15/5/20

Reseña de «Nada» (1944), Carmen Laforet

Las historias enmarcables en el borrascoso transito de la adolescencia a la vida adulta, suelen contar con un valor añadido respecto a otras obras gracias a su inmenso poder de evocación y al aura de nostalgia que las envuelve. Nada, de la escritora barcelonesa Carmen Laforet, publicada en 1945, ganadora de la primera edición del Premio Nadal y tercera novela española más traducida de la historia (solo después del Quijote y de La familia de Pascual Duarte), constituye un ejemplo paradigmático de ese tipo de ficciones.

Con una prosa bella y delicada, lírica y sublime, rebosante de imágenes insólitas («La noche se presentaba espléndida, con su aliento tibio y rosado como la sangre de una vena, abierta dulcemente sobre la calle»), sus páginas nos relatan las vivencias y reflexiones de Andrea, una solitaria joven de dieciocho años que, en lo más crudo de la posguerra, llega a Barcelona para estudiar letras en la universidad. La muchacha, con la maleta cargada de libros y el corazón repleto de anhelos, es recibida en el número 32 de la calle Aribau por un elenco de personajes cuyos rasgos oscilan entre la ternura más entrañable y la crueldad más siniestra. Tras las paredes de aquella sórdida vivienda, atormentada por el hambre y el desengaño, Andrea será testigo de un paulatino y brutal declive de la condición humana. 

Nada es horror y encanto, esperanza y desaliento, fatalidad y melancolía. Nada es todo lo que una gran novela debe ser: una historia circular y completa, repleta de contrastes, construida con maestría y audacia, poblada por personajes reales, vivientes, orgánicos, una obra que engancha como un placer prohibido y que sobrecoge como aquellas experiencias que pugnan por ser contadas. 


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