23/6/24

Las mejores obras de los ganadores del Premio Cervantes

El Premio Cervantes recompensa cada año (con 125.000 euros y un impresionante prestigio) la trayectoria de algún escritor hispanohablante cuya obra haya contribuido al engrandecimiento de nuestra lengua y nuestra cultura. 

Como cualquier galardón, arrastra sus polémicas y, entre ellas, destaca la de llamativos ausentes como Gabriel García Márquez y Vicente Aleixandre, ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura

Dejando esta y otras cuestiones de lado (posibles tejemanejes urdidos desde diferentes esferas de poder, favoritismos de antiguos laureados hacia ciertos candidatos...) parece evidente que semejante distinción no se encuentra al alcance de cualquier hijo de vecino. Y es que, estos venturosos héroes de las bellas letras han forjado sin duda un conjunto de obras entre las que se encuentra lo más granado, innovador y majestuoso de la literatura concebida en español durante los últimos decenios. 

Por ello, creemos que ya iba siendo necesaria la presencia en este humilde blog de una lista que recogiese los mejores libros de los agraciados con tan ilustre y discutido premio. 

Sea, pues:

Cántico, de Jorge Guillén. Con 334 poemas en sus últimas ediciones, esta obra te invita a celebrar la vida, a encontrar belleza en el mundo y a disfrutar del lenguaje poético en toda su riqueza.

El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Es una obra maestra de la literatura hispanoamericana que teje una historia fascinante combinando elementos históricos, ficción y realismo mágico.

Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Considerado como uno de los libros más importantes de la posguerra española, constituye un desgarrador canto de agonía, protesta y desesperación ante la miseria, la injusticia y la violencia que asolaban España tras la Guerra Civil.

El Aleph, de Jorge Luis Borges. Maravilloso libro de relatos que explora temas como la infinitud, la realidad, la memoria y la literatura a través de un lenguaje preciso y elegante, lleno de metáforas e imágenes sugerentes, que crea una atmósfera de misterio y fascinación.

Versos humanos, de Gerardo Diego. Considerada una de las cimas de la poesía española del siglo XX, explora la condición humana en toda su complejidad, desde la alegría y el amor hasta la tristeza, la muerte y la desesperanza y lo hace con un lenguaje sencillo y directo, pero a la vez lleno de fuerza y de belleza.

El astillero, de Juan Carlos Onetti. Es una novela compleja y fascinante que sondea las profundidades del ser humano a través de la historia de Larsen, un hombre que regresa a la ciudad de Santa María después de cinco años de exilio.

El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Considerada una obra cumbre de la literatura mexicana y traducida a más de veinte idiomas, es un ensayo fundamental que explora la identidad del mexicano desde una perspectiva histórica, cultural, psicológica y filosófica.

La casa encendida, de Luis Rosales. En este poemario autobiográfico, Rosales realiza un viaje poético a la memoria y la infancia, evocando recuerdos de su vida familiar en la casa paterna de Granada. A través de imágenes sensoriales y un lenguaje rico y evocador, el poeta crea una atmósfera nostálgica y melancólica que nos transporta a un mundo perdido.

Marinero en tierra, de Rafael Alberti. Considerado uno de los poemarios más importantes de toda la Generación del 27, está lleno de imágenes vívidas, metáforas originales y versos de gran musicalidad. y muestra la evolución de su autor desde sus inicios neopopulares hasta su etapa más vanguardista.

El túnel, de Ernesto Sabato. Es sin duda una de una de las mejores novelas psicológicas de la literatura hispanoamericana del siglo XX y narra la historia de Juan Pablo Castel, un pintor atormentado que se encuentra en la cárcel a la espera de su juicio por el asesinato de su amante, María Iribarne.

La saga/fuga de J. B, de Gonzalo Torrente Ballester. Esta monumental novela, que podría definirse como odisea esperpéntica por la Galicia rural, es sin ningún género de dudas una obra cumbre de la literatura española del siglo XX y leerla constituye una experiencia envolvente y maravillosa

Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo. Esta obra fundamental del teatro español del siglo XX se desarrolla en un único escenario, una escalera de vecindad, y en tres actos, enmarcados en los años 1919, 1929 y 1939, retratando la vida de dos familias. El autor explora temas como la frustración, la incomunicación, el destino y el paso del tiempo. 

