17/4/21

Soledad en la avenida Lexington: análisis temático de un cuento de Gonzalo Calcedo

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura Narrativa española actual, impartida por don Guillermo Laín Corona en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


INTRODUCCIÓN

Desde que en 1996 publicase su primer libro, Esperando al enemigo, el palentino Gonzalo Calcedo ha ido fraguándose un nombre dentro del panorama del cuento español. Prueba de ello son los dieciséis volúmenes de relatos que ha llevado a imprenta¹, los importantes premios que ha ido recibiendo² y las numerosas ocasiones en que sus historias han sido seleccionadas para figurar en antologías³. 

Uno de los temas recurrentes en la obra de Calcedo es la soledad del ser humano contemporáneo. Así, de su primer libro se dijo que ciertos «temas relacionados entre sí, vuelven de manera casi obsesiva a lo largo de los cuentos: soledad, huida, destrucción, desagregación, conflicto»⁴; la soledad ha sido percibida como elemento relevante también, por ejemplo, en El peso en gramos de los colibríesTemporada de huracanes o Las inglesas. El mismo escritor así lo ha declarado en más de una ocasión: 

Mis temas, lo reconozco, de tan habituales pueden parecer superfluos. Lo comentaba al principio. No analizo la sociedad en conjunto, sino sus fracciones, los individuos. (…) Frustración, soledad, desengaño, complacencia, miedo, egoísmo.

De modo similar, en otra entrevista apuntó que, aunque no se considera un cronista de época o un escritor del realismo social, «analizando la soledad del individuo se llega a un retrato más o menos convincente y sentido de lo que somos»⁶. 

Respecto al libro El prisionero de la avenida Lexington, ambientado en la ciudad de Nueva York, Calcedo explicó que muchas de sus historias tienen «la idea de la soledad moderna en su centro». En concreto, en una entrevista para el capítulo 77 del programa Silencio se lee, preguntado por el relato que da título al volumen, el escritor explicó que el elemento fundamental de ese cuento, un breve intercambio de señales lumínicas entre dos personajes desde distintos edificios, constituye en el fondo «un símbolo de lo que sería la soledad».

Teniendo en cuenta todo lo dicho hasta ahora, en los próximos apartados me propongo examinar el trasfondo temático de «El prisionero de la avenida Lexington», para lo cual me serviré de los análisis que varios autores han realizado en torno a la cuestión de la soledad del hombre contemporáneo. 

EL TRATAMIENTO DE LA SOLEDAD POSMODERNA EN «EL PRISIONERO DE LA AVENIDA LEXINGTON»

Desde el ámbito de la psicología se ha definido la soledad de diversos modos, por ejemplo, como «una experiencia displacentera, asociada con la carencia de intimidad interpersonal», como «la ausencia real o percibida de relaciones sociales satisfactorias» o como «una discrepancia entre las relaciones interpersonales actuales y las deseadas»⁷. Otros autores, desde disciplinas como la filosofía, la sociología o la antropología, han estudiado como una cuestión fundamental 

el tema de la soledad contemporánea como resultado de los procesos históricos, económicos y sociales que conducen a la llamada posmodernidad, modernidad tardía o modernidad líquida en las sociedades occidentales contemporáneas⁸.

Muchas de las ideas desarrolladas por estos autores en torno a la soledad posmoderna se perciben con nitidez en las páginas de «El prisionero de la avenida Lexington», independientemente de si Gonzalo Calcedo las conocía o de si pretendía desarrollarlas en el relato. Desde Durkheim hasta Bauman, pasando por Riesman o Lipovetsky, no son pocos los intelectuales cuyos enfoques sobre este fenómeno psicológico y social pueden servir de guía para mis propósitos.

