11/11/15

Fragmentos sublimes de Literatura Universal

A veces estamos leyendo un libro y de repente nos vemos sumergidos en un pasaje que nos deja sobrecogidos. Entonces no nos queda más remedio que volver atrás y leerlo de nuevo, quizás varias veces, hechizados por su belleza, por el placer estético que nos proporciona. Analizamos el pasaje, su estilo, su léxico, su modo de crear arte con el lenguaje y por fin entendemos que solo un gran maestro es capaz de engendrar semejantes maravillas. 

Aquí van unos cuantos fragmentos de este tipo con los que me he ido encontrando a lo largo de los años (artículo en construcción permanente).


AQUÍ EMPIEZA NUESTRA HISTORIA. Tobias Wolff

El cielo se estaba poniendo de un color violeta sobrenatural. Tenía un aspecto húmedo y plomizo, y también daba la sensación de pesado; colgaba bajo y lo estremecían ruidos sordos y pequeños destellos en la distancia. Sólo estar sentado allí hacía sudar a Hooper. Más allá del cuerpo de guardia corría un río de coches por la carretera hacia Tacoma. Desde el club de oficiales, que estaba más arriba de la carretera, llegaba el sonido sordo de música rock, que casi se perdía como casi todos los demás sonidos del atardecer, entre el cricrí de los grillos que se alzaba por todas partes y espesaba el aire como el calor

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LA CHICA QUE LEÍA EL VIEJO Y EL MAR. Gonzalo Calcedo

Leopold suspiró. La perdía. No volvería a verla y cuando viajase a la Riviera Maya con su Elke al lado, la echaría de menos. Lo supo en ese momento, justo unos minutos antes de que su pequeña Roma ardiese por los cuatro costados. Levantó una mano como si pretendiese retenerla a través del tiempo -velos de lujuriosa historia que acentuaban su insignificancia-  y ella le lanzó un beso. Él lo atrapó al vuelo y, apretando el puño, lo estrelló contra su corazón.

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GUERRA Y PAZ. León Tolstoi

Nikolái Rostov se volvió como buscando algo y miró a lo lejos, a las aguas del Danubio, al cielo y al sol. ¡Qué hermoso era el cielo tan azul, tan sereno, tan profundo! ¡Qué radiante y majestuoso el sol en el ocaso! ¡Y qué tersa y cristalina brillaba el agua en el lejano Danubio! Y le parecieron aún más hermosos los montes azulados en la lejanía, al otro lado del río, el monasterio, los misteriosos desfiladeros y los pinares cubiertos de niebla… Todo era allí paz y felicidad… «Nada desearía, absolutamente nada  si estuviese allí —pensó Rostov—. Dentro de mí y en ese sol hay tanta felicidad y aquí… gemidos, sufrimientos, miedo, incertidumbre, prisas… De nuevo gritan algo, otra vez se vuelven todos corriendo… y yo corro como ellos y ella… la muerte está cerca, me rodea… Un instante más y ya no veré este sol, esas aguas, esos desfiladeros…». En aquel momento el sol empezó a esconderse tras las nubes, aparecieron delante de él otras camillas. Y el miedo a la muerte y a las camillas y el amor al sol y a la vida, todo se confundió en una sola y turbadora impresión de inquietud.

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GRAN SOL. Ignacio Aldecoa

De golpe, en la línea de popa, emergió el copo. La cabeza de la red quedó flotando. De un blancor metálico, ancha y redonda, era como una gigante gota de azoque movilizándose por la iracunda pelea de las aguas negras. Simón Orozco no perdía de vista el copo. Tras la florafauna: matas, cardúmenes, colonias; tras la florafauna aparecieron los discos cenicientos de las rayas, las pintarrojas oceladas cambiando el reciente color crema de la sacada por una rosa fuerte al compás de una larga agonía, las sulas largas, albas, como de aluminio, las blandas langostas de coral enzarzadas en una pesadilla combatiente con las mallas del arte… Se vertía la red sobre cubierta trayendo los primeros, diminutos, boquiabiertos rapes, ajados sus apéndices de pesca. Se vertía la red con los escualos de gatunos ojos: mielgas de aguijones en las aletas dorsales y caudales, pequeños tolles de duros dientes, pequeñas fieras de las aguas, que sobre cubierta vidriaban los hermosos ojos de furia impotente. Con ellos la serpenteante presencia de los congrios, el equívoco formal de ojitos y lenguados, la suprarreal creación del pez rata, incisivos de roedor, pelo o escama, larga cola barbada, coloración gris, grandes ojos, verdes o azules, de animal asustado. Las redes de arrastre vuelcan el quinto día de la creación del mundo sobre la cubierta de los barcos pesqueros.