La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Con un lenguaje rico y complejo lleno de metáforas y referencias históricas, narra la historia del político e industrial Artemio Cruz, que rememora su vida desde el lecho de muerte, una vida marcada por el éxito, la ambición, la corrupción y el fracaso.

Filosofía y poesía, de María Zambrano. En esta obra imprescindible del pensamiento español del siglo XX, la autora muestra unas ideas creativas y originales, exponiendo profundas reflexiones con un lenguaje bello y poético. A lo largo de sus páginas, Zambrano nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del ser humano, el papel del conocimiento, la búsqueda de la verdad y el poder del lenguaje.

Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos. Novela que explora los recovecos del poder, la identidad y la memoria histórica. A través de la magistral voz del dictador perpetuo, el Supremo, Roa Bastos nos sumerge en un torbellino de reflexiones filosóficas, delirios oníricos y crudas realidades.

La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Es obra maestra de la ciencia ficción y la literatura fantástica, reconocida por su magistral manejo del suspense, la exploración de la identidad y la soledad, y su profunda reflexión sobre la naturaleza de la realidad.

La cabeza del cordero, de Francisco Ayala. Es una colección de cinco relatos cortos que analizan las devastadoras consecuencias de la Guerra Civil española y sus repercusiones en la vida de los personajes. Con una prosa sobria y concisa, el autor retrata la desolación, el exilio, la pérdida y la búsqueda de redención en un contexto histórico marcado por la violencia y la represión.

Los santos inocentes, de Miguel Delibes. Probablemente la mejor novela del vallisoletano, constituye una lectura imprescindible para cualquier persona que quiera comprender la realidad de la España rural de la posguerra y reflexionar sobre la importancia de la justicia social y la dignidad humana.

La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Ambientada en el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, la novela narra la historia de un grupo de cadetes adolescentes que se enfrentan a las duras normas disciplinarias y a la violencia física y psicológica de la institución. Con esta poderosa obra, el Premio Nobel hispano-peruano se hizo un hueco perpetuo en la historia de la literatura, y eso que fue su primera novela. 

La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Inauguró la corriente del tremendismo y catapultó a su autor hasta lo más alto del prestigio literario mundial. La novela nos muestra la cruda y desgarradora historia de Pascual Duarte, un campesino extremeño marcado por la violencia, la miseria y el fatalismo. A través de sus memorias, escritas desde la celda donde espera su ejecución, asistimos a una crónica familiar plagada de rencores, crímenes y desgracias.

Geografía es amor, de José García Nieto. Este poemario ha sido ampliamente reconocido por su preciso lenguaje, su sensibilidad y su original fusión de elementos geográficos y amorosos. A través de una serie de poemas líricos y evocativos, García Nieto nos invita a recorrer paisajes físicos y emocionales, entrelazando la belleza del mundo natural con la intensidad del amor.

Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. Es una lectura compleja y desafiante, pero también una obra maestra que merece ser leída y releída. Ambientada en la Habana de la década de 1950, la novela nos invita a conocer la vida nocturna de la ciudad, donde se mezclan personajes de la bohemia habanera, intelectuales, músicos y mafiosos.

Cuaderno de Nueva York, de José Hierro. A través de versos libres y un lenguaje rico en imágenes sensoriales, Hierro retrata la vibrante metrópolis con una mirada fresca y perspicaz, capturando la frenética actividad de las calles, la diversidad cultural de sus habitantes, la grandiosidad de sus rascacielos y la melancolía que subyace en la vida urbana.

Persona non grata, de Jorge Edwards. Ofrece una mirada crítica y desilusionada sobre el régimen de Fidel Castro, describiendo la atmósfera de control y represión que imperaba en la isla, la propaganda omnipresente y la falta de libertades individuales.  A través de sus agudas observaciones y su fina ironía, expone las contradicciones y el lado oscuro de la Revolución.

Mortal y rosa, de Francisco Umbral. Considerada una de las obras más íntimas y conmovedoras del autor, se trata de una elegía poética en la que Umbral plasma su dolor y reflexiones tras la muerte de su hijo pequeño. Expresa su dolor visceral, su rabia, su incomprensión ante la muerte prematura de su hijo. Las palabras se convierten en un torrente de emociones que van desde la más profunda tristeza hasta la más ardiente rebeldía.

