14/6/24

El microrrelato más breve del universo

El dinosaurio, de Augusto Monterroso, es, probablemente, el microrrelato más conocido del mundo. Sin embargo, sus escasas nueve palabras, título incluido, no logran convertirlo, ni de lejos, en el más breve. Y es que existen, literalmente, docenas de cuentos de menor extensión que el mencionado. Algunos de ellos serían:

Callejón sin salida, de Élmer Mendoza, que contiene tres palabras en el título y una en el cuerpo.

  • Epitafio para un microrrelatista, de Marcelo Gobbo, con cuatro palabras en el título y ninguna en el cuerpo, aunque aquí sí que muestra un punto ortográfico. 
  • Luis XIV, de Juan Pedro Aparicio, con dos palabras en el título y una en el cuerpo.
  • Autobiografía, de Aloé Azid, con solo una palabra en el título y otra en el cuerpo. 
  • Dios, de Sergio Golwarz, con una palabra en el título y la misma palabra en el cuerpo.
  • El fantasma, de Guillermo Samperio, con dos palabras en el título y ninguna en el cuerpo.
  • Alzheimer, de Marcial Fernández, con una palabra en el título y ninguna en el cuerpo. 

Podría parecer que superar esta última genialidad resultaría imposible, pero veamos de qué es capaz un servidor. 

Hace poco, anduve elaborando un inventario literario con todas las historias que he escrito, las publicadas, las publicables y las impublicables, obteniendo la honrosa cifra de trescientas cinco narraciones. De estas, considero que pueden englobarse en el género del microrrelato unos doscientos veinticinco cuentos, una auténtica brutalidad. La cuestión es que, hasta que concebí el microrrelato más breve del universo, yo no poseía demasiados buenos candidatos para figurar en el sugestivo ranquin de la súper concisión. Exploremos entonces la que, hasta hace poco, era mi mejor triada, examinando los textos de forma descendente, de mayor a menor número de palabras, deteniéndonos en un breve comentario sobre cada uno.

INTERPELADO

—¿Tú eres deontólogo o utilitarista?

—No, no, yo trabajo en una oficina.

Microrrelato humorístico y teatral de trasfondo filosófico aparecido en el número IV de la revista Tiempos oscuros y que posee una gigantesca extensión comparada con la de los mencionados más arriba, ya que contiene trece palabras entre título y cuerpo. 

DESENLACE

La cosa acabó regular, tirando a genocidio.

Impreso entre las páginas de la antología Puñaladas a medianoche, sería otro de mis cuentos humorísticos más conocidos. A pesar de poseer una extensión notablemente más breve que Interpelado, con un total de ocho palabras, siempre entre título y cuerpo, continúa resultando muy largo como para jugar en la liga de los microrrelatos más microrrelatos, pues supera incluso a El dinosaurio de Monterroso. 

¿ESTAMOS MUERTOS?

—Sí.

Por último, tenemos el que constituye mi mejor cuento, aparecido en mi último libro, Melodramas terminales. Sinceramente, creo que, si perteneciera a un autor de mayor renombre, se habrían escrito, por lo menos, dos o tres artículos sobre él, si no alguna tesis doctoral. Resquemores aparte, esta narración sí que podría entrar como miembro de pleno derecho en el club de las ficciones más ultra lacónicas, gracias a su cómputo total de tan solo tres palabras, aunque un servidor quedaría aún demasiado lejos de llegar a ser el creador que coronase la cima de nuestro codiciado pódium.

Sin embargo, hace unos días logré convertirme en ese creador, aunque nadie lo sepa y aunque casi nadie lo vaya a saber, pues concebí, que no escribí, el microrrelato más breve del universo, el cual consta, lógicamente, de cero palabras en el título y de cero palabras en el cuerpo. Por eso digo que lo concebí y que no lo escribí, porque al no tener palabras no puede ser redactado. Sin embargo, mi microrrelato está ahí. Si contuviese una palabra, se encontraría allí donde estuviera dicha palabra. Pero como no tiene ninguna, está aquí mismo, y aquí, y aquí, y en toda la pantalla o el papel, y cubriendo toda la pared de la sala y en cada planeta, en cada germen, en cada agujero negro y en cada partícula subatómica, lo que irremediablemente me lleva a pensar que no solo he concebido el microrrelato más breve del universo, sino también el ente más grande, más inmenso, pues está en todas partes, aunque no lo podamos ver y, por tanto, es imposible no llegar a la conclusión de que he creado a Dios. 

¿En qué lugar me coloca esto a mí? 



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