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LOS HIJOS MUERTOS. Ana María Matute

Allí estaban los débiles, los impotentes, los ignorantes, los ciegos, los jorobados, los sentimentales, los tristes, los pobres de espíritu, sin derecho a la vida. Allí estaban los ratones, los topos. Los olvidados. Los imposibles, los culpables. Con los zapatos rotos, sin esperanza, sin puertas, sin ventanas, sin promesas ni pasado. Los que sobran. Los que no sirven para trabajar. Los que no saben medrar, los que han caído. «No puede ser: no hay sitio para todos». Miraba el mar, negro y confundido con la oscuridad del cielo. Miraba el mar, y veía titilar las luces, allá lejos, y presentía, otras luces, en toda la ciudad, encendida y bullente, a aquella hora. «Tiempo de seguridad, de fe». La gran fuerza, la confianza, empujándole a través del hambre, de la apatía, de la desesperanza de los otros, de la amoralidad o la indiferencia de los otros, empujándole a través de la injusticia, de la impiedad, el egoísmo, el conformismo, el pillaje, el fatalismo.

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MALA HIERBA. Pío Baroja

Temblaban las luces mortecinas de los distanciados faroles de ambos lados de la carretera. Se entreveían en el campo, en el aire turbio y amarillento como un cristal esmerilado, sobre la tierra sin color, casacas bajas, estacadas negras, altos palos torcidos de telégrafos, lejanos y oscuros terraplenes por donde corría la línea del tren. Algunas tabernuchas, iluminadas por un quinqué de luz lánguida, estaban abiertas... Luego ya, a la claridad opaca del amanecer, fue apareciendo a la derecha el ancho tejado plomizo de la estación del Mediodía, húmedo de rocío; enfrente, la mole del Hospital General, de un color ictérico; a la izquierda, el campo yermo, las eras inciertas, pardas, que se alargaban hasta fundirse en las colinas onduladas del horizonte bajo el cielo húmedo y gris, en la enorme desolación de los alrededores madrileños...

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NIEBLA. Miguel de Unamuno

Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah!, breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba.

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LAS NINFAS. Francisco Umbral

Pero ya la carretera no era tan larga, y la visión geográfica de mi vida, con montes y valles, con ríos y nubes, con cielos y caminos, era, al fin y al cabo, la única visión que podía tener de ella y de mí mismo, pues a medida que el tiempo se nos pierde y huye, se va trocando en geografía, y no es verdad que no deje nada, el paso del tiempo, sino que nos deja unos paisajes, unos lugares, unos colores y unas luces que son el cuajarón de ese pasar, de ese tiempo que creemos perdido, paisajes y lugares, colores y luces que antes no teníamos, porque los leíamos de otra forma o ni siquiera los leíamos. El tiempo, sí, se transmuta en geografía, y lo que perdemos en tiempo lo ganamos en espacio, y las horas perdidas de la infancia están ahí, en las copas de los árboles, y quizá son esos hilos de plata, de luz, que brillan de rama a rama, de hoja a hoja, porque en esos árboles, en esa arboleda cuaja algo que entonces no había, y ahora somos más dueños de todo, ya que todo nos habla, nos enriquece y nos habita. 

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EN UNA NOCHE OSCURA SALÍ DE MI CASA SOSEGADA. Peter Handke

El mal olor en el establo de casa. La leche que la vaca loca echó en el estiércol. La madre muerta por una coz que el caballo le dio en el pecho. En el cine de pueblo, las chispas de la estufa de serrín esparciéndose por la pantalla. Mirar por debajo de las faldas de las profesoras. Jugar a la rayuela en los embudos abiertos por las bombas. Estirarse en la cama y rozarse con las ortigas que el padre ha puesto allí, al pie de ella. El vecino que delante de la puerta de la casa pisotea a su propio hijo. Dormir como recluta en el campo de maíz. Las chispas de los cantos de los esquíes esparciéndose por la imagen de la televisión. El hermano desaparecido en el Canadá. El primer amor, casada con un santo del Séptimo Día. La nieve del Japón comparada con la de Sudamérica. La pierna rota en el slalom gigante de la Puerta Nocturna. El padre que hace ya mucho que ha muerto. La hermana que hace mucho que ha muerto. Las chispas de miles de cascos de caballos esparciéndose por el cementerio. La mano del último amor cambiando las cerraduras del piso. Sin rascar más la curva. No vender la medalla sin más. Dejarme caer. Pero hasta ahora encontrar siempre el camino a casa. Y las chispas, en la oscuridad, esparcidas por la pantalla. Y en el crepúsculo de verano, sentarse con los murciélagos. Y como casa, o como hogar, no tener en la mente ni el pueblo ni la casa, sino el camino a través de los campos.