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, de Álvaro Mutis. Reúne en dos volúmenes las siete novelas que narran las aventuras y desventuras de Maqroll, un personaje mítico que navega por los mares y ríos del mundo en busca de fortuna y redención. Apodado "el Gaviero" por su puesto en lo alto del mástil, es un hombre solitario y melancólico que ha dedicado su vida al mar.  A lo largo de su periplo, se enfrenta a todo tipo de peligros y desafíos, desde tormentas y naufragios hasta encuentros con piratas y traficantes.  Pero más allá de las aventuras externas, Maqroll realiza un viaje interior en busca de su propia identidad y significado en la vida.

El grano de maíz rojo, de José Jiménez Lozano. Compuesta por 18 relatos breves, la obra ofrece un retrato íntimo y conmovedor de la vida en la España rural de la posguerra, explorando temas como la pobreza, la religión, la tradición y la naturaleza.

Antología personal, de Gonzalo Rojas. Considerada como una obra esencial para comprender la poética de Rojas, esta antología nos ofrece un recorrido por los temas, estilos y etapas más importantes de su producción poética.

El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. Obra cumbre del realismo social y considerada una de las novelas más importantes de la literatura española del siglo XX, El Jarama narra las vivencias de un grupo de jóvenes madrileños durante un caluroso domingo de verano a orillas del río Jarama.

El arte de la fuga, de Sergio Pitol. El libro no tiene una estructura narrativa tradicional, sino que se compone de una serie de fragmentos interconectados que abarcan desde la infancia de Pitol en México hasta sus años de exilio en Europa.  A través de estos fragmentos, el autor nos comparte sus recuerdos, reflexiones sobre la literatura, retratos de personajes entrañables y críticas mordaces a la realidad política y social de su época.

Libro del frío, de Antonio Gamoneda. Considerado como uno de los libros más importantes de Gamoneda y un referente de la poesía de la experiencia, Libro del frío nos adentra en un universo poético marcado por la desolación, la muerte, la memoria y la búsqueda de sentido en la existencia.

Gotán, de Juan Gelman. se compone de una serie de poemas breves y fragmentados que exploran diversos temas como la infancia, el amor, la muerte, la ciudad y la política.  Los poemas de Gelman están llenos de imágenes surrealistas, metáforas evocadoras y un lenguaje que combina el coloquialismo con el registro culto.

Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Es una de la obras más conocidas del autor y una de las novelas más importantes de la literatura española del siglo XX.  Ganadora del Premio Biblioteca Breve en 1965, nos narra la historia de Manolo Pijoaparte, un joven de clase baja que se enamora de Teresa, una chica de clase alta, en la Barcelona de la posguerra.

Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. La historia se desarrolla en la década de 1940 en la Ciudad de México y gira en torno a Carlos Denegri, un joven de clase alta que se enamora de Mariana, la madre de su mejor amigo.  A través de una serie de flashbacks y reflexiones, Carlos nos narra su historia de amor imposible, marcada por la diferencia de edad, las barreras sociales y la nostalgia por un tiempo perdido.

Los hijos muertos, de Ana María Matute. Galardonada con el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa, radiografía la vida de una nación escindida y desgarrada, para intentar comprender las causas últimas de la injusticia y el odio. La conclusión que se desprende no puede ser más negativa y desalentadora: la infelicidad, reinará siempre en la tierra porque el mundo está mal hecho desde sus orígenes.

Poemas y antipoemas, de Nicanor Parra. Esta obra marca un hito en la historia de la poesía, introduciendo el concepto del antipoema y desafiando las convenciones poéticas tradicionales. El antipoema, se aleja de la solemnidad y la grandilocuencia, utilizando un lenguaje coloquial, humorístico e incluso irreverente. Los antipoemas de Parra incorporan elementos de la cultura popular, la crítica social y el humor negro, creando una poesía única y desafiante.