Pero antes de entrar en materia, considero que puede resultar útil exponer, siguiendo la metodología de Fernando Lázaro y Evaristo Correa para el comentario de texto⁹, el asunto y el tema de «El prisionero…» con el objetivo de que los lectores que no conozcan el cuento puedan hacerse una idea de su argumento y para mostrar hasta qué punto la soledad constituye el eje temático de la narración. En pos de la claridad, he procedido a extraer el asunto y el tema de las dos partes del cuento por separado para después hacerlo en conjunto. El resultado ha sido el siguiente: 

  • Asunto de la primera parte: en su huida de la soledad, una mujer acaba desatendiendo a su hijo y provocando a su vez la soledad del pequeño, quien trata de evadirse jugando con el interruptor de una lámpara.
  • Asunto de la segunda parte: un profesor hospedado en un hotel interpreta un aparente intercambio de señales lumínicas como un acto comunicativo, sufriendo un dramático desengaño posterior. 
  • Asunto del cuento: un niño desatendido por su madre engaña sin saberlo, al jugar con una lámpara, a un profesor que se encuentra en el edificio de enfrente y que interpreta las señales lumínicas como un acto de comunicación. 

A partir de aquí, he procedido a extraer los temas del siguiente modo: 

  • Tema de la primera parte: nuestros intentos por escapar de la soledad pueden perjudicar a quienes más queremos.
  • Tema de la segunda parte: la soledad puede doler hasta el punto de que el menor atisbo de compañía nos haga temblar de emoción.  
  • Tema del cuento: el mundo actual se encuentra lleno de seres solitarios e incomunicados que podrían llegar a ayudarse si se rompieran las barreras de su aislamiento. 

Veamos, ahora sí, algunas ideas sobre la soledad contenidas en «El prisionero de la avenida Lexington».

LA METRÓPOLIS SOLITARIA

En fechas ya tan lejanas como los últimos años del siglo XIX, algunos autores empezaron a reflexionar sobre cómo la vida en las grandes ciudades estaba afectando a los seres humanos. Emile Durkheim, en El suicidio (1897), describió este drama social como una enfermedad que es a la vez resultado y signo de la corriente de tristeza colectiva que afecta a las comunidades civilizadas. Por otro lado, en La división del trabajo social (1893), definió la anomia como una situación de falta de integración del individuo y como un factor determinante en el suicidio. Vemos pues cómo las ideas de Durkheim permiten relacionar el suicidio, la tristeza, la soledad y la vida urbana. 

En «El prisionero…» nadie se quita la vida pero los personajes principales se encuentran sumidos en la tristeza y envueltos en una atmósfera urbana deprimente. Así, Vivian culpa del «decaimiento de su hijo» a los «lúgubres volúmenes» del edificio donde viven, en cuyas ventanas la tormenta se mira «con tristeza» mientras deja caer «agrios goterones» sobre la ciudad. El niño, que camina «mohíno y sufrido», parece tratar de escapar de su situación recurriendo a cualquier novedad: un perro que ladra a los truenos, el cuadro de mandos del ascensor, la posibilidad de pintar un barco con la niñera. Vivian, acostumbrada a que sus clientes estallen en lamentos amargos al teléfono a causa de los vaivenes de la bolsa, se siente «mezquina (…) miserable y desdibujada» al observar la figura taciturna de su hijo jugueteando con el interruptor de la lámpara. Por su parte, el profesor Pirelli, tras impartir una conferencia en la que se le «agriaron» las palabras, vuelve a «enclaustrarse» en su habitación de hotel, donde se deja llevar por pensamientos macabros como la posible muerte de los conductores que se alejan de la ciudad  o  la suya propia tras reflexionar sobre la sensación fría del cristal de la ventana en su mano. 

George Simmel también estudió las particularidades de la vida en las grandes ciudades y algunas de sus ideas sobre la condición de extranjería¹⁰ pueden resultar de sumo interés para el tema que nos ocupa. El sociólogo alemán explicó que en el individuo extranjero convergen elementos cercanos y lejanos, del lugar en el que se encuentra y del que procede. Además de esto, su condición de diferente respecto al grupo le confiere la ventaja de poder observar a los demás con cierta «distancia crítica, como si viera (…) desde lo alto». 

