hombre, el no haber nacido».

Asistimos después a un episodio confuso en el que Judas está recibiendo su castigo y tiene un bote de perfume al lado. Quevedo lo relaciona erróneamente con María Magdalena cuando no fue ella sino María de Betania la que lavó los pies de Cristo con dicho perfume. Judas entonces protestó, como podemos ver en San Juan 12, en los siguientes términos: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para limosna de los pobres? Esto dijo, no porque él pasase algún cuidado por los pobres; sino porque era ladrón ratero».

Quevedo pasará también revista a los herejes anteriores a Cristo, aunque con algunos errores en sus denominaciones. Habla de aquellos que veneraron a la serpiente que engañó a Eva, pues nos permitió conocer el bien y el mal en un pasaje que ya vimos en El alguacil endemoniado. También menciona a los que alabaron a Caín, pues mostró mayor fuerza que Abel al asesinarlo. Este conocido episodio bíblico tiene lugar en Génesis, 4, 8: «Y estando los dos en el campo, Cain acometió á su hermano Abel, y le mató». Asimismo menciona a los adoradores de Seth, tercer hijo de Adán y Eva, tal como se dice en Génesis, 5, 25: «Adam todavía conoció de nuevo á su mujer: la cual parió un hijo, á quien puso por nombre Seth». Unas páginas después menciona a los adoradores de las ranas, que lo hacen por haber atacado estas al Faraón. Este pasaje se encuentra en Éxodo 8, 1-13: «Extendió Aaron su mano sobre las aguas de Egypto, y salieron fuera las ranas, y cubrieron el territorio de Egypto». Después menciona a los adoradores de ratones, cuyo origen se halla en un suceso de I Reyes, 5, por el que los filisteos tuvieron que hacer una ofrenda para librarse de una maldición: «Y pusieron sobre el carro el Arca de Dios, y el cofrecito que contenia los ratones de oro». Vienen a continuación los adoradores de moscas, cuyo sustrato se encuentra en IV Reyes, cuando el rey Ocozías, enfermo a causa de una caída, dice a unos mensajeros: «Id á consultar á Beelzebub, dios de Accaron, si podré convalecer de esta enfermedad», siendo la traducción de Belcebú ‘el señor de las moscas’. En su enumeración, el narrador alude a Baal, Astarot, Moloch y Renfán, dioses que aparecen en numerosos libros de la Biblia como Levítico, Jueces y Reyes, salvo Renfán que es nombrado una sola vez en Hechos de los Apóstoles. Por último, antes de pasar a los herejes posteriores al nacimiento de Cristo, el narrador menciona a los adoradores de Herodes, personaje del que ya hemos hablado, y a los adoradores de la serpiente de metal, la cual es destruida por Ezequías en IV Reyes, 18, 4: «Destruyó los lugares altos, quebró las estátuas, taló los bosques de los Ídolos, é hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moysés».

Durante el juicio de Mahoma, al profeta del Islam se le llama «perro esclavo, descendiente de Agar». Agar fue una concubina de Abraham, con la que tuvo a Ismael, tal como vemos en Génesis, 16-15: «En fin Agar parió un hijo á Abram: el cual le puso el nombre de Ismael».

Tendríamos una última referencia bíblica en este sueño en la enumeración de los mencionados herejes posteriores a Cristo. Al hablar del protestante Teodoro Beza, el narrador dice que estaba «leyendo sentado en cátedra de pestilencia». Esta expresión remitiría a los Salmos, 1, 1: «Dichoso aquel varón que no se deja llevar de los consejos de los malos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se asienta en la cátedra pestilencial de los libertinos».


LA BIBLIA EN EL MUNDO POR DE DENTRO

Volvió en esta ocasión Quevedo a componer un texto de extensión similar a la de los dos primeros, aunque con algunas diferencias fundamentales. La primera es que, probablemente a causa de los problemas con la censura derivados de los sueños anteriores, nuestro autor prescinde del trasfondo religioso de las postrimerías en favor de una ambientación profana de tipo fantástico-alegórico. La segunda sería que el enfoque jocoso-burlesco pierde gran parte de su fuerza en favor de una reflexión moralizante de tono grave y sombrío. Por último, el narrador, aunque continúa desarrollando las funciones de protagonista y testigo, pasa ahora a representar, no solo al autor, sino también a toda la humanidad, convirtiéndose así en otra diana de los dardos satíricos quevedescos debido a su candidez e incapacidad para vislumbrar el oscuro telón de fondo de las relaciones sociales . El protagonista contará en esta ocasión con un acompañante, el Desengaño, figura alegórica representada por un viejo. Juntos irán presenciando los sucesos que acontecen en la calle de la Hipocresía, tratando el anciano de educar al joven en los valores del neoestoicismo cristiano .

