2/3/21

Temas bíblicos en la poesía barroca española

Nota preliminar: El contenido de este artículo proviene de mi PEC para la asignatura La Antigüedad Clásica y la Biblia en la literatura medieval y del Siglo de Oro, impartida por doña Ana Suárez Miramón en el Máster Universitario en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo


INTRODUCCIÓN

Podemos hacernos una idea de la importancia que tuvo la Biblia en la literatura del Barroco al constatar que este periodo histórico-artístico se ha llegado a describir como «un producto de la Contrarreforma católica y del influjo de la Compañía de Jesús»¹. Además de esto, debemos tener en cuenta que no es posible entender el Barroco únicamente en términos formales, sino que es necesario, tal como indicó René Wellek², poner los rasgos estilísticos en relación con la actitud ante la vida, la forma de entender el mundo y la concepción del ser humano de aquellos escritores del XVII. Evidentemente, solo desde coordenadas católicas (o al menos principalmente desde ellas), podrían haberse concebido las obras literarias barrocas en España y, siendo la Biblia el libro sagrado del catolicismo, difícilmente habría podido quedar su influencia en las artes reducida a lo superficial. 

No está de más aclarar que este influjo no se limita únicamente a la literatura religiosa, sino que puede alcanzar cualquier manifestación artística. Así, Lope de Vega se sirve de historias bíblicas como las de Jacob o Raquel para componer poemas amorosos personales. Por su parte, Quevedo, en poemas que no son propiamente religiosos, hace mención al Dios veterotestamentario o a algunas de sus características, como la venganza ante los agravios. Por citar un ejemplo más, Cervantes recurre al personaje bíblico de Sansón para hacer humor en su entremés El retablo de las maravillas³

Se puede decir, pues, que la influencia de las Escrituras llega a apreciarse en todos los géneros y subgéneros barrocos, pero en esta ocasión nos centraremos en el papel que jugó en la poesía, desde la épica hasta la lírica, desde autores universales como Lope de Vega hasta otros menos relevantes como Sebastián de Córdoba. En próximos trabajos examinaremos la influencia de la Biblia en la prosa de autores como Cervantes, Quevedo o Gracián.

LAS ESCRITURAS EN LA POESÍA BARROCA

Tal como indica Gema Gorga en su ensayo La Biblia en la poesía lírica y épica de la Edad de Oro, con el paso de los siglos, la Biblia, pilar fundamental de la cultura de Occidente junto a la tradición grecolatina, ha ido sembrando nuestro imaginario colectivo de «motivos, imágenes, personajes y relatos», elementos que inevitablemente han acabado diseminándose con profusión por todos los rincones del arte. Los poetas del Siglo de Oro, para ejercer sus habilidades con mayor destreza, se veían obligados a adquirir un profundo conocimiento de diferentes disciplinas, siendo la religión una de las más importantes, no solo por la enorme trascendencia que en aquellos tiempos tenía para la sociedad, sino porque el dominio de la historia sagrada permitía desarrollar una mejor imitatio de los clásicos.  La presencia de material bíblico en la poesía aurisecular podía oscilar desde citas literales hasta referencias mucho más veladas que llegasen incluso a pasar desapercibidas. Las necesidades expresivas de cada autor determinarían el modo de utilizar las fuentes. Además de esta diversidad en el uso de los materiales bíblicos, podían variar mucho los tonos, acentos o registros. Como ya se apuntó, el influjo bíblico no solo fue fundamental en la poesía religiosa, sino que se dejó sentir en manifestaciones amorosas, laudatorias, circunstanciales, políticas, épicas o humorísticas. 

El agotamiento de formas hiperbólicas en la poesía amorosa llevó a los autores a recurrir a la terminología sacra en busca de novedades expresivas. Surge así la llamada religio amoris, corriente que tendrá en Boscán a uno de sus pioneros renacentistas. Esta práctica se prolongará a lo largo del XVI y, como vimos en la introducción, será ejercitada por voluptuosos barrocos como Lope de Vega. Sin embargo, este no va a ser el único trasvase entre lo espiritual y lo sensual, sino que, en parte gracias al influjo del Cantar de los cantares, se producirá el fenómeno inverso, y los poetas del amor a lo divino utilizarán terminología amorosa profana. Así, el clérigo José de Valdivieso, del que volveremos a hablar después, caracteriza en algunos poemas a Cristo como un galán atractivo y discreto y al alma como una bella y delicada dama, o aplica rasgos de la poesía cancioneril y el amor cortés a las vicisitudes de la vida de San José y la Virgen. Lope también participará de esta corriente por ejemplo al traer a colación las prendas que solían intercambiar los amantes en la despedida en unos versos sobre la oración de Cristo en el huerto de los Olivos. 