Estas reflexiones serían perfectamente aplicables al profesor Pirelli, y no solo por su condición de extranjero en sentido estricto. Su especialidad, la poesía italiana de entreguerras, no parece encajar muy bien en una megápolis hipermoderna como la que se nos describe en el relato, donde no hay tiempo para nada que no sea el trabajo y el consumo, mucho menos para cuestiones como apreciar la belleza de unos textos escritos décadas atrás y a miles de kilómetros de distancia. Pirelli, además, se siente viejo y ello ha terminado por convertirlo también en una especie de extranjero entre la gente de la que solía rodearse. Las alumnas ya no van a su despacho a agasajarlo, los asistentes a sus conferencias muestran gestos torcidos y brazos cruzados «para contener la incredulidad» y, cuando decide tratar de integrarse acudiendo a un bar con unos estudiantes, termina convertido en «atracción circense». El profesor, aunque ducho en el trajín de los desplazamientos y los homenajes, se siente fuera de lugar en una ciudad como Nueva York, ansía cruzar el océano para regresar a su hogar y, poéticamente, se imagina a sí mismo «en otro país, cabalgando osado su bicicleta con el pan redondo trastabillando en la cestilla, la campiña desdoblándose a su paso». Por otro lado, su condición de diferente le permite convertirse en «un observador neutral de los vicios urbanos» y desde la séptima planta de su hotel analiza a las limpiadoras del edificio de enfrente como un entomólogo ante «un terrario con sus especímenes» o emite juicios prosaicos sobre el tráfico.  

Cabría mencionar de nuevo a los clientes de la agencia inmobiliaria de Vivian, quienes al llegar la primavera, desarrollan una especie de repulsión por la gran ciudad y desean vender sus inmuebles para marcharse a otros barrios más cercanos a la naturaleza y con una menor densidad de población. Parecería, pues, que estos individuos acaban por verse a sí mismos como extranjeros en la ciudad, y que terminan deseando escapar hacia algún sitio en el que puedan sentirse integrados. Desde la psicología, se considera que existe un nivel óptimo de contacto social para cada individuo. Por debajo de ese óptimo, las personas experimentan soledad mientras que cuando se produce un exceso de interacción social, se percibe hacinamiento o pérdida de privacidad¹¹. Parecería entonces que soledad y hacinamiento constituyen las dos caras de la moneda del malestar social en las grandes ciudades. Aunque en el cuento de Calcedo se trata sobre todo la soledad, vemos que el hacinamiento puede ser el responsable de que los mencionados clientes de Vivian ansíen mudarse a zonas menos pobladas. 

A este respecto, creo que resulta pertinente traer a colación la película El prisionero de la Segunda Avenida (1975), de Melvin Frank, en la cual Calcedo, gran aficionado al cine, evidentemente se inspiró, por lo menos a la hora de elegir título. En dicho filme podemos ver a un protagonista que siente un profundo malestar a causa de factores como el ruido de los vecinos, el olor de las basuras o el verse embutido entre personas cada vez que toma el ascensor del trabajo. Es el hacinamiento y no la soledad la causa de sus pesares. Sin embargo, hacia la mitad de la película la situación cambia. Pierde su empleo, su mujer empieza a trabajar y él se ve obligado a pasar largos periodos de tiempo sumido en la soledad de su apartamento hasta el punto de acabar desarrollando una grave crisis nerviosa. Es cierto que el relato de Calcedo no adquirió excesivas deudas con la película, más allá del título y la localización, pero considero que resulta interesante comparar los diferentes enfoques a la hora de analizar a unos y otros personajes, prisioneros todos ellos de la misma cárcel urbana, aunque se encuentren cumpliendo diferentes tipos de condena. 