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ÁGATA OJO DE GATO. José Manuel Caballero Bonald

Al igual que entonces en Zapalejos, todo volvía a contagiarse por aquellos contornos de una deletérea emanación de vísceras calientes y líquidos excrementicios. Como en el cruento ritual ofrecido a alguna deidad vigente aún en aquella marismeña encrucijada de mitologías, la victimaría, con los brazos chorreantes y el cuchillo fulgiendo de cuajarones, se instalaba en una especie de ara sexual del sacrificio, entre una morbosa saturación de hedores a entrañas y a regustos de acoplamientos carnales. Y algo no muy distinto perturbaba a Manuela cuando tenía que ahogar a los ánsares y garcetas, metiéndolos en un tinajón de agua hirviente y, aún notándoles el espasmo de la asfixia por los entresijos del cuello, los desnudaba con presteza cuidando de lo quebrar los tibios cañoncillos de las plumas, reunidas luego en haces de lujosa policromía. 

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LA VOLUNTAD. José Martínez Ruiz, Azorín

Hace una tarde gris, monótona. Cae una lluvia menuda, incesante, interminable. Las calles están desiertas. De cuando en cuando suenan pasos precipitados sobre la acera, y pasa un labriego envuelto en una manta. Y las horas transcurren lentas, eternas…
Yuste y Azorín no han podido esta tarde dar su paseo acostumbrado. En el despacho del maestro, hablan a intervalos, y en las largas pausas escuchan el regurgitar de las canales y el ruido intercadente de las goteras… Una hora suena a lo lejos en campanadas imperceptibles; se oye el grito largo, modulado, de un vendedor.
Azorín observa:
—Es raro como estos gritos parecen lamentos, súplicas… melopeas extrañas…
Y Yuste replica:
—Observa esto: los gritos de las grandes ciudades, de Madrid, son rápidos, secos, sin relumbres de idealidad… Los de provincias aún son artísticos, largos, plañideros… tiernos, melancólicos… Y es que en las grandes ciudades no se tiene tiempo, se quiere aprovechar el minuto, se vive febrilmente… y esta pequeña obra de arte, como toda obra de arte, exige tiempo… y el tiempo que un vendedor pierda en ella, puede emplearlo en otra cosa…

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12 REGLAS PARA VIVIR. Jordan Peterson

Con nuevos ánimos, con más fuerza puede que decidas abrazar el Ser y hacer lo posible para que se desarrolle y mejore. Con más fuerza puede que seas capaz de aguantar de pie, incluso durante la enfermedad de un ser querido, incluso tras la muerte de un familiar, y dejar que los demás se apoyen en tu fuerza cuando de lo contrario se hundirían en la desesperación. Con nuevos ánimos, te embarcarás en el viaje de tu vida, brillarás como desde una colina celestial e irás tras el destino que te corresponde. Puede que entonces el significado que posea tu vida baste para mantener a raya la peligrosa influencia de la desesperación existencial.
Y puede que entonces aceptes la terrible carga del mundo y que sientas alegría.

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EL AMOR, LAS MUJERES Y LA MUERTE. Arthur Schopenhauer