Otro modo de aprovechar el influjo bíblico por parte de nuestros poetas consistió en utilizar las Escrituras como fuente de mitos a los que aplicar problemas de la existencia, del mismo modo que se venía haciendo con los mitos de la tradición grecolatina. Así, el poeta Baltasar del Alcázar, se sirve del mito bíblico de Sara y Agar para lamentar nuestra ceguera ante la razón, queja elevada en los mismos términos por Lope, pero en este caso recurriendo al mito clásico de Circe. En definitiva, el texto bíblico es utilizado como exemplum, como ilustración general de casos particulares. Diferentes personajes bíblicos se convertirán así en símbolos, de tal modo que Job representará la paciencia, María Magdalena la penitencia o Judas la traición. Del mismo modo que anteriormente el yo poético se vio encarnado en personajes de la tradición grecolatina como Orfeo, ahora lo hará en otros como Sansón, por ejemplo, cuando el poeta escriba sobre una mujer ansiada; pero también recurrirá a otros como Adán o Judas en poemas penitenciales de pecador arrepentido. En ocasiones el sincretismo clásico y judeocristiano llega casi al punto de la fusión. Así, Lope llama «Cupido santo» a Cristo; Gabriel Bocángel se refiere a Juan Bautista en los mismos términos con que Calderón titula uno de sus autos sacramentales, Divino Orfeo; Bartolomé de Argensola habla de Yahvé como un «verdadero Deucalión»; para Valdivieso, la Virgen es una «celestial Pandora»; para Quevedo, el paraíso al que asciende Cristo es un «jardín Narciso», por citar solo algunos ejemplos. 

Igual que los israelitas aprovecharon los despojos de los egipcios para su travesía por el desierto, muchos autores aprovecharon la literatura profana para reutilizarla en clave católica, tendencia que se conoce como vuelta a lo divino o contrafactum, la cual se servía principalmente de dos procedimientos. El primero era la glosa, que consistía en tomar un cantar de la lírica popular y reinterpretarlo en estrofas nuevas pero sin añadirle alteraciones. El segundo era la vuelta, que implicaba necesariamente la modificación del cantar antes de escribir las nuevas estrofas. El objetivo era suprimir elementos inapropiados de las letras de cancioncillas muy populares, de forma que se conservase lo conveniente, es decir, la tonada y las partes no problemáticas de la letra. Sin embargo, el fenómeno no afectó solo a este tipo de poesía sino que también fueron divinizadas las composiciones de grandes poetas como Garcilaso, Boscán o Jorge Manrique por parte de contrafactistas como Sebastián de Córdoba o Juan López de Úbeda. Pero el verdadero maestro en estas prácticas fue el ya mencionado José de Valdivieso, que adaptó una gran cantidad de romances, villancicos y serranillas populares.

Destacará también Valdivieso, junto a Alonso de Bonilla, en otro método de canalización del caudal bíblico en los moldes poéticos, denominado por Gema Gorga como «la vulgarización de la Biblia». El objetivo era acercar el mensaje cristiano a la población, y en especial, hacerles comprensible el sacramento de la Eucaristía. Para ello, los poetas transformaban escenas de las Escrituras en pequeñas situaciones domésticas, prácticamente cuadros costumbristas en los que la hostia se simboliza mediante mazapán, pan de leche, ambrosía, luna llena… Otro motivo muy recurrente será el de la Navidad, llenando con detalles de cotidianidad rústica las escenas en torno al Portal de Belén y los pastores. Resultan llamativos y paradigmáticos unos versos de Lope en su Romancero espiritual en los que una gitana le lee la mano al niño Jesús.