HIPERCONSUMISMO, ENCUENTROS VACÍOS Y SOLEDAD

El sociólogo estadounidense David Riesman estudió en su obra La muchedumbre solitaria (1950) a las clases medias urbanas de su país, definiendo un tipo de actitud surgido en aquellos años en las grandes ciudades y a la que se refirió como «carácter dirigido por otros». Los individuos con dicho carácter son los que conformarían la «muchedumbre solitaria» del título de su obra. Sufrirían de una fuerte necesidad de aprobación social, la cual tratarían de satisfacer a través del consumo homogeneizador y «de una intimidad rápida, aunque a veces superficial, con todos». 

El personaje de Vivian se ajusta perfectamente a este arquetipo social, pues el consumismo y la búsqueda de relaciones superficiales constituyen los dos rasgos básicos de su personalidad. Así, en los primeros párrafos, vemos que la mujer utiliza un «inservible, exiguo y carísimo bolso Sisi que había estrenado ese día». Del mismo modo, los logos de otras importantes marcas lucen en su barra de labios, en su billetera, en su polvera y en sus sandalias. Incluso el edificio donde vive parece querer aludirla con su nombre: Sponsor. La mujer tiene tanta prisa que renuncia a mostrar «más compasión» por su hijo de siete años, que camina visiblemente apesadumbrado; la causa es que tiene una cita con un hombre con el que espera «intentar remendar su corazón» satisfaciendo su necesidad de ser amada durante unas «cuatro horas, todo incluido». Al percatarse de la situación de abandono en que se encuentra su hijo, Vivian llega a sentirse mal y se plantea si el tipo con el que ha quedado se merece el tiempo que está dejando de dedicar al pequeño. Sin embargo, parece que finalmente decide que esa relación superficial sí merece la pena, pues le dice al niño que puede que la niñera llegue tarde y que tendrá que quedarse un rato solo (es decir, aún más solo). Por si fuera poco, le miente, añadiendo que «Mamá no tiene más remedio que irse».  

Por su parte, el filósofo francés Gilles Lipovetsky, analiza en La era del vacío (1983) cuestiones como el hiperconsumismo y el narcisismo social en los tiempos posmodernos. El autor llamó la atención sobre el hecho de que ya en los años setenta un número cada vez mayor de estadounidenses vivieran solos. Además, señaló que cuanto mayores son las posibilidades de tener encuentros, mayor es la soledad que acaban sintiendo los individuos, pues esas relaciones demasiado libres dificultan que surja algo intenso. Esto daría lugar a una generalización de «la soledad, el vacío, la dificultad de sentir», produciendo lo que el filósofo llama «desolación de Narciso». En este sentido, apunta Lipovetsky que ese narcisismo no solo se caracteriza por la autoabsorción hedonista sino también por la necesidad de reagruparse con seres «idénticos». 

Los personajes adultos de «El prisionero…», además de sentirse solos, forman parte de esa masa de individuos que vive en soledad. Vivian, divorciada, habita con su hijo pequeño al que apenas hace caso en un apartamento heredado tras la muerte de sus padres. Por otra parte, el hombre con el que ha quedado no parece ser muy distinto a ella: son compañeros de trabajo y en él vislumbra posibilidades como dar un paseo en lancha motora o tener «un poco de sexo de batín y pijama». Respecto a Pirelli, sabemos que recientemente fue abandonado por su última amante. No se nos ofrecen más datos en ese sentido, pero nada parece apuntar a que cuente con una familia que le espera en Italia. Además de esto, es interesante tener en cuenta que, aunque se encuentra solo, elude diversas oportunidades de tener compañía. Al finalizar la conferencia, y a pesar de no tener prisa ni nada que hacer, se marcha al hotel rechazando «todas las invitaciones, evadiéndose como un fariseo de sus deberes sociales». Una vez allí, evita atender una llamada telefónica por si es alguien «empeñado en rescatarle e invitarle a cenar; tal vez un filántropo interesado en sus pesares». A Pirelli no le interesa compartir su tiempo con estas personas y tal vez se deba a que no considera que se parecen a él. Esto explicaría su excitación ante el descubrimiento del supuesto mensaje lumínico, ante la posibilidad de mantener contacto con «un alma gemela». 