Sentado esto, si se observa el papel importante que representa el amor en todos sus grados y en todos sus matices, no sólo en las comedias y novelas, sino también en el mundo real, donde, junto con el amor a la vida, es el más poderoso y el más activo de todos los resortes; si se piensa en que de continuo ocupa las fuerzas de la parte más joven de la humanidad; que es el fin último de casi todo esfuerzo humano; que tiene una influencia perturbadora sobre los más importantes negocios; que interrumpe a todas horas las ocupaciones más serias; que a veces hace cometer tonterías a los más grandes ingenios; que no tiene escrúpulos en lanzar sus frivolidades a través de las negociaciones diplomáticas y de los trabajos de los sabios; que tiene maña para deslizar sus dulces esquelas y sus mechoncitos de cabellos hasta en las carteras de los ministros y los manuscritos de los filósofos, lo cual no le impide ser a diario el promovedor de los asuntos más malos y embrollados; que rompe las relaciones más preciosas, quiebra los vínculos más sólidos y elige por víctimas ya la vida o la salud, ya la riqueza, la alcurnia o la felicidad; que hace del hombre honrado un hombre sin honor, del fiel un traidor, y que parece ser así como un demonio que se esfuerza en trastornarlo todo, en embrollarlo todo, en destruirlo todo, entonces estamos prontos a exclamar: ¿Por qué tanto ruido? ¿Por qué esos esfuerzos, esos arrebatos, esas ansiedades y esa miseria?

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POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS. Ernest Hemingway

Y hubo entonces el olor de la jara aplastada y la aspereza de los tallos quebrados debajo de la cabeza de María, y el sol brillando en sus ojos entornados. Toda su vida recordaría él la curva de su cuello, con la cabeza hundida entre las hierbas, y sus labios, que apenas se movían, y el temblor de sus pestañas, con los ojos cerrados al sol y al mundo. Y para ella todo fue rojo naranja, rojo dorado, con el sol que le daba en los ojos; y todo, la plenitud, la posesión, la entrega, se tiñó de ese color con una intensidad cegadora. Para él fue un sendero oscuro que no llevaba a ninguna parte, y seguía avanzando sin llevar a ninguna parte, y seguía avanzando más sin llevar a ninguna parte, hacia un sin fin, hacia una nada sin fin, con los codos hundidos en la tierra, hacia la oscuridad sin fin, hacia la nada sin fin, suspendido en el tiempo, avanzando sin saber hacia dónde, una y otra vez, hacia la nada siempre, para volver otra vez a nacer, hacia la nada, hacia la oscuridad, avanzando siempre hasta más allá de lo soportable y ascendiendo hacia arriba, hacia lo alto, cada vez más alto, hacia la nada. Hasta que, de repente, la nada desapareció y el tiempo se quedó inmóvil, se encontraron los dos allí, suspendidos en el tiempo, y sintió que la tierra se movía y se alejaba bajo ellos.

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EL LARGO ADIÓS. Raymond Chandler

Muy lejos subía y bajaba el gemido como de alma en pena de las sirenas de la policía o de los bomberos, que nunca permanecían en silencio mucho tiempo. Veinticuatro horas al día alguien corre y otra persona está intentando alcanzarle. Allí fuera, en la noche entrecruzada por mil delitos, la gente moría, la mutilaban, se hacía cortes con cristales que volaban, era aplastada contra los volantes de los automóviles o bajo sus pesados neumáticos. A la gente la golpeaban, la robaban, la estrangulaban, la violaban y la asesinaban; gente que estaba hambrienta, enferma, aburrida, desesperada por la soledad o el remordimiento o el miedo; airados, crueles, afiebrados, estremecidos por los sollozos. Una ciudad no peor que otras, una ciudad rica y vigorosa y rebosante de orgullo, una ciudad perdida y golpeada y llena de vacío.

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SOBRE LA HISTORIA. Bertrand Russell
 
Año tras año mueren los camaradas, muestran ser vanas las esperanzas, se desvanecen los ideales; la tierra encantada de la juventud queda más lejos, el camino de la vida se hace más tedioso, aumenta el peso del mundo hasta que el trabajo y las penas se hacen casi demasiado pesadas de soportar; la alegría se desvanece en las fatigadas naciones de la tierra, y la tiranía del futuro mina la fuerza vital de los hombres; todo lo que amamos se decolora, en un mundo agonizante. Sin embargo, el pasado, devorando siempre los productos del presente, vive por la muerte universal; firme e irresistiblemente añade nuevos trofeos a su templo silencioso, construido por todas las épocas; allí están enterradas todas las proezas, todas las vidas magníficas, todas las conquistas y fracasos heroicos. Por las orillas del rio de Tiempo, la triste procesión de las generaciones humanas camina lentamente hacia la tumba; en el apacible país del Pasado, la marcha finaliza: ahí se quedan los cansados vagabundos, y todos sus llantos enmudecen.