El fondo cultural común que constituían las Escrituras permitía que poetas como Góngora se sirviesen de ello para, sin caer en la irreverencia, llenar sus versos de burlas y sarcasmos. Así por ejemplo, el poeta cordobés utiliza la referencia al valle de Josafat, donde tendría lugar el Juicio Final, para mofarse de Valladolid, dando a entender mediante su maestría expresiva que en esa ciudad no vive nadie con juicio. En otra ocasión, se burla de un soneto de Lope en el que el Fénix colocó al final de cada verso los nombres de varios personajes bíblicos, generando unas rimas forzadas y peregrinas. Por su parte, Quevedo se burlará de San Pedro a través de las asociaciones entre las palabras gallo y gallina. Pero el acervo cultural bíblico no favorecía la profusión del conceptismo solo como medio de burla o sátira, sino también para promover el mensaje de Dios. Así, autores como Antonio de Ledesma o Alonso de Bonilla utilizarán este arsenal de técnicas para hablar, por ejemplo, del Nacimiento metaforizado por un mesón o del Diluvio metaforizado por una colada de ropa. 

Ya vimos que, en su afán por hallar el tesoro de la novedad expresiva, los poetas recurrían a la Biblia para concebir sus composiciones amorosas. Algo similar sucedía con las propias historias bíblicas: sus escenas eran tan conocidas que se hacía necesario presentarlas de modos novedosos para evitar que cayesen en la inoperatividad poética. Una de las técnicas para lograrlo consistía en exponer los hechos desde la perspectiva de un narrador intradiegético, lo que favorecía el impacto emocional en los lectores y facilitaba la introspección meditativa del autor. El Juicio Final, la Pasión y la Navidad serán los pasajes predilectos de los poetas, que se servirán de los Evangelios apócrifos para completar escenas que los canónicos tratan en menor detalle, como el nacimiento de Jesús. En ocasiones, el narrador llega a indignarse ante lo que ven sus ojos. Así, Lope exige que Dios intervenga cuando Jesús es abofeteado por un romano y, de modo similar, Alonso de Acevedo en su Cristiada, de la que hablaremos después, increpa a los discípulos de Cristo por abandonarlo y señala a los lectores como culpables de todo lo que están presenciando. 

POESÍA ÉPICA

La épica culta del Siglo de Oro buscaba recuperar la esencia de la epopeya clásica. Estos poemas narrativos, que preferentemente se servían de la majestuosa octava real, se caracterizaban por desarrollar la acción de uno o varios héroes en más de un canto, haciendo uso de temas y procedimientos de la épica antigua. Durante la segunda mitad del XVI predominaron los temas contemporáneos (Carlos V, América, Juan de Austria…) pero según se acercaba el cambio de siglo, empezaron a tratarse más los asuntos histórico-legendarios (Bernardo del Carpio, la Reconquista…), burlescos (como en la Gatomaquia de Lope) y religiosos⁵. 

El subgénero de la épica religiosa empezó a cultivarse en el siglo XVI con obras como El Monserrate (1587), de Cristóbal de Virués, elogiado por Cervantes, y otras de menor calidad, como Grandezas y excelencias de la Virgen (1587), de Pedro de Padilla⁶. Sin embargo, su máximo desarrollo tendrá lugar en el siglo XVII con poemas bíblicos en torno al Génesis, la Pasión y otros episodios de la vida de Cristo, la Virgen o la vida de extraordinarios personajes tanto del Viejo como del Nuevo testamento⁷, así como del santoral⁸ (aunque la vida de los santos no se relate en la Biblia, los autores aprovechaban para incluir fragmentos bíblicos en sus poemas épicos hagiográficos, como por ejemplo hizo Lope en su obra sobre San Isidro, patrón de Madrid). Entre los poemas menores, destaca el tratamiento de temas bíblicos como el de Tobías, David y Goliat, Ester, Macabeos I, Susana o Sansón, así como Santiago, Cristo o la Virgen María. Los poemas de mayor calidad del género serían los siguientes: 