Antes de llegar a la calle de la Hipocresía, el Desengaño argumenta que el hipócrita es el peor de los pecadores, pues no solo peca contra Dios, sino con él, pues lo utiliza como instrumento de su engaño. Para reforzar su tesis, explica que Job dijo: «¿Qué esperanza es la del hipócrita?». El origen de esta pregunta se halla en Job, 27, 8: «Porque ¿qué esperanza queda al hipócrita después de sus avarientas rapiñas, si Dios no salva su alma?». Dentro del mismo discurso, el Desengaño alude también a un pasaje de San Mateo, 6 en el que el propio Cristo rechaza la actitud de los hipócritas: «Cuando ayunéis, no os pongáis caritristes como los hipócritas: que desfiguran sus rostros, para mostrar á los hombres que ayunan». Después, el Desengaño explica que Cristo también indicó a sus discípulos cómo debían comportarse: «Ya como luz, ya como sal, ya como el convidado, ya como el de los talentos». Los cuatro elementos de la enumeración pertenecen a tres pasajes de San Mateo. En el capítulo 5, Cristo dice: «Vosotros sois la sal de la tierra (…) Vosotros sois la luz del mundo». La mención del convidado hace referencia a San Mateo, 22, donde Cristo narra una parábola en la que un rey hace llamar a los invitados al banquete de bodas de su hijo. Estos rechazan la invitación y el rey manda llamar como invitados a cualquiera que vaya por las calles. Entonces a uno de los que acuden lo expulsan por no ir bien vestido. La enseñanza de la parábola sería: «Tan cierto es que muchos son los llamados y pocos los escogidos». Por último, la parábola de los talentos tiene lugar en San Mateo, 25. En ella, un señor pone a sus criados a guardar su dinero y castiga duramente al que no lo ha invertido para lograr ganancias. Su enseñanza sería que Dios espera que desarrollemos los dones que nos ha entregado. El criado perezoso recibió un duro castigo: «Ahora bien, á ese siervo inútil arrojadle á las tinieblas de afuera: allí será el llorar, y el crujir de dientes». 

Después de contemplar el cortejo fúnebre de una mujer, el viejo y el joven entran en una casa donde una viuda es acompañada en sus lamentaciones por un grupo de plañideras. El joven protagonista siente lástima de su condición y explica que Dios tuvo muy en cuenta a estas mujeres tanto en el Testamento Viejo como en San Pablo. Así, podemos leer en Job, 29, 13: «y yo confortaba el corazón de la viuda desolada»; y, por citar un ejemplo más, en Proverbios, 15, 25: «Derribará el Señor la casa de los soberbios: y mantendrá segura la heredad de la viuda». Respecto a San Pablo, en 1ª Timoteo dice: «Honra á las viudas, que verdaderamente son tales». Sin embargo, Quevedo le atribuye unas palabras diferentes, aclarando que provienen de Isaías; en el capítulo 1 de dicho libro, podemos leer: «socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, amparad á la viuda», palabras muy próximas a lo escrito por Quevedo: «Socorred al oprimido, juzgad en su inocencia al huérfano, defended a la viuda».

Justo después, el Desengaño recrimina al joven que haya hecho alarde de su erudición en lugar de mostrarse prudente para ser capaz de descubrir la hipocresía de la viuda y las plañideras. Para reprobar al protagonista por no haber esperado a escuchar lo que él tenía que decir, el Desengaño parafrasea a Job, 4, 12: «¿quién podrá contener las palabras que ahora le vienen á la boca?». 


LA BIBLIA EN EL SUEÑO DE LA MUERTE

Como ya se dijo, este sueño se encuentra alejado del resto en sentido cronológico, aunque está próximo al Sueño del infierno en extensión, a El sueño del Juicio final en la introducción erudita y a El mundo por de dentro en cuanto a la importancia de lo alegórico. Será aquí la Muerte quien acompañe al protagonista, el cual adquiere los rasgos de Quevedo con mayor fidelidad que en los textos precedentes. Llama la atención la presencia de personajes ficticios de origen idiomático como Pero Gruyo o el Rey Perico. Asimismo resulta insólito dentro del conjunto el contenido de reflexión política plasmado en el diálogo del protagonista con el Marqués de Villena. 

