30/8/21

Comentario de un relato de Josefina Aldecoa

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura Movimientos y épocas de la literatura española, impartida por doña Brígida Manuela Pastor Pastor en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo.  

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo me dispongo a llevar a cabo un comentario literario del cuento breve Madrid, otoño, sábado, de Josefina Rodríguez Álvarez, más conocida como Josefina Aldecoa (recomiendo leer primero el cuento en este enlace). Esta escritora y pedagoga leonesa nació en 1926, por lo que formaría parte de la generación de los niños de la guerra, generación del medio siglo o generación del 50, grupo de escritores con los que mantuvo estrecha relación, tanto personal como profesional, por ejemplo, como colaboradora de Revista española, la cual dirigía su marido, Ignacio Aldecoa, junto a Rafael Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre. Sin embargo, durante los años cincuenta y sesenta, décadas en las que sus compañeros se fraguaron un nombre en el mundo de las letras (Ana María Matute ganó el Planeta de 1954 con Pequeño teatro; Sánchez Ferlosio consiguió el Nadal de 1955 con El Jarama; Ignacio Aldecoa se hizo con el Premio de la Crítica de 1958 con Gran Sol…), Josefina Aldecoa tan solo publicó un libro de relatos bajo el título A ninguna parte (1961). Aquellos cuentos se adscribían a la corriente estética hegemónica del realismo social y se caracterizaban por ser breves, sencillos, directos y pesimistas. Poco después, nuestra autora decidió aparcar la escritura en favor de la pedagogía. Aquel paréntesis se prolongó durante más de veinte años hasta que en 1983 comenzó realmente su carrera literaria. Debido a estas circunstancias, aunque cronológicamente perteneciera, como se ha dicho, a la generación del cincuenta y a los postulados estéticos del realismo social, el grueso de su producción literaria encajaría más bien en la amplia corriente que vino a llamarse nueva narrativa, cuyos inicios se establecen de forma orientativa en 1975, año de la muerte de Franco y de la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Las obras publicadas desde entonces hasta aproximadamente los años noventa se caracterizan por una vuelta al interés por contar historias y por un uso moderado de los procedimientos técnicos de la década anterior, cuyo abuso había provocado el agotamiento de la llamada novela experimental . 

Así pues, con la llegada de los años ochenta, Josefina Aldecoa se lanzó de lleno hacia la consolidación de su carrera literaria, desarrollando un estilo en el que «la sobriedad y la depuración expresiva corren parejas con el cuidado de la técnica»¹. Entre sus novelas, destaca la trilogía iniciada con su primer éxito literario, Historia de una maestra (1990) y continuada con Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1999). Resulta llamativa la publicación en 2005 de la novela La casa gris, escrita en los años cincuenta con los rasgos propios del realismo social de la época y que había sido mantenida inédita por la autora durante medio siglo. 

Madrid, otoño, sábado se publicó por primera vez en el volumen Fiebre (2000), el cual se encuentra dividido en tres partes: cuentos de los noventa, cuentos de Julia y Cecilia y cuentos de los cincuenta. El relato del que me voy a ocupar es uno de los cuatro cuentos de Julia y Cecilia, conjunto basado en la idea del reencuentro de ambas amigas. Curiosamente, Julia es la protagonista de La enredadera (1984), la primera novela que publicó nuestra autora. En 2002, el relato volvió salir de imprenta, esta vez en el volumen El juez y otros cuentos. En 2009, la editora Laura Freixas lo seleccionó para su segunda antología de escritoras contemporáneas Cuentos de amigas (en su primera antología, Madres e hijas, de 1996, también incluyó un cuento de Josefina Aldecoa titulado Espejismos). Finalmente, en 2012, con motivo del primer aniversario de la muerte de la escritora leonesa, Alfaguara publicó un volumen con todos sus cuentos al que tituló, precisamente, Madrid, otoño, sábado


TEMA Y ESTRUCTURA

A la hora de extraer el tema de un texto, los expertos plantean diferentes técnicas. Por ejemplo, José Domínguez Caparrós recomienda explorar los campos asociativos principales, mientras que, para Evaristo Correa Calderón y Fernando Lázaro Carreter,  la mejor opción sería, primero, llevar a cabo un pequeño resumen argumental al que llaman asunto para, después, quitándole los detalles, señalar el tema definiendo la intención del autor al redactar el texto. Por su parte, María Clementa Millán y Ana Suárez Miramón  recomiendan analizar el tema a la par que la estructura. En los próximos párrafos trataré de sintetizar los consejos de todos estos autores.