Por último, el filósofo polaco Zygmunt Bauman expuso en una de sus 44 cartas desde el mundo líquido (2011) el concepto de «soledad masificada». Bauman explica que el uso de Internet y los dispositivos electrónicos nos ha llevado a vivir sumergidos en un «flujo incesante de contactos superficiales; una pérdida constante de intimidad y un cúmulo de intercambios demandantes y vanos». El filósofo argumenta que esa necesidad permanente de estímulos no ha sido causada por las propias tecnologías digitales sino que estas, como mucho, han podido agudizar un problema preexistente. Los seres humanos tienen un natural deseo de compañía pero muchas veces se sienten frustrados en sus relaciones sociales. Hoy, gracias a las tecnologías digitales, existe la posibilidad de relacionarse instantáneamente con cientos de individuos con la ventaja de poder interrumpir la interacción en cualquier momento. Según Bauman, esta situación acarrea una serie de problemas pues, por un lado, la gente tiende a renunciar a la interacción tradicional con el entorno inmediato y, por otro, al contar permanentemente con esa compañía digital, nunca aprovechan la vertiente positiva de la soledad, aquella que nos permite «reflexionar, crear y, en definitiva, atribuir sentido y sustancia a la comunicación». 

La presencia en «El prisionero…» de una conversación a través de telefonía móvil entre Vivian y Marucha, la niñera, parece indicar que cronológicamente la historia está ambientada en un momento anterior, pero muy próximo, a la explosión de las redes sociales que ha dado lugar a los fenómenos apuntados por Bauman. Ya tendríamos, entonces, el germen de todo lo que estamos viviendo ahora. Vivian manifiesta una considerable necesidad de interacción social, como hemos ido viendo, pero algunos hechos indican que la frustración constituye una constante en sus relaciones, no solo por haber pasado por un divorcio, sino también por informaciones desveladas por el narrador, como que la mujer no toleraría la compañía masculina durante más de cuatro horas o que no permitiría entrar en su habitación a ningún acompañante «con un coeficiente intelectual y emocional inferior a ciento cincuenta». Como decía, las redes sociales todavía no han hecho su aparición en escena, pero los televisores forman parte de la vida cotidiana y cumplen su función como sustitutos de la compañía humana convencional. Así, nada más entrar en el apartamento, Vivian delega en el televisor «sus responsabilidades de madre» y, poco después, se extraña de no escuchar el sonido del programa infantil que suele ver su hijo, hasta el punto de acudir a la sala y preguntar al pequeño por qué no está viendo la tele. Por su parte, Pirelli, sumido en la soledad de su hotel, tras reflexionar sobre las posibles muertes de los conductores, experimenta un arrebato de inspiración, considera que debería trabajar y que podría hacerlo en el escritorio que tiene delante. Sin embargo, decide rechazar la posibilidad de aprovechar esa situación para crear y se limita a seguir «junto a la ventana en la misma postura, impertérrito, sucediéndose a sí mismo minuto a minuto».

CONCLUSIONES

A lo largo del presente trabajo hemos podido ver que la soledad, materia temática fundamental de «El prisionero de la avenida Lexington», se encuentra en este cuento tratada mediante una serie de enfoques que remiten con claridad a un gran número de ideas expresadas por intelectuales tan relevantes como Emile Durkheim, Georg Simmel, David Riesman, Gilles Lipovetsky o Zygmunt Bauman. Los personajes principales del relato representan y encarnan diferentes tipos de comportamientos y actitudes omnipresentes entre las masas sociales que habitan las grandes ciudades del mundo contemporáneo. Percibimos en ellos la tristeza, la búsqueda desesperada de contacto con seres similares, la frustración ante el fracaso de las expectativas en las relaciones, el consumo como vía para obtener aprobación social o para llenar el vacío de la existencia, la sustitución de compañía humana genuina mediante la tecnología, el rechazo de la soledad como oportunidad para la reflexión, la creación y el autoconocimiento o la falta de sensación de pertenencia e integración. 