Ágata ojo de gato, de José Manuel Caballero Bonald. La novela se desarrolla en Argónida, un territorio ficticio que evoca el paisaje de las marismas del Guadalquivir, un ecosistema que Caballero Bonald conoce profundamente. Argónida es un lugar hermoso e inhóspito a la vez, descrito como un entorno salvaje con una sacralidad antigua que parece regirlo. Este escenario se convierte en un personaje más de la historia, influyendo en las acciones y el destino de los personajes.

La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. Esta obra de testimonio, basada en entrevistas a sobrevivientes, familiares y testigos de la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, se ha convertido en un referente imprescindible para comprender este trágico episodio de la historia mexicana.

Señas de identidad, de Juan Goytisolo. No es solo una novela experimental sobre el exilio, sino también una profunda reflexión sobre la identidad individual y colectiva. Goytisolo cuestiona los conceptos tradicionales de patria, nación y cultura, y explora la fragilidad y la inestabilidad de la identidad en un mundo en constante cambio.

Noticias del imperio, de Fernando del Paso. Novela histórica que narra la historia del Segundo Imperio Mexicano y la trágica vida de Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de Bélgica. Del Paso realiza una minuciosa reconstrucción histórica de la época, basándose en una amplia documentación y en una profunda investigación.

La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Esta obra, galardonada con el Premio de la Crítica de narrativa castellana, se convirtió en un referente del género detectivesco y en un retrato certero de la Barcelona de la época. Narra la historia de la empresa Savolta, una fábrica de armas que se ve envuelta en una serie de conflictos laborales y políticos durante la neutralidad de la Primera Guerra Mundial. La trama se desarrolla a través de las voces de diversos personajes, cada uno con sus propias perspectivas e intereses, creando una rica polifonía narrativa.

Margarita, está linda la mar, de Sergio Ramírez. El autor logra que toda la historia de su país quepa en una metáfora de realidad y leyenda. En un lenguaje cuya brillantez subyuga al lector, con ráfagas de humor e ironía que asombran por su precisión poética, la acción va tramando caminos de medio siglo entre los dos niveles del relato, creando un continuo temporal entre el pasado y el presente que parece pertenecer a los mejores territorios del mito.

Poesía reunida, de Ida Vitale. Este volumen recopila todos los libros de la autora en las ediciones y antologías que ella misma ha ido afinando y podando a lo largo de casi setenta años, y ofrece además poemas de años recientes no recogidos en libros sueltos.

Todos los poemas, de Joan Margarit. Esta obra reúne toda la poesía original de Joan Margarit desde 1975 hasta 2021. La dureza y, al mismo tiempo, la ternura del refugio contra la intemperie que es su extensa y reconocida obra lo sitúan entre los poetas más valorados por la crítica y los lectores.

Donde muere la muerte, de Francisco Brines. Libro largamente madurado y revisado lleno de poemas intensos y quintaesenciados, que parecen desafiar a la muerte desde la rotunda afirmación de la vida, la celebración del amor y la amistad y que se resisten a aceptar la finitud y el olvido con la fuerza de la poesía imperecedera.

Desastres íntimos, de Cristina Peri Rosi. Colección de relatos eróticos que explora una variedad de temas relacionados con la sexualidad, el deseo y el cuerpo, desde la transgresión y la perversión hasta la ternura y el amor. Los relatos están protagonizados por personajes de diversa índole, que se enfrentan a sus propios "desastres íntimos" con humor, ironía y una mirada crítica hacia las normas sociales.

En torno al lenguaje, de Rafael Cadenas. En este ensayo se reflexiona sobre la importancia del lenguaje en la vida del ser humano. Para el autor, el lenguaje es algo más que una herramienta para comunicarse; es también una forma de pensar, sentir y comprender el mundo.

La fuente de la edad, de Luis Mateo Díez. Novela que narra la historia de un grupo de personajes que emprenden un viaje en busca de una fuente mágica que, según se dice, tiene el poder de conceder la eterna juventud. El viaje se convierte en una metáfora de la vida, y los personajes se enfrentan a una serie de pruebas y desafíos que les hacen reflexionar sobre el paso del tiempo, la muerte y el sentido de la existencia.

16/6/24

Ya disponible El microrrelato, episodio 2 del podcast Verba Latentia

Presentamos por fin el segundo episodio de Verba Latentia, un podcast en el que nos hemos propuesto el objetivo de hablar de literatura con rigor académico sin que nuestros espectadores caigan en el más profundo letargo. En esta ocasión vamos a hablar del rey de los géneros breves, el microrrelato. 