El relato es bastante breve, pues no llega a las 2.300 palabras, y se encuentra dividido en dos grandes partes de extensión similar que funcionan a modo de capítulos, aunque no tienen título ni numeración. Se encuentran simplemente separadas por un espacio en blanco y su diferencia fundamental radica en la ausencia o presencia física del personaje de Cecilia, la amiga de Julia, la protagonista. 

En la primera parte, nos encontramos con una serie de campos asociativos que sirven para generar la propia estructura de esta mitad del cuento. Tenemos un primer párrafo en el que destacan los términos relacionados con el trabajo (preocupaciones, horarios, citas, llamadas…) pero también, aunque en menor medida, los del campo asociativo del tiempo libre (sábado, domingo, desconectar...). Así pues, este párrafo nos indica una fuerte dialéctica entre estos aspectos de la vida la protagonista. 

El fragmento formado por los dos siguientes párrafos es completamente distinto. En él se describe el Jardín Botánico y por ello predominan los términos relacionados con la naturaleza y el otoño, como neblina, árboles, hojas secas... 

El cuarto párrafo contiene los mismos campos que el primero, pero aquí prevalecen, con mucho, los términos relacionados con el tiempo libre (confort, armonía, soledad…). Vemos así cómo el anterior fragmento descriptivo del Jardín Botánico ha servido para atenuar la transición de un pasaje en el que predominaba el estrés hacia otro en el que reina la calma. Todo este procedimiento parece indicar que Julia está tratando de acostumbrarse, de asimilar que la semana laboral ha terminado y que ahora tiene que dedicarse tiempo a sí misma. 

Entra ahora en escena un párrafo tan breve como significativo. Y es que, por primera vez afloran términos de dos campos muy relevantes en el cuento. Por un lado, vocablos relacionados con la amenaza (peligros, estímulos externos, tormenta...); por otro, aquellos relacionados con la memoria, el pasado, el transcurrir del tiempo (nostalgia, recuerdo...). 

En el siguiente párrafo, la visión de una familia a las puertas del Jardín Botánico genera una riada de términos relacionados con el pasado (memoria, recuerdos, infancia...) los cuales, hacia la mitad del párrafo, empiezan a ceder espacio a términos relacionados con los aspectos negativos de la crianza de un bebé (ocupada, cansancio, somnolencia...). 

En los últimos párrafos de esta primera parte, justo antes de la llamada de Cecilia, se muestran entremezclados varios términos de todos los campos aparecidos hasta ahora. El siguiente extracto constituye una muestra ejemplar de ello. Me permito la licencia de marcar con diferentes colores (rojo: amenaza; azul: memoria; verde: tiempo libre; amarillo: trabajo) las palabras de cada campo con el fin de que se aprecie mejor el efecto logrado por la autora: «la intromisión de la época rememorada oscureció la mañana del sábado. “Mejor olvidarlo todo trabajando”».

Por último, en cuanto suena el teléfono, las palabras relacionadas con la amenaza se disparan (contrariada, rechazo, intrusión...).

Quizá resulte conveniente intentar perfilar ahora el asunto o resumen básico de esta primera parte.  Podríamos decir que Julia despierta en una mañana de sábado y reflexiona sobre cómo invertir el tiempo libre. Disfruta de su apacible soledad pero opta por trabajar un rato. La visión de una familia le provoca una serie de recuerdos amables pero que producen un efecto inquietante. Cuando decide apartar esta intromisión, suena el teléfono: es Cecilia, una antigua amiga. Está en Madrid y quiere verla. 