  • Vida, excelencias y muerte del glorioso patriarca San José (1604), de José de Valdivieso. Exitoso poema (logró veintidós ediciones en vida del autor) en octavas reales de intensa sonoridad y sensorialidad barrocas que comienza narrando el casamiento de la Virgen y San José y que trata también la Encarnación, el Nacimiento y la Pasión de Cristo. Destaca una impactante descripción del Infierno en el canto XVIII. Aunque se incluye en la épica religiosa, es importante señalar que nos encontramos ante un poema híbrido con abundantes elementos líricos. 
  • Cristiada (1611), de fray Diego de Ojeda. Es un poema en octavas dividido en doce cantos que repasa la Pasión y Muerte de Cristo, empezando in medias res con la Última Cena. La acción se ve frecuentemente interrumpida por digresiones retrospectivas sobre escenas del Antiguo Testamento o los milagros de Jesús (ya sea por voz del autor o a través de los mismos personajes) pero también por digresiones prospectivas, sobre las futuras persecuciones de cristianos. La organización del texto se basa en estampas similares a los pasos de Semana Santa⁹. Las fuentes utilizadas por el autor son los Evangelios (canónicos y apócrifos), partes del Antiguo Testamento, textos de los Padres de la Iglesia y dos poemas: Christias (1527) del italiano Jerónimo Vida y Universal Redención (1584) de Hernández Blasco. La obra, muy celebrada por la crítica, destaca por su dramatismo y por la combinación de elementos alegóricos y simbólicos, visiones, profecías, sermones o escenas infernales, así como la profusión de recursos estilísticos como la exclamación, la hipérbole, la imprecación y la amplia adjetivación¹⁰. Todo ello consigue impregnar a la Cristiada con un inconfundible sabor barroco. 
  • Las lágrimas de la Magdalena (1614). Este poema en octavas reales fue incluido por Lope de Vega en su libro Rimas sacras, publicado con motivo de su ordenación como sacerdote y del que hablaremos más tarde. Trata la conversión de María Magdalena, así como la Pasión y Muerte de Cristo. Destaca su carga de erotismo y sensualidad. 
  • La creación del mundo (1615), de Alonso de Acevedo. Poema en siete cantos en el que el autor, al estilo de las cosmogonías clásicas, se sirve del Génesis para llevar a cabo una extensa enumeración de las especies de animales y plantas creadas por Dios hasta llegar al hombre, momento en que se lanza a una minuciosa descripción anatómica y funcional de cada parte del cuerpo humano¹¹.
  • Poema heroico a Cristo resucitado (antes de 1621), de Quevedo. De mayor brevedad que los anteriores, relata en cien octavas reales el descenso de Cristo a los infiernos. No se encuentra entre lo más destacado de la producción del poeta madrileño. 

POESÍA LÍRICA

Parte del impresionante desarrollo de la lírica española durante el Barroco se debió al mecenazgo de la aristocracia pero también a la importancia social de la Iglesia¹². Así, durante las fiestas en honor de santos canonizados, tenían lugar justas poéticas en las que participaban los más excelsos literatos. En estas justas empezó a desarrollarse el conceptismo religioso al que nos referimos anteriormente, el cual a veces adquiría matices humorísticos que podían lindar con lo grosero e irreverente, hasta el punto de, por ejemplo, convertir a San Pablo en un rufián de las galeras. La política resultará asimismo un importante tema de inspiración y con no poca frecuencia aparecerá acompañada de elementos bíblicos, estableciéndose comparaciones entre los monarcas y Jesús, o usando reminiscencias escriturales en poemas sobre hazañas bélicas, como en una canción de Bartolomé de Argensola en la que relaciona la historia de Noe con la batalla de Lepanto¹³. 

Nuestros poetas auriseculares participarán en la elaboración de villancicos, canciones y glosas de escenas como la Natividad, la oración del huerto, la traición de Judas o la negación de San Pedro. Quevedo, por ejemplo, compuso una bella y barroca paráfrasis en sextinas del Cantar de los cantares que, por desgracia, no completó. Lope de Vega escribió un exuberante romance de casi trescientos versos sobre la creación del mundo en el que homenajea sus maravillas, ignorando casi por completo la cuestión del pecado original. José de Valdivieso publicó en 1612 su Romancero espiritual del Santísimo Sacramento¹⁴ , que agrupa letrillas y romances en los que recrea con tintes cotidianos una gran cantidad de material bíblico, como el Cantar de los cantares, el Apocalipsis, San Pablo, Isaías, Mateo o los Salmos; con un pie en la erudición y otro en la popularización, se sirve de técnicas conceptistas como la dilogía, utilizando dos de los sentidos de la palabra clavo (pieza metálica y especia) en un mismo fragmento. Un autor menos conocido, el conde de Rebolledo, escribió composiciones líricas traduciendo o parafraseando partes de los Salmos, del Libro de Job o de los Trenos de Jeremías. 