Vemos al principio cómo el autor versifica unos pasajes de Job. El primero es Job, 14, 1-2: «El hombre nacido de mujer vive corto tiempo, y está atestado de miserias. Él sale como una flor, y luego es cortado y se marchita; huye y desaparece como sombra, y jamás permanece en un mismo estado»; después versifica sobre Job, 7, 1: «La vida del hombre sobre la tierra es una perpétua guerra; y sus dias son como los de un infeliz jornalero»; por último, se sirve de Job, 3-11: «Perezca, mal haya el dia en que nací, y la noche en que se dijo por mí: Concebido queda un varón (…) ¿Por qué no morí yo en las entrañas de mi madre; ó salido á luz no perecí luego?».

En su crítica a los boticarios, que aparecen pronto en este sueño, Quevedo lleva a cabo otro de sus juegos conceptistas, diciendo que estos, al emplear dos veces el término «ana» (con el que indicaban en las recetas que los ingredientes tuviesen pesos iguales) generan un «Annás para condenar a un justo». Anás era el suegro de Caifás, sumo sacerdote judío, partícipes ambos en la conspiración contra Cristo, como se dice en San Mateo, 26, 3: «se juntaron los príncipes de los sacerdotes, y los magistrados del pueblo, en el palacio del Sumo Pontífice, que se llamaba Caiphás: Y tuvieron consejo para hallar medio como apoderarse con maña de Jesús, y hacerle morir».

Más adelante vemos al narrador observando a los diferentes tipos de muerte que acompañan a la Muerte en su trono. Al describir a la muerte de miedo, explica que esta se halla rodeada de tiranos, por quienes se dijo: «Fugit impius, nemine persequente». Esta sentencia latina remite a Proverbios, 28: «Huye el impío sin que nadie le persiga: mas el justo se mantiene á pié firme como el león, sin asustarse de nada».

Posteriormente el narrador habla con Juan del Encina, quien se queja de que la gente lo relaciones con cualesquiera disparates a causa de que escribió unos poemas así titulados. El poeta alega que por ejemplo no fue él quien dijo «haz bien y no cates a quien» cuando lo que expresan las Escrituras es «si hicieres bien, mira a quién». En concreto, podemos leer en Eclesiástico , 12, 1: «Si quieres hacer algún bien, mira á quién le haces».

Avanzando bastante llegamos al momento en que el protagonista habla con la dueña Quintañona. El narrador explica que, antes de hablar, esta se levantó el «abinitio et ante secula» de la cara. Esta expresión nos remite al Eclesiástico, 24, 14: «Desde el principio ó ab eterno, y antes de los siglos, ya recibí yo el sér, y no dejaré de existir en todos los siglos venideros». Quevedo emplea la frase en relación con la edad de la dueña. 

La última referencia bíblica tendría lugar cuando vemos a doña Fábula quejarse de que su marido, un poeta de comedias, no compusiese un auto protagonizado por Cristo en el que saque el azote y trastorne mesas y tiendas. Esta escena alude al episodio de la expulsión de los mercaderes del tempo, que se narra en San Juan 2, 13-22: «Y encontrando en el templo gentes que vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y cambistas sentados en sus mesas; Habiendo formado de cuerdas como un azote, los echó á todos del templo».


CONCLUSIONES

Revisando toda la información expuesta en las páginas precedentes podemos observar que, aunque el papel de la Biblia resulta fundamental en el conjunto de los Sueños, no posee en todos la misma importancia. Así, en Juicio y en Infierno podemos contar en torno a veinte referencias⁴ por texto, mientras que en Alguacil, Mundo y Muerte hallaremos unas diez. Esto nos indica claramente que la Biblia adquiere mayor presencia en aquellas obras en las que el tema de las postrimerías posee un papel más destacado mientras que las Escrituras pierden trascendencia en las obras donde se enfatiza más el componente alegórico. Respecto a Juicio e Infierno, cabe decir que, aunque muestran una presencia escritural parecida en términos absolutos, lo cierto es que Infierno posee una extensión más de dos veces superior a la de Juicio, por lo que este último sería el sueño más denso en referencias bíblicas de todo el conjunto. De un modo similar, aunque Mundo y Muerte tienen una cantidad similar de alusiones escriturales, el segundo es también más de dos veces más extenso que el primero, por lo que sería el sueño menos denso en referencias bíblicas de los cinco, siendo además aquel en el que lo alegórico tiene mayor presencia. 