Sobre la segunda parte, conviene hablar mejor en términos de intervenciones que de párrafos, al basarse el texto esencialmente en el diálogo. Cecilia comienza haciendo referencia a términos positivos relacionados con el amor, como secreto y aventura. Entonces Julia pregunta por el porvenir del idilio de su amiga, abriendo la entrada a los términos relacionados con el tiempo, tanto futuro como pasado, que predominan en la siguiente intervención de Cecilia, quien manifiesta su disgusto con esa idea y con el modo en que se la inculcaron de pequeña, haciendo uso del mencionado campo asociativo (porvenir, infancia, consecuencias…). Después, Julia pide más información sobre la aventura de Cecilia pero esta tiende ahora a expresarse con términos negativos relacionados con el amor (disgusto infinito, encerrada...) pues recuerda su matrimonio fallido. Sin embargo, en cuanto vuelve a hablar de su aventura, regresa el campo del amor en positivo (emoción, encuentro). Cuando le toca hablar a Julia, veremos, como cabría esperar, que son los términos laborales (trabajo, facultad, artículos…) y los relacionados con la soledad y el paso del tiempo (lejos, paz, soledad) los predominantes. La mujer menciona unos cuantos vocablos referidos a la libertad (entrar y salir, con unos y otros) pero dejando claro que van asociados a su juventud. Ahora lo que hay en su vida es trabajo, soledad, paz, felicidad y recuerdos. 

Como puede verse, en esta segunda parte la estructura sirve más bien para conocer a los personajes, cuestión sobre la que hablaré después con mayor detalle. Respecto al asunto de esta parte, creo que se puede sintetizar en que las amigas se reúnen después del almuerzo en casa de Julia. Durante un tiempo indeterminado, se ponen al día sobre sus vidas pero los profundos contrastes hacen que la conversación no termine de fluir. Entonces, Julia decide que lo mejor es salir a tomar una copa, dando fin al cuento. 

Una vez estructurado el relato, explorados los campos semánticos y planteado el asunto, habría llegado el momento de sintetizar el tema. Aun a riesgo de equivocarme, me aventuro a proponer un tema para cada parte por separado y a intentar, sobre la base de ambos, plantear un tema general para todo el cuento. 

Tema de la primera parte: es posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y el tiempo libre, el ajetreo y la calma, la compañía y la soledad, pero hay que tener en cuenta que, a ciertas edades, dicho equilibrio puede tambalearse a causa de intromisiones externas, especialmente las relacionadas con el pasado y la memoria. 

Tema de la segunda parte: el paso del tiempo puede hacer que dos amigas cambien y que pierdan la complicidad de antaño, pero siempre es posible dejar de lado las diferencias y volver a disfrutar la una de la otra.

Tema de Madrid, otoño, sábado: la rutina puede llevarnos a crear una burbuja en la que nos sintamos tan a gusto que experimentemos un fuerte rechazo ante la posibilidad de cualquier intromisión. Sin embargo, deberíamos ser conscientes de que, a veces, puede merecer la pena que alguien venga a sacarnos de allí.  

 

NARRADOR Y PERSONAJES 

El cuento que estamos analizando posee un narrador heterodiegético y omnisciente. Castro y Montejo  explican que este tipo de narrador, predominante en el realismo decimonónico, no ha desaparecido por completo en la narrativa contemporánea. Algunas características del narrador de este cuento lo convierten en un ejemplo paradigmático. Además de encontrarse fuera de la historia, de la diégesis, y hablar en tercera persona, su omnisciencia se manifiesta en hechos como la anticipación: «Horas más tarde (…) el Jardín exhibiría su tesoro de hojas secas»; la capacidad de ver el pasado: «Aquel año había sido una especie de año sonámbulo»; el poder de escrutar las mentes de los personajes: «La visión de la mujer (…) despertó en Julia un aluvión de recuerdos». En la actualidad, existe la tendencia a que estos narradores no se muestren excesivamente taxativos en aras de una mayor verosimilitud y aceptación por parte de los lectores, pero no podemos decir que sea así en este caso, pues en el cuento de Josefina Aldecoa no aparecen fórmulas que expresen cautela o duda por parte del narrador.

