Básicamente
coges a los pollitos, les echas un vistazo y los tiras donde corresponda. En
eso consiste el trabajo. De nueve a cinco, con una hora de descanso para comer
y quizás alguna escapada furtiva para fumar un pitillo. El tiempo pasa muy
despacio y te aburres como una seta. Te acaba doliendo la espalda al final del
día y mientras vuelves a casa tienes la cabeza embotada y estás como mareado.
Uno no se
imagina que acabará trabajando como sexador de pollos, pero la vida no siempre
te permite elegir el camino que quieres. Así que un día, casi sin saber cómo,
te ves con una bata blanca, en medio de una enorme fábrica y escuchando a un
cincuentón de mirada lánguida que te explica las particularidades de este
insólito oficio surgido en el Japón de los años veinte.
Uno de los
principales métodos que se utilizan para sexar a los pollitos es el de la
cloaca, mediante el cual hurgas en el ano de los animales en busca de unas
protuberancias o de la ausencia de las mismas. Afortunadamente yo fui instruido
en el método de sexaje por dimorfismo sexual; distingues a machos y hembras
fijándote en las plumas del ala.
Los pollitos
vienen al mundo destruyendo su cascarón a picotazos y pronto descubren que no
han ido a parar a un lugar muy agradable. Estarán relativamente tranquilos unas
cuatro horas, hasta que se haya secado el líquido amniótico de sus plumas. A
partir de ahí... en fin, se puede decir que no les esperan muy buenos
momentos.
¿Sabéis que
existen diferentes razas de gallinas y pollos? A lo largo de décadas de
selección genética se consiguió que unas razas fueran más rentables para la
producción de huevos y otras para la producción de carne. Probablemente no lo
sabíais, pero es normal. No hay por qué saber este tipo de cosas. Uno
simplemente se come los huevos o se come el pollo y no se para a pensar de
dónde vienen.
De este hecho
emana la importancia del sexado en la sociedad industrial en la que vivimos. Y
es que, como es normal, la mitad de los pollitos son hembras y la otra mitad
machos. En mi empresa interesan las hembras porque manejamos una raza ponedora.
Los machos no valen para nada ya que ni ponen huevos ni engordan de un modo
eficiente para producir carne. Bueno, sí que valen para algo. Valen para caer
en una cinta transportadora que termina en una máquina que los tritura vivos.
Allí se transforman en una pasta sanguinolenta que sirve para hacer
abono.
Si os
preguntáis por el destino de las hembras... la verdad es que no sabría deciros
si es mejor o peor. Nosotros las metemos en cajas y son vendidas a granjas de cría
intensiva. Allí viven unos meses hacinadas en pequeñas jaulas hasta que su
producción de huevos deja de ser rentable. Entonces se las envía al matadero.
Yo antes no sabía nada de esto. Empecé a informarme hace poco y me quedé
bastante impactado.
Un día pensé
en el hecho de que los pollitos son bebés. Quiero decir, es algo que ya sabía,
pero aquel día me detuve a reflexionar sobre ello. Y mientras divagaba me
empecé a imaginar una enorme cinta transportadora llena de críos llorando,
hacinados, muertos de miedo, y unas grotescas manos levantándolos por el aire y
lanzándolos a una trituradora. Y pensé en el desagradable sonido de los huesos
quebrándose y en la sangre fluyendo a litros y en los alaridos de dolor
apagándose... y aquella noche no pude dormir.
Ayer había
terminado mi turno y me disponía a marcharme a casa cuando vi un pollito
en el suelo. Debió caerse de las cintas transportadoras, es algo muy habitual.
Se le veía abatido, como si estuviera triste... no sé cómo explicarlo, casi no
se movía. Daba mucha pena verlo ahí solo en medio de la gigantesca fábrica. Lo
cogí y empezó a piar, aunque seguía muy quieto. Estuve observándolo un rato en
mi mano. Todos los pollitos son suaves, pero mientras trabajas no te paras a
fijarte en esas cosas. En ese momento sí que me fijé. Estuve acariciándolo con
los dedos, notando la suavidad de su plumón y me pareció el ser más frágil e
indefenso del mundo. Examiné su ala, me acerqué a la cinta y lo arrojé donde
correspondía.
Era un
macho.
Al salir a la
calle empecé a encontrarme mal. Decidí ir andando a casa para tomar el aire a
pesar de la larga distancia. Por el camino se me fue haciendo de noche al
tiempo que una especie de sentimiento de culpa se iba apoderando de mí. Las
estrellas salpicaron el cielo y poco después llegué a casa, arrastrando los
pies y sufriendo una angustiosa opresión en el pecho. Cuando me desplomé sobre
la cama me sentía totalmente desolado pero me reconfortó un poco el haber
tomado la firme decisión de buscar otro trabajo.