Destaca además, dentro de la lírica sacra barroca, una poesía de corte mucho más personal, de calado hondo e introspectivo. Las Rimas sacras de Lope contienen, además del mencionado poema épico sobre la Magdalena, cien sonetos y algunos otros poemas, conformando un conjunto muy desigual que abarca desde un conceptismo carente de interés hasta la más elevada calidad poética. De entre los sonetos destacan los primeros 49 por su introspección, sensualidad y sinceridad de pecador arrepentido. Allí, Lope habla con Jesús en términos cercanos al petrarquismo. El libro incluye un Romancero de la Pasión que, debido a su éxito, sería publicado de forma independiente en 1619. En él, el Fénix se sirve de una amplia gama de efectos sensoriales, morbosos y sangrientos (llagas, desgarros, huesos rotos, perforaciones…) para conmocionar a los lectores y potenciar su fervor religioso¹⁵. Sin embargo, el poema más importante de esta parte es su Canción a la muerte de Carlos Félix, donde se resigna ante la voluntad divina de llevarse a su hijo. El Heráclito cristiano y segunda harpa a imitación de David (1613), de Quevedo, es una pequeña recopilación de veintiocho sonetos y silvas de tema religioso y existencial; partiendo de los Salmos, el poeta construye su propio salterio, estableciendo un diálogo directo con Dios y una reflexión sobre la existencia humana, el desengaño y la brevedad de la vida. 

Ya mencionamos el hibridismo de elementos grecolatinos y judeocristianos, una práctica que también será empleada para la reflexión filosófica y moral. En este ámbito, las figuras más apreciadas serán Séneca y Horacio, el primero por su estoicismo y el segundo por su reivindicación de la dorada medianía. Un gran ejemplo de la integración del pensamiento clásico y del cristiano lo constituye la Epístola moral a Fabio (1611), de Andrés Fernández de Andrada, construido sobre la base de la filosofía antigua pero con evocaciones frecuentes de los Salmos e Isaías. 

CONCLUSIÓN

Quedará fuera de este trabajo por motivos de espacio una gran cantidad de elementos y motivos de raigambre bíblica utilizados en la poesía barroca, como podrían ser la ramita de olivo representando la esperanza, el gallo que canta tres veces, la estatua de sal o la evocación de jardines como el Edén o los paisajes del Cantar de los cantares¹⁶. Aun así, confiamos en que el contenido precedente pueda servir para hacerse una somera idea del imprescindible e inspirador papel de las Escrituras en las composiciones poéticas del XVII español. 

NOTAS

¹ Lo hizo W. Weisbach en su obra El Barroco, arte de la Contrarreforma, como se indica en Pedraza y Rodríguez, 1980b, p. 15.
² Pedraza y Rodríguez, 1980b, pp. 15-16.
³ Navarro, 2008, pp. 13-15.
⁴ Seguimos en este apartado a Gorga, 2008. 
⁵ Pedraza y Rodríguez, 1980a, pp. 573-575. 
⁶ Pedraza y Rodríguez, 1980a, p. 591.
⁷ Gorga, 2008, p. 56.
⁸ En el resto del apartado seguimos, salvo cuando se indique lo contrario, a Pedraza y Rodríguez, 1980b, pp. 764-770.
⁹ Gorga, 2008, p. 58.
¹⁰ Gorga, 2008, p. 59.
¹¹ Gorga, 2008, p. 56.
¹² Salvo otra indicación, Pedraza y Rodríguez, 1980b, pp. 349-353, 578-581 y 696-698.
¹³ Gorga, 2008, p. 65.
¹⁴ Gorga, 2008, p. 38.
¹⁵ Gorga, 2008, p. 46.
¹⁶ Gorga, 2008, pp. 67-69.

BIBLIOGRAFÍA

Gorga, G., «La Biblia en la poesía lírica y épica de la Edad de Oro», en La Biblia en la literatura española. II. Siglo de Oro, dir. G. del Olmo, coord. R. Navarro, Madrid, Trotta, 2008, pp. 17-80.

Navarro, R., «Prólogo», en La Biblia en la literatura española. II. Siglo de Oro, dir. G. del Olmo, coord. R. Navarro, Madrid, Trotta, 2008, pp. 9-16.

Pedraza, F., Rodríguez, M., Manual de literatura española, tomo II, Renacimiento, Tafalla, Cénlit Ediciones, 1980.

Manual de literatura española, tomo III, Barroco: Introducción, prosa y poesía, Tafalla, Cénlit Ediciones, 1980.

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