Respecto a los personajes, Julia y Cecilia son los únicos principales. Aparecen mencionados algunos secundarios, como María (la asistenta actual de Julia), Ramona (la asistenta antigua), el portero innominado que le sube el periódico, Bernal (el hijo de Julia), Diego (el exmarido de Julia), Javier Valverde (amante de Cecilia) o Matías (exmarido de Cecilia). Además de Julia y Cecilia, en el presente de la ficción solo aparecen algunos transeúntes que se ven desde el ático de Julia, entre los que destaca la familia que va a entrar al Jardín Botánico, pues es la causa del aluvión de recuerdos que oscurece su mañana. 

Las primeras líneas del cuento contienen una gran cantidad de información sobre Julia. El narrador nos informa de que, como todos los sábados, la protagonista despierta angustiada a causa de la presencia de luz solar en la habitación. ¿Por qué ocurre esto? Una explicación sería que Julia es una mujer que vive muy ocupada entre su trabajo y su vida social (conferencias, cócteles, almuerzos, cenas) y no tiene tiempo de preocuparse por detalles tan irrelevantes como dejar bajada la persiana de su habitación. Cualquier día de entre semana estará en pie antes de que el sol haya empezado a asomarse por el horizonte y no se dará cuenta del pormenor de las persianas. Sin embargo, el sábado, uno de los días que hace tiempo decidió que debía reservar para sí misma, no podrá dormir todo lo que hubiera querido. Y no solo a causa de la luz, a la que neutraliza rápidamente dejando la habitación en penumbra e intentando volver a conciliar el sueño, sino también, y principalmente, porque su cabeza empieza a evocar cuestiones laborales. Julia se ordena a sí misma dejar de lado esos pensamientos. Es sábado y tiene que descansar, se dice. Pero parece que para nuestra protagonista desconectar es casi un deber molesto, una obligación necesaria, mientras que adelantar trabajo en sus días libres constituiría un lujo que no se puede permitir… aunque al final sí que se lo permite. Eso sí, tan solo para echar un vistazo a la conferencia… y, bueno, para responder a algunas cartas, únicamente a las más urgentes. «Así tendré libre el domingo» negocia consigo misma. 

Julia se deleita con la paz de su apartamento, un refugio donde tiene todo lo que necesita: las vistas privilegiadas al Jardín Botánico, la calma aislante de las alturas, el orden que María, la asistenta, generaliza por todos los rincones de la casa. Todos estos factores contribuyen a que Julia disfrute de la soledad, uno de los tres pies sobre los que reposa su existencia, junto al trabajo y la vida social. Ya sea para adelantar cuestiones laborales o para dedicarse tiempo a sí misma (leer, escuchar música, contemplar la belleza del Jardín) Julia necesita estos periodos de aislamiento y se muestra reticente a que las circunstancias perturben su «universo controlado». Así ocurre, efectivamente, cuando la visión de una familia a las puertas del Jardín Botánico le trae recuerdos de «días luminosos» que oscurecen su mañana. La única solución sería «olvidarlo todo trabajando» pero parece que hoy la memoria no está dispuesta a dejar a Julia tranquila. 

La entrada de Cecilia en escena sirve para mostrarnos a ambas mujeres una como contrapunto de la otra. Son amigas de la infancia pero han seguido caminos distintos, de tal manera que comenzaron su periplo vital tomando direcciones antagónicas para, pasando por una situación similar, llegar al presente del mismo modo, una en las antípodas de la otra. Me explico. Julia se marchó joven del pueblo y estuvo estudiando en Madrid, lo que supuso para ella el descubrimiento de la libertad. Después se casó, tuvo un hijo, se divorció y se encerró en sí misma, centrándose en un trabajo que adora y viviendo justo en el hogar que quería, tal vez porque le evoca, precisamente, las sensaciones del pueblo de su infancia. Por su parte, Cecilia se casó muy joven y permaneció en el pueblo, donde tuvo hijos y acabó siendo abandonada por su marido. Ahora, sin embargo, se encuentra viviendo una aventura con un antiguo amor y realizando viajes ocasionales a Madrid para verlo, adquiriendo así la ciudad unas connotaciones similares a las que pudo tener para Julia cuando se marchó del pueblo. 