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14/6/24

El microrrelato más breve del universo

El dinosaurio, de Augusto Monterroso, es, probablemente, el microrrelato más conocido del mundo. Sin embargo, sus escasas nueve palabras, título incluido, no logran convertirlo, ni de lejos, en el más breve. Y es que existen, literalmente, docenas de cuentos de menor extensión que el mencionado. Algunos de ellos serían:

  • Callejón sin salida, de Élmer Mendoza, que contiene tres palabras en el título y una en el cuerpo.
  • Epitafio para un microrrelatista, de Marcelo Gobbo, con cuatro palabras en el título y ninguna en el cuerpo, aunque aquí sí que muestra un punto ortográfico. 
  • Luis XIV, de Juan Pedro Aparicio, con dos palabras en el título y una en el cuerpo.
  • Autobiografía, de Aloé Azid, con solo una palabra en el título y otra en el cuerpo. 
  • Dios, de Sergio Golwarz, con una palabra en el título y la misma palabra en el cuerpo.
  • El fantasma, de Guillermo Samperio, con dos palabras en el título y ninguna en el cuerpo.
  • Alzheimer, de Marcial Fernández, con una palabra en el título y ninguna en el cuerpo. 

Podría parecer que superar esta última genialidad resultaría imposible, pero veamos de qué es capaz un servidor. 

Hace poco, anduve elaborando un inventario literario con todas las historias que he escrito, las publicadas, las publicables y las impublicables, obteniendo la honrosa cifra de trescientas cinco narraciones. De estas, considero que pueden englobarse en el género del microrrelato unos doscientos veinticinco cuentos, una auténtica brutalidad. La cuestión es que, hasta que concebí el microrrelato más breve del universo, yo no poseía demasiados buenos candidatos para figurar en el sugestivo ranquin de la súper concisión. Exploremos entonces la que, hasta hace poco, era mi mejor triada, examinando los textos de forma descendente, de mayor a menor número de palabras, deteniéndonos en un breve comentario sobre cada uno.

INTERPELADO

—¿Tú eres deontólogo o utilitarista?

—No, no, yo trabajo en una oficina.

Microrrelato humorístico y teatral de trasfondo filosófico aparecido en el número IV de la revista Tiempos oscuros y que posee una gigantesca extensión comparada con la de los mencionados más arriba, ya que contiene trece palabras entre título y cuerpo. 

DESENLACE

La cosa acabó regular, tirando a genocidio.

Impreso entre las páginas de la antología Puñaladas a medianoche, sería otro de mis cuentos humorísticos más conocidos. A pesar de poseer una extensión notablemente más breve que Interpelado, con un total de ocho palabras, siempre entre título y cuerpo, continúa resultando muy largo como para jugar en la liga de los microrrelatos más microrrelatos, pues supera incluso a El dinosaurio de Monterroso. 

¿ESTAMOS MUERTOS?

—Sí.

Por último, tenemos el que constituye mi mejor cuento, aparecido en mi último libro, Melodramas terminales. Sinceramente, creo que, si perteneciera a un autor de mayor renombre, se habrían escrito, por lo menos, dos o tres artículos sobre él, si no alguna tesis doctoral. Resquemores aparte, esta narración sí que podría entrar como miembro de pleno derecho en el club de las ficciones más ultra lacónicas, gracias a su cómputo total de tan solo tres palabras, aunque un servidor quedaría aún demasiado lejos de llegar a ser el creador que coronase la cima de nuestro codiciado pódium.

Sin embargo, hace unos días logré convertirme en ese creador, aunque nadie lo sepa y aunque casi nadie lo vaya a saber, pues concebí, que no escribí, el microrrelato más breve del universo, el cual consta, lógicamente, de cero palabras en el título y de cero palabras en el cuerpo. Por eso digo que lo concebí y que no lo escribí, porque al no tener palabras no puede ser redactado. Sin embargo, mi microrrelato está ahí. Si contuviese una palabra, se encontraría allí donde estuviera dicha palabra. Pero como no tiene ninguna, está aquí mismo, y aquí, y aquí, y en toda la pantalla o el papel, y cubriendo toda la pared de la sala y en cada planeta, en cada germen, en cada agujero negro y en cada partícula subatómica, lo que irremediablemente me lleva a pensar que no solo he concebido el microrrelato más breve del universo, sino también el ente más grande, más inmenso, pues está en todas partes, aunque no lo podamos ver y, por tanto, es imposible no llegar a la conclusión de que he creado a Dios. 