Sin duda Gonzalo Calcedo ha demostrado en este cuento una enorme capacidad de observación y análisis del ser humano posmoderno y una notable destreza al plasmar en su relato todas estas cuestiones relacionadas con la soledad como problemática fundamental de los tiempos presentes. No es posible saber si nuestro autor había leído previamente a los intelectuales mencionados o si pretendía tratar justamente esas ideas en el relato, pero es evidente que, en cualquier caso, sí que logró percibir los mismos fenómenos y problemas y que fue capaz de exponerlos de un modo distinto, no a través del ensayo, sino mediante la literatura, logrando con ello igualmente un tratamiento profundo y sugestivo gracias a su dilatada experiencia en la narrativa breve, dentro de la cual se ha convertido en todo un maestro en el arte de crear historias que constituyan límpidos espejos en los que mirarnos. 

NOTAS 

¹ Sobre la prolificidad de Calcedo, Miguel Ángel Muñoz comenta que el palentino se ha convertido en «una especie de recordman indiscutible, como poco de la literatura contemporánea española» y que es casi imposible encontrar «a un autor español que haya publicado nueve libros de relatos en sólo [sic] once años», Muñoz, 2011, p. 113.
² Por citar solo unos pocos: Premio Tiflos de 2005, Premio Caja España de 2006, Premio NH Vargas Llosa al mejor libro de relatos de 2010, Encinar, 2020, p. 165.
³ Algunas son: Los cuentos que cuentan, Pequeñas resistencias, Cuento español actual o Madrid, Nebraska.
⁴ Vuillequez, 2017, párrafo 15.
⁵ Muñoz, 2011, p. 119.
⁶ «Cuestionario básico» del blog Cierta distancia, gestionado por el escritor Miguel Sanfeliu: http://bit.ly/miguelsanfeliu.
⁷ Las tres definiciones provienen de Montero y Sánchez, 2001, p. 20.
⁸ Toda la información sobre las ideas de los diferentes pensadores provienen de García Peña, 2019.
⁹ El método consiste en realizar un resumen a modo de sinopsis denominado asunto para después eliminar de él todo lo específico, logrando así descifrar el tema, es decir, la idea básica que el autor ha querido transmitir al crear su obra, Lázaro y Correa, 2019, pp. 27-30. 
¹⁰ Tal como explica Lilia L. García Peña, esta noción no tiene por qué implicar necesariamente la procedencia de otro país sino que puede aplicarse a quienes sienten que no pertenecen al lugar en el que se encuentran.
¹¹ Montero y Sánchez, 2001, p. 22.

BIBLIOGRAFÍA

Calcedo Juanes, G., «El prisionero de la avenida Lexington», en Encinar, A., (ed.), Cuento español actual (1992-2012), Madrid, Cátedra, 2020.

García Peña, L., «La soledad contemporánea desde la obra de pensadores esenciales: análisis y perspectivas”, Iztapalapa, 86, enero-junio de 2019, pp. 185-206, en línea, http://bit.ly/garciapena.

Lázaro, F. y Correa, E., Cómo se comenta un texto literario, Madrid, Cátedra, 2019.

Montero, M. y Sánchez, J., «La soledad como fenómeno psicológico: un análisis conceptual», Salud Mental, vol. 24, núm. 1, febrero de 2001, pp. 19-27, en línea, http://bit.ly/soledadfenomeno.

Muñoz, M. A., La familia del aire. Entrevistas con cuentistas españoles, Madrid, Páginas de Espuma, 2011. 

Vuillequez, C., «De la crisis del individuo a la escritura de la crisis: hacia una fenomenología de la crisis en los cuentos de Gonzalo Calcedo», Líneas, Crises et représentations, Partie 2, 2017, en línea, https://revues.univ-pau.fr/lineas/1329.


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