—Homero, amado mío, bienvenido a tu hogar. ¿Cómo te encuentras?
—Como cuando en un silencioso paraje de un bosque umbrío irrumpe un monstruoso jabalí, de albos colmillos y curvas mandíbulas que, asediado por las dentelladas de los perros, de frondosos pelajes, y por los dardos de los cazadores, de inquebrantable empeño, huye desesperado tratando de salvar su vida y justo entonces Zeus Crónida, que las nubes reúne, decide desatar una oscura tormenta sobre la tierra, desde la cual se precipitan fragorosos rayos sobre los árboles, de recias copas, y uno de esos rayos arranca de raíz un poderoso roble, el cual, en su caída, golpea al jabalí en los cuartos traseros, astillando sus huesos al tiempo que, a pocos metros de allí, un caudaloso río se desborda, arrastrando toneladas de rocas y de lodo, y arrambla con los animales contendientes, provocando la muerte del jabalí por ahogamiento a la vez que sufre las mordidas letales de los cánidos y el dolor insoportable de las extremidades quebrantadas, así es como yo me encuentro.
—Vamos, que sigues estreñido.
—Eso es.
NOTA: Este texto trata de hacer humor por contraste al situar a Homero, autor de la Ilíada y la Odisea, en un contexto rebosante de cotidianidad. El largo párrafo relatado por el aedo constituye un recurso estilístico llamado precisamente símil homérico en su honor. Por supuesto, también pretende ser un humilde homenaje a tan eximia y épica figura de las letras universales.
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