¿En qué lugar me coloca esto a mí? 



9/6/24

Sí que era para tanto - Pólvora en salvas XVII

Poseo un par de títulos superiores en literatura, pero, aun así, no puedo evitar que el síndrome del impostor se apodere de mí cada vez que me dispongo a dar una turra sobre bellas letras. Imagínense entonces cómo se siento cuando me da por hablar de cine, un arte del que no tengo ni pajolera idea y del que apenas consumo dos o tres producciones al año, aunque hace tiempo sí que solía clavarme quince o veinte películas casi todos los meses. 

Esta vez no me ha quedado más remedio. Hoy he venido aquí a hablar sobre cine porque hace unos días, para bien o para mal, vi Martyrs (2008). Sabía de la existencia de esta cinta francesa porque en algún momento de la última década llegó a mis ojos algún perturbador fotograma que hizo que no quisiera saber más del asunto. Sin embargo, hace unos días, me dio por buscar en Internet información sobre Edwart Bryant, autor de un fantástico relato de zombis titulado Un triste último amor en el bar de los malditos, contenido en la maravillosa antología El libro de los muertos. Fue cuestión de un par de clics el que apareciese un enlace a algún contenido de la película Martyrs y fue cuestión de un par de segundos que un atávico y masoca sentimiento morboso me empujase a pinchar en él.

Desde ese momento vivo obsesionado con la película. Lo estoy incluso desde bastantes días antes de atreverme a verla. Antes incluso de aventurarme a mirar imágenes fijas en Google, puesto que me puse a leer reseñas en Filmaffinity y allí empezó la locura. Para empezar, me llamó la atención que tuviese una puntuación de 6.4, probablemente demasiado alta teniendo en cuenta que fue una película muy polémica debido a las devastadoras imágenes de violencia y tortura que pueblan su metraje, algo que llevaría a muchas personas a puntuar la obra con notas ínfimas simplemente por haber sufrido un daño brutal en su sensibilidad. Si resulta razonable pensar que la obra recibiría muchos ceros y tiene de media casi un notable, podemos concluir que quizás también ha logrado muchos dieces. Me inclino a pensar que no vivimos inmersos en una mayoría social conformada por sádicos, así pues, esta película tenía que ofrecer algo más que una colección de carnicerías. 

Después, la lectura de un buen puñado de reseñas no hizo más que disparar mi curiosidad porque, como era de esperar, se encontraban altamente polarizadas. Algunas personas calificaban la película de auténtica obra maestra del séptimo arte, mientras que otras decían que no se nos ocurriera verla, que nos iba a dejar destrozados. Me dio mucha pena una chica llamada Jimena que contaba cómo Martyrs la había hecho sentir. Creo que merece la pena transcribir algunos fragmentos: 

Es horrorosa, repugnante, odiosa, cruel hasta límites inimaginables...nunca me había pasado que una película me deje mal cuerpo, me haga tener pesadillas toda una noche, me deje sin fuerzas y me rompa el ánimo y el espíritu en dos.

Mi amiga se fue a casa sin mediar palabra, con los ojos brillantes, apaleada y torturada como yo. Nunca me había pasado que una escena destroce así el ambiente y el buen rollo entre dos personas que hasta ese momento estaban pasando un buen rato. "Lo siento" es lo único que acerté a decirle, ya que la película (en qué hora) la había elegido yo.

Nunca me había pasado que me levanto a la mañana siguiente y la vida me parece un poco más oscura y más triste y no me sale la risa tan fácil, pese a que en los Alpes brilla el sol y la ciudad irradia energía.

