21/1/21

Ligar mal - Pólvora en salvas IV

Hacía frío aquella tarde en la Glorieta del Pintor Sorolla. Mis amigos se retrasaban y yo no dejaba de mirar hacia el interior de una cafetería situada junto a la boca del metro. Tras sus cristaleras podía ver grupitos de gente con tazas de café entre las manos, parejitas compartiendo porciones de tarta de chocolate o jóvenes abstraídos con sus teléfonos móviles y sus bebidas humeantes. Todos parecían tan felices en aquella especie de paraíso lleno de estanterías con pan recién hecho y mostradores rebosantes de bollitos, roscones, galletas…

“Llegamos tarde, nos hemos confundido de línea” me dijeron mis amigos. Yo sentí un escalofrío, escondí aún más la cabeza entre los hombros y volví a pasear la mirada por el interior de la cafetería. En un momento dado me di cuenta de que una camarera me miraba con extrañeza. Era rubita y mona, o al menos así reconstruía mi cerebro la parte de su rostro oculta por la mascarilla. Tras un instante de ensimismamiento, me puse a caminar de un lado a otro, como llevaba haciendo desde hacía un cuarto de hora. Cuando estimé que me encontraba a pocos pasos de la hipotermia, decidí entrar al establecimiento para esperar a mis amigos conservando la vida

Me senté a una mesa y enseguida me atendió la rubita. Le pedí un café y cuando me lo trajo me dijo que le había extrañado verme ahí fuera tanto tiempo. Yo le expliqué que mis amigos llegaban tarde, que me estaba muriendo de frío y que andaba valorando si seguir fuera o entrar a esperarles. Intercambiamos algunas palabras más y después la pizpireta camarera regresó a sus quehaceres. 

No es que un servidor tenga una imagen muy elevada de sí mismo, pero me pareció percibir cierta química. He escuchado mucho eso de que a las mujeres les gustan los hombres decididos y con capacidad para asumir riesgos pero también eso de que las mujeres están cansadas de recibir propuestas afectivas todo el rato. Ante mensajes tan contradictorios uno no sabe muy bien qué hacer. ¿Y si solo está siendo amable y la molesto? ¿Y si es el amor de mi vida y no digo nada por no molestar? Al final, simplemente por los valores en que has sido educado, tiendes a evitar causar molestias a las señoritas, igual que tiendes también a evitar causar molestias a los vecinos dando golpes a las cuatro de la mañana. La cuestión es que andas desentrenado entre la timidez, el civismo, la pereza y la pandemia, y cuando por fin te decides a actuar... pues acabas comportándote como un papanatas.

Y es que, tratando de dar con una solución equilibrada, se me ocurrió apuntar mi teléfono en un trozo de papel y dejárselo en el platito del cambio. De ese modo estaría dando un primer paso pero sin generar ninguna situación incómoda. Todo estaba preparado pero cuando llegó el momento de pagar descubrí que había que hacerlo en caja. Es decir, no había platito del cambio. Para colmo, ni siquiera me cobró ella. Improvisadamente, decidí dejarlo en el platito del café y, ya en el exterior, mis amigos me comentaron que, primero, tal vez nadie prestase atención a ese papelito y, segundo, tal vez lo viesen pero ¿por qué narices iban a suponer que era del tipo extraño para la camarera rubita? 

Como era de esperar, jamás recibí ninguna llamada, aunque siempre me quedará la duda de si la rubita no vio el papel o si lo vio pero no supo que era para ella, o si supuso que era para ella pero no de quién venía, o si dedujo toda la verdad pero resultó que la química que yo había percibido tan solo tuvo lugar dentro de mi cerebro. No sé si se me escapa alguna otra posibilidad. Probablemente sí. 

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