EL CURIOSO INCIDENTE DEL PERRO A MEDIANOCHE. Mark Hadon

Lo que de verdad pasa cuando te mueres es que tu cerebro deja de funcionar y el cuerpo se pudre, como el de Conejo cuando se murió y lo enterramos al fondo del jardín. Todas sus moléculas se descompusieron en otras moléculas y pasaron a la tierra y se las comieron los gusanos y pasaron a las plantas. Si vamos y cavamos en el mismo sitio al cabo de 10 años, no quedará nada excepto su esqueleto. Y al cabo de 1.000 años, hasta el esqueleto habrá desaparecido. Pero eso está bien, porque ahora forma parte de las flores y del manzano y del matorral de espino.

A veces, cuando las personas se mueren, las ponen en ataúdes, lo que significa que no se mezclan con la tierra durante muchísimo tiempo, hasta que la madera del ataúd se pudre.

Pero a Madre la incineraron. Eso quiere decir que la metieron en un ataúd y lo quemaron y redujeron a cenizas y a humo. Yo no sé qué se hace de las cenizas, no pude preguntarlo en el crematorio porque no fui al funeral. Pero el humo sale por la chimenea y se dispersa en el aire, y a veces levanto la vista al cielo y pienso en que allá arriba hay moléculas de Madre, o en las nubes sobre África o el Antártico, o en forma de lluvia en las selvas de Brasil, o de nieve en alguna parte.

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ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA.  Friedrich Nietzsche

¡Oh, sólo vosotros los oscuros, los nocturnos, sacáis calor de lo que brilla! ¡Oh, sólo vosotros bebéis leche y consuelo de las ubres de la luz!
¡Ay, hielo hay a mi alrededor, mi mano se abrasa al tocar lo helado! ¡Ay, en mí hay sed, que desfallece por vuestra sed!
Es de noche: ¡ay, que yo tenga que ser luz! ¡Y sed de lo nocturno! ¡Y soledad!
Es de noche: ahora, cual una fuente, brota de mí mi deseo, – hablar es lo que deseo.
Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores. Y también mi alma es un surtidor.
Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante. 

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VIAJE AL FIN DE LA NOCHE. Louis-Ferdinand Céline

Más valía callarse y mirar afuera, por la ventana, los terciopelos grises de la tarde que se apoderaban ya de la avenida de enfrente, casa por casa, primero las más pequeñas y luego las demás, las grandes, y después la gente que se agitaba entre ellas, cada vez más débiles, equívocos y desdibujados, vacilando de una acera a otra antes de ir a hundirse en la obscuridad.

Más lejos, mucho más lejos que las fortificaciones, filas e hileras de lucecitas dispersas por toda la sombra como clavos, para tender el olvido sobre la ciudad, y otras lucecitas más que centelleaban entre ellas, verdes, pestañeaban, rojas, venga barcos y más barcos, toda una escuadra venida allí de todas partes para esperar, trémula, a que se abriesen tras la Torre las enormes puertas de la Noche.



MUJERES. Charles Bukowski

Entré en la cama con ella. La pequeña niña-mujer estaba lista. La atraje hacia mí. La suerte estaba otra vez de mi lado, los dioses me sonreían. Los besos se hicieron más intensos. Puse su mano en mi verga y luego le subí el camisón. Empecé a jugar con su coño. ¿Katherine con un coño? Se erigió el clítoris y lo acaricié con ternura, una y otra vez. Finalmente, la monté. Mi verga entró hasta la mitad. Era muy estrecha. Moví hacia delante y detrás y luego empujé. El resto de mi verga penetró. Era glorioso. Ella me apretó. Me moví y seguía apretado. Traté de controlarme. Cesé las sacudidas y esperé a enfriarme un poco. La besé, abriendo sus labios, chupando su labio superior. Vi su cabellera desparramada por toda la almohada. Entonces desistí de intentar complacerla y simplemente la jodí, poseyéndola viciosamente. Era como un asesinato. No me importaba, mi polla se había vuelto loca. Todo aquel pelo, su cara núbil y hermosa. Era como violar a la Virgen María. Me corrí. Me corrí en su interior, agonizando, sintiendo cómo mi esperma se introducía en su cuerpo. Ella estaba indefensa y yo disparé mi éxtasis al interior último de su ser, cuerpo y alma, una y otra vez...

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FUNDACIÓN E IMPERIO. Isaac Asimov

El bufón sonrió, lo cual aumentó la tristeza de su rostro delgado, y cuando habló lo hizo con las suaves y elaboradas frases de los Sectores Centrales.