Tengo que reconocer que soy bastante cagueta para el cine de terror, a pesar de que, en principio, ni creo ni dejo de creer en cosas raras, y que por ello no soy muy dado a ese tipo de cine dentro de que ya soy poco dado al cine en general, pero no podía parar de pensar en la película. Despertaba mucho mi curiosidad, y no por el hecho de contemplar las escenas de violencia como si un servidor fuera un maldito perturbado, sino por conocer el argumento, el desarrollo de la acción, la motivación de esas personas que trataban tan brutalmente a sus víctimas y, como no terminaba de atreverme a ver la película, pero estaba absolutamente devorado por la intriga, decidí meterme en Wikipedia, donde se ofrece un resumen muy detallado del argumento.  

Ya conocía la esencia de la historia y las motivaciones de los malos, porque, sí, una de las grandes virtudes de Martyrs es que los malos no son (solo) unos psicópatas zumbados, sino que con sus brutales actos persiguen dar respuesta a una de las preguntas más inquietantes de la existencia, a saber, ¿qué hay después de la muerte? Sí, los malos de Martyrs conforman una sociedad secreta de hijos de puta convencidos de que las personas sometidas a martirio adquieren la facultad de echar un vistazo al más allá mientras todavía siguen vivos. Y esta sociedad secreta de hijos de puta no escatima en medios para lograr saciar su curiosidad. Nunca nadie llevó a la práctica de un modo tan extremadamente desgarrador la sentencia «el fin justifica los medios», aforismo de cabecera de todos los grandes sacos de mierda de la historia. 

Supongo que a nadie sorprenderá que la lectura del resumen, por muy completo que este fuere, no solo me supiese a poco, sino que más bien disparase mi curiosidad de forma inusitada. Pero como todavía me daba miedo tener pesadillas siniestras o que mi sensibilidad se viese demasiado destruida, decidí dar un paso intermedio entre leer el resumen y ver la película: buscar en YouTube. Allí descubrí un vídeo de trece minutos que contaba y mostraba lo esencial del film, el cual me dejó trastocado durante varios días. Finalmente, llegó un momento en que no pude soportar más la inquietud de la incertidumbre y el deseo loco de saciar mi curiosidad y me decidí a buscar la película por internet y verla de principio a fin. 

Cuando ante mí apareció el rótulo final que muestra la definición etimológica de mártir como testigo, hecho que contribuye a redondear la perfección de la cinta, y el plano acercándose a lo que queda de Anna, a su mirada perdida en lo incognoscible y el fundido a negro que da paso a los créditos finales, acompañados de preciosas imágenes de las dos protagonistas cuando tenían diez años jugando felices y despreocupadas en el orfanato mientras suena una de las piezas de la increíble banda sonora, entonces me dije a mí mismo algo como «bueno, no ha sido para tanto». Pensé en lo exagerada que es la gente y lo desproporcionados que me parecían algunos hechos como las arcadas, los vómitos y las ambulancias en las salas de cine, o el haber clasificado la película como +18 en Francia, algo que rara vez ocurre. Pero también me dije a mí mismo que aquella gente se sentó en la butaca sin saber muy bien a lo que iban a enfrentarse y que se tragaron sin anestesia toda la brutalidad de una de las películas más devastadoras que se hayan filmado. Probablemente si yo hubiera experimentado Martyrs de ese modo habría necesitado asistencia psicológica. 

Pero es que, además, yo estaba equivocado. La película sí que era para tanto, y solo pude ser consciente de ello con el paso de las horas y los días. Imagino que mi sistema nervioso, tan poco acostumbrado a semejantes estímulos, debió verse un poco sobrepasado y no me permitió asimilar adecuadamente todo lo que acababa de ver. Tuve la sensación de que realmente yo ya lo había visto todo en el resumen de YouTube, pero no, me había faltado mucho por ver, infinitos detalles de todo tipo que, con el transcurrir del tiempo, fueron asentándose poco a poco sobre mi alma, como una fina lluvia de un líquido muy denso, removiendo y cambiando mi interior y mi modo de percibir la existencia hasta el punto de que, desde entonces, todas las noches me duermo pensando en la cinta de Pascal Laugier.

