21/1/21

Constancia, discreción, independencia - Pólvora en salvas III

Recuerdo la primera vez que leí a Gonzalo Calcedo. Yo caminaba hacia el trabajo y en mis manos tenía el volumen undécimo de la colección Noche de relatos, editada por la cadena de hoteles NH. Allí estaba Donde vivimos, un cuento que me dejó perplejo desde las primeras líneas. Era yo por entonces un joven lector que andaba obsesionado con los singulares relatos de Raymond Carver y por eso me sorprendió tanto encontrar en aquellas páginas una prosa similar a la del célebre escritor estadounidense, aunque envuelta en un estilo más lírico y elegante. Como ya me había leído todos los libros de Carver, consideré que ese autor español, ese tal Gonzalo Calcedo, podría convertirse en un digno sustituto

Desde entonces he leído una buena parte de sus libros y no he dejado de seguir su trayectoria, alegrándome sinceramente cada vez que gana un concurso o publica una nueva novela o volumen de relatos. De hecho, este año he podido trabajar sobre uno de sus cuentos, El prisionero de la avenida Lexington, en la asignatura Narrativa española actual, y confío en que mi trabajo de fin de máster trate sobre su obra completa o sobre alguno de sus libros. Sin embargo, no pretendo hablar ahora de las virtudes de su literatura sino, más bien, elogiar su actitud ante la vida

Y es que, desde que publicó su primer libro en 1996, Gonzalo Calcedo no ha dejado de hacer lo que más le gusta: escribir historias breves deudoras de la tradición cuentística estadounidense pero con un reconocible estilo propio. Es posible que hubiese alcanzado mayores éxitos comerciales de haberse plegado a las exigencias del mercado editorial pero es que parece que nuestro autor no considera que el dinero sea lo más importante del mundo. Ni el dinero ni la fama, pues no utiliza redes sociales, no tiene una página web, no busca polémicas ni notoriedad. Si publica un libro y alguien quiere entrevistarle, amablemente atiende a los medios, pero él no los persigue. No le hace falta. Gonzalo Calcedo trabaja y publica. Sin presumir ni aparentar. No lo necesita. Diecinueve libros en veinticinco años de carrera avalan su destreza, su valía como escritor. Tres libros con Tusquets, cuatro con Menos Cuarto y una gran parte del resto publicados gracias a concursos, a victorias en importantes concursos decididos por personalidades como Manuel Caballero Bonald, Ignacio Martínez de Pisón, Antonio Muñoz Molina, Santos Sanz Villanueva… ¿Riqueza? ¿Renombre? ¿Sometimiento? Por favor... ¿Quién necesita ese tipo de cosas teniendo constancia, discreción e independencia?

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