—Si utilizara el ingenio que los buenos espíritus me dieron —dijo—, entonces diría que esta dama no puede existir, pues ¿qué hombre en su sano juicio llamaría al sueño realidad? Sin embargo, yo preferiría no ser cuerdo y prestar crédito a mis ojos hechizados.

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UNA APUESTA. Anton Chejov

En vuestros libros he escalado las cimas del Everest y del Mont-Blanc, desde donde he contemplado la salida del sol al alba y su puesta al atardecer, inundando de un oro carmesí el cielo, el océano y la cumbre de las montañas; he visto, por encima de mí, brillar al relámpago rasgando las nubes; he visto los verdes bosques, los campos, los ríos, los lagos, las ciudades… He oído el canto de las sirenas y el caramillo de los pastores; he sentido las alas de prodigiosos demonios que han descendido hasta mí para hablarme de Dios. Con vuestros libros me he arrojado a precipicios sin fondo, he hecho milagros, he matado, he incendiado ciudades, he predicado nuevas religiones, he conquistado reinos enteros… Vuestros libros me han dado la sabiduría. Cuanto el espíritu humano ha sido capaz de crear a través de los siglos está comprimido en mi cerebro. Sé que soy más inteligente que todos vosotros, y desprecio vuestros libros y bienes y toda la sabiduría del mundo… Todo es inútil, vago, engañoso y vano como un espejismo. Y por muy orgullosos que estéis, por muy sabios y hermosos que seáis, la muerte no dejará de borraros de la faz de la tierra como a ratas, y las generaciones de vuestros descendientes, vuestra historia, la inmortalidad de vuestros genios, ¡todo quedará helado o arderá con la tierra entera!



TRÓPICO DE CÁNCER. Henry Miller

Después de ponerse de pie para secarse, mientras seguía hablándome con simpatía, dejó caer la toalla de repente y, avanzando hacia mí despacio, comenzó a restregarse la almeja con cariño, pasándole las manos despacito, acariciándola, dándole palmaditas y palmaditas. Había algo en su elocuencia de aquel momento y en la forma como me metió aquella mata de rosas bajo la nariz que sigue siendo inolvidable; hablaba de ella como si fuese un objeto extraño que hubiera adquirido a alto precio, un objeto cuyo valor había aumentado con el tiempo y que ahora apreciaba como nada del mundo. Sus palabras le infundían una fragancia peculiar; ya no era sólo su órgano privado, sino un tesoro, un tesoro mágico y poderoso, un don divino... y no lo era menos porque comerciara con ella día tras día a cambio de unas monedas. Al echarse en la cama, con las piernas bien abiertas, la apretó con las manos y la acarició un poco más, mientras murmuraba con su ronca y cascada voz que era buena y bonita, un tesoro, un pequeño tesoro. ¡Y lo era, su almejita!

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MEMORIAS DE UN CAZADOR. Iván Turguenev

¡Qué ocupación tan agradable es estar tumbado en el bosque mirando a lo alto! Se diría que contemplamos un mar insondable que se extiende a nuestros pies, que los árboles no nacen de la tierra, sino que descienden como si fueran las raíces de unas plantas colosales, cayendo a plomo en esas límpidas olas de cristal; las hojas tan pronto parecen esmeraldas, reduciendo al trasluz, de cómo se condensan en un verdor dorado, casi negro. En algún lugar, lejos, muy lejos, como remate de una fina rama, se ve una hoja solitaria sobre un retazo azul de cielo transparente, y a su lado se mece otra cuyo movimiento se asemeja al aleteo de los peces, como si fuera voluntario, no debido al viento. Cual fabulosas islas submarinas, flotan en silencio y se alejan en silencio las gruesas nubes blancas; pero, de pronto, todo ese mar, todo ese aire resplandeciente, esas ramas y esas hojas bañadas por el sol empiezan a fluir, se agitan con un destello fugaz y se despierta un fresco y tembloroso susurro que recuerda al incesante chapoteo del oleaje. No nos movemos, nos limitamos a mirar, y no hay palabras para expresar la alegría, la paz, la dulzura que reinan en nuestro corazón. Miramos: ese profundo y puro azul nos arranca una sonrisa de los labios, tan inocente como el propio azul, como las nubes que recorren el cielo, y es como si con ellas, en lenta procesión, pasaran por el alma los recuerdos alegres, y se diría que nuestra mirada se aleja más y más, y nos arrastra hacia ese abismo sereno y fulgurante, y se nos hace imposible apartarnos de esa altura, de esa profundidad…