Por otra parte, podemos apreciar el contraste también en la actitud de las dos mujeres. Cecilia llega, lógicamente, pletórica, con unas desbordantes ganas de vivir, mientras que su amiga se muestra pesimista, casi huraña. Cecilia quiere saber qué opina Julia de la aventura que está viviendo y esta tan solo le pregunta por el porvenir. Pero Cecilia está harta de pensar en el porvenir, de la idea del día de mañana que les inculcaron durante la infancia. Quiere vivir el momento. Estas diferencias generan cierta tensión, provocando silencios incómodos. Julia parece darse cuenta y decide mostrar más interés. Escucha con atención todos los detalles de la historia de amor de su amiga pero no puede evitar compadecerla por haber tenido una adolescencia frustrada y estar intentando recuperar ahora el tiempo perdido como si fuera una jovencita. 

Vuelve a generarse una fricción. Cecilia ha dejado caer un escueto «¿Y tú?» con el que evidentemente quiere saber si su amiga está viviendo algo parecido, si hay otra persona en su vida. Julia zanja en seguida la cuestión explicando que a su edad, tanto ella como sus amigos se encuentran inmersos en sus carreras profesionales. Ella no tiene tiempo para esas cosas. Ella tiene soledad y paz. A veces ve a su hijo y le gusta su trabajo y vivir en Madrid. Los sueños, las esperanzas y los deseos ya quedaron muy lejos. Evidentemente, tras semejante discurso, Cecilia queda abatida y se limita a escuchar a Julia y a contemplar cómo allá abajo la noche va cayendo sobre el Jardín Botánico. Por fortuna, el valor de la amistad puede resistir bien los embates del tiempo y de la vida, y Julia, consciente de la situación, saca fuerzas de flaqueza, renuncia a su sábado de aislamiento, renuncia a huir de la memoria y propone salir ahí fuera, a Madrid, a la ciudad que para ellas representa la libertad, a vivir el momento y a sobrevivir toda la noche. 


CONCLUSIÓN

En Madrid, otoño, sábado se aprecia la capacidad de Josefina Aldecoa para construir ficciones llenas de intimismo, nostalgia y belleza. Llama la atención cómo una parte de sí misma ha quedado recogida en la personalidad de Julia, en su aprecio por el Jardín Botánico, (por el que la autora paseaba casi todas las mañanas), en su amor por el trabajo, en su intensa participación en la sociedad civil. Resulta encomiable también la destreza de la escritora utilizando diferentes procedimientos técnicos que le permiten potenciar la eficacia comunicativa del texto. En ese sentido destaca, por ejemplo, el comienzo in medias res de la segunda parte que sitúa a las amigas ya instaladas en la terraza del ático y con la conversación empezada. 

Como en todo buen relato, la forma se encuentra al servicio del tema. No hay ningún fragmento que sobre, todo en el texto cumple su función, posibilitando que la autora pueda expresar aquello que desea transmitirnos. Así, el lenguaje resulta sencillo pero elegante y dosifica la información aplicando un ritmo lento que contribuye a formar la atmósfera de calma y nostalgia que envuelve a todo el cuento. Los diálogos suenan naturales y, las partes descriptivas, líricas. Todos los elementos se encuentran equilibrados: dos grandes partes, dos personajes principales, narración y diálogo, presente y pasado, amor y desamor, tristeza y felicidad.

En definitiva, considero que ha sido un gran acierto elegir este cuento para trabajar sobre él. Y es que la muy buena impresión que causa al realizar una primera lectura se queda en nada cuando uno lleva a cabo la tarea de estudiarlo en profundidad. Se revela así como una historia llena de matices, poder evocativo y riqueza literaria que anima poderosamente a saber más sobre las protagonistas y, por supuesto, a continuar descubriendo y disfrutando de la obra de Josefina Aldecoa, sin duda una de las voces más sugestivas de la narrativa española de las últimas décadas. 


BIBLIOGRAFÍA

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