Hemos visto también que Quevedo emplea la Biblia de diferentes modos en sus Sueños y entre ellos destacan: la alusión implícita a algún pasaje, como cuando dice que escucha una trompeta y los muertos empiezan a resucitar; y la referencia explícita de personajes o entidades (como Herodes o Baal), lugares, tanto reales (Belén) como sobrenaturales (el infierno), sucesos y episodios (el beso de Judas) o, incluso, partes de la Biblia (Testamento Nuevo). En menor medida utiliza la cita literal o casi literal, ya sea en español, como «si hicieres bien, mira a quién», ya sea en latín, como «Fugit impius, nemine persequente».

Podemos observar asimismo que en los sueños más jocosos Quevedo emplea las Escrituras para hacer alarde de su mejor conceptismo mientras que en los más sombríos recurre a ellas sobre todo para sustentar posicionamientos morales o filosóficos. En ese sentido, como es natural, se percibe en Mundo y Muerte una mayor presencia de alusiones provenientes de libros sapienciales como Job o Eclesiástico, mientras que en los primeros destacan los libros del Nuevo Testamento, como los Evangelios, las epístolas de San Pablo o el Apocalipsis, al estar más centrados en la vida de Jesús y en las postrimerías. 

Observando los cinco textos en conjunto, podemos ver que Quevedo recurre, en mayor o menor medida, a Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Reyes, Job, Salmos, Proverbios, Isaías, Ezequiel, Joel, San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan, Hechos de los Apóstoles, Romanos, I Timoteo, I San Pedro y Apocalipsis, lo cual constituye casi un tercio de todos los libros de la Biblia, algo nada desdeñable para una obra no demasiado extensa. Por si esto fuera poco, la cantidad de personajes o seres bíblicos nombrados explícitamente resulta también abrumadora: Abel, Adán, Agar, Anás, Astarot, Baal, Barrabás, Belcebú, Caín, Cristo, Dios, Eva, Faraón, Herodes el grande, Herodes el tetrarca, Isaías, Job, Judas, María Magdalena, Moisés, Moloch, Noé, Ocozías, Pilatos, San Juan Evangelista, San Juan Bautista, San Pablo, San Pedro y Seth. 

En definitiva, considero que a lo largo de estas páginas ha quedado claro que la Biblia constituye un sustrato elemental de los Sueños de Quevedo, tanto cualitativa como cuantitativamente. Teniendo en cuenta todo lo dicho, me parece razonable pensar que cualquier persona que desee adentrarse en esta fascinante y misteriosa obra, no debería dejar de tener a mano en todo momento, no solo una buena edición crítica como la de Arellano, sino también una excelente versión de las Escrituras como la que nos dejó Torres Amat. Solo así seremos capaces de traspasar la superficie del texto y empezar a vislumbrar sus inmensas profundidades.  


NOTAS

  1. Considero conveniente señalar que en amplios pasajes podría hablarse más bien de narración homodiegética, lo cual favorecería la ambigüedad personaje-testigo.
  2. Vásquez Gázquez explica que, aunque existe discrepancia sobre la definición del género de la sátira menipea, para el contexto de nuestro Siglo de Oro puede entenderse como «la realización de la crítica satírica a través de la fantasía», entendida esta en un sentido muy amplio que incluye sueños, fábulas, alegorías, magia o escatología cristiana.
  3. Conservo siempre la ortografía original tal como aparece en la Biblia que he manejado.
  4. Es difícil dar cifras exactas porque una sola referencia podría remitir a numerosos pasajes de la Biblia. Asimismo, como expliqué en la introducción, no me ha sido posible elaborar una relación exhaustiva de alusiones bíblicas por motivo de espacio, pero también por no resultar excesivamente repetitivo pues, por ejemplo, Dios aparece nombrado más de cien veces, Judas casi treinta y Cristo más de veinte.

BIBLIOGRAFÍA 

Alborg, J. L., Historia de la literatura española. Época barroca, Madrid, Gredos, 1970. 

La Sagrada Biblia traducida de la Vulgata Latina al español, Torres Amat, Félix (trad.), Barcelona, Montaner y simón, 1883, versión digitalizada por la Biblioteca Digital de Castilla y León, en línea, https://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=31707   

Nider, V., «La prosa de Quevedo y la Biblia», en La Biblia en la literatura española. II. Siglo de Oro, dir. G. del Olmo, coord. R. Navarro, Madrid, Trotta, 2008, pp. 233-264.

Nolting-Hauff, I., Visión, sátira y agudeza en los “Sueños” de Quevedo, trad. Pérez de Linares, Madrid, Gredos, 1974.

Quevedo, F. de, Los sueños, ed. Arellano, Madrid, Cátedra, 2020.

Valdés Gázquez, R., «Francisco de Quevedo por las sendas de la sátira menipea», La Perinola, 2016, pp. 221-270, en línea: http://bit.ly/3nyIvGt