Se podría decir que Mártires no es una película, sino dos. La primera posee un ritmo frenético, unas cantidades industriales de sangre, un terror de estilo sobrenatural y típico de películas orientales (mujeres en posturas anatómicamente imposibles y caras monstruosas que te dejan sin respiración) y se encuentra claramente protagonizada por Lucie (Mylène Jampanoï). La segunda película, que ocupa más o menos la última mitad del metraje, se encuentra, por su parte, claramente protagonizada por Anna (Morjana Alaoui) y ofrece un ritmo lentísimo, sin ningún tipo de susto diarreico, y un terror de un estilo mucho más psicológico y brutal, con un lenguaje artístico mucho más bello y elaborado, además de contener casi toda la carga filosófica o intelectual de la película. 

Siento decepcionar a quienes hayan llegado a este artículo buscando una explicación para el final, que es a mi modo de ver uno de los mejores de la historia del cine, porque aquí no va a encontrar nada en ese sentido. He leído un montón de teorías posibles y ninguna resulta convincente del todo. De hecho, es probable que la película realmente no pueda tener un final satisfactorio al cien por cien, ya que ni siquiera el propio director sabe lo que Anna le dijo a la hija de puta de Mademoiselle, pues quería dejarlo totalmente abierto para que cada espectador le buscase su propia explicación. Pero el problema es que todas las explicaciones tienen algún fallo. Ya sea que Anna le dijese a Mademoiselle que no había visto nada o que ha visto el cielo o el infierno o que ha visto lo indescriptible o lo incomprensible o lo incognoscible o le dijera que no pensaba contárselo o le dijera una mentira o incoherencias o le dijera cualquier cosa, por lo menos cualquiera de las que hasta ahora he leído o se me han ocurrido, siempre se podrá encontrar algún fallo, ya sea en la decisión que toma la vieja conchuda, en la conversación con el ayudante, en la duración de las palabras de Anna o en cualquier otro detalle. Y es que las cosas son así, puede que esta película no tenga un final con una explicación satisfactoria y que ese enigma tan cabrón sea lo que lo convierta en el mejor final de la historia del cine (o en uno de los mejores, no he visto todas las películas que se han grabado).

Pascal Laugier comentó en una entrevista muy jugosa que su película está ambientada en «un mundo moribundo, casi como un pre-apocalipsis, un mundo donde el mal triunfó hace mucho tiempo, donde las conciencias han muerto bajo el reinado del dinero y donde la gente pasa el tiempo haciéndose daño unos a otros». Estas palabras describen la realidad de la historia a la perfección. No hay más que ver el modo impasible en que los verdugos tratan a las víctimas, su ausencia total de empatía y piedad, de misericordia, o el comportamiento miserable de los miembros de la sociedad secreta, que son capaces de dormir tranquilos mientras sus víctimas sufren los peores tormentos imaginables. Por si fuera poco, este atajo de hijos de puta no escatima en cinismo, pues manifiestan una especie de veneración hacia Anna, diciendo que es una persona muy especial y que todos deben rezar una oración por ella, como si la pobre muchacha se hubiera sacrificado voluntariamente para satisfacer sus inquietudes existenciales.

¿Recomendaría yo ver esta película? La verdad es que esa es una pregunta complicada. ¿Me arrepiento de haberla visto? En absoluto. No me arrepiento, y eso que soy una persona extremadamente sensible para cuestiones relacionadas con la tortura y bastante cagueta en cuestiones relacionadas con la ficción de terror, pero no, no me arrepiento, porque esta es una película que te marca, que te cambia la vida, que te va a acompañar para siempre y porque creo que eso es, en definitiva, lo que hace a una verdadera obra de arte. 

Quiero concluir diciendo que todas las mujeres torturadas que aparecen en esta película, especialmente Anna, se han convertido para mí en personajes cuasi reales cuyo sufrimiento me causa dolor, así como frustración me genera el no poder ayudarlas, no poder consolarlas, no poder, de algún modo, acompañarlas en su martirio y en su soledad, en su tristísima y desgarradora soledad, y siendo consciente desde mi lado racional de que estoy hablando de personajes de ficción, algo dentro de mí me pide que reescriba la historia cambiando el final, de forma que un personaje, yo, por ejemplo, entre en esos lugares tenebrosos armado con un fusil de asalto y libere a esas pobres chicas de su condena. 

De verdad, daría lo que fuera por poder ayudarlas.

¿Alguien puede explicarme esta imagen? (mira las esposas)