20/4/21

Sí se puede implantar el lenguaje inclusivo - Pólvora en salvas IX

Entre las propiedades del signo lingüístico existen dos que resultan muy llamativas debido a su incompatibilidad aparente. Una es la mutabilidad y, la otra, la inmutabilidad. Explicar esta supuesta contradicción es mera cuestión de enfoque: el signo lingüístico es mutable a través de la acción no deliberada de la comunidad de hablantes de una lengua a lo largo del tiempo mientras que es inmutable por efecto de la voluntad de individuos particulares. ¿Y qué quiere decir todo esto? Pues que si la palabra mesa, en español, tiene asociada una serie de conceptos (catorce según el DLE, entre los que se encuentran muebles, asambleas y otros menos comunes) nada impide que dentro de tres siglos, a causa de la evolución del idioma, dicha palabra tenga asociados muchos otros conceptos nuevos y ninguno de los actuales. Sin embargo, si a mí se me pone entre las cejas que lo que todos entendemos por mesa ahora debe denominarse matracoide o que la palabra mesa debería utilizarse para referirnos a 'sobredosis de morfina' y 'rascacielos de cincuenta plantas', pues difícilmente lograré convencer a toda la comunidad hispanohablante de que tenga en cuenta mis demandas lingüísticas.  

Y es que, se pongan como se pongan la ministra Irene Montero, el lingüista Noam Chomsky o la Organización de las Naciones Unidas, los hispanohablantes tenemos grabado a fuego que el masculino es el género no marcado. ¿Y qué significa esto? Pues, por ejemplo, que sabemos que la palabra niños se encuentra asociada a dos significados básicos: 'conjunto formado únicamente por niños varones' y 'conjunto formado por niños y niñas', mientras que la palabra niñas solo se encuentra asociada a un significado: 'conjunto de niñas'. Pero no solo eso. Tener grabado a fuego que el masculino es el género no marcado también significa que no está en nuestra mano cambiarlo. Nadie puede desaprender algo así y la prueba la tenemos en que los más fervorosos defensores del lenguaje inclusivo solo son capaces de mantenerlo en sus discursos a costa de un constante esfuerzo consciente y de provocar hartazgo en sus interlocutores.  

Pero existe una buena noticia para aquellos activistas que confían en que si dejamos de decir «hola a todos» y empezamos a decir «hola a todos, todas y todes» se va a solucionar algún tipo de problema: vuestras aspiraciones no son una quimera y es posible su implantación. Os cuento.

Lo primero que tenéis que hacer es constituir dictaduras inclusivas en todos los países hispanohablantes (el tema de los millones de personas que viven en otros países y utilizan el español como primera o segunda lengua lo dejamos para otro día). Después tenéis que establecer un sistema de vigilancia orwelliana que vele por que ninguna de las personas mayores de, qué sé yo, dos años, pueda emplear la gramática actual del español con su masculino genérico. A continuación hay que actualizar o suprimir todo material bibliográfico o audiovisual en el que el lenguaje empleado no sea el correcto. Y, por último, aunque este es el paso fundamental, habría que utilizar el neoespañol para enseñar a hablar, a leer y a escribir a los más pequeños. 

Con el transcurso de las décadas, las generaciones alfabetizadas en el español antiguo se irán muriendo y con ellas desaparecerá aquella vieja gramática discriminatoria. Cuando esto ocurra, ya todos los hispanohablantes vivos tendrán en sus cerebros la nueva gramática sin el masculino genérico y por fin podrán desmantelarse las dictaduras inclusivas para, ahora sí, disfrutar de un mundo más justo para todos, todas y todes

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