Los
tentáculos retráctiles del ascensor
rezuman
una niebla
esponjosa
y cuneiforme. Varias
ecuaciones
totalitarias anacronizan su
interior,
estigmatizando
plomo
por
las
pesadillas.
Resquebrajantes
insolvencias mendigan
un
remilgo en sepia taciturno
a pesar
del frío añejo
e
historiador
de
las
entretelas errantes.
A día
de hoy
las
baldías introspecciones
acostumbran
a desarmar
ficciones
de mermelada.
Este
ambiente centrípeto
facilita
que un
noble amanecer, el
último tormento
de la guerra
ignífuga
se
enamore,
extraterrestremente,
de
sus
propios
designios.
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